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lunes, 30 de septiembre de 2024

La vigencia de una canción centenaria


Cuando Compay Segundo e Ibrahim Ferrer la lanzaron al mundo con el Buena Vista Social Club, ya ¿Y tú qué has hecho?, de Eusebio Delfín, era una de las canciones favoritas de la trova tradicional. Figura entre las 100 mejores del siglo XX en Cuba.

En Yucatán, México, la conocen por otro título: "En el tronco de un árbol". Es tan popular allí que la gente cree que su autor es yucateco. Se dice que Delfín la escribió en 1924 y la fuente de inspiración habrían sido unos versos encontrados en un calendario.

Anécdotas aparte, ¿Y tú qué has hecho? fue la canción preferida de mi abuelo Quintero, quien en su viejo radio RCA Victor se deleitaba escuchándola en la voz de María Teresa Vera, 'la dama de la canción cubana'.

Lo más probable es que a mi abuelo materno le gustara porque Eusebio Delfín Figueroa era coterráneo suyo. Había nacido también en Palmira, pueblo de Cienfuegos a unos 300 kilómetros al sureste de La Habana. Se llevaban dieciséis años: Delfín nació en 1893 y mi abuelo en 1909.

A diferencia de la gran mayoría de los músicos cubanos de la época, Delfín era de la raza blanca y procedía de una familia adinerada, asistió a los mejores colegios y se graduó como contador. Compaginó su profesión con estudios de guitarra y canto. Por primera vez se presentó en público en 1916, en el Terry, el más importante teatro de Cienfuegos y uno de los principales del país.

Su afición a la música no le impidió trabajar como director del Banco Comercial de Cuba. Ni casarse con Amalia Bacardí Cape, hija de Emilio Bacardí Moreau, industrial, político y escritor, hijo de Don Facundo, el catalán que en 1862 fundara la Casa Bacardí en Santiago de Cuba. Amalia, una santiaguera muy culta, tuvo a su cargo la reedición de la obra cumbre de su padre: Crónicas de Santiago de Cuba, publicada en 1972 por Gráf. Breogán, Madrid.

No tuve oportunidad de oírlo cantar. Eusebio Delfín falleció en La Habana hace 45 años, el 28 abril de 1965, cuatro meses antes de yo nacer. Gracias a Isidoro, 80 años, investigador autodidacta, he sabido que Delfín fue el primer cubano en grabar un disco, en 1923. Era de 78 rpm y de los diez números incluídos, había tres cantados a dúo con Rita Montaner, 'la única', como llamaban a esa mulata que vino al mundo en Guanabacoa, la patria chica de Ernesto Lecuona y Bola de Nieve.

Según el guitarrista y profesor de armonía Vicente González Rubiera (1908-1987), conocido en el mundo artístico por Guyún, a pesar de ser un guitarrista de poca altura, Delfín fue un innovador, al reemplazar el rasgueado de la guitarra hasta entonces utilizado para los acompañamientos, por un esquema más afín a los boleros. El novedoso estilo enseguida cautivó al público y comenzó a ser imitado.

"Tenía voz de barítono, pero su forma natural de interpretar, tuvo mucha aceptación en los años 20, entre los pobres y entre los ricos, quienes le invitaban a cantar en sus fiestas de alcurnia. Eusebio puso de moda la guitarra, instrumento que estaba menospreciado. Como no necesitaba plata para vivir, lo que le pagaban por sus actuaciones, lo donaba para obras de caridad en su provincia", me cuenta Isidoro.

Eusebio Delfín perteneció a la aristocracia criolla, pero no tuvo a menos participar en conciertos de música popular, junto a destacados artistas de entonces, como el polifacético Eduardo Sánchez de Fuentes (1874-1944), autor de obras tan distintas como la habaneraTú, la ópera Yumurí, el ballet Dioné y la cantata Anacaona, y de una decena de libros.

En varias ocasiones, Delfín organizó tómbolas musicales para recaudar fondos benéficos, llegando a reunir más de 200 mil pesos. Bastante dinero, si se tiene en cuenta que desde 1915, cuando por vez primera se acuñó el peso cubano como moneda nacional, éste tuvo el mismo valor del dólar estadounidense. Inclusive, de 1955 a 1959, el peso se cotizó un centavo por encima del dólar.

Con el sello Tumbao, en 2004 se editó un CD con 20 de los temas compuestos por Eusebio Delfín entre 1924 y 1928: ¿Y tú qué has hecho?, Con las alas rotas, Qué boca la tuya, La guinda, Las novias pasadas, Aquella boca, El pobre Adán, Dios lo quiso, Ya has olvidado, Cómo no, Lejos de ti, Presentimiento, Amor, eso es todo, Corazón de roca, Con el alma, Marisa, Tus ojos azules, Guajiras, Isabelita no me quiere y Cabecita rubia, interpretada por el famoso tenor italiano Tito Schipa durante su visita a Cuba en 1924. Dos son poemas musicalizados de poetas españoles: Con las alas rotas, de Mariano Albadalejo, y La guinda, de Pedro Mata.

El célebre palmireño es hoy recordado en la isla en festivales de la canción y concursos de composición musical. Uno de los tres estudios de grabaciones creados por Silvio Rodríguez, lleva su nombre y se encuentra en Cienfuegos -los otros dos, Abdala y Ojalá radican en la capital.

A su última canción, compuesta en 1936, Eusebio Delfín le puso un título premonitorio: Nunca más. Dos décadas después, en 1956, cantó en público por última vez, acompañado de las Hermanas Martí. El último homenaje que recibió en vida fue el 18 septiembre de 1964, siete meses antes de fallecer.

La vigencia de ¿Y tú qué has hecho?, compuesta hace cien años por Eusebio Delfín, queda demostrada en la versión que hicieron el cubano Pablo Milanés y el dominicano José Alberto El Canario.

Iván García

lunes, 23 de septiembre de 2024

"Cuba está completamente destruida"

Conocí a Jaime Suchlicki a principios de este siglo cuando me abrió las puertas del ICCAS (Centro de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos), también llamado Casa Bacardí, de la Universidad de Miami, que dirigió por varias décadas. La institución se encontraba en la calle Brescia de Coral Gables y durante mucho tiempo fue el epicentro de encuentros, presentaciones, debates y otras actividades relacionadas con el exilio cubano en el sur de la Florida.

Allí ofrecí conferencias (una de ellas sobre la música cubana en el exilio, en agosto de 2003), presenté libros de autores (Oscar Espinosa Chepe, Néstor Rodríguez Lobaina, Janisset Rivero, Eyda Machín), mis propios libros (Catalejo en lontananza o Visión crítica de Humberto Calzada), estuve en enero de 2004 presentando a los periodistas franceses de Reporters sans Frontières, dirigidos entonces por Robert Ménard (actual alcalde de Béziers, ciudad meridional de Francia), asistí a eventos organizados por diferentes organizaciones como NACAE y Herencia de la Cultura Cubana, entre ellos un memorable encuentro con Waldo Balart y una conferencia de Emilio Cueto.

La Casa Bacardí, como corrientemente la llamábamos por haber sido esta empresa de origen cubano la que mayor cantidad de fondos aportó para su rehabilitación y puesta en marcha, dejó de funcionar cuando Jaime Suchlicki renunció a dirigirla, después de 50 años al servicio como profesor e investigador de la Universidad de Miami. En realidad, su partida en 2017 fue el pretexto ideal para acabar con uno de los centros más importantes de la cultura cubana en el sur de Florida. Aunque se dijo que el ICCAS no se iba a cerrar, la realidad es que en este lugar, donde durante décadas se llevó a cabo una febril actividad relacionada con Cuba, hoy en día las puertas permanecen cerradas a eventos como los que mencioné.

Jaime retomó entonces el Cuban Studies Institute fuera de la Universidad de Miami y la labor de publicación, recopilación de datos e investigaciones se mantiene viva, esta vez a través de esta organización y sus diferentes colaboradores. Su vida, como la de muchas de las familias judías que se instalaron en Cuba desde principios del siglo XX hasta que el castrismo los obligó a continuar su éxodo, es también la de una joven República exitosa en la que tenían cabida todos los que venían de otras tierras buscando prosperidad y éxito.

¿Puedes contarnos de tus orígenes familiares y de la manera en que Cuba aparece en la vida de tus familiares allegados?

-Nací en 1939 en La Habana Vieja. Mi padre, Salomón Suchlicki, era un judío originario de un pueblo en la frontera entre el imperio de Rusia y Polonia. En 1921, huyendo de la situación política tras el triunfo de los bolcheviques en Rusia y de la inestabilidad económica de la región, llegó a España, cogió el primer barco que pudo y así fue como desembarcó en La Habana. Hay que decir que inmediatamente se sintió muy bien acogido y la población de la isla le pareció amistosa. De modo que allí decidió establecerse y comenzar una nueva vida.

-Viviendo ya en La Habana, donde a lo primero que se dedicó fue a la venta ambulante antes de tener su propia tienda, mi padre conoció a Ana Greinstain, mi madre, también de una familia judía originaria de Polonia y que se había establecido en Buenos Aires (Argentina) y luego en Cuba, en 1909, con la esperanza de llegar un día a Estados Unidos. En la capital cubana se conocieron a través de amistades de la colonia judía que frecuentaban y se casaron. Mi madre, su hermana y dos tíos maternos nacieron en Cuba. Uno de estos, Jaime Greinstain, se implicó en las luchas estudiantiles contra Gerardo Machado y empezó a militar con La Joven Cuba, una organización clandestina fundada por Antonio Guiteras Holmes.

