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lunes, 26 de agosto de 2024

Pedraza Ginori y el Concurso Adolfo Guzmán

Eugenio Pedraza Ginori, fue uno de los mejores directores que ha tenido la televisión cubana (igual que Manolo Rifat, a quien conocí y con quien trabajé en la década de 1980 cuando fui periodista-realizadora en los servicios informativos del ICRT). A continuación, los ocho posts dedicados al Concurso Adolfo Guzmán de Música Cubana, del cual Pedraza Ginori fue su director general. En la primera edición, en junio de 1978, mi amigo, el compositor cubanoamericano Jorge Luis Piloto, quedó entre los 24 finalistas con su canción Decir tu nombre, interpretada por Bobby Carcassés y orquestada por Paquito D'Rivera.

Quien quiera saber sobre el más importante concurso de música cubana que ha habido en Cuba a partir de 1959, cuando "llegó el comandante", mandó a acabar con la diversión, parodiando a Carlos Puebla, y desde ese mismo año comenzó a destruir el país, debe leer estos ocho posts que Pedraza Ginori ha publicado en su extraordinario blog:

Concurso Guzmán 78: La sorpresa.

Concurso Guzman 79 (1): Jonrón con las bases llenas.

Concurso Guzmán 79 (4): Lo que dijo la prensa.

Concursa Guzmán79 (5): Los que me pusieron a parir.

Concurso Guzmán 80 (2): Ahí les queda eso, yo voy echando.

Leer también:

Eugenio Pedraza Ginori es autor de la letra de varias canciones, entre ellas: La vida es una semana, también interpretada por Embale y el Septeto Nacional Ignacio Piñeiro en la edición de 1980 del Concurso Guzmán (el video tiene mala calidad, pero vale la pena verlo) y El final no llegará, también interpretada por Embale y el Septeto Nacional. Tiene un canal en You Tube.

Tania Quintero
Foto de Pedraza Ginori tomada de El Fogonero.

lunes, 19 de agosto de 2024

Ese cubano incansable que fue Carlos Espinosa

Solíamos bromear con nuestros apellidos, y nos saludábamos a través del correo electrónico como supuestos primos, pero en realidad, si algo fui suyo, fue su alumno. Acaba de fallecer en España el investigador, crítico, teatrólogo y profesor Carlos Espinosa, y la notica que me llegó esta mañana a través de una amiga común me impide aún organizar debidamente, no solo los recuerdos de índole personal que compartíamos, sino todo lo que en su vida logró hacer este hombre, que hizo de la memoria, el rescate, la invitación al diálogo desde la crítica su verdadera biografía.

Nacido en Guisa, en 1950, se graduó en la especialidad de Teatrología, en la Facultad de Arte Teatral del Instituto Superior de Arte. En 1975 había enviado al diario Juventud Rebelde una reseña sobre varios espectáculos presentados en el Panorama de Teatro y Danza de ese año. La nota, que escribió a instancias de un amigo, fue publicada, y a partir de ahí siguió colaborando con dicho periódico, al tiempo que estudiaba ya en los predios de Cubanacán. Su gusto por la literatura, que consideraba su pasión primordial, se acopló también al interés por el teatro y a lo largo de su trayectoria combinó ambos intereses, en una línea que solo su repentina muerte ha venido a interrumpir.

Tras graduarse, trabajó en Teatro Estudio y Casa de las Américas. Fue uno de los integrantes del equipo que preparó las memorias del primer Festival de Teatro de La Habana, y la revista Conjunto dejaba leer sus reseñas con frecuencia. Al mismo tiempo, preparó antologías (algo que se haría recurrente y que le permitía demostrar su amplio conocimiento) sobre teatro musical, teatro juvenil, entremeses españoles o la dramaturgia de Joaquín Lorenzo Luaces. Su curiosidad era también signo de su puntillosa preocupación por el dato exacto y confirmado, por el registro minucioso de fuentes, y como crítico fue siempre elegante, uno de los pocos en la tradición de dicho oficio en Cuba capaz de decir cosas no siempre "constructivas" acerca de un espectáculo sin caer en la rudeza ni la falta de respeto. Creía en el crítico como un espectador participante y comprometido, no como un juez del que debía esperarse una sentencia fulminante.

