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lunes, 7 de septiembre de 2015

Lo bueno, lo malo y lo feo de la música cubana (I)


Es un mito universal que las grandes potencias de la música en el mundo son las de origen norteamericano, la brasileña y la cubana. Se repite desde hace muchísimos años y nos sentimos orgullosos cada vez que se hace una salvedad de tan alta valía.

Sin embargo, considero que para mantenerse en medio de esta verdad repetida y para que un día no salgamos de tan bella leyenda, la nuestra debe replantearse los caminos de la industria que la sostiene hoy en Cuba y para el mundo, pasar de una etapa en la que transita por lo bueno, lo feo y lo malo, parafraseando el título del famoso spaghetti western de Sergio Leone.

No muchas veces dirigimos la línea de pensamiento para llegar a conclusiones sobre la música cubana y su desarrollo, intentando ubicar en las “casillas” de ciertos adjetivos la calidad de la música, los músicos, las tendencias, los géneros, el entorno… en fin, todo lo relacionado con el complicado mundo del arte de los sonidos. Sin embargo, resulta un ejercicio que puede reflejar una mirada al desarrollo de nuestra música a la altura de cientos de años de creación, desde un ángulo más abarcador y quizás más crudo.

Por suerte, creo que lo primero es reconocer que, sin lugar a dudas, Cuba es uno de los países más prolíferos en este quehacer y una fuente inagotable de músicos.

La autenticidad de nuestra música, su calidad y riqueza, y por qué no, su gracia para atrapar los más exigentes y refinados gustos (fijada desde el siglo XIX como sui generis y resultado de la fusión de culturas tan ricas como la de origen afro y la hispana, por mencionar las más fuertes), permite que al cabo de tanto tiempo sean reconocidos a nivel mundial íconos musicales que representan a Cuba más que cualquier otro elemento de la sociedad y, por supuesto, más que otras artes. Eso es muy bueno.

La música cubana recorre el mundo y al escucharse en cualquier latitud un clásico son, un chachachá o un mambo, todos reconocen su origen y lo que sigue es una gran sonrisa unida a un movimiento del cuerpo acorde con lo que escuchan o simplemente un movimiento que intente demostrar la simpatía por ella.

Es popular. Eso es bueno… y es también malo, y no porque me parezca desacertado que así ocurra, pero siempre queremos más y las jóvenes generaciones sueñan con que se supere esa media del conocimiento de nuestra música a nivel mundial, preguntándose si toda la vida habrá que tocar la Guajira Guantanamera de Joseíto Fernández, Lágrimas negras de Miguel Matamoros, Chan Chan de Compay Segundo, Hasta siempre de Carlos Puebla y otros temas que trascendieron nuestra frontera y son los hits en cualquier auditorio fuera de Cuba, y también en el patio, en lugares a los que acuden miles de visitantes extranjeros cada año.

Más allá de cuán prolífera sea la producción musical y cuánta calidad haya en la creación, un mundo complejísimo permite hoy, o no, que la música sea conocida en toda su dimensión en el planeta, incluida la cubana.

La industria de la música, la más lucrativa dentro de las que se dedican a las artes en el mundo, lo tiene todo pensado y diseñado… Y lo malo es que estamos fuera, en alguna medida. Y digo en alguna medida porque fueron un boom hace ya dos décadas los álbumes de boleros cantados por el mexicano Luis Miguel, la mayoría de ellos cubanos. Lágrimas negras fue el título de uno de los CD más gustados en los inicios de esta década, donde temas cubanos, entre otros de diverso origen, volvieron a recorrer el mundo, y Buena Vista Social Club fue el fenómeno de la música cubana más fructífero en los últimos años a nivel musical, con un trabajo de marketing excelente, a la altura de la calidad de los intérpretes y el repertorio.

Y eso es muy bueno, aún cuando dependamos de estas eventualidades para recordarnos que ésa es la música que hoy se reconoce en el mundo como la cubana y el propio trabajo de publicidad la haya afianzado aún más. Lo malo es que no logramos desde dentro nada igual, ni con aquella música tradicional ni con la actual. Lo cierto es que desde aquí, con nuestros intérpretes y productores, no logramos encauzar nuestra propia música a los niveles que merece su calidad. Y eso también es feo.

Muchas veces, entre amigos, hago el chiste de que con Shakira no hay quien pueda (por solo mencionar un resultado trasnacional), porque hoy el pleito no es de calidad musical, sino de ubicación en mercados, como lo exigen los consumidores adoctrinados e inducidos a cómo utilizar la música.

Definitivamente, creo que a partir de estar dentro (de algo definido) es que se podría intentar proponer nuevos horizontes. El chiste siempre termina mal, porque en la reflexión concluimos que se ha cedido demasiado terreno y es enorme lo que a estas alturas habría que hacer para posicionarnos a algún nivel, sin cultura de mercado, ni toda la información necesaria para lograrlo. Entonces esto sí se pone feo.

La otra parte del chiste que también hago es que se hace lo imposible para que Shakira no caiga y eso es bueno, solo que ahí entra a jugar la esencia de ese mercado. El dinero lo dirige y determina todo. Pero eso ya lo sabemos hace mucho tiempo, lo malo es no tener un plan B… efectivo.

Cuando repaso el cancionero de la trova cubana en todas sus etapas, su belleza, su cercanía a cualquier mortal, sencillamente por trasmitir sentimientos universales; los infinitos temas grabados por nuestras disqueras que abarcan todos los géneros nuestros y prueban que también somos buenos en la música de concierto, en la infantil… me pregunto si será que es malo que nos insertemos en ese mundo, por lo competitivos que podamos ser. ¿O es que nos resistimos a aplicar las reglas del marketing y a ubicarnos en el cómo se consume hoy la música en el mundo?