-En 1934, cuando Fulgencio Batista derrocó al gobierno democrático de Ramón Grau San Martín, del que Guiteras era ministro y que se había instaurado tras la caída de Machado, se convirtió en el militar con mayor poder en la Isla y en la persona que gobernaba realmente. Mi tío Jaime, que militaba, como dije, desde la clandestinidad bajo el nombre de Jaime Angulo Terry, fue fusilado por orden de Batista el 11 de abril de 1935, en Santiago de Cuba, en donde fue capturado. Se convirtió así en el primer joven revolucionario que terminó en un paredón por orden de éste y en el primer judío cubano fusilado. ¡Tenía 19 años de edad! Como es lógico, yo no lo conocí pues nací después, pero este trágico episodio familiar marcó mi vida futura y tiene relación directa con mis implicaciones en la lucha contra la dictadura de Batista y mi primer exilio después del golpe de Estado de 1952.

¿Cómo fueron los primeros años de tu vida en La Habana?

-Los primeros años viví en las calles Sol y Aguiar, en La Habana Vieja, frente al antiguo Ministerio de Obras Públicas. Mi padre, antes de montar su propia tienda de souvenirs para turistas era, como ya dije, vendedor ambulante. La escuela primaria la hice en el colegio judío del Centro Israelita de La Habana y los estudios secundarios y bachillerato en el Instituto de La Habana, luego llamado José Martí, que ocupaba una manzana cerca del Parque Central.

-Mi vida fue la de un joven estudiante que cuando llega a la edad de entrar en la Universidad se da cuenta de que con la inestabilidad política engendrada por las luchas estudiantiles contra la dictadura de Fulgencio Batista nada va a ser fácil. Es por eso que intenté estudiar Ciencias Sociales en la Universidad, en 1957, pero como me impliqué inmediatamente en las luchas políticas tuve que exiliarme en 1958, en Nueva York. No hay que olvidar que en la familia la memoria de mi tío materno fusilado estuvo siempre presente. Durante las luchas contra Batista también perdí a amigos y fui parte desde muy joven de grupos clandestinos.

Cuando sucede el golpe militar de 1952 ¿en qué estado consideras que se encontraba la situación política de Cuba?

-Ese golpe militar tiene raíces muy profundas en la historia de Cuba. Las instituciones que se crearon con la instauración de la República después de 1902 no estaban acordes con la historia colonial de la Isla. En 1933, tras la revolución contra Gerardo Machado, hubo cambios políticos profundos. La tradición presidencial del control general del Estado persistió. El Ejército profesional se mantuvo al margen de la política hasta 1934 en que se creó una nueva fuerza militar encabezada por Batista y apoyada por la gente de su círculo estrecho. Y aunque los partidos eran independientes no lograron dominar realmente al Ejército, que actuaba de manera bastante independiente.

-Desafortunadamente, el Partido Ortodoxo que se convirtió en una fuerza política clave a fines de la década de 1940 pierde a su líder Eduardo Chibás y se crea un vacío difícil de cubrir. Hubo una serie de factores que facilitaron el golpe de Estado, entre ellos el desencanto popular. Es la razón por la que cuando Batista da el golpe la gente no se lanza a la calle, excepto los estudiantes. Además, el discurso que utilizó en 1952 auguraba la llegada del orden, el fin de la corrupción y la realización de elecciones. Nada de esto lo cumplió, de modo que el resultado fue lo que ocurrió después y que todavía padecemos. Todo esto ocurrió independientemente de que después de la Segunda Guerra Mundial la economía cubana era un renglón floreciente con una industria nacional descollante.

-Pero ya en 1953, durante el centenario del natalicio de José Martí, se sentía como un bochorno por parte de los cubanos al constatar que lo que estaba sucediendo en la Isla no era lo que había soñado el apóstol, sino un país militarizado, donde tenía cabida la represión y el gansterismo militar. La repercusión psicológica de este golpe fue muy profunda. Hasta 1956 la gente creía que la lucha violenta no era necesaria, pues se pensaba que la vía pacífica era la correcta.

¿Sales al exilio en 1958 y regresas a Cuba tras el triunfo insurreccional de 1959?

-Como muchos, regresé en enero de 1959 esperanzado en el cambio. Tenía 20 años y me propusieron trabajar en el Ministerio del Trabajo. Permanecí en la Isla hasta octubre de 1960, pues me di cuenta de que habíamos salido de una dictadura para caer en otra. Desde las primeras manifestaciones contra Batista, el grupo encabezado por Fidel Castro descollaba por ser el más violento, incluso antes de que la lucha armada se viera como única manera de sacar a los golpistas del poder. Ya le veía venir, pero en 1959 y 1960 todavía no tenía el poder absoluto. De esta manera llegué a Miami, apenas dos años después del primer exilio y aquí he vivido desde entonces. He dedicado gran parte de mi vida a combatir al castrismo desde todas las tribunas en las que he podido manifestarme.

¿Qué hiciste cuando llegaste a Miami?

-Siempre digo en broma, pero no es menos serio: pasar hambre. Al principio compartía un apartamento con cuatro amigos pues mis padres habían permanecido en Cuba con la esperanza de que las cosas se iban a arreglar y de que el gobierno castrista no duraría. Me apunté como voluntario y me entrené para participar en el desembarco de Bahía de Cochinos, pero todo se precipitó y fue demasiado tarde para que pudiera incorporarme realmente.

-El caso fue que, con el descalabro de Bahía de Cochinos, me di cuenta de que tendríamos dictadura para rato y fue entonces que, en junio de 1961, mis padres decidieron salir también de Cuba, así como un medio hermano por parte de padre que era médico. Me inscribí en la Universidad de Miami para estudiar Ciencias Sociales e Historia a fines de 1961. A los tres años terminé el bachelor y obtuve una beca para continuar con una maestría en Historia de América Latina durante año y medio en la Christian University de Texas.

En ese entonces ya estaba casado con Carol, mi esposa norteamericana, y pude terminar mi doctorado en esta institución. En 1964 regresé a Miami para trabajar en el departamento de Historia de la Universidad de Miami, en donde permanecí ininterrumpidamente durante cinco décadas y desde donde he realizado toda mi actividad académica, además de mis investigaciones y he escrito mis libros.

Fuiste el creador del Instituto de Estudios Cubanos en el seno de la Universidad de Miami. ¿Puedes resumir sus inicios y la labor durante cinco décadas?

-El Instituto, no específicamente con las siglas de ICCAS, lo organicé en 1967 y desde entonces comenzó a funcionar como una plataforma académica para estudiar la historia de Cuba, del exilio y de las relaciones con Estados Unidos. Fue siempre un centro prolífico en la publicación de libros, textos, en la creación de bases de datos, la organización de conferencias, la elaboración de materiales fílmicos, entre muchas actividades como simposios y eventos relacionados con la historia cubana. El propio actor cubanoamericano Andy García hizo un documental sobre este tema auspiciado por el Instituto.

-También dirigí el Instituto de Estudios Interamericanos, la cátedra de Estudios Latinoamericanos, ambos en la Universidad de Miami, pues me especialicé en historia de México. Edité la North-South Magazine de esta misma institución, de 1991 a 1994; el Journal of Interamerican Studies and World Affairs, de 1983 a 1997, y fui titular de la Cátedra Emilio Bacardí Moreau entre 1999 y 2017.

-El ICCAS funcionó hasta 2017 en que por desacuerdos con Julio Frenk, presidente de la Universidad de Miami, renuncié. No fue una jubilación como se dijo, sino una renuncia. No deseaba que, con el deshielo iniciado por el gobierno de Obama con respecto a las relaciones con Cuba, el Instituto cambiara de dirección ni de enfoque político.

Tus libros e investigaciones han marcado pautas en cuanto a los estudios políticos de América Latina en general. ¿Pudieras hablarnos de esta parte de tu labor?

-Hasta la fecha, colaboro asiduamente con El Nuevo Herald y The Miami Herald. He publicado numerosos ensayos sobre las relaciones de Cuba con el terrorismo, con el Irán de los ayatolas, temas relacionados con el embargo, las condiciones laborales en la Isla, los intercambios académicos entre Estados Unidos y Cuba, las cuestiones migratorias, la presencia rusa en la Isla, el tema venezolano, los vínculos de La Habana con la Unión Europea, la crisis de los misiles y muchos más.

-Por otra parte, mi libro Breve Historia de Cuba ha sido reeditado varias veces pues sirve de referencia en muchas escuelas. También publiqué Cuban Communism (once ediciones ya), Cuba: From Columbus to Castro, Mexico: From Montezuma to the Rise of the PAN (tres ediciones), The Cuban Economy: Dependency and Development (junto a Antonio Jorge, en 1990), The Cuban Military: Status and Outlooks, Cuban Foreign Policy: The New Internationalism (junto a Damián J. Fernández), Los problemas de la sucesión en Cuba y muchos más. El primero de todos data de 1968 y se titula The Cuban Revolution: A Documentary Bibliography, 1952-1968, publicado en 1968 por el Center for Advanced International Studies.

