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jueves, 29 de noviembre de 2018

El Encanto, lo que el viento no se llevó




"¿ El Encanto? ¿Eso fue un cine?", me responde el joven de unos veintitantos años.Viste una camiseta de Piqué, lleva varias cadenas de acero abrillantando su cuello y apenas levanta los ojos de su smartphone para responder la pregunta que le hago en el 'parque de la güifi' de Galiano, donde casi todas las tardes se conecta con su jevita (novia) que está en México.

De la franja de público que más importa a la actriz Ederlys Rodríguez está la llamada Generación Z, que se considera parte del nuevo milenio, aunque sus integrantes nacieron aproximadamente de 1994 en adelante. Muchos creen que ellos mantienen una accidentada línea de comunicación con el pasado, porque privilegian demasiado el presente.

“No tienen por qué conocer quién fue César Romero o Tyrone Power, estrellas del viejo Hollywood que visitaron El Encanto, y sería muy interesante saber cómo repercute la obra en ellos y qué les llama la atención; si recuerdan algo que les contó su abuelo o su abuela”, dice Ederlys, acomodando una de las maquetas de cartón, en medio de los preparativos del estreno de El Encuentro, el viernes 28 de septiembre a las 8:30 de la noche en la sala El Ciervo Encantado.

El otro segmento de público que demanda mucho interés puede, sin más, aterrorizar a los autores de este espectáculo unipersonal que se repite el sábado y domingo en igual horario del viernes. Ese público posee la perspectiva del testigo histórico. Se trata de quien “que vivió la época, ya sea en su niñez o adolescencia, o en su madurez, y que hasta puede recordar el olor que tenía la tienda”, resume la actriz.

Esas generaciones potencialmente facultadas para recuperar sensitivamente El Encanto -si a estas alturas eso es posible-, están en vías de extinción. En el imaginario colectivo de un país, la leyenda que fue el glamoroso establecimiento de siete pisos y sesenta y cinco departamentos, desde 1949 situado en la céntrica esquina habanera de Galiano y San Rafael, va quedando sepultada por capas de olvido cada vez más gruesas.

Así que, visto sin mayores pretensiones, El Encuentro es una operación contra el olvido, que surgió por un trabajo escolar encomendado al hijo de la actriz para la asignatura de Cívica. “Fue una de esas tareas en que me esforcé un poquito más. Comenzamos a investigar y realizamos entrevistas a personas que trabajaron en la tienda y nos gustó el sentido de pertenencia que nos comunicaban, el amor, la entrega, la educación y el respeto con que trabajaban y eso nos marcó mucho”.



Evocado en la Cuba de los 60 desde la literatura y el cine con Memorias del subdesarrollo, y recientemente con la novela El Encanto, de Susana López Rubio (Madrid, 1978), el negocio levantado en 1888, primeramente en Guanabacoa por los Solís, hermanos asturianos, fue un ícono comercial muy importante de La Habana.

El 13 de abril de 1961 la tienda fue saboteada. Uno de sus empleados, que trabajaba para la CIA, colocó C-4 en su interior. Un intenso fuego y explosiones destruyeron completamente el edificio. La única víctima fatal del incendio fue la empleada Fe del Valle. Entró en los almacenes en medio de las llamaradas y el humo, para salvar la recaudación de ese día, destinada a una escuela rural. El parque surgido de los escombros lleva su nombre y una tarja la recuerda con una frase de Fidel Castro, que no alude a los hechos, sino al coraje de aquéllos que “no cobraron sueldo por morir”.

Sea porque fue la última de la república capitalista; sea por la disparidad entre la violencia de Estado y el glamour citadino; sea por su música de viscoso bolero y jadeante rocanrol; sea por una modernidad postiza y una pobreza obscena; sea porque una isla se coló, casi de intrusa, en el mapa mundial de la política, la década de los 50 está en la mente de muchos, y en no pocos que ni siquiera la vivieron. La mayoría de quienes la evocan lo hacen mediante una visualidad, por tramos tozudamente estereotipada, que pretende eternizarla para el consumo turístico. En dos palabras: venden nostalgia -o lo que se entiende por ella- de un país que ya no existe.

“No me atrevo a decir que sea una fiebre por los 50, pero hay necesidades de expresar capítulos de nuestra historia y eso tiene un valor”, argumenta Ederlys Rodríguez, ella misma otra seducida por esos años, pese a haber nacido en 1977. “Cada década marca una diferencia y tiene un color, un gusto, un sabor, una felicidad, un dolor y si ves la obra Historias bien guardadas, me hubieras dicho eso mismo de los 30”.

Hace un par de años, el grupo de teatro titiritero La Salamandra, comenzó sus incursiones en el teatro de papel. Lo hizo con Historias bien guardadas, tomando como materia prima el libro Artículos de costumbres, del historiador Emilio Roig de Leuchsenring. De ahí surgió el personaje de Rosario, la romántica, encarnado por Ederlys, que mereció un reconocimiento en los Premios Villanueva de la Crítica Teatral, concedido por la Sección de Crítica e Investigación Teatral de la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba).

“Esbozar, porque es nada más que eso, una década con sus privilegios, con sus altas y bajas en un producto artístico, bien vale la pena porque es una visión de ese creador, en el formato que sea. Creo que esa visualidad de los 50 es encantadora, desde la moda, la música, el cine. A mí me enamora, y de alguna manera, El Encuentro es un acto de respeto a lo que ha sido nuestra historia”, me dice Ederlys, y aprovecho para hacerle un par de preguntas.

¿Al redescubrir El Encanto, a partir de la tarea escolar de tu hijo, lo asimilas como un símbolo de la modernidad?

-Primero que todo del buen gusto, de la educación, de los buenos modales, de la moral, del respeto. Había mucho respeto entre los trabajadores y desde los trabajadores para el cliente, todo ese mundo sería como un tributo a todos esos valores, por qué no.

¿Por contraste?

-Digamos que sí. Desafortunadamente esos valores no los encuentra en todos los lugares que hoy uno visita, ya sean comerciales, administrativos, gastronómicos...

El Encuentro se aprovecha de los réditos dejados por Historias bien guardadas. En ambas puestas, donde el trabajo del diseñador Mario David Cárdenas es determinante, predominan las dinámicas narrativas basadas en la miniaturización escenográfica y en la interacción con medios audiovisuales de la época. El desafío mayor en El Encuentro ha sido manejar las escalas: llevar una mole de siete pisos con una superficie de casi una parcela, a maquetas no mayores que la caja de un cake. Un mundo ficticio en el que deben creer el actor y el público. Una verosimilitud que demanda colaboración, entrega y predisposición intelectiva del espectador. “Ésa es la debilidad del teatro de papel, que se hace para un espectador bastante cercano al lugar de representación. Es muy difícil”, confiesa Ederlys.

