Al terminar el 6to. grado y comenzar a trabajar tenía varias opciones. La primera, dedicarme al trabajo y no estudiar más, opción apetitosa teniendo en cuenta lo bien que me fue financieramente a mi escasa edad, pero esa vía la deseché al recepcionar positivamente los consejos que me daban. La segunda, estudiar en el preuniversitario, de cinco años de duración, debía tener 14 años y solamente tenía 12. Y la tercera, estudiar comercio, opción que seleccioné por ser afín con mi trabajo y darme posibilidades más ligeras de estudio.
En lugar de la Escuela Profesional de Comercio de La Habana, sita en Ayestarán y Néstor Sardiñas, me decidí por el Plantel Jovellanos del Centro Asturiano, exclusivo para los socios y yo lo era. Las dos escuelas eran cercanas mi casa, pero el Plantel Jovellanos me quedaba más cerca y tenía un horario que no afectaba mi trabajo.
Entre otras, asignaturas allí se impartían Contabilidad, Finanzas, Caligrafía, Taquigrafía, Inglés y Mecanografía. Al comenzar las clases me presenté a examen de suficiencia en Mecanografía y creo que escribía tan bien y tan rápido como el profesor. Mi padre me había comprado una máquina Underwood con un método de aprendizaje que aproveché bien, así que era una asignatura menos a cursar. También en Inglés I y II ocurrió lo mismo. Sólo había estudiado el conocido método de Leonardo Sorzano Jorrín en 5to y 6to. grado en la Escuela Redención, con la profesora Lilia Veciana, nieta de Perucho Figueredo, autor del himno nacional cubano.
Pero me gustaba el inglés y tenía facilidades para los idiomas, en particular para el inglés, por lo que de forma autodidacta estudié otros métodos como Berliotz y Fries y, sobre todo, un curso por correspondencia con ejercicios y discos de vinyl de Hemphill School, que era un préstamo y estaba incompleto, pero me ayudó muchísimo. En la escuela se daba el sistema Lado, así que tenía en mi cabeza una liga tremenda de métodos.
Mi caligrafía, la Pitman, era buena, así que pasé también esa materia sin muchos sofocones y me daba más tiempo para estudiar las asignaturas que no conocía. Debo reconocer que no me gustaba la taquigrafía y pasé bastante trabajo con ella.
Recuerdo aquellos tiempos en Cuba, donde los veranos eran fuertes, pero no impedían que la gente fuera al trabajo con traje, cuello y corbata y las mujeres con medias largas de nailon. Los inviernos eran fríos y yo sólo tenía un jacket bastante escuálido, marca Saturno, no se me olvida, y pasaba unos buenos escalofríos, sobre todo al salir después de las 11 de la noche, cuando había un 'norte' o frente frío, que entonces eran más crudos. Atravesaba toda la Quinta Covadonga y salía por la puerta trasera, contigua a la capilla donde se velaban a los muertos.
Al tener facilidades para el Comercio y no tener que dedicar demasiado tiempo a los estudios, eso me permitió prepararme para otra meta: pasar el examen de ingreso a la Segunda Enseñanza (preuniversitario), obligatorio para quienes no habían cursado 7mo. y 8vo. grado, como era mi caso. Había un libro grueso que se llamaba Lecciones de Ingreso a la Segunda Enseñanza y preparaba a los aspirantes en Matemática, Español, Historia de Cuba y Universal, Geografía y Ciencias.
Casi me lo aprendí de memoria y con muy buenas notas logré entrar al Instituto de la Víbora en su curso nocturno, alternando el primer año del Instituto con el último de Comercio, lo que me era más fácil. Las clases eran desde las 7 de la tarde hasta pasadas las 12 de la noche y no había, como posteriormente hubo en Cuba, más de una opción de revalorizar un examen insuficiente. Solo podías revalorizarlo una vez y si no aprobabas no podías continuar estudiando. Además eso constituía un esfuerzo y costaba dinero, así que no se podía desperdiciar.
Había que comprar una buena cantidad de libros y cuadernos de trabajo y todos adquirirlos en la librería La Polilla, cercana al Instituto, en 10 de Octubre casi esquina a Carmen, y que aún existe. Los textos eran publicados por los propios profesores: Añorga en Matemática, Levy Marrero en Geografía, y otros. Pero mi trabajo me permitía sufragarlo, eso sí, el tiempo para estudiar, por la cantidad de trabajos que tenía, era prácticamente la madrugada, aunque trataba de asimilar lo mayor posible en las clases.
Llegó la revolución y ya en tercer año de bachillerato, tomé una de esas decisiones de las cuales uno después se arrepiente. Más por la aventura que por el llamado de la patria, me enrolé en las milicias revolucionarias y ahí se interrumpió, durante muchos años, la posibilidad las que sé ahora debían haber sido mis máximas prioridades.
Texto y foto: Carlos Rodríguez Búa*
Memorias de un cubano, 5 de marzo de 2014.Foto: Carnet de primer año de bachillerato.
* Ingeniero informático. Actualmente reside en Guanajuato, México. Además de Memorias de un cubano, tiene otro blog, Comics clásicos.
Buenos días, muy interesante relato, la gente joven antes se sacrificaba más para salir adelante, ahora ,en general, lo tienen todo demasiado hecho y creo que es un fenómeno a nivel mundial. En España, mi lugar de residencia, el sistema educativo está por los suelos y es poca la responsabilidad que se les pide a los estudiantes, un error a mi entender porque la vida no es fácil en ningún sitio y si tienes poca preparación peor lo llevarán.
ResponderEliminarEn cuanto a la decisión del joven que cuenta su historia, fue otro más que se dejó llevar por los cantos de sirena.
Saludos.
Carlos Rodríguez Búa, Gracias por un relato interesante. ¿Dónde exactamente en la Calzada de Buenos Aires quedaba el plantel Jovellanos, entre qué calles? Yo estudié un tiempo en el del Centro de Dependientes, en Buenos Aires 206 e/Consejero Arango y Carvajal, y después en la Escuala Profesional de Comercio en Ayestarán y Néstor Sardiñas. Muchas gracias.
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