-He contribuido en muchas enciclopedias publicadas, entre otras, por la Universidad Oxford, y realizado varias investigaciones sobre las relaciones entre la Unión Soviética y América Latina, así como la penetración de Moscú en el continente. También obtuve subvenciones del gobierno norteamericano para estudiar la transición en Cuba junto a destacados cubanólogos como Carmelo Mesa-Lago, Edward González, Antonio Jorge, Ernesto F. Betancourt, Jorge I. Domínguez, Carlos Alberto Montaner, entre otros.

-Asimismo, organicé varios eventos como el seminario “Transición o Sucesión en Cuba” (Panamá, 2010), el de “Cuba Under Raul: Domestic and Foreign Policies” en Bucarest (Rumania) y sobre este mismo tema en Madrid. Creé el seminario “La experiencia de la transición checa” en colaboración con el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Checa y la organización People in Need, y otros de temas similares en Buenos Aires, Costa Rica, Guatemala, Jamaica, Ecuador, República Dominicana y diferentes lugares de Estados Unidos como Fort Lauderdale, Washington y, sobre todo, en la sede del ICCAS en Coral Gables.

¿Has vuelto a la Isla?

-Nunca volví desde mi salida en 1960 hace casi 64 años. Primero, porque no voy a un sitio donde existe una dictadura y donde nunca han ocurrido elecciones libres desde hace más de seis décadas. Segundo, porque con mis antecedentes probablemente no me dejen entrar y se me dejan, no me dejarían salir. Ni mi esposa Carol (nacida en Rhode Island) ni mis tres hijos nacidos en Miami (Michael, Kevin y Joy) han ido nunca a Cuba. Eso no ha sido una razón para impedir que en casa todos hablen español.

¿Qué piensas del futuro de Cuba?

-El futuro de la Isla lo veo muy complicado a largo plazo. Cuba está completamente destruida y el cambio será largo y difícil. En Miami hay una comunidad enorme, cada día más numerosa, deseosa en que haya un cambio radical. Aunque ahora hay menos interés por el tema de Cuba que durante las tres primeras décadas de exilio, casi todos que viven en el sur de Florida desean que ocurra un cambio drástico y que el país se encamine hacia un sistema democrático. ¿Cuántas generaciones de cubanoamericanos hay ya en Florida? Por lo menos tres. Nuestra historia contemporánea ha sido muy lamentable y creo que esta larga pesadilla debería terminar ya.

William Navarrete
Texto y foto: Cubanet, 17 de junio de 2024.

lunes, 16 de septiembre de 2024

El antiguo distrito financiero de La Habana

El puerto de La Habana fue durante mucho tiempo la llave de la economía de la ciudad. Vehículo de comercio fundamental, definió su desarrollo urbano, industrial y cultural. Su entorno fue el hogar de las principales compañías comercializadoras del país, de agencias de seguros y, a inicios del siglo XX, de la banca. Entonces resultaba más que conveniente instalar oficina donde se efectuaba la mayor parte de los negocios. Por lo que, a medida que la clase alta trasladaba su domicilio lejos de la vorágine del centro histórico, crecía el número de compañías que establecían allí su sede. A escala urbana esto tuvo su expresión en la sustitución de viviendas y comercios por monumentales edificios de emporios financieros. Los nuevos bancos y comercios revalorizaron el espacio colindante al puerto, perfilando aún más su carácter.

La gran inyección de capital que recibió la industria cubana al iniciar la República, multiplicó la presencia de sucursales bancarias cubanas y extranjeras, que facilitaron el crédito para poner en marcha nuevos espacios productivos y modernizar los existentes. Así empezó a crecer en altura La Habana Vieja, mucho más de la cota que habían marcado los palacetes decimonónicos.

Una buena parte de las instituciones asumieron la forma del rascacielos norteamericano y sus sistemas constructivos, mostrándose como verdaderos alcázares financieros que dominaron la ciudad. De conjunto definieron una especie de distrito entre las calles O'Reilly, Compostela, Amargura y Mercaderes, destacando la calle Aguiar como pequeño Wall Street habanero con una docena de instituciones financieras en solo cinco cuadras, entre Empedrado y Amargura.

El primero construido fue el banco H. Upmann (1902-1904), en la esquina de Mercaderes y Amargura. Respondía a los bancos propiedad de comerciantes que, como consecuencia natural de sus operaciones, daban crédito a sus clientes —por lo general hacendados— para la compra de los productos que ofrecían, cuyas deudas eran saldadas después de la cosecha. Otros comerciantes-banqueros fueron Narciso Gelats, quien venía de la industria naviera, y las familias Pedroso, Mendoza, Astorqui, Zaldo y Gómez Mena. En el caso del asturiano Juan Antonio Bances, fue a la inversa, provenía de la banca, instaló oficina en 1853 en Obispo 117-119, y terminó invirtiendo en la industria tabacalera con reconocidas marcas de puros. Se dice que su oficina fue la primera en sistematizar el envío de remesas hacia Asturias en el siglo XIX.

Algunos se instalaron en viviendas que remozaron como casa bancaria, otros rentaron oficinas dentro de otras sucursales y otros construyeron su propia sede, en las que no escatimaron en usar materiales modernos y lujosos, y una iconografía asociada a la función que representaban. Cada uno es expresión del crecimiento del negocio familiar expandido hacia la banca, cuyo éxito a veces conllevó la construcción de otra sede más grande y moderna. Es el caso del Banco Pedroso, cuyo primer inmueble, de 1913, es el edificio de dos plantas de Aguiar 305, entre Obispo y O’Reilly, con iconografía clásica para distinguir el poder económico, la seguridad y estabilidad de la compañía. En la década de 1950 fue sede del Banco Hispanocubano, pues el Banco Pedroso se había construido otro edificio racionalista en Aguiar y Empedrado. Con él ganaba amplitud, se actualizaba a los códigos modernos y permanecía en el centro neurálgico del comercio. En 1958, estableció una sucursal dentro del hotel Havana Hilton.

En las dos primeras décadas del siglo XX, era importante que el edificio bancario manifestara desde su fachada el poder y seguridad de la compañía. Por eso se emplearon códigos clásicos dentro de un diseño ecléctico que hizo recurrente el uso de frontones, columnas, medallones, cornucopias, etc. Incluso pueden verse arcos de triunfo conformando la fachada de la primera sede del Royal Bank of Canada (1903-1904), luego Bolsa de La Habana en Obrapía 257; y en la portada del Banco de La Habana (1915), en Cuba 314.

Todo ello unido al empleo de materiales lujosos que hacían referencia al poder económico de la institución. Fue notable la herrería de hierro forjado, los lucernarios, los pavimentos de mármol, la luminaria de bronce, los bellos mostradores de maderas preciosas y las majestuosas puertas. Las del Banco H. Upmann, por ejemplo, están elaboradas en una sola pieza de caoba, traída especialmente del Cauto.

Como este, otros bancos se integraron a la escala de la ciudad decimonónica con un diseño apaisado: la Bolsa de La Habana (1904), el Banco Gelats (1908-1910), The Trust Company of Cuba (1911-1913), el Banco de La Habana (1913-1915), el Banco Mendoza (1915) y The National City Bank of New York (1923-1925). Otros optaron por ganar en altura, beneficiándose de una mejor iluminación y ventilación y sacando provecho de las parcelas con múltiples espacios de alquiler, todo convenientemente conectado por modernos ascensores eléctricos de tecnología estadounidense. Sin embargo, crearon un desbalance a escala urbana, al no existir correspondencia entre la altura del edificio y el ancho de la calle.

Incluso estas torres asumieron la estética clasicista, haciendo énfasis en la decoración de la planta baja y del cornisamento. A manera de columna, el cuerpo central quedaba despejado, marcado por el ritmo de las ventanas. Entre estos exponentes herederos de las escuelas de Chicago y Nueva York estuvieron el Banco Nacional de Cuba (1907-1909), The Bank of Nova Scotia (1914), The Royal Bank of Canada (1917-1919), el Banco Gómez Mena (1918), el Banco de La Libertad (1918-1919), el Banco Comercial de Cuba (1918-1921) y The Canadian Bank of Commerce (1923).

Durante la primera mitad del XX, algunos bancos se refundieron pero los inmuebles siempre mantuvieron su función original. La crisis de 1920 hizo quebrar algunos como el Bances y el Banco de La Habana, antes de Zaldo y Cía. La sede de este último fue comprada por The National City Bank of New York, quien al igual que otras empresas extranjeras mantuvieron su poder financiero en una época tan difícil para la economía cubana. Este banco no solo compró el inmueble, sino que le hizo reformas, y en 1925 se construyó su casa matriz en O’Reilly entre Compostela y Aguacate, donde antes estuvo el convento Santa Catalina.

De más está decir que este movimiento económico pereció hace muchas décadas, en las que estas joyas de la arquitectura habanera han sobrevivido con distinto grado de conservación, y salvo casos excepcionales han conservado las funciones bancarias (H. Upmann, Gelats y The Trust Company). Algunas han sido adaptadas con fines muy diversos, como el Banco Pedroso, por mucho tiempo policlínico y hoy Dirección Municipal de la Vivienda y albergue; el Banco de La Habana, como Empresa de Seguros Internacionales, y el Banco de Nueva Escocia, actual sede del Tribunal Supremo. Otros han sido rehabilitados como instituciones culturales, como el Banco Mendoza, actual museo Numismático, y el Gómez Mena, sede del Instituto Cubano del Libro.

