lunes, 30 de julio de 2018
Lo que queda de mi barrio
Muchos sienten nostalgia por el lugar donde nacieron y se desea volver a esos sitios de la niñez y la adolescencia, cuando estamos lejos. Ese sentimiento de añoranza me atrapó hace unas semanas e hizo que retornara a aquel barrio habanero en el cual viví mis primeros años: El Pilar.
Nací hace 69 años en la clínica San Juan Bosco (actual policlínico Abel Santamaría), en la Calzada de Monte entre Romay y Fernandina. Del otro lado de la calzada se extendía el barrio de El Pilar. Hasta los 12 años residí en un modesto apartamento de un edificio situado el número 61 de la calle Zequeira.
En el barrio de El Pilar se hallaba la parroquia donde ejerció su ministerio eclesiástico Ismael Testé, el sacerdote que me bautizó.
La primera visita que hice en El Pilar fue al inmueble donde nací. Con sorpresa encontré que las dos altas puertas de madera de su entrada principal desaparecieron. Los portones fueron sustituidos por rejas anacrónicas y mal hechas. El techo del zaguán que da paso al pasillo y la escalera al primer piso tiene en varios lugares las cabillas al aire, pues ha perdido casi por completo el repello. Otras partes de la construcción se encuentran en similares condiciones, y la escalera de caracol que conduce a la azotea da la impresión de que se derrumbará pronto.
Los establecimientos que había en la cuadra donde habité se esfumaron. Existía una bodega en cada esquina. Frente a un puesto de chinos había una carnicería. También había una lavandería y una barbería. De la escuela pública tampoco queda rastro. Solo quedan las casas particulares, y eso porque sus moradores se las arreglan como pueden para mantenerlas.
Encaminé mis pasos hacia la histórica Esquina de Tejas, dos cuadras de mi antiguo domicilio. Allí ya nada queda. El bar-cafetería y panadería, situado en una de las esquinas, donde mis padres adquirían los gigantescos sándwiches de aquella época para tres personas por un peso con veinte centavos, y que eran de los mejores de La Habana, está en peligro de derrumbe.
El cine Valentino -al cual los muchachos llamábamos “el palomar de Bartolo” por su estructura—, la valla de gallos y la florería fueron demolidos. El espacio lo ocupan hoy dos edificios de 20 plantas, que ya presentan problemas de deterioro debido a la falta de mantenimiento.
En la cuadra que se encuentra entre la Esquina de Tejas y San Joaquín, recuerdo que había otra excelente panadería, el estudio fotográfico Roxy, una joyería, un tostadero de café donde se compraba este producto molido al instante, una ferretería, una bodega y un bar, entre otros comercios. Todo esto se fue a bolina.
La antigua Casa Mimbre, donde mi padre adquirió el juego de cuarto que aún conservo, fue reconstruida en su totalidad, tras desplomarse parte del inmueble. Hace más de seis décadas contemplé en sus vidrieras un tren eléctrico de juguete que me hizo soñar con él por mucho tiempo. Ahora, en La Casa Mimbre venden cualquier cosa, excepto muebles de mimbre.
En la acera de enfrente había una tienda que vendía efectos electrodomésticos, donde por vez primera en mi vida vi un televisor a color. En la misma cuadra había dos peleterías, otra mueblería, un bar y una bodega. Todo esto en solo unos cien metros.
Otros establecimientos que existieron en Monte entre Romay y Fernandina, fueron las tiendas El Almacén, La Defensa (tejidos y confecciones), la Casa Bulnes (quincalla) y La Casa Roja, en la misma esquina de Monte y Fernandina. Dos cuadras más abajo, antes de llegar al Mercado Único se encontraba la famosa Casa de las Liquidaciones, más conocida por la Casa de los Tres Quilos. Hoy casi ninguno de esos locales existe y los que quedan en pie ya no son los comercios que eran.
En el piso de un portal en la Calzada de Monte, existió un comercio cuyo nombre fue Cuba Libre. En ese espacio, hoy en ruinas, personas provenientes del interior del país improvisaron viviendas al estilo llega y pon. ¡Qué ironía del destino!
La tristeza y estupor que me produjo ver tamaño desastre me hace pensar en lo difícil y costosa que será la reconstrucción de aquella gran Habana en una Cuba democrática. Ojalá Dios me dé vida para verlo.
Texto y foto: Jorge Luis González Suárez
Cubanet, 2 de marzo de 2018.
Nota.- En la foto aparece el tramo de la Calzada de Monte entre Romay y Fernandina. Antes de 1959, en el inmueble blanco descolorido con columnas en carmelita radicaba la Clínica San Juan Bosco, donde nació el autor y hoy radica el policlínico Abel Santamaría, que en los años 60 estuvo en los altos de la mueblería La Casa Mimbre. A la izquierda, en los bajos, había una panadería-dulcería donde vendían unas sabrosas torrejas, y en los altos quedaba la Academia De La Nuez, que ofrecía cursillos preparatorios para presentarse a los exámenes de ingreso a la Escuela Normal de Maestros, en San Joaquín entre Pedroso y Amenidad, y la Escuela Profesional de Comercio, en Ayestarán y Néstor Sardiñas, las dos en la ciudad de La Habana.
En 1957, di un cursillo de tres meses que costó 30 pesos, un dineral entonces y que a regañadientes mi padre pagó -y me hizo prometer- que iba a obtener una plaza de ingreso a la Escuela de Comercio, que tenía la ventaja que si uno no obtenía una buena calificación para ingresar en el primer año, podía presentarse al pre-comercial. De las 100 plazas para el primer año, obtuve la número 47. Volviendo a la foto. En la casa a la derecha, pintada de azul y rojo, una de las más viejas de la zona, vendían máquinas de coser Singer, que siempre exhibían en el portal. Desde 1944 hasta 1979, cuando nos mudamos para La Víbora, junto a mi familia viví en Romay 67 entre Monte y Zequeira, una cuadra que entonces como ahora pertenecía al barrio El Pilar y al municipio Cerro.
A propósito de la Academia De La Nuez me gustaría aclarar que De La Nuez era profesor de matemáticas, un mulato de ojos claros de unos 50 años. Como tantos otros en aquella época, al margen de su labor como maestros, podían tener ese tipo de escuelas privadas. En la misma esquina de Monte y Romay, en los altos, hubo un colegio particular llamado Toledo y que también ofrecía cursillos preparatorios, un poco más caros. En mi cuadra, en Romay entre Monte y Zequeira, cuando llegaban las vacaciones escolares (junio, julio y agosto), dos hermanas que eran maestras y los vecinos les decían "las maestricas", en la sala de su casa montaban una especie de aula de repaso a la cual asistían niños del vecindario. Costaba un peso mensual, había dos sesiones, mañana o tarde, y podías ir solo una semana, quince días, un mes, dos o tres. Para aquellos padres que los dos trabajaban, era un alivio poder tener al hijo o hijos en 'escuelitas de barrio' los tres meses de receso escolar. A diferencia de las escuelas públicas y privadas cubanas, donde era obligado ir de uniforme, a esas 'escuelitas' se iba con ropa de calle (Tania Quintero).
Publicado por
Malopezmx
a las
8:00 a. m.
0
comentarios
jueves, 26 de julio de 2018
Los 20 de Mayo y otros recuerdos de mi infancia
Nací en La Habana de 1942. En mi infancia, las dos fechas más esperadas eran el 6 de Enero, Día de los Reyes Magos, y el 20 de Mayo, Día de la Independencia. Cuando ingresé en la escuela primaria se sumarían dos más: la Semana del Niño y el 28 de Enero, aniversario del nacimiento de José Martí.
También, cómo no, las excursiones escolares, fueran al Parque Zoológico, el Valle de Viñales o las Cuevas de Bellamar; la preparación y entrega de la canastilla martiana el 28 de Enero; mantener ordenado el botiquín de la Cruz Roja; salir a la calle con una alcancía para recoger dinero el Día contra el Cáncer o visitar alguno de los Hogares del Veterano diseminados por la ciudad, que se ocupaban de la atención de los mambises que lucharon en nuestras guerras de independencia. Y, por supuesto, los carnavales, que se celebraban en el mes de febrero. En aquella época, las carrozas, comparsas, camiones y autos subían y bajaban por el Paseo del Prado, desde Malecón hasta la calle Monte, donde daban la vuelta. El público, en palcos, sillas o de pie, disfrutaba del espectáculo, diurno o nocturno a un lado y otro del paseo habanero más emblemático. Entonces, las barriadas de la capital tenían sus comparsas, la nuestra era Los Marqueses de Atarés, aunque también pasaba La Jardinera.
