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lunes, 8 de mayo de 2017

Lo que el viento se llevó



La Habana ha visto un renacer de los restaurantes privados, los llamados ‘paladares’ en general bastante alejados de las posibilidades de los bolsillos del habanero de a pie, pero antes del desastre en La Habana había muchos más, aunque también alejados del bolsillo del habanero común de aquella ya lejana época.

Según el Directorio Telefónico de 1958 existían más de 150 de esos restaurantes de primera línea como El Emperador, Monseigneur, Castillo de Jagua, Chez Merito, El Carmelo y Potin, entre otros. No aparecían en el Directorio Telefónico los otros cientos que no llegaban a ese nivel, y los muchos más que se conocían como fondas, las criollas y las de chino, y estas sí estaban al alcance de una buena parte de los bolsillos de los habaneros.

En una fonda de barrio podías comerte una ‘completa’ que consistía en un plato hondo lleno de arroz, potaje y un pedazo, no muy grande, de carne por 5 o 10 centavos. En La Habana no se carecía de sitios para matar el hambre, de acuerdo a las diferentes posibilidades económicas de los presuntos comensales.

Pero en la capital existían lugares donde hacer una ‘comida rápida’ -y no vamos a referirnos aquí a los puestos de fritas de los cuales ya hemos hablado-, tampoco de las ostioneras, con sus ostiones, huevos de carey y otros productos marinos que eran reverenciados como afrodisiacos, e incluso ingeridos por estudiantes en época de exámenes como supuestos estimulantes del intelecto. Ahora queremos referirnos a ciertos establecimientos que por la calidad del producto que ofrecían eran considerados el non plus ultra de ese producto en particular.

Para los sandwiches y mediasnoches, lo máximo era el Bar OK, en la esquina de Zanja y Belascoaín. Mientras la clientela hacia cola para adquirirlos, en el refrigerador con vitrina hacia el público podía apreciar los 'quesos suizos', que no eran importados de Suiza, sino producidos en Camagüey. Al fondo, los jamones y piernas de cerdo asadas. Dos luncheros trabajaban sin descanso para satisfacer la demanda de un manjar que no era nada barato para la época: 50 centavos el sandwich y 35 centavos la medianoche. La gran afluencia de público, a toda hora, garantizaba que la materia prima fuera fresca y excelente calidad, lo cual estimulaba aún más la demanda.

Si usted prefería un sandwich de pavo, debía caminar tres cuadras, hasta Belascoaín y Neptuno. Allí, en la cafetería y dulcería Siglo XX, en Belascoaín y Neptuno, no solo se confeccionaban los mejores sandwiches de pavo, si no también los mejores brazos gitanos y éclairs, que en Cuba les llamábamos 'montecristos'. Pero si de dulces se trata no podemos olvidarnos la dulcería Lucerna, creadora del tatianoff, situada también en la calle Neptuno. O de los los cakes de la Gran Vía, en Santos Suárez. Y, por qué no, del panqué de Jamaica, a la entrada de esa pequeña población de San José de las Lajas, en la actual provincia de Mayabeque.

El pollo -que actualmente Cuba importa de Estados Unidos- en las décadas de 1940-1950 era muy consumido en el Pick in Chicken, entonces situado en el punto donde terminaba el muro del Malecón y comenzaba la Avenida de los Presidentes, a unos pocos pasos de los llamados balnearios El progreso y Las playas, que no eran más que simples cortes en el arrecife rellenos de arena.

El 'pikinchiken' era un simple trailer y unas cuantas mesas al aire libre, y también servían directamente al auto, en una especie de bandeja adosada a las ventanillas. El pollo, empanizado y frito, era delicioso. Además de la brisa marina, podías disfrutar de una película cómica silente, proyectada en una 'pantalla' que no era más que una sábana colgada. Al iniciarse la ampliación del Malecón lo trasladaron a 3ra. y G, Vedado, pero perdió su encanto y popularidad.