La historia que se narra en El Encuentro es simple, pero con las tensiones de una bomba emocional. Una nieta que regresa a Cuba luego de años de ausencia y que acepta los dictados sentimentales de una abuela, ya muerta, cuyo legado, por medio de una carta, es lúdico y hermoso: los recuerdos de sus juegos infantiles, los fines de semana, en una ficcionada tienda de El Encanto. “Soy la nieta y me desdoblo a partir de la representación del propio juego que hacían ella y la abuela”, explica la actriz.

Condicionada por una economía casi minimalista, la pieza, de tan solo 45 minutos, asesorada por Yudd Favier y con diseño de vestuario del experimentado Eduardo Arrocha, se sirve de la publicidad de los 50 -jingles de la propia tienda - para energizar la dramaturgia del espectáculo, “que por eso es muy visual”.



Dos personajes mediáticos son imprescindibles. La radio, “que se encarga de ayudarme en sentido figurado a recordar todo lo que era el juego de ellas y que devuelve el sonido de la época, hasta con scratch”, y la televisión, entonces en su alborada, a partir de un corto del programa Aquí todos hacen de todo, con Germán Pinelli, en el que se promocionan los aparatos Capehart.

El llamado teatro de papel no es una novedad en el mundo. En Cuba, tal vez. Deudor del teatro de sombras para niños, técnica de las antiguas culturas en Egipto, Grecia, Roma y sobre todo en Asia, donde actualmente se siguen ofreciendo representaciones, incluso para adultos, esta especialidad registró en Occidente su primer atisbo en la caja escénica de Martin Englebrecht en el siglo XVIII, un artefacto que cien años más tarde se conocería como diorama por Louis Daguerre en 1822, precursor de la fotografía.

De acuerdo con la investigadora española Lucía Contreras Flores, el teatro de papel se vio favorecido por las estampas de las obras impresas en los programas de mano, que se convirtieron en objetos de deseo y colección para jóvenes aficionados. Según Contreras: “El interés que suscitaban hizo pensar a William West, un impresor británico, en la posibilidad de convertir la afición de los jóvenes en un negocio, y en 1808 encargó a uno de sus aprendices, John Kilby Green, la primera producción de estampas de teatro juvenil. Las llamaron Juvenile Theatrical Print y en muy poco tiempo se convirtieron en uno de los juguetes de más éxito en la historia de Inglaterra. En 1812, viendo cómo prosperaba el negocio de su patrón, Green decidió probar fortuna por su cuenta creando el primer frontal o proscenio de teatro y copiando y editando las obras de su antiguo jefe. Nacía el Toy Theatre”.

Los teatros de papel o de juguete han sido defendidos por escritores y artistas encumbrados, desde Robert Louis Stevenson hasta Charles Chaplin. Andersen, por ejemplo, desarrolló sus fantasías infantiles jugando con un teatrito, en tanto Lewis Carroll ofrecía a sus amigos representaciones domésticas no aptas para todos los públicos y Frida Kahlo fabricaba sus propios sets.

La investigadora española afirma que Oscar Wilde, Ibsen, Chesterton, Strauss, Goethe, Picasso, Dickens, Orson Wells, Laurence Olivier, Ingmar Bergman y Andrew Lloyd Weber, también manifestaron su gusto por los teatros de mesa. En España, Jacinto Benavente, premio Nobel de Literatura en 1922, respondía así a un periodista sobre cuáles eran sus juguetes predilectos. “Los teatritos. Llegué a reunir no sé cuántos. Yo me inventaba las comedias y movía los monigotes con alambres, y hacía diabluras”.

Pese a que le sobrevivieron sus seis sucursales provinciales, El Encanto de La Habana creó toda una mitología en torno suyo. Merecida. Sobre todo a partir de la década de 1950, donde se define su cénit. Fue una tienda pionera en muchas de las técnicas comerciales que aún perviven, entre ellas el uso tarjetas de crédito y certificados de regalos a sus clientes. Incluso a los más distinguidos se les hacía sus entregas a domicilio.

Fue la primera tienda por departamentos en Cuba y aunque era el templo de las élites, cada martes comercializaba variedad de productos por debajo de cinco pesos. Toda la ropa que se vendía salía de sus propios talleres, con tal de ofrecer garantías al cliente y controlar la calidad que establecían en sus productos textiles.

Sus empleados tenían una etiqueta de vestuario: en el invierno se vestían de negro y de blanco durante todo el verano. Las empleadas siempre debían usar medias largas, tener el pelo arreglado y estar bien maquilladas. De sus filas surgieron emprendedores que de vuelta a España fundaron cadenas de alto impacto, como Galerías Preciados y El Corte Inglés.

Ni hablar de las celebridades que pasaron por sus departamentos. En sus escasas horas habaneras, Albert Einstein fue obsequiado con un sombrero jipijapa para atemperar el sol caribeño. Tyrone Power protagonizó un comercial de la tienda. Ava Gardner se maravillaba de sus escaparates y el cowboy John Wayne mandaba a confeccionar sus camisas a la medida en las sastrerías de la tienda. Una caprichosa Miroslava exigía en sus contratos, en el momento de rodar un filme, que sus vestidos fueran adquiridos en El Encanto mientras que la diva María Félix solía recrearse en el Salón Francés del inmueble. El gurú de la moda Christian Dior, quien tenía pavor a los aviones, cruzó el Atlántico para visitar los almacenes, en los cuales se exhibían sus modelos exclusivos, algo que solo sucedía en París y La Habana. ¡Olvídense de Nueva York!

Pero no muchos saben un dato cortejado por la intimidad de la historia. La chaqueta que Che Guevara llevaba puesta en la despedida de las víctimas del vapor La Coubre, volado por la CIA en 1960 en el puerto de La Habana, y que Alberto Díaz, Korda, captara con su Leica, fue comprada por el comandante en El Encanto, para entonces un proveedor de ropa verde olivo.

Y con esa foto, la más reproducida del siglo XX, y tal vez de todos los tiempos vividos, un mínimo de la mitológica tienda sobrevive a su trágico final, desde el anonimato de una prenda y la memoria de unos pocos.

Ángel Márquez Dolz
On Cuba Magazine, 28 de septiembre de 2018.
Video tomado de Diario de Cuba. En las dos fotos, hechas por el autor, aparece la actriz Ederlys Rodríguez.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Portocarrero como salvador



En la antediluviana década de 1960, cuando Fidel Castro anunciaba a cada rato que los norteamericanos bombardearían La Habana y la destruirían, el pintor René Portocarrero (1912-1985) se dedicó a pintar la ciudad. A dejarla atrapada en sus cuadros para que su belleza y su fervor no fuera a desaparecer nunca.