Por otra parte, la fiebre hotelera de GAESA, grupo empresarial de las Fuerzas Armadas, ha puesto su garra sobre antiguos colosos del centro histórico como las antiguas sedes del Banco Nacional de Cuba y el National City Bank of New York. Hoy son manifestación de un emporio bien distinto, que lamentablemente no tributa ni al desarrollo de la bahía ni de la ciudad.

Yaneli Leal
Diario de Cuba, 30 de junio de 2024.

Foto: Sucursal que tuvo The Bank of Nova Scotia en la calle Aguiar 307 entre Obrapía y Obispo, Habana Vieja. Actualmente es sede del Tribunal Supremo Popular de la República. Tomada de Diario de Cuba.

lunes, 9 de septiembre de 2024

El español a quien tanto debe la economía cubana

Sin azúcar no hay país, pero solo con azúcar no habría desarrollo. A esa conclusión llegó el economista español Julián Alienes Urosa, luego de haber estudiado la economía cubana y su sometimiento extremo a la industria azucarera de los años 40 y 50 del siglo pasado. Fue una conclusión sabia y certera. También fue una advertencia que el tiempo convirtió en realidad porque la economía cubana ha sido, con azúcar y sin ella, un desastre sin par durante los últimos 60 años.

Urosa no era adivino, pero vio cómo se cuajaba la ruina de Cuba. Así que hizo sus maletas y regresó a su España natal al triunfar la revolución de 1959. Prefirió vivir, trabajar y morir bajo la dictadura de Francisco Franco por muy mala que haya sido, y a pesar de haber servido al ejército que la combatió.

Julián A. Urosa nació el 25 de agosto de 1909 en Madrid, donde estudió para Intendente Mercantil en la Escuela Superior de Comercio. Al graduarse en el año 1932, aseguró una plaza como profesor ayudante en esa misma institución. En el año 1936, casi se hizo de la catedra de Economía de no haber sido por la Guerra Civil española. Se enlistó en el ejército republicano, donde ejerció como banquero, pero pronto lo promovieron a jefe superior del Servicio Central de Inspección Económica de Madrid. Urosa llegó a ser capitán del ejército republicano español.

Al finalizar la guerra civil, Urosa emigró a Cuba, luego de haber vivido en Francia durante casi un año. Allí rápidamente encontró trabajo como profesor de matemáticas y otras asignaturas en la Asociación Hispano-Cubana de Cultura, que Don Fernando Ortiz dirigía. Después fue a trabajar a la Cámara de Comercio, donde laboró por siete años. Fue en la Cámara donde comenzó a destacarse por los informes mensuales y anuales titulados La economía cubana que él preparaba, y que incluían observaciones sobre lo que hoy conocemos como risk management (gestión de riesgos). En ese sentido, Urosa fue pionero, al menos en Cuba.

Si bien el doctor Felipe Pazos es reconocido como el fundador el Banco Nacional de Cuba (BNC), fue Urosa quien condujo y preparó los estudios de viabilidad del BBC que la Cámara de Comercio y el Ministerio de Comercio de Cuba habían solicitado. Le tomó tan solo siete días preparar la propuesta de creación del BBC, y también fue él quien defendió exitosamente esa propuesta frente al Senado cubano. Y cuando el BNC fue finalmente inaugurado, el doctor Pazos lo nombró jefe de la Oficina de Servicio de Estudios (OSE) del BNC, deduzco que en reconocimiento a su labor y su talento.

Además de Urosa, la OSE estuvo integrada por los economistas keynesianos Claudio Escarpenter, Concepción Rodríguez Betancourt y René Montserrat, siendo Urosa el más keynesiano de todos ellos. Está de más decir que entonces la OSE y sus recomendaciones tenían un carácter netamente keynesiano. Desde esa Oficina, Urosa y su triunvirato de economistas asesoraron, directa e indirectamente, a banqueros, industrialistas y gobernantes cubanos, quienes siempre estaban preocupados por las altas y bajas del precio del dólar y de las tasas de interés dictadas desde la Reserva Federal estadounidense, todo lo cual afectaba la hoja de balance (débitos, créditos, deuda) del empresariado cubano por estar tan atado al mercado estadounidense.

Urosa fue un experto en tipos de cambio de monedas en el mercado mundial, y ya por entonces aconsejaba alternativas al dólar estadounidense. Es que había, de facto, una dualidad de monedas (peso cubano y dólar) y una cuasi paridad entre ambas en el mercado cubano. Urosa razonó que tanto la dualidad como la paridad eran temporales, y que a largo plazo el empresariado azucarero sufriría y tendría, como siempre, que acudir al gobierno cubano para que negociara con el estadounidense. Solo que al gobierno cubano cada vez le era más difícil lograr concesiones y ventajas económicas de los Estados Unidos.

Puede que haya sido coincidencia, pero, en general, el período 1940-1959 fue el más fructífero de la economía cubana. Durante ese período, muchos factores, como el precio del azúcar, sin duda contribuyeron al crecimiento económico en Cuba. Pero también hay que destacar el asesoramiento que Urosa y su triunvirato dieron al empresariado, la banca y los gobernantes de turno. Aparte de sus obligaciones en el BNC, Urosa se desempeñó como director del Instituto Cubano de Investigaciones Tecnológicas de Cuba, profesor de Economía Política en la Universidad de La Habana y miembro de la Dirección de Asuntos Económicos del Ministerio de Estado. En agradecimiento, el presidente Grau San Martín otorgó a Urosa la Orden Carlos Manuel de Céspedes, la condecoración más alta que ofrecía el gobierno cubano por aquel entonces.

La literatura cubana sobre economía era escasísima por aquellos tiempos. Eran poquísimos los que escribían sobre ese tema, y quienes lo hacían no eran economistas sino historiadores. Los títulos publicados no pasaban de la veintena, y casi todos abordaban la azúcar y la industria azucarera como tema central. En esa bibliografía se destacaron Luis V. Abad y su Azúcar y can caña de azúcar; Fernando Agete y su Apuntes sobre la evolución de las variedades de caña en Cuba y Ramiro Guerra con Azúcar y población en las Antillas. Algunos escribieron además sobre el tabaco y los ferrocarriles, pero con poco éxito.

Urosa publicó muchísimo y superó a todos y a sí mismo, al optar por temas y técnicas investigativas diferentes. En primer lugar, fue uno de los primeros en escribir sobre la industria no azucarera cubana, provocando la ira de los azucareros. Retó la mítica frase “sin azúcar no hay país” del hacendado José Manuel Casanova, y eso fue como un sacrilegio. Pero para Urosa era evidente que el potencial de esa industria era limitado a largo plazo. Y estaba el hecho de que las negociaciones con el gobierno estadounidense sobre el precio de la azúcar y la cuota azucarera eran cada vez más tensas, y a Cuba, repito, le costaba mucho obtener ventajas y, cuando las lograba, eran casi siempre a costa de la industria no azucarera. Urosa ofreció una solución novedosa a los empresarios no azucareros: crear un mercado doméstico para sus productos, aprovechando que la población cubana crecía rápida y sostenidamente.

Al principio, escribió desde el punto de vista institucional, desde el institucionalismo, de por sí una novedad entre los economistas cubanos en aquellos años. Podemos citar La economía nacional de Cuba (1941), La economía cubana e inversiones internacionales (1942) y el Censo del año 1943 (1948) entre otros. En este último precisamente, Urosa expuso la factibilidad de un mercado doméstico para la industria no azucarera, basado en el crecimiento de la población cubana. En ese análisis, ya él comienza a utilizar matemática y estadística para tratar temas como la macro y microeconomía, importaciones y exportaciones, sistemas de seguros y estructuras de comercio, préstamos y tasas de interés, entre otros.

En 1950, publicó Características Fundamentales de la economía cubana. Se trata, básicamente, de una colección de ensayos que él había preparado para impartir clases y conferencias. Es un libro difícil de leer debido al uso abultado de análisis estadísticos, pero también es un estudio sin par y además pionero dentro de la escuela de economía cubana. Para muchos, constituye el tratado de economía cubana más importante de la época y que aún mantiene vigencia. Por mi parte, recomiendo leer Tesis sobre el desarrollo económico de Cuba, publicado en la Revista Bimestre Cubana en 1951.

Urosa no era de meterse en política. Seguramente tuvo opiniones, como es natural, pero no se le recuerda por haber criticado, al menos públicamente, a los gobiernos y gobernantes cubanos, al menos no mientras vivió en Cuba. Quizás evitó hacerlo por ser inmigrante, o bien para proteger la integridad de sus análisis económicos y por respeto a su profesión. Consideró que no trabajaba para ningún partido político en particular, sino para la economía cubana en general, y por tanto debía ser imparcial, mantenerse al margen de la política y someterse estrictamente a lo que datos y números le indicaban. Urosa trabajó por más de 15 años para gobiernos auténticos y ortodoxos por igual, así como para el de Fulgencio Batista, quien solía asociarse a todos los partidos políticos y a ninguno a la vez. Sin embargo, nunca fue acusado de corrupción, soborno, abuso de poder ni ningún otro delito, como sí sucedió con tantos políticos y trabajadores públicos de la Cuba republicana.

