En febrero de 1957, Gaspar Pumarejo, uno de los nombres más prominentes de la industria televisiva cubana, y famoso por su extraordinario instinto para el marketing, organiza a través de su canal-empresa Escuela de Televisión un homenaje a un grupo de treinta músicos cubanos que en distintos países llevan exitosas carreras y han contribuido a la difusión de la música cubana.
Los trae a La Habana con todos los gastos pagados y un amplio barraje publicitario del evento que denominó Cincuenta años de música cubana, un gran programa musical que transcurrió en el antiguo Stadium del Cerro (hoy Estadio Latinoamericano). Uno de esos cubanos fue Vicentico Valdés, quien viajó desde Nueva York junto a Frank Grillo, Machito, Mario Bauzá, Graciela, Francisco 'Chino' Pozo y alguien que, sin ser cubano, también estuvo presente: Tito Puente. Aquí Vicentico se encuentra con un grupo de autores del movimiento del feeling, que habían creado la editorial Musicabana, y con cuyo repertorio estaba muy actualizado gracias a la labor de su representante en Nueva York, Giraldo Piloto Iglesias, padre del prolífico compositor Giraldo Piloto Bea (del binomio Piloto y Vera).
A lo largo de su carrera en las décadas de 1950 y 1960, Vicentico demuestra especial predilección por el repertorio filinesco: ahí están sus grabaciones de obras de estos autores, en los tempranos cincuenta: Tú mi amor divino y Soy feliz, ambas de José Antonio Méndez, y Nueva vida , del binomio Piloto y Vera, hasta donde sabemos, sus primeros registros de piezas del repertorio del feeling, grabados todos cuando aún era parte de la orquesta de Tito Puente. Es Vicentico quien lleva a planos de éxito las primeras composiciones de Piloto y Vera y de Marta Valdés. Apostaba, en resumen, por autores que todavía eran poco conocidos y difundidos, en su mayoría, pero reconocía su valía y la singularidad de sus obras, que en su voz y grabados por Seeco, tenían amplia distribución en los círculos latinos en Estados Unidos y en Latinoamérica.
De José Antonio Méndez, además de las ya mencionadas, registró La gloria eres tú, Quiéreme y verás, Me faltabas tú, Decídete mi amor, Tú mi adoración. De Rosendo Ruiz Quevedo, Rico vacilón, Cuchillo, No lo creas, Ya no te puedo amar. Jorge Zamora vio grabadas sus piezas Derroche de felicidad, Estoy vencido, Enséñame tú, Probándolo se sabe, La radiactividad. De Elisa 'Chiquitica' Méndez, hermana de José Antonio, escogió Una aventura y Pudiera ser. A Eligio Valera le grabó Reverso y La noche morena. A Jorge Mazón, Tú, mi rosa azul, Reyes Magos y Rey negro. A Armando Peñalver, Si me dices que sí y Cuando estoy junto a ti. Al binomio Yañez y Gómez (Luis Yáñez y Rolando Gómez), le grabó Qué ambicionabas tú. A Francisco Fellove, Lindo omelencó y Cualquiera baila batanga. De Armando Guerrero, Armandón, hizo muy popular su grabación de Todo aquel ayer. De Ricardo Díaz grabó Yo vivo para ti, No tengo nada y Piénsalo bien. Y a Julio Bequé Jr., Ayer no es hoy.
Particular énfasis merece la labor de Vicentico Valdés con la obra de unos muy jóvenes y aún casi desconocidos compositores: el binomio autoral Piloto y Vera (integrado por Giraldo Piloto Bea y Alberto Vera Morúa) y Marta Valdés, en quienes confió como autores y no dudó en llevar al acetato numerosos temas suyos. De Piloto y Vera, además de Nueva vida, llevó a discos sus grandes éxitos Fidelidad, Hoy mañana y siempre, Tu verdad, Querer o no querer, Cómo decirlo, Si no hay razón, Pecado y redención, Sin reciprocidad, Si es así y Duele, que pasaría a formar parte del repertorio de Elena Burke. Por su grabación de Añorado encuentro recibiría Disco de Oro en 1958, algo de lo que siempre estuvo sumamente orgulloso al punto de llevar colgado a su cuello siempre una réplica de este premio. El hermosísimo bolero que Giraldo Piloto Bea compusiera para su amada Josefina Barreto Brown estuvo siempre entre los preferidos de Vicente, junto a Envidia, de los Hermanos García Segura y Los aretes de la luna, de José Dolores Quiñones.
En el caso de Marta Valdés, en 1957 le graba su bolero En la imaginación, que sale al mercado el año siguiente.