Fue hacia 1963 que culminó aquella serie con su Paisaje de La Habana. Y ahora, gracias al gran artista, tenemos la ruina maquillada que ha dejado el castrismo de la capital y La Habana eterna en los cuadros de René.

Claro que no son sólo en aquellas piezas donde está la gran dimensión de la obra de Portocarrero, un hombre un poco tímido y retraído que trabajaba todo el día en su apartamento frente al Hotel Nacional de La Habana, con visitas largas y esporádicas al bar de La Roca, junto a su amigo el también pintor Raúl Milián.

El hombre, un tipo de la barriada de El Cerro, considerado uno de los artistas más importantes del siglo XX cubano, era un maestro del color y de la armonía, realizó más de 20 exposiciones personales, 60 muestras colectivas, enseñó pintura en una cárcel y estuvo muy vinculado siempre a los escritores del grupo Orígenes. El poeta José Lezama Lima escribió varias notas sobre la pintura de René.

El pintor publicó, además, dos libros El sueño (1939) con dibujos y textos suyos y Las Máscaras (1955) una colección de doce dibujos. Portocarrero, que ya había recibido el Premio Nacional de Pintura, en 1951, por su Homenaje a Trinidad, hizo una serie denominada Color de Cuba sobre la santería y realizó trabajos de mucha fuerza de los famosos carnavales de La Habana.

Una nota crítica revela que el artista realizó su primera exposición privada en 1934 y luego durante varios decenios “en su obra se reflejarían la luz, el color de su país. En el segundo lustro de la década de 1940 aborda los temas de las fiestas populares en una amplia serie de pasteles, y comienza a decorar piezas de cerámica. Concibe en esa técnica el Mural de las Antillas para el otrora Hotel Havana Hilton y otro en 1968 con el tema de las mujeres ornamentadas y de Flora, que cuajara en una serie de cuadros exhibidos en la 33 Bienal de Venecia.”

Le debemos a René Portocarrero toda su obra monumental y su nombre en la historia de la cultura cubana. Y en particular, La Habana que tiene salvada en sus cuadros, una ciudad viva, llena de colores, de poesía y de espiritualidad.

Raúl Rivero
Texto y foto: Blog de la Fundación Nacional Cubano Americana.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Lezama Lima: Una oscura pradera



Escribió Paradiso, una de las novelas más importantes del idioma español en el siglo XX. Publicó libros de ensayos lucidos y agudos, poemas hechos con instrumentos inventados por él, fundó algunas de las revistas literarias más trascendentes de su país y de América Latina y, al final, a los 66 años, en 1976, se murió en Cuba convencido de que nacer allí "es una fiesta innombrable".

Se llamaba José Lezama Lima, era fanático del café con leche, las empanadillas y los dulces y luchó, a su manera, contra el asma, la soledad y las dictaduras.

Entre sus libros de versos habrá que acudir siempre a piezas como Muerte de Narciso, Enemigo rumor, La fijeza, Dador, Fragmentos a su imán y Una oscura pradera. Sus ensayos más reconocidos son Coloquio con Juan Ramón Jiménez (su amigo personal), Analectas del reloj, Tratados de La Habana, Las imágenes posibles y La cantidad hechizada.

Cuando en 1966 los funcionarios de la cultura cubana tuvieron que publicar su novela Paradiso, realizaron una tirada mínima que recogieron enseguida de algunas librerías. El libro salió con 798 erratas.

A pesar de todo, la obra se hizo universal y su viejo y querido amigo argentino, Julio Cortázar, le escribió esta nota desde Buenos Aires: "En sus instantes más altos, Paradiso es una ceremonia, algo que persiste a toda lectura con fines y modos literarios: tiene esa acuciosa presencia típica de lo que fue la visión de los eléatas, amalgama de lo que más tarde se llamó poema y filosofía, desnuda confrontación del hombre con un cielo de zarpas de estrellas".

Lezama Lima viajó a México y a Jamaica en los años 40. Después vivió toda su vida en Trocadero 162, primero con su madre y luego con una prima, con quien se casó.

Esta nota fue escrita en 1972: "Por la noche María Luisa y yo leemos algún libro que nos gusta, como el maravilloso Diario de Paul Klee. Me parece que vivo esas experiencias maravillosas, mientras permanezco, aunque con disgusto, inmovilizado, pues en el año pasado y en éste he recibido como seis invitaciones para viajar a España, a México, a Italia, a Colombia, y siempre con el mismo resultado. Me tengo que quedar en mi casita hasta que Dios quiera".

Raúl Rivero
El Mundo, 9 de septiembre de 2018.

Leer también: Documental reconstruye la vida de Lezama Lima.

lunes, 19 de noviembre de 2018

El café se toma como sus letras indican



Caliente, Amargo, Fuerte y Escaso. Así decía mi madre, que en gloria esté. Ése es el café que toman los cubanos, Y con un vaso de agua, que se toma antes, para quedarse con el sabor del café en boca, y en los fumadores, acompañar al tabaco o al cigarillo.

Esa ceremonia singular la viví desde que era niño, cuando salía con mi tío y mi padre, usualmente en una caminata de domingo desde nuestra casa familiar en Centro Habana hasta Galiano, en busca de El Brazo Fuerte, aquella maravillosa panadería habanera donde hacían pan al estilo de todas partes del mundo y los más exquisitos pasteles de carne que puedan imaginarse.

Mis familiares mayores, entonces pedían un vaso de vino, charlaban con el dependiente (otro hábito perdido, a pesar del marketing con la “atención personalizada”, como se le llama ahora). En aquel tiempo, era pura y simplemente una amistad de mostrador, cimentada con el transcurso de los años entre el empleado y los parroquianos fieles. Se preguntaba por la salud de la familia, se comentaba el partido de pelota, se hablaba de política y se arreglaba el mundo hasta dejarlo redondito.

Después venía el consabido café, y mi tío y mi padre antes siempre tomaban su vaso de agua bien fría, pues ambos eran fumadores. Un día me atreví a preguntar por qué, y la respuesta, algo asombrados de mi ignorancia de doce años: “Pues claro, para conservar el gusto de la café.” En esa fecha la infusión valía tres centavos, los pasteles de carne cinco, y el pan más caro, diez. Nada que ver con los precios de hoy en día, que acaban con el bolsillo del cubano que solo cobre en moneda nacional.

