El Mercado Único llegó a ser una de las plazas comerciales más importantes de la ciudad, por su centralidad, su rango de precios asequible a todos los sectores de la población y porque ofertaba los más variados productos que se pudieran necesitar para cualquier momento, desde el día a día, hasta celebraciones especiales, ya fuese Navidad, Año Nuevo o efemérides religiosas.
¿Quiénes vendían en el Mercado? En la década de 1920, los Directorios Comerciales revelan que había una fuerte presencia china y española, los primeros dominaban el ramo de la venta de frutas y verduras, en tanto los emigrantes peninsulares manejaban los cárnicos y la sedería. En los años 50, algunas casillas (tarimas o puestos) también pertenecían a judíos. Los negros, por lo general, eran carretilleros o vendedores ambulantes en los alrededores.
En el Mercado también ocupaban espacios determinadas compañías comerciales, como la Asociación Nacional de la Industria y Comercio de la Pesca de Cuba, la Cooperativa de Armadores de Barcos, la norteamericana Chomer Fruit Company, o la propia Compañía de Mercados Públicos, dueña de la concesión del Mercado.
No solo se vendían alimentos crudos, también preparados, por eso había una fonda, varios cafés, como El Paradero y El Moderno, y bares que se mantenían abiertos casi todo el día, como el Sucu-Sucu. El Mercado de Cuatro Caminos, como popularmente también le llamaban, tenía un intenso uso comercial y social.
El ambiente que llegó a crearse en el Mercado lo convirtió en uno de los sitios más pintorescos de La Habana, lugares llenos de color y vida. Sobre este sitio Alejo Carpentier escribió: “Y en el Mercado Único, este maravilloso contraste: sobre una construcción de rejas, en que se hacinan las aves como los habitantes de un rascacielos neoyorkino, un letrero que sirve de muestra al establecimiento: El Escorial. ¿Se habrá elegido este título metafóricamente, pensándose que el monasterio desde el cual rigió Felipe II el más vasto imperio del mundo…ha sido construido en forma de parrilla?”.
Otra de sus características era el bullicio, la mezcla de sonidos asociados a las compras y ventas, trasiego de mercancías y vehículos, así como la música. Antes de que sus canciones se escucharan en estos predios, Benny Moré fue trabajador del Mercado. A mediados de 1936, en los portales del Mercado, vendía frutas y hierbas medicinales, junto a su tío Tomás Armenteros. También en este lugar laboró como carretillero el líder revolucionario Ñico López, hecho recordado en una tarja ubicada en el interior del inmueble.
Igualmente ha sido testigo de hechos históricos, como los encuentros de Fidel Castro con miembros del Movimiento 26 de julio, en la fonda ubicada en la segunda planta. En dos ocasiones, fue visitado por el ex presidente Jimmy Carter, la primera vez antes de asumir la presidencia y la segunda en una de sus últimas visitas a Cuba. Albert Einstein, en diciembre de 1930, en su breve estancia en el país insistió en recorrer los barrios más pobres de la ciudad, después de haber conocido los parques, clubes y residencias de la gente acomodada. De esta manera, junto al grupo que le acompañaba, pudo visitar hogares humildes, solares y cuarterías, así como el Mercado Único y las tiendas más modestas de la calle Monte.
En los años 50 se convirtió en punto de encuentro de la bohemia habanera, que después de cerrados la mayoría de los servicios gastronómicos de la ciudad, acudía al Mercado para disfrutar los económicos y deliciosos platos que allí se ofertaban. En las últimas décadas, aunque sin la animación de antaño, la presencia de numerosos establecimientos privados contribuyó a mantener, en diferentes horarios, el intenso movimiento y la actividad comercial que siempre caracterizó el lugar, pese al deterioro y la marginalidad de la zona.
El patio central era el eje regulador de la actividad del Mercado, pues en él descargaban los camiones que llegaban por las calles Cristina y Arroyo. La venta de productos se hacía en las casillas, reabautizadas por los vendedores posteriores como 'islas'. Hasta 1960 en las casillas situadas en la planta baja se despachaban viandas, hortalizas y frutas; en la planta alta se encontraban las bodegas, puestos de carne y pescado y pequeños establecimientos para la venta de productos elaborados.
Además de los productos del agro, el Mercado brindaba servicios gastronómicos, de barbería, venta de ropas y zapatos, tanto en casillas como en los portales. En estos últimos también se arreglaban y limpiaban zapatos. Todas estas actividades extendieron el horario del Mercado, que llegó a mantenerse abierto 24 horas, aunque las de mayor movimiento eran las comprendidas entre las 4 de la madrugada y la 1 de la tarde. La mercancía entraba al caer la tarde o ya de noche, se distribuía por las casillas y se vendía de madrugada. Avanzada la mañana, prácticamente no había productos en oferta y si quedaban, estos eran vendidos a precios muy bajos a los carretilleros, porque era preferible salir de ellos que guardarlos en las cámaras refrigeradas del Mercado o perder la ganancia. Sobre las 11 de la mañana cesaba todo tipo de negociación y comenzaba la hora de la limpieza.
Estos vendedores ambulantes colmaban los alrededores del antiguo Mercado Único. Compradores más humildes, adquirían esos productos deteriorados, para luego revenderlos a menor precio. Los productos de mayor calidad, que sí se vendían en el interior del edificio, eran pasados por grandes lavaderos situados en las calles Omoa y Cristina, lo que garantizaba la higiene de los mismos. Esta labor generalmente era realizada por los chinos de puestos de frutas.
Paralelo al negocio oficial, siempre existió el clandestino, de la más diversa tipología de artículos. Su ubicación y la concurrencia de público se prestaban a todo género de trueque.
El edificio poseía una especie de puente o paso a nivel sobre la calle Arroyo que lo unía con un inmueble de la misma calle propiedad de la Compañía Urbana de Hielo y Refrigeración de La Habana, la cual le prestaba servicio. Igualmente en el sótano se ubicaban las cámaras frías, almacenes y depósitos.
El Mercado se construyó cumpliendo las condiciones de la concesión, es decir, con una estructura de hormigón armado y cubierta ligera de láminas acanaladas de asbesto cemento, a cuatro aguas, soportada por una armazón de cerchas metálicas con perfiles de acero. Consta de dos niveles y sótano, abarcando una superficie de 11, 200 metros cuadrados. Estilísticamente responde a los códigos del eclecticismo, un poco tardío y mesurado, pero muy acorde con la tipología industrial de la época.
Tenía acceso por sus cuatro fachadas, caracterizadas por una secuencia ininterrumpida de gruesos pilares que soportan una amplia cornisa apoyada sobre ménsulas estriadas y pareadas; fachadas simétricas donde coinciden todos los vanos (huecos por donde entra la luz) de las plantas baja y alta, resueltos los primeros con arcos carpaneles con clave y jambas resaltadas, y los del segundo nivel son rectangulares excepto los que señalan las entradas principales, donde el arco es también carpanel y está coronado por dos cuernos de la abundancia que aluden a la actividad comercial. Para jerarquizar los accesos, la cornisa se interrumpe dando lugar a un frontón rematado por una moldura de cemento, y al centro de este, se colocó un reloj, conservándose solo el de la calle Cristina.
Poseía portales públicos a lo largo de las calles Cristina y Monte, y por las otras dos arterias, la entrada al interior se producía directamente desde la calle, antes de que los vanos fueran tapiados. Contaba, además, con cuatro escaleras de mármol y seis elevadores para facilitar la comunicación vertical de los productos y de los usuarios.
Grandes áreas interiores definían su distribución espacial, donde la estructura vertical estaba compuesta por un sistema de columnas que en la planta baja presentaban una sección cuadrada ochavadas en las esquinas, rematadas con un capitel en forma de hongo, mientras que en el segundo nivel mantienen la sección cuadrada sin ninguna variación; y por muros soportantes de mampostería en sus fachadas principales. La presencia de esta peculiar columna asumía el protagonismo ornamental, otorgándole ritmo y belleza al interior del Mercado. La carpintería exterior se componía originalmente de dos secciones: la inferior de persianería de madera y la superior, basculante, de hierro y cristal. En la planta baja, para reducir los efectos del sol, se colocaban toldos por las cuatro fachadas.
Por otra parte, al apelativo de Mercado Único, dado por la propia concesión que lo motivó, se sumó otro nacido de la historia cotidiana y el significado que adquirió ante sus habitantes: Cuatro Caminos, nombre relacionado con la encrucijada en que se erigió, al abarcar toda una manzana, donde convergían las cuatro calles fundamentales que lo enmarcaban, que eran Monte, Matadero, Cristina y Arroyo (NR.- Aunque en realidad las calles que actualmente confluyen en Cuatro Caminos son Monte, Belascoaín, Cristina y Vives).
Desde su construcción, y con más fuerza en los últimos años, el Mercado propició la actividad religiosa. La variedad y riqueza de los productos vendidos, lo colocaron en un lugar privilegiado para la adquisición de las mercancías que se requieren para los trabajos religiosos de origen afrocubano, como la santería, o el espiritismo. Frutas, flores, hierbas y animales vivos, componían una suerte de bazar dispuesto a todo tipo de culto. La venta de artículos religiosos llegó a rebasar los límites de la plaza. La propia vida del Mercado, desarrollada en torno a la religión, favoreció en sus alrededores el surgimiento y difusión de comercios afines. Gracias a su enclave, estos sitios ganaron importancia en el imaginario popular, y el antiguo Mercado Único devino punto de referencia para su localización.
En consecuencia, el Mercado Único o de Cuatro Caminos no solo fue una plaza de gran importancia económica y comercial, sino también, un espacio que contribuyó a la conservación y enriquecimiento de la cultura popular y las tradiciones cubanas. Por su monumental proporción y elegante apariencia, el edificio constituyó un hito arquitectónico, urbanístico y ambiental de la ciudad. A pesar de su alto grado de deterioro, forma parte de los inmuebles con Grado de Protección II por parte del Estado.
Yamira Rodríguez Marcano
Pensamiento, 15 de marzo de 2015. Foto: Cuando se acercaban los días navideños, el Mercado Único de La Habana se llenaba de gente. Tomada de Pensamiento.
Nota.- A modo de recuerdo, publico este material sobre el Mercado Único de La Habana, porque al igual que otras muchas instalaciones y edificaciones habaneras, ya no existen, forman parte de la historia. Una pena, pues fue el principal mercado que tuvo la capital cubana. Quedaba a cuatro cuadras de nuestra casa, en Romay entre Monte y Zequeira. En la Plaza, como le decían, mi madre compraba el pescado fresco, que casi siempre eran parguitos o ruedas de cherna, también los camarones, que solía prepararlos en arroz o enchilado. En el almacén de Frutas Rivas, que quedaba enfrente, comprábamos manzanas, peras y uvas, entre otras frutas traídas de California. Dentro del Mercado vendían comida china, pero nosotros preferíamos la de un restaurante que quedaba en la cuadra antes de llegar a Los Cuatro Caminos, que si mal no recuerdo se llamaba La Estrella de Oro y donde también se podía comer allí o pedir para llevar a la casa (Tania Quintero).
Caminar por la calle Virtudes, en el capitalino municipio de Centro Habana, es un ejercicio que bien podría resultar trivial -por cotidiano- para cualquier habanero. No les falta razón a los que afirman que a veces uno, de tanto mirar, termina no viendo nada. Sin embargo, si se fijan bien, si suben desde la intersección de Prado, como quien busca Galiano, podrán ver aquello que, por cotidiano, parece invisible y, por nauseabundo, tratamos de ignorar.