“A mí, recién nacida al mundo de las canciones, me tocó gozar del privilegio de recibir un buen día, orquestada por René Hernández, arropada entre flautas y violines sazonados por los solos de piano de ese gran músico, la primera grabación de una composición mía, puesta en la voz enorme del gran Vicentico. Finalizaba el año 1957; igual suerte –a la par de las más recientes piezas de mi amigo Piloto- corrieron algunas otras de mi naciente producción, ahora seleccionadas por el propio intérprete, de visita en su tierra y sentado delante de mí en el rincón de trabajo que las vio nacer", escribiría Marta Valdés . De ella Vicentico grabaría también Tú dominas, Llora, llora; Deja que siga solo, Vuelve en ti, Tú no hagas caso, Tengo, y el gran clásico Y con tus palabras, por Vicentico y por su autora.
El Vicentico bolerista instaló su popularidad en Cuba de la mano de Piloto y Vera y de Marta Valdés, y fueron la radio y la victrola quienes democratizaron los textos brillantes y profundos, y el sonido increíble de los boleros por ellos creados. Sencillamente, los hizo imprescindibles a la hora del amor y el desamor. Pocos cantantes hicieron tanto por difundir el repertorio de los compositores del feeling, pero el único que lo hizo desde su ya conquistada popularidad en los Estados Unidos y muchos países latinoamericanos, fue Vicentico Valdés.
Vicentico, por fortuna, gozó del favor popular en su tierra en cuotas inimaginables, como ya se ha mencionado, pero otra cosa muy distinta fue, al parecer, su relación con la industria cubana del espectáculo, incluída la televisión. En la cresta de la ola de su popularidad, Vicentico realiza dos viajes a Cuba en 1959 y 1960. Llega a La Habana en el mismo comienzo del año 1960, y la revista Show desvela un hecho insólito: el columnista de la sección Entre show y show al tiempo que constata el tremendo éxito en su voz de Los aretes de la luna, escribe: “No nos explicamos cómo Vicentico Valdés con la fama que tiene en Cuba, como se venden aquí sus discos, no haya sido contratado para encabezar una de las grandes producciones musicales del momento. Si fuera extranjero, le hubieran ofrecido miles de pesos.” El sello Discuba había comenzado a distribuir con gran éxito de ventas, según la prensa, el LP El gran Vicentico, que recogía las mejores interpretaciones del cantante. Seeco, por su parte, lanzaba el LP Más éxitos de Vicentico Valdés donde ya incluye piezas de Piloto y Vera y de Marta Valdés y de otros compositores del feeling, siendo recibido también con notable éxito comercial.
A pesar de todo esto, de la acción de la prensa y de su incuestionable popularidad, Vicentico no logra presentarse en ningún espacio televisivo ni cabaret. Aunque había hecho presentaciones en muchos países del continente, para el musicógrafo Max Salazar, es su grabación del tema La montaña, del compositor catalán Augusto Algueró (1934-2011), también para el sello Seeco, lo que lo convierte en una superestrella internacional de largo alcance. Ya como un artista en solitario, tras romper su orquesta, es contratado para presentarse en numerosos países latinoamericanos, donde la figura del crooner latino alcanzaba gran popularidad y ratings de ventas de discos, teniendo a Lucho Gatica como figura cimera en los finales de los 50. Pero Vicentico trae otro repertorio, otra manera de cantar quizás menos melosa, más rotunda y desenfadada, y un repertorio inteligentemente elegido, y asegura el triunfo.
A inicios de los 60, Vicentico consigue también pegar temas de autores no cubanos, como su monumental interpretación del bolero Envidia, de los españoles García Segura. La internacionalización del éxito de Vicentico como bolerista lo sumará también en los próximos años a la balada, estilo que dominó la década de los sesenta y que en su caso le llevó a interpretar piezas como La felicidad, del argentino Palito Ortega) y hacer versiones en español de baladas de éxito internacional, como Una casa en la cima del mundo, de Pallaviccini, Aquel amor, versión de Honey, de Rusell, Strangers in the Night en un peculiar crossover a la inversa, así como otros éxitos hispanos o latinos como Acompáñame de Algueró y Camino del puente, del cubanoamericano Roberto Ledesma. No se amilanó para hacer inolvidables versiones de tangos (El último café), valses peruanos (Amarraditos) o guaranías como Mis noches sin ti, del compositor paraguayo Demetrio Ortiz, como señala acertadamente Tania Quintero en Recordando a Vicentico Valdés.
Se hizo acompañar por formaciones de diverso género, desde orquestas típicas, conjuntos, charangas, hasta orquestas de cuerda, mariachis, combos, grupos típicos sudamericanos, como La Rondalla Venezolana. Nutrió su repertorio de cerca de 500 canciones; grabó 50 LPs y algunas de sus interpretaciones son consideradas verdaderos íconos.
