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lunes, 30 de junio de 2014

Brasil en mi vida (V y final)


Muy valorados eran también los tés. Cuando mi primera nieta nació, en junio de 1994, conservábamos todavía una caja de té de flores y frutas del Dr. Oetker que nos habían enviado de Brasil. A las tres semanas de nacida a la niña la ingresaron en el hospital Hijas de Galicia para hacerle unos análisis: se sospechaba -y resultó cierto- que tenía la bilirrubina alta. Para que resultara efectiva la prueba, mi hija tenía que interrumpir la lactancia durante ocho horas por lo menos. Aunque lo ideal, dijeron, sería que la bebita estuviera doce horas sin lactar. Acordamos que a las 8 de la noche le daría la última toma y después la madre se iría, para no "torturarla" con el olor de la leche materna.

Sin que mi hija supiera nada, en la casa, antes de salir para el hospital, preparé un té brasileño de flores y frutas, lo endulcé con un poquitico de miel de abejas y así, calientico, lo eché en un termo pequeño. A los 21 días, mi nieta, que había nacido a los ocho meses, nunca había tomado agua, sólo leche de pecho. El médico había sugerido llevar un tete (chupete) para ponérselo cuando empezara a llorar por hambre. Lo llevé, pero también llevé un pequeño pomito plástico para echar el té.

Sobre las 10 de la noche comenzó a llorar. Intenté calmarla con el tete, mas contínuamente lo rechazaba. La cargué y empecé a caminar con ella de un lado a otro del cuarto. La enfermera vino y me dijo: "Prepárese para una larga y dura noche". Por suerte en el cuarto estaba sola. Al no poder mitigar su llanto, a las 11 decidí intentar calmarla con una onza del té brasileiro. Se lo bebió enseguida. La cargué, le saqué los gases y la volví a acostar. Durmió dos horas de un tirón. A la 1 comenzó a llorar de nuevo. Decidí darle otra onza más, la última, pues seis horas más tarde, a las 7 de la mañana, le sacarían sangre del calcañal. Volvió a tomarse el té con desesperación.

La odisea comenzó dos horas más tarde, cuando ya no debía, no podía, darle nada más. Entonces se me ocurrió ponerle el pomito vacío, que conservaba el olor, acomodado en una almohada y ella, pobrecita, chupaba y chupaba hasta que se dormía y le quitaba el pomo. Cuando a las 6 de la mañana mi hija llegó, lo primero que hizo fue preguntarle a las enfermeras como había pasado yo la noche con la niña. Y ellas le dijeron que, comparado con otros casos, apenas había llorado. Mi hija quedó extrañada y ya en el cuarto, le conté la verdad.

El té de flores y frutas no fue lo primero que mi primera nieta conoció de Brasil. Casi toda su canastilla fue brasileira. Gracias a Julio Mauricio, amigo residente en Florianópolis, Santa Catarina, quien en 1993, antes de viajar a Cuba, me telefoneó para saber qué necesitábamos. Le conté que mi hija estaba embarazada y daría a luz a mediados de 1994. Ya en La Habana me llamó para que fuera al hotel Copacabana, donde estaba hospedado. Me pidió que no fuera sola, porque era demasiado pesado el paquete. Mi hijo Iván me acompañó. Cuando llegamos nos estaba esperando en el lobby, luego de conversar un rato e invitarnos a tomar algo, nos pidió que le acompañáramos a su habitación a recoger las cosas. Cuando vimos los dos maletines no lo podíamos creer. En uno había ropita de bebé, y para nosotros jabones, desodorante y champú. El otro maletín estaba repleto de alimentos no perecederos.

Si trabajo nos había costado llegar en ómnibus desde La Víbora hasta Miramar, en extremos opuestos de la capital, ¿cómo íbamos a regresar con todo ese cargamento? Julio Mauricio lo había previsto: fue a la piquera de taxis, habló con un chofer y le preguntó cuánto aproximadamente costaría dejarnos en nuestro domicilio. "Diez dólares", respondió el taxista. Retornó al lobby del hotel, donde lo esperábamos con los dos maletines y nos dió un billete de diez dólares y dos de veinte, cincuenta dólares en total. Le dijimos que era demasiado, que con el billete de diez era suficiente. Insistió que nos lleváramos esa cantidad, por si acaso. Cuando el taxi llegó frente a nuestro edificio el taxímetro marcaba 8 dólares, pero el chofer, amable, bajó, abrió el maletero, cargó un maletín él y le dio el otro a mi hijo, y los subieron hasta nuestro apartamento, en un primer piso. Allí le dimos los diez dólares.

Mi hija, que estaba haciendo un embarazo de riesgo y a los tres meses el médico le dio una licencia anticipada de maternidad, se volvió loca de contenta. Mi madre también. Más felices no podíamos estar con la llegada de un Rey Mago procedente de Santa Catarina.

La alegría no había hecho más que empezar. Dos días después, Julio Mauricio me invitó a acompañarlo al Museo de la Revolución y después. a almorzar en la mesa-buffet del hotel Sevilla. Antes de despedirnos, él me preguntó la dirección de una gran tienda que llamaban Diplomercado. Le dije que quedaba en 3ra. y 70, Miramar, relativamente cerca del Copacabana, donde se hospedaba. El día antes de su partida me llamó para que pasara por el hotel a despedirnos. Cuando llegué, en el lobby me esperaba con otro gran bolso. Esta vez lleno de alimentos comprados en el Diplomercado: carne de res y de puerco, pollo, jamón, pescado, queso, huevos, aceite, café, azúcar, leche en polvo... ¡Primera vez que comíamos productos de la más famosa shopping y que hasta la despenalización del dólar, el 26 de julio de 1993, había sido exclusiva para diplomáticos y extranjeros!

Pidió un taxi y después que el chofer puso el bolso en el asiento trasero, en el bolsillo de mi blusa metió unos dólares doblados y me dijo: "Para que pagues el taxi". Los cogí para devolvérselos, mientras le decía que yo tenía encima el dinero que nos había dado a mi hijo y a mí en el anterior encuentro. Pero él le hizo una seña al taxista y éste arrancó. Me había puesto un billete de 10 dólares y cuatro de 20.

Nunca más he vuelto a saber de Julio Mauricio. Pero mi familia ni yo nunca olvidaremos a ese catarinense que ni siquiera era amigo directo mío, sino amigo de una amiga, y que viajó expresamente a Cuba para tratar de aliviar un poco nuestra agónica existencia, multiplicada después que en 1990 el gobierno cubano, tras la desaparición de la URSS y la caída del Muro de Berlín, decidió implantar un período especial en tiempos de paz.

Enero de 1991. Estaba concentrada en los preparativos de un programa televisivo sobre las bicicletas, cuando un viernes recibo una llamada de un uruguayo comunicándome que en el hotel Las Yagrumas, en San Antonio de los Baños, a 20 kilómetros de la ciudad de La Habana, se hospedaba Tomio Kikuchi, de quien ya había oído hablar por Tamiko Shimizu y Mary Nobuko, macrobióticas las dos. Con el uruguayo combiné para al día siguiente, sábado, encontrarnos en la estación ferroviaria de Tulipán, Nuevo Vedado. Allí logramos tomar y malamente acomodarnos en un viejo tren cuya parada final era en San Antonio. Luego de caminar algunas cuadras, llegamos al hotel.

Tomio Kikuchi había nacido en Japón en 1926 y era once años más joven que Fernando de Barros, pero también era delgado y de baja estatura. Los dos tenían la misma vitalidad y vestían informalmente. La diferencia de edad no se notaba. Lo que los diferenciaba era la raza y la temática: si el mundo de Fernando de Barros era la moda, el de Tomio Kikuchi era la macrobiótica.

Brasil no es una nación que se caracterice por su veneración a las personas ancianas y longevas, por el contrario, tienen muy arraigado el culto a la juventud, la belleza y los cuerpos perfectos. Por ello me enorgullece haber podido conocer a dos hombres que, sin haber nacido en Brasil, dieron lo mejor de sí para que su gente estuviera mejor informada en materia de alimentación y vestuario.

En una entrevista a Gilberto Gil publicada en El País el 12 de enero de 2004, el cantante, compositor y ministro de cultura, cuando el periodista le preguntó si seguía cuidando su cuerpo y su espíritu, respondió: "Ah, sí, con la ritmopráctica -una antigimnasia de origen oriental- todos los días, una hora, y una dieta macrobiótica. Es una compilación que ha hecho el maestro Tomio Kikuchi, un japonés que vive en Sao Paulo y trajo a Brasil el sistema dietético japonés desarrollado por George Oshawa, que se propagó por Estados Unidos y ciertas partes de Europa. Cada día, a partir de las siete de la mañana, hago mis ejercicios durante una hora. No soy un vegetariano fundamentalista, pero evito comer carne siempre que puedo. Por lo que siento, creo que estoy bien.

La macrobiótica se remonta a inicios de 1920. Su creador, el japonés George Oshawa (1893-1966), sistematizó antiguas teorías orientales, basándose en el principio del Ying (energía negativa, fría) y el Yang (energía positiva, caliente). En los años 50 dos de sus más aplicados discípulos, Michio Kushi y Tomio Kikuchi, partieron rumbo al continente americano. Kushi se establecería en los Estados Unidos y Kikuchi en Brasil.

Más que dieta alimentaria, la macrobiótica es una nueva actitud hacia uno mismo y hacia otros, hacia la sociedad y el planeta. Con esos conceptos bajo el brazo llegó Tomio Kikuchi a Cuba en enero de 1991, apenas un año después de la implantación del período especial. Con las mejores intenciones, el profesor Kikuchi pensó que podría aportar su granito de arena para que la población cubana se afectara lo menos posible tras el desabastecimiento y agudización de las penurias, consecuencia, en primer lugar, de la debacle del socialismo en Europa y, en segundo, por los reiterados y pésimos resultados de la economía y la producción de alimentos y articulos de la industria ligera nacional.

En esas circunstancias difíciles, ¿quién era la persona idónea ante la cual Kikuchi pudiera argumentar su tesis y mostrar sus experiencias? Fidel Castro, por supuesto. Si el presidente cubano se mostraba receptivo e interesado en la macrobiótica, ésta se podría llevar a cabo en la empobrecida isla. Si no, pasaría inadvertida, como finalmente ocurrió. Asi funcionan las cosas en Cuba.

Mi amigo, el ingeniero José Ramón López y yo hicimos lo posible e imposible por lograr que Castro recibiera a Kikuchi. No lo conseguimos, pese a tener como mediadores personas de su entorno muy interesadas en el tema. Lo que sí conseguimos fue prepararle a Kikuchi un modesto programa e interesar a unos cuantos amigos en la macrobiótica. Organizamos dos conversatorios, uno en el Instituto de Alimentación, Higiene y Epidemiología y otro en el Museo Nacional de Bellas Artes. Con grandes dificultades, López consiguió arroz integral, vegetales y otros alimentos "sanos" y nos invitó a almorzar en su casa a Kikuchi y a mí.

Además de estos encuentros, de la estancia de Tomio Kikuchi en Cuba quedó una entrevista que le hice para el noticiero de televisión y un material que posteriormente López preparó y rústicamente imprimió y del cual en algún lugar de La Habana debe quedar un ejemplar.