Lo que diferenciaba al 20 de Mayo de otras efemérides y actividades, era que se trataba de una jornada patriótico-festiva: junto a desfiles y banderas, se realizaban verbenas, retretas (conciertos) al aire libre y bailes populares, en clubes, sociedades o los Jardines de la Tropical. Ese día, la gente procuraba estrenarse una muda de ropa y un par de zapatos nuevos, una tradición que creo en Cuba mantienen los 31 de diciembre, los que pueden, claro.
Como el 20 de Mayo era feriado nacional, yo iba con mis padres a visitar a mi abuela Matilde en Luyanó. La guagua que cogíamos era la ruta 5 o la 10, que paraban en la Esquina de Tejas, a dos cuadras de la casa, y nos dejaba en la parada siguiente del hospital materno-infantil Hijas de Galicia. Regresábamos temprano en la tarde, lo que me permitía con amiguitas de la cuadra, dar una vuelta a la manzana o ir un rato al Parque La Normal, nombrado así porque quedaba frente a la Escuela Normal de Maestros de La Habana, en San Joaquín entre Pedroso y Amenidad, Cerro. Antes o después, para curiosear, pasábamos por la Sociedad del Pilar, en Estévez y San Gregorio.
Nuestro barrio se llamaba El Pilar, igual que la Sociedad y la Iglesia, situada en Estévez entre Castillo y San Jacinto y que por párroco tuvo a un cura muy famoso, el Padre Ismael Testé. Fundada en 1848, la Sociedad del Pilar fue una de las más importantes de La Habana. Hurgando en internet, encontré que sus fundadores fueron un habanero, un catalán y un gallego y en sus directivas figuraron seguidores del movimiento reformista de la década de 1860, algunos de los cuales serían futuros luchadores en la Guerra de los Diez Años.
Los 20 de Mayo y los 12 de Octubre, día de Nuestra Señora del Pilar, en la Sociedad había fiestas y bailes. A propósito, vale la pena mencionar que entre los vecinos más notorios de nuestro barrio hay tres músicos: el violinista Enrique Jorrín (1926-1987), director de la Orquesta América y creador del chachachá (el primero, La engañadora fue estrenado en marzo de 1953); el trompetista Elpidio Chapotín Delgado, cuyo tío-abuelo era el gran Félix Chapotín, y el compositor cubanoamericano Jorge Luis Piloto, hoy residente en Miami y quien a fines de la década de 1970 vivió en el mismo edificio donde nosotros vivíamos, en Romay 67 entre Monte y Zequeira. De los festejos por el onomástico de la virgen solo recuerdo que oficiaban una misa y una procesión recorría las calles cercanas a la iglesia.
De los 20 de Mayo, lo que más grabado se me ha quedado es la imagen de las banderas que los habaneros colgaban en puertas, ventanas, balcones... Más grandes o más pequeñas, más gastadas por el tiempo o acabadas de comprar: la enseña nacional formaba parte de la conmemoración de cada nuevo aniversario de la proclamación de Cuba como República. En el Parque Central, el Parque Maceo y el Anfiteatro, bandas de música, municipales o de la policía, ofrecían retretas. Eran gratuitas y asistían muchas personas, todas muy elegantes.
En el interior del país, las retretas o conciertos al aire libre no solo se ofrecían los 20 de Mayo y otras efemérides patrias, también los fines de semana. Al menos era así en Sancti Spiritus, cuando en las vacaciones de verano me pasaba una o dos semanas con familiares espirituanos. Una de las distracciones, el sábado o domingo, era sentarse a ver tocar a la banda de música desde la glorieta del parque que lleva el nombre de Serafín Sánchez (1846-1896), Mayor General del Ejército Libertador. O pasarse buena parte de la tarde o la noche dando vueltas por el parque, de brazos cogidos, por un lado las mujeres y por otro los hombres.
Por el blog Guantánamo City, he sabido que en la más oriental de las provincias, el 20 de mayo de 1902, en el Parque José Martí, situado frente a la Catedral de Santa Catalina de Ricci, a las doce del mediodía, varios veteranos, antiguos mambises, sembraron ocho palmas reales y una ceiba conmemorativa, justo en el momento en que en La Habana tomaba posesión de la presidencia de la República Don Tomás Estrada Palma. Donde actualmente se encuentra la estatua del Mayor General del Ejército Libertador, Pedro Agustín Pérez (1844-1914), existió una glorieta de dos pisos: en el inferior vendían helados, dulces y juguetes y en el superior la banda municipal tocaba la retreta. Y como en Guantánamo, en el resto de las seis provincias que había en Cuba antes de 1959, con gran fervor se conmemoraban los 20 de Mayo.
En las escuelas públicas, un acto cívico de los viernes siempre se dedicaba al Día de la Independencia. Se leían composiciones redactadas por los alumnos y poemas alegóricos. Uno de los más conocidos era Victoriosa, de la escritora y poetisa camagüeyana Aurelia Castillo de González (1842-1920):
¡La Bandera en el Morro! ¿No es un sueño?
¡La Bandera en Palacio! ¿No es delirio?
¿Cesó del corazón el cruel martirio?
¿Realizóse por fin el arduo empeño?
¡Muestra tu rostro juvenil, risueño,
enciende, ¡oh Cuba!, de tu Pascua el cirio,
que surge tu bandera como un lirio,
único en los colores y el diseño!
Sus anchos pliegues al espacio libran
los mástiles que altivos se levantan;
los niños la conocen y la adoran.
¡Y sólo al verla nuestros cuerpos vibran!
¡Y sólo al verla nuestros labios cantan!
¡Y sólo al verla nuestros ojos lloran!
Zilia L. Laje, cubana residente en Miami y autora, entre otros, de valiosos testimonios estudiantiles (algunos publicados en mi blog), me cuenta que cuando ella cursó la Escuela Primaria Superior No. 16 Domingo F. Sarmiento, en Santos Suárez, en las clases de música, entre otros himnos cantaban uno dedicado al 20 de Mayo, compuesto por el pedagogo, compositor y violinista Ramón Figueroa Morales (Santiago de Cuba 1862-1928).
Zilia no se acuerda de la letra completa del Himno del 20 de Mayo, sí de una parte:
Fecha augusta es el Veinte de Mayo
porque en ella la Patria surgió
como estrella radiante que vence
de la noche sombría el horror.
Es el Veinte de Mayo el gran triunfo
de la Patria ideal de Martí,
que en sus sueños de magno poeta
concibióla cordial y feliz.
Con una memoria prodigiosa, Zilia recuerda estrofas de poesías dedicadas al 20 de Mayo: “Ya mi bandera en el Morro tremola alegre y ufana/ Bendita por siempre sea la República cubana”, de Marín Varona y Villoch. Y “Yo levanto mi bandera/ con honor y gallardía,/ Llena el alma de alegría/ en esta fiesta de amor/ Porque es hoy veinte de mayo/ fiesta que a todos invita/ mi frase alegre palpita/ y un ¡Viva! a mi Cuba doy”, de Margarita Monreal.
No retengo las letras de canciones y poemas, recientes o de hace tiempo. Lo que suelo recordar son nombres, como el de mi escuela pública, la número 126 Ramón Rosaínz, en Monte y Pila. La directora se llamaba Modesta Agüero y el día de su cumpleaños, el 4 de marzo, le hacíamos un regalo. Tampoco he olvidado los nombres de casi todas las 'seños' o maestras (Carmen, Adolfina, Margarita, Roxana, Lucila, Amelia, Inés), el de muchas compañeras de aulas, y el de la conserje Cusa, negra alta y risueña que a la hora del recreo nos repartía galleticas de vainilla o chocolate con crema. Y también de un cubano ilustre que escribió sobre el 20 de Mayo: Emeterio Santovenia (https://www.encaribe.org/es/article/emeterio-s.-santovenia-echaide/1610), historiador, político, periodista y escritor.
Por cierto, siempre pensé que el Asilo Santovenia, situado en la Calzada del Cerro entre Patria y Carvajal, se habría construido gracias a Emeterio Santovenia. Pero en un post de 2009 del blog de Eufrates del Valle, encontré la aclaración: "El actual Asilo Santovenia era conocido como La Quinta del Cerro, mansión palaciega propiedad de los Condes de Santovenia. La casa quinta fue construida entre 1832 y 1841 por Manuel Eusebio Martínez de Campos en El Cerro, el barrio de lujo habanero del siglo XIX. Los Condes de Santovenia vivieron allí unos años y luego la pusieron en venta. En 1886 fue adquirida por los albaceas testamentarios de la acaudalada cubana Susana Benítez de Parejo, fallecida en Madrid en 1885". La intención era fundar un asilo con capacidad para 200 ancianos, dirigido por las Hermanitas de los Ancianos Desemparados. Hoy, el Asilo Santovenia alberga el doble de internados, está considerado el mejor hogar de ancianos de Cuba, ha sido declarado Monumento Nacional y sigue siendo administrado y atendido por monjas católicas.