Su salida de Cuba se produjo a fines de los años 80. No fue una experiencia grata, y la Casa de las Américas lo despidió sin una nota de agradecimiento. De hecho, una carta firmada por la directora del Departamento de Teatro en aquellos años advertía a quien se interesara por su destino que sería preferible no ayudarle, en un ejemplo contundente de hasta dónde podía llegar el ahogo que llegó a sentir en esa institución, a la que se negó a volver a entrar cuando por fin regresó a la Isla. El trabajo responsable que ya había acometido fue más poderoso que esas advertencias de censores y homófobos, y por suerte en España pudo seguir incrementando su bibliografía, añadiendo a lo que ya había publicado títulos de relevancia.

En 1986, año de su partida, había aparecido por Letras Cubanas su Cercanía de Lezama Lima, donde recopila textos acerca del autor de Paradiso, y que aún hoy es un título fundamental de esa operación que devolvió a la luz la obra y el carácter del gran escritor cubano. Apenas lo concluyó, decidió hacer un proyecto semejante acerca de Virgilio Piñera, aunque concebido como una coral de voces que pudieran dar fe de las muchas contradicciones y paradojas que rodeaban al gran dramaturgo, poeta y narrador. Ese proyecto, sin embargo, se tardaría mucho en aparecer, y no vería la luz sino hasta 2003, con Ediciones Unión. En ese arco de tiempo preparó otros títulos, y participó como gestor en diversos proyectos culturales. Cuba fue siempre el lugar donde radicó espiritualmente, y a favor de la cultura de su país natal aprovechó cada minuto de su vida.

Cuando aparece en 1992 su antología Teatro cubano contemporáneo, preparada como parte del proyecto por los 500 años del encuentro entre dos culturas y publicada por el Fondo de Cultura Económica, consigue uno de sus mayores aportes. El libro, que he comprado una y otra vez, fue por muchos años inalcanzable en la Isla, pese a que su eco allí fue notable. Rine Leal, el más importante de los críticos teatrales cubanos, le dedicó un minucioso análisis en La Gaceta de Cuba, abogando por abrazar definitivamente la idea de una dramaturgia nacional por encima de diferencias y exilios, que fue respondido en un número siguiente por una torpe respuesta de Enrique Núñez Rodríguez. La Antología… no solo escoge textos esenciales de nuestra escena, sino que además suma prólogos, notas, cronología, que aún me son útiles. Y ello pueden también decir muchos de mis colegas.

Cuando pasa de España a Estados Unidos, en 1998, trabaja como profesor, mantiene su labor como crítico, y se gradúa como doctor en Español en la Florida International University. Allí finalmente le conocí, en Miami, a mi paso en el 2001-2002. Fue la posibilidad de anudar una amistad, de agradecerle a viva voz lo aprendido a través de sus libros, y de establecer una red de contactos mediante correos electrónicos, cruce de libros y revistas, datos y referencias que perduró, como quien dice, hasta hace unas horas. De ese diálogo brotaron incluso proyectos donde me invitó a colaborar, como los dossiers que preparó para la revista Encuentro de la cultura cubana, o la efímera publicación La Ma' Teodora, que alentó junto a Alberto Sarraín.

Dedicó esos años de estudio a replantearse un mapa de la literatura cubana en el exilio, y de ahí proviene su estudio El peregrino en comarca ajena, la antología poética La pérdida y el sueño, que recoge la obra de autores radicados en la Florida. Como prueba de su entendimiento de la labor del crítico publicó Lo que opina el otro. En todos esos libros desplegaba su saber sin pedanterías, porque como dijo alguna vez en todos sus textos "está presente la preocupación por la transparencia y la voluntad comunicativa". Rescató libros raros, publicó a sus expensas nuevas ediciones de piezas de Casal, recogió las entrevistas que hizo a diversos escritores bajo el título Todos los libros, el libro. Y en varios de esos esfuerzos tuvo a su lado el buen gusto de ese excelente diseñador que fue siempre Umberto Peña.

Gracias a sus retornos a Cuba apareció al fin Virgilio Piñera en persona. Y luego en la Isla verían la luz sus compilaciones de crónicas lezamianas, páginas de Gastón Baquero y Eduardo Manet, o su libro-entrevista con Héctor Quintero, que la muerte del dramaturgo no le permitió completar según lo que imaginaba. En Perú, dialogó con numerosos teatristas y preservó sus testimonios en varios volúmenes. Y con editoriales como Verbum sacó a la luz otros empeños, dedicados a recuperar las figuras de Lino Novás Calvo, Jorge Mañach o Esteban Borrero. Hace poco apareció por esa editorial un conjunto de piezas de Yunior García, para la cual además redactó la introducción. En todo ello puso a prueba su tesón y su paciencia, como quien piensa en un lector de hoy y el de mañana, reconstruyendo una idea de Cuba diversa y capaz de multiplicarse en otras tantas posibilidades de su cultura y su identidad.