A modo de despedida

En diez años conocí a más de doscientos brasileños. Lamentablemente, por causa de la represión y mi posterior exilio en Suiza, no conservo cartas ni tarjetas personales. Sólo unas decenas de nombres, anotados en pequeños papeles o en mi memoria:

Oswaldo França Jr., Cristina Agostinho, Julio Mauricio, Severo Gomes y su esposa Maria Henriqueta, Aparicio Basilio da Silva, Sergio Grandi, Fernando de Barros y su hijo Fernando Valeika, Paulo Alfonso Grisolli, Augusto Nunes, Sebastião Roque y su entonces esposa Sueli y su hija Mariana; Eduardo Della Coletta, Luiz Fernando Mercadante, Daniel Filho, Doc Comparato, Helba Nogueira, Nélida Piñón, Luiz Carlos Barreto, Lucy Barreto y su señora madre, cuyo nombre he olvidado; Maria Estela Rahal, Elcio Costa Moreira, Ana Mae Barbosa, Tomio Kikuchi, Karen Müller, Bernadette Cruz, Maria Aparecida Alves Giannotti, Beatriz Cintra Labaki, Maria Isabel Ramos, Eurivo Cruz, Regina Duarte, Maité Proença, Jorge Amado y su esposa; Nelson Pereira dos Santos, Tizuka Yamasaki, Suzana Amaral, Chico Buarque de Hollanda, Thiago de Mello, Frei Betto y su hermana Teresa; Cristina Victer, Claudia Sampaio, Peter Zama Santos, Concepción Marques Rubinger, Rose Nogueira, Dalva Alves, Sonia Maria Audi, Dalva Zouain, Guilherme de Faria Barreto, Helena Junqueira, Flavia Sampaio Leite, Leda Gomes de Oliveira, Iracema Pinto do Amaral, Isolina Penin Souza de Lima, José Carlos Peliano y su esposa Heliana; João Breno Ruschel, Maria Julia da Costa Belem, Lucinda Gonçalves Fernandes Coelho, Dr. Luiz Carvalho de Souza, Mary Nobuko, Maria do Socorro Nascimento, Maria Ignez Molina Sansone, Maria Aparecida Sanches de Fonseca, Maria del Pilar Puertas, Patricia Pimentel y su esposo José Alves;Graça y Eladio Pimentel, Mayumi Takai, Mirian Chrystus, Marcia de Oliveira, Marilda Varejão, Tania Fusco, Maria Lucia Oliveira, Sonia Regina Guzella, Satoko y Ciro Tomoi; Sonia Isoyama Venancio, Tamiko y Takashi Shimizu, Teresa y André Haguette, Vassilik T. Constantinidou, Vanderlei y Catia Pascutti; Vera Motta, Zenaide Ribeiro de Oliveira, María José Gutiérrez y Sack, Violette Nagib Amary, Vera Lucia S. Mello y Fabio Altmann, entre otros.

Con esta lista inconclusa termino. A todos, mencionados o no, vivos o muertos, mi cariño, recuerdo y gratitud.

Tania Quintero
Redactado en 2006 y publicado en septiembre de 2009 en este blog.
Videoclip: Gal Costa interpreta Aquarela do Brasil, compuesta en 1939 por Ary Barroso (1903-1964).

domingo, 29 de junio de 2014

¿Quiénes tocan a mi puerta?



La humildad y la sencillez son las llaves maestras para abrir todas las puertas del mundo. Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia, pero donde hay humildad habrá sabiduría. 
Anónimo.

¿Quiénes tocan a mi puerta?

A mi puerta tocan ONGs suizas de solidaridad con países en conflicto o afectados por hambrunas y desastres naturales.

A mi puerta tocan de una asociación de Lucerna que cada dos meses recoge ropa y zapatos para enviar a naciones pobres en cualquier parte del mundo.

A mi puerta todos los meses tocan los encargados de recoger papel y cartón: Suiza es uno de los países europeos que más y mejor recicla y protege su medio ambiente.

A mi puerta tocan amistades en busca de libros y revistas en español o discos de música cubana, para ellos leer y escuchar y luego dárselos a otros.

A mi puerta tocan compañeros de bachillerato de mi nieta mayor, que habla cinco idiomas (español, alemán, suizoalemán, inglés y francés) y acaba de regresar de una caminata por los Alpes suizos: así fue como su aula acordó celebrar el fin de curso.

A mi puerta tocan refugiados políticos y mutilados de guerra, a quienes siempre doy té y dulces.

A mi puerta tocan congregaciones religiosas, católicas, musulmanas, protestantes o Testigos de Jehová, para invitarme a sus ceremonias.

A mi puerta tocan los organizadores de encuentros culturales, ferias culinarias y bazares solidarios en la barriada de inmigrantes donde vivo, para comunicarme sus próximas actividades.

A mi puerta toca el cartero, con postales por el día de las madres o una misiva donde mi familia en Cuba me dice que mi nieta menor terminó el 5to. grado con 98,5 de promedio.

A mi puerta toca el encargado del edificio, para avisarme de cualquier arreglo en el inmueble o en las calles aledañas.

A mi puerta toca una amiga suiza, para ir con ella en su auto a visitar a su hermana en una residencia de ancianos, en las afueras de la ciudad.

A mi puerta toca una señora residente en otro cantón, que acaba de regresar de La Habana y me ha traído una barra de guayaba Los Atrevidos, elaborada en Santa Clara, y un CD del Conjunto Casino.

A mi puerta tocan amigos de distintas nacionalidades, para irnos a caminar por los alrededores del Lago de los Cuatro Cantones y después tomarnos un café.

A mi puerta tocan dos colegas periodistas, que desde hace más de un año tratan de convencerme para que participe en un documental sobre los diez años que llevo viviendo en Suiza como refugiada política.

A mi puerta siempre ha tocado y seguirá tocando la solidaridad, la esperanza, el respeto y la amistad.

A mi puerta nunca dejaré que toque la propaganda, la banalidad, la politiquería y la mediocridad.

Tampoco dejaré que toque ningún representante de instituciones que ofrecen datos de sus clientes a agencias de espionaje e informaciones a gobiernos de cualquier ideología. Y por debajo del tapete negocian con dictaduras de izquierda y de derecha.

Jamás le abriré mi puerta a personas que dicen defender la libertad de expresión y la democracia, pero en la práctica son intolerantes y autoritarias, capaces de venderle su alma al diablo con tal de mantener su enorme ego y su fama ficticia.

Tania Quintero
Cuadro: Óleo del pintor sevillano Jesús Fernández, en cuya obra se destacan calles y patios andaluces. Tomado de su blog.

viernes, 27 de junio de 2014

Brasil en mi vida (IV)


De todas las personalidades conocidas durante diez años cubriendo como periodista de la televisión cubana los Festivales Internacionales del Nuevo Cine Latinoamericano, anualmente celebrado a principios del mes de diciembre en La Habana, con las que tuve mejor relación y me resultaron mas simpáticas fue con la familia Barreto, dueños de LC Barreto, con más de 70 filmes producidos en treinta y cinco años, entre los cuales se encuentran Vidas Secas (1964); Terra en Transe (1967; O Rei des Milagres (1970); Tati, a Garota (1972); A Estrela Sobe (1974; Dona Flor e Seus Dois Maridos (1978; Bye, Bye, Bye, Brasil (1980); Menino do Rio (1983); Memórias do Cárcere (1984); India, a Filha do Sol (1984; Aventuras de um Paraíba (1985); O Rei do Rio (1986); O Quatrilho (1995); O que é iso, companheiro (1997); Bossa Nova (1999); Brasil, 500 anos (2000) y O Casamento de Romeu e Julieta (2005).

Al frente de la familia y los negocios está Luiz Carlos Barreto. Y a su lado, su esposa, la productora Lucy Barreto, madre de sus tres hijos: Bruno, Fabio y Paula. Bruno y Fabio devinieron cineastas de renombre y la hija también está volcada en la empresa familiar. Para la LC Barreto han trabajado cineastas de la talla de Cacá Diegues, Walter Lima Jr., Eduardo Escorel, Antonio Calmon, Marco Altberg, Miguel Borgesi, Nelson Pereira dos Santos, Joaquim Pedro de Andrade, Vicente Amorim y Antonio Carlos da Fontoura, entre otros.

Ya era una señora mayor cuando la conocí, pero de la madre de Lucy Barreto, guardo gratos recuerdos. Mujer elegante, culta, sociable y cordial. Acostumbrada a convivir con el peso del apellido familiar, se comportaba con esa naturalidad propia de la gente que no ha hecho de la fama un medio de vida. La última vez que la vi fue a fines de los 80. Había sido invitada por Alicia Alonso a un festival internacional de ballet y se hospedaba en el hotel Presidente. Hablamos brevemente y cuando me iba a despedir, me preguntó si podía acompañarla un momento a su habitación. Tomamos el elevador y ya en su cuarto, de su equipaje sacó un par de medias y me las regaló, aclarándome que eran francesas, de su marca preferida. De su calidad puedo dar fe: fue el par de medias que más usé en Cuba. Y cuando estaba preparando la maleta para viajar a Suiza, las separé para dejáselas a alguna amiga, pero a última hora decidí traerlas conmigo.

Los más probable es que por su edad la madre de Lucy Barreto, esté descansando en paz. Pero su regalo aún lo conservo. Más que un excelente par de medias color gris humo, para mí son el recuerdo de una mujer vital y optimista, sencilla y humana.

Ésa fue la unica vez que me regalaron un par de medias. Lo que más me regalaron fueron jabones, champú, suavizador Neutrox y colonias brasileñas de las marcas Rastro y O Boticario: las fragancias suaves, citricas y florales, casi todas provenientes de la Amazonia, siguen siendo mis preferidas. No soporto los perfumes fuertes, sean de Dior, Chanel o Nina Ricci. Tampoco me gustan las cremas -y menos sí son para las manos- con aromas penetrantes.

En una ocasión mi entrañable amiga Cristina Agostinho, conocedora de la escasez de jabones en Cuba, con un conocido de Belo Horizonte me mandó jabones Palmolive. Ya en La Habana, el brasileño me telefoneó y me dijo si podía pasar por el hotel Riviera a buscar un "encargo" que me había traído. Pensaba que era un pequeño paquete, pero ya pueden imaginar mi sorpresa cuando me entregó un maletín de piel lleno de jabones.

Del hotel a la parada del ómnibus, en la calle Línea, hay casi un kilómetro. Menos mal que era de noche, porque todo ese tramo lo caminé arrastrando el maletín por calles y aceras. Cuando vino la guagua, un hombre que que me ayudó a subirlo en alta voz me dijo:

-Compañera, si no es indiscreción, se puede saber qué hay dentro de ese maletín? Pesa como si estuviera lleno de piedras.

Le hice un guiño y bajito le dije:

-Son jabones, enviados una amiga brasileña.

-¿Tantos para usted sola?, preguntó incrédulo.

-Para mí y mi familia, y también para dar a amigos y vecinos. Mire, siéntese cerca de mí, que yo, con disimulo, voy a abrir el maletín y a regalarle dos jabones. Pero sin que la gente en la guagua se dé cuenta, porque me desvalijan.

Nos sentamos hacia el final, donde estaba medio oscuro. Y en cuanto pude abrir un poco el zipper, extraje dos jabones. Cuando el hombre vio que eran Palmolive no pudo contener una exclamación.

-Compañera, desde antes de la revolución no he vuelto a bañarme con un jabón Palmolive. Cuando llegue a la casa y se los muestre a mi mujer le va a dar un infarto.

Cuando me enviaban un paquete de café, guardaba un poco puro, para una visita que valiera la pena brindarle café brasileiro, y el resto lo iba ligando con los sobrecitos de café mezclado con chícharos que cada dos semanas vendían por la libreta de racionamiento, a razón de dos onzas per cápita.

Una vez vino un periodista para reportar un encuentro de volibol masculino entre los equipos nacionales de Brasil y Cuba. Me encontré con él en el hotel Deauville y entre otras cosas me obsequió dos pulóvers (t-shirts) oficiales, una toalla roja de mano y dos paquetes de café. Mi hijo se quedó con un pulóver y el otro lo vendimos, para tratar de paliar nuestra dificil situación económica. La toalla todavía la usábamos, estaba ya bastante desgastada y la dejé puesta en el toallero el día que salí de Cuba, el 25 de noviembre de 2003. De los dos paquetes de café, uno se lo regalé a Amparo, la vecina que la noche de la inesperada visita de Fernando Valeika de Barros me prestó un huevo y me regaló un tomate.

Si lo regalado no era útil, buscaba la manera de que lo fuera. ¿Ustedes se imaginan que en un país como Cuba, donde las carnes brillan por su ausencia, alguien te regale un juego de cuchillos de acero inoxidable de la marca Tramontina para cortar carnes? Pues eso mismo fue lo que me envió una amiga de Sao Paulo, evidentemente desconocedora de nuestra realidad. Con una persona que vivía en el Focsa, edificio famoso no sólo porque con sus 36 pisos era el más alto de la ciudad, sino porque en él residían muchos técnicos extranjeros, conseguí que una búlgara por los cuchillos me diera dos paquetes de picadillo de carne de res, cuyo costo no sobrepasaba los 8 dólares (probablemente los cuchillos costaron tres o cuatro veces esa cantidad).