De todos modos, los revolucionarios cubanos no dudaron en vejarlo y acusarlo de contrarrevolucionario y muchas otras cosas. Y los economistas revolucionarios tildaron, a él y su obra, de estar al servicio de la burguesía. Por ejemplo, de Urosa, Manuel M. Fraginals expresó, con exageración: “Quizás el hombre de más sólida formación burguesa que diera el imperio español, incluyendo la propia España, al nivel de los grandes pensadores europeos de entonces…”. Y la economista española Nelida Lamela escribió que era “un economista keynesiano, representante de los intereses del capitalismo de Estado, que implementó los mecanismos de reactivación de la economía capitalista frente al socialismo”. De modo que Urosa recibió críticas no académicas, sino políticas, desde todos los flancos o extremos, solo por ser keynesiano. La burguesía lo acusaba de comunista y socialista, mientras comunistas y socialistas lo acusaban de burgués. ¿Tiene lógica eso?

El gobierno comunista cubano censuró a Urosa. Retiró toda su obra de las librerías y bibliotecas cubanas, con una excepción: la Universidad de La Habana. Primero, el gobierno autorizó la reedición de Características fundamentales de la economía cubana[vii], pero solo para los estudiantes de la Escuela de Economía de esa universidad. Segundo, la facultad de dicha escuela, dentro de la asignatura Pensamiento Económico Cubano, dedicó un capítulo a Urosa, el cual aún en los años 90 era parte del currículo y por tanto se impartía. Eso sí, el capítulo era parte de lo que esa facultad definió como la “escuela de economía burguesa”.

Durante los años 90 precisamente, algunos profesores de Economía comenzaron a destacar, en sus clases el nombre y la obra de Urosa. Eran los días del Periodo Especial. La economía cubana había colapsado y esos profesores, quizás por curiosidad, quizás buscando alternativas, releyeron la obra de Urosa y comenzaron a hablar, nada más y nada menos, del turismo como posibilidad económica viable dentro de la industria no azucarera. ¡Urosa lo había sugerido ya en los años 50! Incluso, había aplaudido las inversiones estadounidenses en la industria hotelera cubana sin importarle la procedencia, si venia de la mafia o de Wall Street. Insisto: él no era dado a hablar de política, la cual excluía de todo análisis económico, a pesar de ser profesor de Economía Política.

El régimen castrista abrazó la idea y apostó por el turismo. Pero como ese gobierno cuando no llega se pasa, fue de un extremo a otro, de invertirlo todo en la industria azucarera y prohibir el turismo en Cuba durante las décadas del 60, 70 y 80 del siglo pasado, al desmontaje total de la industria azucarera para invertirlo todo en el turismo, desde los años 90 hasta la actualidad. En todo caso, me parece justo e inteligente que de alguna manera hayan desempolvado la obra de Julián A. Urosa, al menos por un tiempo. Fue justo porque él aportó muchísimo a la escuela de economía y a la economía cubana, e inteligente porque había sido un error garrafal el ignorar esos aportes, un error por el que Cuba y los cubanos aún estamos pagando.

Ya de regreso a España, Urosa se dedicó a trabajar en el Banco Urquijo hasta que se retiró. También impartió clases y continuó escribiendo y publicando. Murió en el año 1998, de modo que supo de la destrucción paulatina de la industria azucarera y de la economía cubana en general, pasando por esos disparates que fueron la zafra del 1970 y la siembra de café en La Habana, hasta tocar fondo con el Periodo Especial. Urosa llegó a ver todo eso y no creo que le haya dado risa.

Manuel Rivero de León
Cubaencuentro, 5 de julio de 2025.

Foto: Portada del texto de Julián Alienes Urosa publicado en 1942 en La Habana. Tomado de George A. Smathers Libraries.

lunes, 2 de septiembre de 2024

Murió Cubaencuentro, la mayor empresa intelectual del exilio


El sitio Cubaencuentro, que un día nació de Encuentro de la Cultura Cubana, ha terminado sus días sigilosamente. Demasiado, para lo que llegó a ser la mayor empresa intelectual del exilio cubano. Cuatro líneas colocadas en su portada, sin fecha, con el título de ¡Adiós y gracias! anunciaron el final: “Después de más de dos décadas informando y conectando a nuestra comunidad, anunciamos con pesar que Cubaencuentro dejará de publicar. Agradecemos profundamente su lealtad y apoyo a lo largo de estos años. Ha sido un honor servirles”.

Cuatro líneas sin ninguna explicación, quizá porque las razones se daban por supuestas. Desde hacía años, el proyecto editorial –exclusivamente digital, mermado y con colaboraciones gratuitas– lo sostenían Carlos Espinosa y Alejandro Armengol. La muerte de ambos, con apenas tres meses de diferencia, ha precipitado el cierre de la web, administrada por la empresa informática de Manuel Desdín.

Muy poco sabía yo de Cuba, y casi todo equivocado, cuando conocí Encuentro, a finales de 2002, poco después de fallecer uno de sus fundadores, el escritor Jesús Díaz. La edición española de la revista Letras Libres me encargó una entrevista a su otra fundadora, Annabelle Rodríguez, quien me recibió junto al entonces jefe de Redacción, Luis Manuel García.

El texto se publicó –me parece que hay que dejar constancia de estas cosas, tan fácilmente olvidables– en un número especial sobre la Isla presentado en México, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), en conjunto, precisamente, con el volumen que Encuentro de la Cultura Cubana dedicó a Jesús Díaz. Aquella presentación, a cargo de Rafael Rojas, sufrió un lamentable acto de repudio por parte de las huestes “culturales” de Cuba, país invitado de honor en aquella edición de la FIL. (Acto de repudio que de ninguna manera evitó el propio hermano del historiador, Fernando Rojas, gerifalte del Ministerio ya en aquel tiempo.) No me desvío más.

Encuentro de la Cultura Cubana tenía en ese momento seis años de vida y parecía bien consolidada. Había podido nacer, en Madrid, gracias a una subvención de la Agencia Española de Cooperación Internacional bajo el gobierno de Felipe González, “uno de sus principales valedores”, en palabras de la propia Anabelle Rodríguez para aquella entrevista. Si Díaz había sido el cerebro del proyecto, las manos afanosas de Rodríguez eran las que conseguían y administraban los fondos. Hija de Carlos Rafael Rodríguez y Edith García Buchaca –dirigentes del Partido Socialista Popular y altos funcionarios de la revolución después de 1959– y con una amplísima red de contactos entre cubanos de dentro y de fuera de la Isla, la diplomática era la figura óptima para esa labor, a través de la estructura de la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana.

Tal y como contó también en aquel 2002, además de los subsidios de la Aeci, recibía apoyos financieros del Partido Socialdemócrata sueco, la Fundación Olof Palme, la Junta de Andalucía, el Ministerio de Educación y Cultura español, la Fundación Pablo Iglesias, la Fundación ICO, la Fundación Caja Madrid, el National Endowment for Democracy y la Fundación Ford. Más tarde entraría como patrocinador George Soros y su Open Society. La Unión Europea contribuía también con donativos, para poner en pie el que quizá fue el proyecto más ambicioso y profundo de Encuentro: un gran foro integrador para cubanos del mundo entero, un laboratorio de convivencia para la Isla del futuro. Eso, en un principio, iba a ser Cubaencuentro.

“Para nosotros, quienes están dentro de Cuba, incluso los que están en el Gobierno, son tan respetables como cualquiera. No son nuestros enemigos, sino que discrepamos de lo que se hace en Cuba y lo expresamos así. Queremos una Cuba sin exclusiones de ningún tipo”, respondía en 2002 Anabelle Rodríguez. Sobra mencionar los ataques de los que se hicieron blanco con esa postura, de un lado y del otro del espectro político.

A pesar de ello, la revista llegaba a su público. Así proseguía Rodríguez: “El objetivo principal de la revista era publicar trabajos de autores cubanos que viven dentro de la Isla, fueran cuales fueran sus ideas, y de autores que viven en la diáspora. Esto se ha conseguido. Hubo una especie de veto oficial por parte del régimen. Sin embargo, no ha habido un solo número de la revista que no haya contado con una amplia participación de escritores de dentro de la Isla. La segunda meta era que la revista se leyera dentro de Cuba, y lo estamos consiguiendo”.

De cada tirada, trimestral, reservaban 1.500 ejemplares para meter a la Isla por vías “no oficiales”, maletas de amigos y valijas diplomáticas de distintas embajadas, fundamentalmente. Los pocos intelectuales independientes que quedan dentro de Cuba dan fe de las maneras en las que llegaba a sus manos.

Así Yoani Sánchez, directora de 14ymedio, quien recuerda que conseguían la revista a través de la Embajada de España. A ella, que conserva buena parte de los 54 números de que se llegaron a publicar, Encuentro le sirvió “para ampliar el horizonte” y enterarse de asuntos acallados por el régimen. A modo de ejemplo, cita los especiales sobre el presidio político o sobre el exilio. “Nos llamaban del consulado español y había que ir casi a escondidas, le entregaban a Reinaldo [Escobar] un sobre amarillo cerrado”, relata. “Estábamos en un puro brinco en lo que iba hasta allí y regresaba ileso”.

También refiere cómo las prestaban a amigos y familiares, que se las quitaban de las manos: “Mi padre era el primero que se apuntaba en la cola para cuando nosotros dos termináramos de leer”.

Lo que me decía Luis Manuel García en aquella entrevista de 2002 sobre la “ferocidad” con que el régimen atacó Encuentro de la Cultura Cubana ella también lo corrobora, y ofrece como muestra los enfados de los profesores de la Facultad de Artes y Letras más recalcitrantes cuando veían que alguno de los estudiantes citaba la revista en la bibliografía.

