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miércoles, 25 de junio de 2014

Brasil en mi vida (III)


A modo de constancia de mi forma libre de ser y actuar, quiero reproducir una carta abierta que en mayo de 2002, por iniciativa propia, dirigí a Colin Powell, entonces Secretario de Estado de los Estados Unidos, y a Condoleezza Rice, en ese momento asesora de Seguridad Nacional (fue publicada en la web de la Unión Liberal Cubana el 22 de octubre de ese año).

A Powell y Rice, hermanos de raza

En las últimas cuatro décadas nueve presidentes han pasado por la Casa Blanca. Y Fidel Castro sigue ahí. Con su uniforme verde olivo. Comandando los destinos de Cuba desde su despacho en el Palacio de la Revolución.

Lo normal, lo lógico, es que en 43 años por lo menos ocho mandatarios hubieran gobernado en la Isla, fruto de elecciones libres y respaldados por una Constitución que no permitiera más de dos períodos en el poder. Mas eso no ha ocurrido.

Esta situación anormal e ilógica se podría resumir en pocas palabras: Castro es Castro. Pertenece a esa rara especie de animales políticos contemporáneos que todavía no esta en proceso de extincion y a la cual también pertenecen Ariel Sharon y Jean-Marie Le Pen, entre otros.

Cuba y Estados Unidos son como dos narizones: no se pueden besar. En una y otra orilla en todos estos años ha primado la obstinación y el enfrentamiento. Estados Unidos jamás debió haber roto las relaciones diplomáticas con la Cuba de Castro. Tampoco de la isla debieron irse políticos, empresarios y profesionales. Cubanos que habían llegado a situar al país entre los más desarrollados del continente, pese a altibajos internos y que en la dictadura de Fulgencio Batista tuvo sus peores momentos.

Al abandonar el navío, éste quedó a la deriva. En manos de un solo timonel. Toda esa etapa sin precedentes en nuestra centenaria república y que parece no tener fin, pudiera estar a punto de finalizar si, por un lado, el gobierno de Fidel Castro reconociera la existencia de una cada vez mas extendida oposicion pacifica y de grupos con propuestas válidas como el Proyecto Varela; tratara de lograr un diálogo y emprendiera un programa de reconciliación nacional que incluyera una amnistía política general como la decretada por Batista en 1955 (y que permitiera a Castro y sus seguidores salir de la cárcel, después del fallido intento de asaltar el cuartel Moncada en 1953). Y, por otro lado, el gobierno de Estados Unidos, dentro del cual ustedes ocupan decisivos cargos, se percatara de lo obsoleto que resulta el embargo, lo dejara sin efecto y diera paso a una serie de medidas encaminadas a normalizar las deterioradas relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.

La realidad ha demostrado el fracaso de la política mantenida hacia Cuba por las administraciones estadounidenses desde 1959 a la fecha. Entonces, ¿por qué no emprender un camino nuevo, distinto, nunca antes recorrido?

La vida le dió la razón a Henry Kissinger cuando propició el descongelamiento de las relaciones de Estados Unidos con China y Vietnam. Es innegable que la situación política, económica, social y en materia de libertades y derechos humanos posteriormente ha tenido una evolución positiva en esas dos naciones.

El problema, a mi modo de ver, es que la isla de Cuba perdió para Estados Unidos el encanto que en el pasado tenía. Cuarenta y tres años son demasiados años. Junto con el olvido, brotó la indiferencia y el desamor. Dejamos de ser La Perla de las Antillas. A ello se suma el deterioro de ciudades como La Habana, que se desplomaría al paso de un huracán fuerza cinco y el empobrecimiento de una población que habita en viviendas deplorables, sumergida en un sinnúmero de penurias.