Un par de aclaraciones más. Doña Susana Benítez de Parejo, nacida en Bejucal en 1811, en segundas nupcias, se casó con Antonio Juan Parejo Cañero (1807-1856), adinerado caballero de Puente Genil, Córdoba, Andalucía, que había emigrado a la Isla en busca de inversiones. Para saber más de los Condes de Santovenia, sugiero leer sobre la rama cubana de la Familia Martínez de Campos, que se estableció en La Habana a mediados del siglo XVII.
En Un día como hoy, publicado en 1946, Emeterio Santovenia describió los acontecimientos del 20 de Mayo de 1902. Al ser un texto que alguna vez leímos en mi escuela o en otra de Cuba, con él me gustaría terminar estos recuerdos:
“La intervención de los Estados Unidos de América en los negocios públicos de Cuba fue breve, más breve de lo que se esperaba hasta por patriotas de la Isla muy optimistas. La reunión de la Convención Constituyente, la adopción de la carta fundamental, la solución dada al serio problema de las relaciones que permanentemente debían existir entre la Unión y la mayor de las Antillas y la celebración de elecciones para cubrir los cargos nacionales y provinciales cuya designación dependía del pueblo en un ordenamiento democrático fueron hechos y sucesos que aceleraron y anunciaron el advenimiento definitivo de la República. En el mes de mayo de 1902 todo estuvo listo para que el día 20 Tomás Estrada Palma asumiese la jefatura del Estado y el Congreso se hallase organizado y en condiciones de laborar.
“El 20 de mayo de 1902, a las doce horas del día, se llevo a cabo en el Palacio de la Plaza de Armas, en La Habana, la ceremonia de transmisión de poderes. Leonard Wood, gobernador militar de la Isla hasta aquel momento en representación de los Estados Unidos, leyó dos documentos: uno firmado por Theodore Roosevelt, presidente de la Unión, y otro suscrito por él, con el carácter expresado. Ambos estaban dirigidos al Presidente y al Congreso de la República de Cuba. El de Roosevelt expresó sus votos por el buen éxito del nuevo gobierno y por el mantenimiento de la amistad entre los Estados Unidos y Cuba. El de Wood, más extenso, entró en consideraciones acerca de la administración que cesaba y declaró terminados la ocupación y el gobierno de la Isla por la Unión. Estrada Palma leyó una corta exposición, dirigida a Wood, por la cual se dio por enterado oficialmente de lo dicho por Roosevelt y Wood y admitió que Isla de Pinos, como acababa de manifestar el Gobernador, quedaba bajo la jurisdicción de Cuba, a reserva de lo que sobre su situación jurídica definitiva acordasen los gobiernos de Washington y La Habana.
“El cambio de banderas se efectuó en los mismos momentos en que se producía en Palacio la ceremonia en que hablaron Wood y Estrada Palma. Minutos después el Presidente de la República, requerido por el del Tribunal Supremo de justicia, prometió por su honor desempeñar fielmente su cargo, cumpliendo y haciendo cumplir la constitución y las leyes del país. Estos actos, en los que no podía faltar una honda emoción, estuvieron acompañados del entusiasmo delirante de las muchedumbres que en distintos lugares de la capital de la Isla participaban de la alegría de un hecho glorioso. Las mujeres y los hombres que presenciaron la mudanza de pabellones aplaudieron y lloraron: sus vítores y lágrimas resumían los anhelos y sacrificios de varias generaciones de patriotas, de los que unos habían perecido en la demanda heroica y otros eran actores y testigos del grande acontecimiento que a todos conmovía.
“El hecho de que en los edificios públicos ondease la bandera de la estrella solitaria simbolizaba mucho más que, una transmisión de poderes: simbolizaba el advenimiento de Cuba a la soberanía internacional. Ya la Isla, desde el 20 de mayo de 1902, formaba parte del concierto de las naciones libres e independientes. Lo que esto llevaba costado, llenaba las mejores páginas de la historia patria. En la mayor de las islas del Caribe se iniciaba una vida nueva: la vida vigorizada y lustrada por la soberanía internacional.”
Tania Quintero
Foto: Visita que el 24 de febrero de 1952 la maestra Carmen Córdoba y un grupo de alumnas de la Escuela Pública No. 126 Ramón Rosaínz hicimos al Hogar del Veterano, en San Miguel y Agustina, en el municipio habanero de 10 de Octubre. Además de conversar con viejos mambises, le obsequiamos una caja de tabacos. Yo soy la del chalequito, en la fila delantera, la tercera de izquierda a derecha.
Publicado por
Malopezmx
a las
8:00 a. m.
2
comentarios
lunes, 23 de julio de 2018
Vivencias de una habanera de El Pilar
Es una mañana soleada, y mirando afuera ese cielo azul que cubre toda la magnitud de este hermoso país hermano que me ha acogido, recuerdo algunas escenas vividas en mi querida Habana y pienso cuán distante en el tiempo, no en mi corazón, se encuentra aquella niñez pura y sin malicia que disfruté en los años 40 y 50.
Nací en una familia humilde, en El Pilar, un barrio de gente buena y decente situado en un lugar privilegiado de la ciudad, entre los Cuatro Caminos y la Esquina de Tejas. Vivíamos en la calle San Gregorio, en una casita al costado de la Sociedad del Pilar, un centro recreacional que en aquella época solamente podían ser socios los hombres del barrio. Las mujeres crearon después la Sección Femenina, pero cuando yo nací, aun no existía.
Cuando tenía 10 años, nos mudamos unas cuadras más arriba, frente a laIiglesia del Pilar, en la calle Estévez. Fui la octava hija de un matrimonio de mayores, y cuando digo así, estoy solamente repitiendo lo que tantas veces oí, aunque mi madre solo tenía 38 años y mi padre 40. Pero entonces se consideraban mayores las personas a esas edades.
En la simpleza de nuestras vidas, no había época de vacaciones, ni paseos largos, ni salidas en carro a coger carretera. No teníamos “una máquina”, como le llamaban a los autos. Los automóviles eran solo para una urgencia y había que conformarse con tomar la guagua o el tranvía. Pero tuve la satisfacción de dar un gran paseo dominical por las calles de La Habana montada en un tranvía. Los domingos era el día de los frijoles negros y el pedacito de pollo. Sí, el pedacito, no había una porción mayor, pero con qué gusto lo comíamos después del baño dominicial, cuando no podía faltar el lavado de cabeza y el corte de uñas.
En aquellos tiempos, las películas mexicanas vivían su época de oro en el cine latinoamericano. El estreno en los cines Cuatro Caminos, Santos Suárez y otros dos más cuyos nombres no recuerdo ahora, era el punto de concentración de jóvenes y adultos, a disfrutar de Pedro Infante, Jorge Negrete, Libertad Lamarque, Sarita Montiel, Lola Flores... y tantos artistas mexicanos y españoles que cubrieron de magia la pantalla grande. Y a los cubanos de historias de amor, de machos, pistolas y canciones que han quedado en la historia musical de nuestros países.
Uno de los paseos favoritos era ir a caminar por la calle Monte. A ese paseo en de mi barrio, se le llamaba, “ir a ver las vidrieras”; allí radicaban todo tipo de tiendas con grandes vidrieras iluminadas que mostraban al público transeúnte la mercancía que podrían encontrar adentro. Las peleterías exhibían calzado para toda la familia, de los colores y estilos de moda. Las tiendas de ropa igualmente. Había ferreterías, restaurantes... el recorrido lo estoy viviendo ahora como cuando tenía 8 ó 10 años: cierro los ojos y puedo ver las calles y hasta las casas con sus vecinos asomados a las puertas y los niños jugando en la calle o patinando o montando bicicleta alquilada, pero disfrutando de la fresca brisa en el atardecer dominguero.
Ir al cine era obligado al anochecer. Nos pasábamos la semana esperando para ver a nuestros ídolos cantarnos a cara llena en aquella pantalla que nos esperaba y que nos hacía disfrutar con lo que nos brindaba. Películas que nos regalaron tantos momentos de sueños y la ilusión de convertirnos algún día en protagonistas de una historia de amor.
Fueron años de vivencias inolvidables, con muy pocos cambios en esa rutina. Nos hacía felices cuando esperábamos que llegara el domingo siguiente y poder ver completa, la película que el domingo anterior nos habían mostrado en los avances, lo que contribuía a mantener el interés durante la semana y acudir de nuevo al cine.