No en vano, tercia Reinaldo Escobar, los “varios volúmenes de la revista encontrados al poeta Raúl Rivero y confiscados fueron usados como pruebas inculpatorias en los juicios de la Primavera Negra de 2003”.En gran medida, además, fueron pioneros en la información digital cubana, con el diario dirigido por Pablo Díaz Espí, hijo de Jesús.

No quisiera idealizar con estos apuntes. Me constan las críticas que recibió en su momento el proyecto y su agria desintegración, en 2009, luego de que la crisis financiera que estalló un año antes mermara la financiación pública que lo sostenía. También sé de la utilización –torticera, como es su costumbre– que de todo ello hicieron los heraldos del castrismo.

Ajena a aquella empresa, no me corresponde ni contarlo ni tomar partido. Aparte de esto, los propios protagonistas ofrecieron sus propias vivencias en el imprescindible dossier que la revista Rialta le dedicó a Encuentro de la Cultura Cubana en 2021, al cumplirse los 25 años de su fundación. (Es Rialta, por cierto, el custodio junto a Cubaencuentro, de la memoria de aquel papel, con todos los números digitalizados.)

Prefiero rescatar lo mejor de aquello, ahora que lo que quedaba de su nombre, que nunca llegó a ser lo que se había propuesto, cerró tan calladamente. Parte del espíritu de Encuentro sigue vivo en todos los proyectos nacidos desde entonces con el mismo fin –el libre intercambio de ideas, la pluralidad, la sana discusión–, y eso incluye no solamente a Diario de Cuba, fundado por Díaz Espí y Antonio José Ponte al separarse de la Asociación dirigida por Annabelle Rodríguez, sino también a este mismo diario.

Mucho hay, en el trabajo de los periodistas independientes cubanos que cada día cuentan la realidad de su país bajo la dictadura, de aquello que sobre Encuentro me decía Annabelle Rodríguez hace 22 años: “un ensayo de democracia, una preparación para el futuro, un sitio en donde los cubanos aprendan a discutir sin considerarse enemigos”.

Yaiza Santos
Texto y foto: 14ymedio, 27 de julio de 2024.

lunes, 26 de agosto de 2024

Pedraza Ginori y el Concurso Adolfo Guzmán

Eugenio Pedraza Ginori, fue uno de los mejores directores que ha tenido la televisión cubana (igual que Manolo Rifat, a quien conocí y con quien trabajé en la década de 1980 cuando fui periodista-realizadora en los servicios informativos del ICRT). A continuación, los ocho posts dedicados al Concurso Adolfo Guzmán de Música Cubana, del cual Pedraza Ginori fue su director general. En la primera edición, en junio de 1978, mi amigo, el compositor cubanoamericano Jorge Luis Piloto, quedó entre los 24 finalistas con su canción Decir tu nombre, interpretada por Bobby Carcassés y orquestada por Paquito D'Rivera.

Quien quiera saber sobre el más importante concurso de música cubana que ha habido en Cuba a partir de 1959, cuando "llegó el comandante", mandó a acabar con la diversión, parodiando a Carlos Puebla, y desde ese mismo año comenzó a destruir el país, debe leer estos ocho posts que Pedraza Ginori ha publicado en su extraordinario blog:

Concurso Guzmán 78: La sorpresa.

Concurso Guzman 79 (1): Jonrón con las bases llenas.

Concurso Guzmán 79 (4): Lo que dijo la prensa.

Concursa Guzmán79 (5): Los que me pusieron a parir.

Concurso Guzmán 80 (2): Ahí les queda eso, yo voy echando.

Leer también:

Eugenio Pedraza Ginori es autor de la letra de varias canciones, entre ellas: La vida es una semana, también interpretada por Embale y el Septeto Nacional Ignacio Piñeiro en la edición de 1980 del Concurso Guzmán (el video tiene mala calidad, pero vale la pena verlo) y El final no llegará, también interpretada por Embale y el Septeto Nacional. Tiene un canal en You Tube.

Tania Quintero
Foto de Pedraza Ginori tomada de El Fogonero.

lunes, 19 de agosto de 2024

Ese cubano incansable que fue Carlos Espinosa

Solíamos bromear con nuestros apellidos, y nos saludábamos a través del correo electrónico como supuestos primos, pero en realidad, si algo fui suyo, fue su alumno. Acaba de fallecer en España el investigador, crítico, teatrólogo y profesor Carlos Espinosa, y la notica que me llegó esta mañana a través de una amiga común me impide aún organizar debidamente, no solo los recuerdos de índole personal que compartíamos, sino todo lo que en su vida logró hacer este hombre, que hizo de la memoria, el rescate, la invitación al diálogo desde la crítica su verdadera biografía.

Nacido en Guisa, en 1950, se graduó en la especialidad de Teatrología, en la Facultad de Arte Teatral del Instituto Superior de Arte. En 1975 había enviado al diario Juventud Rebelde una reseña sobre varios espectáculos presentados en el Panorama de Teatro y Danza de ese año. La nota, que escribió a instancias de un amigo, fue publicada, y a partir de ahí siguió colaborando con dicho periódico, al tiempo que estudiaba ya en los predios de Cubanacán. Su gusto por la literatura, que consideraba su pasión primordial, se acopló también al interés por el teatro y a lo largo de su trayectoria combinó ambos intereses, en una línea que solo su repentina muerte ha venido a interrumpir.

Tras graduarse, trabajó en Teatro Estudio y Casa de las Américas. Fue uno de los integrantes del equipo que preparó las memorias del primer Festival de Teatro de La Habana, y la revista Conjunto dejaba leer sus reseñas con frecuencia. Al mismo tiempo, preparó antologías (algo que se haría recurrente y que le permitía demostrar su amplio conocimiento) sobre teatro musical, teatro juvenil, entremeses españoles o la dramaturgia de Joaquín Lorenzo Luaces. Su curiosidad era también signo de su puntillosa preocupación por el dato exacto y confirmado, por el registro minucioso de fuentes, y como crítico fue siempre elegante, uno de los pocos en la tradición de dicho oficio en Cuba capaz de decir cosas no siempre "constructivas" acerca de un espectáculo sin caer en la rudeza ni la falta de respeto. Creía en el crítico como un espectador participante y comprometido, no como un juez del que debía esperarse una sentencia fulminante.

Su salida de Cuba se produjo a fines de los años 80. No fue una experiencia grata, y la Casa de las Américas lo despidió sin una nota de agradecimiento. De hecho, una carta firmada por la directora del Departamento de Teatro en aquellos años advertía a quien se interesara por su destino que sería preferible no ayudarle, en un ejemplo contundente de hasta dónde podía llegar el ahogo que llegó a sentir en esa institución, a la que se negó a volver a entrar cuando por fin regresó a la Isla. El trabajo responsable que ya había acometido fue más poderoso que esas advertencias de censores y homófobos, y por suerte en España pudo seguir incrementando su bibliografía, añadiendo a lo que ya había publicado títulos de relevancia.

En 1986, año de su partida, había aparecido por Letras Cubanas su Cercanía de Lezama Lima, donde recopila textos acerca del autor de Paradiso, y que aún hoy es un título fundamental de esa operación que devolvió a la luz la obra y el carácter del gran escritor cubano. Apenas lo concluyó, decidió hacer un proyecto semejante acerca de Virgilio Piñera, aunque concebido como una coral de voces que pudieran dar fe de las muchas contradicciones y paradojas que rodeaban al gran dramaturgo, poeta y narrador. Ese proyecto, sin embargo, se tardaría mucho en aparecer, y no vería la luz sino hasta 2003, con Ediciones Unión. En ese arco de tiempo preparó otros títulos, y participó como gestor en diversos proyectos culturales. Cuba fue siempre el lugar donde radicó espiritualmente, y a favor de la cultura de su país natal aprovechó cada minuto de su vida.

Cuando aparece en 1992 su antología Teatro cubano contemporáneo, preparada como parte del proyecto por los 500 años del encuentro entre dos culturas y publicada por el Fondo de Cultura Económica, consigue uno de sus mayores aportes. El libro, que he comprado una y otra vez, fue por muchos años inalcanzable en la Isla, pese a que su eco allí fue notable. Rine Leal, el más importante de los críticos teatrales cubanos, le dedicó un minucioso análisis en La Gaceta de Cuba, abogando por abrazar definitivamente la idea de una dramaturgia nacional por encima de diferencias y exilios, que fue respondido en un número siguiente por una torpe respuesta de Enrique Núñez Rodríguez. La Antología… no solo escoge textos esenciales de nuestra escena, sino que además suma prólogos, notas, cronología, que aún me son útiles. Y ello pueden también decir muchos de mis colegas.

Cuando pasa de España a Estados Unidos, en 1998, trabaja como profesor, mantiene su labor como crítico, y se gradúa como doctor en Español en la Florida International University. Allí finalmente le conocí, en Miami, a mi paso en el 2001-2002. Fue la posibilidad de anudar una amistad, de agradecerle a viva voz lo aprendido a través de sus libros, y de establecer una red de contactos mediante correos electrónicos, cruce de libros y revistas, datos y referencias que perduró, como quien dice, hasta hace unas horas. De ese diálogo brotaron incluso proyectos donde me invitó a colaborar, como los dossiers que preparó para la revista Encuentro de la cultura cubana, o la efímera publicación La Ma' Teodora, que alentó junto a Alberto Sarraín.