Cuando se habla de Cuba como destino, los temas más socorridos, además de las playas, son tres: ron, tabaco y café. Además de los atractivos naturales de la Isla, su cultura y su historia, estos tres elementos son igualmente protagonistas y hoy se han convertido en una especie de íconos, aunque se afirma que el café se originó en Abisinia (hoy Etiopía), en el oriente de África.

Diversos estudios aseveran que el grano llegó al país a través de los españoles, luego de los primeros asentamientos entre los años 1492 y 1530, y como las condiciones geográficas de las montañas orientales favorecieron su producción, comenzó a cultivarse y el hábito de su consumo se arraigó entre los pobladores.

Al principio se colaba en una especie de embudo hecho de tela y así todavía se hace en los campos cubanos. El agua, junto con el azúcar (muy poca) se hervía en un jarro, al que después se le echaba el polvo y se vertía sobre el colador, dejando pasar solo el líquido, de color negro, con un sabor peculiar que lo distingue hasta nuestros días. Muchos cubanos tenían como costumbre volver a colar la borra, a lo que se denominaba 'zambumbia', que se acompañaba con pan o galletas de sal.

En 1933 se inventó la cafetera italiana, que revolucionó al mundo del café. Todos querían tener una, el cubano no era excepción, y desde entonces hasta el día de hoy, perduran en las cocinas cubanas ,superando a las cafeteras eléctricas y de cápsulas modernas, cuyos precios son prohibitivos para el ciudadano de a pie.

Hoy en día el cubano cuela el café sin azúcar. Algunos la echan en la cafetera después que ha colado, otros prefieren dejar que cada cual lo endulce a su gusto. El casero no suele quedar espumoso como el expreso, pero su sabor es mucho más fuerte que el café americano, no lleva leche, no es capuchino, y es tan diferente, tan peculiar, porque su sabor no se parece a ninguno.

Aunque después de la erupción del dólar han llegado productos extranjeros muy apreciados fuera, en la Isla se sigue prefiriendo el café bien oscuro, concentrado, fuerte. Ni descafeinado, ni Nescafé, ni Capuchino: eso es para los turistas, y el café estilo americano, que los cubanos llaman 'agua de chirle', es para los americanos o para quien pueda tomárselo.

Puedo atestiguar, que habiendo probado muchos tipos de café en diversos países, desde el puro 100% colombiano o brasileño hasta el famoso Blue Mountain, de Jamaica, ninguno sabe como el de nuestras montañas de Oriente. Claro que gran parte de la población no lo toma puro, ya que el nuestro, el de todos los días, que se compra en la bodega a precio subsidiado -dos paqueticos de 4 onzas al mes por persona- viene mezclado con chícharos tostados y molidos. Pero es curioso que hasta el café con chícharos, colado con una buena técnica en una cafetera italiana, suele tener buen sabor para la mayoría de los consumidores.

Los más astutos se sirven del primer sorbo que sale bien negro, y luego vuelven a poner la cafetera para que acabe de colar el más claro. Hay quienes han perfeccionado sistemas para que el mezclado de café con chícharos tenga mejor sabor: Nunca se tira la borra anterior, se vuelve a hervir en la cafetera, y entonces esa 'agua de chirle' o 'zambumbia', sucedáneo de la colada anterior, es la que se usa para la nueva colada. ¡Y créalo o no, el café sale más fuerte!

Otros, aún más técnicos, como tienen una cafetera para seis personas y solo van a tomar dos o tres personas, colocan en la cazoleta tres o cuatro bolas de cristal, de esas con las que juegan los niños. La razón es que la cazoleta debe llenarse totalmente o no colará bien. Las bolas ocupan el espacio restante, cuando se llena con café solo para tres personas. Eso me lo enseñó mi buena amiga Zenaida, allá por los años 70, cuando la llamada Zafra de los Diez Millones -que nunca llegó ni a nueve- nos llevó a mayores privaciones.

Hoy en día, cuando un cubano se empata con un paquete de café 'puro', llámese Serrano, Cubita o Pilón, que venden en CUC, ve los cielos abiertos. Existe un blog llamado Café Fuerte y hasta se ha filmado un video () que comienza con el protagonista colando café Monte Rus. El vídeo tenía otro título, pero ya nadie se acuerda, todos lo conocen ahora por la marca del brebaje.

En Cuba el café está racionado (el barato de la libreta en moneda nacional, no el de la shopping), pero hay marcas como Altoserra, que se cultiva en el macizo montañoso de Guantánamo y Holguín, se vende en mercados internacionales como Canadá, Japón, Reino Unido, Francia, Alemania y en la lejana Australia, según informaciones de la emisora cubana Radio Reloj.

El buen café forma parte de las tradiciones cubanas. Es lo que siempre se brinda, inclusive en los hogares donde existe cultura alcohólica, se ofrece un café al visitante, antes del trago de ron. En Cuba se inventó también la 'sopa de gallo', café con ron. No en imitación, sino en oposición al café (clarito) con coñac de otras naciones.

Muchos años después y a miles de kilómetros de la Isla, a veces me sorprendo preguntándole a un mensajero con un paquete de esos que se compran por Amazon (que por cierto también vende café cubano), si quiere un café. Él o ella me miran sorprendidos, y luego sonríen respondiendo: “Gracias, ya desayuné.” Porque donde vivo, como en otros países, no suele brindarse nada a los mensajeros.

Conocí un personaje que, cuando en Cuba comenzó la crisis del café racionado y no imperaba todavía el dólar ni existían las shoppings, medio solucionó el dilema de seguir invitando a las visitas a pesar de la escasez. Cuando llegaba alguien a su casa, la esposa preguntaba solícita: “Viejo, ¿hago café?” Y el hombre, cafetero empedernido, respondía con dos variantes: “Claro, vieja, claro”, si el recién llegado era desconocido o poco importante. Pero si era un pariente o un buen amigo, la respuesta era: “Bueno, vieja, bueno.”

Hasta la taza para el café tiene su tradición. En Cuba, la mayoría de los cafeteros tienen una jarrita preferida –no una taza- desde el humilde jarrito de latón que tiene un montón de años en la familia, hasta la pequeña jarrita dignificada con un baño de porcelana.

Cuba es una isla con café por todas partes, a pesar de que aquel de tres centavos ha sido sustituido por una tacita minúscula que vale, cuando menos, un peso moneda nacional, en improvisados puestos que despachan desde la ventana que da a la calle de una vivienda cualquiera, o 50 centavos de CUC en cualquier cafetería más o menos pretenciosa de El Vedado o la Habana Vieja.