Salíamos por la calle Estévez abajo, pasábamos delante de la Sociedad del Pilar ,caminábamos cuatro largas cuadras buscando la Calzada de Monte, allí doblábamos a la izquierda y nos esperaban otras tres cuadras por los portales frente al Mercado Único, un enorme edificio cuadrado que cubría toda la manzana, que comprendía las calles Monte, Cristina, Matadero y Arroyo. Era el centro de abasto de infinidad de comerciantes que allí encontraban las mercancías que les permitía ganarse la vida. El Mercado Único tenía sólo dos pisos de puntal muy alto. Al menos así lo veía yo cuando caminaba de la mano de mi madre por entre todas las tarimas llenas de viandas, frutas, aves... Billeteros que pregonaban que ahí estaba su suerte en la lotería nacional, o cuando tenía que taparme la nariz porque el olor a pescado fresco me daba repulsión.
Sigo mi recorrido mental. Llegabámos a la Droguería Sarrá, una sucursal de la casa matriz que estaba en La Habana Vieja y se encontraba en una parte de los grandes portalones donde tenía un nivel más alto que la acera y había que subir en ese tramo varios escalones y después bajarlo al llegar a la otra calle. No fueron pocas las veces que por ir sonseando, tropezaba y caía dándome buenos canillazos que me dejaban sendos moretones.
De Sarrá pasábamos por delante del cine Esmeralda, que exhibían películas “no tan buenas”, un cine de medio pelo que frecuentaban mucho los camioneros y expendedores del mercado. Cine para dormir unos y espabilarse otros. Llegar a la esquina de los Cuatro Caminos, era todo un acontecimiento: el tráfico, las guaguas llenas, los caminantes y borrachines que perdían tiempo y dinero en los bares y cafetines que había en cada una de las cuatro esquinas. En una de ellas estaba el café Los Parados, en la otra, por donde primero debíamos pasar, trabajaba mi hermano.
Se llamaba Cuba Moderna, que en paz descansen los dos, mi hermano y el café. Era la esquina donde terminaba Belascoaín y comenzaba Cristina, cruzándose con la Calzada de Monte que venía desde el Parque de la Fraterniddad hasta la Esquina de Tejas, donde terminaba y se convertía en Calzada del Cerro.
Después de cruzar Belascoaín, evadiendo el ir y venir del tráfico de la hora, muchas veces había que esperar para poder sacar las entradas en el cine Cuatro Caminos, porque aun no se había terminado la función de la tarde y el cine estaba lleno. Muchas personas entraban antes que terminara la matinée y poder “empatar” la película, por ende, si les gustaba, pues se quedaban a terminarla después del empate y no daban paso a los que llegábamos a la función de la noche. La matinée costaba 0.30 centavos, era más barata que la tanda (0.40) y la noche, (0.60). El balcony era más barato que la planta baja, aunque había que sentarse o muy delante o muy detrás, tratando de no sentarse en la línea que coincidía con el balcony: no podías garantizar que no te cayera un escupitajo o la colilla de un cigarro en la cabeza.
En Cuatro Caminos y en casi todos los cines habaneros, solía haber muchachones con bandejas de madera vendiendo cajitas de chicles, “peters” de chocolate, cremitas de leche... La Coca Cola venía en una botellita de cristal chiquita y costaba "un medio" (0.05 centavos). Creo que de uno de esos vendedores salió el Pregón de los chicharrones cuyo estribillo decía "chicharritas, chicharrones, mariquitas... papitas fritas". Fueron años de una niñez y adolescencia donde los pobres podían disfrutar sanamente de una distracción amena en el cine, sin poner en peligro la integridad, donde no estaba en juego la moral ni la decencia en melodramas llenos de música y romance.
Con estos recuerdos he querido rememorar una época que imagino muchos también vivieron, en otros barrios de La Habana o de otras ciudades de la isla. Tal vez no todos han podido volver a Cuba. Yo volví hace unos años. Caminé por las calles, mis calles y lloré, porque casi no reconocí los lugares donde pasé tantos días felicés.
Tomé fotos como testimonio de una cruel realidad. De una destrucción como si una bomba hubiera acabado con todo lo que existía, tratando de borrar los sentimientos que se hubieran guardados de aquellos tiempos, para dar paso a la desolación y el abandono.
Testimonio de una habanera que firmó con el seudónimo Yucateca.
Publicado el 15 de febrero de 2009 en el blog Cuba al Descubierto.Foto: Vista del barrio El Pilar. Tomada de Cubanet.
Publicado por
Malopezmx
a las
8:00 a. m.
0
comentarios
jueves, 19 de julio de 2018
Mulata blanconaza
Cuando me dijeron por primera vez que no era blanca, yo me ofendí. Porque me lo hicieron saber como si se tratara de una ofensa. Entonces estaba en la primaria, como en cuarto o quinto grado, y una amiguita me dijo, muy confidencialmente, que otra estaba hablando mal de mí, que decía que yo tenía el pelo malo, que era mulata, mulata blanconaza. Y el blanconaza lo soltó como quien suelta un consuelo, como si hubiera querido decir que, a pesar de todo, la cosa no era tan terrible.
A mí aquella categoría me sonaba demasiado agresiva, más idónea para clasificar yeguas en un establo que a personas. El “blanconaza” significaba que podía pasar por blanca, que parecía blanca, pero que no lo era, es decir, que yo vendría siendo como una negra desteñida.
Mi piel era un engaño, una estafa, y mi pelo contaba la verdad: yo tenía sangre de negra. Por supuesto, también tenía sangre de blanco, pero eso no era relevante.
No entendía cómo era posible que la condición del pelo tuviera tanta importancia, que marcara una diferencia entre ser blanca, negra, mulata, mulata blanconaza, mulatica clara, mora, javá o javá capirra. Me preguntaba que sucedería si estuviera rapada o si sería distinto con los varones. Pero menos entendía cuál era el problema con ser mulata. ¿Por qué era algo que ameritaba hablarse a mis espaldas?
Antes de ese descubrimiento, yo nunca había pretendido ser ni blanca ni negra. Yo solo pretendía ser una niña. Me hacía todos los peinados que se me ocurrieran, siempre con tortas de gel para que no se me pararan los pelos y sobresalieran las diez o quince mariposas de distintos colores y con purpurina que me enganchaba en la cabeza. Cuando no: trenzas. Las auxiliares docentes adoraban tejerme trenzas pegadas al cráneo a la hora del almuerzo. Y yo las adoraba más todavía.
No podía llevar mi pelambre suelta y rizada. Primero, porque no sabía cómo peinar mis rizos una vez secos, no sin deshacerlos y convertirme en el león de la Metro Goldwyn Mayer. Segundo, porque debía cuidarme de piojos. Siempre había alguien con piojos en el aula.
En mi familia inmediata no hay personas negras. La mayoría es mestiza. Mi abuelo paterno era quien más oscura tenía la piel y cuando yo nací ya estaba muerto. No tenía idea de dónde me venía, nos venía, la sangre negra. Tampoco, de dónde la blanca, de dónde el mestizaje.
Sin embargo, a partir de que me dijeron que era mulata blanconaza, empecé a reñir con mi pelo. Lo convertí en un trauma. Quise tenerlo lacio contra viento y marea. Quise ser blanca o al menos dejar una duda razonable.
Con doce años me estiré por primera vez el pelo con un cepillo redondo y una secadora. Aprendí a ponerme rolos, a hacerme torniquetes y a aguantar una hora por semana debajo de un secador en una peluquería.
Mi hermana, cuatro años mayor, siempre llevaba el pelo rizado y un día me rizó el mío para una fiesta. Fue un acontecimiento. Recuerdo hasta la ropa que me puse. A todo el mundo le encantó mi estilo. Excepto a mí.
Sentía que me faltaba actitud, carácter, osadía para ir por ahí con una melena rizada. Pero me faltaba algo mucho más complicado: superar mis complejos. Solo empecé a enorgullecerme de mis rizos en la medida en que empecé a enorgullecerme de mis orígenes.
De la primera que supe fue de Paula, la abuela de mi abuela materna. En mi familia hay quien dice que vino de Haití y hay quien dice que vino del Congo, aunque, en rigor, Paula no vino de ninguna parte por libre y espontánea voluntad. A Paula Miranda la trajeron a la fuerza y la esclavizaron en Pinar del Río y antes de ser Paula Miranda fue otra mujer de la que nadie nunca supo nada, ni siquiera el nombre.
Los parientes que la conocieron, mi madre incluida, explican que ella no hablaba de su pasado y que en esos años los niños no hacían preguntas de ese tipo. Nada sobre la esclavitud, nada sobre su tierra natal.
