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lunes, 13 de agosto de 2018

El último café con Vicentico (I)



Si la victrola cubana tiene un ídolo perdurable más allá de su existencia misma, ese es Vicentico Valdés. Y en el caso específico de su carrera musical, la victrola, como ente diseminador de música, tuvo una importancia crucial. No hay cubano que exhiba canas, que no recuerde emocionado la voz de Vicentico desparramada por las calles, más allá de los límites de los bares y las bodegas que acogían a aquellos artefactos sonoros que el cubano bautizó como traganíqueles, porque una moneda de cinco centavos (o nickel) era capaz de poner en marcha una avalancha de vivencias sentimentales atiborradas de amor, desengaño, frenesí o despecho; o de guaracha franca y bailable, sin cabida para el desaliento o la amargura.

La relación de la victrola con Vicente fue peculiar, diría que marcada, en cierta medida, por lo inusual, pues los boleros que cantaba el cubano se distinguían entre muchos de los llamados “boleros victroleros” o “boleros cortavenas”, donde no siempre los textos acusaban una poética atendible, ni su música denotaba una elaborada o renovadora construcción. Más allá de su interpretación singular y sentida, de ese fraseo que hacía trizas el tiempo de las palabras y su timbre raro y poderoso, Vicentico destacaba como pocos por una atinada selección de un repertorio, que en su momento llegó a recoger obras de compositores que representaban la vanguardia de la canción cubana y latinoamericana. Estando ya en lugares importantes dentro de la música latina que se originaba en Nueva York, Vicentico no sólo acogió las canciones de los entonces emergentes compositores del feeling, sino que supo comprender su significado de trascendencia y cambio en el cancionero de habla hispana.

Contrario a lo que muchos estudiosos afirman fuera de Cuba, Vicentico fue inmensamente popular entre sus coterráneos isleños, pero esencialmente como el bolerista peculiar e icónico que fue, pues es ésa la faceta de su vida musical conocida que recibió los mayores elogios y por la que ha tenido legiones de adoradores en su país natal, donde muy pocos alcanzaban a conocer o recordar su labor como sonero, cantante de danzonetes o guarachero. No por gusto la radioemisora cubana COCO El Periódico del Aire mantuvo durante muchos años un espacio permanente dedicado a Vicentico.

Si a esto se suma el detalle no desdeñable de que Vicentico Valdés vivió la mayor parte de su vida en Estados Unidos, no en Cuba, entonces, no cabe duda: estamos ante el fenómeno inusual de un profeta en su tierra, quien no vio disminuido su éxito por el escaso contacto directo que tuvo con su público cubano: lejos de ello, cada grabación que circulaba en la Isla, acrecentaba su popularidad, dejando una huella honda en el imaginario popular que aún no se borra, ni se olvida. En paralelo, Vicentico fue construyendo, con persistencia y creciente calidad, una carrera ultramarina, un lugar de ídolo de hondo calado en la comunidad latina en Estados Unidos y otros países que, al decir del cronista Max Salazar, lo identifica, más allá de su incursión orgánica en otros géneros, como una especie de Frank Sinatra latino, unido sin fisuras a las palabras amor, romance, ternura.

Tuvo que pasar tiempo para que muchos de mi generación -me incluyo- aprendiéramos no sólo a valorar, sino también a disfrutar la voz de Vicentico. Llegó a ser tan popular, tan venerado al nivel de la victrola del bar de la esquina donde cualquier parroquiano podía pedir un trago y sentarse a vacilar su voz afinada y melosa, sin esconder un rescoldo de guapería y desafío, que ciertos guardianes de la estética se apresuraron en etiquetar su estilo como cursi, ante la avalancha sesentera de canciones de muy diverso signo y procedencia, donde la profundidad y el compromiso social en las letras y las complejas armonías y nuevos modos de hacer y cantar, ponían a la canción en el ámbito del pensamiento social, de análisis y reflexión, además del disfrute. Y hubo momentos en que asegurábamos, errados como estábamos, que diferentes miradas hacia la canción no podían coexistir y que sólo lo profundo, lo que hablaba de políticas e ideologías, era válido.

Pero los boleros de Vicentico resistieron y perduraron mucho más de lo que podíamos imaginar y hoy se redescubren como quien cata un ron añejo o un vino debidamente envejecido. Debió intuír que así sería: quienes le conocieron cuenta que desde su Nueva York de adopción le interesó siempre que sus temas sonaran y gustaran en Cuba, aunque viviera donde viviera; se aseguraba de que su disquera Seeco, sus editores y hasta él mismo enviaran sus discos a las radioemisoras cubanas. Lázaro Montero, uno de los fundadores de Los Bailadores de Jazz de Santa Amalia y asiduo al Gato Bar, uno de los sitios donde recalaban los fanáticos del jazz y el feeling en los años 50, afirmaba que Vicentico enviaba al dueño del minúsculo bar de Zanja y Belascoaín desde Nueva York y de manera regular los discos suyos que iban saliendo, como mismo hacía con otros amigos propietarios de sitios similares.