Café después de levantarse en la mañana, antes de ir a trabajar, o con leche para desayunar, que en realidad es leche con café. Café después de almuerzo y comida, por las tardes, antes del cigarro o el tabaco, viendo la tele y hasta antes de dormir.

Richard Potts
Havana Times, 15 de septiembre de 2018.
Video realizado por Matteo Enrico en una zona rural del oriente cubano.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Vender maní en Cuba


El maní podría dejar de ser uno de los cinco productos más vendidos de manera callejera en Cuba.

La subida del precio del maní y la del carbón al por mayor, unido al de la patente, ha causado una baja en la calidad y la cantidad de la oferta, y ha reducido el número de vendedores de maní dentro de la ley, según declaró a Cubanet una fuente de la Oficina Nacional de la Administración Tributaria en la nororiental provincia de Holguín. Esto ha provocado un incremento de personas que han entregado la patente y ahora lo venden de manera ilegal.

“Nuestros inspectores están aplicando más multas por la venta de maní fuera de la ley”, declaró un funcionario de la Dirección Integral de Supervisión del territorio.

De todos los gastos de un manisero en el desempeño de su labor, el que más le afecta es el pago de la patente, fijado en 150 pesos, que junto a los 87.50 de seguridad social suman un total de 237.50 pesos mensuales que por ley están obligados a entregar al Estado. Maniseros consultados dijeron que el promedio de venta per cápita es de 60 cucuruchos diarios a un peso por lo que consideran que la patente está muy alta y proponen bajarla a 30 o 40 pesos.

“Hemos solicitado al gobierno que la baje, pero hasta ahora no hemos tenido respuesta. Por eso la mayoría ha entregado la patente y ha decidido correr el riesgo de vender ilegalmente. Otros echamos menos granos de maní en el cucurucho sin alterar el precio”, confiesa Irene, una vendedora.

Dagoberto, un manisero con casi tres décadas en el oficio, afirma que durante mucho tiempo la patente estuvo a 100 pesos, después la subieron a 130 hasta llegar a los 150 actuales. “Es altísima para nosotros. Y seguirán subiéndola, porque lo que el gobierno no es capaz de lograr con eficiencia, lo obtiene elevando el precio, los impuestos y las patentes. Al final, el perjudicado es el pueblo”.

Vender maní no alcanza para el sustento diario. “Los maniseros estamos obligados a tener otro trabajo para sostener a la familia. En el campo he desyerbado o recogido yuca y boniato por 40 o 50 pesos diarios y una merienda”, confiesa Mestre.

La venta de maní en las calles cubanas, una tradición autóctona, inspiró a Moisés Simons a componer El manisero, pregón estrenado por Rita Montaner 1928, pero hoy muchos afirman que su permanencia hasta nuestros días es el resultado de la penuria económica.


“Los vendedores callejeros de maní son el reflejo del atraso económico de un país incapaz de ofertar productos básicos a precios asequibles en cafeterías o tiendas”, opina Gustavo, mientras come maní a la espera del ómnibus.

Con disímiles pregones, los maniseros caminan por el centro de Holguín transportando el producto en una lata, a la que amarran por debajo un caldero con carbón encendido para mantener calentito el maní dentro del cucurucho.

Sin embargo, los clientes no están satisfechos porque la cantidad y la calidad ofertada es menor. “He comprado a varios maniseros en diferentes días y lugares, y en todos los casos los granos de maní eran pequeños y no pasaban de veinte”, asegura Doralkis, una joven sentada en uno de los bancos del parque Calixto García.

Sergio, un abuela que pasea con su nieta por el Boulevard, recuerda que años atrás los cucuruchos traían más maní y se vendían a un peso. “Ahora vienen con menos cantidad, son de mala calidad y al mismo precio”.

Sobre el tema, Dagoberto dice que esa es la única forma de obtener ganancia.“Si echamos más granos de maní en el cucurucho entonces tenemos que subir el precio y nadie lo compraría”, alega.

Él y otros maniseros entrevistados, coinciden en que el problema, además del pago de la patente, radica también en la subida casi al triple del precio de la libra de maní en menos de un año. “Antes costaba 8 o 9 pesos, actualmente cuesta 20 pesos".

En Cuba, el maní siempre ha sido cultivado y comercializado por el sector privado. “Se siembra en cualquier época del año y se recoge a los tres meses. Pero a inicios de 2018 todas las cosechas se perdieron por el exceso de lluvia. Al escasear el producto, vendemos a 20 pesos la libra, al por mayor”, explicó Melquiades, un campesino del poblado de Melones, a 25 kilómetros al norte de la ciudad de Holguín.

Los maniseros se encargan de tostar y envasar el maní. “Compramos el cucurucho de papel a cinco centavos la unidad, la sal a cinco pesos el kilogramo y el carbón, que también subió de precio, a 20 pesos la lata”, explica el vendedor Moisés.

Ya pocos se acuerdan que hubo un tiempo que un cucurucho costaba 0.20 centavos, después subió a 0.40, más tarde a 0.50 centavos hasta llegar a un peso en la actualidad. Para Moisés, “el hecho de que menos personas vendan maní legalmente, por la subida del precio del producto y de la patente, es un indicador de la crisis económica irreversible que vive Cuba”.

Texto y foto: Fernando Donate
Cubanet, 18 de septiembre de 2018.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Hablar en cubano



“Al margen de la literatura están estas faenas abnegadas, sin las cuales la literatura no medra. Los escritores artistas desdeñan al lexicólogo, al gramático, al retórico, al colector de frases célebres, al antologista; pero ¿les ocurrirá alguna vez pensar en la cantidad de genuino y humilde amor literario que tales empresas suponen? Un espíritu agudamente justiciero, nunca podrá mirar sin respeto esas obras de literatos malogrados: ellas son como tributos de adoración íntima a una beldad ofrecidos por amadores feos. El beso furtivo y distante del Jorobado de Notre Dame a su Esmeralda…”.

He decidido iniciar este trabajo con un fragmento del artículo que mi admirado Jorge Mañach publicó en el diario habanero El País a fines de 1925. Y lo he hecho porque pienso que, aunque esas palabras no fueron escritas a propósito de ellas, constituyen un elogio mucho más justo y más hermosamente escrito que el que yo pueda pergeñar sobre los dos libros que esta semana y la próxima voy a reseñar. Ambos son esfuerzos muy loables que se deben mirar con respeto, pues en ellos se invirtió una cantidad ingente de amorosa faena.

