lunes, 29 de mayo de 2017
La Lupe, el arte del frenesí
La última gran figura que estremeció La Habana nocturna que retrata Guillermo Cabrera Infante en su novela Tres tristes tigres fue una mulata bonita y sensual que llegó a la capital cubana con este expediente inofensivo: le gustaba la música, era maestra de primaria y había nacido en el barrio San Pedrito de Santiago de Cuba.
La mujer se llamaba Lupe Victoria Yoli Raymond, sus amigos íntimos le decían Yiyiyi y cuando se ponía a cantar exigía que le llamaran La Lupe.
La santiaguera consiguió que la contrataran en el club La Red, en 19 y L, en el corazón de El Vedado, y aquel escenario comenzó a desbordarse cada noche porque La Lupe -"un fenómeno fenomenológico", escribió Cabrera Infante- era un ciclón con buena voz, una tormenta afinada y sensible que hacía más dramáticos que nadie los boleros y actuaba impulsada por una furia interna que podía, en medio de la melodía, romper diez vasos o caerle a zapatazos al pianista.
La Lupe era el atrevimiento, la irreverencia, la violencia y la belleza en un solo cóctel concentrado en su anatomía de un tipo de mujer que en Cuba llaman mulata blanconaza y su arte sacudió la ciudad, el país y aunque una corriente de críticos moderados y correctos rechazaban sus tánganas nocturnas, su nombre se instaló junto a los músicos más populares de la época.
Su paso por el escenario, su voz y su talento llegaron a impresionar a dos personajes que pasaron por La Habana y tuvieron que decir algo sobre ella. Uno fue Jean Paul Sartre. El francés dijo que La Lupe era "nn animal musical." El otro, Ernesto Hemingway, la describió como "la creadora del arte de frenesí".
La Lupe se fue de Cuba en 1962 agobiada porque su arte no encajaba con el proceso político que se iniciaba en el país. Fue a parar a México y de ahí Nueva York donde se reafirmó como una artista de renombre universal. En esa ciudad murió en 1992, pobre, devastada por las drogas y otras derivas particulares. Tenía 55 años.
Su vida y sus canciones siguen vigentes. Se han hecho documentales, se han escrito libros y algunos cineastas, como el español Pedro Almodóvar, han utilizado la música de La Lupe en sus filmes.
El Mundo cultural de Hispanoamérica está empecinado en que la cantante no se pierda en el olvido. El pasado 6 de marzo, en Nueva York, donde una calle en 'spanglish' se llama La Lupe Way, el periodista Armando López dio una conferencia sobre el paso de la santiaguera por el mundo. "Intensa, desbordada, irrepetible. La Lupe es el último grito de rebeldía de la música cubana", dijo López.
Raúl Rivero
El Mundo, 14 de marzo de 2017.
Leer también: La Lupe, legendaria, irrepetible: Víctima de una mala biografía; Dios y el diablo en el cuerpo: "La Lupe no usó drogas ni se quitó la ropa en televisión" y La Lupe, reina poseida, libro del escritor dominicano Israel Matos.
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jueves, 25 de mayo de 2017
Los olvidados: Jorge Bolet
El más importante pianista cubano del siglo XX, Jorge Bolet, nació en El Cerro, La Habana, el 15 de noviembre de 1914 y el 16 de octubre de 1990, un mes antes de cumplir los 75 años, murió olvidado en Mountain View, Santa Clara, California, después de más de treinta años de exilio.
Bolet fue un excelente intérprete de la obra pianística de Liszt, Chopin y Rachmaninov, entre otros, y alcanzó un nivel de virtuosismo al nivel de los mejores pianistas del mundo. Sus clases magistrales y otras interpretaciones por suerte se conservan, y pueden ser vistas y escuchadas en You Tube; son un claro ejemplo no solo de su maestría, su profundidad, su dominio de la interpretación de los compositores románticos, sino también de sus capacidades pedagógicas.
Una de sus primeras grabaciones, en realidad la segunda -la primera fue de obras de Lecuona, Albeniz, Falla y Granado para el sello discográfico Boston Records-, por pura casualidad la adquirí a inicios de los años 60 en una vieja librería, que visitaba frecuentemente y que si mal no recuerdo se llamaba Gelado, se encontraba a unos pasos del Edificio Masónico, por la calle Belascoaín (entonces, aún no se había producido la catástrofe de 1968 que no dejó ningún comercio privado en pie).
A Bolet nunca lo había oído y la obra que interpretaba en ese viejo disco de vinilo me era en esos momentos desconocida: el Segundo Concierto para Piano de Prokofiev. Por otra parte, el sello de la compañía de grabación no auguraba nada bueno, ya que la Remington no estaba ni tan siquiera en la segunda línea, era una marca barata. Pero me llamó la atención que al dorso se encontraba una dedicatoria del mismo Bolet a una persona llamada Margot. Era una humilde dedicatoria, no recuerdo el texto exactamente, pero le reclamaba que oyese con simpatía su interpretación.
Compré el disco y al llegar a mi casa me dispuse a oírlo, la experiencia fue impactante, estaba ante una obra pianística de tremenda dificultad que Bolet solventaba de manera increíble y en apariencia con una facilidad fuera de lo común, estaba oyendo una obra maestra por un pianista magistral. Al salir de Cuba, entre otras cosas, tantas, quedó allá ese disco. En Estados Unidos traté de obtenerlo, pero fue imposible, nadie lo conocía, no existía una versión en CD, o en ese momento no la encontré.
Despues supe que existen tres versiones en CD: la primera es de 1974 una versión en estéreo, Turnabout Vox TV-S 34543 este sello adquirió los derechos de la Remington, pero no se encuentra en el mercado, es la versión original y aprovecha el experimento que la Remington se encontraba realizando, cuando se efectuó la grabación en 1953 con el uso de múltiples canales en cinta magnética. Sin embargo esa compañía carecía de la tecnología para trasladar el sonido estéreo a la placa de vinilo, esta técnica la desarrollaría la RCA pocos años después.
La segunda grabación es de 1973, y está descontinuada, es un CD del sello Genesis e incluye el Tercer Concierto para piano de Prokofiev, con la Nuremburg Symphony Orchestra, bajo la dirección de Ainslee Cox, pero no está a la altura de la de versión original de 1953, con la Cincinnatti Symphony Orchestra bajo la dirección de Thor Johnson. Y la tercera, es una grabación de Naxos en la serie Classical Archives que se puede adquirir en formato mp3 por un ridículo precio en cualquier país menos en Estados Unidos por razones de copyright.
Con el paso del tiempo, un día encontré el disco en un conocido sitio de subastas, pero la oferta inicial era de $100, no estaba a mi alcance en esa ocasión y si no mal recuerdo el precio final fue de unos $400. Aquello despertó mayor interés en mí, qué había pasado, cómo un LP de un sello de tercera categoría, con un pianista no muy conocido, una orquesta y un director, que no eran ni por asomo de primera línea, podía tener esa valoración comercial. La curiosidad me llevó a descubrir muchas cosas que intuía, pero no conocía.
Por ejemplo, que Emil Gilels, el genial pianista soviético, había dicho que Bolet era el único pianista occidental que entendía el Segundo Concierto de Prokofiev. Y yo me atrevería a decir, después de oír al mismo Gilels en ese concierto, que Bolet era el único pianista en el mundo que en ese momento lo entendía, más tarde apareció la versión de Yefim Bronfman, que en honor a la verdad es tan buena como la de Bolet, con la ventaja de una orquesta y un director de fama reconocida y una grabación estéreo en un sello de primera línea.