Saben que su apellido era el apellido de su esposo, Leoncio Miranda, mi tatarabuelo, que era el hijo del amo, pero se enamoró de Paula. Nadie sabe si esto ocurrió mientras aún era esclava o cuando por fin consiguió su libertad. Saben que tuvieron seis hijos y una de las mejores casas de Río del Medio.
La casa de Paula fue la primera en la zona que tuvo lozas. Sin embargo, el cuarto donde dormía siempre fue de tierra. Creía que el cemento, al igual que la electricidad, hacía daño a la gente. Murió en 1965, a los 114 años, convencida de que nada era mejor que tener los pies en la tierra y alumbrarse con la luz del fuego. Y si salía de noche, solo necesitaba el bastón de guao, la luna y las estrellas.
También se cuenta que conocía las propiedades curativas de todas las yerbas y que era una partera legendaria. A la hora que fueran a buscarla ella salía a partear. Fue gracias a su sabiduría que, el 9 de diciembre de 1923, mi abuela Leocadia Isabel no acabó en la basura sino en sus brazos.
Mi abuela vino al mundo dentro de un zurrón de agua y precedida por una hermana. Nadie hubiera imaginado una segunda criatura, oculta. Que un bebé nazca sin romper el saco amniótico es un evento excepcional. Se calcula que solo ocurre en uno de cada 80 mil partos. Paula, sin embargo, vio que algo se movía entre los desechos de la placenta. Tomó aquello en sus manos, lo desbarató y sacó a mi abuela, débil y diminuta, pero con vida.
De mi otra tatarabuela, por la que recibí el apellido Baró, no quedan muchos recuerdos. Su nombre era Rosario y fue esclava doméstica en el Ingenio Santa Rita de Baró, en Matanzas. Tuvo tres hijos: dos hombres y una mujer. Al mayor, mi bisabuelo, lo llamó José, como el dueño del ingenio, y salió mulato.
El único miembro de mi familia que la conoció y aún vive, un tío abuelo de 94 años, no recuerda que Rosario tuviera esposo. Recuerda que era una mujer altísima, muy callada y de carácter recio. No puede precisar si nació en Cuba o la trajeron. Mi padre, que todavía carga con el José, asegura que ella era de Nigeria; aunque no sé de dónde sacó eso, la verdad.
En Cuba, la mayoría de las personas que yo he conocido con el apellido Baró descienden de esclavos del Ingenio Santa Rita de Baró y tienen la piel negra. No he conocido aquí a ningún Baró que descienda de catalanes, porque es un apellido de origen catalán, y a pesar de que yo no tengo la piel negra, tampoco recibí mi apellido porque a mi bisabuelo lo reconociera un padre blanco sino porque su madre le puso el suyo de esclava.
No pocas veces yo me he presentado y alguien me ha dicho con asombro: “Pero los Baró son negros”. Como si el color de mi piel fuera incompatible con mi nombre.
Es probable que, en mi caso, el mestizaje sea más el resultado de una historia de violencia que de amor. No es algo bueno ni malo; es algo que es y ya, que forma parte de mi identidad y me enorgullece.
Más que descendiente de mujeres esclavas, yo me identifico como descendiente de mujeres que sobrevivieron a uno de los genocidios más brutales de la historia de la humanidad. Reivindicar hoy mi mestizaje significa reivindicar mi historia de vida. Cuando digo que soy mestiza pretendo decir, sobre todo, que mis orígenes son una mezcla de elementos culturales más poderosa que cualquier mezcla de genes.
¿Cuántas cosas no debieron enfrentar mis tatarabuelas solo por ser negras y mujeres? ¿Cuántas veces derrotaron a la muerte? Y sus madres, ¿quiénes fueron? ¿En qué lengua aprendieron a decir te amo y en qué lengua soñaban? ¿Qué las hacía felices? ¿Amaron a alguien; fueron amadas? ¿En cuánto las vendieron? ¿Cuáles fueron sus nombres verdaderos? ¿Qué sintieron cuando pudieron vivir en libertad? Y yo: ¿habrá algo en lo que me parezca a ellas?
Yo quisiera parecerme a ellas. Ser ese tipo de mujer que no está en el mundo por azar sino porque luchó y no se rindió ante las circunstancias que no pudo controlar o cambiar. Tener su coraje, su resistencia, su dignidad. Quisiera saber cómo es posible perderlo todo, o nacer con tan poco, y seguir.
Desde hace años, no riño con mi pelo. A veces lo estiro, otras veces lo rizo, otras veces lo trenzo, según mi ánimo, no mis complejos. No siento que mi pelo defina quién soy ni mi lugar en la sociedad. Cómo llevarlo se ha convertido en una decisión estética.
Ser estrictamente natural no es la única manera de demostrar que te enorgullecen tus orígenes. Una mujer negra puede pintarse el pelo de rubio y alisarlo, y continuar sintiéndose orgullosa de ser una mujer negra. No existe una única manera de ser bella, tampoco de ser blanca, negra, o mestiza.
El problema no se circunsribe al ámbito de la apariencia física. Podemos ser muy naturales y muy racistas. Hay muchísimos más escenarios, muchísimo más complejos, donde se pueden poner de manifiesto el racismo.
Yo, después de haber asumido mi identidad mestiza, iba por la vida pensando que ya había superado todos mis prejuicios, hasta que me gustó un hombre negro. El primer hombre negro. No mulato, no moreno: negro. Y lo primero que me pasó por la cabeza fue: ¿cómo me puede gustar un negro?
Sí, yo era una mujer reconciliada con sus orígenes, universitaria, feminista, desacomplejada, defensora de los derechos humanos universales, con un acumulado de miles de páginas de lectura sobre pensamiento crítico y cientos de horas de discusiones intelectuales, y no lograba imaginarme besando a un hombre negro. Pero lo más difícil no fue admitir que me gustaba sino admitir que, si me costaba admitir que me gustaba, era porque yo seguía siendo racista.
Para mí, antes de ese hombre, había negros y había hombres. No decía eso, ni siquiera lo pensaba, porque mi discurso era muy antirracista, pero en la práctica, de manera inconsciente, así funcionaba. A los hombres negros no los miraba como hombres que pudieran gustarme, que pudieran enamorarme, con quienes pudiera crear una familia. No los miraba.
Afirmaba que eso se debía a que no me gustaban, como mismo hay quien dice que no le gustan los rubios, y sentía que no había nada malo en ello. Estaba en mi derecho. No me lo cuestionaba. Es válido que cada quien tenga sus preferencias. Sin embargo, no se trataba de una preferencia casual, espontánea, ingenua, aunque yo la sintiera así, sino de prejuicios racistas naturalizados.
Es lo complicado de las distintas formas de discriminación: que están naturalizadas en nosotros. Y, muchas veces, hasta que no vivimos algo que las confronta, no nos damos cuenta de que están ahí; a lo mejor no haciendo daño a otras personas pero sin dudas sí a nosotros mismos, porque nos impiden vivir con plenitud, ser auténticamente libres.
Por suerte, mis prejuicios no fueron más fuertes que mis sentimientos. Hubo un primero, un segundo, un tercero, un cuarto… Nunca me privé de hacer nada que quisiera hacer. Aprendí a mirar de manera distinta a los hombres en general. Sentí que mi mente se expandió, que había derribado barreras que ni sospechaba que existían. Descubrí en mí otras sensibilidades.
Y seguí estando con hombres blancos y mestizos. El mito racista de que “de ahí nunca se sale” es solo eso: un mito racista. Porque creer que una persona que tiene relaciones amorosas con un hombre negro nunca más podrá sentir placer con un hombre blanco es creer que el único motivo por el que una persona estaría con un hombre negro es por las dimensiones de su pene, lo cual sería tremendamente racista, o creer que no existen hombres blancos y mestizos con penes grandes ni hombres negros con penes pequeños, lo cual sería tremendamente falso, o creer que solo se siente placer si hay un pene grande o un pene, a secas, en la ecuación sexual y/o amorosa, lo cual sería sumamente trágico.
No quiero decir que quienes no han tenido relaciones sexuales con hombres o mujeres de piel negra son racistas; menos, que un racista dejaría de serlo si las tuviera, porque eso implicaría otra forma de discriminación. O una estupidez, que es más o menos lo mismo. Lo que quiero decir es que es importante cuestionarse todo el tiempo las preferencias, actitudes, decisiones, todas las verdades establecidas como templos.