Ante los dos voluminosos tomos del Diccionario ejemplificado del español de Cuba (Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2016, 544 y 593 páginas), lo primero que se me ocurrió pensar fue: ¿cuántos años llevó a Antonia María Tristá Pérez (1940-2006) y Gisela Cárdenas Molina (1930-2010) realizar este libro? Seguro que unos cuantos, aunque ya no lo sabremos con exactitud. La edición ni siquiera incluye una breve nota en la contraportada. Es cierto que cuenta con una extensa introducción de las autoras, pero es de carácter puramente técnico y expone la motivación y finalidad del diccionario.

En esas páginas, las investigadoras, quienes durante varios años laboraron en el Instituto de Literatura y Lingüística, señalan que el presente libro tuvo como antecedente directo el Diccionario de español de Cuba (2000), confeccionado por ellas para la Universidad de Augsburgo, Alemania. Después que la terminaron, agregan, se imponía “la elaboración de una obra que no solamente incluyera vocablos y acepciones no registradas en el diccionario contrastivo, sino también que registrara los usos con su contextualización, cuestión de suma importancia para el usuario que necesite entender la realidad cubana”.

Respecto a sus características generales, las lexicólogas definen el suyo como “un diccionario sincrónico, en sentido amplio, pues comprende desde principios de siglo hasta la década de los años noventa”. Asimismo, especifican que es descriptivo porque se limita a informar sobre el inventario léxico, a definir su significado de acuerdo al uso, “pero sin pretender establecer criterios normativos acerca de la corrección o incorrección de dicho uso”. Su objetivo es, por tanto, registrar lo que es y no lo que debería ser; “servir de decodificador del discurso cubano”.

En cuanto a sus destinatarios, Tristá Pérez y Cárdenas Molina expresan que el diccionario está concebido para un público amplio: profesores de lengua, traductores, intérpretes, filólogos y lectores no especializados, tanto nativos como extranjeros, que necesiten conocer el universo lexical de la variante cubana. De esto debe deducirse que el diccionario es una obra complementaria, “y, en ningún caso, está llamada a sustituir los diccionarios de lengua que se utilizan diariamente”.

No voy a extenderme más en explicaciones sesudas, pues pienso que un par de ejemplos han de da dar más precisa y gráfica del diccionario. El primero corresponde a una palabra que ha caído en desuso, aunque es posible que ocasionalmente aún se pueda escuchar: “achujar v. 1 tr. coloq. Incitar una persona a un perro para que ataque: Pero un cuñao le achujaba los perros y los perros lo mataron (Feijóo, S., 1965: 300). | 2 tr. coloq. Incitar a alguien a pelear o a tomar partido en una disputa: Primero siento unos gritos del público que avisan el final de una pelea, y después la voz de Gastón achujando al Caña (Viera, F.L., 1989: 205) |enchufar”.

Anoto el significado de las abreviaturas, aunque algunas son fáciles de deducir: v, verbo; tr. transitivo; coloq., indica que el vocablo es propio de un estilo informal (marca estilística). Las otras que acompañan los fragmentos citados para ejemplificar remiten a la bibliografía que aparece al final del segundo volumen: Samuel Feijóo. Sabiduría popular, Universidad Central, Las Villas, 1965, página 300; y Félix Luis Viera. Con tu vestido blanco, Ediciones Unión, La Habana, 1989, página 205. En cuanto a la inclusión de enchufar, obedece a que ese cubanismo tiene, entre otras acepciones populares, una similar a la de achujar, que lo convierte en su sinónimo.

Una palabra que se escuchaba mucho en la década de los 60 del pasado siglo era ñángara, que después fue cayendo en el olvido. Significa “persona que tiene ideas izquierdistas o milita en el Partido Comunista de Cuba. Obs.: Es usada por quienes sustentan ideas contrarias a estas personas: Siempre has sido el más estúpido entre los estúpidos. ¿No te das cuenta que los contra pusieron una bomba hoy y mataron a cuatro, y los ñángaras están que arden? (Moya, R., 1985a: 189)”. Se empleaba indistintamente como sustantivo y como adjetivo, y uno dos de sus sinónimos eran ñángara y comecandela. Tristá Pérez y Cárdenas Molina registran ambos, pero de este último no incluyen esa acepción.

Como dejaron señalado las autoras, su diccionario puede interesar a un amplio espectro de lectores. Cada cual lo consultará o simplemente se asomará a sus páginas con distinto propósito. Quien esto escribe hizo un primer repaso de sus 8 mil entradas con el mero ánimo de curiosear. Eso me ha permitido verificar, en primer lugar, la vivacidad y el gracejo que caracteriza a nuestro lenguaje popular. Hace pocos días conversaba con unos amigos y recordamos, entre risas, lo ingeniosamente gráfico que es el vocablo bajaychupa, que se aplicaba a una blusa que dejaba al descubierto los hombros. Y qué decir de matapasiones, con el cual los jóvenes conocían a los calzoncillos de pata que les disgustaba usar.

Igualmente creativas son expresiones como dar matarile (matar), pegarse a la chupeta (desempeñar un cargo público bien remunerado), echar una alpargata (marcharse precipitadamente de un sitio), jugar ambo y diestro (lavarse solo las axilas y las partes pudendas), caerse para atrás (quedar estupefacto por asombro o sorpresa), no ser baúl (ser indiscreto, no guardar los secretos ajenos), buscarse los billetes (ganarse la vida), pararse bonito (adoptar una actitud firme y decidida), coger una calentada (irritarse, ponerse de mal humor), al canto del pitirre (muy temprano por la mañana), caminar con los codos (se dice de una persona que es tacaña y cicatera), pensar en la inmortalidad del cangrejo (estar distraído, sin pensar en nada serio o importante), tirar un llorado (tratar de convencer a una persona por la vía sentimental), hacerse la manuela (masturbarse un hombre), a la marchita (sin prisa ni precipitación), el que más mea (persona de mayor influencia, autoridad o poder de decisión), estar flojo de vientre (tener diarrea), coger entre primera y segunda (sorprender a alguien cuando está haciendo algo indebido o que quiere ocultar), poner un telegrama (evacuar el vientre).

Asimismo, cuando se echa una ojeada u hojeada al diccionario se advierte la movilidad del español que se habla en la Isla. Ya se sabe que los idiomas experimentan un permanente proceso de evolución y transformación, de acuerdo con el tiempo y las necesidades de la población. Son un hecho vivo, están en constante cambio y nunca van a dejar de hacerlo. Dado que el libro objeto de estas líneas cubre casi todo el siglo XX, he hallado términos que conozco, pero presumo que no lo han de ser para los más jóvenes.