La versión de Bolet fue la primera grabación en disco del Segundo Concierto de Prokofiev, y todo parece indicar que resultó ser la introducción de este Concierto en el repertorio mundial. Lo curioso sobre Bolet es que él fue reconocido en su época como un buen interprete de Liszt, pero jamás de Prokofiev. Es de esas cosas raras en el arte: un pianista casi desconocido en ese momento, con una orquesta que no era de primera, un director de tercera y una marca de disco de quinta, producen una versión genial. Este LP puede ser escuchado en cinco partes en You Tube, aunque con algunas deficiencias técnicas.
Supe también que Bolet se había unido a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial; que había participado en la ocupación del Japón e incluso dirigido la premier del Mikado de Sullivan y Gilbert en Tokio; que durante mucho tiempo la crítica le fue adversa, lo consideraban demasiado ‘virtuosista’, y sólo después del famoso concierto del 25 de febrero de 1974 en el Carnegie Hall y que en seis partes se puede escuchar en You Tube. Y nada menos que con la crítica laudatoria de Harold C. Schonberg recuperó la atención, ahora favorable, tanto del público como de la crítica.
Como pianista participó en la película Song Without End, Sueño de amor en español, sobre la vida de Liszt, y cuya banda sonora en 1961 ganaría un Oscar y un Globo de Oro. Bolet grabó decenas de discos, ahora para los sellos más distinguidos y pasó a ser un mimado de las grandes salas de concierto de Europa y Estados Unidos.
No cejé en mi búsqueda hasta que, por un golpe de pura suerte, pude adquirir el LP original a un precio permisible a mi bolsillo, en una subasta en Alemania. El disco estaba en aceptables condiciones, pero me pregunto ¿cuánto valdría aquel que dejé en La Habana autografiado por Bolet? Para mí no tenía precio y lo tuve que abandonar.
La salud de Jorge Bolet comenzó a declinar en 1988, su última aparición fue un recital en el West Berlin Philharmonie el 8 de junio de 1989. Ese mismo año fue sometido a una operación de cerebro, muriendo de un fallo cardíaco el 16 de octubre de 1990. Harold C. Schonberg le dedicó una amplia nota necrológica en el New York Times.
Hoy en Cuba nadie, o casi nadie, conoce a este extraordinario pianista con una trayectoria sin comparación con ningún otro intérprete cubano, es uno de los tantos olvidados.
Waldo Acebo Meireles
Cubaencuentro, 13 de febrero de 2017.
Video inicial: Había escogido a Jorge Bolet tocando a Chopin en la Balada No. 1 en G Menor Opus 23. Pero después que leí este comentario de Mirita Páez Bolet en su blog, me decidí por Rapsody in Blue de Gershwin, pues ese concierto habría la única vez que la televisión pusiera a Jorge Bolet tocando el piano.
Nota de Tania Quintero sobre Jorge Bolet y su familia
En Cuba nunca escuché tocar a Jorge Bolet, pero le conocía de nombre, igual que a su hermano Alberto Bolet, violinista, compositor y director de orquesta y que trabajara con el director austríaco Erich Kleiber. Es que entre 1991-93 hice una amplia investigación sobre las estancias habaneras de Kleiber, uno de los más prestigiosos directores que dirigió la Orquesta Filarmónica de La Habana en los años 40.
Según este Obituario, el cuerpo de Jorge Bolet fue incinerado y sus cenizas esparcidas en el Oceáno Pacífico. Sigo buscando datos sobre él y su familia y los encuentro.
Su nombre completo era Jorge Leopoldo Bolet Tremoleda y fue el quinto de seis hijos que tuvieron Antonio Bolet Valdez y Adelina Tremoleda de la Paz, descendientes de catalanes y sin vínculos con la música. La madre nacida en 1884 en Caraballo, pueblo de la provincia de Camagüey, fue hija única, murió en Estados Unidos. El padre, teniente en el ejército cubano, tuvo siete hermanos. Los seis hijos del matrimonio Bolet-Tremoleda se llamaban Joaquín Antonio (Cuba 1902-EEUU 1982), María Josefa (Cuba 1904- España 1999), Alberto (Cuba 1905-EEUU 1999), Hortensia (1906-1990), Jorge Leopoldo (Cuba 1914-EEUU 1990) y Guillermo(1919-2013). Más información en Early Years.
Por este sitio me entero que Hortensia Bolet al casarse con Juan Sierra, nacido el 28 de enero de 1908 en Banes, Oriente, adoptó el apellido Sierra. Tuvieron cuatro hijos. En este blog se dice que la salud de Jorge Bolet se complicó complicado por tener SIDA. La condición homosexual de Bolet ha sido mencionada en diversos comentarios y foros online. Ver entrevista que en 1983 el británico Robin Ray le hiciera al pianista cubano Jorge Bolet.
Leer también: Homenaje a un virtuoso cubano; Jorge Bolet, Ambassador from the Golden Age; Last Years; Short Biography y Discography 1952-1974.
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lunes, 22 de mayo de 2017
La Burke canta, siempre
Cuando ganó el concurso de una estación de radio habanera en 1943 algunos oídos atentos quizás pudieron advertir, con cierto estremecimiento, que había llegado una criatura singular al canto en Cuba. No se trataría de una más entre las “estrellas nacientes”, la mayoría de trayectoria más bien momentánea.
Aquella mulatica espigada, dueña de inesperados graves, venía a aportarnos una manera distinta, profunda, de entender letra y melodía. Esa vez cantó un tango del repertorio de Libertad Lamarque: Caminito que el tiempo ha borrado / que juntos un día nos viste pasar y aunque en dos oportunidades anteriores “le habían sonado la campana” a la tercera fue la vencida: nadie ha dicho que los destinos artísticos brillantes comienzan necesariamente con un vergel florido.
A propósito de brillos: en varias fotos de los años 40 aparece con una trusa de satén de dos piezas, está en México con Celia Cruz y Vilma Valle en los días iniciales de las Mulatas de Fuego. Después asoma de rumbera en otra foto –pareja del genial Litico (inauguraron bailando el cine-teatro Warner, actúan en el Fausto, en el Payret)– y uno se pregunta: ¿pero cómo es que la contratan para bailar y no la ponen sólo a cantar con ese vozarrón de maravilla?
Lo comenté con César Portillo de la Luz: “aún no era el momento para las cancioneras, el repertorio sentimental en Cuba aún era cosa de hombres: René Cabell, Reynaldo Henríquez, los cantantes de conjuntos, como Faz y Espí y antes, el mismísimo Miguelito Valdés que desde 1938 ya cantaba ‘cosas’ de René Touzet y de Juan Bruno Tarraza”.
Reviso montones de discos de las cantantes populares de entonces: afro, pregón, rumbita, guaracha… Olga Guillot no consiguió convertirse en un suceso de victrola hasta 1954 con la jazzband Hermanos Castro y un bolero de Chamaco Domínguez: Miénteme, disco que abrió puertas para otras intérpretes cubanas de lo romántico. En este caso, del bolero-bolero.
No solo distingue a Elena su voz de contralto, de generosa extensión y hermoso timbre, también su sentido rítmico y un especial gusto para enfrentar los géneros más diversos. Por eso fue solicitada para integrar los mejores grupos vocales de la época -Facundo Rivero, Orlando de la Rosa, el prodigioso cuarteto Las D’Aida- hasta que en el umbral de la década de 1960 inició una carrera como solista, dueña plena de un estilo de interpretación -un personal mood- que le mereció un epíteto monárquico: Su Majestad.