En el plano de la creación también creo que la formación extremadamente técnica que han tenido varias generaciones de músicos, la no confrontación con otras formaciones supuestamente similares, el aislamiento, el entorno de nuestra sociedad -casi única en el mundo-, donde la oferta y la demanda no definen las líneas culturales en cuanto a su sostenibilidad económica, han permitido también un estatismo y una mirada corta al fenómeno, donde el hoy se cambia por el para siempre, donde la inmediatez de ganar hoy impide que se gane mañana.

Asimismo, ciertos preceptos conceptuales de naturaleza artística, creo también ortodoxos y discriminatorios, indican hoy que ciertos espectáculos nuestros tienen una calidad musical que se divorcia de la necesaria comunicación con los públicos, que son al final quienes hacen posible o no que trasciendan las obras. ¡Qué malo!

He observado con detenimiento a algunos de nuestros más exitosos jóvenes intérpretes: Kelvis Ochoa, David Torrens, Descemer Bueno, Raúl Paz y otros que trabajan fuera de Cuba como Amaury Gutiérrez o Pancho Céspedes, y a todos los une un rasero común.

Revisemos sus obras antes y después de la necesaria confrontación y comunicación con públicos mayoritarios que les exigieron las sociedades donde fueron a probar fuerzas: en todos los casos se produjo una actualización en la sonoridad y en el empaque del resultado de su música, así como cambios notorios en el modo de trasmitir las ideas. Se hizo más visible la asimilación de elementos de nuestra música más autóctona, pero desde una contemporaneidad en todo sentido obligatoria, porque había que ser competitivos para sobrevivir en aquellas otras latitudes, donde además eran ajenos.

Eso fue muy bueno, aunque algunos pocos extrañemos ciertas obras “complicadas” de los inicios, pero ¿con poquísimo público?.. . No creo que de eso se trate, porque en esta era de Internet esas utopías no conducen al anhelo común de cualquier músico: ser reconocido, que siempre será solo después de ser conocido.

Hoy en Cuba muchos artistas siguen esos pasos, y otros tuvieron incorporada esta clave desde sus inicios, pero lo esperado se queda en el intento; se disfrutan un poco aquí, un poco allá, y hablo de agrupaciones como Buena fe, Arnaldo y su talismán o cantautores como Willian Vivanco… pero ¿y el salto?.

El patio es el patio, donde está el público natural, pero no el único, ni el que decidirá solo lo que trasciende de nuestra música; ése con más facilidad entenderá ciertas tendencias de nuestra música y tolerará la falta de creatividad de manera general en el hecho artístico, que va más allá de cantar bien e incluye la proyección escénica, el vestuario y otros factores.

Eso es bueno, pero es muy malo, porque ese mismo intérprete que hoy goza de popularidad en Cuba y se presenta asiduamente para un público medianamente fan a su obra, en cualquier otra parte del mundo va desnudo, sin historia, sin referencia y, lo peor, no preparado para la frustración de terminar escuchando cómo le piden Guajira Guantanamera de Joseíto Fernández, Lágrimas negras de Miguel Matamoros, Chan Chan de Compay Segundo o Hasta siempre de Carlos Puebla.

Y no podemos perder de vista a ese mismo público del patio que hoy tolera, pues ese también prefiere a quien mejor se comunique. Hagamos una pesquisa estadística de los grandes conciertos que pueden desarrollarse en las grandes plazas de Cuba a lleno total y descubriremos una relación absoluta.

Quizás lo más complicado de esta reflexión es que tiene demasiados intríngulis por donde pisar y, por más que lo desee, es imposible tocarlos todos; sin embargo hay uno que sí merece un aparte: las estrategias de las instituciones culturales cubanas y su éxito logrado o no.

Como descubrimos a cada paso que mucha de la mejor y más conocida música cubana no pertenece a Cuba, porque un día los autores cedieron los derechos a editoras extranjeras buscando otros horizontes y hoy, para tocarlas, filmarlas en un concierto, o que participen en una sincronización para algún genero audiovisual hay que pedir permiso y pagar muchísimo por ello; que no rebasamos el pico de venta que trae comercializar de forma mayoritaria a esos íconos ya reconocidos -sobre todo a los músicos que el Buena Vista Social Club lanzó al infinito-, porque se vende fácil (con el marketing que hizo otro) y así seguimos pensando en el hoy y no creemos en el para siempre o no encontramos la solución para llegar a él.

Se me acaban las cuartillas permitidas y creo que lo que pretendo es generar polémicas que nos puedan ayudar a encontrar nuevos caminos y que haya menos lamentos. Completar este discurso y rompernos la cabeza entre todos y para el bien de todos, puede ser una mejor idea. Rebasar las buenas intenciones de los simposios, las tesis, los coloquios, las ponencias, la inmediatez, será más útil y provechoso.

No tengo duda alguna de que podemos lograr algo mejor para el desarrollo de nuestra música, porque profesionales de la industria musical en Cuba, preparados para entender el mundo y cómo estar dentro (de algo), los hay. Y lo más importante, la música y los músicos cubanos se lo merecen. Creo que eso será lo bueno.

Por Elsida González Portal
Cuba Contemporánea, 4 de mayo de 2013.
Videoclip oficial de Lágrimas Negras, mítica canción de Miguel Matamoros que da título al disco de Bebo Valdés y Diego El Cigala, producido en 2003 por Fernando Trueba, Javier Limón y Nata Chediak para Calle 54 Records. En el saxo, Paquito D'Rivera.

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