Cuatro o cinco cuadras son suficientes para distinguir un paisaje urbano interesante, pero grotesco, donde adolescentes y personas de distintas edades hacen sus vidas; practican juegos casi violentos, negocian, observan el panorama en busca de oportunidades desde los quicios de las puertas, gritan, comentan lo último que llegó al mercado, la novela que pasan por la antena o el escándalo de ayer.
Sin embargo, lo más distintivo de este barrio es la inmundicia. El asfalto está tan sucio como las aceras y paredes. En él hay heces de perro y también de personas; envueltas en papeles o untadas directamente sobre la superficie. Hay grandes baches, algunos con agua verdosa, donde pululan las larvas de mosquitos.
Hay también una zona donde rompieron el pavimento, tal vez con el objetivo de reparar las tuberías del agua o las líneas telefónicas, y así ha quedado. Carlos, vendedor de viandas en una carretilla, dice que ya los vecinos han planteado esta situación en las reuniones con el delegado. “Fíjate allá, en la otra cuadra, la clase de salidero que tiene inundada esa parte de la calle”, dice casi con soberbia.
Es llamativo el contraste entre la palabra Virtudes, nombre de esta calle habanera, y el panorama que la misma presenta, como también es llamativa la radical diferencia entre la imagen que vende el gobierno y lo que vive el pueblo. Más allá, de Amistad hacia arriba, hay dos grandes basureros en sendas esquinas que hacen casi imposible el tránsito de los autos. La basura es una mezcla de escombros y materia orgánica. El cemento y la piedra se confunden con las moscas, las viandas podridas y las almohadillas sanitarias sin envolver.
La gente camina lentamente por allí, casi con normalidad; algunos me miran con sorna y un señor en silla de ruedas me pide que me vaya, que deje de tomar fotos, como si estuviera prohibido. En el agro de la esquina a Amistad, hay un fuerte olor a papas podridas. La legendaria papa, cuya escasez provocara hace solo unos meses gran revuelo a nivel nacional, ahora se pudre en los mercados.
Uno se pregunta cómo es que los vecinos no se enferman, como es que los cubanos no nos enfermamos con tanta inmundicia. Una señora, que arrienda su casa a los turistas, cuyo nombre no autorizó a revelar, se queja de la falta de higiene generalizada. “Algunas veces hemos perdido clientes al ver cómo está esto, mijo”, dice y señala la basura.
En más de una vivienda resaltan los letreros que anuncian el arrendamiento a turistas en moneda libremente convertible. Cobran entre 25 y 30 cuc diarios por habitar entre la inmundicia. Siempre hay quien los paga.
Cuando se sobrepasa Galiano, Virtudes comienza a exhibir otra cara. Aumentan los grafitis en los muros con alegorías a la Revolución, los CDR y otras organizaciones. Carteles que dicen: ¡Viva Fidel!, como si fueran conjuros que le dieran vida eterna.
Ante esos mismos carteles, en las noches, puede notarse el movimiento de mujeres y hombres que desde las esquinas vigilan. Detrás de los muros con la bandera cubana pintada o la figura de 'los cinco espías', otras vidas tienen lugar. Vidas más allá de las consignas. Vidas marcadas por la supervivencia.
Cuando Carmen Fiol recibe al visitante en su casa del Vedado, con una sonrisa de bienvenida que resalta en el espacio amplio y luminoso, esta guantanamera de 90 años de edad pudiera dar la impresión de ser una anciana frágil. Sin embargo, en el transcurso de la conversación sale a relucir la fuerza de su personalidad: basta ver la determinación de su mirada y escucharla hablar con claridad y convicción de sus ideas, para comprender que no es casual que Carmen sea una de las grandes figuras del diseño de la moda en Cuba, con más de 70 años de experiencia como modista.
Las claves de su éxito las va revelando en sus comentarios: su infinita paciencia, la observación minuciosa, el cuidado por el detalle preciosista y su genio para actualizar las técnicas tradicionales mientras se adapta a diversos estilos y épocas. Pero sobre todo se trata de una gran voluntad que le ha permitido sobreponerse a los obstáculos y empeñarse en lograr lo que se propone; un esfuerzo que ha dado sus frutos a través de premios nacionales e internacionales, el respeto de las nuevas generaciones de artistas y de todos los que admiran sus hermosas creaciones.
“Es importante que no flaqueemos; hay que luchar, luchar y luchar hasta lograr nuestro propósito. Y ojalá pueda verme multiplicada en muchos, para que mi trabajo contribuya a cultivar el buen gusto y fomentar la cultura del vestir.” Así se expresa en su libro Vestir a la medida, en el que explica con detalles su sistema de corte y costura anatómico. Resultado de décadas de estudio del cuerpo femenino y de las medidas que hacen única a cada mujer y que permiten entallar cada prenda a las figuras más variadas. Vestir al estilo de Carmen Fiol es sinónimo de elegancia, comodidad y frescura.
¿Es cierto que aprendió corte y costura de forma autodidacta?, ¿en qué circunstancias ocurrió?
-Desde niña, con 8 o 9 años, me fijaba mucho en el trabajo que hacían mis tías, que eran costureras, porque mi mamá cosía muy poco. De verlas a ellas, fui creciendo con la idea de llegar a ser algo en la vida. Pero mi padre era una persona muy rígida y no me era fácil salir a la calle a aprender. Siempre decía que las niñas tenían que quedarse en la casa. Entonces empecé por hacerles ropitas a mis hermanas menores y a algunas amigas. Al principio eché a perder muchas cosas, porque no tenía a nadie que me indicara, pero eso sí, tenía la costumbre de que cada vez que veía una ropa que me gustaba, me fijaba cómo estaba confeccionada, el hilo de la tela, el corte.
-A los 13 años, cuando murió mi mamá, empecé ya con más fundamento a confeccionar la ropa de mis hermanas. Recuerdo que a una vecina del barrio, amiga mía, le hice un vestido blanco bordado en soutache (palabra francesa que significa cordón trenzado y se trata de una técnica y de un material: una técnica de trenzado cuya exclusividad radica en el uso de un material muy peculiar, el cordón de soutache, un cordón de rayón fabricado en espiga). Le cobré un peso. Tenía ya 16 años y mi padre había puesto una tiendecita en la cual yo le ayudaba. Un día vino la hermana de aquella muchacha, buscando a una modista que le habían recomendado. “Por aquí, que yo sepa, no hay ninguna”, le dije. Pero ella insistió y explicó que la modista le había hecho un vestido a su hermana. “¡Ah pero eso lo hice yo!”, respondí. Es que no me consideraba una modista. Ella quería un vestido igual y me lo encargó. A partir de ahí comencé a coser y a coser.
¿Cómo fue el tránsito, desde aquellos años en que comenzó como costurera en su pueblo natal, a la maestra de artesanos que es hoy?
-Como dije mi padre era muy rígido, y ya con 17 años, cansada de aquel trato, fui a vivir con una media hermana de mi mamá que también era costurera. Para pasarme ese tiempo allá, solo pude llevar dos vestidos, unos zapatos y un refajo. Mi tía tenía una gran clientela de “mujeres de la vida”, como se decía, que quedaron encantadas con mi costura y luego ya no iban a buscarla a ella sino a mí. Al principio estuve muy contenta, pero mi tía estaba casada con un tabaquero que quería abrir una tabaquería con los ahorros de la costura y no me daban ni un peso, solo la comida. Y yo necesitaba comprarme ropa, tener algo propio.
-Todas las tardes me sentaba en el portal, triste, pensando qué iba a hacer, hasta que determiné independizarme. Fui a una tienda de ropa que tenía un taller de costura y le dije a la dueña, una española: “Oí que buscan a alguien para coser”. Era mentira, pero ella me citó al otro día y cuando fui tenía dos vestidos de muestra colgados, de cuello smoking, y a un lado la tela con los moldes. Me pidió que los armara y al mediodía ya los había terminado. Me dio el trabajo, me pagaba 16 pesos mensuales, bastante para la época. Pensaba trabajar allí por el día y ayudar a mi tía por la noche, pero cuando el esposo de ella se enteró, me dijo que no podía vivir más en su casa. Fui entonces a casa de la madrina de una de mis hermanas, pero no pude quedarme, así que volví a casa de unos familiares de mi papá.
-La vida me ha puesto pruebas durísimas. Ya trabajando en la tienda de ropa pude experimentar mucho, porque tenía una gran clientela. Aprendí yo sola, experimentando, y con la voluntad de querer ser alguien en la costura. Fue una lucha, pero logré ir subiendo hasta que me enfermé y tuve que dejar el trabajo, pero seguí cosiendo en la casa. Entonces encontré al padre de mis hijos, dentista de profesión. Él iba a visitarme todas las noches mientras fuimos novios, pero el día que no iba yo seguía cosiendo, tenía muchas clientas. Siempre tratando de aprender: si hacía una pieza hoy, la próxima tenía que quedarme mejor.
-Conocí a Curiche, una modista de fama en Guantánamo y propuse hacerle un vestido. Para hacerlo, me dio una tela nada menos que de seda. Me esmeré y cuando terminé fui a probárselo a su casa, yo no tenía ningún orgullo, solo quería que mi trabajo se conociera. Cuando lo vio, me dijo: “No te preocupes que te voy a mandar clientas”. Me hice de una clientela de lo más selecto de Guantánamo, gente muy exigente. Pero yo tenía mucha paciencia, porque el que te exige te enseña. Ya era famosa cosiendo cuando me titulé en el curso del Sistema Angélica Fernández Barroso, donde casi todas las que estudiaron conmigo eran muchachas ricas de sociedad. Con ese título comencé a impartir clases y talleres.
¿Cuándo se percató de que lo que había comenzado como un oficio se había convertido en arte?
-Me doy cuenta cuando llego a La Habana, cuando comienzo a trabajar con el Fondo Cubano de Bienes Culturales y cuando ingresé en la Asociación Cubana de Artesanos Artistas, en 1982, un año después de su creación. Nisia Agüero (destacada promotora cultural que dirigió el Fondo de Bienes Culturales, donde sentó las bases del arte vanguardista cubano así como de la artesanía artística) le dio mucho valor a los artesanos. En La Habana comencé a trabajar para el cuerpo diplomático y también para el Fondo de Bienes Culturales, cuando le encargaban alguna prenda especial. En mi primera exposición de moda para el Fondo, el entonces Ministro de la Industria Ligera le pidió a Nisia mi colaboración para ayudar a desarrollar la industria, que estaba en muy mal estado en aquel momento.
¿Qué experiencias conserva después de tantos años de trabajo y qué recuerdos le han dejado?
-Una vez, a Celia Sánchez le hice muchas piezas para regalar y ella las valoró como se merecían, por eso le dedico mi libro. Gracias a Celia tengo muchas de las relaciones que me permitieron salir adelante en La Habana. Por mediación de ella conocí a la mayoría de mis clientas, como la madre de Camilo Cienfuegos y la viuda de Lázaro Cárdenas, quien en una ocasión me invitó a México por seis meses. Durante ese tiempo, cosí sin parar para ella y muchas de sus amigas y conocidas de la sociedad mexicana.
-En 1989, durante otra estancia en la embajada de Cuba en México, me tocó hacer sola toda la ropa para presentar y vender en una feria. Fue un gran esfuerzo. La primera pieza la compró la esposa del empresario Olegario Vázquez Raña, hombre muy famoso y rico en México. Hasta la ropa que llevé puesta, un vestido muy lindo, todo bordado y con deshilados, lo tuve que vender cuando una persona amiga fue a verme para insistir en comprarlo. Tengo tantas anécdotas que no caben en una entrevista.
¿Es difícil decidir hasta dónde hacer concesiones a lo que está de moda y hasta donde mantener los estilos y técnicas tradicionales?