Su disco La Burke canta transcribe el ambiente íntimo de los clubes del Vedado donde actúa por esos años con el piano de Meme Solís. Canciones entonces muy recientes de Ela O’Farrill, Marta Valdés, Vicente Garrido, René Touzet o del propio Meme Solís, junto a Corazón, de Sánchez de Fuentes, Idilio, de Augusto Tariche o Ebb Tide, de Robert Maxwell y Carl Sigman, encuentran en su voz una textura inédita, una tremenda hondura. Bola de Nieve comentó que Elena “había inventado cantar con feeling”.
Los hermanos Álvarez Guedes, dueños de la pequeña disquera Gema habían propiciado que entre 1957 y 1958 grabara Con el calor de tu voz, respaldada por una orquesta de lujo conducida por Rafael Somavilla: Libre de pecado, de Guzmán; Mil congojas, de Juan Pablo Miranda; Anda dilo ya, de Ernesto Duarte y Juguete, de Bobby Capó, se reúnen con un par de canciones de muchachos del Feeling -Portillo de la Luz y Eligio Valera; boleros de los mexicanos Ruíz Armengol, María Grever y un divertimento con aire de fox de su compadre Frank Domínguez, El hombre que me gusta a mí. Eso ya fue entrar por la puerta grande.
En su libro Música Cubana: del Areyto al rap cubano (edición de 2003), Cristóbal Díaz Ayala razonó que a Elena, “porque es la primera figura del canto cubano”, le hubiera favorecido haber encontrado competencia real en su carrera. Y aunque no le falta razón a don Cristóbal lo cierto es que por más de medio siglo imprimió un original sello a grandes canciones –no pocas fueron escritas por sus autores pensando en su voz–, y también dignificó piezas simples que de otro modo hubieran sido olvidadas sin remedio. En los años 80 había confesado a Mayra A. Martínez: “no temo a nada que venga encerrado en una letra y una música”. Por eso cantó de todo.
Fue intérprete temprana de los jóvenes Pablito Milanés : Mis 22 años y Para vivir; Silvio Rodríguez: Un buen día quizás un barquero, Te doy una canción y Hay un grupo que dice; Juan Formell: De mis recuerdos, Lo material y Y hoy te quiero más; Mike Porcell, Martín Rojas, Amaury Pérez, Noel Nicola… hasta Raúl Torres de quien cantó Nítida fe y Se fue a dúo con Pablo en un concierto memorable en la Cinemateca.
No actuaba una canción, se entregaba a ella. Ahí están sus interpretaciones de Tú mi rosa azul, de Jorge Mazón; Duele, de Piloto y Vera; Aquí de pie, de Fernando Mulens y Olga Navarro; Me faltabas tú, de José Antonio Méndez; Canción de un festival, de Portillo de la Luz; Persistiré, de Rubén Rodríguez y En nosotros, de Tania Castellanos. O su versión de Nostalgia, de Cobián y Cadícamo, y Por si vuelves y En la imaginación, de Marta Valdés -de quien tanto cantó-, por mencionar aquí solo unas cuantas grabadas.
Continuó 'pegando' números en la radio uno tras otro mientras se aproximaba a una edad venerable: De lo que te has perdido, de Dino Ramos, Pido permiso, de Alberto Vera o Amigas, también de Vera, con Omara y Moraima; Son al son, de César Portillo de la Luz con la Orquesta Aragón, Ámame como soy, de Pablo, tema de Una novia para David, de Orlando Rojas, película en la que aparece llena de risa con una divertida peluca rubia.
Años después de haber celebrado sus cinco décadas en el canto 'pega', entre otros, con temas como Aburrida, de Concha Valdés Miranda y La bruma, de Efraín Ríos: Pero yo sigo cantándole a la bruma, yo que a veces grito y nadie escucha. Sus imitadores e imitadoras están condenados de antemano a la caricatura: el modo Burke es personal e intransferible.
“Es un animal musical, definitivamente” dijo, como para sí, Enriqueta Almanza mientras salía del estudio 1 de la calle San Miguel tras acompañarla en la muy difícil Tú y mi música, de Niño Rivera, sin ensayo, en una sola toma, durante una de sus últimas sesiones de grabación en las que tomaron parte Tata Güines en la tumbadora y Felipe Valdés en la guitarra.
En aquellas dos tardes dejó registrados una veintena de tracks: algunos de sus boleros favoritos de José Antonio Méndez, Pepé Delgado, Silvia Rexach, Agustín Lara, Vicente Garrido, Rafael Hernández y Marta Valdés: Hay todavía una canción alborotando el curso de mi pensamiento / Hay todavía una canción precipitando acciones, reclamando tiempo… Fue el inicio de una hermosa despedida.
Un periodista la bautizó Señora Sentimiento, y así continúa llamándola un público integrado por al menos dos generaciones. Te extrañarán las raras armonías, le dijo Ela O’Farrill en la canción que dedicó a su memoria. Portillo y Marta escribieron también sendos boleros en su homenaje.
Hace algún tiempo a un amigo poeta escuché la siguiente profecía: “Sé lo que espera cuando me vaya de Cuba, trabajar como un loco para tener todo lo material que aquí no me es posible y los domingos lloriquear un poquito sobre el arroz congrí mientras oigo un disco tremendo de Elena Burke”. En camiones de mudanza o carga, incluso en bicitaxis, se puede encontrar de vez en cuando un letrero que dice: “Ámame como soy”.
Es fecha dichosa cuando algún cubano de cualquier lugar descubre una grabación suya más o menos desconocida, en vivo o en estudio, no importa de cuándo, quién la acompaña ni de qué se trata. En estos días finales de febrero, en su cumpleaños 89, La Burke canta especialmente para uno, siempre.
Sigfredo Ariel
On Cuba Magazine, 8 de febrero de 2017.
Videos: Las cuatro canciones forman parte de la segunda versión del álbum Elena Burke De lo que te has perdido (la primera es de Fonomusic, España, 1985 y la segunda de Polydor, México, 1988), que también incluye estos otros temas: De lo que te has perdido; Para gastarlo contigo, Amor en festival, Lo que yo te amé, Si vieras, Yo no soy tu amiga y Llora.
Escuchar el disco La Burke canta, con Meme Solís al piano (Producciones Gema, La Habana 1959). Elena Burke grabó una treintena de discos, como solista o acompañada, entre ellos A solas con Elena Burke (Areito, 1964), con 12 canciones (Bellos recuerdos, La dulce razón, Canta lo sentimental, Aquí de pie, Cuando pasas tú, La sentencia, Presiento que te perdí, Canción de un festival, Duele, Ese hastío, Me atrevo a jurar y Por si vuelves). El último habría sido Cómo fue, un CD del 2000, con los siguientes números: Cómo fue, Siempre en mi corazón, Un mundo raro, Babalú, La puerta, Si me comprendieras, Delirio, Todo y nada, Ya no me quieres, Toda una vida, Que me importa, Amor que malo eres, Confidencias de amor, Un poco más, Albur, Por qué negar y Cenizas.
Ver el documental Y me gasto la vida y las fotos de Elena Burke en el texto original.
Leer también: Recordando a Elena Burke.
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jueves, 18 de mayo de 2017
Las bodas "vintage" están de moda en Cuba
Organizar una boda 'vintage' en la exótica Habana Vieja o ajustar la complicada logística de una ceremonia en la playa ya no es problema en Cuba: una variada oferta privada de organizadores de eventos se encarga de hacer realidad casi cualquier deseo, algo impensable hasta hace solo unos años.
En Cuba, las bodas no se suelen planificar con años de antelación y muchos prefieren convivir "sin firmar" para evitarse los gastos de las celebraciones en un país sobre el que se cierne casi de manera constante el fantasma de la crisis económica.
Sin embargo, esa mentalidad "ha comenzado a cambiar", cuenta Zaylhi Linares. Ella regenta D'Evento, una empresa familiar en la que también participa su hija Desireé y que brinda más de una docena de servicios para novios y quinceañeras, algo muy atractivo frente a la escuálida oferta estatal, más barata, pero de menor calidad.