Al principio, mi amigo Aparicio Basilio da Silva (1936-1992), quien además de presidente del Museo de Arte Moderno de Sao Paulo, fue dueño de la perfumería Rastro, me enviaba grandes velas aromáticas en envases de cristal. Es verdad que duraban mucho cuando se producían apagones, pero en momentos en que apenas se conseguía jabón para bañarse, esas velas eran un lujo. Con tacto y mucha pena le escribí y le dije la verdad. A partir de ese momento Aparicio comenzó a enviarme jabones. Resbalaban y duraban poco porque eran de glicerina, pero en mi casa todos los adorábamos, por el olor que a uno le dejaban cuando los usaba. De vez en cuando enviaba un frasco de colonia, pero ya no mandó más velas perfumadas.

El regalo más común eran pulóvers de algodón, que ellos llaman camisetas. Las camisetas brasileñas son de las mejores del mundo. En la foto donde aparezco al lado de Luiz Fernando Mercadante, en 1986, en un balcón del hotel Riviera, llevo puesta una camiseta roja de la marca Ellus. Ésa y otra igual, blanca, junto con un jeans de la misma marca -el primero que tuve en mi vida- fueron regalos de Leda Gomes de Oliveira, a quien conocí cuando en 1984, como representante de la firma Ellus, asistió al primer salón internacional Cubamoda. Fernando de Barros me regaló varias camisetas, pero la que más recuerdo era una tipo polo, muy femenina, de color malva, con el cuello y bieses de las mangas en verde claro. La usé muchísimo, casi siempre con una larga falda floreada.

Uno de mis conjuntos preferidos era una saya muy ancha y una blusa sin mangas, de algodón color crema con un estampado negro imitando piel de leopardo. Era muy cómodo y fresco y lo tenía como de "gran vestir" (se puede apreciar en una foto donde aparezco, de espalda, hablando con Pedro Vega y tres músicos más, fundadores de la Orquesta Filarmónica de La Habana, a propósito de la inauguración de una exposición sobre el director austríaco Erich Kleiber, el 28 de marzo de 1993 en el Museo de la Música).

Karen Müller, dueña de una boutique de camisas unisex en Sao Paulo, en una ocasión me envió cuatro, todas de algodón y de distintos colores y diseños. A una, de rayas blancas y amarillas, le corté las mangas y durante mucho tiempo la usó mi hijo. Mi hija se quedó con otra, de óvalos negros, blancos y rojos y también decidió "refrescarla" cortándole las mangas. Yo me quedé con dos: una blanca y otra floreada. La blusa blanca fue la que menos usé, tenía un cuello chino y antes de irme de Cuba se la dejé de regalo a la bodeguera. La floreada solía usarla en invierno, con un pulóver debajo, o cuando tenía que viajar fuera de La Habana (las cuatro veces que fuí a visitar a mi primo, el disidente Vladimiro Roca, a la prisión de Ariza, Cienfuegos, la llevé para usarla por las noches, cuando suele haber menos calor). Predominaban flores en tonos rosa pálido y me combinaba muy bien con un pantalón rosado oscuro, de amplios bolsillos, marca Cherokee, made in USA, comprado en una tienda habanera de ropa reciclada por 50 pesos.

Otra amiga me dejó una blusa de denim azul claro y mangas largas. Es la única que traje, porque tiene su historia. Además de ser la que más me abrigaba en los suaves inviernos cubanos, me acompañó las dos veces que estuve detenida, en enero de 1997 y marzo de 1999. En la segunda detención la usé con una saya de bambula estampada, regalo de mi amiga Cristina Agostinho, encima de una camiseta beige, también brasileira. En el calabozo habíamos dos periodistas independientes y una disidente, una señora ya mayor con la cual tuve que compartir la litera de cemento. Habian cinco mujeres más: cuatro acusadas de jinetear (practicar la prostitución con extranjeros), y la quinta, por un supuesto delito común (y que resultó ser informante de la policía). Las jineteras habían sido detenidas un sábado por la noche y andaban con vestidos muy escotados. Los calabozos policiales, todos construidos en sótanos, tienen la peculiaridad de además de oscuros, son muy calurosos por el día y muy fríos por la noche. Me daba mucha pena verlas temblando de frío, pero solo podía hacer dejación de una pieza. No lo pensé dos veces: me quité el pulóver y se lo dí a la más joven de las jineteras.

Ahora en Suiza, donde hay tanto chocolate como relojes, no olvido lo que en Cuba representaba para nosotros cuando de Brasil nos enviaban una caja de Garoto. Una verdadera fiesta. Con cuidado abría la caja amarilla y vertía los bombones en la mesa, los contaba y los distribuía a partes iguales.

Elcio Costa, de Minas Gerais, estuvo en Cuba en 1991 y fue el primer brasileño a quien le conté la detención de mi hijo Iván por la Seguridad del Estado, en marzo de ese año, junto con tres jóvenes más del barrio acusados de propaganda enemiga. Recuerdo que hablamos en un lugar apartado, en la piscina del hotel Tritón. El mismo día en que se iba, Elcio me pidió que fuera al hotel: me dejó parte de su ropa para Iván y un turrón de chocolate, que no era brasileño sino español. Conservo una foto donde aparecemos los dos en el lobby del hotel.

Tania Quintero
Redactado en 2006 y publicado en septiembre de 2009 en este blog.
Video: 2005. Simone (1949) y Milton Nascimento (1942) en Encontros e Despedidas, de Milton y Fernando Brant.

miércoles, 25 de junio de 2014

Brasil en mi vida (III)


A modo de constancia de mi forma libre de ser y actuar, quiero reproducir una carta abierta que en mayo de 2002, por iniciativa propia, dirigí a Colin Powell, entonces Secretario de Estado de los Estados Unidos, y a Condoleezza Rice, en ese momento asesora de Seguridad Nacional (fue publicada en la web de la Unión Liberal Cubana el 22 de octubre de ese año).

A Powell y Rice, hermanos de raza

En las últimas cuatro décadas nueve presidentes han pasado por la Casa Blanca. Y Fidel Castro sigue ahí. Con su uniforme verde olivo. Comandando los destinos de Cuba desde su despacho en el Palacio de la Revolución.

Lo normal, lo lógico, es que en 43 años por lo menos ocho mandatarios hubieran gobernado en la Isla, fruto de elecciones libres y respaldados por una Constitución que no permitiera más de dos períodos en el poder. Mas eso no ha ocurrido.

Esta situación anormal e ilógica se podría resumir en pocas palabras: Castro es Castro. Pertenece a esa rara especie de animales políticos contemporáneos que todavía no esta en proceso de extincion y a la cual también pertenecen Ariel Sharon y Jean-Marie Le Pen, entre otros.

Cuba y Estados Unidos son como dos narizones: no se pueden besar. En una y otra orilla en todos estos años ha primado la obstinación y el enfrentamiento. Estados Unidos jamás debió haber roto las relaciones diplomáticas con la Cuba de Castro. Tampoco de la isla debieron irse políticos, empresarios y profesionales. Cubanos que habían llegado a situar al país entre los más desarrollados del continente, pese a altibajos internos y que en la dictadura de Fulgencio Batista tuvo sus peores momentos.

Al abandonar el navío, éste quedó a la deriva. En manos de un solo timonel. Toda esa etapa sin precedentes en nuestra centenaria república y que parece no tener fin, pudiera estar a punto de finalizar si, por un lado, el gobierno de Fidel Castro reconociera la existencia de una cada vez mas extendida oposicion pacifica y de grupos con propuestas válidas como el Proyecto Varela; tratara de lograr un diálogo y emprendiera un programa de reconciliación nacional que incluyera una amnistía política general como la decretada por Batista en 1955 (y que permitiera a Castro y sus seguidores salir de la cárcel, después del fallido intento de asaltar el cuartel Moncada en 1953). Y, por otro lado, el gobierno de Estados Unidos, dentro del cual ustedes ocupan decisivos cargos, se percatara de lo obsoleto que resulta el embargo, lo dejara sin efecto y diera paso a una serie de medidas encaminadas a normalizar las deterioradas relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.

La realidad ha demostrado el fracaso de la política mantenida hacia Cuba por las administraciones estadounidenses desde 1959 a la fecha. Entonces, ¿por qué no emprender un camino nuevo, distinto, nunca antes recorrido?

La vida le dió la razón a Henry Kissinger cuando propició el descongelamiento de las relaciones de Estados Unidos con China y Vietnam. Es innegable que la situación política, económica, social y en materia de libertades y derechos humanos posteriormente ha tenido una evolución positiva en esas dos naciones.

El problema, a mi modo de ver, es que la isla de Cuba perdió para Estados Unidos el encanto que en el pasado tenía. Cuarenta y tres años son demasiados años. Junto con el olvido, brotó la indiferencia y el desamor. Dejamos de ser La Perla de las Antillas. A ello se suma el deterioro de ciudades como La Habana, que se desplomaría al paso de un huracán fuerza cinco y el empobrecimiento de una población que habita en viviendas deplorables, sumergida en un sinnúmero de penurias.

Muchos de estos cubanos arribaron a Estados Unidos bajo el status de refugiados polícos y en la actualidad abundan los emigrantes económicos. Casi todos se quedan en la Florida, estado donde han erigido un poderoso lobby anticastrista. Sus opiniones son valoradas a la hora de Washington tomar decisiones relativas a Cuba. No estoy en contra de tener en cuenta sus argumentos y me enorgullece que en el Congreso de Estados Unidos tres compatriotas tengan voz y voto.

Pero considero imprescindible que tanto ustedes como los funcionarios especialistas en asuntos cubanos puedan contar con los criterios de cubanos radicados en Cuba. Sobre todo de aquéllos que desarrollamos una labor al margen del control estatal, como es mi caso. (De 1974 a 1994 me desempeñé como periodista en medios oficiales y a partir del 95 lo hago dentro del centenar de mujeres y hombres que de un extremo a otra de la Isla hemos contribuido a desarrollar el periodismo independiente).

He escrito una docena de trabajos sobre el tema negro, tabú en Cuba. En el último, titulado Las campanas no doblan todavía por los negros, redactado el 8 de abril de 2002, decía: "Queda la esperanza de que el talento negro se imponga mas allá de los delitos, la música salsa y el ring de boxeo. Y con dificultad, venciendo toda clase de obstáculos, los negros demuestren un día ser capaces de ocupar posiciones tan elevadas como en Estados Unidos hoy ocupan Condoleezza Rice y Colin Powell".

Cuando escribí ese artículo no imaginaba que un día me animaría a hacerles esta carta abierta. Después de haber conocido en La Habana al periodista Clarence Page, columnista del Chicago Tribune, residente en Washington, me decidí a redactarla.

No lo hice un día cualquiera. La escribí el lunes 27 de mayo, cuando en Estados Unidos se celebraba el Memorial Day. Una fecha que en el 2002 sirvió para recordar a las víctimas de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Escribí, además, poco después que el expresidente Jimmy Carter estuviera en Cuba y sin tapujos hablara ante un público políticamente adverso en la Universidad de La Habana. Un viaje histórico del cual los cubanos esperamos resultados concretos.

Inspirada en esa atmósfera, les pido que se olviden de Fidel Castro y su modo totalitario de gobernar. Se los pide alguien que por escribir este texto puede ir a la cárcel. Una mujer que conoce de cerca lo que es el asedio y la represión.

Piensen, por favor, en los millones de cubanos de a pie. Negros, mulatos, blancos. Mujeres y hombres quienes a pesar de 43 años de incesantes actos antimperialistas y sostenido discurso antiyanqui, no odian a los americanos. Por el contrario, aman lo más puro y noble del multiétnico y multicultural pueblo de los Estados Unidos de América.

Gente sencilla como yo, próxima a cumplir 60 años, que no pierde las esperanzas de antes de morir ver a las patrias de Lincoln y Martí convivir civilizadamente, como ahora conviven dos enemigos de antaño, Rusia y Estados Unidos.

Sinceramente, Tania Quintero Antúnez

El primer libro con una visión distinta acerca de Fidel Castro y la revolución cubana que leí me lo envió un brasileño. ¿Su título? Fidel, un retrato crítico, de Tad Szulc, periodista estadounidense de origen polaco. Estaba en portugués, pero eso no impidió que después de leerlo se lo pasara a mis hijos. Un sinfín de personas lo continuarían leyendo y le perdí la pista.