Vicentico era habanero, del barrio de Cayo Hueso, nacido en la calle Espada, según algunas fuentes. La mayor parte de los escritos biográficos sitúan con ambigüedad su nacimiento el 13 de diciembre de 1919 y el 10 de enero de 1921. Sin embargo, los documentos de inmigración y naturalización en Estados Unidos indican que vino al mundo el 10 de diciembre de 1918. Ramón y Amparo, sus padres, lo fueron también de otros grandes y destacados músicos cubanos: el cantante Alfredito Valdés (La Habana, 1908-Nueva York, 1988); los percusionistas Marcelino y Oscar Valdés. (Esta venerable familia de músicos Valdés no tiene nada que ver con otra no menos venerable para la música: la que encabeza el patriarca Ramón 'Bebo' Valdés, padre de Chucho).

Vicentico demuestra muy temprano su inclinación por la música. En los años dorados del son seguía a su propio hermano Alfredito, a Cheo Marquetti y a Abelardo Barroso. Sus inicios musicales, por tanto, están totalmente ligados al entorno de los sextetos y septetos: el relevante cronista e investigador newyorrican Max Salazar sitúa a Vicentico Valdés debutando con el Sexteto Nacional en 1930. Otro importante investigador, Jesús Blanco Aguilar, comenta que en 1931 Alfredito León crea el Septeto Orbe, donde Vicentico compartía la parte vocal con Marcelino Guerra, Rapindey, también en la guitarra y asumiendo la voz segunda, pero esto es poco probable, ya que, de haber nacido en 1918, Vicentico contaría en la fecha de creación de ese septeto, sólo 12 años! La misma fuente indica que el propio Alfredito León crearía en los 40 otra formación similar: el Septeto Los Leones, en el que señala a Vicentico como voz prima y claves, junto al tresero Cristóbal Dobal y otra vez, Marcelino Guerra.

Algo similar ocurre cuando Max Salazar sitúa el inicio de la carrera musical de Vicentico en 1930, a raíz de la muerte inesperada de Cheo Martínez (él indica el apellido Jiménez), cantante del Septeto Nacional, durante la travesía que llevaría a esta agrupación a España para participar en la Feria Internacional de Sevilla. La Feria transcurrió en 1929, por lo que Vicentico tendría a lo sumo 11 años de edad. ¿Habrá sido un niño precoz para el canto? Quizás la confusión venga de la comprobada filiación de su hermano Alfredito a esta agrupación en años posteriores, aunque Cristóbal Díaz Ayala, en afirmación más atinada, indica que Vicentico cantó por corto tiempo y recomendado por Alfredito su hermano en el Segundo Septeto Nacional.

Los inicios soneros de Vicentico se asocian también, según algunas fuentes, a su paso por el Sexteto Jabón Candado y a la invitación que, a los 18 años, en 1936, le hiciera su hermano Alfredito para cantar “Flor de Ausencia” con la orquesta de Cheo Belén Puig, en la habanera radioemisora CMQ, formación en la que poco tiempo después sustituiría a su hermano también por pocos meses. En su edición del 27 de octubre de 1937, el Diario de la Marina lo anunciaba como “el nuevo cantante” de esta orquesta, que se presentaría el siguiente 6 de noviembre en el Palacio Guasch, en Pinar del Río.

De estos tiempos, probablemente, datan las grabaciones que realizara junto a Marcelino Guerra, Rapinde, integrando el Trío Criollo y que fueron publicados en Estados Unidos por el sello Varsity, al parecer en 1940. Se trata del bolero-son Amor inolvidable y Como me haces mal (Varsity 3019); la guaracha Perillan y Sol de Libertad, clasificado como afro-cubano (Varsity 3018), todos de la autoría de Guerra y Julio Blanco.

Vicentico, sin saberlo, va acopiando experiencia diversa al pasar por septetos y conjuntos, cantando sones, danzonetes y guarachas. En mayo de 1939 ya se le ve en el cine-teatro Tosca junto a Emilio de los Reyes, como cantante de la orquesta Cosmopolita, una formación estilo jazz band liderada por el saxofonista Vicente Viana, que había sido fundada un año antes, en 1938. Canta de manera regular, entre bailes y fiestas, con ésta y otras agrupaciones en la emisora RHC Cadena Azul y allí donde sea posible. En 1940 él y su hermano Alfredito son los cantantes de la Cosmopolita.