-Se habla de la modistura y de la artesanía. Desde el momento en que se hace una ropa no industrial, cae en la categoría de lo artesanal. Una de las cosas que me caracterizan es que soy muy curiosa y siempre me fijo en los detalles de cada pieza. Siempre he tenido el cuidado de no olvidar mis raíces. Recuerdo cuando tenía 9 años e iba con mis tías al mercado, ellas salían con unos vestidos largos, como los que ahora llaman de sirena, pero le hacían un trabajo con muchos bieses virados. Llevo impregnados en la memoria aquellos vestidos.
-Me gusta mucho la moda internacional -de todos los diseñadores Valentino es mi favorito–, pero siempre he tenido preferencia por mis raíces, por lo que vi cuando era pequeña, aunque yo hago lo que me pidan, no tengo problema en hacer cualquier estilo. Mi hobby son los trajes de chaqueta tipo sastre, que son los que más trabajo me dan, pero me gustan. Siempre me ha gustado hacer algo de modistura, pero sobre todo me ha gustado preservar lo artesanal, como los batones o la ropa con muchos encajes y alforzas, que recuerdan la moda de 1800.
Actualmente, ¿qué detalles hacen único un diseño de Carmen Fiol?
-Siempre he dicho que lo natural para nosotros los cubanos, por el clima, es usar tejidos de algodón, de lino, telas frescas. El hilo es más difícil de conseguir, pero hay telas de poliéster que tienen bastante algodón. Nosotros somos un país pobre y debemos utilizar lo que podamos, pero siempre con un sentido de la moda: escotes amplios, con vuelos, alforzas y encajes, sin que sea algo exagerado. Los encajes ya me cuestan trabajo hacerlos y los compro hechos o los mando a hacer aquí mismo, porque en Cuba se hacen encajes de mucha calidad. Crear el tejido también me gusta mucho, pero sólo cuando es apretado, no me gusta el tejido abierto ni con hilo grueso. Me gusta coser la tela suave y si coso la tela doble es solo para hacer una chaqueta, un camisero o una saya estrecha, pero siempre buscando frescura.
-Entre mis prendas se pueden encontrar vestidos muy sencillos, no quiero que piensen que nada más me dedico a la alta costura. Hago lo que sea y con lo que sea, con un pedacito de tela, con tela reciclada, con encaje reciclado… Tengo mi método para planchar la ropa que coso. Con una mezcla de maicena, agua y alcohol de 90 plancho las costuras, y si la ropa es de algodón o lino pongo una toalla doble y la plancho al revés, que es como se debe hacer, para darle vida a la ropa.
-Hice tantas cosas en lienzo, tan bonitas y tan trabajadas, que las personas lo tenían que tocar para saber si era hilo o lienzo, porque le daba un tratamiento que quedaba muy blanco. Recuerdo que la esposa de Harry Belafonte me compró un vestido en lienzo. El tiempo, el tratamiento y el detalle son muy importantes para confeccionar cualquier prenda. Yo tengo mucha paciencia, para que el trabajo me quede como yo creo que debe quedar.
En el libro Vestir a la medida usted se refiere en varias ocasiones a su deseo de cultivar el buen vestir y el buen gusto a través de sus creaciones. ¿Qué quisiera enseñar a las nuevas generaciones sobre el diseño de ropa y la moda?
-No se puede culpar a las personas, porque debido a la situación del país han tenido que apelar a pulóvers y pitusas (jeans) para asistir a lugares que requieren otro tipo de ropa. No sienten ya el deseo de vestir correctamente en cada ocasión. En los años en que había mucha escasez en Cuba, fui a un congreso de médicos y dentistas con mi esposo, y era una de las mejores vestidas del grupo. Pero he tenido siempre la costumbre de comprar telas y guardarlas, y cuando nadie tenía, pude sacarlas y hacerme ropa. En Cuba hay que tratar de que otra vez se arraigue la cultura del vestir. Aunque sea con un solo vestido, como era antes, que tampoco éramos ricos, pero se tenía un vestido “dominguero”. Me he dado cuenta de que tampoco es un problema solo de los cubanos, sino que es internacional.
-En sentido general, no se le da la importancia debida a nuestro trabajo. No se valora nuestro proceso de creación, como se valora por ejemplo a los artistas plásticos. Yo digo que no soy diseñadora, sino creadora, porque primero imagino lo que quiero hacer, después lo presento sobre el maniquí y por último hago el diseño. Ahí es donde cojo la experiencia de cómo cae la tela, tomo la separación del busto, etc. Mi criterio es que el diseñador debe saber de corte y costura, porque a veces pinta sobre el papel algo que no es posible llevar a la tela.
¿Qué le ha parecido el homenaje que le ha dedicado el Fondo Cubano de Bienes Culturales en el marco de la Feria Nacional Arte para Mamá 2014, luego de tantos años de colaboración?
-Me he sentido feliz de trabajar todos estos años, de poder hacer lo que me gusta, y no tengo palabras para hablar del agradecimiento que siento por el Fondo, porque reconocen mi trabajo. Soy de las que piensan que siempre hay que estar aprendiendo. Nunca uno puede decir “lo sé todo”.
Desde hace algún tiempo, con el aparente propósito de recuperar la elegancia en la población, el gobierno ha iniciado una serie de actividades como ferias, pasarelas, y secciones de modas en programas de facilitación social.
Al mismo tiempo, como parte del proceso de actualización del modelo económico cubano, que contempla aplicar otras formas de gestión empresarial no estatal, ha permitido la apertura de una serie de tiendas. Por solo citar un ejemplo, tenemos el proyecto Modas Café, ubicado en la céntrica esquina de San Rafael y Consulado, que en altos precios en pesos convertibles, vende ropa femenina, diseñada y confeccionada en el propio establecimiento.
La cultura del buen vestir en nuestra población empezó a desaparecer a partir de la década del 60 con la escasez de ropa y de tejidos. Con la instauración de la libreta de racionamiento, los cubanos se uniformaron, y no solo de verde olivo. Lo mismo en ropa de hombre que de mujer, los colores y motivos se volvieron repetitivos, y en su mayoría inadecuados para nuestro clima.
¿Quién no recuerda encontrarse frente a frente, lo mismo en el cine que en la cola del Coppelia, con una o más personas con la misma camisa, la misma blusa, o una prenda hecha de la misma tela?
Me cuenta Amelia, una vecina, que su hermana era muy presumida. Cierta vez compró el corte de tela que le tocaba por la libreta, y lo guardó un tiempo. Cuando por fin se hizo su vestido, y se lo estrenó para ir al teatro, regresó llorando, porque una mujer en la guagua iba vestida con la misma tela, ya vieja y desteñida.
En Cuba desaparecieron los tejidos de algodón de fabricación nacional y también prendas tradicionales como la guayabera. Los pantalones de dril y los trajes fueron demonizados, junto con la elegancia y las buenas costumbres, bajo el ignominioso apelativo de “rezagos de la burguesía”. Se le fue inculcando a la población que la moda era algo trivial.
De vuelta al presente, del 8 al 18 de junio último se celebró en Pabexpo la feria comercial Cuba es Moda, con empresarios de la isla, de Italia y España, entre otros. Según la información de Granma, del martes 9 de junio de 2015, el objetivo de este evento era buscar oportunidades que contribuyeran a diversificar la presencia de textiles, calzado, cosméticos y confecciones varias en el mercado nacional.
Pero a medida que continuamos leyendo vimos que el verdadero objetivo era desarrollar la industria de la moda con capital foráneo. Para ello se realizaron seminarios, talleres, desfiles de modas, presentaciones de productos y servicios, con el fin de promover nuevos acuerdos comerciales e identificar socios potenciales.
Resulta que ahora, en 2015, el gobierno castrista necesita capital foráneo para levantar la industria textil cubana, que antes de 1959 estaba llamada a ser una de las más importantes ramas de nuestra economía. En aquel entonces existían en el país cuatro fábricas de tejidos de algodón, una de cuerda de alta tenacidad, cinco de tejidos planos de rayón, dos de cintas, cuatro de tricot, una de lana y casimir, cuatro de toallas, una de tejidos de tapicería y sobrecamas, diez de medias y calcetines, y otro gran número de pequeñas fábricas de tejidos y confecciones de punto de algodón y rayón.
La textilera de Ariguanabo era la pionera del ramo en Cuba. Fue fundada en 1931 por Dayton Hedges. Estaba ubicada en la zona pantanosa de Cayo La Rosa, Bauta, que luego se convirtió en una extensión de tierra firme donde muchos de sus obreros vivían en casas construidas por la compañía y no pagaban alquiler, ni electricidad, ni agua.
En esta gran industria se fabricaban hilazas de algodón, rayón y tejidos de algodón como lienzo, opal, poplín, guarandol, dril fino y mezclilla. Los sacos para envasar mercancía, de algodón o rayón, se elaboraban en la propia textilera, de donde salían para los principales almacenes del país.
Esta fábrica trajo gran prosperidad al pueblo de Bauta, de donde procedía la mayoría de sus trabajadores. Ya en 1950 se pagaba un peso y 13 centavos por hora, y se trabajaba ininterrumpidamente, en cuatro turnos de seis horas.
Antes de 1959, las telas y los accesorios eran baratos, y con mucha frecuencia las tiendas de ropa hacían rebajas. Hoy las telas están carísimas y su venta es en divisas. También escasean los accesorios y las buenas costureras.
Pero hace mucho tiempo que los cubanos, que antes disfrutábamos de la elegancia, prescindimos de la moda, pues a la hora de vestirnos la necesidad nos obliga a ponernos lo que cada cual haya podido conservar en su ropero. En el pasado, muchas mujeres sabían coser, aunque también había excelentes modistas profesionales.
Al Estado igualmente se le hace difícil promover el buen vestir dentro de la población porque tiene un competidor con todas las de ganar: la venta clandestina de ropa importada, que además de ser menos cara y mejor confeccionada, está más cerca del gusto de la mayoría.
Y no olvidemos la ropa reciclada -ropa de segunda proveniente de otros países- y que se ha convertido en la primera opción para cubrir las necesidades de una población que apenas tiene para comer.
Gladys Linares
Cubanet, 21 de julio de 2015.
Foto: Venta de ropa reciclada en Dolores y 16, Lawton, hecha por la autora.
Hace unos meses, un pastor norteamericano que fue a predicar en una iglesia evangélica de El Vedado, antes de referirse a las tribulaciones sufridas por la Iglesia de Macedonia miles de años atrás, jocosamente dijo a los creyentes cubanos: “Estoy mirando desde aquí los pies de ustedes, y por eso sé que estoy en Cuba”.
Tenía razón el predicador. El calzado -mayoritariamente de fabricación china- que se comercializa hoy en las tiendas recaudadoras de divisas es de pésima calidad y con altísimos precios de venta. Son zapatos que, después de usarlos un par de veces, se quiebran, se despellejan y se despegan con facilidad.
Lo que desconocía este joven pastor es que antes de 1959, Cuba contaba con un vasto desarrollo en la industria del calzado que traspasaba las fronteras nacionales. Las marcas Bulnes, Ingelmo, Valle y Amadeo, contaban con un conjunto de actividades de diseño, fabricación, distribución, comercialización, así como prestigio en muchas partes del mundo.
¿A dónde ha ido a parar la afamada industria cubana del calzado? Salí a investigar e hice un recorrido por el municipio Cerro, donde estaban enclavadas aquellas reconocidas marcas.