"Tenemos mucha competencia, antiguamente eran cuatro o cinco grupos en este mercado. Ahora son más y eso es bueno, porque nos invita a desarrollarnos más, a crecer", señala esta comunicadora de profesión que eligió el camino de la coordinación de eventos de manera fortuita.
Cuando le tocó festejar los "quince" de su hija, Zayhli notó que todos los servicios se ofrecían de manera dispersa y se dio cuenta del filón que ofrecía esta área, casi desconocida en Cuba, situación que ha cambiado "tremendamente" tras la aprobación en el país de varias licencias de trabajo "por cuenta propia" en 2012.
"La evolución de estos servicios que brindamos coincide con la apertura del país y la posibilidad que se le da a las personas de emprender, de dar rienda suelta a sus ideas", afirma la empresaria, que insiste en que "no hay nada banal" en lo que hace.
Tras las reformas impulsadas por el gobierno cubano, Mónica dejó su trabajo como cajera en una tienda y bajo el nombre de Miss Mónica Eventos comenzó a hacer el trabajo "para el que nació y se le daba muy bien".
"Siento que cada vez que trabajo con unos novios, soy yo la que me vuelvo a casar. Trato de establecer una relación especial con ellos y si lo desean nos ocupamos de todo, desde la ceremonia, la fiesta y la luna de miel", asegura Mónica mientras no deja de dirigir el montaje del salón donde horas después se ofrecerá un banquete. Para ella, el secreto está en trabajar en conjunto y tratar de hacer "magia" para encontrar "lo que hay y lo que no hay" en un país desabastecido y al que hay que importar hasta las cintas para decorar.
"Me casé hace 10 años y no había nada de esto. Puse a correr a toda mi familia y no tuve un momento de descanso", confiesa Iris, una madre que ahora contrató a una coordinadora para la fiesta de quince de su hija Damaris, que aunque dice "respetar a quien lo considera un lujo", según ella fue "el dinero mejor invertido".
Daniela, una novia que caminará al altar el próximo mes, asegura que visitó casi todas las empresas de este tipo para conocer precios y se dio cuenta de que "hay para todos los bolsillos y algunos hasta se ajustan al presupuesto de cada cual".
Izuky, uno de los fotógrafos más conocidos del sector, explica que por desgracia en Cuba "las bodas aún se ven como un trámite, en lugar de un proceso o un proyecto que toma años", una diferencia que se nota en los clientes extranjeros que comienzan a llegar en busca de un escenario exótico para sus eventos.
"Cuba no es el primer destino fotográfico. Nuestra meta es lograr proyectar esa imagen de paraíso detenido en los años 1950, que realmente es lo que más vende, más que el sol y la playa", asegura, mientras afirma que la "exquisitez" que buscan quienes llegan de fuera, hace que la producción fotográfica en la isla evolucione.
Entre los nombres que más resuenan en este campo está el de Aire de Fiesta, una pequeña empresa privada que el año pasado estrenó oficina y consolidó su bien ganada fama decorando el sonado cumpleaños de Madonna en La Guarida habanera o antes, en la boda afrocubana del cantante Usher en septiembre de 2015.
"La misma clientela es la que nos va obligando a crecer. Éramos una empresa familiar, ahora tenemos además arquitectos, floristas, diseñadores, un equipo muy unido", cuenta Ailed de Guevara, la creadora y principal impulsora de Aire de Fiesta. Para la joven emprendedora, el mercado de las bodas en Cuba ha crecido "porque el país está preparado. Todo ha llegado de la mano, era el momento adecuado".
Texto y fotos: EFE/Martí Noticias, 14 de febrero de 2017.
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lunes, 15 de mayo de 2017
Las fiestas latinas de Quince arrasan en España
El vestido -un jolgorio azul y malva de tul, pedrería y satén- ocupa todo el suelo disponible en la pequeña habitación. Metros de tela tornasolada se pliegan entre la cama poblada de peluches y la mesa donde se amontona el maquillaje. Alejandra Zapata está en esa frágil edad en la que los ositos conviven con el rímel. Hoy es su fiesta de quince años, el rito de paso de niña a mujer fundamental en la cultura popular latina. Se celebra a golpe de lentejuela y purpurina desde México hasta Argentina, de Bolivia a Ecuador.
Pero Aleja vive en Getafe, una ciudad del cinturón industrial de Madrid. Sus padres (ella en paro, él encargado de un pub) llegaron de Colombia hace 18 años. La quinceañera nació en España, aunque habla con el deje paisa de quien acaba de aterrizar. Celebrar sus quince como en la tierra que solo ha conocido de visita es “un sueño”, dice, colocándose la tiara. Hay que irse, acaba de llegar la limusina blanca. En una nave de un polígono cercano –las paredes recién pintadas de fucsia– esperan un centenar de invitados.
Muchos españoles oyeron hablar por primera vez de las fiestas latinas de quinceañera el pasado noviembre cuando al cumpleaños de Rubí, una adolescente de San Luis Potosí (México), acudieron 30 mil personas tras hacerse viral un vídeo del padre invitando a todo el que lo viese. Sin embargo, cada fin de semana, en el extrarradio de ciudades de toda España, las comunidades latinas también las celebran, aunque casi nadie fuera de ellas lo sepa. Tanto es así que en los últimos años han surgido empresas que se dedican exclusivamente a montar fiestas de quince para inmigrantes con toda la pompa de una boda, cientos de invitados y presupuestos de miles de euros.
La nave donde aparca la desubicada limusina de los Zapata está rodeada de desguaces. Un almacén de azulejos, una fábrica de tacómetros. Calles mal asfaltadas y completa oscuridad. Tras una anodina puerta de hojalata corrugada, un montón de trastos y dos chicas congeladas que fuman vestidas de gala. Otra puerta metálica y detrás, un mundo paralelo de luz, color y sacarosa con un punto desangelado. Un trono envuelto en tul, flores de plástico, dos tartas (una gigante de mentira, otra deliciosa, de verdad), globos, la maqueta de un castillo, palomitas de maíz.
En una esquina, la señora Luz, ecuatoriana, tiene un carrito de bebé lleno de dulces latinos –chupeticos, frunas, caramelos de leche miel–, en la otra, el dj pincha bachata, cumbia, reggaeton... Del centenar de invitados (mitad adolescentes, mitad adultos), solo media docena son españoles. Como Luis, tío de la niña, que va en vaqueros. “Es todo un poco excesivo, pero hay que respetar”, dice. La fiesta tiene sus hitos: el vals, los discursos... La madre pinta los labios de la niña de rojo, el padre le quita las chanclas para calzarle unas sandalias de tacón plateadas. Sin embargo, lo importante de la fiesta no parece tanto el arcaico rito de iniciación (padres y adolescentes afirman que con 15 las niñas siguen siendo niñas), ni los roles de género tan marcados. Lo que aquí se celebra es el apego a la comunidad.
En el centro de la nave hay un arco decorado con flores. “Todo rito de paso tiene un umbral”, explica Luisa Sánchez Rivas, sociolingüista especializada en “liminalidad”. El “palabro” (sobre el que se celebran hasta congresos) define la fase intermedia del rito de paso: la transición de un estado a otro. Viene del latín “limen”, umbral, y es el concepto de moda para describir la identidad en tránsito de las culturas híbridas nacidas de los movimientos migratorios. Porque en esta fiesta hay dos umbrales. Por un lado, está el arco de flores, que la niña atraviesa para convertirse simbólicamente en mujer; pero por otro está el umbral abstracto de la identidad cultural en el que viven los inmigrantes de segunda generación. "Son españoles y no lo son", explica una sociolingüista, "identitariamente habitan un lugar intermedio entre el país de origen de sus padres y el país de destino donde ellos se han criado”.