Sus amigos recordaremos sus correos, en los que nos enviaba noticias culturales y cualquier cosa que pensaba podría ser interesante, sus quejas por achaques de salud reales o imaginarios, sus anécdotas en las que no faltaba un toque de humor, porque siempre parecía acecharle alguna dosis de fatalidad que se resolvía en chistes. Supo eludir resentimientos y comentarios amargos, aunque no olvidó a quienes intentaron dañarlo o menospreciarlo. Sencillamente, puso por encima de eso su trabajo, que no fue solo el del investigador ni el del referencista. Cuando le dediqué la conferencia que presenté a instancias de Desiderio Navarro acerca de los desmanes del "Quinquenio Gris" contra el teatro cubano ("Las máscaras de la grisura: teatro, silencio y política cultural en la Cuba de los 70", 2009) no faltó quien se molestara. Generoso, me regaló datos y referencias para ese estudio, y lo que he ido acumulando posteriormente sobre esa misma investigación, está en deuda, sin dudas, con la persona, el intelectual y el amigo que fue Carlos Espinosa.

La deuda que tenemos con él es la que su obra nos revela: un largo empeño de reconstruir nuestra historia y la cultura cubana sin tapujos y sin las frivolidades de una moda pasajera. Estaba consciente de sus aportes, sin alardear jamás de ellos. Muchos, como yo, podrán confirmar de qué modo nos seguía solicitando crónicas y reseñas para Cubaencuentro, del cual fue editor hasta su muerte, esa noticia que aún me sacude y que ha hecho a no pocos llamarnos para tratar de confirmarla, porque aún estamos tratando de procesar algo tan duro e inesperado. En mis libreros, junto a los de los autores a los que dedicó sus días, tardes y noches, están sus títulos. En esa compañía, de la que nos ha hecho más que lectores, cómplices, quiero despedir a Carlos Espinosa Domínguez, desde la gratitud del alumno que he sido, y espero seguir siendo, como tributo a su callado e imprescindible magisterio.

Norge Espinosa Mendoza
Diario de Cuba, 6 de julio de 2024.

Foto: Carlos Espinosa en Santa Mónica, California. Cortesía de Rosa Ileana Boudet.

Nota de Tania Quintero

Graduado de Teatrología y Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte de La Habana, Carlos Espinosa Domínguez (Guisa, Granma, Cuba 1950-Aranjuez, Madrid, España 2024) trabajó en Teatro Estudio y el Departamento de Teatro Latinoamericano de la Casa de las Américas. Era doctor en Español por la Universidad Internacional de la Florida y trabajó en Estados Unidos como profesor universitario desde 1998 hasta 2016, en la Mississippi State University. Tras su retiro, había vuelto a España, país al que inicialmente emigró en 1986. Además de sus investigaciones sobre teatro, Espinosa era reconocido por sus libros de testimonio en torno a destacadas figuras de la cultura cubana como Virgilio Piñera y José Lezama Lima.

Entre sus libros se encuentran: Cercanía de Lezama Lima (1986), Virgilio Piñera en persona (2003), Gastón Baquero, paginario disperso (2015), Lino Novás Calvo. Lo que entonces no podíamos saber (2015), Jorge Mañach. La cura que quisimos (2017), Francisco Ichaso. La palabra y la memoria Ensayos y artículos. (2021), Un desorden de sábanas y almohadas. Antología de la poesía erótica iberoamericana (2021), Enrique José Varona. El saber generoso e iluminador (2023), Esteban Borrero Echeverría. Cuestión de monedas y otras narraciones (2024). Recientemente había publicado Antón Arrufat. Autorretrato sin enmiendas. Último trabajo publicado en Cubaencuentro, donde se desempeñaba como jefe de redacción. Siempre leía sus textos. El pasado mes de mayo, en el blog del periodista independiente Iván García ,se reprodujo Los apóstatas de los bellos ideales de Carlos Espinosa Domínguez.

lunes, 12 de agosto de 2024

Un embajador premiado y un agradecimiento personal


Cuando leí en la web del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina, más conocido por sus siglas, CADAL, en 14ymedio y en Cubanet, que Mauro Reina, ex embajador suizo en La Habana, había sido el ganador de la edición 2023 del Premio a la Diplomacia Comprometida con los Derechos Humanos en Cuba, consideré que debía dedicarle un post a Suiza, donde desde noviembre de 2003 vivo como refugiada política.