¿Existirá un punto en que se pueda decir que hemos superado nuestros prejuicios raciales, sean basados en el color de la piel, el género o la orientación sexual? Sospecho que no. Todos podemos ser un poco estúpidos alguna que otra vez. Somos resultado de una cultura contaminada de estupideces. El reto es darse cuenta a tiempo y atrevernos a ser, si no buenas, al menos personas inteligentes. Dejarse el pelo rizado una que otra temporada podría ser un buen comienzo.
Mónica Baró
El Estornudo, 15 de mayo de 2018.Ilustración de Frank Isaac García tomada de El Estornudo.
Publicado por
Malopezmx
a las
8:00 a. m.
1 comentarios
lunes, 16 de julio de 2018
La Negra Cándida, la última esclava de Cádiz
La Negra Cándida es realidad y mito a la vez. Vivió entre dos mundos, nació esclava en 1845 en la colonia portuguesa de Luanda y murió libre 110 años después en El Puerto de Santa María, en Cádiz, Andalucía, España.
Su tez negra en una ciudad desacostumbrada a esta raza la convirtió en historia viva y, a la vez, leyenda onírica para muchos niños que, de la década de 1920 a 1950, escuchaban a sus padres decir “duérmete ya, que viene La Negra Cándida”. Esa anciana alta, de toquilla, delantal y cesto cargado de picón (carbón) fue, con toda probabilidad, la última esclava de Cádiz. La que conoció el yugo y la libertad, dos continentes y dos siglos, pero murió en 1951 en la más estricta pobreza dejando tras de sí grandes incógnitas sobre su vida.
La señora humilde, enlutada y afable que aún hoy los más ancianos de El Puerto recuerdan, en verdad, se llamaba Cándida Huelva. Ahora, una novela intenta aportar nuevas hipótesis sobre su llegada a Cádiz, a camino entre la historia oficial y los testimonios orales. El libro La última negra, del abogado y escritor Joaquín García de Romeu (El Puerto de Santa María, 1968), construye un relato de ficción en el que retrata su asentamiento como esclava negra, liberada y sin recursos, en una sociedad gaditana marcada por la pujante burguesía industrial y la “doble moral de la época”.
Cuando el historiador local Manuel Pacheco conoció a Cándida, a finales de los años 40, ella ya era una anciana y él un niño impresionado al saber que la única persona de color que vivía entonces en El Puerto, era la protagonista de las advertencias nocturnas de su madre. En 2006, Pacheco fue el primero en desentrañar “los misterios que la envolvían” y escribir sobre su vida en el artículo de investigación Una cara de la esclavitud: la apasionante historia de Cándida la negra. Relata cómo Cándida Huelva arriba a las playas de El Puerto cuando era una adolescente, a mediados del siglo XIX, náufraga tras una tempestad que dio al traste con el barco en el que viajaba como mano de obra esclava. Un campesino anciano la encuentra y la lleva a su domicilio en la calle Lechería 5 (actual Cervantes), donde vivirá hasta su muerte.
No le fue fácil a Pacheco reconstruir su llegada. Recurrió a fuentes orales que conocieron los hechos narrados por la propia protagonista y antes que la anciana decidiera no volver a contar su historia. En los Padrones Municipales de 1940 a 1950 queda constancia de que ella testimonió que nació el 2 de mayo de 1845 en Luanda. Por aquel entonces, la actual capital de Angola todavía era un punto de comercio de esclavos. Siguiendo el atroponímico de éstos, el apellido solía indicar etnia, procedencia o amo. En el caso de Cándida, en sus primeros años en El Puerto, solo figura Huelva por lo que Pacheco traza una vinculación con las familias adineradas onubenses (oriundas de Huelva) que aún tenían esclavos.
El historiador plantea una maniobra de enajenación, dado el valor que tenían “las jóvenes muchachas por su posibilidad de descendencia y nueva venta”. Pero Joaquín García de Romeu recuerda que desde 1837 la esclavitud estaba prohibida en España, solo consentida en sus territorios de ultramar de Cuba y Puerto Rico o en los de las colonias de la vecina Portugal. Por eso, en su novela plantea, más bien, la vinculación de Cándida al tráfico ilegal de esclavos que grandes navieras desarrollaban aprovechando la línea de vapores de correos entre Cádiz y La Habana.
Es justo la conexión que explotaba Antonio López, Marqués de Comillas, y actualmente cuestionado por ser un posible traficante negrero. Romeu cree “más factible” que, en una maniobra de descarga de mercancías en El Puerto, Cándida lograse escapar para vivir como una ciudadana libre. Mas allá de una u otra hipótesis, lo cierto es que la presencia de una mujer de raza negra en la ciudad no pasó inadvertida. Desde que la Compañía Gaditana de Negros comerciaba con ellos en el siglo XVIII, en El Puerto no veían a una persona de color.
La vida de Cándida no fue fácil. Tras convivir con el anciano, se empareja con un gitano, antiguo viticultor y piconero (carbonero) con el que no hay constancia que tuviese hijos. Sin embargo, no se casa con él hasta la década de 1940, cuando los jesuitas la obligan a bautizarse como Cándida Huelva Jiménez y a legalizar su matrimonio, tal y como aparece la unión reflejada en el padrón. Para entonces, los portuenses ya estaban acostumbrados a ver a Cándida ir y venir por los alrededores del Mercado, vestida de negro, tapada con una toquilla, con delantal al talle y un cesto de carbón apoyado en la cintura. Así la inmortalizaron, acompañada de un vecino, en la única foto que se conserva de ella.
Cándida se dedicaba también a las faenas domésticas en casas de familias pudientes de la ciudad, hasta que la muerte le llegó por un accidente cuando tenía ya 110 años. El 22 de enero de 1951 fallece tras una larga agonía. Llevaba 20 días ingresada en el Hospital de San Juan de Dios, después de quemarse las piernas y los glúteos con un brasero de carbón.
Moría la Cándida real, pero como reconoce García de Romeu, persistió el mito “en un personaje propio de la intrahistoria de Unamuno.Es una historia que desde el prisma de hoy puede resultar reivindicativa, aunque dudo que ella misma tuviese conciencia de ello. Solo quería sobrevivir, comer todos los días y eso ya, en aquellos años, era toda una gesta”.
Jesús A. Cañas
El País, 21 de mayo de 2018.
Foto: El abogado y escritor Joaquín García de Romeu, autor del libro La última negra, con una foto de Cándida, la esclava de Cádiz. Tomada de El País.
Publicado por
Malopezmx
a las
8:00 a. m.
0
comentarios
jueves, 12 de julio de 2018
Olga Guillot espera en la gloria
No hay nada en el mundo que la pueda callar, su voz es una prenda que nos acompaña en el paseo por el universo y su presencia sonora una convocatoria que nos invita a experimentar todos los sentimientos, desde el amor hasta la angustia. Olga Guillot (Santiago de Cuba, 1922- Miami, 2010) siempre está y va a estar en ese territorio inasible que es la cubanía porque la cultura de aquella Isla no se puede ni imaginar siquiera sin su nombre, sin la cadencia íntima de unos boleros que ella decía como en un dialogo particular, como en una conversación íntima, sincera, armoniosa y confidencial.
Su música tiene el don de ser una especie de ráfaga misteriosa que llega para que las personas nunca estén solas y sus palabras han alcanzado un timbre que no considera geografías, no cree en fronteras y se desparrama lo mismo en México, en Cuba, en Estados Unidos, en España o cualquier otro sitio de la tierra con un mensaje de alegría o alivio, de belleza y cercanía.
La artista criolla, aquella santiaguera, que puso en todas las cimas el nombre de su país de origen, cantó con los más grandes artistas de su tiempo –Frank Sinatra, Nat King Cole y Edith Piaf-, produjo 50 álbumes y filmó 16 películas. El gran mexicano, Agustín Lara, se vio obligado a este juego de palabas para retratarla: “Después del cielo, Cuba. Después de Cuba, Olga Guillot.” Y la compositora Concha Valdés Miranda dijo que Olga era “una mujer única, alegre, patriota y en lo referido a lo artístico, una actriz de la canción.”
Sensual, dramática, poderosa, la señora Guillot sigue en su trono del bolero y ninguna prohibición, ningún saqueo, ninguna mentira de los funcionarios y tracatanes que trataron de negarla en Cuba, han podido opacar su carrera ni desmerecer la fuerza de sus interpretaciones. Ella, es cierto, trabaja la historia que cuenta cada una de sus canciones y su gestualidad hace inolvidable el viaje de su voz un poco visceral, recóndita, llena de complicidades y claves que provocan que cada oyente considere que la artista canta para él de manera exclusiva.
Eso sí, la artista es inmortal, ya eso se sabe y nadie lo discute, pero la mujer, la cubana cálida y llena de amor que siempre fue también Olga Guillot, se fue del mundo con otras agonías y tenía una visión especial de la situación que se ha vivido en los últimos 60 años en su patria. "En Cuba, dijo, silenciaron mis boleros, quemaron mis programas de radio y televisión como si yo no hubiera existido nunca. Me duele mucho".