La antigua Amadeo, en Mariano 460 entre Lombillo y La Rosa, actualmente está destartalada y sólo produce botas. La otrora Valle, en Santo Tomás 277 entre Arzobispo y Tulipán, desde hace rato es un almacén de polvo. La marca Bulnes, en la Calzada del Cerro esquina a Patria, que elaboraba todo tipo de zapatos y fuera construida por el español Benigno Herrero Bulnes, fue nacionalizada por los Castro. Hasta los años 70 se mantuvo funcionando y luego devino en ruinas por un largo período hasta que el Estado construyó una sala de cine 3D, al lado de un anterior timbiriche de venta de alimentos y bebidas.
Acerca de C. Ingelmo y Hermanos, fundada por Cristóbal Ingelmo García, natural de Salamanca, España, es importante subrayar que esta firma familiar fue catalogada como la más importante entre 185 fábricas de calzado msculino existentes en esa época en el mundo. Ingelmo empezó con un tallercito, y a los pocos años construyó una imponente fábrica de varias plantas, que estaba situada en Pedroso y Nueva, Cerro. Hace más de cuarenta años allí funciona la empresa de instrumentos musicales Fernando Ortiz, especializada en la producción de maracas y tambores.
Este reportero conversó con una persona que quiso permanecer en el anonimato, pero con un largo historial como directivo dentro de la industria del calzado hasta su jubilación. Según el entrevistado, hasta 1990 Cuba producía alrededor de 23 millones de pares de zapatos de todo tipo, pero a partir del Período Especial comenzó el deterioro y descapitalización de esta industria. Y añadió:
-Durante esa etapa de rápida depauperación económica, la fábrica Nguyen Van Troi, en Vía Blanca y Monumental, Guanabacoa, cuyo edificio, organización, e infraestructura fue proyectada e instalada por técnicos checos de la firma SVIT (Bata), fue totalmente desactivada y convertida en una pocilga de chatarra y ratones. Por otro lado, la Amador Blanco Peña, en Loma y Tulipán -creada a principios de la década del 70, a iniciativa de Fidel Castro, con la maquinaria incautada a las fábricas de Ingelmo y Valle–, dejó definitivamente de funcionar en 2014, siendo reacondicionada la inmensa nave por la Oficina Nacional de Diseño Industrial, que se estableció allí.
-También desapareció la fábrica de Managua, en Independencia entre Campamento y Arencibia, encargada de confeccionar botas militares atornilladas, tan pesadas y poco prácticas que los propios soldados les arrancaban las suelas. En su lugar se ubicó un policlínico. Igual destino corrió la Empresa de Calzado Plástico, creada por Celia Sánchez, en Ermita y San Pedro, Cerro. Allí desde 1990 radican las oficinas del grupo empresarial Combell. La fábrica de la calle Empedrado, Habana Vieja, jamás ha logrado su misión de 'impulsar la producción socialista de un calzado cómodo y bello'.
De lo poco que queda de producción de calzado en el país se puede mencionar, entre otras, la Botana, al sur de Villa Clara, y la Venus en Guanabacoa, en las afueras de La Habana. Y entre los productores privados destaca el Proyecto Guazú, en Santa Clara, que produce un calzado hecho a mano, de vestir y de trabajo, guantes, petos y fajas.
Mientras algunas empresas internacionales hacen estudios independientes sobre la influencia del calzado en la imagen personal, donde advierten que el 85% de las mujeres admiten valorar a sus compañeros, jefes y clientes según la ropa y el calzado que llevan, se puede decir que en la Cuba del siglo XXI, gracias a los artesanos fundamentalmente, y al viejo oficio de zapatero remendón, gran parte de la ciudadanía resuelve cómo calzarse los pies por más tiempo.
Gracias al ingenio de los cuentapropistas, la población en Cuba no ha caminado descalza por los campos y ciudades bajo un sol tropical que raja las piedras.
En la web de Radio Cadena Habana descubro un texto titulado Obiní Obatá: un canto a Changó, sobre seis cubanas que cantan y bailan al ritmo de tambores batá tocado por ellas mismas.
En You Tube descubro Una sonrisa para el tambor, documental de 18 minutos dedicado a Obiní Batá, con opiniones de especialistas como Alfredo O'Farrill, Lino Neira y Natalia Bolívar, entre otros.
¿Habrá africanas que tocan tambores batá u otros instrumentos de percusión?
Buscando, encuentro una agrupación femenina de la República de Guinea o Guinea-Conakry que tocan djembe o yembé. Y en Baka, África Central, la especialidad de estas tres mujeres es el Liquindi, como el llaman al Water Drumming, el arte de 'tocar tambores' en el agua de un río.
Por el blog Mujeres Instrumentistas me entero de varias mujeres percusionistas en otras partes del mundo: Lucía Martínez (Galicia, también toca batería), Melina Palacios (Argentina), Marcie Chapa (USA, también toca batería), Sonia López (Puerto Rico), Alba Gutiérrez (Cantabria), María del Carmen Dongo (Perú); Ana Norgaard (Venezuela), Keiko Abe (Japón); Evelyn Glennie y Emma Louise Broodie (Escocia, ésta última también toca batería). Marcie Chapa, pecursionista y baterista, ya era famosa antes de esta actuación con Beyoncé.
Otras bateristas conocidas son las argentinas Andrea Álvarez y Silvana Colagiovanni; la chilena Juanita Parra); la asturiana Eva Díaz Toca; la canadiense Régine Chassange, que también toca acordeón, y las estadounidenses Caroline Corr, Terry Line Carrington, Sheila E y Cindy Blackman.
Como en la vieja habanera que Guillermina Aramburu escribió en 1934 para la gran María Teresa Vera, veinte años después regresa Buena Vista Social Club. El último gran disco de la música cubana publicado en el siglo XX, el bolero postrero de toda una generación de compositores e intérpretes que encandiló al mundo a base de guajira, guaracha, danzón y cha cha chá. Ahora, el epílogo de aquellas históricas sesiones de grabación realizadas en La Habana en la primavera de 1996 vuelve a fulgir en el álbum Lost and Found. Catorce piezas inéditas que reúnen a las voces supervivientes de Omara Portuondo y Eliades Ochoa con la memoria sonora de los desaparecidos Compay Segundo, Rubén González, Ibrahim Ferrer, Cachaíto, Manuel Galbán, Pío Leyva y Angá Díaz.
No es fácil seguir buscando gemas escondidas en los recovecos de una sesión de grabación que, a la postre, se convirtió primero en un disco de ocho millones de copias vendidas, después en una película de Win Wenders y, desde entonces, da título a una colección antológica de proyectos individuales bajo la etiqueta Buena Vista Social Club presents. Pero todavía quedaban tesoros por enseñar al gran público, constató Nick Gold, el director de la disquera británica World Circuit y productor del disco que revitalizó el interés general por los fantásticos ritmos de la isla de la música. Así que Lost and Found podría ser, sin ambages, ese capítulo jamás escrito sobre aquellos días de grabación en los estudios de la Egrem en el habanero barrio de Miramar. Una experiencia musical que para el guitarrista Ry Cooder se convirtió en una aventura inaudita. “Sentía que me había estado preparando toda la vida para esto”, dijo el autor de París-Texas.
Y con el ritmo pausado de Cuba se abre ahora Lost and Found, recuperando la esencia del disco original. No es casualidad que la versión de Macusa suene a dos voces con Eliades Ochoa y Compay Segundo. Fue la fórmula con la que el álbum Buena Vista Social Club tumbó la puerta del desinterés de tantos años por la música cubana gracias a la ya popular Chan Chan. Antes, con la voz atlética de Ibrahim Ferrer al frente, suena Bruca manigüá en homenaje a los tiempos en los que este hombre bueno que Buena Vista Social Club rescató del retiro como limpiabotas compartió tablas con el bárbaro del ritmo Benny Moré. Otro clásico del cancionero popular cubano, Tiene sabor, de dominio vecinal en la versión de Abelardo Barroso y la Orquesta Sensación, suena aquí en la voz trémula de Omara Portuondo.
Tiene sabor se quedó fuera de la selección de su disco Flor de amor, publicado en 2004, y ahora fulge de nuevo con la fórmula vocal que la veterana cantante de Cayo Hueso aprendió en el seminal cuarteto femenino Las D’Aida, el conjunto que acompañó a Nat King Cole en las noches de conciertos legendarios de Tropicana, en el suburbio habanero de Marianao. Omara Portuondo repite luego con el clásico bolero-son de Miguel Matamoros Lágrimas negras, quizá la pieza cubana más conocida fuera de la isla, aquí recuperada en la grabación de última hora en las sesiones originales de 1996.
La cuota experimental de Lost and Found, porque no sólo de la nostalgia vivió Buena Vista Social Club, devuelve a los anaqueles a una de las promesas más rompedoras que salieron de Cuba en la última década del siglo pasado. Miguel Aurelio Díaz Zayas ya era un reputado percusionista cuando se sumó al equipo de Buena Vista Social Club. Originario de la provincia campesina de Pinar del Río, allí donde crece el mejor tabaco cubano, Angá heredó primero el apodo de su padre y, ya en los años 90, apareció de improviso en la escena de jazz afrocubano. Desde Gonzalo Rubalcaba no se había visto nada parecido. Grabó en 1994 con el legendario conguero Tatá Güínes el disco Pasaporte y dos años después trabajó con Roy Hargrove en el álbum Crisol Habana, ganador de un premio Grammy. En Buena Vista, Angá aporto rítima negra, luego sería protagonista de un disco propio muy recomendable, Echu Mingua, publicado un año antes de fallecer de un infarto en su casa de Barcelona.
Lost and Found rescata ahora la pieza Black Chicken 37, uno de los descartes de Introducing Cachaíto, disco titular del bajista de largo recorrido de la saga de los López, los hermanos Orestes e Israel Cachao, los padres de aquel ritmo contagioso que en los años 50 puso al mundo entero a bailar música cubana al grito de ¡Maaambo!
Capítulo aparte merece en Lost and Found el añorado pianista y compositor Rubén González. Columna vertebral en el conjunto liderado por el violinista Enrique Jorrín, posiblemente el proyecto musical que más hizo por la fiebre del cha cha chá dentro y fuera de Cuba, este veterano superviviente de la época gloriosa de la música cubana, era el primer artista que llegaba cada mañana a los habaneros estudios de la Egrem. Tan pronto amanecía, rápido se sentaba al piano. Hacía años que no disponía de un piano en casa y vivía de su raquítica pensión de músico jubilado. Él, Rubén González, el pianista que enseñó al mundo las músicas de Cuba con recitales en Venezuela y Argentina.
Casi nadie se acordaba de eso, pero en palabras de Nick Gold, aún rebosaba música, música e ideas. "Rubén estaba siempre on fire", recuerda el productor, que sin dudar elige el primer álbum instrumental de Rubén González como su capítulo preferido de toda la serie discográfica de Buena Vista Social Club. El nuevo disco de rescates ofrece ahora un paseo meláncolico por la memoria del octogenario pianista de Santa Clara, que iba para médico y empezó su carrera musical con Arsenio Rodríguez en 1943. Suenan dos instrumentales, Quiéreme mucho y Como siento yo (ésta, en directo, de su primer concierto en Londres) y, con el aporte vocal de Eliades Ochoa, Pedacito de papel.
Para detallistas, y un guiño curioso que conecta con el optimismo de vivir que rodeó siempre la aventura excepcional del Buena Vista Social Club, al final se escucha aal pianista Rubén González cantando en un arrebato improvisado en la atmósfera mágica de la Egrem. Es lo que tenía La Habana del son, la que nunca admitió comparación.
Carlos Fuentes
El Confidencial, 29 de mayo de 2015.
Video: Rubén González tocando Siboney, de Ernesto Lecuona, en el programa BBC Jazz Piano Gold.