Para el intruso, lo más chocante no es lo que pasa, sino que esté pasando aquí, a espaldas de la ciudad. Esta alegría, este exceso, esta autenticidad, cada fin de semana, a un cuarto de hora de la Gran Vía. En la oscuridad del polígono se conjuran Medellín, La Paz, San Luis Potosí, para crías que han nacido en Getafe, en Usera, en Vallecas, pero hablan, bailan y se sienten tanto de allí como de acá.
Los amigos de Aleja hoy son damas y caballeros de su corte de honor. Ellas, uniformadas de blanco con vestidos cortos y largas melenas. Ellos, de negro, con corbatas rosas y tupés perfectos coronando sus “degradados”, un peinado cuidadosamente afeitado de menos, en la nuca, a más, en la coronilla (“un look chulo, bien bacano”, aseguran). Todos son hijos de inmigrantes y muchos, como Aleja, conservan el habla de donde no nacieron. Juliana, 25 años, hermana mayor de la quinceañera, llegó a España de adolescente y sin embargo no tiene la mitad de acento. "Yo enseguida me junté con españoles, ellas tienen un círculo muy cerrado, ¡hasta se visten como en Colombia!".
"Antes la prioridad era integrarse, pero entre los chicanos de Estados Unidos, los magrebís franceses y demás culturas híbridas ahora la tendencia es a integrarse en lo laboral y en lo educativo, pero a cerrarse en lo social y lo familiar", explica la sociolingüista. “Es normal que los españoles no seamos partícipes de estas fiestas, porque para los inmigrantes es la manera de preservarlas, de proteger su identidad”.
En un callejón de Vallecas, en el obrero sur madrileño, la dueña de Eventos Principesa, Rose Ballesta, coincide a su manera con la sociolingüista: “Los quince son una fiesta más importante para los padres que para las niñas, algunas pasan, pero ellos no quieren que olviden de dónde vienen”. Desde su tienda, que parece el camerino soñado por Barbie, esta mallorquina de 28 años organiza dos o tres quinceañeras a la semana. Abrió hace cuatro años y no para. Se ha mudado a un local más grande y está acondicionando un salón de eventos, la única pata del negocio que le falta. Ha montado fiestas en Valencia, Bilbao, Salamanca o Canarias.
Lo que más vende, el "pack todo incluido”, arranca en 1.850 euros, con alquiler de vestido, limusina, decoración (del evento y de la niña, con maquillaje y peluquería) y el trabajo de una decena de personas entre costureras, dj, fotógrafo, maestro de ceremonias, coreógrafo. A partir de ahí, los extras que uno quiera: mariachis, vestidos para la corte de honor, catering… Hace unos meses una niña llegó a su fiesta en helicóptero. “De media, las familias se gastan entre 3.000 y 4.000 euros”, explica Rose, que se define como una “wedding planner low cost”. “La mayoría de mis clientes son de clase humilde, tienen que ahorrar para poder darle a la niña la fiesta más pomposa que se puedan permitir”, dice. En cuanto a nacionalidades, de todo. Dominicanos, bolivianos, peruanos, ecuatorianos, incluso una chica española. "A alguna le hace gracia el rollo princesa, pero no es lo mismo, no se lo toman tan en serio".
Horas antes de la limusina y la bulla, la familia Zapata ha celebrado una misa con un joven cura colombiano. Bernardo y Dadiana, padres de Aleja, rezuman orgullo en la iglesia: “Es muy buena niña, muy tranquila, honesta y estudiosa, nada grosera, las niñas españolas son más liberales, fuman más, salen... acá la juventud está muy revolcosa, hay mucho vicio, pero ella va bien encarrilada”. Tras el sermón -sobre los peligros del alcohol, la droga, los novios y la secularización de la vida en España, "no todo es pasarla chévere", dice–, Aleja posa para el fotógrafo del evento con su vaporoso vestido pre-fiesta (en total se cambiará tres veces). A la misa normal que sigue (con cura español mayor) van llegando abuelos getafeños. Sin terminar de entender, miran curiosos a esa adolescente feliz que posturea con tacones y brazos en jarras ante el altar. Muy mayor para hacer la comunión, muy joven para ser una novia.
Patricia Gozálvez
El País, 14 de febrero de 2017.
Fotos: Tomadas de Quinceañera latina en Getafe.
Leer también: Princesas de quince años y Meteora y las quinceañeras.
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jueves, 11 de mayo de 2017
Ajiaco criollo: de aliado a enemigo
Numerosas culturas culinarias en el mundo poseen platos circunstanciales, nacidos la mayoría en tiempos de crisis. Muchos son caldos y sopas, así que se nos hace difícil otorgarle a nuestro ajiaco criollo, como a la caldosa o al sopón cubano, una “marca de origen”.
Tiempos de penuria le dieron vida al ajiaco hace más de siglo y medio. Nació, bajo disímiles variantes, como la comida diaria de las clases más pobres. Los esclavos, durante la etapa colonial, resistieron las privaciones de su condición gracias a lo fácil que resultaba conseguir los ingredientes, la mayoría cultivados en los conucos que cuidaban en el escaso tiempo libre que los amos les permitían.
Sin embargo, los momentos difíciles de la economía cubana actual han sido tan devastadores que platos muy humildes como el ajiaco o la caldosa han dejado de ser los más socorridos para las familias de bajos ingresos. Peor aún, aquellos que reciben altos salarios estatales no pueden elaborar, ni siquiera una vez por semana, la más sencilla de sus recetas, debido a la escasez o al costo elevadísimo de los productos que demandan estos simples cocidos a base de carnes y vegetales.
No existe consenso entre los cocineros cubanos sobre cuál es la receta más tradicional. Según las diversas regiones de la isla, se incluyen o se restan determinados ingredientes, pero en esencia es el mismo plato, nada refinado y poco digno de servirse en el Burj Al-Arab o en un Ritz de París o Nueva York. Eso sí, equilibrado y pleno de energías y sabores.
Un prestigioso chef como Eddy Fernández Monte, presidente de la Federación de Asociaciones Culinarias de Cuba, lo reconoce como uno de nuestros platos tradicionales y su receta personal incluye algunos productos como el tasajo, un tipo de cecina (carne de res o caballo seca y salada) que vendían en las bodegas de antaño, desaparecida de nuestros mercados desde hace más de cinco décadas y en la actualidad un alimento de lujo.
Pero no es la ausencia del tasajo en nuestras bodegas lo único que dificulta realizar la preparación, puesto que, renunciando a ser fieles a la histórica usanza, pudiera ser sustituido por cualquier otra carne de cerdo o de ave, salada o ahumada. El mayor obstáculo para servir un plato de ajiaco, caldosa o sopón criollo en nuestras mesas familiares reside en obtener el resto de los ingredientes a precios acorde con el salario que pagan los empleos estatales. Inclusive quienes trabajan para el naciente “sector privado” tampoco pudieran apelar a la supuesta “humildad” de esta receta porque igual sus salarios no son lo suficientemente elevados para un “alimento pobre”, pero, paradójicamente, demasiado “ostentoso”.
Se estima que el salario medio de los cubanos ronda los 600 pesos mensuales, una cantidad equivalente a unos escasos 25 dólares. Un núcleo familiar elemental, compuesto por tres personas (un matrimonio más un hijo), y en el que al menos dos de ellos reciban exclusivamente ingresos estatales o del sector privado más apegado al cumplimiento de la legalidad (lo cual supondría ausencia de remesas desde el exterior y nula actividad lucrativa en el mercado negro), alcanzaría la cifra promedio de 1,200 pesos, unos 50 dólares al mes.