Poco antes de fallecer, Olga Guillot dijo en Miami: “Si yo muero mañana el dolor que me llevo en el alma es no ver a Cuba libre.”
Ella está esperando ese momento en la gloria. Donde quiera que la gloria esté.
Raúl Rivero
Blog de la Fundación Cubano Americana, 22 de mayo de 2018.
Video: En el filme Matar es fácil (México 1966), Olga Guillot interpreta el bolero La mentira, del compositor mexicano Álvaro Carrillo (1919-1969).
Leer también: Recordando a Olga Guillot, La Habana sin Olga Guillot y Se nos fue la Reina del Bolero.
Publicado por
Malopezmx
a las
8:00 a. m.
0
comentarios
lunes, 9 de julio de 2018
El bolero resucita en Vietnam
Tras largos años de prohibición y hostilidad por parte del gobierno comunista de Hanoi, el bolero ha recuperado en los últimos años el papel preeminente que tuvo en la música vietnamita desde la década de los 50 hasta el final de la guerra en 1975.
Surgido en Cuba en el siglo XIX y propagado por España y América, el bolero encontró en el Vietnam del Sur postcolonial un ambiente propicio para crecer y convertirse durante algún tiempo en el género predilecto de los habitantes de la región, más abiertos a las influencias extranjeras.
Vinh Tran, experta que prepara un libro al respecto, explica que este tipo de música se abrió paso en el entonces Vietnam del Sur por la influencia de cantantes filipinos, estadounidenses y franceses, y la facilidad de adaptar las letras románticas a sus ritmos. “El bolero vietnamita es más triste que el latino. Exagera sentimientos de tristeza, de desamor. A veces recuerda al fado portugués”, dice.
Dinh Duy, estudioso de este género musical, coincide en que tiende a ser “más triste” y tiene un tempo más lento por la influencia de la música tradicional vietnamita.
Además de interpretar éxitos importados como Bésame mucho, los artistas locales crearon sus propias canciones en lengua local, pero el bolero dejó de sonar en el país en 1975, cuando el norte comunista ganó la guerra e impuso un régimen férreo que controlaba todas las formas de difusión cultural.
Tildada de “música amarilla” o “dorada”, en oposición a la “música roja” que honraba al partido comunista y a los defensores de la patria frente al invasor, el bolero era considerado como un resquicio del antiguo régimen pro occidental de Vietnam del Sur.
“Pensaban que debía ser eliminado e inculcaron la idea de que este género musical lleno de sentimentalismo barato era malo para el ánimo de la población. Igual que destruyeron libros del régimen de Vietnam del Sur, se prohibió la música”, afirma Duy.
Los músicos que pudieron huyeron a otros países como Estados Unidos, y los que se quedaron vivieron años de silencio forzoso hasta que la resurrección del género musical en estos últimos años ha devuelto sus canciones al primer plano, interpretadas por ellos mismos (rondan los 70 años de edad) o por cantantes jóvenes.
El bolero comenzó a recuperarse desde los años 90, favorecido por la apertura política y comercial del país y la influencia de música extranjera, pero Duy indica que existía hasta hace poco un tabú que impedía su interpretación en la televisión nacional, controlada por el Estado.
“Hace unos cinco años se rompió esa norma no escrita y empezaron a aparecer programas de televisión sobre el bolero, que se popularizó entre los cantantes jóvenes. Antes no era popular por la prohibición y porque se consideraba demasiado sentimental, pero ahora la percepción ha cambiado y a los adolescentes les gusta”, asegura Duy.
Con la nueva moda, Duy explica que también se ha popularizado el término “bolero”, poco utilizado hasta que lo popularizaron los programas de televisión. “La expresión ‘música amarilla’ o ‘dorada’ pierde popularidad y todo el mundo utiliza la palabra ‘bolero’. El problema es que empiezan a referirse con ese nombre también a rumbas, rock lento y sobre todo habaneras” apunta.
Después de esta sorprendente vuelta al primer plano, el experto empieza a percibir síntomas de agotamiento en las galas y los concursos de cantantes en la televisión y advierte de que los viejos temas de los 60 y los 70 están sobreexplotados: “La música en general se mueve por modas. Va y viene. Y el bolero no es un excepción”.
Eric San Juan/EFE
On Cuba Magazine, 31 de mayo de 2018.
Publicado por
Malopezmx
a las
8:00 a. m.
0
comentarios
jueves, 5 de julio de 2018
La mujer perjura que no pasa de moda
A cien años de su primera grabación, Mujer perjura, pieza antológica de la trova cubana, con el crédito autoral de Miguel Companioni Gómez, sigue animando serenatas y descargas musicales.
"Escucha esta basurita", le dijo Miguel Companioni a su amiga, la trovadora María Teresa Vera. Sin darse mucha importancia, el espirituano tomó la guitarra y mientras cantaba, parecía sacarse una historia que le hincaba el alma: Si quieres conocer, mujer perjura/ los tormentos que tu infamia me causó/…
María Teresa, también compositora, solo respiró al caer la última nota. "Será un éxito", le pronosticó aquel día en el entonces hotel Pasaje, donde ella solía hospedarse cuando venía a Sancti Spíritus a brindar sus conciertos.
Más de una vez, Miguelito, como le decían, relató la anécdota sobre el descubrimiento hecho por María Teresa Vera de Mujer perjura, que “por su texto, estructura formal y rítmica, es uno de los boleros más perfectos de la cancionística de principios del siglo XX”, le dijo otra figura relevante de la cultura nacional, la doctora María Teresa Linares, al musicógrafo Cristóbal Díaz Ayala.
En la casa de José 'Lalito' Cardoso Jiménez, cronista de la trova espirituana y miembro del trío D’Gómez, el periodista que intenta componer la historia de Mujer perjura, en el centenario de ser llevada por primera ocasión a una placa fonográfica.
A diferencia de Pensamiento, de Rafael Gómez Mayea (Teofilito), recuerda Cardoso, la partida de nacimiento de esta canción de Companioni y las circunstancias que la inspiraron siguen extraviadas. Pero al menos la historiografía musical cubana recoge que su primera grabación la asumió el dúo de María Teresa Vera y Rafael Zequeira en febrero de 1918 en los estudios de la Victor Talking Machine Company (VTMC), más tarde la RCA Victor, en Nueva York, como María Teresa le contó al crítico e investigador Jorge Calderón González.
La trovadora le aseguró a Calderón que Companioni, le solicitó que le grabara Mujer perjura; pero existía un inconveniente: la negativa de las compañías a aceptar la “interesante obra”. Un año se pasó María Teresa con la canción lista para entrar a un estudio.
"Mire, le quiero obsequiar un número; no le voy a cobrar por grabárselo", le dijo al señor Lacalle, técnico de la VTMC, a María Teresa. Unos minutos después, el bolero estuvo impreso. “Yo tenía fe en aquella grabación. Cuando llegó a Cuba, de la noche a la mañana, se convirtió en lo que ahora llamamos hit”, le manifestó la cantante a Calderón.
Pero, de las 25 mil copias vendidas ni un centavo fue a las manos de su autor, el espirituano Miguel Companioni, porque aún no había inscrito legalmente la pieza musical, circunstancia aprovechada por la compañía para llevarse al bolsillo las ganancias por el expendio del fonograma.
Una historia peculiar ocurrió en la Columbia, cuyo disco -en voz de Vera y Zequeira- acredita a Manuel Corona como el creador de Mujer perjura. Al estudioso musical Gaspar Marrero Pérez-Urría le sorprende que en fecha tan cercana como junio de 1954 una placa discográfica de la Panart atribuya de nuevo a Corona la autoría de Mujer perjura, en esta ocasión interpretado por Barbarito Diez con la orquesta de Antonio María Romeu. ¿Por qué esa confusión? La interrogante permanece sin dilucidar.
-¿Y quién fue la mujer perjura?, le pregunto a 'Lalito' Cardoso
-No hay claridad sobre eso, responde Y menciona las confesiones que el trovador Alfredo Varona le hiciera a Armando Legón Toledo, historiador de tradiciones, años atrás difundidas por el periódico Escambray: “Me contó Varona que Companioni tenía una enamorada y que un buen día al visitarla oyó la voz de un hombre en una habitación contigua y montó en cólera sin aceptar las explicaciones de la dama. De allí surgió la perjura que tanta fama alcanzó con el tiempo”, contaba Legón Toledo.