Muchos de estos cubanos arribaron a Estados Unidos bajo el status de refugiados polícos y en la actualidad abundan los emigrantes económicos. Casi todos se quedan en la Florida, estado donde han erigido un poderoso lobby anticastrista. Sus opiniones son valoradas a la hora de Washington tomar decisiones relativas a Cuba. No estoy en contra de tener en cuenta sus argumentos y me enorgullece que en el Congreso de Estados Unidos tres compatriotas tengan voz y voto.

Pero considero imprescindible que tanto ustedes como los funcionarios especialistas en asuntos cubanos puedan contar con los criterios de cubanos radicados en Cuba. Sobre todo de aquéllos que desarrollamos una labor al margen del control estatal, como es mi caso. (De 1974 a 1994 me desempeñé como periodista en medios oficiales y a partir del 95 lo hago dentro del centenar de mujeres y hombres que de un extremo a otra de la Isla hemos contribuido a desarrollar el periodismo independiente).

He escrito una docena de trabajos sobre el tema negro, tabú en Cuba. En el último, titulado Las campanas no doblan todavía por los negros, redactado el 8 de abril de 2002, decía: "Queda la esperanza de que el talento negro se imponga mas allá de los delitos, la música salsa y el ring de boxeo. Y con dificultad, venciendo toda clase de obstáculos, los negros demuestren un día ser capaces de ocupar posiciones tan elevadas como en Estados Unidos hoy ocupan Condoleezza Rice y Colin Powell".

Cuando escribí ese artículo no imaginaba que un día me animaría a hacerles esta carta abierta. Después de haber conocido en La Habana al periodista Clarence Page, columnista del Chicago Tribune, residente en Washington, me decidí a redactarla.

No lo hice un día cualquiera. La escribí el lunes 27 de mayo, cuando en Estados Unidos se celebraba el Memorial Day. Una fecha que en el 2002 sirvió para recordar a las víctimas de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Escribí, además, poco después que el expresidente Jimmy Carter estuviera en Cuba y sin tapujos hablara ante un público políticamente adverso en la Universidad de La Habana. Un viaje histórico del cual los cubanos esperamos resultados concretos.

Inspirada en esa atmósfera, les pido que se olviden de Fidel Castro y su modo totalitario de gobernar. Se los pide alguien que por escribir este texto puede ir a la cárcel. Una mujer que conoce de cerca lo que es el asedio y la represión.

Piensen, por favor, en los millones de cubanos de a pie. Negros, mulatos, blancos. Mujeres y hombres quienes a pesar de 43 años de incesantes actos antimperialistas y sostenido discurso antiyanqui, no odian a los americanos. Por el contrario, aman lo más puro y noble del multiétnico y multicultural pueblo de los Estados Unidos de América.

Gente sencilla como yo, próxima a cumplir 60 años, que no pierde las esperanzas de antes de morir ver a las patrias de Lincoln y Martí convivir civilizadamente, como ahora conviven dos enemigos de antaño, Rusia y Estados Unidos.

Sinceramente, Tania Quintero Antúnez

El primer libro con una visión distinta acerca de Fidel Castro y la revolución cubana que leí me lo envió un brasileño. ¿Su título? Fidel, un retrato crítico, de Tad Szulc, periodista estadounidense de origen polaco. Estaba en portugués, pero eso no impidió que después de leerlo se lo pasara a mis hijos. Un sinfín de personas lo continuarían leyendo y le perdí la pista.

También le perdí la pista a Made in Japan, de Akio Morita, fundador-dueño de la Sony. Había sido editado en Brasil y me lo obsequió un amigo de Sao Paulo. El libro me llegó cuando en Cuba hacía furor la perestroika y la glasnost llevadas a cabo en la URSS por Mijaíl Gorbachov. En ese momento en distintos círculos profesionales (economistas, ingenieros, técnicos, periodistas, funcionarios políticos y administrativos) había gran avidez por leer acerca de la excelencia capitalista en la producción.