Como otros músicos cubanos en la época, decide probar suerte en México, a donde viaja en 1944 y trabaja con numerosas formaciones y en todos los sitios donde puede. El músico mexicano Julio del Razo, lo vincula al SonCuba, grupo de cubanos donde el único mexicano era él, del Razo, cantando como segunda voz y tocando el tres: “Modesto Durán, un tumbador [cubano] que murió en Los Angeles, organizó el grupo, junto con Ramoncito Castro. Vicentico Valdés era el cantante. De bajista estaba Andrecito López Montenegro. El trompetista era un negrito cubano, Oscar O’Farrill “Florecita”, que vino aquí (a México) con el cuarteto Hatuey. Tocaba el clarinete Mariano Mercerón, que todavía no era conocido en México. Santos Carbó, a quien decíamos Gigí, era el pianista.” Del Razo describió al SonCuba como un grupo de “puras estrellas”. Cuando su cantante era Vicentico, SonCubaestuvo contratado en el cabaret Montparnasse “lo que es hoy la Farmacia París, de las calles Cinco de Febrero y República del Salvador”, contaría Del Razo a la periodista Merry Mac Masters.

Vicentico trabajaría también con las orquestas de Arturo Núñez, Rafael de Paz y Chucho Rodríguez. haciendo con ellas muchos programas de radio. Según los recuerdos de Chucho, la empresa del mismo Montparnasse contrató a Benny Moré para que cantara con él y su conjunto tropical, con el que ya trabajaban varios cantantes (Tony Camargo, Alfredito Valdés, Kiko Mendive). “Alternaban los turnos de 45 minutos y al amanecer, todos iban al café a desayunar y charlar.” Carlos Daniel Navarro, Lobo –del binomio Lobo y Melón- y también protagonista de la historia entre músicos mexicanos y cubanos por aquellos años, menciona el nombre de Vicentico Valdés cuando se refiere a la época de oro de la música afroantillana en su país natal, México: “Fue cuando llegaron Vicentico Valdés, Benny Moré, Kiko Mendive y Mongo Santamaría”. Luis Angel Silva, Melón, comparte también esta opinión, agregando otros nombres aún recordados por los mexicanos, como Miguelito Valdés, Antar Daly y Cheo Marquetti.

Estando aún en México, en 1946 y bajo contrato con el sello Peerless, Vicentico hace sus primeras grabaciones: sería un número importante de temas, esencialmente guarachas, sones y afros, cercano todo al estilo que había popularizado Orlando Guerra, Cascarita,en México. Dice mi gallo, Lo último, El tumbaíto y Champú de cariño serán los primeros en registrarse, con Vicentico como voz principal de la orquesta de Rafael de Paz. Luego, con el Conjunto Tropical de Humberto Cané fija Tambó, Negra triste, Con un solo pie y Bruca maniguá. Ese mismo año graba también tres temas con la orquesta de Absalón Pérez: Consuélate, La ola marina y Me voy pa’Chapultepec. Durante 1947 graba poco más de una decena de temas en el mismo estilo con el Conjunto Tropical; dos con el Conjunto Tropical Panchitín y cuatro con el Conjunto Cubanacán, todas también para el sello Peerles. Muchos de estas piezas tuvieron amplia difusión radiofónica a través de las presentaciones en vivo que regularmente hacía Valdés en México con las orquestas de Arturo Núñez, Rafael de Paz y Chucho Rodríguez, principalmente en la estación XEW. Lejos está aún Vicentico Valdés de deslumbrar con su voz romántica, nada sonera o guarachera.

Algunos hechos confirman la presencia de Vicentico Valdés en Estados Unidos ya en 1947, en momentos en que la escena musical latina en Nueva York y Los Angeles denotaba una influencia creciente de los ritmos y los músicos cubanos. Aunque se le acreditan grabaciones con la Orquesta de Noro Morales en Nueva York en 1947, Cristóbal Díaz Ayala insiste en que la voz que aparece en el registro no es la de Vicentico, sino la de Machito. Las que sí corresponden a Valdés serán las que grabó con Morales años después, en 1950. En 1948 está en Los Angeles donde conquista el favor de amplios sectores de mexicano-americanos residentes en la Costa Oeste. Regresa a México, para resolver asuntos pendientes y trasladarse definitivamente a Estados Unidos, y en febrero de 1949 ya está domiciliado en Nueva York, donde encuentra a coterráneos amigos, como Marcelino Guerra –quien le ofrece trabajo en su grupo, y el percusionista Francisco Chino Pozo, un viejo amigo, quien propicia un encuentro que le cambiaría la vida: le presenta a Tito Puente, y éste le invita a un ensayo para una inminente grabación con el sello Verne.