'Lalito' me extiende un fragmento de la introducción de la entrevista realizada por Vicente Cubillas a Miguel Companioni, publicada el 27 de febrero de 1957 en un periódico habanero -no aparece el nombre-, con el titular “Se llamaba Eloísa la que inspiró Mujer perjura”, y más adelante una acotación: “Ella regresó triste y abatida, pero él no la aceptó”. Una inoportuna tijera nos privó de conocer el resto de la historia.
No obstante, para el poeta, ensayista e investigador espirituano Juan Eduardo Bernal Echemendía (Juanelo) existe una certidumbre, explicitada en su libro Razones de la ciudad que canta, donde señala que el autor “incluye en su discurso la presencia de tres personas, porque perjurio, infamia y senda cubierta de dolor enmascaran con sutileza la presencia de un tercer sujeto”.
Mujer perjura lleva acordes inconclusos desde lo vivencial si se suscribe el guión del programa De costa a costa, transmitido en la década de 1980 en la entonces emisora CMHT Radio Sancti Spíritus, escrito por el periodista y locutor Pedro Andrés Nápoles, defensor de la tesis de que la citada canción tuvo una segunda parte con la obra Carmela, rebautizada por Sigue adelante.
El mismo criterio lo tiene Dayssi Pérez Bernal, viuda de Miguel Companioni hijo y, para acentuarlo, tararea la primera parte del número: Sigue adelante, mujer desdichada/ sigue la senda trazada por ti/ y cuando te encuentres rendida y cansada/ entonces, Carmela, te acuerdas de mí. “Cuando los trovadores empiezan a interpretar la canción en los bares,, el padre de esa muchacha, llamada Carmela, conversa con Miguelito, y le dice que, por favor, hiciera algo, porque el nombre de su hija estaba en todas partes. A raíz de eso, Miguelito le puso Sigue adelante”.
“Mujer perjura no pasa de moda”, dice Dayssi, mientras busca un documento valiosísimo en un file envejecido por el tiempo: la carta que remitiera el maestro Gonzalo Roig al bardo espirituano el 9 de noviembre de 1952: “Muy admirado amigo (déjeme llamarlo así, ya que desde mis años mozos he sentido devota admiración y afecto por el feliz autor de 'Mujer perjura' y tantas obras cubanísimas) y le decía yo al Sr. Cobos (su barbero), que el honor más grande de mi vida, lo había recibido de Usted, ya no puedo ser mejorado, siendo usted, como lo es, uno de los más cubanos compositores y uno de los mejores cultivadores de la verdadera canción cubana".
Quiso el azar que fuera el Gonzalo Roig, el creador de la zarzuela Cecilia Valdés, la pieza más representativa del teatro lírico cubano y hombre de no muchos amigos, quien le diera el último adiós a Miguel Companioni el 21 de febrero de 1965 en La Habana: "Ha muerto uno de los más prolíferos compositores de la trova cubana y no lo dejarán mentir las más de 300 obras con el timbre del bardo espirituano, buena parte de estas con título de mujer: Herminia, Rosalba, Esther, Serafina y Lilí, su última obra, compuesta en 1959.
"Mire esto, me dice Dayssi Es el programa del concierto-homenaje a Miguelito que se le hizo en La Habana al año de morir. La amarillez del papel delata la autenticidad del documento, donde el musicógrafo Ezequiel Rodríguez Domínguez sostiene que Mujer perjura fue una de las dos interpretaciones escogidas por Cuba en un homenaje (lamentablemente no se precisa la fecha) ofrecido en Londres a Winston Churchill, primer ministro británico, durante la Segunda Guerra Mundial, por todas las representaciones de Naciones Unidas.
Como pocos, el profesor y musicólogo Juan Enrique Rodríguez Valle ha seguido los caminos de Miguelito Companioni, en los cuales se entrecruzaron los oficios de panadero, vendedor de medicamentos y telegrafista con la música: estudió guitarra y piano; fundó el coro de clave de Santa Ana; formó y dirigió las orquestas Francesa (1920) y La Argentina (1921).
En opinión del historiador Segundo Marín García, Companioni “fue el precursor de la cantata en el danzón, al menos en esta región central de Las Villas”. Y relata que después que en 1911, en un hospital de Nueva York, el trovador recibió la confirmación de que no recuperaría la vista, se refugió aún más en la música, pero sin lamentaciones. “Aceptó el infortunio con la serenidad de filósofo adulto”.
Enrique Ojito
Escambray, 5 de mayo de 2018.
Publicado por
Malopezmx
a las
8:00 a. m.
0
comentarios
lunes, 2 de julio de 2018
Historia de la canción Píntate los labios, María
María se llamaba la mujer que inspiró a Ramón Castro Herrera, un caibarienense que con su familia se marchó a probar suerte en La Habana. Gracias a Eliades Ochoa y un video clip de Juan Padrón, la guaracha Píntate los labios, María, regresaba a la fama después de haber sido estrenada, cuarenta años atrás, por Roberto Faz y el Conjunto Casino.
Amelia, hermana de Ramón Castro Herrera cuenta que era un hombre bohemio. Cantaba de bar en bar por La Habana y en la casa siempre se le veía aferrado a la guitarra, componiendo, entonando sus melodías. "Eso lo heredó de nuestro padre, a quien le gustaba hacer poesía. Cuando Ramón se empató con una guitarra no la soltó más. Y le dio también por escribir, con una perseverancia y obsesión increíbles".
"Mi hermano era una persona amable, cariñosa. Tenía buen carácter, a pesar de que prácticamente estaba inválido a consecuencia del reumatismo. Me ha dolido que ahora, cuando su canción volvió a la popularidad, nadie se haya acordado de él".
Roberto, otro hermano, cuenta que "un día fui a visitar al abuelo Félix, en la calle Sitio número19, en La Habana, y allí estaba Ramón, sentado en un sillón, cantando. Roberto Faz había escuchado varias de sus canciones y le gustó mucho Píntate los labios, Maria, y acordaron de que él la estrenaría con su Conjunto Casino".
Juan Manuel Pérez, representante en Villa Clara de la Asociación Cubana de Compositores y Arreglistas Musicales, afirma que "la guaracha Píntate los labios, Maria aparece registrada en los derechos de autor a nombre de Ramón Castro Herrera.".
María Torres, la mujer que inspiró la famosa canción, recuerda: "Fui vestida de negro y como soy de piel muy blanca, lucía pálida. Ramón me miró fijamente y me dijo: ¿por qué‚ no te pintas los labios, Maria?. Le expliqué‚ que tenía luto, porque mi marido había muerto hacía poco tiempo". Aquel encuentro ocurrió en Sitio 19. Maria fue con un hermano de Ramón a conocer a sus padres.
Era una mujer bella, de esas que no pasan inadvertidas. Ramón quedó prendado de ella. "Desde el primer instante sintió admiración por mí. Fue un flechazo. Aquellos ojos chispeantes con los cuales me miró delataban amor y pasión", evoca María.
Tres semanas después, recibió un telegrama de Ramón, donde le pedía que escuchara el programa musical que tenia Roberto Faz en Radio Progreso. "Imagínate la sorpresa. Cuando la escuché‚ me puse muy contenta, era una canción muy pegajosa. Fue un gran halago de su parte que siempre recuerdo con cariño", confiesa.
La vida no los unió en un amor carnal, pero si mantuvieron una sincera amistad, reforzada por la canción que el compositor concibió alegre, para que ella olvidara la tristeza por la muerte de su esposo.
"Cuando vi el video no pude contener la risa. Una persona que conocía la verdadera historia de la canción me dijo: Maria, te pusieron mulata bembona. Pero a mí me gustó. Siento un gran pesar porque nadie se acuerda de Ramón. Un olvido que él no se merece.".
Eliades Ochoa, quien junto a su cuarteto Patria abarrota diversos escenarios del mundo, al interpretar la música popular cubana, mostraba sus dudas sobre la existencia de la mujer inspiradora de la canción en una entrevista en Juventud Rebelde. "Era un tema de Roberto Faz que yo escuchaba en los 60. Pero con la muerte de Faz, enterraron también a María, quien no salió a la luz pública hasta que se me ocurrió hacerle ese arreglo".
Nelson González
La Jiribilla, junio de 2001.
Nota.- Hace diez años, el 23 de junio de 2008, en este blog publiqué un breve post titulado Píntate los labios, María. Una sobrina de Ramón Castro Herrera, autor de la canción, mencionó aquel post en Google + .
Leer también: Elíades Ochoa en el Albert Royal Hall de Londres y Roberto Faz, un sonero para recordar.
Publicado por
Malopezmx
a las
8:00 a. m.
0
comentarios
Suscribirse a:
Entradas (Atom)