También le perdí la pista a Made in Japan, de Akio Morita, fundador-dueño de la Sony. Había sido editado en Brasil y me lo obsequió un amigo de Sao Paulo. El libro me llegó cuando en Cuba hacía furor la perestroika y la glasnost llevadas a cabo en la URSS por Mijaíl Gorbachov. En ese momento en distintos círculos profesionales (economistas, ingenieros, técnicos, periodistas, funcionarios políticos y administrativos) había gran avidez por leer acerca de la excelencia capitalista en la producción.

Yo misma traduje del portugués al español varios fragmentos de Made in Japan y los hice llegar al Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del PCC, donde a veces enviaba materiales que consideraba interesantes reproducir en unos boletines que editaban para la militancia partidista -aunque yo, debo aclarar, no era, ni nunca fui, militante del partido (para mí, mantenerme bien informada es tan importante como respirar, siempre he tenido esa vocación de hacer llegar a otros aquellas informaciones que considero valgan la pena leer).

En los veinte años en que fuí periodista oficial no tuve mayores dificultades para acceder a despachos cablegráficos, incluidos los editados por el DOR para su militancia. Después, cuando a partir de 1995 me hice independiente, a través de un amigo diplomático español conseguí que me guardaran cables de la agencia EFE que ya habían leído e iban a botar en la embajada. Una vez por semana los pasaba a recoger. En la casa los revisaba y clasificaba. Como por detrás no estaban impresos, los utilizaba para escribir. Mi nieta mayor hizo sus primeros dibujos al dorso de cables viejos de EFE.

Para contrarrestar el éxito de Made in Japan, el estadounidense Lee Iaccocca, dueño-presidente de la Chrysler, escribió Hablando francamente. El mismo amigo de Sao Paulo que me había enviado el libro de Akio Morita me lo envió. Y después de leído en mi casa lo prestamos y nunca más lo volvimos a ver.

No todos los libros obsequiados por brasileños eran best-sellers políticos o económico-financieros. Thiago de Mello cuando estuvo como jurado del Premio Casa me regaló y dedicó su libro-poema Los Estatutos del Hombre. Igual hizo Frei Betto con la edición brasileña de Fidel y la religión.

Un presente de gran valor fue un libro sobre la historia de la telenovela en Brasil y cuyo título no recuerdo: a fuerza de conocer tantos brasileños y como consecuencia del boom desatado en Cuba a partir de 1983 por el estreno del serial Una mujer llamada Malú, por cuenta propia me convertí en especialista del tema. De todos esos libros, al que le saqué más provecho fue A vida em flor de Dona Beja, de Agripa Vasconcelos, que contaba la historia de Ana Jacinta de São José, la Doña de Araxá, Minas Gerais, y cuyo vida inspiraría la telenovela Doña Beija, interpretada por Maité Proença y uno de los pocos folletines de la TV-Manchete que ha logrado hacerle competencia a la Rede Globo.

En Opina, tabloide para los consumidores que circuló en La Habana en la década de 1980-90, siempre tuve espacio para publicar sobre artistas y novelas de Brasil. Ahí publiqué resúmenes del libro y después con todo ese material hicieron un folleto dedicado a las dos Beija: la real y la ficticia.

El departamento de programas dramatizados de la Televisión Cubana nunca había podido competir con producciones foráneas, casi todas procedentes de Brasil, Argentina, México o Colombia, pero "tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe". Por los días en que escribí estos recuerdos, en la página digital del periódico español El Mundo encontré la siguiente noticia: Una telenovela sobre el sida y el sexo revoluciona Cuba.

En ella se dice que La cara oculta de la luna, "ha generado un aluvión de comentarios entre los telespectadores que han sido recogidos por los principales medios de comunicación cubanos. Freddy Domínguez, el guionista, explicó que la novela se basa en cinco historias con un hilo conductor, el sida. Por primera vez se presentan personajes bisexuales, escenas de desnudos "muy fuertes"para una parte de la opinión pública y situaciones tratadas sin los convencionalismos habituales.

La cara oculta de la luna estaba teniendo más de un 70 por ciento de audiencia -algo normal en un país con sólo cuatro canales de televisión, todos estatales- y el interés mayor lo despertaba entre jóvenes y mujeres. Los índices de teleaudiencia superaban a los de la novela brasileña Señora del destino.

Tania Quintero
Redactado en 2006 y publicado en septiembre de 2009 en este blog.
Video: 2005. Gal Costa (1945) y Gilberto Gil (1942) en Falsa Baiana, de Geraldo Pereira.

lunes, 23 de junio de 2014

Brasil en mi vida (II)


Una noche invernal, allá por 1985 u 86, Fernando Valeika, el hijo de Fernando de Barros, se apareció sin avisar en nuestra casa, en la Víbora, La Habana. Venía de recorrer la isla y su aspecto era el de un trotamundos. Alto y delgado, medio misterioso y con una gran mochila, parecía el doble del cantante argentino Fito Páez.

Hacía rato habíamos comido y nos disponíamos a dormir cuando llegó. En Brasil cualquier persona tiene en un closet ajuares de cama y mesa nuevos. Antes de 1959 hasta el más pobre de los cubanos tenía en el escaparate por lo menos un par de toallas y sábanas nuevas. En mi casa también las tuvimos, pero después de más de dos décadas de revolución y penurias, ya no existían y no teníamos cómo reponerlas. En esa época -y todavía ahora- entre los artículos del hogar que más escaseaban se encontraban toallas, sábanas y manteles. Después de tanto uso se volvían transparentes, pero no se botaban: se guardaban como trapos. Ese "almacén de trapos" fue muy útil para muchas cubanas cuando en 1990, tras el desmembramiento de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín, el gobierno cubano implantó el período especial en tiempos de paz. Una especie de guerra sin tiros ni cañones y cuyas consecuencias fueron funestas para la población cubana.

Sábanas y toallas desgastadas así como blusas y camisas viejas comenzaron a picarse y utilizarse como almohadillas sanitarias los días de la menstruación. Esos "trapitos" tampoco se echaban a la basura: se enjuagaban bien y en una lata, con unas astillitas de jabón (el jabón se convirtió en codiciado objeto de deseo) se ponían a hervir. Después se tendían al sol largo rato, para que los fuertes rayos completaran el proceso de "esterilización". Las familias que tenían un bebé o habían guardado los pañales de sus hijos mayores fueron más afortunadas: eran mejores y más cómodos de usar.

Volviendo a las toallas. Mi madre, mis dos hijos y yo éramos "privilegiados": cada uno tenía dos. Y una de las que estaba limpia, se la dimos al brasileño. Mientras Valeika se daba un baño "a la cubana", con un cubo de agua tibia, sacamos del refrigerador el arroz que había quedado de la comida. Pan no había: dificílmente hasta esa hora duraba el pan distribuído por la libreta de racionamiento ni tampoco el que todavía en ese año se podía conseguir "por la libre". Huevo quedaba uno solo.

Llamé por teléfono a Amparo, vecina que vivía frente a la casa, le comenté del inesperado visitante y le pregunté si podía prestarnos un huevo. Con la promesa de que se lo devolveríamos cuando a la carnicería llegaran "los huevos por la libreta" (a razón de ocho por persona al mes). Me respondió que sí, crucé y además del huevo prestado, traje un tomate regalado. Y ése fue el menú que le ofrecimos a Fernando Jr.: arroz blanco, dos huevos fritos y un tomate en ensalada. Para acompañar, agua fria. Durmió en la sala, en un viejo catre de la era soviética. Café sólo le pudimos brindar por la mañana, a modo de "desayuno" (el café, como el jabón, aceite, detergente, salsa de tomate, figuran entre los artículos más consumidos, pero a su vez, más escasos, para el hombre nuevo cubano).

Fernando Valeika de Barros debe tener más frescos los recuerdos de ese viaje a Cuba y de su estancia de doce horas en nuestro humilde hogar. Entonces era un joven veinteañero, ahora, con más de cuarenta, tiene una gran misión: transcribir las quince cintas que su padre dejó grabadas y que la muerte no le dió tiempo a dejar plasmadas en un libro cuyo título ya había escogido: A Grande Aventura da Vida, "porque a vida é uma grande aventura".

Una vez, buscando en internet datos sobre brasileños que había conocido en Cuba en la década de 1980-90, se me ocurrió poner en Google el nombre de Jefferson Hack, periodista inglés.

Jefferson Hack físicamente se me parecía a Fernando Valeika de Barros: alto, desgarbado y medio misterioso también. Recuerdo la fecha porque conservo el papelito donde Hack me escribió su dirección y teléfono en Londres: 14 de abril de 1998. Con ayuda de Armando, un amigo que me sirvió de intérprete, durante cuatro horas conversamos en una paladar (restaurante privado), situado en la calle Obispo, en la Habana Vieja.

Fue todo muy extraño. Por la tarde había llamado a mi casa un cubano preguntando por mí. Cuando salí, no quiso identificarse, sólo me dijo que pasaría el teléfono a una persona interesada en hablar conmigo. Enseguida pensé que se trataba de una "máquina" (tomadura de pelo) de la Seguridad del Estado. Si para entenderse brasileños y cubanos se valen del portuñol, cuando de americanos o ingleses e hispanos se trata, se utiliza el spanglish. Mezclando las pocas palabras que el hombre sabía en español y con mi limitado vocabulario en inglés, acordamos vernos esa noche. En un carro pasarían a recogerme, primero a mí y después a Armando, que vivía por el Parque La Normal, en el Cerro.

Pasadas las 8 de la noche llegó, en un viejo auto americano. El chofer y el acompañante eran de la raza negra. Recogimos a Armando y después dejamos al acompañante por Centro Habana. De ahí seguimos a la Habana Vieja. En una zona céntrica el chofer nos dejó. A pie seguimos, buscando una paladar. A diferencia de los brasileños, que cuando llamaban enseguida decían de parte de quién venían, este periodista era una incógnita. Cuando encontramos la paladar, en el primer piso de un viejo edificio entre dos tiendas, ya acomodados en una mesa, lo primero que hice fue preguntarle para cuál medio de prensa trabajaba. "Soy editor de la revista Dazed & Confused", me respondió. Luego de explicarme que era una publicación bastante atípica, quise saber cómo había llegado a mí. Estando ya en Cuba, se había enterado de la existencia de un periodismo independiente. No sé si Fernando Valeika se movió en el mismo ambiente marginal cubano, pero Hack sí.

Mi nombre no le era ajeno a los cubanos de a pie. Probablemente porque había sido periodista oficial o tal vez por ser una mujer ya mayor y pertenecer a la raza negra, pero sobre todo, pienso, porque por Radio Martí (emisora del gobierno de Estados Unidos, con sede en la Florida, y principal medio de difusión de la disidencia y el periodismo independiente cubanos) a menudo me entrevistaban o leían trabajos escritos por mí, casi todos sobre la vida cotidiana.

Alguien de ese submundo habanero había oido hablar de mí y le sugirió al periodista inglés que me entrevistara. Preguntando y preguntando dieron con una persona que conocía a otra que había trabajado conmigo y conservaba mi teléfono. Así fue como Jefferson Hack me localizó.

No volví a saber de él hasta que ahora, por Google me entero que pese a su aspecto poco elegante -tampoco Valeika lo tenía y era hijo del hombre que orientaba la moda masculina en Brasil- su padre fue un exitoso importador de tabaco en Uruguay. Jefferson había nacido en Montevideo en 1971 y su madre provenía de la Suiza alemana.

Curiosa por saber un poco más del extraño personaje, de pronto me encuentro el nombre de Jefferson Hack metido en noticias del corazón. Se hizo famoso cuando en 2001 vivió un romance con la controvertida modelo Kate Moss. De esa relación en septiembre de 2002 nacería una niña, Lila Grace. Según la prensa inglesa, la Moss no interrumpió su noviazgo con el actor Daniel Craig (el nuevo James Bond). Se especula que para mantener cerrada la boca del periodista-editor, ella le habría ofrecido 4 millones de libras esterlinas.

Chismes aparte, lo cierto es que todavía no sé si de su viaje a Cuba y de la entrevista conmigo, Jefferson Hack publicó algo en algún número de 1998 de su deslumbrante y confusa revista. Si un periodista de Veja, Istoé, Manchete, me hubiera entrevistado, segura estoy que me hubiera enviado un ejemplar.