Es indiscutible que Cuba ha sido productor de muchos ritmos bailables, lo que es natural en una nación que podría considerarse la más bailadora del mundo. Pero La Habana es donde más se “movía el esqueleto”. No solo se bailaba solamente en la parte vieja, El Cerro, Jesús del Monte, Vedado y La Víbora, también en Rancho Boyeros, Miramar y Marianao y otros barrios de La Habana. Por toda la ciudad y sus alrededores existían muchos lugares que servían de entretenimiento y a los cuales también se podía acudir a bailar:
Existían grandes asociaciones mutualistas españolas que tenían espaciosos salones y ofrecían bailes para socios e invitados, como el Centro Asturiano, Centro Gallego, Artística Gallega, Sociedad Curro-Enríquez en Santos Suárez y el Casino Español, sin contar los clubes sociales donde se realizaban grandes fiestas, casi todas privadas.
Entre esos clubes figuraban Los Yesistas, próximo a Carlos III; Unión Fraternal, uno en la calle Revillagigedo y otro en los altos del Teatro Nacional, en el Paseo del Prado; la Sociedad Unión Club, en Neptuno y Zulueta; La Taberna San Román, en San Pedro y Oficios, por la Avenida del Puerto; el Salón Atenas, en Prado y Neptuno, esquina que inspiró a Enrique Jorrín para su chachachá La engañadora; Hotel San Luis, en Belascoaín y Lagunas, y la Marquesina del Hotel Saratoga, en Prado y Dragones.
También era impresionante el número de clubes nocturnos que tenían orquestas para bailar, como el Palermo Club, en Amistad y San Miguel; National Nigth Club, en San Rafael y Prado, con dos shows diarios y dos orquestas; Las Vegas, en Infanta y Humboldt; Tony’s Club, detrás del Capitolio; Bar-Club Prado 260, en Prado 260. En el hoy municipio de Rancho Boyeros se localizaban el Río Cristal Club, Reloj Club, Mambo’s Club, Bambú Club, con dos shows nocturnos y donde bailó Tongolele, Night and Day y Night Club Mulgoba, en el reparto del mismo nombre.
El mítico Alí Bar, en Dolores y Lucero, Lawton, donde muchas veces cantó Benny Moré; Sierra Nigth Club, en Concha entre Cristina y Vía Blanca, con dos shows diarios y dos orquestas; Alloy Nigth Club, en la calle Fábrica, Luyanó; Morocco Club, Paseo del Prado 402; Intermezzo Bar, Refugio 111; Johnny’s Bar-Club, Virtudes 58; Pan American Bar-Club, Ayestarán 235 y el Zombie Club, en la calle Zulueta.
De los cabarets podemos citar: Sans Soucí, en Arroyo Arenas; con dos orquestas cada noche y dos producciones internacionales; Hotel Sevilla en Prado y Trocadero; Los Troncos, en Galiano entre Ánimas y Trocadero; Topeka, en la Avenida de Rancho Boyeros; La Campana, Infanta y San Martín; Tokio en San Lázaro y Blanco, y Las Vegas, en Infanta y Humboldt.
En otras zonas de la capital también existían locales donde se solía bailar. En Miramar, el Balneario Casino Deportivo, Club ESSO, Club Comodoro, Hotel Copacabana, Boulevard Room, Saigón Club, y Johnny’s Dream Club, en La Puntilla. Los diferentes clubes privados de Miramar ofrecían bailables todas las semanas.
En Marianao se encontraban los famosos y populares Jardines de la Tropical, el Casino de La Lisa y el Casino Rivolí. Considerado el night club más bello del mundo, el cabaret Tropicana tenía dos salones, el Edén Concert, conocido como Un Paraíso Bajo las Estrellas y el espectacular Arcos de Cristal. Igualmente en Marianao se podía bailar en el Niche Club, la Taberna de Pedro, el Rhumba Palace, Cabaret Panchín, Cabaret Pennsylvania, con dos shows cada noche; Mi Bohío, el Biltmore, en Jaimanitas, Selva Club's en Pogolotti, donde único se podía bailar con Arsenio o Felix Chapottin, la viva expresión de la música criolla, sin menospreciar al Conjunto Casino.
Aún quedan otros: Choricera Club, un centro rústico con mesas de madera sin pintar y piso de tierra, del famoso El Chori, que ofrecía unos espectáculos con tambores batá que atraía a turistas extranjeros y actores como Marlon Brando; Barrilito Club, Flotante Club y el Quibú, situado detrás de la Universidad de Villanueva, cerca de la playa de Marianao, junto al arroyo del mismo nombre. En la barriada de Buena Vista, en la Calle 31 entre 46 y 48, Marianao quedaba el Buena Vista Social Club, cuyo nombre se haría mundialmente famoso gracias a viejos músicos.
En El Vedado encontramos el Club Sherezada, en los bajos del edificio Focsa, en 17 y M; Rocco Club, en 17 y O; La Red, en 19 y L; El Gato Tuerto, en 19 y O; La Zorra y el Cuervo, en 23 y O; Super Club La Rue, en 19 y H, y los cabarets de los siguientes hoteles: Parisién y Arboleda Room, del Nacional; el del Vedado en O entre 23 y 25; Copa Room del Habana Riviera; Salón Rojo del Capri, Caribe del Habana Libre; Bar-Club Cortijo del Flamingo, el Willie’s Club, en 21 y N; Atelier, en 17 Y 6; Johnnie’s 88, en O entre 23 y 25; Montmartre Night Club, en P y 23; Embassy, en 23 y 26; Maxim’s Club, en 3ra. y 10; Club 21, en 21 y 22; Nigth Club Sayonara; Club El Jhonny en 3ra. y A; Edén Club, en 23 y O; Eloy Club, en Línea, entre I y H, y el Bar-Club Turf, en Calzada y F (aunque la publicidad aclaraba “ambiente refinado” no dejaba de ser de los más oscuros).
El listado es muy extenso y dudo que muchos lo lean, he querido poner los nombres y en muchos casos las direcciones para autentificar los datos. Hubiera sido más simple poner la cantidad, pero considero que una cifra es solo una cifra y no garantiza la existencia de tantos lugares donde se bailaba. Aún quedaría mencionar los de las playas Guanabo, Santa María del Mar, Regla, Guanabacoa…. pero ya sería demasiado…
En estos listados he tratado de tener en cuenta solo los lugares en que se bailaba. Si por casualidad algún lector recuerda haber asistido a uno de estos sitios y no vio baile, eso no quiere decir que nunca se bailó. A finales de los años 50, La Habana tenía abiertas más de 100 salas acondicionadas para bailar. Desde 1920 hasta 1950, siempre hubo una gran cantidad de bailadores, quienes demandaban lugares donde se pudiera bailar a gusto. Después de conocer este listado creo que no queden dudas de que era, la capital cubana de Cuba, la ciudad más bailadora del mundo.
Si bien es cierto que algunos de los lugares mencionados solo estaban al alcance de personas de alto nivel económico, también es cierto que había lugares para todos los gustos y bolsillos, y que en La Habana y en toda Cuba, el que no bailaba era porque era un “patón” o un “pasmao”.
Derubin Jacome
Cuba en la memoria, 25 de enero de 2013.
Video: Bailando en La Tropical, del CD homónimo de la orquesta de Adalberto Álvarez y su Son.
El 16 de julio de 2003 no murió solo “la guarachera de Cuba” o “la reina de la salsa”. Paquito D’Rivera fue justo cuando dijo: “Se ha muerto el alma de Cuba”. Su verdadero nombre era Úrsula Hilaria Celia de la Caridad Cruz Alfonso de la Santísima Trinidad, pero para el mundo sería luego, sencillamente, Celia Cruz.
Había nacido en 1925, en un tranquilo solar de Santos Suárez y en una familia pobre. Aunque cantar fue su predilección desde la infancia, comenzó la carrera de magisterio para complacer a su padre. Ya a punto de terminarla, sin embargo, pasó al Conservatorio Nacional de Música, donde estudió desde 1947 hasta 1950, al tiempo que cantaba y bailaba por La Habana y participaba en programas radiales para aficionados.
En 1949 había grabado en Venezuela canciones de José Antonio Méndez, Senén Suárez, Orlando de la Rosa, Rafael Hernández y Bebo Valdés, pero, al año siguiente, entró a cantar en la Sonora Matancera, que le abrió el camino que acabaría en la gloria mundial. Con esa agrupación, Celia permaneció quince años y luego se asociaría temporalmente con grandes como Tito Puente, Fania All Stars o Willie Colón. Llegaría a cantar ante 250 mil personas y también actuaría en telenovelas y películas. Siempre acompañada por su gran amigo, primero, y luego su esposo hasta el fin de su vida, Pedro Knight, que de trompetista de la Sonora Matancera pasó a ser su manager y arreglista musical.
En más de medio siglo de carrera y con más de ochenta discos (muchos de ellos de oro o platino), recibió incontables reconocimientos: estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood y de Caracas, cinco Premios Grammy, doctorados Honoris Causa de tres universidades de Estados Unidos, el premio National Endowment for the Arts. Un tramo de la calle Ocho de Miami lleva su nombre.
Cuando falleció, el pianista Chucho Valdés afirmó que Celia Cruz “ha sido la sonera más grande que ha dado Cuba”. Por desgracia, eso lo supieron muy pocos en la Isla. Las canciones que en su voz conquistaban el mundo siguen prohibidas en los medios cubanos. Sin embargo, todo el mundo conoce su nombre y su importancia, y muchos la recuerdan y admiran y escuchan su música.
Uno de ellos es Frank Delgado, conocidísimo cantautor, quien, como pasa con Pedro Luis Ferrer, quien ha publicado más de diez discos dentro y fuera de Cuba y apenas tiene divulgación en los medios nacionales y, no obstante, puede llenar un teatro sin que su actuación se anuncie oficialmente.
“Yo llegué tarde a Celia Cruz. Fui de la generación del 'diversionismo ideológico', figura quasi delictiva en los años 70”, recuerda el músico nacido en 1960. “Sabía mucho de rock y le perdonaba la vida a Irakere porque Carlos Emilio le ponía un toque eléctrico a Quindiambo, y me gustaba el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, pero de ahí no pasaba en la música cubana”. Así que parecía poco probable que el trovador se encontrara con la guarachera y salsera.
Sin embargo, “Celia Cruz fue cosa de mi madre, que la había visto en los mítines del Partido Socialista Popular junto a Olga Guillot, en Consolación del Sur. Eso ella me lo ha repetido siempre hasta el cansancio para que entienda que ella es más joven que Celia y que, a su vez, la reina de la rumba comulgó alguna vez con la izquierda. Vitriólica esencia de mi progenitora”, ironiza Frank Delgado.
Allá por 1980, en las tardes dominicales, se hacía una peña desautorizada en un parque habanero. Entre los participantes estaba Luis Ríos, de quien Celia Cruz grabaría después Qué manera de quererte. Relata Frank que una vez, “escuché un panegírico de Celia Cruz por parte de quien dijo ser su hermano, que nos reprochó nuestra ignorancia sobre unos de los símbolos de la música cubana. Todo me sonó tan convincente que tuve que volver a preguntarle a mi madre, y ahí me enteré del vínculo de la cantante con mi familia”.
Resulta que la familia de este cantautor, como él mismo, es de Pinar del Río. Su tío segundo Néstor Pinelo Cruz (Maíto) fue el compositor de Me voy a Pinar del Río, himno extraoficial pinareño, que en los años 50 popularizaran Celia Cruz y la Sonora Matancera. “Qué son más sabroso, qué poesía para un tema bailable”, comenta Frank Delgado, y añade: “Además de esa canción, Celia grabó Consolación del Sur, también del tío Maíto” (nacido en ese municipio en 1921).