La receta básica de cualesquiera de estos caldos típicos de la cocina cubana, pensada para un mínimo de 4 raciones medianas, es costosísima al compararla con el monto de los salarios mensuales, e incluye los siguientes productos, a los que hemos acompañado de su valor promediado según las tarifas de precios en los mercados estatales: media libra de carne salada o ahumada (20 pesos); una cantidad similar de carne de cabeza de cerdo (15 pesos); un buen trozo de tocino (20 pesos); además, plátano pintón o, en su defecto, dos unidades no muy grandes de plátano verde (6 pesos); malanga, una libra (6 pesos); yuca, media libra (2 pesos); maíz tierno, un par de mazorcas (4 pesos).
Indispensables para el peculiar sabor: media libra de calabaza (2 pesos) y otra de boniato (1 peso). Tengamos también en cuenta una taza de aceite vegetal (10 pesos) y dos litros y medio de agua para la cocción (gratis, mientras no se viva en zonas afectadas por la sequía, donde el galón de agua potable pudiera calcularse en unos 5 pesos).
Pero nada de lo anterior alcanzará su punto si no se agrega una generosa porción de salsa criolla cuyos ingredientes fundamentales son el ajo (2 pesos, la cabeza), la cebolla (5 pesos), el ají pimiento (3 pesos la unidad), el tomate (12 pesos) y, en ocasiones, el comino (2 pesos), cualquiera de ellos muy difíciles de conseguir en los agromercados cubanos ya sea porque se venden a precios excesivos, no tarifados, y solo en las temporadas de cosecha, durante los meses menos cálidos del año, o porque la escasa producción solo alcanza para abastecer sectores priorizados como el turismo, o porque son de esos renglones de importación perjudicados por la política de sustitución de importaciones que en ocasiones ha sustituido pero en otras ha provocado la total extinción.
La suma de gastos para elaborar un ajiaco sencillo o un sopón asciende a la cantidad de 110 pesos, equivalentes a casi un 10 por ciento de los ingresos totales de una familia elemental de profesionales como la descrita anteriormente. Tengamos en cuenta que cocinar el típico ajiaco en su versión menos copiosa obligaría a esta familia a colocar en la mesa un solo plato y a suprimir el resto de las comidas del día (y hasta de todo el mes) para de ese modo compensar los gastos de lo que pudiera ser considerado un verdadero banquete de celebración.
El ajiaco, en sus orígenes, fue el plato que salvó del hambre a miles de cubanos, de modo que más que una tradición culinaria ha sido el gran aliado de los desposeídos en tiempos de crisis. Sin embargo, en estos que corren, decir “ajiaco” o “sopón” en nuestros hogares, saciar el antojo o intentar cocinar un sucedáneo, pudiera desencadenar una inconmensurable tragedia familiar.
Ernesto Pérez Chang
Cubanet, 11 de noviembre de 2016.
Ver también: Videos de tres variantes del ajiaco criollo o sancocho en República Dominicana (https://www.youtube.com/watch?v=yKoLhq6SNFQ); Puerto Rico (https://www.youtube.com/watch?v=HouwI-Bev0c) y Colombia (https://www.youtube.com/watch?v=GOI6azWR-c0).
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lunes, 8 de mayo de 2017
Lo que el viento se llevó
La Habana ha visto un renacer de los restaurantes privados, los llamados ‘paladares’ en general bastante alejados de las posibilidades de los bolsillos del habanero de a pie, pero antes del desastre en La Habana había muchos más, aunque también alejados del bolsillo del habanero común de aquella ya lejana época.
Según el Directorio Telefónico de 1958 existían más de 150 de esos restaurantes de primera línea como El Emperador, Monseigneur, Castillo de Jagua, Chez Merito, El Carmelo y Potin, entre otros. No aparecían en el Directorio Telefónico los otros cientos que no llegaban a ese nivel, y los muchos más que se conocían como fondas, las criollas y las de chino, y estas sí estaban al alcance de una buena parte de los bolsillos de los habaneros.
En una fonda de barrio podías comerte una ‘completa’ que consistía en un plato hondo lleno de arroz, potaje y un pedazo, no muy grande, de carne por 5 o 10 centavos. En La Habana no se carecía de sitios para matar el hambre, de acuerdo a las diferentes posibilidades económicas de los presuntos comensales.
Pero en la capital existían lugares donde hacer una ‘comida rápida’ -y no vamos a referirnos aquí a los puestos de fritas de los cuales ya hemos hablado-, tampoco de las ostioneras, con sus ostiones, huevos de carey y otros productos marinos que eran reverenciados como afrodisiacos, e incluso ingeridos por estudiantes en época de exámenes como supuestos estimulantes del intelecto. Ahora queremos referirnos a ciertos establecimientos que por la calidad del producto que ofrecían eran considerados el non plus ultra de ese producto en particular.
Para los sandwiches y mediasnoches, lo máximo era el Bar OK, en la esquina de Zanja y Belascoaín. Mientras la clientela hacia cola para adquirirlos, en el refrigerador con vitrina hacia el público podía apreciar los 'quesos suizos', que no eran importados de Suiza, sino producidos en Camagüey. Al fondo, los jamones y piernas de cerdo asadas. Dos luncheros trabajaban sin descanso para satisfacer la demanda de un manjar que no era nada barato para la época: 50 centavos el sandwich y 35 centavos la medianoche. La gran afluencia de público, a toda hora, garantizaba que la materia prima fuera fresca y excelente calidad, lo cual estimulaba aún más la demanda.
Si usted prefería un sandwich de pavo, debía caminar tres cuadras, hasta Belascoaín y Neptuno. Allí, en la cafetería y dulcería Siglo XX, en Belascoaín y Neptuno, no solo se confeccionaban los mejores sandwiches de pavo, si no también los mejores brazos gitanos y éclairs, que en Cuba les llamábamos 'montecristos'. Pero si de dulces se trata no podemos olvidarnos la dulcería Lucerna, creadora del tatianoff, situada también en la calle Neptuno. O de los los cakes de la Gran Vía, en Santos Suárez. Y, por qué no, del panqué de Jamaica, a la entrada de esa pequeña población de San José de las Lajas, en la actual provincia de Mayabeque.
El pollo -que actualmente Cuba importa de Estados Unidos- en las décadas de 1940-1950 era muy consumido en el Pick in Chicken, entonces situado en el punto donde terminaba el muro del Malecón y comenzaba la Avenida de los Presidentes, a unos pocos pasos de los llamados balnearios El progreso y Las playas, que no eran más que simples cortes en el arrecife rellenos de arena.
El 'pikinchiken' era un simple trailer y unas cuantas mesas al aire libre, y también servían directamente al auto, en una especie de bandeja adosada a las ventanillas. El pollo, empanizado y frito, era delicioso. Además de la brisa marina, podías disfrutar de una película cómica silente, proyectada en una 'pantalla' que no era más que una sábana colgada. Al iniciarse la ampliación del Malecón lo trasladaron a 3ra. y G, Vedado, pero perdió su encanto y popularidad.
A mediados de los años 50 surgieron los Caporales, donde un tazón de caldo de pollo valía 5 centavos y 25 centavos un cuarto de pollo. Pero para saborear los mejores pollos había que esperar a la Feria Ganadera, anualmente celebrada en Rancho Boyeros. En grandes pailas llenas de manteca de puerco, se freían muslos con encuentro y mitades de pechugas. Valía la pena hacer el viaje: además de comer pollo frito, podías recorrer la Feria y ver las mejores razas de ganado vacuno y caballar, aves de corral, cerdos, conejos y carneros.