A mediados de los años 50 surgieron los Caporales, donde un tazón de caldo de pollo valía 5 centavos y 25 centavos un cuarto de pollo. Pero para saborear los mejores pollos había que esperar a la Feria Ganadera, anualmente celebrada en Rancho Boyeros. En grandes pailas llenas de manteca de puerco, se freían muslos con encuentro y mitades de pechugas. Valía la pena hacer el viaje: además de comer pollo frito, podías recorrer la Feria y ver las mejores razas de ganado vacuno y caballar, aves de corral, cerdos, conejos y carneros.

En Santiago de la Vegas existían dos establecimientos muy reclamados. Uno era La Dominica y sus famosas croquetas. El otro era una cafetería, cuyo nombre no recuerdo, situada frente a la iglesia, donde vendían un sabroso dulce de coco en envases artesanales de barro. Era tan bueno como el que una vez me encontré en el poblado de Auras (hoy Floro Pérez), al norte de Holguín, pero sin el envase de barro.

El puerco asado tenía dos estupendos locales en la carretera rumbo al Cacahual: El Rincón Criollo y La Tabernita. Un dato curioso: el 7 de diciembre, fecha luctuosa por la caída en combate de Antonio Maceo y Panchito Gómez Toro, los residentes de Bejucal se iban en una especie de romería a los alrededores del monumento a los próceres, montaban unos tinglados y vendían puerco asado, le llamaban "la fiesta del panteón".

En las afueras de La Habana, en Catalina de Güines, se podía saborear las archiconocidas butifarras del Congo que originalmente se vendían en un deslustrado local a pocos metros de la Carretera Central, y que inspiró a Ignacio Piñeiro a componer su célebre Échale salsita, tema que George Gershwin utilizó en su Cuban Overture.

La cafetería El Porvenir, en el cuchillo que formaban las calles de Infanta y San Francisco, a pocos pasos de Carlos III, tenía fama por su café con leche, y en invierno por el chocolate caliente. Su clientela habitual se veía aumentada por los asistentes a la funeraria que quedaba en Infanta.

Muy cerca, en Carlos III, estaba la Antigua Chiquita, conocida como 'la casa de las empanadas'. Las de chorizo no tenían competidor (en 2015, la Antigua Chiquita fue reconvertida en una panadería para celíacos. Las papas rellenas más populares eran las de El Faro, en Guanabacoa. Insuperables.

Para helados, La Josefita, en la calle Ángeles a pocos metros de Reina. Su helado de mantecado no tenía comparación. No olvido este lugar con sus mesas de mármol y sillas de madera curvada estilo Thonet, la copa de bruñido metal, los frágiles barquillos envueltos en papel encerado, toda una exaltación al buen gusto.

Sin embargo, yo sentía una fuerte predilección por el frozen de chocolate en un modesto puesto de frutas de chinos en la calle Santos Suárez, casi esquina a 10 de Octubre. Podías disfrutar tu helado mientras los múltiples aromas de mameyes, mangos, piñas, guayabas, canisteles, anones, guanábanas, chirimoyas, te embargaba los sentidos.

Waldo Acebo Meireles
Cubaencuentro, 28 de marzo de 2017.
Foto: Cafeteria cubana en los años 50. Tomada de Google Images.


2 comentarios:

  1. Buenas tardes,
    El viento no, un huracán de categoría 5 es lo que se ha llevado todo, sólo quedan los recuerdos y cuando ya faltemos los que aún tenemos alguna memoria de esos tiempos ya esa Cuba añorada habrá desaparecido para siempre.

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  2. Mirando fotografías y videos de 1958 y antes, vemos que esa Cuba añorada desapareció ya completamente, no queda más que en la memoria de algunos viejos cuerdos. Porque hasta algunos viejos ahora hablan de "Centro-Habana", "diplotiendas" y "caldoza". Conservemos las fotografías, que es lo único sólido.

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