Dedicó esos años de estudio a replantearse un mapa de la literatura cubana en el exilio, y de ahí proviene su estudio El peregrino en comarca ajena, la antología poética La pérdida y el sueño, que recoge la obra de autores radicados en la Florida. Como prueba de su entendimiento de la labor del crítico publicó Lo que opina el otro. En todos esos libros desplegaba su saber sin pedanterías, porque como dijo alguna vez en todos sus textos "está presente la preocupación por la transparencia y la voluntad comunicativa". Rescató libros raros, publicó a sus expensas nuevas ediciones de piezas de Casal, recogió las entrevistas que hizo a diversos escritores bajo el título Todos los libros, el libro. Y en varios de esos esfuerzos tuvo a su lado el buen gusto de ese excelente diseñador que fue siempre Umberto Peña.

Gracias a sus retornos a Cuba apareció al fin Virgilio Piñera en persona. Y luego en la Isla verían la luz sus compilaciones de crónicas lezamianas, páginas de Gastón Baquero y Eduardo Manet, o su libro-entrevista con Héctor Quintero, que la muerte del dramaturgo no le permitió completar según lo que imaginaba. En Perú, dialogó con numerosos teatristas y preservó sus testimonios en varios volúmenes. Y con editoriales como Verbum sacó a la luz otros empeños, dedicados a recuperar las figuras de Lino Novás Calvo, Jorge Mañach o Esteban Borrero. Hace poco apareció por esa editorial un conjunto de piezas de Yunior García, para la cual además redactó la introducción. En todo ello puso a prueba su tesón y su paciencia, como quien piensa en un lector de hoy y el de mañana, reconstruyendo una idea de Cuba diversa y capaz de multiplicarse en otras tantas posibilidades de su cultura y su identidad.

Sus amigos recordaremos sus correos, en los que nos enviaba noticias culturales y cualquier cosa que pensaba podría ser interesante, sus quejas por achaques de salud reales o imaginarios, sus anécdotas en las que no faltaba un toque de humor, porque siempre parecía acecharle alguna dosis de fatalidad que se resolvía en chistes. Supo eludir resentimientos y comentarios amargos, aunque no olvidó a quienes intentaron dañarlo o menospreciarlo. Sencillamente, puso por encima de eso su trabajo, que no fue solo el del investigador ni el del referencista. Cuando le dediqué la conferencia que presenté a instancias de Desiderio Navarro acerca de los desmanes del "Quinquenio Gris" contra el teatro cubano ("Las máscaras de la grisura: teatro, silencio y política cultural en la Cuba de los 70", 2009) no faltó quien se molestara. Generoso, me regaló datos y referencias para ese estudio, y lo que he ido acumulando posteriormente sobre esa misma investigación, está en deuda, sin dudas, con la persona, el intelectual y el amigo que fue Carlos Espinosa.

La deuda que tenemos con él es la que su obra nos revela: un largo empeño de reconstruir nuestra historia y la cultura cubana sin tapujos y sin las frivolidades de una moda pasajera. Estaba consciente de sus aportes, sin alardear jamás de ellos. Muchos, como yo, podrán confirmar de qué modo nos seguía solicitando crónicas y reseñas para Cubaencuentro, del cual fue editor hasta su muerte, esa noticia que aún me sacude y que ha hecho a no pocos llamarnos para tratar de confirmarla, porque aún estamos tratando de procesar algo tan duro e inesperado. En mis libreros, junto a los de los autores a los que dedicó sus días, tardes y noches, están sus títulos. En esa compañía, de la que nos ha hecho más que lectores, cómplices, quiero despedir a Carlos Espinosa Domínguez, desde la gratitud del alumno que he sido, y espero seguir siendo, como tributo a su callado e imprescindible magisterio.

Norge Espinosa Mendoza
Diario de Cuba, 6 de julio de 2024.

Foto: Carlos Espinosa en Santa Mónica, California. Cortesía de Rosa Ileana Boudet.

Nota de Tania Quintero

Graduado de Teatrología y Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte de La Habana, Carlos Espinosa Domínguez (Guisa, Granma, Cuba 1950-Aranjuez, Madrid, España 2024) trabajó en Teatro Estudio y el Departamento de Teatro Latinoamericano de la Casa de las Américas. Era doctor en Español por la Universidad Internacional de la Florida y trabajó en Estados Unidos como profesor universitario desde 1998 hasta 2016, en la Mississippi State University. Tras su retiro, había vuelto a España, país al que inicialmente emigró en 1986. Además de sus investigaciones sobre teatro, Espinosa era reconocido por sus libros de testimonio en torno a destacadas figuras de la cultura cubana como Virgilio Piñera y José Lezama Lima.

Entre sus libros se encuentran: Cercanía de Lezama Lima (1986), Virgilio Piñera en persona (2003), Gastón Baquero, paginario disperso (2015), Lino Novás Calvo. Lo que entonces no podíamos saber (2015), Jorge Mañach. La cura que quisimos (2017), Francisco Ichaso. La palabra y la memoria Ensayos y artículos. (2021), Un desorden de sábanas y almohadas. Antología de la poesía erótica iberoamericana (2021), Enrique José Varona. El saber generoso e iluminador (2023), Esteban Borrero Echeverría. Cuestión de monedas y otras narraciones (2024). Recientemente había publicado Antón Arrufat. Autorretrato sin enmiendas. Último trabajo publicado en Cubaencuentro, donde se desempeñaba como jefe de redacción. Siempre leía sus textos. El pasado mes de mayo, en el blog del periodista independiente Iván García ,se reprodujo Los apóstatas de los bellos ideales de Carlos Espinosa Domínguez.

lunes, 12 de agosto de 2024

Un embajador premiado y un agradecimiento personal


Cuando leí en la web del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina, más conocido por sus siglas, CADAL, en 14ymedio y en Cubanet, que Mauro Reina, ex embajador suizo en La Habana, había sido el ganador de la edición 2023 del Premio a la Diplomacia Comprometida con los Derechos Humanos en Cuba, consideré que debía dedicarle un post a Suiza, donde desde noviembre de 2003 vivo como refugiada política.

Si hay dos cubanos que pueden dar fe de la actitud de la Embajada de Suiza en La Habana y de sus diplomáticos, somos mi hijo Iván García Quintero y yo, Tania Quintero Antúnez, periodistas independientes que después de la oleada represiva ordenada por Fidel Castro a partir del 18 de marzo de 2003, en junio fuimos recibidos en su sede diplomática en Miramar y en julio, un mes después, nos comunicarían que la Confederación Helvética había concedido asilo político a Iván y a mí y también a mi hija Tamila y a mi nieta Yania, entonces de 9 años.

A modo de agradecimiento personal a Suiza, 27 textos publicados entre 2008 y 2023

Lully Posada, en su blog: Tania, periodismo cubano en el exilio.

Suiza, el país donde vivo, primero de doce posts.

Tania Quintero
Pies de fotos: La primera, en el Palacio de las Naciones Unidas, Ginebra, marzo de 2004. Entre el periodista peruano Gustavo Gorriti de Reporteros sin Fronteras, y el periodista catalán Xavier Uset, en ese momento trabajando eFreedom House. La segunda, con mi hija Tamila García y mi nieta Yania Betancourt, en 2004, en un parque de Lucerna.

lunes, 5 de agosto de 2024

El Maleconazo, la primera revuelta popular

La Habana, 4 de agosto de 1994. Entre un calor sofocante, apagones de doce horas, moneda devaluada y escasez de alimentos, la sensación que se percibía en las calles habaneras hace 23 años era que habíamos llegado al límite.

La frustración y malestar social estaban a flor de piel. La gente se sentaba en las esquinas a fraguar planes para emigrar. Incluso los fidelistas más intransigentes, en voz baja sugerían urgentes cambios en las monolíticas estructuras del poder.

La cuestión era simple. Si Fidel Castro no introducía reformas económicas, un gran número de cubanos nos moriríamos de hambre. Algunos parientes y amigos parecían salidos de un campo de concentración nazi, por lo mucho que habían adelgazado. Mi madre perdió parte de su dentadura y la solución para comprar un poco de comida en una shopping, fue vender su colección de discos de música brasileña por solo 39 dólares.

Las bicicletas chinas eran distribuidos por los centros laborales y como eran tan pesadas, muchos trabajadores las vendían o se iban al campo y las cambiaban por un cerdo: si no tenían patio, los criaban dentro de la vivienda. Un médico conocido nuestro, de 60 años, cogió tanta lucha buscando sancocho para engordar al puerco que criaba en un cuarto de baño en desuso en su casa, que murió de un infarto.

En 1994, en pleno Período Especial, un aguacate costaba un dólar o 120 pesos al cambio clandestino y 100 pesos la libra de arroz de la tierra, cuando se conseguía. Una libra de carne de cerdo rozaba los 150 pesos y los ancianos hacían largas colas para tomarse una taza de tilo caliente. Los CDR entregaban un ticket que te daba derecho a comerte una hamburguesa Zas -uno de los tantos 'inventos' de Fidel Castro- y tomarte un vaso de refresco.

De la ciudad desaparecieron los gatos: quienes lo comían, decían que su sabor era igual al del conejo. No pocas personas se desmayaban en la calle. Las enfermedades provocadas por la ausencia de vitaminas y proteínas se intensificaban en la población. Si llegaba la Opción Cero, el ejército sería el encargado de repartir ranchos en las cuadras. Las salidas ilegales en balsa se dispararon. En ese ambiente de miseria y desesperanza transcurría la vida en la capital.