En la comitiva de periodistas brasileños que en 1987, junto con el gobernador de Sao Paulo, Orestes Quercia, viajaron en el vuelo inaugural de la VASP Sao Paulo-Habana, se encontraba Augusto Nunes, entonces editor-jefe en el Jornal do Brasil. Mientras tomábamos café en la cafetería del hotel Riviera, Augusto me hizo una fascinante propuesta: ser corresponsal del Jornal do Brasil en La Habana. Lástima que de los muchos papeles, cartas y documentos de los cuales tuve que deshacerme, para que no cayeran en las manos del Departamento de Seguridad del Estado, estaba el block de notas donde Nunes me anotó los temas que a su periódico le interesaban, entre ellos la desmovilización de las tropas cubanas en Angola.

O yo no le supe explicar cómo funcionaban las cosas en un país de régimen cerrado como Cuba o él, habituado a la libertad de prensa, pensó que sería cosa de "coser y cantar". Mas lo cierto es que un periodista oficial, como era yo en ese momento, no podía ejercer de corresponsal de ningún órgano de prensa exterior si no tenía el consentimiento del Partido Comunista, del Ministerio de Relaciones Exteriores y, por supuesto, del todopoderoso Ministerio del Interior. Como mantenía buenas relaciones con Yurina Cabalo y Omar Mendoza, quienes en ese momento se ocupaban de la prensa en sus respectivos departamentos del PCC y el Minrex, por ellos dos comencé a tramitar la autorización.

Creí mi deber hacérselo a saber a Nunes, quien cuando se enteró puso el grito en el cielo. A ciencia cierta no sé exactamente qué dijo, pero más nunca quiso saber de mí. Su reacción no me incomodó y la encontré una consecuencia del desconocimiento de la realidad cubana, bastante complicada de entender por un extranjero, aunque fuera un periodista tan bien situado e informado como Augusto Nunes.

Los cubanos siempre decimos que lo que ocurre dentro de nuestro país sólo lo entendemos nosotros. Y así es. No importa que se trate de un asunto cultural, como la película Habana Blues: cargada de malas palabras y cubanismos, su trama dificílmente logre entenderla a cabalidad un espectador que no haya nacido y vivido por lo menos cuarenta años en Cuba (los cubanos que se fueron en los primeros años de la revolución tampoco comprenden a plenitud el día a día de una población durante décadas aislada y desinformada).

Cuando a partir de septiembre de 1995 decidí alejarme del periodismo oficial y convertirme en periodista independiente en la agencia Cuba Press, me acordé de Augusto Nunes, Luiz Fernando Mercadante y otros periodistas brasileños que había conocido en La Habana. En las dos ocasiones en que fuí detenida, el 21 de enero de 1997 y el 1 de marzo de 1999, en los calabozos los recordé más de lo que ellos pueden imaginar.

Pero a quien siempre tuve más presente fue a Augusto Nunes, porque a sus ojos quedé como una persona dependiente y sin criterio, cuando siempre fui lo contrario. Al extremo que el calificativo de "conflictiva" me persiguió durante los veinte años que fuí periodista oficial y también durante los ocho como independiente.

Tania Quintero
Redactado en 2006 y publicado en septiembre de 2009 en este blog.
Video: 2001. Maria Bethânia (1946) y su hermano Caetano Veloso (1942) en De manhã, de Caetano.

viernes, 20 de junio de 2014

Brasil en mi vida (I)


Mi historia de amor con Brasil comenzó en 1980. Escribía yo en la sección económica de la revista Bohemia -la más vieja de Cuba, fundada en 1908- una columna sobre moda y diseño cuando un día, gracias a Helio Dutra, brasileiño nacionalizado cubano, empecé a empaparme de Brasil y su diseño. Recuerdo que la primera revista que Dutra me prestó, editada en Brasilia, estaba dedicada a Oscar Niemeyer y su fabulosa arquitectura.

En 1981 seguí escribiendo para Bohemia, pero pasé a trabajar en el departamento de divulgación de la Oficina Nacional de Diseño Industrial, en 19 y D, en la barriada habanera del Vedado, muy cerca del apartamento donde vivían Dutra y su esposa Ela. Comencé a frecuentar la casa de este viejo y ejemplar matrimonio. Allí conocí a muchos brasileños y a través de ellos y de las publicaciones que me dejaban, por cuenta propia fui aprendiendo portuñol y profundizando en la compleja y contradictoria realidad de Brasil, la diversidad de sus estados y su gente.

El primer brasileño entrevistado más famoso no podía ser: Chico Buarque de Hollanda. En medio de un ensayo para un concierto que iba a ofrecer en el teatro Karl Marx, Chico me dió una entrevista para la revista Bohemia. En esa ocasión conocí a la que fue su primera esposa, la actriz Marieta Severo.

No puedo precisar con exactitud si fue antes o después, pero en casa de Dutra o por mediación de él, entre otros, conocí a la escritora Nélida Piñón (Río de Janeiro, 1937), dulce y encantadora, orgullosa de sus raíces gallegas. Me alegró mucho cuando en 2005 le otorgaron el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Del discurso que pronunció en el Teatro Campoamor de Oviedo, la capital asturiana, en particular me gustó este fragmento: "Nos batimos contra aquellos profetas que, esgrimiendo el sentimiento de la inmortalidad, de la insensatez, de la intolerancia, desprecian la alteridad, expurgan al opositor, aislan a los que amenazan empobrecer, rechazan las diferencias étnicas, lingüísticas, estéticas, teológicas. Como si, habiéndoseles dado el privilegio de inaugurar una sociedad a su medida, no respetaran el estatuto de la vida".

Al dominico Frei Betto también lo conocí en casa de Dutra, aún no era tan conocido en los medios cubanos cuando una tarde fresca y clara conversé con él en un portal interior de la Iglesia San Juan de Letrán, en el Vedado. Su libro Fidel y la religión en 1990 lo lanzaría a la fama dentro y fuera de Cuba.

En la década de los 80, antes del éxito del libro de Frei Betto, en Brasil se había puesto de moda ir a la "isla de fantasía", calificativo con el cual muchas agencias de viajes promocionaban Cuba. Vuelos charters o haciendo escalas en Panamá, Perú, México, salían rumbo a La Habana con brasileños cargados de curiosidad, para participar en eventos culturales o científicos, realizar entrevistas y reportajes o como simples turistas. De donde más venían era de Sao Paulo y Río de Janeiro, pero también de Minas Gerais, Bahía, Pernambuco, Río Grande do Sul, Ceará, Santa Catarina: procedían de todos los confines de la inmensa nación. Pese a la diversidad de regiones y costumbres, todos venían con las mismas expectativas.

Creían que en Cuba, a la vuelta de la esquina, iban a encontrar al hombre nuevo prometido por el Che. En aquellos años, era alto el número de brasileños que admiraban a Fidel Castro. En alta estima tenían a su revolución y su intento de construir el socialismo en las narices de Estados Unidos. Había sus excepciones, pero eran las menos. La mayoría iba deslumbrado por la revolución cubana. Pese a su carácter apasionado y a su fama de creyentes, encontré que los brasileños no eran fanáticos y una vez en Cuba, alababan lo que consideraban bueno -educación, salud, deportes, cultura- y criticaban lo que veían malo: destrucción de la capital, falta de libertades y el apartheid turístico.

A diferencia de canadienses y europeos, los brasileños no viajaban en busca de sol ni de playas, aunque esto no impedía que se dieran su chapuzón en las transparentes aguas de Varadero. Ellos preferían conocer cómo vivían las familias cubanas. Y quizá por ese sano deseo, en 1980-90, década donde se registró una cifra más elevada de turistas procedentes de Brasil, el sexo no estaba entre sus principales atracciones, pese a que fueron ésos los años del despegue del jineterismo y la prostitución en Cuba.

Al proceder de una sociedad repleta de contrastes sociales, solían captarlo todo muy rápido. Una vez, mientras esperábamos a que nos sirvieran lo que habíamos pedido para cenar, en el restaurante del hotel Deauville, Tamiko Shimizu y Mary Nobuko, dos paulistas de origen japonés, me dijeron:

-Ustedes no pueden valorarlo, porque no lo tienen, pero no te imaginas lo tranquilo que se puede comer en un lugar donde no hay niños ni personas pobres pidiéndote comida o dinero.

Eso fue a mediados de los 80. Unos años después, en 1997, mi hija y yo fuimos un domingo con mi nieta a una cafetería en la barrriada habanera de Arroyo Naranjo. Había allí un niño negro, delgaducho, de unos seis o siete años, pobremente vestido, que vigilaba lo que las personas dejaban en las mesas y rápidamente iba a recogerlo. Si era un pedazo de pizza o restos de un sandwich lo echaba en un bolso de nailon, si era refresco, se lo tomaba. Mi nieta, entonces con tres años, no podía separar los ojos de aquel niño. Mi hija y yo revisamos el monedero: era poco el dinero que llevábamos, pero si no consumíamos mucho, alcanzaba para invitarlo. Lo llamamos y merendó con nosotras.

No supe más de Mary y Tamiko, pero nunca olvidé lo que aquella noche me dijeron en el hotel Deauville. Y tampoco nunca imaginé que algun día, también en mi país, iba a encontrarme con niños cubanos pidiendo "chavitos" (moneditas de dólar) o, peor aún, a la caza de sobrantes de comida, para saciar su hambre o la de los suyos.

Paulo Afonso Grisolli, dramaturgo y director de telenovelas de éxito en la Rede Globo, fallecido en 2004, durante una entrevista que me concedió en el hotel Habana Libre, donde se hospedaba, en pocas palabras y de un modo genial definió lo que vió y sintió:

-Lo que me ha gustado de Cuba es que aquí la pobreza es generalizada. No hay esos contrastes abismales de Brasil, donde unos pocos, son ricos, muy ricos, y otros muchos, pobres, muy pobres.

Otro brasileño cuyos conceptos y apreciaciones me marcaron fue Fernando de Barros (Lisboa 1915-Sao Paulo 2002). Cuando en 1984 vino a La Habana, a propósito del primer salón Cubamoda ya era una leyenda en Brasil, nación a la que había llegado en 1942 para trabajar en una película basada en el libro Pureza de José Lins do Prego. Fue maquillista, productor y director cinematográfico, pero donde creó escuela fue en el mundo de la moda masculina. En Brasil se dice que los brasileños aprendieron a vestir bien gracias a Fernando de Barros. Fue editor de moda de las revistas Claudia y Playboy. Dejó dos libros: Manual da Elegancia Masculina y O Homen Casual.

Cuando por primera vez vi a Fernando de Barros -le esperaba en el lobby del Habana Libre y del elevador salió con un pantalón color ocre y camisa beige, de algodón y muy holgadas las dos piezas para su cuerpo delgado y pequeño- sin todavía intercambiar una palabra con él, me percaté de que a ese hombre, a punto de cumplir 70 años, con aquel look y andar esbelto no se le podía llamar "abuelo" o "viejito", como suelen decir en Cuba a las personas de la tercera edad.

Nos dirigimos a la cafetería y allí estuvimos un par de horas conversando. Ya Fernando había salido a caminar por la ciudad y su retina todo lo había grabado: la forma anticuada de vestir del cubano, el deterioro de calles y edificios, los viejos carros americanos, los modelos de autos soviéticos y hasta las rejas que entonces empezaban a poner las personas en puertas y ventanas, en un intento de proteger sus casas de ladrones.

Como estilista de moda, él encontraba novedoso que Cuba se interesara y tratara de actualizarse en materia de moda y diseño de vestuario, pero a la vez le resultaba contradictorio que esto se hiciera en un país con tantas carencias y donde la población vivía sometida a dos libretas de racionamiento: una para adquirir cada mes una cuota mínima de alimentos per cápita y otra para poder comprar un par de zapatos y una muda de ropa al año.

Concordé con Fernando de Barros en su explicación: "Para que un país pueda desarrollar una industria de la moda, primero tiene que tener desarrolladas otras muchas industrias: textileras, talleres de confecciones y fábricas de calzado, entre otras. Brasil tiene todas esas ramas desarrolladas, aunque infelizmente todavía hay demasiados brasileños que pasan hambre y para ellos la palabra moda no existe. Pero en una sociedad como la cubana, que se supone es socialista y proclama la igualdad, no es posible desarrollar una industria de la moda para que a ella soólo tengan acceso los turistas y determinada élite dentro del país".