Dudo, por ejemplo, que una muchacha de hoy sepa qué son las cocalecas, aquellas sandalias con dos tiras que se ajustaban dando vueltas a las piernas en forma de cruz. Ni tampoco el bobito, que aparte de ser el diminutivo de bobo, nombraba una prenda de dormir femenina, holgada y escotada, que solo llegaba hasta la parte superior del muslo. Mucho menos aquel camisón corto, generalmente de tela transparente, que se designaba con el anglicismo baby-doll. No digamos ya hacerse el croquinol, procedimiento que permitía ondular artificialmente el pelo durante largo tiempo. Es lógico que esos vocablos en la actualidad no se empleen, pues correspondían a prendas de vestir y hábitos que ya pasaron de moda.

En cambio, hay otros que designan cosas que se mantienen vigentes, pero a los que la falta de uso ha jubilado y recluido en el asilo lexicográfico. Muchos los decía este cronista cuando era un chamaquito, pero duda que hoy se utilicen. ¿Se sigue diciendo fiñe a un niño? ¿Fricandó al frío? ¿Combo a un grupo musical? ¿Meter el delicado a cometer un error? ¿Bofe a una persona antipática o pesada? ¿Apolismada a una fruta magullada? ¿Comefana para insultar a alguien?

Por otro lado, a otras palabras y expresiones la realidad del país las ha convertido en obsoletas. A ningún niño o niña se le ocurriría pedir la contra o la ñapa tras comprar algo, en un país que está en la fuácata y donde en las tiendas ni siquiera dan un cuartucho o una bolsa para llevar los productos adquiridos. Tampoco es extraño que hayan dejado de escucharse vocablos como garapiña, chicha o cusubé, puesto que se trata de dos bebidas que se preparaban con piña y un postre elaborado con yuca.

A partir de que esta gente llegó al poder, el corpus del español hablado en Cuba incorporó una cantidad considerable de palabras y expresiones. Ilustro con algunas: integrado, gusanera, concientizar, ausentismo, pugilatear, camilito, barbacoa, anapista, microbrigada, becado, lista de fallos, antisocial, camilito, asamblea de balance, sábado corto, alzadora, y, más recientemente, jinetera, cuentapropista, fula, quimbe, cocotaxi, almendrón...

Algunos términos ya existentes sumaron nuevas acepciones. Así, libreta pasó a ser también el cuadernillo donde se apuntan las entregas de los productos alimenticios racionados. A su significado tradicional, aspirina agregó el de autobús pequeño que, a fines de la década de los 80, se empleó para reforzar el servicio de transporte en la hora pico. De igual modo, una expresión como quemar el plástico solo se entiende en el contexto de la etapa en que se distribuyeron los zapatos hechos de ese material (recuerdo que popularmente se les llamaba ollas de presión, por el fuerte calor que desprendían).

Preparar un diccionario como ése constituye una tarea ciclópea, que además tiene la dificultad adicional que implica reunir un material de carácter oral. Eso explica que a las autoras se les quedasen sin registrar algunos vocablos.

Personalmente, he echado en falta narra (chino), bolo (ruso), echar un palo (tener relaciones sexuales), dar el piojito (asumir una actitud humilde o sumisa). Pero como ya digo, es algo que resulta comprensible dada la vastedad del campo que el libro cubre. Hay, sin embargo, algunas inclusiones que sí me parecen refutables. Jacket, all right, rating, short, cold cream, cake, bullpen, background y tráiler, entre otros, pertenecen al inglés y en Cuba se usan con el mismo significado que poseen en la lengua original. Incluirlos como cubanismos carece de sentido, pues en otros países también se emplean tal cuales.

Por otro lado, he consultado el diccionario de la Real Academia y exitoso, coctel, estancia, desempeñar, campismo, enojo, almíbar, camarógrafo, batuta, esgrimista, aparecen con idéntica acepción a la registrada por Tristá Pérez y Cárdenas Molina. De manera que tampoco pueden considerarse como ejemplos del español hablado en Cuba.

Carlos Espinosa Domínguez
Cubaencuentro, 14 de septiembre de 2018.
Foto: Tres cocotaxis y un almendrón. Tomada de Cubaencuentro.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Recordando a Bola de Nieve


A propósito de los 47 años de la muerte en México de Ignacio Jacinto Villa Fernández, Bola de Nieve, el pasado 2 octubre, queremos recordar a uno de los grandes de la música y la cultura cubana. Y nada mejor que iniciarlo con un documental de José Sánchez-Montes, estrenado en 2003 en la Televisión Española. A los 14.58 minutos abruptamente termina. Una pena, igual que la situación que en 2012 se encontraba su casa-museo en Guanabacoa. Ya en 2010, Iván García, Laritza Diversent y yo lanzamos un SOS, para que no se perdieran las casas de Bola de Nieve y Rita Montaner.

El Bola en siete textos




Los enigmas de Bola, primera y segunda parte.




Tres canciones de Bola de Nieve por intérpretes de tres países


Salvador Sobral: Ay, amor.

Fabiana Cozza, en TV de Brasil y cantando Vete de mí.

Tres intérpretes cubanos

Alma mía, con Pablo Milanés.

Bola de Nieve, de Carlos Varela, por Pancho Céspedes y Gonzalo Rubalcaba, del disco Con Permiso de Bola.

Carlos Varela estrenó su canción-homenaje a Ignacio Villa en abril de 1989.

Dieciocho números poco conocidos de Bola de Nieve



















Bola, en catalán, francés, italiano, portugués e inglés









Cinco poemas de Nicolás Guillén musicalizados por Bola de Nieve






Doce canciones de amor y boleros por el Señor Sentimiento














A modo de despedida. Durante casi 20 minutos, en ese video, escuchen a Bola Nieve hablando con una dicción perfecta, cantando con su irrepetible voz y tocando magistralmente el piano.

La treintena de canciones que he escogido para recordar a Bola de Nieve, son solo una muestra de la versatilidad de una de las glorias de la música cubana. Una música que sobrevivirá a pesar del olvido, la desmemoria, la indiferencia y la incultura.

Tania Quintero

lunes, 5 de noviembre de 2018

¿Y tu agüela, aonde ejtá?


La lectura de una revista, de amplio prestigio y cuyo primer ejemplar se remonta a finales del siglo XIX, que dedicaba completo un número al tema de las llamadas razas despertó mi interés por saber cómo se mezclaban en mi ADN esas diversas variaciones genéticas.

Soy blanco, de piel más bien rosada, pero ¿mis antecesores también lo eran? Por el lado paterno la procedencia estaba clara, mi abuelo había nacido en las montañas asturianas y, que yo sepa, los moros no habían llegado tan lejos en España. El lado materno me ofrecía dudas: un abuelo con raíces posiblemente portuguesas daba pie a algún gen de origen no tan blanco, pero ¿quién lo podría decir? Quedaba por dilucidar la genética de mis abuelas, materna y paterna, de quienes no tenía la menor idea, salvo que los hermanos de mi madre eran rubios y de ojos claros, y mi padre solo tenía una hermana, mi tía, y tan 'rosadita' como mi padre.