En Santiago de la Vegas existían dos establecimientos muy reclamados. Uno era La Dominica y sus famosas croquetas. El otro era una cafetería, cuyo nombre no recuerdo, situada frente a la iglesia, donde vendían un sabroso dulce de coco en envases artesanales de barro. Era tan bueno como el que una vez me encontré en el poblado de Auras (hoy Floro Pérez), al norte de Holguín, pero sin el envase de barro.
El puerco asado tenía dos estupendos locales en la carretera rumbo al Cacahual: El Rincón Criollo y La Tabernita. Un dato curioso: el 7 de diciembre, fecha luctuosa por la caída en combate de Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro, los residentes de Bejucal se iban en una especie de romería a los alrededores del monumento a los próceres, montaban unos tinglados y vendían puerco asado, le llamaban "la fiesta del panteón".
En las afueras de La Habana, en Catalina de Güines, se podía saborear las archiconocidas butifarras del Congo que originalmente se vendían en un deslustrado local a pocos metros de la Carretera Central, y que inspiró a Ignacio Piñeiro a componer su célebre Échale salsita, tema que George Gershwin utilizó en su Cuban Overture.
La cafetería El Porvenir, en el cuchillo que formaban las calles de Infanta y San Francisco, a pocos pasos de Carlos III, tenía fama por su café con leche, y en invierno por el chocolate caliente. Su clientela habitual se veía aumentada por los asistentes a la funeraria que quedaba en Infanta.
Muy cerca, en Carlos III, estaba la Antigua Chiquita, conocida como 'la casa de las empanadas'. Las de chorizo no tenían competidor (en 2015, la Antigua Chiquita fue reconvertida en una panadería para celíacos. Las papas rellenas más populares eran las de El Faro, en Guanabacoa. Insuperables.
Para helados, La Josefita, en la calle Ángeles a pocos metros de Reina. Su helado de mantecado no tenía comparación. No olvido este lugar con sus mesas de mármol y sillas de madera curvada estilo Thonet, la copa de bruñido metal, los frágiles barquillos envueltos en papel encerado, toda una exaltación al buen gusto.
Sin embargo, yo sentía una fuerte predilección por el frozen de chocolate en un modesto puesto de frutas de chinos en la calle Santos Suárez, casi esquina a 10 de Octubre. Podías disfrutar tu helado mientras los múltiples aromas de mameyes, mangos, piñas, guayabas, canisteles, anones, guanábanas, chirimoyas, te embargaba los sentidos.
Waldo Acebo Meireles
Cubaencuentro, 28 de marzo de 2017.Foto: Cafeteria cubana en los años 50. Tomada de Google Images.
Leer también: La Habana difunta para un Infante premiado; Recuerdos del ayer; Historia del sandwich cubano y Si de comidas se trata.
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jueves, 4 de mayo de 2017
Mi paso por la Escuela Profesional de Comercio de La Habana
A los 17 años de edad, sin haber terminado high school ni segunda enseñanza formal de algún tipo en español ni inglés, era ya taquígrafa en inglés y en español y me encontraba trabajando de secretaria bilingüe del jefe de personal en la Compañía Owens-Illinois Glass, en San José de las Lajas, en el Kilómetro 35 y medio de la Carretera Central.
En 1958 traté de ingresar en la Escuela Profesional de Comercio, los exámenes de ingreso era cada uno eliminatorio, tomé el de matemáticas, me desconcertó y atascó un problema de los de trenes saliendo de estaciones a hora y velocidad. A la salida, ofuscada, atolondrada, di un traspiés en el escalón superior de la escalera curva de mármol y la rodé entera hasta el vestíbulo en la planta baja.
Recuerdo que llevaba un vestido 'camisero' a rayas azules y blancas de saya ancha. Me levanté sin decir una palabra y en Ayestarán y Factor tomé la ruta 19 hasta San Lázaro e Infanta. Allí me bajé con rasponazos y morados en las espinillas y entré en el café Biki a pedir hielo para frotarme y poder llegar a la casa.
Ante la realidad, al año siguiente, trabajando a cargo de la documentación de exportación en la Pittsburgh-Plate Glass International en Infanta 16 esquina a 23, 7mo. piso, me matriculé en la Academia Morales, en San Rafael 1055 entre San Francisco e Infanta, altos. Asistía por las tardes después del trabajo, para reforzarme en matemáticas, en particular esos problemas de salidas, horas, dirección, distancias y velocidades.
No me daba tiempo a comer, y me apuraba un puñado de cereal "puffed wheat" de Kellogg’s, seco de la caja antes de salir para las clases. La Academia me quedaba a seis cuadras de casa. Allí una muchacha joven alta, sencilla, me repasaba problemas de ese tipo. Me leí el libro Lecciones de ingreso a la Escuela Profesional de Comercio de La Habana de Roberto Aguilar y Flores. Me pasé un fin de semana en la cama, haciendo mapas de la isla de Cuba para el examen de Geografía. No estudié nada de Cívica.
Volví a presentarme en 1959 a los exámenes de ingreso, que consistían en Matemáticas, Gramática, Historia, Geografía, Cívica, Rudimentos de Comercio e Inglés y debía realizarlos en el espacio de dos semanas. En el de Gramática preguntaron el grado superlativo absoluto y relativo del adjetivo dulce. En el de Cívica, hicieron una pregunta sobre la forma más simple de organización de la sociedad cuya respuesta, me enteré después, era la horda y yo no supe contestar, pero a pesar de ello quedé en segundo lugar del escalafón.
Comencé a asistir a las clases en la Escuela Profesional de Comercio en Ayestarán 175 esquina a Néstor Sardiñas, en el Ensanche de Almendares, el martes 8 de diciembre de 1959, para obtener el título de Contador Mercantil.
De Esther Tato Borja, la profesora de inglés, aprendí que el pronombre "it" no tiene forma de pronombre posesivo, sólo adjetivo y refresqué que shall es la conjugación en 1ra. persona del verbo will y will lo es de shall. Joven, baja de estatura, tenía voz ronca y era hija de Esther Borja Lima. No ponía disciplina y, cuando los alumnos se le desenfrenaban, decía, "Se acabó la clase, y la materia va a examen".
Yo no quería estar allí en primer lugar y una noche en que los muchachos se habían puesto a cantar "Abba dabba dabba said the monkey to the chimp", me enfurecí y me fui de la clase para demostrarles falta de respeto. Ella me había prestado el libro The Ugly American de Eugene Burdick y William Lederer de la biblioteca de la Ruston Academy, en que había estudiado y trabajaba, yo no había terminado todavía de leerlo, pero en la próxima clase se lo llevé y ella me dijo amablemente que, si no lo había terminado todavía, me quedara con él hasta que lo terminara.
Me acuerdo de la de profesora de Composición, Dra. Margarita del Valle, anticuada, por el pelo teñido color yodo. Leímos Cecilia Valdés, estudiamos la frase en el capítulo 2 "un sí es no es", me recomendó salicilato de metilo para la bursitis, muy eficaz. M. Lorenzo, el de Caligrafía, de pelo rizado, con el método Palmer, era quisquilloso; se empeñó en que me quitara unos pulsos que yo llevaba desde que tenía 11 años y no cedí.
Recuerdo que el primer profesor de Teneduría que tuvimos, de apellido compuesto que no recuerdo, no sé si sería José M. Fernández Roig, llevaba guayabera y tenía algún problema con ella (no me acuerdo ya si estaba sucia, sudada, arrugada, le quedaba estrecha, encogida, se le quedaba abierta o se le veía la camiseta), pero un compañero me insistía años más tarde en que iba borracho y se metía a tomar en el bar La Maravilla que quedaba enfrente, en Ayestarán y 19 de Mayo, pero no recuerdo eso ni remotamente.