Posteriormente, Fernando me pediría que atendiera a la periodista Tania Fusco, en ese momento trabajando para la Editora Abril. Con mi tocaya hice buena liga y junto a Vivian Leal, hija del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, conversamos largamente. No recuerdo ahora cómo, pero durante su estancia en La Habana, la Fusco se fue a vivir a la residencia de Kuhn, embajador de Holanda, situada en Calle 2 entre 17 y 19, Vedado. La última vez que supe de ella escribía para Istoé, mas ahora le perdí la pista. Era muy simpática y extrovertida, como casi todos los brasileños.

Fernando de Barros nunca se casó, tuvo muchas mujeres, todas muy bellas. De su romance con la modelo francesa Giedre Valeika nació su único hijo, Fernando Valeika de Barros, hoy reconocido periodista. Textos suyos se pueden leer en Discovery Magazine, Folha de S. Paulo y en publicaciones de la Editora Abril como Veja, Superinteressante, Viagem e Turismo, Quatro Rodas y Placar, la principal revista deportiva de Brasil.

Tania Quintero
Redactado en 2006 y publicado en septiembre de 2009 en este blog.
Video: 1974. Elis Regina (1945-1982) y Tom Jobim (1927-1994) en Aguas de Março, una de las canciones más conocidas de Jobim, después de La chica de Ipanema, claro.

miércoles, 18 de junio de 2014

Los 70 de Chico Buarque

En 1981 entrevisté a Chico Buarque de Hollanda para la revista Bohemia, donde entonces publicaba como colaboradora. En un receso durante un ensayo en el teatro Karl Marx habló conmigo. A su lado estaba su ex esposa, la actriz Marieta Severo. En 1999, el intérprete y compositor brasileño conversó con el periodista Federico D'Addario. Quince años después, a modo de homenaje por los 70 de Chico, reproduzco aquella entrevista, que con el título "Me gustaría que dijeran de mí: fue un buen alumno de Tom Jobim" publicara el diario argentino Página 12 (TQ).


La ciudad donde Chico Buarque está cantando “Construçao” y un millar de fieles salda sus cuentas con el tiempo aplaudiéndolo a rabiar parece ahora la mueca de un viejo sueño colectivo. Brasilia fue construida a principios de la década del 60, condicionada por el slogan La Ciudad del Futuro. El futuro llegó. Las fabulosas autopistas que la recorren con el frenesí de este fin de siglo se transforman en venas abiertas cuando llegan a la periferia, y miles de nordestinos marginales ofrecen su versión del progreso.

Chico Buarque encuentra en Brasilia una paradoja de su propia historia. Él también soñó con esa “ciudad del futuro”, como una suerte de proyección arquitectónica de aquel Brasil que empezaba a seducir al porvenir a través de la bossa nova y el cinema novo. Por eso, el músico que editó recientemente el CD As Cidades, no puede evitar una reflexión escéptica cuando contempla ese espejismo de perfección formal que es Brasilia.

“Yo empecé a estudiar arquitectura por el fenómeno Brasilia, que era un símbolo de modernidad, de descentralización”, cuenta en la entrevista que concedió a Página 12 en una tarde calurosa y seca.

“Y hoy esta ciudad es reflejo de lo que ocurre en el mundo. Es todo un síntoma el hecho de que cuando nosotros éramos jóvenes las ciudades con mayor población eran Tokio, Nueva York, Londres, que eran modelos a imitar. Hoy las ciudades más populosas son Bombay, México DF, Sao Paulo, que sólo atraen pobreza, no bienestar”.

Chico, el intelectual, el músico de las canciones perfectas, el hombre comprometido, sólo se entusiasma realmente cuando le hablan de fútbol. Brasil cumple 500 años de existencia, pero el orgullo lo delata cuando cuenta que su equipo de fútbol, el que lo acompaña a todos los conciertos y lo tiene como indiscutible número 9 titular, está invicto en 23 partidos. “Y eso que tenemos los árbitros en contra”, advierte con una sonrisa irónica que deja entrever exactamente lo contrario. Y dice, con el único síntoma de jactancia que evidenciará a lo largo de la entrevista, que su estilo “se parece más al de Pelé que al de Ronaldo”.

Y que sus éxitos en la cancha lo ayudan a disimular su amargura por las desventuras del Fluminense, el equipo del que es hincha, y que en contradicción con un pasado de esplendor, compite en el torneo de la tercera división brasileña. “Hoy me vinieron a felicitar porque le ganamos 1 a 0 a Serra, otro equipo de tercera, que es un desastre. Y me enojé: ¡cómo me van a felicitar por un 1 a 0 a Serra!”, se queja.

Enseguida asegura que él, en realidad, no es fanático de nada, y luego se retracta, y dice que, en realidad, es “fan de Maradona, el último grande de verdad. Ahora están Ronaldo, Ronaldinho, Rivaldo, pero ninguno como Maradona. Y no lo admiro sólo como jugador, sino como persona. Toda la vida fue un rebelde, y su rebeldía es más interesante por su sufrimiento personal”.

De Maradona a Buenos Aires sólo hay un paso en el improvisado temario del reportaje. “Creo que conozco más Buenos Aires a través de los cuentos de Borges que por haberla caminado. Pero espero que no piensen que mi relación con esa ciudad le debe todo a Ficciones. También tengo muchos amigos reales allí”.

La arquitectura y el fútbol asoman, entonces, como elementos constitutivos de la personalidad de Chico. Aventurar que el carácter intuitivo del fútbol y la planificación metódica de la arquitectura se proyectaron en su obra artística abonaría el terreno de las arbitrariedades, pero él construye sobre la marcha su opinión: “Nunca había pensado esa mezcla. Con respecto de la arquitectura sí, y no es casualidad. En la historia de la música brasileña hay muchos ex estudiantes de arquitectura. Jobim, por ejemplo. La música tiene una cuestión casi matemática, que la gente no ve ni escucha, pero está presente todo el tiempo en el que compone. Pero por otro lado, no creo que lo intuitivo que pueda tener jugando al fútbol lo haya trasladado al arte. Quizás si hiciera jazz podría ser, por el tema de la improvisación permanente, pero no en mi música. Lo que llaman inspiración no me ha visitado casi nunca. Siempre necesité de la planificación para 'construir' mis canciones".

¿Usted fue más vanguardista en sus novelas y en sus obras de teatro que en sus discos?

-Es verdad, creo que fui y soy más rupturista en la literatura que en la música. La explicación es simple: tengo más conocimiento de escritores y de libros que de música. En lo musical siempre necesité de la ayuda de maestros para ir mejorando. Y los tuve cerca. Crecí bajo la influencia de la bossa nova y durante muchos años sólo traté de escribir letras como Vinicius, cantar como Joao y componer como Jobim. De tanto imitar, aprendí algo. Si alguna vez, dentro de algunos años, a alguien se le ocurriera catalogarme, a mí me gustaría que dijeran de mí: ‘Fue un buen alumno de Tom Jobim’. Por eso, mi falta de conocimientos musicales profundos me impiden ser un vanguardista al estilo Caetano o Gismonti. Lo mío es más 'tradicional'.

¿Y en la literatura?

-Allí, como mis referentes son más lejanos en tiempo y lugar, pude hacerme un camino más personal. De todos modos me costó mucho lograrlo. Creo que con mi novela Estorvo conseguí un lenguaje propio.

Usted estuvo cinco años sin hacer shows. ¿Se siente más cómodo con la literatura que con la música?

-No es tan así. Pero sí, me siento más cómodo escribiendo, ya sea música o literatura, que actuando.

¿Por qué volvió a actuar, entonces?

-Porque después de tanto tiempo, hay un público que apenas me conoce. Me vienen a ver jóvenes que no vivieron mi anterior etapa y siento que tienen más libertad para escucharme. No me piden que cante A pesar de vocé.

¿No le gusta cantar A pesar de vocé?

-No, porque es una canción con una mirada muy de los 70.

Construçao también lo es y sin embargo la canta.

-Pero hay una diferencia: una es política y está escrita para el contexto de una época muy determinada. La otra, Construçao, es una canción con una temática social y, en consecuencia, atemporal. Para cantar un tema necesito no sentirlo viejo. Soy más formalista de lo que la gente piensa.

El público suele tener una reacción curiosa. Quizás no le moleste que hayan cambiado Cardoso o Lula, pero pretende que su artista favorito diga y haga siempre lo mismo, “lo de antes”.

–Es una actitud muy “años 70”. El hecho de haber participado de una época muy convulsionada y de haber estado muy expuesto nos condiciona para toda la vida. A los que empezaron hace poco no se les exige “coherencia”. Lo que en realidad quiere la gente es volver a vivir esa época, y nosotros quedamos en el medio, entre ellos y la realidad.

En la canción Assentamento, de su último CD, plantea la situación del movimiento de los Sin tierra. Ahí está muy clara su postura sobre este fin de milenio.

-Es que yo no me desligo de lo que pasa. Ese tema formó parte del libro Terra, del fotógrafo Sebastiao Salgado, y decidí incluirlo en el disco. El problema que sufren los Sin tierra me sensibiliza mucho. Está más que claro que la geografía de Brasil alcanza para darle tierras a todo el mundo, y sin embargo no la tienen. Lo más curioso es que en mi país todos, menos los latifundistas, claro, están de acuerdo con que se debe hacer una reforma agraria. Todos están de acuerdo con que existe una injusta concentración de riqueza en favor de unos pocos. Pero nadie tiene la voluntad política para cambiar eso.

¿Fernando Henrique Cardoso lo decepcionó por haber sido un intelectual progresista que luego se volcó a la derecha?

-En realidad no me sorprendió. En su momento, él fue un sociólogo de izquierda, pero no bien estuvo cerca del poder se notó que ya no era el mismo. Era otro Cardoso. Y resultó lógico que con las alianzas que estaba trazando su gobierno iba a ser lo que es. También hay que ser concientes de algunas cosas: Cardoso no fue elegido por haber sido un sociólogo de izquierda, sino por haber tejido una inteligente alianza conservadora. Además, sería tonto pensar que Cardoso es un caso aislado, de un hombre que en los 60 estuvo en la lucha clandestina y luego, en el poder, hizo todo lo contrario. Hay un grupo de gente que cambió. Si a un hombre cualquiera lo hubiesen tenido durmiendo estos últimos 30 años y le mostraran ahora la foto actual de Cardoso y de su gabinete, diría: ¡Estamos en Cuba! Pero está claro que no estamos en Cuba.

¿Es escéptico con respecto del futuro?

-No tengo esperanzas de cambio. Y tampoco veo otro camino posible. Lo que me aburre es que se siga este único camino posible con tanto fervor...

Da la sensación de que hoy, a diferencia de lo que ocurrió siempre en la historia, es la derecha la que avanza y avanza, mientras que la izquierda sólo puede defender lo poco que le queda...

-Es que se invirtieron los roles de la retórica. Muchas de las consignas de la izquierda fueron tomadas por la derecha. Son ellos los que ahora dicen: “La concentración de la riqueza es terrible, hay que hacer algo”. ¡Pero es la derecha la que está en el poder! Me resulta particularmente patético que muchos viejos izquierdistas, ahora en el gobierno, tienen tanta necesidad de “limpiarse” de su pasado, están tan obsesionados por afirmarse en su nuevo rol, que los derechistas históricos parecen más izquierdistas que ellos.

¿Usted cree que ante este estado de las cosas el arte puede ser un vehículo de resistencia?

-Sí, porque todo lo que sea imaginación es una forma de resistencia. Esto no lo digo yo. En el Mayo Francés decían “la imaginación al poder”. Está claro que la imaginación todavía no llegó al poder.

Brasil siempre fue “proteccionista” en materia musical. No es fácil entrar en el mercado brasileño. Sin embargo, los mayores movimientos musicales del país, la bossa nova y el tropicalismo, fueron producto de mixturas, ya fuera con el jazz o con el rock. ¿Cómo se maneja ahora el tema de la penetración cultural y la identidad?

-Es cierto que el jazz y el rock tuvieron influencia en su momento, pero después aparecieron otros ritmos. Están el rap, que es más crudo porque refleja la vida de gente con una realidad más cruda, el reggae, y el intercambio entre las músicas de las diferentes regiones brasileñas. Hoy se ve una propuesta interesante en artistas de Pernambuco, en Recife. No me parece mal que exista una asimilación constante de música extranjera si se conserva la identidad. Lo interesante es ser regional y al mismo tiempo internacional. Como pasó con el samba-reggae, por ejemplo.