Decidí gastarme100 dólares y realizar el test genético que promocionaba esa revista. En menos de un mes tuve en mis manos los resultados: mis antecesores son 87 por ciento europeos (2), de los cuales 22 por ciento son vascos. No tengo nada en contra de ellos y me gustan los pintxos vascos tanto como los pinchos asturianos, el paisaje de San Sebastián es maravilloso, pero yo estaba más que seguro de mis antecedentes asturianos, pues mi apellido Acebo me vincula de refilón a los Príncipes de Asturias y, por tanto, al Reino de España, algo que lo veo algo comprometido. Un 15 por ciento de mi procede de Cerdeña, o sea por allá tengo un antecesor sardo.

Pero lo que realmente me sacó de paso es un 8 por ciento askenazí. Todavía si fuese sefardí lo podría entender, y lo vería como algún que otro judeoconverso que se refugió de los edictos de los Reyes Católicos y de las persecuciones del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en las lejanas montañas asturianas.

Pero askenazí jamás lo hubiera pensado. Finalmente tengo un 1,3 por ciento (qué exactitud) de neandertal. No hay problema, eso explica mi gusto por los buenos bistecs a la parrilla y casi crudos.

Ahora viene la parte del 13 por ciento no europeo, que claro está es africano, pero de dónde, difícil de decir ya que sólo dice 10 por ciento nilótico del sur de Sudán, Uganda, Kenia y el norte de Tanzania. Pero ésas no fueron regiones que aportaron esclavos y, por ende, genes al ajiaco criollo.

El otro 3 por ciento es más complejo, dado el desbarajuste dejado por el colonialismo francés e inglés cuando se produjo la descolonización de en la década de 1960 y actualmente existen 16 países en el África Occidental. El grueso de los esclavos llevados a Cuba fueron congoleses y angolanos, algún que otro bantú vino de la actual Nigeria, tal vez ése sea mí 3 por ciento africano.

Bastante frustrado con estos resultados nada esclarecedores, decidí optar por otro test, de una organización especializada en genealogía. Me gasté otros 100 dólares y los resultados fueron aún más frustrantes, aunque disminuyeron mi procedencia askenazí a solo un 3 por ciento, ahora me incluyeron procedencia de Finlandia, el norte de Rusia, el Cáucaso, Gran Bretaña, y otros impensables lugares.

Lo único que me satisfizo es que el 3 por ciento de África Occidental se descompuso en 2 por ciento de Benín y Togo y 1 por ciento de Nigeria, pero eliminó lo de neandertal y lo nilótico pasó a ser África del Norte. Sin lugar a dudas, en mi pasado hay algún africano y tristemente no sé es de dónde era.

Estos tests, lejos de ayudarme me han confundido completamente. Si pudiese esperar quince o veinte años (demasiado tiempo dado mi sibaritismo y mi condición de fumador), entonces repetiría nuevamente los dos tests, con la esperanza de que con el lógico desarrollo de la genética fuesen un poco más precisos.

Waldo Acebo Meireles
Cubaencuentro, 14 de septiembre de 2018.
Notas

(1) El título del texto es de un poema de Fernando Fortunato Vizcarrondo (Puerto Rico 1895-1977), que a menudo recitaba Luis Carbonell (Santiago de Cuba 1923-La Habana 2014), el acuarelista de la poesía antillana.

(2) Según un reciente estudio, el 70 por de los cubanos tenemos un ancestro europeo.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Dos zapatos y una vaca



Los turistas extranjeros, los viajeros desapercibidos y las nuevas generaciones de cubanos se quedan asombrados o estupefactos ante un monumento a unos enormes zapatos, instalado en la céntrica calle G de El Vedado. No se trata, desde luego, del culto y el fervor de los criollos por las hazañas de algún caminante incansable o de algún zapatero prodigioso. No. Es algo más complejo. Los zapatos pertenecen a lo que fue la estatua del primer presidente cubano don Tomás Estrada Palma (1902-1906), derribada a mandarriazos en el año 1959.



Los autores de la hazaña consideraron que Estrada Palma era un hombre muy cercano a Estados Unidos y que no merecía ese homenaje. Golpearon y destrozaron la figura del viejo político y maestro cubano y lanzaron a la basura sus brazos rotos, su pecho agujereado y su cabeza demolida. Pero los zapatos no los tocaron.

Por lo tanto, chapucería de por medio, lo único que quedó del trabajo del famoso escultor italiano Giovanni Nicolinni, fue la primera estatua mundial a un par de zapatos que permite, entre otras cosas, que los peregrinos ignorantes se devanen los sesos y el ridículo se eternice.

Los zapatos de Estrada Palma y la estatua que Fidel Castro mandó a levantar en Isla de Pinos a una vaca llamada Ubre Blanca, que producía los litros de leche que el dictador decidía, son dos de las más singulares piezas del movimiento escultórico cubano.



Hablo de este asunto, porque la Herencia Cultural Cubana, institución con sede en Miami, ha dado a conocer un informe donde se revela que en diciembre de 2017, los funcionarios comunistas han desmantelado también el monumento de Calixto García, enclavado desde la década de 1950 en el Malecón. Dijeron que era para repararlo, pero se teme que no regrese jamás a su sitio.

"Queremos estar seguros de que lo van a restaurar de verdad y que volverán a poner en el sitio en el que siempre ha estado", declararon directivos de la Herencia Cultural Cubana, quienes recordaron que en los últimos años de sus pedestales se han esfumado las estatuas del ex presidente Alfredo Zayas (1921-1925), Cristóbal Colón, Bartolomé Masó, Carlos III, Johann Strauss y un busto de Félix Varela.



El informe habla, además, del abandono oficial de importantes símbolos nacionales y del drama de una verdadera epidemia de profanación de tumbas, el robo de mármol, del bronce y los obeliscos fúnebres en los cementerios. Han desparecido lápidas y otras piezas de valor artístico y testimonial.

Al ver esta rapiña se prefiere el patriotismo entre comillas de los que dejaron solos los zapatos de Estrada Palma.

Raúl Rivero
Blog de la FNCA, 26 de julio de 2018.
Fotos: Monumento a Tomás Estrada Palma en la Avenida de los Presidentes o Calle G, Vedado, La Habana; la vaca Ubre Blanca en la antigua Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, y el monumento a Calixto García, al final de la Avenida de los Presidente, frente al Malecón. Tomadas del blog de la FNCA.