Yo misma traduje del portugués al español varios fragmentos de Made in Japan y los hice llegar al Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del PCC, donde a veces enviaba materiales que consideraba interesantes reproducir en unos boletines que editaban para la militancia partidista -aunque yo, debo aclarar, no era, ni nunca fui, militante del partido (para mí, mantenerme bien informada es tan importante como respirar, siempre he tenido esa vocación de hacer llegar a otros aquellas informaciones que considero valgan la pena leer).

En los veinte años en que fuí periodista oficial no tuve mayores dificultades para acceder a despachos cablegráficos, incluidos los editados por el DOR para su militancia. Después, cuando a partir de 1995 me hice independiente, a través de un amigo diplomático español conseguí que me guardaran cables de la agencia EFE que ya habían leído e iban a botar en la embajada. Una vez por semana los pasaba a recoger. En la casa los revisaba y clasificaba. Como por detrás no estaban impresos, los utilizaba para escribir. Mi nieta mayor hizo sus primeros dibujos al dorso de cables viejos de EFE.

Para contrarrestar el éxito de Made in Japan, el estadounidense Lee Iaccocca, dueño-presidente de la Chrysler, escribió Hablando francamente. El mismo amigo de Sao Paulo que me había enviado el libro de Akio Morita me lo envió. Y después de leído en mi casa lo prestamos y nunca más lo volvimos a ver.

No todos los libros obsequiados por brasileños eran best-sellers políticos o económico-financieros. Thiago de Mello cuando estuvo como jurado del Premio Casa me regaló y dedicó su libro-poema Los Estatutos del Hombre. Igual hizo Frei Betto con la edición brasileña de Fidel y la religión.

Un presente de gran valor fue un libro sobre la historia de la telenovela en Brasil y cuyo título no recuerdo: a fuerza de conocer tantos brasileños y como consecuencia del boom desatado en Cuba a partir de 1983 por el estreno del serial Una mujer llamada Malú, por cuenta propia me convertí en especialista del tema. De todos esos libros, al que le saqué más provecho fue A vida em flor de Dona Beja, de Agripa Vasconcelos, que contaba la historia de Ana Jacinta de São José, la Doña de Araxá, Minas Gerais, y cuyo vida inspiraría la telenovela Doña Beija, interpretada por Maité Proença y uno de los pocos folletines de la TV-Manchete que ha logrado hacerle competencia a la Rede Globo.

En Opina, tabloide para los consumidores que circuló en La Habana en la década de 1980-90, siempre tuve espacio para publicar sobre artistas y novelas de Brasil. Ahí publiqué resúmenes del libro y después con todo ese material hicieron un folleto dedicado a las dos Beija: la real y la ficticia.

El departamento de programas dramatizados de la Televisión Cubana nunca había podido competir con producciones foráneas, casi todas procedentes de Brasil, Argentina, México o Colombia, pero "tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe". Por los días en que escribí estos recuerdos, en la página digital del periódico español El Mundo encontré la siguiente noticia: Una telenovela sobre el sida y el sexo revoluciona Cuba.

En ella se dice que La cara oculta de la luna, "ha generado un aluvión de comentarios entre los telespectadores que han sido recogidos por los principales medios de comunicación cubanos. Freddy Domínguez, el guionista, explicó que la novela se basa en cinco historias con un hilo conductor, el sida. Por primera vez se presentan personajes bisexuales, escenas de desnudos "muy fuertes"para una parte de la opinión pública y situaciones tratadas sin los convencionalismos habituales.

La cara oculta de la luna estaba teniendo más de un 70 por ciento de audiencia -algo normal en un país con sólo cuatro canales de televisión, todos estatales- y el interés mayor lo despertaba entre jóvenes y mujeres. Los índices de teleaudiencia superaban a los de la novela brasileña Señora del destino.

Tania Quintero
Redactado en 2006 y publicado en septiembre de 2009 en este blog.
Video: 2005. Gal Costa (1945) y Gilberto Gil (1942) en Falsa Baiana, de Geraldo Pereira.

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