Con ese lazo que relacionaba a Celia con la historia de su familia, el entonces joven trovador comenzó a acercarse a su obra escuchando discos de Radio Progreso, de la cantante con la Sonora Matancera, con la Orquesta de Ernesto Duarte y Senén Suárez, y compilaciones de sus temas clásicos, como Yerberito moderno, Burundanga, Químbara, Juanito Trucupey, Yembelaroco, Mata Siguaraya, En el tiempo e la colonia y la mencionada Me voy a Pinar del Río.
“Me gustó que Celia nunca se quedara varada en la calle melancolía”, dice Frank. “Fíjate que con más de 60 años consiguió éxitos rotundos como Yo le pongo sazón y La negra tiene tumbao, e hizo colaboraciones históricas con Willie Colón, Los Fabulosos Cadillacs, Jarabe de Palo, Gipsy Kings y un montón de artistas que la admiraban y sabían que su nombre era sinónimo de vórtice de huracán”.
Y llegó el momento inolvidable: “La pude ver en vivo a finales de los 90 en un estadio de Buenos Aires y luego en el Gran Rex, donde la seguridad del teatro no me dejó llegar a ella para regalarle mi disco Trovatur. Ya en 1992 yo había compuesto La otra orilla, donde el estribillo dice que vivo 'bailando con Celia Cruz y oyendo a Silvio y Pablito', lo que en aquella época era condenar la canción al ostracismo y ponerme un cartelito de conflictivo. Mi tío Maíto le mandó un cassette con esa canción y ella le escribió preguntándole si yo 'no había tenido problemas con las autoridades' por hablar de ella en una canción. Quise responderle personalmente en el 2000, cuando mi tío me mostró la carta en su minúsculo apartamento de New Jersey. Me hacía mucha ilusión conocerla. La llamamos varias veces durante tres días. Antes de regresar a La Habana le dejé a Maíto mis discos Trovatur, La Habana está de bala (que incluye La otra orilla) y El adivino, para que se los enviara”.
Pero Frank Delgado desconoce si por fin los recibió. Su tío murió en 2003, unos meses antes que Celia. El día mismo en que murió la cantante, él se encontraba en casa de unos amigos, nada menos que en Santos Suárez y Celia fue el tema central de la velada, pero nadie sabía en qué sitio exacto del barrio había nacido la guarachera.
“Cuando me iba, cogí unas flores de uno de esos hermosos jardines enrejados y las dejé a su nombre en una esquina de Santa Catalina. Si hubiera tenido lápiz y papel hubiera adjuntado una esquela que diría más o menos: 'A Celia Cruz, la que me buscó ‘problemas con las autoridades’ y la que, al conjuro de su nombre, hace que la gente cante Bailando con Celia Cruz, oyendo a Silvio y Pablito, en mezcla tan informal, merengue con platanito”, concluye el trovador.
Otro músico que comparte con nosotros sus impresiones sobre Celia Cruz es José Antonio Sánchez, antiguo ingeniero agrónomo que a veces toca la guitarra y el tres con algún conjunto típico en sitios con turistas. Por el día se gana la vida 'boteando' con su viejo almendrón. Sus amigos le llaman Toto. Recuerda que en su familia tuvieron siempre cientos de discos, lo mismo en La Habana que en su natal Camagüey. Celina González y Reutilio, Ñico Saquito, Benny Moré, Los Compadres, la Aragón, Arsenio Rodríguez, el Conjunto Casino, el Trío Matamoros, Ignacio Piñero... “Esa fue la banda sonora de mi infancia. Y siempre escuché a Celia Cruz, la preferida de mi padre. Yo me quedaba con Celina y su obra maestra Yo soy el punto cubano. Pero con los años me ha ido entrando cada vez más Celia y he entendido mejor a mi padre, que, como era piloto de Cubana de Aviación, a veces traía discos suyos. Yo sacaba canciones en la guitarra, ponía el tocadiscos y me imaginaba que la acompañaba”.
Cuando se reunía con sus amigos a conversar, darse unos tragos y escuchar música, había sólo discos de música anglosajona. De música cubana, si acaso, Silvio Rodríguez, del que José Antonio nunca fue muy admirador, aunque le gustaba su imaginación para la armonía y los acordes, su manera de tocar la guitarra. Confiesa que prefería a los clásicos cubanos. "Llevé varias veces discos de Celia Cruz con la Sonora, que mi padre había traído o mi hermano había enviado desde Estados Unidos, pero nadie la conocía y no le hacían mucho caso al principio. Con el tiempo, mira cómo son las cosas, me di cuenta de que Celia empezó a gustarles más que Celina, a la que ya perdonaban, e incluso más que Elena Burke o que Omara Portuondo, que sí todo el mundo conocía”.
Al antiguo agronómo, todavía aquello le sigue pareciendo un milagro. “Llegó un momento en que escuchábamos casi tanto, o más, a Celia Cruz que a Pink Floyd”. José Antonio, que nunca fue fanático del rock y ni siquiera se interesó mucho en él, prefería a Celia Cruz que a Janis Joplin y, siendo estudiante, formó un grupo para cantar música guajira, sones y guarachas. “Quería una voz prima femenina como la de Celina o la de Celia, imagínate. Nunca la encontré. Compuse algunas canciones en esos géneros, incluso acercándome a la balada. Me hubiera gustado lograr entonces lo que luego haría tan bien Juan Luis Guerra”, y se ríe. “Dejamos de tocar en festivales estudiantiles y en casas de cultura, pasábamos demasiado trabajo. En esa época, a principios de los 80, a los jóvenes no les interesaba tanto la música cubana como ahora. De Celia Cruz no se podía ni hablar. Se oía mucho rock o pop en inglés”.
Berty González Gómez trabajó en la Compañía Telefónica durante muchos años y ya lleva tiempo jubilada, pero tiene en su memoria muy clara una imagen de 1952, cuando tenía 12 años y estaba sentada al piano, tratando de tocar Mata Siguaraya, que su primo Lino Frías Gómez, pianista de la Sonora Matancera, había compuesto hacía poco. “Lino visitaba mucho nuestra casa en Centro Habana y venían otros músicos de la orquesta, siempre había un montón de partituras revoloteando y yo no sabía que algunos de ellos eran músicos muy importantes”, dice. Y puntualiza: “La Sonora Matancera siempre fue un conjunto de gran puntería, muy popular, con muy buen estatus. No recuerdo si la patrocinaba la Coca Cola o la Pepsi Cola. Tenía gente como El Indio Araucano, Alfredo Sadel, Orlando Contreras o el tremendo Daniel Santos”.
Desde niña, Berty acudía frecuentemente con su familia al estudio uno de Radio Progreso donde la Sonora Matancera tenía un espacio fijo. “Creo que era a las siete de la noche y el locutor se llamaba Adalberto, no recuerdo el apellido”. Pero sí guarda en su memoria la vez que, en una de aquellas actuaciones diarias, Celia Cruz empezó a sustituir en la orquesta a Myrta Silva, la famosa cantante puertorriqueña. Según Berty, “Celia era una cantante más entonces. La vi en muchas ocasiones. Mi hermana ya fallecida, que estaba más cerca de su generación, iba incluso a su casa, en la Calle B, en Lawton. Celia situó algunos números, como Siguaraya (que el Beny hizo luego super popular), Mi voz, África, El yerberito... pero entonces no tuvieron tanta popularidad”.
Berty recuerda cómo Celia patrocinaba a Caridad Cuervo, que desde pequeña se vestía como ella y la imitaba. “A pesar de los números que Celia Cruz difundió en aquellos años, no tenía tanto público. Era una época en que había muchos artistas excelentes y no era fácil la competencia. A muchos no les gustó que ella sustituyera a Myrta Silva en la Sonora. Celia comenzó a ser realmente famosa cuando se fue, con nuevas canciones y con otras que llevó desde Cuba. Me acuerdo de Pedro Knight, que entonces era su amigo. Y de mi primo Lino, al que en 1977 Andy Montañez, con Dimensión Latina, le grabó la canción Pan de piquito. Quizás, como no era de mi generación, a mí en aquella época Celia no me interesaba mucho. Luego la he oído de vez en cuando, pero ahora estoy segura de que es una cantante inmortal”.
El 4 de mayo de 2013 inicié una serie de reflexiones referentes al trabajo de la industria de la música en Cuba, enunciando algunos elementos vitales para acercarnos a “por dónde transitamos hoy con la música cubana” y quizá, por la manera concreta y directa en que lo manifesté, merece una segunda parte que aborde otros elementos que deben conocerse para comprender exactamente donde está lo bueno, lo malo y lo feo…
En esa primera parte, abrí espacio para hablar sobre el creador musical, la comercialización, el conocimiento de nuestra música alrededor del mundo, su calidad irrefutable y las limitantes de nuestra industria para expandirse en un mercado “hecho”.
Sin embargo, creo que algunos apartes habría que hacer también para descubrir el trabajo de los medios de difusión en Cuba, su papel en la defensa de esa industria y su relación con ella. Y ahí encontramos un desfase, ya que no necesariamente hay una intención lógica en los medios de reflejar la obra grabada por la industria discográfica (hablo tanto de la televisión como de la radio).
Un aparente divorcio hace que muchas veces el disco esté en las tiendas y no en las emisoras, precisamente cuando más necesaria es la difusión de los temas que podrían asegurar ventas. Muchos han sido los casos a la inversa, en que un tema se pone viejo en la radio y aún no ha sido grabado definitivamente por la disquera o simplemente no existe el soporte en las tiendas para aprovechar esa difusión en bien de la comercialización.
Pero cuando el artista es quien, según su selección personal, se encarga de lo que quiere y del momento para trasmitir su música, ocurre lo malo; ya que su deseo de que se conozca públicamente lo que está grabando no lo detiene ni el contrato más férreo y el exceso de entusiasmo puede derrumbar todo un plan de marketing que intentaba el éxito futuro.
Son detalles que se escapan precisamente no sólo por la falta de cultura en el proceso que tienen nuestros artistas, sino del resultado de esperar sin éxito el necesario sincronismo en las acciones con su industria, donde el más mínimo detalle puede atrasar lo previsto.
Hoy en internet resulta muy fácil localizar ciertos sitios donde usted, a modo de radio, elige lo que quiere escuchar. En sitios como Pandora, usted elige de sus buzones, en los que convergen tangos, boleros, blues, jazz, bossa nova y las mil y una variantes musicales al alcance de un pago por mes. Pero no tenemos alcance mayoritario a internet. ¡Qué malo!
Y no hablé del bloqueo en la pasada parte porque es una verdad absoluta las afectaciones que trae a nuestra industria, sobre todo en términos tecnológicos y de información; pero también he visto llamar bloqueo a la más absoluta ignorancia o falta de creatividad ante la solución de un problema, en casos en los que con acciones inteligentes se pudiera haber suplido ciertas carencias.
Los productores discográficos tenemos muchos baches. La mayoría hemos salido de las escuelas de arte, con una formación excelsa de origen musical, pero nada de marketing, publicidad y comunicación, lo que redunda en discos musicalmente excelentes, pero muchos con muy poco atractivo en el mercado.
Hoy no basta con hacer buena música: es imprescindible comunicar una idea atractiva. O encaminarla con un plan de promoción ingenioso, que logre captar, si no mayorías, al menos un público potencial, incluso desde lo más difícil de la creación musical, porque un disco almacenado no existe. Y eso es muy malo.
Debe haber un esfuerzo encaminado a la superación, en todos los sentidos, del trabajo de nuestros grabadores, excelentes técnicos, que se desviven porque las grabaciones se escuchen bien y sólo al dar un salto en el espacio y compararnos se escuchan mal, pues la tecnología a veces no ayuda, pero tampoco a veces los conceptos que se manejan, la ausencia de referentes a mano y la improvisación como salida.