Sus últimos discos fueron tres producidos por el bajista y director puertorriqueño Bobby Valentín bajo el sello Bronco: Vicentico Valdés y la Orquesta de Bobby Valentín, grabado en 1982, que incluye revisitaciones a éxitos anteriores como Fidelidad (Piloto y Vera), Plazos traicioneros (Luis Marquetti) y Derroche de felicidad (Jorge Zamora), Qué sabes tú (Myrta Silva), Ha surgido un amor (Carmelina López), Te compro mi libertad (Ch. García), Todo eso y más (Rudy Calzado) y tres números del cubano René Touzet: Entre este mundo y Dios, Eres feliz y Conversación en tiempo de bolero.
El segundo disco, Vicentico Valdés: en la lejanía con Bobby Valentín y su Orquesta, editado en 1993, con arreglos y dirección musical del cubano Mandy Vizoso e incluye los temas Lo vivido (Raffie Escudero), Por favor (Tony Sanch), Cuando tú no estás y Anoche (del boricua Noel Estrada); El último café (Cátulo González), En la lejanía y Experiencia, de René Touzet, y nuevas versiones de Quiéreme y verás, Estoy vencido, Si te dicen, de los cubanos José Antonio Méndez, Jorge Zamora y Orlando de la Rosa respectivamente. La triología con Bobby Valentín cierra con Clásicos de Vicentico Valdés y la Orquesta de Bobby Valentín, editado como homenaje póstumo en 1996. Aquí Vicentico entrega nuevas versiones de Los aretes de la luna (José Dolores Quiñones), un medley de autores cubanos, en su mayoría del feeling: La gloria eres tú y Me faltabas tú (José A. Méndez), Todo aquel ayer (Armando Guerrero), La dueña de mi corazón (Pepé Delgado) y Una aventura (Chiquitica Méndez), seguido de La montaña (Augusto Algueró), Envidia (Hermanos García Segura), Mis noches sin ti (Demetrio. Ortiz) y otro medley: Tus ojos (Pepé Delgado); las versiones en español de Honey y Stranger in the night, Voy a apagar la luz, del mexicano Armando Manzanero para finalizar con los rotundos Cómo fue (Ernesto Duarte) y Añorado encuentro (Piloto y Vera).
Sobre este trabajo, Bobby Valentín declararía: “Lo de Vicentico Valdés fue un exquisito experimento, porque él era mi ídolo y por tu ídolo haces lo que sea. Pues se me ocurrió hacer este disco de boleros y fue tanto el éxito, que terminamos haciendo dos discos más. Fíjate que hasta Cuba llegó el éxito porque nos llegaban gran cantidad de cartas a la oficina felicitándonos por el disco. Ahora, si me preguntas, cómo llegó el disco, pues, no sé”.
Vicentico siguió viviendo en el Bronx, en Nueva York. Viajó mucho, visitando y trabajando en Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Venezuela, México, Nicaragua, Honduras, Costa Rica, Panamá, España, Francia. En Estados Unidos se presentó en los más afamados teatros y salas ligados a la música latina: el Million Dollar de Los Angeles, el Park Plaza, el Teatro Hispano, el Palladium y muchos otros. Pero los cubanos de la Isla siempre tuvieron escasas posibilidades de disfrutar de sus actuaciones en directo, pues en su época de mayores triunfos fueron escasísimas, y después de 1960, ninguna, contrario al monumental éxito de sus boleros que le garantizaron el éxito a nivel discográfico y radial.
Como acostumbrara y mientras pudo, se mantuvo en activo y con el oído aguzado hacia lo que se hacía en la Isla. Ahí está su grabación de la inmensamente popular De mis recuerdos, una de las más tempranas obras compuestas por Juan Formell mucho antes de que fundara Los Van Van, y que grabara Vicentico para el sello Tico en 1972, bajo producción de Joe Cain.
Vicente L. Valdés Valdés moriría el 25 de julio de 1995, en el Bronx, a causa de un dolencia cardiovascular que sufría desde hacía tiempo. Tenía 76 años.
La versatilidad que caracterizó la obra interpretativa de Vicentico, es resumida con mucho tino por el doctor Cristóbal Díaz Ayala: “Vicentico tuvo una característica que muy pocos cantantes poseen: el talento para ajustar su estilo a los gustos de su público, cambiar del guarachero de su etapa en México, al cantante estrella de mambos, o de música romántica o la muy difícil especialización de cantante de feeling”.
Ya no hay victrolas, pero en nuestros móviles y reproductores de música, la voz de Vicentico vuelve desde el pasado y se presenta retadora, sin perder frescura ni actualidad y, según la circunstancia, estremeciéndonos de alegría o de pesar: no hay un recopilatorio ni un playlist de música de esos años, de boleros, baladas y canciones que cantan a los sentimientos humanos, que no aprese el timbre peculiar y el fraseo tan personal del gran Vicentico Valdés. De preferencia, en mi playlist victrolero, me quedo con el último café…
Rosa Marquetti
Desmemoriados, junio de 2018.Leer también: El bolero en Colombia, un viejo amor.
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