Pero afuera da la sensación de que no hubo una camada de músicos que pudiera suplantar, con el mismo nivel artístico, a su generación, la de Gil, Caetano, Gal...

-No sé qué es lo que llegará a la Argentina, pero hubo una buena generación de recambio. Carlinhos Brown, Chico César, Marisa Monte, y muchos nombres más. Lo que pasa es que mi generación se manifestó en un momento socio-cultural muy especial y es difícil que se borren nuestros nombres de la memoria de la gente. Pero quizás tengamos en el futuro nuevos movimientos, con nuevas mezclas de estilos, nuevas influencias. Negarse a la asimilación de culturas extranjeras es tan peligroso como conservador. Y si no, miren lo que pasó con Piazzolla. Brasil tuvo capacidad para asimilar todo. Con la buena música extranjera que llegaba se hizo y se hace buena música brasileña. Con la mala música extranjera, que también llega en cantidad, se hace mala música brasileña. Esto fue así toda la vida.

¿Ve en los músicos jóvenes una actitud diferente de la que tenían ustedes?

-Los noto más aplicados, con un bagaje teórico más desarrollado. Por ejemplo, hay un mercado muy fuerte de “song-books”, y los chicos muestran mucho interés por aprender musicalmente.

¿Y la bohemia?

-No, ahí no. Ya no hay bohemia. No existe eso de encontrarse a tocar, a cantar, a hablar de la vida, a crear colectivamente. Hoy se está construyendo una sociedad cada vez más aislada y entonces los músicos también viven más aislados. Quizás por eso se dediquen a estudiar más que lo que hacíamos nosotros. En general, la gente está encerrada en sus casas, y si no, se encierra en los shoppings. La mía fue la generación de las jam-sessions, ésta es la de los song-books.

Antes se refería a Maradona y destacaba su rebeldía. Usted también es exitoso, es famoso, tiene dinero. ¿Dónde ubica la rebeldía en su vida?

-Creo que durante toda mi carrera, mi inconformismo habló a través de los discos y de los libros que hice. Y después de tantos años, sigo siendo rebelde. Lo que ocurre es que ahora soy mansamente rebelde. O delicadamente rebelde, si te gusta más.

Fernando D'Addario
Página 12, septiembre de 1999.

Nota.- A quienes puedan leer en portugués, les recomendamos estas dos entrevistas a Chico Buarque: la que en 1994 le hiciera Folha de S. Paulo y la publicada en 2011 en la edición brasileña de la revista Rolling Stone.

lunes, 16 de junio de 2014

Veinte años sin Tom Jobim


En 2014 se cumplen 20 años de la muerte uno de los genios de la música popular brasileña: Antonio Carlos Jobim. También este año, otro grande, Chico Buarque de Hollanda, apaga sus primeras 70 velitas. Las dos efemérides, más la celebración del Mundial de Fútbol en Brasil (12 de junio al 13 de julio) han sido un pretexto para dedicarle varios posts al gigante verdiamarillo (TQ).

* * * * * *

El avión que aterriza en Río de Janeiro lo hace en el aeropuerto internacional Antonio Carlos Jobim. Una placa lleva su nombre: "Homenaje de la nación brasileña al hombre que supo cantar la belleza de Río". Cuando se celebran 10 años de su muerte (este trabajo fue escrito en 2004), en la Terminal 2 se montó una exposición que se convertirá en un museo con fotos, vídeos y canciones, y se publica una grabación inédita del autor de La chica de Ipanema y Aguas de março.

Tom Jobim murió el 8 de diciembre de 1994, tras una operación en un hospital de Nueva York, la ciudad desde la que su música encantó al mundo. Uno de los primeros ramos de flores que llegaron lo mandó su viejo amigo Frank Sinatra, y el presidente Bill Clinton se sumó al duelo. El escritgor Jorge Amado escribió en un diario, "todos los brasileños estamos de luto: perdimos lo mejor que teníamos".

Tom Jobim fue enterrado en el cementerio de San Juan Bautista, en el barrio carioca de Botafogo, después de ser velado en el Jardín Botánico, uno de sus lugares favoritos de Río. A Jobim le preocupaba la ecología cuando esa palabra ni se usaba. Todos los periódicos brasileños tenían su foto en portada. Los publicitarios se apuntaron al homenaje: la empresa estatal de carburantes pagó dos páginas enteras con las teclas de un piano y el nombre del compositor. Se decretaron tres días de luto oficial en la ciudad y el presidente de la República, Fernando Henrique Cardoso, dijo que Brasil se quedaba más triste.

Es uno de los grandes compositores de la música popular del siglo XX. Del nivel de Gershwin o Cole Porter. Y autor de Wave, Corcovado, Desafinado, Samba de una sola nota, Agua de beber, La chica de Ipanema, Dindí, Triste, Eu sei que vou te amar, Se todos fossem iguais a você, Aguas de março -que el crítico de jazz Leonard Feather consideró una de las 10 mejores de la historia- o Insensatez -la preferida de Pat Metheny. Muchas con letra de Vinicius de Moraes, otras de Newton Mendonça, Dolores Duran o Chico Buarque.

Las han grabado desde Stan Getz, Miles Davis, Frank Sinatra, Sarah Vaughan, Nat King Cole, Ella Fitzgerald, Errol Garner, Stéphane Grappelli, Dexter Gordon y Tete Montoliu hasta Françoise Hardy, Mina, Peggy Lee, Georges Moustaki, Los Machucambos, Perry Como, Carlos Berlanga, José Carreras o Ryuichi Sakamoto.

Canciones que se oyen en París, Tokio, Roma, Londres o Los Ángeles. Patrimonio de la humanidad. Leonard Feather escribió que "suelen mostrar una estructura complicadísima cuando las analizas, pero suenan increíblemente espontáneas y naturales...".

Chico Buarque le saludó en una de sus composiciones: "Mi padre era paulista / mi abuelo, pernambucano / mi bisabuelo, minero / mi tatarabuelo, baiano / mi maestro soberano / fue Antonio Brasileiro". Según el compositor Guinga, Antonio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim fue "una compensación para el pueblo brasileño, que sufre tantas cosas humillantes. ¡Produjimos un Jobim!, nos decíamos, y eso compensaba nuestra balanza con el mundo".

En 2004 se publicó el disco Antonio Carlos Jobim em Minas ao vivo, una grabación de 1981 en el Palacio de las Artes, de Belo Horizonte, con él solo al piano -en ese estilo suyo económico y espacioso- y contando anécdotas. "Como si estuviese en casa, en la intimidad, hablando con nosotros", dice su viuda, Ana Lontra Jobim. Una reliquia que había permanecido en una cinta guardada en una estantería de la casa de Jobim sin que nadie se diera cuenta. Es el primer producto de la asociación entre la editora familiar, Jobim Music, y el sello Biscoito Fino.

Jobim Music y Biscoito Fino tienen previsto comercializar un DVD con el recital que dio el 11 de septiembre de 1992 en el monasterio de los Jerónimos, en Lisboa, Portugal. Están en marcha dos documentales, uno de Marco Altberg, basado en la biografía de la hermana de Jobim, Helena, Um homem iluminado, y La Música según Tom Jobim, de Nelson Pereira dos Santos. Y en Broadway podrá verse Orfeu da Conceição, la obra de teatro de Vinicius de Moraes, con música de Jobim, estrenada en 1956 y que dio pie a la premiada película Orfeo negro.

En los últimos meses se ha lanzado una edición especial -digitalizada y remezclada con resultados espectaculares- de Elis e Tom, el clásico que grabaron, en 1974, Antonio Carlos Jobim y la añorada cantante Elis Regina, y se publicó Jobim sinfônico, concierto de la Sinfónica de São Paulo tocando los arreglos originales de Claus Ogerman, Nelson Riddle o Eumir Deodato.

En 1990, Ana Lontra Jobim logró por fin reunir toda la obra del maestro en una editora: Jobim Music. Y continúa con su labor de rescate de discos grabados en Estados Unidos y Brasil para Sony, Universal, Warner o BMG. Desde 1997 funciona el Instituto Antonio Carlos Jobim con el fin de conservar, catalogar, digitalizar y poner a disposición del público el acervo del compositor, además de incentivar proyectos de educación medioambiental para 600 escuelas de la red pública.

Con humor carioca, Jobim había confesado tenerle miedo a la muerte, pero no exageradamente. Sí le preocupaba que sus canciones circularan plagadas de errores y le dolía que pudieran quedar mal para siempre. Lo ha remediado el maravilloso Cancionero Jobim, que recoge sus partituras para piano revisadas por el propio Jobim y su hijo Paulo. "Siempre busqué la armonía, parece que intenté armonizar el mundo", decía. Sigue vivo en las canciones que nos dejó, pero el 8 de diciembre de 1994 Brasil y el mundo quedaron un poco más huérfanos.

Carlos Galilea
El País, 5 de diciembre de 2004.
Video: Tom Jobim y Vinicius de Moraes interpretan Garota de Ipanema durante una presentación en vivo en Italia.

viernes, 13 de junio de 2014

Boleros en fade


Aquellos tiempos de cantinas, vitrolas y boleros que se escuchaban mientras se bebía una cerveza y se comían empellitas de puerco ya es una historia en la distancia.

Ahora es cosa de viejos. O nostálgicos. Todavía, por suerte, cada mañana, una hora antes de la once, por la ventana de mi cuarto se cuelan canciones de Vicentico Valdés y Benny Moré. Un vecino de 76 años las suele oír por la emisora capitalina COCO.

“Cómo olvidar a Olga Guillot, Blanca Rosa Gil, Orlando Contreras, Fernando Álvarez, la Freddy o la Lupe. No solo cantaban con el corazón, también nos contaban de esos amores rotos que al menos una vez en la vida hemos sufrido”, dice con añoranza mi vecino.

Quince años atrás, cuando visitaba el apartamento del poeta y periodista Raúl Rivero, en la barriada pobre y sucia de La Victoria, en Centro Habana, lo recuerdo sentado en un sillón blanco, escuchando ensimismado un bolero de Olga Guillot, con un cigarrillo humeante entre los dedos que amenazaba con quemarle la mano.

Después de terminar el bolero, el poeta cobraba vida. Ahora mismo, purga su disidencia y su pluma libre en un piso de Madrid. Es uno entre muchos desterrados políticos de los hermanos Castro.

Tal vez alguna madrugada, Rivero crea escuchar a lo lejos cantar al gallo de Morón. O después del almuerzo le pida una raspadura a Blanca, su esposa. O llame a Miami a sus hijas Cristina y María Karla, para que el domingo lo acompañen a dar una vuelta por el Malecón.

Muchos de nuestros familiares en el exilio suelen dormir con sus nostalgias debajo de la almohada. Hace un par de años, Raúl Rivero escribió en El Mundo una soberbia crónica: decía:

"Bartolomé Maximiliano Moré, un negro santo, una leyenda de la música popular, que enseñó en América que el bolero es un poema que se deja bailar, llegó a ser tan informal a la hora de presentarse a trabajar con su banda gigante, que en Cuba, México y Venezuela se anunciaban sus actuaciones en los estadios y plazas públicas con este prodigio de la duda: ¿Vendrá o no vendrá el Benny?"

Siento pena por mi vecino y por desterrados como mi amigo Raúl. Y es que el bolero en Cuba marcha un inexorable proceso de extinción. Los locuaces choferes de viejos autos de alquiler en La Habana, en sus reproductores solo tienen espacio para el escandaloso y grosero reguetón.

Mientras más alto el volumen, mejor. En las discotecas es de mal gusto o tener un pésimo sentido del ‘bisne’, contratar a alguien que cante boleros. “Solo en las ‘discotembas’ contratamos a un pobre diablo para que interprete cuatro o cincos bolerones. Pero la cuenta no da. Apenas vienen gente”, señala el gerente de un centro nocturno habanero.

La moda es hacer negocios -las ganancias se reparten mitad por mitad- con reguetoneros como el Yonqui, el Micha o Los Desiguales. Es lo que hay. Mi vecino se tendrá que conformar con seguir oyendo boleros en su añejo radio ruso Vef 206.

Y Raúl Rivero deberá tener a buen recaudo sus grabaciones de Olga, Vicentico y el Benny, y las lleve consigo cuando regrese. Para entonces, es probable que el reguetón haya terminado su faena de sepultar al bolero.