Ése es un primer paso al rechazo de la música cubana en otras latitudes, donde el oído está adaptado a escuchar otro empaque; sólo los más avezados empresarios comprenden que ese mismo material, bien masterizado, cobra valores universales y podría estar al alcance de otros públicos. Sólo esos se lanzan a la aventura de perpetuar nuestra música en otras zonas del mundo. No son muchos, pero sí son muy buenos.
Por igual, creo que los productores merecen confrontación en áreas tan delicadas como la mercadotecnia; sólo ellos podrán entenderla y adaptarla al lenguaje artístico (salvando las distancias del mercadeo de cualquier otro producto no cultural).
Es necesario confrontar con productores de mayor experiencia en estos asuntos y, de veras, cambiar el sistema de hacer solamente música y no productos musicales. Nadie hace un disco para colocarlo en un estante: los discos se hacen para ser vendidos y siempre con la esperanza de que sean escuchados.
Lo cierto es que la falta de paralelismo en dichas acciones es fatal. Uno de los factores, el artista, defiende su presentación artística y el éxito de la misma y de su obra; el otro, la industria, defiende sus soportes y su inversión. Hoy, por suerte, se observa un entendimiento algo mayor sobre la necesidad de unir fuerzas entre las agencias de representación y las disqueras, tratando de que caminen juntas para perder el mínimo y lograr éxito completo.
Un artista en concierto, con su soporte en la mano (o en la tienda) y los temas sonando en el radio, todo a la vez… es buenísimo. Ya decía que la fuente de músicos en Cuba es inagotable; no alcanzan las emisoras, ni los canales de televisión, para difundir todo lo que se crea en Cuba en materia musical, tanto en audio como en audiovisual.
Sin embargo, hasta hoy no se ha decidido dar prioridad absoluta a la difusión de nuestra música en un solo canal, salvo en algún verano, o que en la radio existan opciones también solo para ella, sin mediar programas complicados, como una larga discoteca.
Sin lugar a dudas, resultaría un mecanismo muy eficaz de difusión que permitiría un conocimiento amplio de la música toda, y que también se trasmite oralmente a cubanos y visitantes que eligen comprar en Cuba la música de la que todos hablan en el mundo.
Revísense las listas de ventas discográficas y se observará que en primer lugar aparece la música tradicional cubana, conocida en todos los rincones del mundo desde hace muchísimo tiempo, y ésa no cuenta en nuestro esfuerzo de hoy. Después, la música bailable cubana, la de nuestras orquestas de fama nacional e internacional y, mucho más abajo, el resto de nuestras tendencias creativas. En ese mismo orden se consumen en Cuba por nuestro público; en ese mismo orden se recomiendan de forma espontánea al resto.
En resumen, en términos de comunicación, creo que faltan especialistas en esa disciplina para llevar con éxito los mensajes del quehacer musical de Cuba tanto al público nacional como al internacional, y hoy esa es la clave de todo. Es más fácil convertir músicos o investigadores de la música en publicistas que a la inversa, pues sería imposible en corto tiempo aprender la larga historia de la música y sus entre cuetos, todos dispuestos a servir para cualquier slogan, lema, marca, etc. Por ello está virgen el camino, ya que sólo unos pocos han accedido a tan específicos estudios. Y eso es malo.
Hoy la era apunta a que el músico se desate de sus intermediarios industriales y cree su propio público en una relación muy directa obra-intérprete/auditorio, porque ya resulta casi obsoleto hacer copias físicas de discos y lucrar a partir de este estilo.
El acceso al mundo online se extiende cada día más: los artistas accederán desde sus sitios a sus micro audiencias -como las llamó algún estudioso del tema -, y así podrán navegar en un negocio menos leonino, que asustaba cuando se escuchaba tan sólo que alguien vendió un millón de copias.
Hoy la clave es cómo llegar a esas micro audiencias, y para eso hay un camino lleno de creatividad y posibilidades, sobre todo en el área del marketing y la publicidad. Lo bueno es que lleguemos a ese punto con conciencia, preparación, responsabilidad y, sobre todo, creatividad, para salvaguardar el patrimonio musical nuestro. Entonces todo será muy bueno.
Elsida González Portal
Cuba Contemporánea, 12 de mayo de 2013.
Videoclip oficial de La Gozadera, con Gente de Zona y Marc Anthony. Dirigido por el cubano Alejandro Pérez, el video fue grabado en dos locaciones distintas: las escenas de Gente de Zona fueron hechas en La Habana y las de Marc Anthony en la zona colonial de Santo Domingo. No es primera vez que República Dominicana es escogida para videos musicales: en La Romana, ciudad a hora y media de la capital dominicana, Marc Anthony grabó en Flor pálida, canción de Polo Montañez (Pinar del Río 1955-La Habana 2002). Y en la Avenida Duarte esquina París, en el centro de Santo Domingo, Enrique Iglesias, Gente de Zona y Descemer Bueno filmaron Bailando.
Es un mito universal que las grandes potencias de la música en el mundo son las de origen norteamericano, la brasileña y la cubana. Se repite desde hace muchísimos años y nos sentimos orgullosos cada vez que se hace una salvedad de tan alta valía.
Sin embargo, considero que para mantenerse en medio de esta verdad repetida y para que un día no salgamos de tan bella leyenda, la nuestra debe replantearse los caminos de la industria que la sostiene hoy en Cuba y para el mundo, pasar de una etapa en la que transita por lo bueno, lo feo y lo malo, parafraseando el título del famoso spaghetti western de Sergio Leone.
No muchas veces dirigimos la línea de pensamiento para llegar a conclusiones sobre la música cubana y su desarrollo, intentando ubicar en las “casillas” de ciertos adjetivos la calidad de la música, los músicos, las tendencias, los géneros, el entorno… en fin, todo lo relacionado con el complicado mundo del arte de los sonidos. Sin embargo, resulta un ejercicio que puede reflejar una mirada al desarrollo de nuestra música a la altura de cientos de años de creación, desde un ángulo más abarcador y quizás más crudo.
Por suerte, creo que lo primero es reconocer que, sin lugar a dudas, Cuba es uno de los países más prolíferos en este quehacer y una fuente inagotable de músicos.
La autenticidad de nuestra música, su calidad y riqueza, y por qué no, su gracia para atrapar los más exigentes y refinados gustos (fijada desde el siglo XIX como sui generis y resultado de la fusión de culturas tan ricas como la de origen afro y la hispana, por mencionar las más fuertes), permite que al cabo de tanto tiempo sean reconocidos a nivel mundial íconos musicales que representan a Cuba más que cualquier otro elemento de la sociedad y, por supuesto, más que otras artes. Eso es muy bueno.
La música cubana recorre el mundo y al escucharse en cualquier latitud un clásico son, un chachachá o un mambo, todos reconocen su origen y lo que sigue es una gran sonrisa unida a un movimiento del cuerpo acorde con lo que escuchan o simplemente un movimiento que intente demostrar la simpatía por ella.
Es popular. Eso es bueno… y es también malo, y no porque me parezca desacertado que así ocurra, pero siempre queremos más y las jóvenes generaciones sueñan con que se supere esa media del conocimiento de nuestra música a nivel mundial, preguntándose si toda la vida habrá que tocar la Guajira Guantanamera de Joseíto Fernández, Lágrimas negras de Miguel Matamoros, Chan Chan de Compay Segundo, Hasta siempre de Carlos Puebla y otros temas que trascendieron nuestra frontera y son los hits en cualquier auditorio fuera de Cuba, y también en el patio, en lugares a los que acuden miles de visitantes extranjeros cada año.
Más allá de cuán prolífera sea la producción musical y cuánta calidad haya en la creación, un mundo complejísimo permite hoy, o no, que la música sea conocida en toda su dimensión en el planeta, incluida la cubana.
La industria de la música, la más lucrativa dentro de las que se dedican a las artes en el mundo, lo tiene todo pensado y diseñado… Y lo malo es que estamos fuera, en alguna medida. Y digo en alguna medida porque fueron un boom hace ya dos décadas los álbumes de boleros cantados por el mexicano Luis Miguel, la mayoría de ellos cubanos. Lágrimas negras fue el título de uno de los CD más gustados en los inicios de esta década, donde temas cubanos, entre otros de diverso origen, volvieron a recorrer el mundo, y Buena Vista Social Club fue el fenómeno de la música cubana más fructífero en los últimos años a nivel musical, con un trabajo de marketing excelente, a la altura de la calidad de los intérpretes y el repertorio.
Y eso es muy bueno, aún cuando dependamos de estas eventualidades para recordarnos que ésa es la música que hoy se reconoce en el mundo como la cubana y el propio trabajo de publicidad la haya afianzado aún más. Lo malo es que no logramos desde dentro nada igual, ni con aquella música tradicional ni con la actual. Lo cierto es que desde aquí, con nuestros intérpretes y productores, no logramos encauzar nuestra propia música a los niveles que merece su calidad. Y eso también es feo.
Muchas veces, entre amigos, hago el chiste de que con Shakira no hay quien pueda (por solo mencionar un resultado trasnacional), porque hoy el pleito no es de calidad musical, sino de ubicación en mercados, como lo exigen los consumidores adoctrinados e inducidos a cómo utilizar la música.
Definitivamente, creo que a partir de estar dentro (de algo definido) es que se podría intentar proponer nuevos horizontes. El chiste siempre termina mal, porque en la reflexión concluimos que se ha cedido demasiado terreno y es enorme lo que a estas alturas habría que hacer para posicionarnos a algún nivel, sin cultura de mercado, ni toda la información necesaria para lograrlo. Entonces esto sí se pone feo.
La otra parte del chiste que también hago es que se hace lo imposible para que Shakira no caiga y eso es bueno, solo que ahí entra a jugar la esencia de ese mercado. El dinero lo dirige y determina todo. Pero eso ya lo sabemos hace mucho tiempo, lo malo es no tener un plan B… efectivo.
Cuando repaso el cancionero de la trova cubana en todas sus etapas, su belleza, su cercanía a cualquier mortal, sencillamente por trasmitir sentimientos universales; los infinitos temas grabados por nuestras disqueras que abarcan todos los géneros nuestros y prueban que también somos buenos en la música de concierto, en la infantil… me pregunto si será que es malo que nos insertemos en ese mundo, por lo competitivos que podamos ser. ¿O es que nos resistimos a aplicar las reglas del marketing y a ubicarnos en el cómo se consume hoy la música en el mundo?
En el plano de la creación también creo que la formación extremadamente técnica que han tenido varias generaciones de músicos, la no confrontación con otras formaciones supuestamente similares, el aislamiento, el entorno de nuestra sociedad -casi única en el mundo-, donde la oferta y la demanda no definen las líneas culturales en cuanto a su sostenibilidad económica, han permitido también un estatismo y una mirada corta al fenómeno, donde el hoy se cambia por el para siempre, donde la inmediatez de ganar hoy impide que se gane mañana.
Asimismo, ciertos preceptos conceptuales de naturaleza artística, creo también ortodoxos y discriminatorios, indican hoy que ciertos espectáculos nuestros tienen una calidad musical que se divorcia de la necesaria comunicación con los públicos, que son al final quienes hacen posible o no que trasciendan las obras. ¡Qué malo!
He observado con detenimiento a algunos de nuestros más exitosos jóvenes intérpretes: Kelvis Ochoa, David Torrens, Descemer Bueno, Raúl Paz y otros que trabajan fuera de Cuba como Amaury Gutiérrez o Pancho Céspedes, y a todos los une un rasero común.