Si hay dos cubanos que pueden dar fe de la actitud de la Embajada de Suiza en La Habana y de sus diplomáticos, somos mi hijo Iván García Quintero y yo, Tania Quintero Antúnez, periodistas independientes que después de la oleada represiva ordenada por Fidel Castro a partir del 18 de marzo de 2003, en junio fuimos recibidos en su sede diplomática en Miramar y en julio, un mes después, nos comunicarían que la Confederación Helvética había concedido asilo político a Iván y a mí y también a mi hija Tamila y a mi nieta Yania, entonces de 9 años.

A modo de agradecimiento personal a Suiza, 27 textos publicados entre 2008 y 2023

Lully Posada, en su blog: Tania, periodismo cubano en el exilio.

Suiza, el país donde vivo, primero de doce posts.

Tania Quintero
Pies de fotos: La primera, en el Palacio de las Naciones Unidas, Ginebra, marzo de 2004. Entre el periodista peruano Gustavo Gorriti de Reporteros sin Fronteras, y el periodista catalán Xavier Uset, en ese momento trabajando eFreedom House. La segunda, con mi hija Tamila García y mi nieta Yania Betancourt, en 2004, en un parque de Lucerna.

lunes, 5 de agosto de 2024

El Maleconazo, la primera revuelta popular

La Habana, 4 de agosto de 1994. Entre un calor sofocante, apagones de doce horas, moneda devaluada y escasez de alimentos, la sensación que se percibía en las calles habaneras hace 23 años era que habíamos llegado al límite.

La frustración y malestar social estaban a flor de piel. La gente se sentaba en las esquinas a fraguar planes para emigrar. Incluso los fidelistas más intransigentes, en voz baja sugerían urgentes cambios en las monolíticas estructuras del poder.

La cuestión era simple. Si Fidel Castro no introducía reformas económicas, un gran número de cubanos nos moriríamos de hambre. Algunos parientes y amigos parecían salidos de un campo de concentración nazi, por lo mucho que habían adelgazado. Mi madre perdió parte de su dentadura y la solución para comprar un poco de comida en una shopping, fue vender su colección de discos de música brasileña por solo 39 dólares.

Las bicicletas chinas eran distribuidos por los centros laborales y como eran tan pesadas, muchos trabajadores las vendían o se iban al campo y las cambiaban por un cerdo: si no tenían patio, los criaban dentro de la vivienda. Un médico conocido nuestro, de 60 años, cogió tanta lucha buscando sancocho para engordar al puerco que criaba en un cuarto de baño en desuso en su casa, que murió de un infarto.

En 1994, en pleno Período Especial, un aguacate costaba un dólar o 120 pesos al cambio clandestino y 100 pesos la libra de arroz de la tierra, cuando se conseguía. Una libra de carne de cerdo rozaba los 150 pesos y los ancianos hacían largas colas para tomarse una taza de tilo caliente. Los CDR entregaban un ticket que te daba derecho a comerte una hamburguesa Zas -uno de los tantos 'inventos' de Fidel Castro- y tomarte un vaso de refresco.

De la ciudad desaparecieron los gatos: quienes lo comían, decían que su sabor era igual al del conejo. No pocas personas se desmayaban en la calle. Las enfermedades provocadas por la ausencia de vitaminas y proteínas se intensificaban en la población. Si llegaba la Opción Cero, el ejército sería el encargado de repartir ranchos en las cuadras. Las salidas ilegales en balsa se dispararon. En ese ambiente de miseria y desesperanza transcurría la vida en la capital.

La noche del 4 de agosto, en la barriada de La Víbora estaba programado un apagón de doce horas, de ocho de la noche a ocho de la mañana. Más de uno subía una colchoneta a la azotea de su casa y así lograba dormir.

A las diez de la mañana del 5 de agosto, por el barrio comenzaron a difundirse diferentes versiones de lo que estaba ocurriendo en el Malecón. “Oye esto se jodió. En Colón, San Leopoldo y Jesús María la gente se está tirando pa’ la calle. Han saqueado tiendas y volcaron un patrullero de la policía”, contaba un señor que decía venir de Centro Habana.