Cuenta Max Salazar que esa noche Paquito Sosa, el vocalista de Tito enfrentaba dificultades para encarar el tema Tus ojos y Chino Pozo le sugiere al timbalero que pruebe a Vicentico, y años más tarde comentaría: “Aquello fue único, un sonido romántico, nunca antes escuchado en la música latina”. El final de la historia se puede suponer: Vicentico terminó realizando su primera grabación en Estados Unidos con Tus ojos y Camagüey, junto a Tito Puente. El célebre timbalero contaría su propia versión de su encuentro con Vicentico Valdés: “Uno de los miembros de la orquesta vio a un cantante cubano muy popular en el público, justo delante de la tarima donde estaba la banda. Oye, lo subí al escenario, y siempre pensé que ya tenía un cantante, pero cuando escuché a Vicentico cantar un bolero, supe que éste era justo lo que necesitaba para la orquesta. Qué clase de voz!” Josephine Powell remarcaría esta impresión: “Tito sabía que Vicentico gozaba ya de cierta reputación como cantante, que era un verdadero sonero, cuyas inspiraciones podían dotar a su banda de un auténtico sonido cubano, que era lo que Tito necesitaba.”

Vicentico será a partir de entonces el cantante más popular de la Orquesta de Tito Puente, con la que realizará numerosas grabaciones durante ese y los años siguientes de la década de 1950. En 1953-1954 es enviado a La Habana por el sello Seeco para grabar con La Sonora Matancera, lo que, en opinión de Díaz Ayala, “le dio una exposición mucho más grande en Cuba y toda la cuenca caribeña.” En esa década, Vicentico grabará poco más de una docena de temas con La Sonora Matancera.

Alentado por este éxito y con el respaldo disquero de la Seeco, al regresar a Nueva York a finales de ese año Vicentico funda su propia orquesta, que va a contar con los newyorricans Manny Oquendo en el bongó, y Ray Coen-Concepción como pianista y arreglista; y el norteamericano Joe Caine en la trompeta. Otros prominentes músicos pasaron por su orquesta: Alfredo Chocolate Armenteros, Víctor Paz, Jimmy Firsaura y Pat Russo, en las trompetas; Jesús Caunedo y Al Tenenbaum, saxos altos; Shelly Gold, saxo tenor; Dave Kurtzerm, saxo barítono; Frank Anderson, pianista, Bobby Rodríguez, bajo; Mervin Gold, trombón; Félix Ventura, congas; Joe Rodríguez, timbal; José Mangual, bongó, y en el coro Felo Brito, el puertorriqueño Chivirico Dávila y otros.

Alcanza rápidamente niveles de éxito con las grabaciones de Derroche de felicidad, de Jorge Zamora); Cómo fue, de Ernesto Duarte; Plazos traicioneros, de Luis Marquetti; Si te dicen, de Orlando de la Rosa y Tiernamente, la versión en español de Tenderly, de W. Grossy J. Lawrence, llevando a su orquesta a los primeros lugares entre las formaciones latinas. El experimentado René Hernández estuvo a cargo de los arreglos en la mayoría de las grabaciones que Vicentico con su orquesta realizarán para Seeco, muchas de las cuales se convierten en rotundos éxitos en Cuba y Latinoamérica.

Con su banda se presenta con regularidad en el mítico club Palladium, de Nueva York. Su orquesta es una de las que sobresalen en el Festival de Carnaval el 4 de marzo de 1956 en este afamado ballroom neoyorkino, junto a las de Machito, Tito Puente, Arsenio Rodríguez y Tito Rodríguez, entre otros. Durante sus años de actividad la orquesta de Vicentico Valdés fue dirigida indistintamente por René Hernández, Charlie y Eddie Palmieri, Javier Vásquez y Horacio Malviccino En marzo de 1958, la revista Show anunciaba la presentación de Vicentico Valdés en Caracas, Venezuela, con la orquesta de Aldemaro Romero en ocasión de las fiestas carnavalescas.

Rosa Marquetti
Desmemoriados, junio de 2018.

Video-audio inicial.- El último café es un tango, con letra del poeta Ovidio Cátulo González (Buenos Aires 1906-1975) y música de Héctor Luciano Stamponi (1916-1997).

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