Revisemos sus obras antes y después de la necesaria confrontación y comunicación con públicos mayoritarios que les exigieron las sociedades donde fueron a probar fuerzas: en todos los casos se produjo una actualización en la sonoridad y en el empaque del resultado de su música, así como cambios notorios en el modo de trasmitir las ideas. Se hizo más visible la asimilación de elementos de nuestra música más autóctona, pero desde una contemporaneidad en todo sentido obligatoria, porque había que ser competitivos para sobrevivir en aquellas otras latitudes, donde además eran ajenos.
Eso fue muy bueno, aunque algunos pocos extrañemos ciertas obras “complicadas” de los inicios, pero ¿con poquísimo público?.. . No creo que de eso se trate, porque en esta era de Internet esas utopías no conducen al anhelo común de cualquier músico: ser reconocido, que siempre será solo después de ser conocido.
Hoy en Cuba muchos artistas siguen esos pasos, y otros tuvieron incorporada esta clave desde sus inicios, pero lo esperado se queda en el intento; se disfrutan un poco aquí, un poco allá, y hablo de agrupaciones como Buena fe, Arnaldo y su talismán o cantautores como Willian Vivanco… pero ¿y el salto?.
El patio es el patio, donde está el público natural, pero no el único, ni el que decidirá solo lo que trasciende de nuestra música; ése con más facilidad entenderá ciertas tendencias de nuestra música y tolerará la falta de creatividad de manera general en el hecho artístico, que va más allá de cantar bien e incluye la proyección escénica, el vestuario y otros factores.
Eso es bueno, pero es muy malo, porque ese mismo intérprete que hoy goza de popularidad en Cuba y se presenta asiduamente para un público medianamente fan a su obra, en cualquier otra parte del mundo va desnudo, sin historia, sin referencia y, lo peor, no preparado para la frustración de terminar escuchando cómo le piden Guajira Guantanamera de Joseíto Fernández, Lágrimas negras de Miguel Matamoros, Chan Chan de Compay Segundo o Hasta siempre de Carlos Puebla.
Y no podemos perder de vista a ese mismo público del patio que hoy tolera, pues ese también prefiere a quien mejor se comunique. Hagamos una pesquisa estadística de los grandes conciertos que pueden desarrollarse en las grandes plazas de Cuba a lleno total y descubriremos una relación absoluta.
Quizás lo más complicado de esta reflexión es que tiene demasiados intríngulis por donde pisar y, por más que lo desee, es imposible tocarlos todos; sin embargo hay uno que sí merece un aparte: las estrategias de las instituciones culturales cubanas y su éxito logrado o no.
Como descubrimos a cada paso que mucha de la mejor y más conocida música cubana no pertenece a Cuba, porque un día los autores cedieron los derechos a editoras extranjeras buscando otros horizontes y hoy, para tocarlas, filmarlas en un concierto, o que participen en una sincronización para algún genero audiovisual hay que pedir permiso y pagar muchísimo por ello; que no rebasamos el pico de venta que trae comercializar de forma mayoritaria a esos íconos ya reconocidos -sobre todo a los músicos que el Buena Vista Social Club lanzó al infinito-, porque se vende fácil (con el marketing que hizo otro) y así seguimos pensando en el hoy y no creemos en el para siempre o no encontramos la solución para llegar a él.
Se me acaban las cuartillas permitidas y creo que lo que pretendo es generar polémicas que nos puedan ayudar a encontrar nuevos caminos y que haya menos lamentos. Completar este discurso y rompernos la cabeza entre todos y para el bien de todos, puede ser una mejor idea. Rebasar las buenas intenciones de los simposios, las tesis, los coloquios, las ponencias, la inmediatez, será más útil y provechoso.
No tengo duda alguna de que podemos lograr algo mejor para el desarrollo de nuestra música, porque profesionales de la industria musical en Cuba, preparados para entender el mundo y cómo estar dentro (de algo), los hay. Y lo más importante, la música y los músicos cubanos se lo merecen. Creo que eso será lo bueno.
Por Elsida González Portal
Cuba Contemporánea, 4 de mayo de 2013.
Videoclip oficial de Lágrimas Negras, mítica canción de Miguel Matamoros que da título al disco de Bebo Valdés y Diego El Cigala, producido en 2003 por Fernando Trueba, Javier Limón y Nata Chediak para Calle 54 Records. En el saxo, Paquito D'Rivera.
La dueña de Saints, un café abierto este año en el East Village, recuerda que una vez, a comienzos de los 80, tocó el piano para Nina Simone (1933-2003) en un club de jazz de Montreal. "Entonces era habitual que los artistas de gira tocaran de vez en cuando con músicos locales", dice Trudy Silver, que tiene un piano listo para los conciertos con los que algunas noches se cierra el local. "Tenía un carácter difícil", recuerda con una sonrisa nostálgica.
La conversación surge porque en los altavoces del café acaba de sonar Ain't Got No, I Got Life, uno de los clásicos de Simone, una voz fundamental en la música popular estadounidense de la segunda mitad del siglo XX y que ahora parece estar por todos lados.
La cantante y pianista está de moda, una vez más. En vida, su carrera fluctuó entre el éxito, el escándalo y el olvido, y en los últimos años su figura no ha dejado de crecer: se han publicado dos biografías y una colección de poemas, se le han dedicado obras de teatro y se ha sampleado su voz en éxitos de Jay-Z o Kanye West.
Este verano se amontonan los lanzamientos: se acaba de estrenar What Happened, Miss Simone?, un documental sobre su vida, y hay otras dos películas en la cola; otro documental, previsto para este otoño, y un polémico 'biopic', todavía sin fecha de estreno. Además, el 10 de julio salió a la venta Nina Revisited: A Tribute to Nina Simone, un recopilatorio de sus grandes éxitos interpretados por artistas contemporáneos como Mary J. Blige, Usher y, sobre todo, Lauryn Hill, que lo produce e interpreta seis de los temas.
El disco forma parte del mismo proyecto del documental recién estrenado. Ambos han contado con el apoyo de Lisa Simone Kelly, la hija de la cantante, que ha colaborado con diarios personales, cartas y grabaciones inéditas. "Siempre he querido que se llevara a cabo esta película. Creo que se habría olvidado a mi madre si la familia, mi marido y yo, no hubiéramos dado los pasos adecuados para encontrar el equipo adecuado para que fuera recordada en la cultura estadounidense como a ella le hubiera gustado", dijo Kelly a The New York Times.
La colaboración familiar ayuda a dibujar el retrato de Simone, una figura poliédrica y difícil de definir: virtuosa del piano, estrella popular de voz cavernosa, cómoda en cualquier estilo -del jazz al gospel-, activista implacable por los derechos de los negros, dulce y furiosa, electrizante y arrulladora. "Puedo ser gravilla y puedo ser café con nata", dijo en una ocasión sobre su voz, pero la definición se puede extender a su persona. Años más tarde, le diagnosticaron un trastorno bipolar.
Nació el 21 de febrero de 1933 en, Tyron, Carolina del Norte, en una sociedad segregada entre razas. La música le atrapó en el coro de la iglesia, donde tocó el piano desde los tres años. La empleadora de su madre reconoció su talento y pagó sus primeros estudios de piano clásico. Desde entonces, su obsesión fue convertirse en la primera concertista negra, lo que le llevó a estudiar a Juilliard, en Nueva York. Su virtuosismo no le valió para que la aceptaran en el prestigioso Curtis Institute of Music y acabó sustituyendo en recitales de música clásica por clubes de jazz de Atlantic City.
Su imponente voz y su calidad al piano no tardaron en abrirle puertas discográficas: su primer álbum, Little Girl Blue, de 1959, incluyó un gran éxito, una versión de I Loves You, Porgy. En su sueño de pianista y en su incipiente carrera de diva de la música popular se cruzó la realidad: la lucha de la minoría negra por sus derechos civiles, los disturbios raciales, la muerte de Martin Luther King.
Se envolvió con fiereza en la bandera del activismo black power, que se convirtió en el centro de su vida. Regresó a Nueva York, donde entró en el círculo de Lorraine Hansberry -la primera dramaturga negra con una obra en Broadway-, el novelista James Baldwin o Langston Hughes, uno de los creadores de la 'poesía jazz'. Era vecina y amiga íntima de Malcolm X.
Su activismo dejó huella musical, con joyas como Mississippi Goddam o To Be Young, Gifted and Black que se convirtieron, de la noche a la mañana, en himnos de la lucha por las libertades civiles.
La música de Simone es eterna y buena parte de su mensaje, por desgracia, no ha perdido relevancia. La última resurrección de Simone coincide con una reactivación de la tensión racial en Estados Unidos, la constatación de los abusos policiales contra la minoría negra, las muertes de Michael Brown, Eric Garner o Freddie Gray, los disturbios en todo el país y nuevos actos de terrorismo contra los negros.
El lanzamiento de What happened, Miss Simone? fue el mismo día en que el presidente Obama acudió a Charleston para hablar en el funeral de Clementa Pinckney, el reverendo asesinado, junto a otras ocho personas, en una iglesia negra de esa ciudad.
El compromiso de Simone con la causa negra fue total. Si le hubiera tocado vivir este tiempo, la hubiéramos visto en los disturbios de Ferguson, en las marchas a Washington o tratando de descolgar la bandera confederada en el Capitolio de Carolina del Sur. Hoy, ningún artista de su tamaño ha logrado una relevancia comparable. A Simone, sin embargo, le costó buena parte de su carrera.
Su marido y manager -maltratador y violento-, Andy Stroud, se desesperaba al ver cómo su carrera se hundía por sus declaraciones descarnadas y sus canciones políticas. A ella no le importó demasiado. "Espero que algún día pueda cantar más canciones de amor, cuando la necesidad de cantar canciones protesta no sea tan urgente. Pero, por ahora, no me importa", dijo en 1969 a la revista Ebony.
En los años 70, con el black power en disolución y un matrimonio maltrecho, se estableció en Barbados, Liberia, Suiza… Casi olvidada del público, acabó cantando en clubes de París por 300 dólares la noche. Volvió a tomar vuelo en los 80, cuando regresó al circuito de los festivales de jazz y, sobre todo, cuando al final de la década se popularizó, gracias a un anuncio, My Baby Just Cares for Me, que había grabado tres décadas antes.
En el año en el que el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha reconocido el derecho al matrimonio a las parejas homosexuales, Simone -que era bisexual y feminista- volverá a la gran pantalla con otro documental dentro de unos meses. The Amazing Nina Simone repasará su importancia como referencia en la lucha por la igualdad de género y racial a través de entrevistas con familiares, compañeros e investigadores.
También estaba previsto que en algún momento de 2015 desembarcara la película biográfica Nina, pero el proyecto lleva años estancado. En 2012 se filtraron imágenes de la actriz afro-latina Zoe Saldaña en el papel de Simone, con la piel oscurecida con maquillaje. Algunos se tomaron como un insulto que Saldaña interpretara a Simone, a quien de niña le dijeron que tenía 'la piel demasiado oscura y los labios demasiado gruesos' para ser una solista de piano clásico. Por desgracia, no se equivocaron.
Javier Ansorena
ABC, 10 julio de 2015.
Video inicial: El 18 de diciembre de 1971, Nina Simone hizo esta formidable interpretación de My Way, número adaptado al inglés por Paul Anka (Canadá, 1941). Está basado en la canción francesa Comme d'habitude, escrita por Calude François y Gilles Thibaut. La versión en inglés solo mantiene la melodía, pues la letra fue reescrita por Paul Anka y es diferente de la original en francés. Por primera vez, Frank Sinatra la interpretó en el disco My Way, de 1969. Es la canción que identifica a Sinatra, aunque cuando se estrenó no logró una buena posición en las listas de éxitos (TQ).