Un grupo de jóvenes y adultos, junto con un chofer de la ruta 15 que entonces tenía su paradero en La Víbora, decidimos trasladarnos al epicentro del conflicto. Durante el trayecto, el chofer iba recogiendo personas con grandes bolsos, como si fuesen a un picnic. Se rumoraba que embarcaciones llegarían desde la Florida y se llevarían a los que quisieran irse.

Justo al costado del otrora Palacio Presidencial, fuerzas combinadas de la policía, Seguridad del Estado y Tropas Especiales, detuvieron el ómnibus. El chofer abrió las puertas y los pasajeros, para impedir que los militares nos montaran en un camión lleno de detenidos, rápidamente nos bajamos y aprovechando la marea humana que ya a esa hora se había formado, nos dispersamos entre la multitud y nos escabullimos por las calles colindantes.

Por primera vez escuché gritos de Abajo Fidel. El enorme gentío caminaba rumbo al malecón y la Avenida del Puerto. Los que llevaron prismáticos, oteaban el horizonte en busca de embarcaciones. Los destrozos en shoppings y en el Hotel Deauville eran ostensibles. La amplia vía que corre paralela al Malecón estaba atestada de piedras y trozos de ladrillos.

Sobre las cuatro de la tarde, decenas de camiones del ejército, yipis con ametralladoras en su parte posterior, soldados de unidades especiales y constructores del Contingente Blas Roca, armados con bates de béisbol y gruesas barras de acero, dando golpes a diestra y siniestra, comenzaron a poner orden.

En eso, corrió la noticia de que la televisión estaba trasmitiendo la llegada de Fidel Castro al lugar de la revuelta.

De un vehículo militar se había bajado frente al Capitolio. Y los que hasta ese momento, por esa zona, habían estado gritando contra él, por intuición o miedo, cambiaron de palo pa'rumba. Comenzaron a aplaudir y las vivas a Fidel se unieron con la de cientos de partidarios del gobierno. La turba movilizada por el régimen bajó por la calle Prado, gritando consignas revolucionarias, con pancartas y tubos de aluminio en las manos.

Antes de las ocho de la noche, la espontánea protesta popular había sido controlada por la autocracia verde olivo.

¿Podría volver a repetirse lo ocurrido hace 30 años? Durante la década de 1960, la emigración masiva de una clase media conformada por políticos, médicos, ingenieros, periodistas y otros profesionales, le permitió a Fidel Castro barrer con todas las instituciones republicanas, sepultar la prensa libre y levantar su hermética dictadura.

Respaldado por un amplio apoyo popular, Castro erigió un Estado de corte soviético. Hasta la Constitución era un calco. A un ejército que en su momento fue el mayor de América Latina, una poderosa red de organismos que eran apéndices del régimen, se sumaba la eficacia de los servicios secretos. Todo eso le permitió a Fidel Castro fundar una de las más perfectas maquinarias de control social en la historia moderna.

Sin derecho a huelgas obreras, sindicatos amaestrados y leyes que condenaban a muchos años de cárcel (o pena de muerte) a los que se atrevían a disentir, el barbudo sembró el terror en los cubanos. Oponerse al régimen tenía -y aún tiene- un alto costo personal que va desde la represión y el 'asesinato'de la reputación de un disidente hasta linchamientos verbales que pueden terminar en procesos penales y largoa años de prisión.

Es una de las causas, entre otras, que explican por qué los cubanos no se rebelan. Lo más que hacen es quejarse: la mayoría de la población está convencida de que el castrismo es un desastre. El ciudadano de a pie percibe al Estado como territorio de una casta de privilegiados que, por méritos históricos o genéticos, les corresponde gobernar sin rendir cuentas al pueblo.

A pesar de la perpetua crisis económica que afecta la nación, no es probable que a corto plazo puedan ocurrir protestas multitudinarias donde los cubanos reclamen sus derechos o exijan democracia. Pero, ojo, cualquier arbitrariedad del régimen puede desencadenar pequeñas o medianas protestas, como las de los cocheros en Bayamo en 2010 y la de bicitaxistas en La Habana en 2016. O grandes manifestaciones, como la del 11 de julio de 2021, en más de cincuenta localidades en todo el país.

A partir del 11-J, organizaciones defensoras de derechos humanos mensualmente reportan cientos de cacerolazos y protestas en diversas provincias, casi todas espontáneas, por la falta de agua, luz y abusos gubernamentales. En las últimas tres décadas, la crispación social ha ido en aumento.

Hoy, Cuba es una lija de fósforos que al menor roce puede provocar una chispa. Hasta el miedo tiene fecha de caducidad.

Iván García