Iván García

Video: Una de las primeras grabaciones de Olga Guillot (1945, Panart) fue el bolero-jazz Stormy Weather, en español conocida por Lluvia gris. Escrita en 1933 por Harold Arlen y Ted Koehler, Stormy Weather es un clásico del jazz de todos los tiempos. Por primera vez la interpretó Ethel Waters, durante una actuación en el Cotton Club de Harlem.

En 1943, Stormy Weather se popularizaría en la voz de Lena Horne, protagonista del filme homónimo. Ella Fitzgerald y Frank Sinatra también la incluyeron en su repertorio.

En 2003, la versión de Ethel Waters (1896-1977) fue incluida en el Grammy Hall of Fame, y en 2004 en el National Recording Registry, en la Biblioteca del Congreso, Washington.

miércoles, 11 de junio de 2014

Juan Ramón Jiménez en La Habana


La cultura cubana se honra en recordar a Juan Ramón Jiménez, ese maestro y poeta de fino lirismo, que nació en Palos de Moguer, en la provincia de Huelva, Andalucía, el 23 de diciembre de 1881.

Una vez, cuando era yo muy joven, tuve las primeras noticias de este importante escritor. Fue a través de su hermoso poema en prosa Platero y yo, con esas palabras iniciales que me sabía de memoria: “Platero es pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro”. Años después, ya en la Universidad, tuve noticias que las ediciones de esta obra maestra, sumaban en el mundo más de un millón de ejemplares.

Era este andaluz, un hombre muy especial. Venía de un hogar acomodado. Estudios con jesuitas, intentos universitarios, idiomas y deseos por incursionar en el arte pictórico. Apasionadas lecturas de Bécquer, Rosalía de Castro, Curros Enríquez, Víctor Hugo, Lamartine, Musset, Heine, Goethe y Schiller, por citar algunas, sedimentaron toda su estructura intelectual. Los clásicos españoles, San Juan de la Cruz, Santa Teresa y Fray Luis de León, influyeron en los años iniciales de su creación literaria.

A finales de siglo, Madrid le abre las puertas. Rubén Darío quiso hablar con él. Juan Ramón tenía 18 años. El nicaragüense había descubierto que en aquel joven poeta andaluz, delicado y nervioso, habitaba el germen de la renovación y de una libertad interior, tan coincidente con el Modernismo.

Animado por Villaespesa y muchos amigos, Juan Ramón publica sus primeros poemas. Intensa vida literaria, locura y una vida bohemia que los atrapaba. Escribe febrilmente. Frente a la algarabía literaria, se presentaba el cansancio y el aburrimiento, junto al egoísmo y la agresividad de algunos, que no querían reconocerle, ni uno solo de sus méritos poéticos.

Vuelve a Moguer. Una etapa depresiva lo invade. Tristeza, soledad, angustia. Se arruina la familia y decae la vida económica de su pueblo. En 1912 regresa a Madrid, más recuperada su salud y en la Residencia de Estudiantes creada por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, se encuentra con Giner, su maestro de siempre. Convive también con Unamuno, Menéndez Pidal, Azorín, Eugenio d’Ors y José Ortega y Gasset, entre otros. Permanece allí hasta 1916. Estas relaciones lo nutren y fortalecen.

Se embarca a los Estados Unidos y se casa con Zenobia Camprubí Aymar, de madre puertorriqueña, y que será su amiga y compañera para toda la vida. De su matrimonio surge su Diario de un poeta recién casado, novedoso texto literario matizado de tierra, cielo y mar.

Observa tristemente los grupos minoritarios de la gran urbe, inmersos en la miseria colectiva y siente una especial sensibilidad hacia el negro, como lo sintió también Federico García Lorca. A los pocos meses vuelve a Madrid. La etapa de 1916 a 1936 reúne veinte años de fecunda creatividad, consolidada por abundantes textos poéticos, evocaciones, críticas, cuentos, caricaturas líricas, aforismos, traducciones. Una fuerza intelectual realmente impresionante.

Decide regresar a América, ya en un exilio voluntario. Había percibido el horror de la vida deshumanizada y desnaturalizada que le dejó el sabor amargo de la Primera Guerra Mundial. Siente como suyos a los niños mutilados y la muerte de amigos le producen profunda desolación. La Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil en su tierra le seguían abriendo heridas muy profundas. "¡Es tan grande la pena total del Mundo!", exclamaba.

No era Juan Ramón Jiménez un político, ni mucho menos, pero tenía conciencia de la época que le había tocado vivir. Soñaba con una España mejor, con un pueblo más feliz, sobre todo para las generaciones más jóvenes, a las que siempre amó.

En 1936, los cubanos habíamos salido del doloroso machadato que había cobrado la vida de muchos jóvenes, especialmente estudiantes. El cierre de la Universidad, las batallas entre diferentes tendencias políticas y la clausura de publicaciones periódicas, producían un peligroso desencanto en el ámbito cultural, solo salvado en parte, por las iniciativas creadoras de algunas personalidades que deseaban transformaciones estéticas, sociales y políticas dentro de la sociedad cubana.

Entre esas personalidades se encontraban Fernando Ortiz, sabio y antropólogo, el letrado José María Chacón y Calvo y la joven profesora Camila Henríquez Ureña, que aunque dominicana, se había enraizado en nuestro país. Importantes eventos culturales en el Lyceum, el Conservatorio de Música y el Instituto Hispanoamericano de Cultura, se hacían sentir. Justamente en este marco histórico, el presidente de esta última Institución, Fernando Ortiz, invitó a Juan Ramón Jiménez a visitarnos, como lo había hecho en 1930 con Federico García Lorca.

El autor de Platero y yo pasó dos años junto a nosotros. En Cuba se relaciona con la intelectualidad habanera. Visitaba a Mariano Brull y se reunía con Emilio Ballagas, Ramón Guirao, Eugenio Florit, José Lezama Lima, el padre Ángel Gaztelu, Dulce María Loynaz y Serafina Núñez, en quién siempre Juan Ramón provocó una intensa inspiración.

El moguereño conoció a Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Gastón Baquero y Nicolás Guillén, entre otros, que lo distinguieron de manera muy especial. Para él, la poesía es la paz, y se inclinaba ante el ejemplo generoso de la muerte de Pablo de la Torriente Brau.

Así comenta Lezama Lima sobre Juan Ramón: “En España apenas recibía, entre nosotros, conversaba un crepúsculo o caminaba una mañana subrayando el gris que acompaña a nuestro azul o nuestro verde. Le seducía nuestra retadora diversidad, una suma de lo discontinuo que logra una inesperada resultante tonal. Decía que no había podido escribir sobre Martí antes de su visita a Cuba, en aquellos días lo hizo con verdadero esplendor, sentía como nadie el delicado, Garcilaso, Sidney o Martí, muerto por la espada."

Y así se expresaba el poeta andaluz: “Hasta Cuba, no me había dado cuenta exacta de José Martí y por esta Cuba verde, azul y gris, de sol, agua y ciclón, palmera en soledad abierta o en apretado oasis, arena clara, pobres pinillos, llano, viento, manigua, valle, colina, brisa, bahía o monte, tan llenos todos del Martí sucesivo, he encontrado el Martí de los libros suyos, y de los libros sobre él. Miguel de Unamuno y Rubén Darío, habían hecho mucho por Martí, porque España conociera mejor a Martí, contrario a una mala España inconsciente, era el hermano de los españoles contrarios a esa España contraria a Martí”.

El pintor español Hipólito Hidalgo de Caviedes, por aquel tiempo viviendo en nuestra Isla, lo recordaba en el Hotel Vedado. “Allí lo vi, a veces trabajando en camisa, con las cuartillas extendidas sobre la cama, y respirando a pulmón lleno, el aire teñido de azul que venía del mar”. Hoy esta instalación orgullosa muestra una tarja, que rememora la presencia del gran español y de su esposa en el lugar. Hasta allí, llegaban cubanos de otras provincias a saludar al ilustre matrimonio.

Se le ocurre a Juan Ramón un gran proyecto, que Fernando Ortiz apoya incondicionalmente: organizar un festival de la poesía producida en Cuba en 1936. El 20 de enero de 1937 ya está lista la convocatoria y lo que a mí en particular siempre me ha parecido lo más hermoso, es que en el evento participarían no solo los artistas ya de nombradía bien ganada, sino también, los novicios y hasta los desconocidos. Vendría después la publicación de los textos. Los poetas se lo merecían.

Cuba empieza a tocar lo universal y así pensaba Don Juan Ramón con su personal ortografía: "La Habana está en mi imajinación y mis anhelos andaluces, desde niño. Mucha Habana había en Moguer, en Huelva, en Cádiz, en Sevilla. ¡Cuántas veces, en todas mis vidas, con motivos gratos o lamentables, pacíficos o absurdos, he pensado profundamente en La Habana, en Cuba! La extensa realidad ha superado el total de mis sueños y mis pensamientos”.

El festival fue un éxito. El teatro Campoamor se llenó de voces poéticas que hacían vibrar sus sueños. La antología fue una realidad. La Poesía Cubana del 1936, prologado por Juan Ramón, fue compilada y editada con la colaboración de Camila Henríquez Ureña.

Es una etapa en quel poeta de Moguer, por sobre todas las cosas, se siente un animador de la cultura.

Dicta conferencias, lee sus versos, entrega a todos su amplio saber. Con firme convicción, mantiene vivo el idealismo magnánimo de la ardiente misión pedagógica de su maestro Francisco Giner, pero su obra literaria personal no crece en estos momentos, con la misma celeridad que presentaba en los años anteriores a su exilio.

Desde la península, le llegan dolorosas noticias. La guerra seguía destrozando a España. Morían sus mejores hijos. García Lorca había sido asesinado, Antonio Machado, a quien Juan Ramón llamaba “nuestro mejor poeta”, había muerto “llenándonos a todos con su caída de sombra”, exclamaba.

En 1943 le escribe a Enrique Díez Canedo: “Desde estas Américas, empecé a verme, y a ver lo demás y a los demás, en los días de España; desde fuera y lejos, en el mismo tiempo y en el mismo espacio. Se produjo en mí un cambio profundo, algo parecido al que tuve cuando vine en 1916”.

Más que demócrata, él siente que quiere ser hermano del pueblo, en lo que llama “un esperanzado estado de tránsito” y quiere ayudar a integrar una sociedad mejor. Para el autor de Platero y yo, lo peor en la vida es la injusticia y la miseria. Desprecia la populachería, el odio y el crimen. Rememora cuando en su primera visita a Nueva York había declarado su simpatía al Gobierno de la República. Después, en Puerto Rico, volvió a reiterarlo y así lo mantuvo en sus largos años de vida en América.

En Cuba nos dejó bien claras sus palabras: "Hay que escribir cubanos, el cantar o el romancero de José Martí, héroe más que ninguno de la vida y de la muerte, ya que defendía esquisitamente con su vida superior de poeta que se inmolaba, su tierra, su mujer y su pueblo. La bala que lo mató era para él, quién lo duda, y por eso. Venía, como todas las balas injustas, de muchas partes feas y de muchos siglos bajos, y poco español y poco cubano, no tuvieron en ella, aún sin quererlo, un átomo inconsciente de plomo. Yo, por fortuna mía, no siento que estuviera nunca en mí ese átomo que, no correspondiéndome, entró en él. Sentí siempre por él, y por lo que él sentía lo que se siente en la luz, bajo el árbol, junto al agua y con la flor, considerados, comprendidos".

En 1950, muere Zenobia en Puerto Rico. Duro golpe. Se acentúa en Juan Ramón una honda nostalgia por España y Andalucía. En la hermana Isla, recibió la noticia del otorgamiento del Premio Nobel de Literatura, en 1956. Dos años después, el 29 de mayo de 1958 fallece, también en Puerto Rico. En la Universidad de Río Piedras, se conservan las cartas y recuerdos que legó el matrimonio a esa Institución.

Juan Ramón Jiménez murió como su Platero, en su prado de rosas eternas, ante los lirios amarillos por donde revoloteaba una mariposa de tres colores, sembrado en la memoria de la cultura de la isla Mayor de las Antillas que jamás podría olvidarlo.

Cubarte, 6 de noviembre de 2011.
Foto: Juan Ramón Jiménez durante su estancia en La Habana. Tomada de Memorias y olvidos, fragmento de Cintio Vitier publicado en el blog Me quedaría con la poesía.