La noche del 4 de agosto, en la barriada de La Víbora estaba programado un apagón de doce horas, de ocho de la noche a ocho de la mañana. Más de uno subía una colchoneta a la azotea de su casa y así lograba dormir.

A las diez de la mañana del 5 de agosto, por el barrio comenzaron a difundirse diferentes versiones de lo que estaba ocurriendo en el Malecón. “Oye esto se jodió. En Colón, San Leopoldo y Jesús María la gente se está tirando pa’ la calle. Han saqueado tiendas y volcaron un patrullero de la policía”, contaba un señor que decía venir de Centro Habana.

Un grupo de jóvenes y adultos, junto con un chofer de la ruta 15 que entonces tenía su paradero en La Víbora, decidimos trasladarnos al epicentro del conflicto. Durante el trayecto, el chofer iba recogiendo personas con grandes bolsos, como si fuesen a un picnic. Se rumoraba que embarcaciones llegarían desde la Florida y se llevarían a los que quisieran irse.

Justo al costado del otrora Palacio Presidencial, fuerzas combinadas de la policía, Seguridad del Estado y Tropas Especiales, detuvieron el ómnibus. El chofer abrió las puertas y los pasajeros, para impedir que los militares nos montaran en un camión lleno de detenidos, rápidamente nos bajamos y aprovechando la marea humana que ya a esa hora se había formado, nos dispersamos entre la multitud y nos escabullimos por las calles colindantes.

Por primera vez escuché gritos de Abajo Fidel. El enorme gentío caminaba rumbo al malecón y la Avenida del Puerto. Los que llevaron prismáticos, oteaban el horizonte en busca de embarcaciones. Los destrozos en shoppings y en el Hotel Deauville eran ostensibles. La amplia vía que corre paralela al Malecón estaba atestada de piedras y trozos de ladrillos.

Sobre las cuatro de la tarde, decenas de camiones del ejército, yipis con ametralladoras en su parte posterior, soldados de unidades especiales y constructores del Contingente Blas Roca, armados con bates de béisbol y gruesas barras de acero, dando golpes a diestra y siniestra, comenzaron a poner orden.

En eso, corrió la noticia de que la televisión estaba trasmitiendo la llegada de Fidel Castro al lugar de la revuelta.

De un vehículo militar se había bajado frente al Capitolio. Y los que hasta ese momento, por esa zona, habían estado gritando contra él, por intuición o miedo, cambiaron de palo pa'rumba. Comenzaron a aplaudir y las vivas a Fidel se unieron con la de cientos de partidarios del gobierno. La turba movilizada por el régimen bajó por la calle Prado, gritando consignas revolucionarias, con pancartas y tubos de aluminio en las manos.

Antes de las ocho de la noche, la espontánea protesta popular había sido controlada por la autocracia verde olivo.

¿Podría volver a repetirse lo ocurrido hace 30 años? Durante la década de 1960, la emigración masiva de una clase media conformada por políticos, médicos, ingenieros, periodistas y otros profesionales, le permitió a Fidel Castro barrer con todas las instituciones republicanas, sepultar la prensa libre y levantar su hermética dictadura.

Respaldado por un amplio apoyo popular, Castro erigió un Estado de corte soviético. Hasta la Constitución era un calco. A un ejército que en su momento fue el mayor de América Latina, una poderosa red de organismos que eran apéndices del régimen, se sumaba la eficacia de los servicios secretos. Todo eso le permitió a Fidel Castro fundar una de las más perfectas maquinarias de control social en la historia moderna.

Sin derecho a huelgas obreras, sindicatos amaestrados y leyes que condenaban a muchos años de cárcel (o pena de muerte) a los que se atrevían a disentir, el barbudo sembró el terror en los cubanos. Oponerse al régimen tenía -y aún tiene- un alto costo personal que va desde la represión y el 'asesinato'de la reputación de un disidente hasta linchamientos verbales que pueden terminar en procesos penales y largoa años de prisión.

Es una de las causas, entre otras, que explican por qué los cubanos no se rebelan. Lo más que hacen es quejarse: la mayoría de la población está convencida de que el castrismo es un desastre. El ciudadano de a pie percibe al Estado como territorio de una casta de privilegiados que, por méritos históricos o genéticos, les corresponde gobernar sin rendir cuentas al pueblo.

A pesar de la perpetua crisis económica que afecta la nación, no es probable que a corto plazo puedan ocurrir protestas multitudinarias donde los cubanos reclamen sus derechos o exijan democracia. Pero, ojo, cualquier arbitrariedad del régimen puede desencadenar pequeñas o medianas protestas, como las de los cocheros en Bayamo en 2010 y la de bicitaxistas en La Habana en 2016. O grandes manifestaciones, como la del 11 de julio de 2021, en más de cincuenta localidades en todo el país.

A partir del 11-J, organizaciones defensoras de derechos humanos mensualmente reportan cientos de cacerolazos y protestas en diversas provincias, casi todas espontáneas, por la falta de agua, luz y abusos gubernamentales. En las últimas tres décadas, la crispación social ha ido en aumento.

Hoy, Cuba es una lija de fósforos que al menor roce puede provocar una chispa. Hasta el miedo tiene fecha de caducidad.

Iván García

lunes, 29 de julio de 2024

Sears, la tienda de mis recuerdos

La céntrica esquina de Reina y Amistad, en La Habana, fue el sitio escogido para fundar, en noviembre de 1942, la primera tienda por departamentos en Cuba de la cadena norteamericana Sears Roebuck and Company, creada por Richard Warren Sears y Alvah Curtis Roebuck en el siglo XIX y que aún es propiedad del magnate mexicano Carlos Slim.

Sears tuvo en La Habana varias tiendas que competían con ella: Precios Fijos, Almacenes Ultra, El Encanto, Fin de Siglo y La Época. Pero de esas tiendas hoy solo queda La Época, que vende en divisas (MLC). El Encanto fue destruida por un sabotaje en 1961, Precios Fijos fue demolida, Ultra fue cerrada debido a las filtraciones y Fin de Siglo hace varios años que está cerrada por reparaciones.

El elegante edificio de la tienda Sears, que tenía enfrente el Parque de la Fraternidad y a un lado el Palacio de Aldama, tenía tres pisos, un sótano para la venta y al fondo, los almacenes. La mayor atracción de la tienda eran las escaleras eléctricas. Cuando yo era niño, durante los paseos que daba con mi madre, le insistía en que entráramos a Sears, aunque no fuéramos a comprar nada, solo por montar en las por entonces novedosas escaleras.

Ya mayor fui en muchas ocasiones a esa tienda, que invitaba a ser visitada por la disposición de su mobiliario, su aire acondicionado, la gentileza de sus empleados y las atractivas vidrieras que rodeaban el local por su parte exterior, donde se exhibía la mercancía: efectos electrodomésticos, útiles para el hogar, telas, confecciones, peletería, ferretería, alimentos y hasta juguetería.

Cada vez que entraba en Sears, a inicios de los años sesenta, iba invariablemente al sótano, donde estaba la discoteca, a comprar discos.

Un hecho en mi memoria marca a esa tienda como un lugar maravilloso. Se acercaba el 6 de enero, yo me hallaba en su amplio portal con mi madre, y, de pronto, por una promoción comercial de varios empresarios por las fechas navideñas, desfilaron por algunas de las principales calles habaneras los Reyes Magos montados en camellos verdaderos. Esa imagen, aquella ilusión de fantasía, se mantiene imborrable en mí.

Después de estar cerrada por varios años, a inicios de la década de 1980, establecieron en la antigua Sears un mercado paralelo que duró hasta poco antes del Periodo Especial. Acudía al lugar una inmensa cantidad de personas, que incluso marcaban desde la noche anterior para adquirir productos como quesos, yogurt, carnes y latería rusa y búlgara.

Por los alrededores de la tienda proliferaron los revendedores. Pero un día, a fines de los años ochenta, aquel comercio terminó como la fiesta del Guatao, con una redada policial contra los merolicos, término este tomado por Fidel Castro de la por entonces muy popular telenovela mexicana Gotita de gente y del que se apropió para denigrar a los que hacían negocios al margen del Estado, a quienes calificaba como “vagos sin oficio ni beneficio”.

Después que cerraron la tienda porque no había productos para surtirla, esta estuvo clausurada hasta que restauraron el inmueble, y establecieron allí el Palacio de la Computación, que aún brinda servicio, y eliminaron el enorme letrero con el nombre original que allí había.

Hubo una sucursal de Sears que se estableció en la calle 51 entre 116 y 118, en Marianao, y otra en Santiago de Cuba. La tienda de Marianao, que se mantuvo hasta hace unos años con el nombre de Amistad, ha sufrido tal deterioro por la falta de mantenimiento que hoy da grima.

Sus techos tuvieron filtraciones y la tienda estuvo un tiempo cerrada. El sótano está clausurado, debido a aguas subterráneas que lo inundan. El parqueo posterior ahora pertenece a una empresa estatal. Para llenar el amplio salón, alquilaron espacios a cuentapropistas, que venden calzado, bisuterís y efectos de plomería y electricidad. Como superficie estatal queda una quinta parte, con mostradores y estanterías casi vacías.

De aquellas preciosas tiendas Sears no queda ni el nombre. Solamente las recordamos los ancianos con memoria.

Jorge Luis González
Texto y foto: Cubanet, 10 de diciembre de 2023.