Al próximo de Teneduría, creo que se llamaba Venancio Fernández Seivane, joven, lo recuerdo más, porque tuve que hacerle preguntas fuera de clase sobre el estado constructivo, y nos ayudaba mucho. A la de Mecanografía, parece que la Dra. Laura Pradas, le dio por que me cortara las uñas y tampoco accedí, a mí se me metían automáticamente entre las teclas y no me estorbaban para nada. Tengo una idea de que el de Aritmética Comercial, cuyo nombre parece ser A. Alonso Bt., tenía el tipo poco cepillado, no parecía un profesor de segunda enseñanza. Otra de inglés, no recuerdo si sería la Dra. M.E. Selva R., me descalificó un adverbio después del verbo en una composición.
Las firmas en las notas tienen la misma letra Palmer casi igual. Por ellas descifro más o menos que un profesor de teneduría fue C. Aguilar o Aguilés, hubo otro Valdés. El de Prácticas de Oficina fue A. Carvajal Campo o Camps; no teníamos máquinas de oficina en que practicar la teoría. No recuerdo a ninguno de ellos. El de Estudio de Productos fue E. Gondar. El de Principios Económicos, parece que un R. Canosa, explicaba la economía socialista, ponderaba la distribución china de las utilidades y yo me sospechaba que no creía en lo que estaba predicando. Necesitábamos un mínimo de asistencia para poder examinarnos.
No recuerdo si el presidente de la asociación de alumnos se llamaba Manolo Rivero. El empleado de la conserjería se llamaba Gilberto. Guillermo Colado trabajaba en el aeropuerto y tenía acné. Guillermo Burguet Pérez trabajaba en la Compañía de Teléfonos, vivía en la calle Humboldt. Eladio López Caballero trabajaba en una firma de contadores creo que Abreu y Rambau en la Calle 23, fui con él y su hermana menor Elba a Soroa en septiembre. Emilio León siempre llevaba traje, usaba espejuelos, vivía en San Ignacio. Belén se fue a trabajar de maestra a Ceiba del Agua. Enrique era delgado y entusiasta. El Colegio de Contadores Graduados de la Escuela Profesional de Comercio de La Habana estaba en Avenida Maceo No.19 entre Prado y Cárcel.
Zilia L. Laje
Foto: Calles Ayestarán y Néstor Sardiñas, a la derecha, la que una vez fuera sede de la Escuela Profesional de Comercio de La Habana. Tomada de un fotorreportaje publicado por Juan Suárez en Havana Times.
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lunes, 1 de mayo de 2017
De mi época de estudiante en Cuba
Al terminar el 6to. grado y comenzar a trabajar tenía varias opciones. La primera, dedicarme al trabajo y no estudiar más, opción apetitosa teniendo en cuenta lo bien que me fue financieramente a mi escasa edad, pero esa vía la deseché al recepcionar positivamente los consejos que me daban. La segunda, estudiar en el preuniversitario, de cinco años de duración, debía tener 14 años y solamente tenía 12. Y la tercera, estudiar comercio, opción que seleccioné por ser afín con mi trabajo y darme posibilidades más ligeras de estudio.
En lugar de la Escuela Profesional de Comercio de La Habana, sita en Ayestarán y Néstor Sardiñas, me decidí por el Plantel Jovellanos del Centro Asturiano, exclusivo para los socios y yo lo era. Las dos escuelas eran cercanas mi casa, pero el Plantel Jovellanos me quedaba más cerca y tenía un horario que no afectaba mi trabajo.
Entre otras, asignaturas allí se impartían Contabilidad, Finanzas, Caligrafía, Taquigrafía, Inglés y Mecanografía. Al comenzar las clases me presenté a examen de suficiencia en Mecanografía y creo que escribía tan bien y tan rápido como el profesor. Mi padre me había comprado una máquina Underwood con un método de aprendizaje que aproveché bien, así que era una asignatura menos a cursar. También en Inglés I y II ocurrió lo mismo. Sólo había estudiado el conocido método de Leonardo Sorzano Jorrín en 5to y 6to. grado en la Escuela Redención, con la profesora Lilia Veciana, nieta de Perucho Figueredo, autor del himno nacional cubano.
Pero me gustaba el inglés y tenía facilidades para los idiomas, en particular para el inglés, por lo que de forma autodidacta estudié otros métodos como Berliotz y Fries y, sobre todo, un curso por correspondencia con ejercicios y discos de vinyl de Hemphill School, que era un préstamo y estaba incompleto, pero me ayudó muchísimo. En la escuela se daba el sistema Lado, así que tenía en mi cabeza una liga tremenda de métodos.
Mi caligrafía, la Pitman, era buena, así que pasé también esa materia sin muchos sofocones y me daba más tiempo para estudiar las asignaturas que no conocía. Debo reconocer que no me gustaba la taquigrafía y pasé bastante trabajo con ella.
Recuerdo aquellos tiempos en Cuba, donde los veranos eran fuertes, pero no impedían que la gente fuera al trabajo con traje, cuello y corbata y las mujeres con medias largas de nailon. Los inviernos eran fríos y yo sólo tenía un jacket bastante escuálido, marca Saturno, no se me olvida, y pasaba unos buenos escalofríos, sobre todo al salir después de las 11 de la noche, cuando había un 'norte' o frente frío, que entonces eran más crudos. Atravesaba toda la Quinta Covadonga y salía por la puerta trasera, contigua a la capilla donde se velaban a los muertos.
Al tener facilidades para el Comercio y no tener que dedicar demasiado tiempo a los estudios, eso me permitió prepararme para otra meta: pasar el examen de ingreso a la Segunda Enseñanza (preuniversitario), obligatorio para quienes no habían cursado 7mo. y 8vo. grado, como era mi caso. Había un libro grueso que se llamaba Lecciones de Ingreso a la Segunda Enseñanza y preparaba a los aspirantes en Matemática, Español, Historia de Cuba y Universal, Geografía y Ciencias.
Casi me lo aprendí de memoria y con muy buenas notas logré entrar al Instituto de la Víbora en su curso nocturno, alternando el primer año del Instituto con el último de Comercio, lo que me era más fácil. Las clases eran desde las 7 de la tarde hasta pasadas las 12 de la noche y no había, como posteriormente hubo en Cuba, más de una opción de revalorizar un examen insuficiente. Solo podías revalorizarlo una vez y si no aprobabas no podías continuar estudiando. Además eso constituía un esfuerzo y costaba dinero, así que no se podía desperdiciar.
Había que comprar una buena cantidad de libros y cuadernos de trabajo y todos adquirirlos en la librería La Polilla, cercana al Instituto, en 10 de Octubre casi esquina a Carmen, y que aún existe. Los textos eran publicados por los propios profesores: Añorga en Matemática, Levy Marrero en Geografía, y otros. Pero mi trabajo me permitía sufragarlo, eso sí, el tiempo para estudiar, por la cantidad de trabajos que tenía, era prácticamente la madrugada, aunque trataba de asimilar lo mayor posible en las clases.
Llegó la revolución y ya en tercer año de bachillerato, tomé una de esas decisiones de las cuales uno después se arrepiente. Más por la aventura que por el llamado de la patria, me enrolé en las milicias revolucionarias y ahí se interrumpió, durante muchos años, la posibilidad las que sé ahora debían haber sido mis máximas prioridades.
Texto y foto: Carlos Rodríguez Búa*
Memorias de un cubano, 5 de marzo de 2014.Foto: Carnet de primer año de bachillerato.
* Ingeniero informático. Actualmente reside en Guanajuato, México. Además de Memorias de un cubano, tiene otro blog, Comics clásicos.
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