A los 17 años de edad, sin haber terminado high school ni segunda enseñanza formal de algún tipo en español ni inglés, era ya taquígrafa en inglés y en español y me encontraba trabajando de secretaria bilingüe del jefe de personal en la Compañía Owens-Illinois Glass, en San José de las Lajas, en el Kilómetro 35 y medio de la Carretera Central.
En 1958 traté de ingresar en la Escuela Profesional de Comercio, los exámenes de ingreso era cada uno eliminatorio, tomé el de matemáticas, me desconcertó y atascó un problema de los de trenes saliendo de estaciones a hora y velocidad. A la salida, ofuscada, atolondrada, di un traspiés en el escalón superior de la escalera curva de mármol y la rodé entera hasta el vestíbulo en la planta baja.
Recuerdo que llevaba un vestido 'camisero' a rayas azules y blancas de saya ancha. Me levanté sin decir una palabra y en Ayestarán y Factor tomé la ruta 19 hasta San Lázaro e Infanta. Allí me bajé con rasponazos y morados en las espinillas y entré en el café Biki a pedir hielo para frotarme y poder llegar a la casa.
Ante la realidad, al año siguiente, trabajando a cargo de la documentación de exportación en la Pittsburgh-Plate Glass International en Infanta 16 esquina a 23, 7mo. piso, me matriculé en la Academia Morales, en San Rafael 1055 entre San Francisco e Infanta, altos. Asistía por las tardes después del trabajo, para reforzarme en matemáticas, en particular esos problemas de salidas, horas, dirección, distancias y velocidades.
No me daba tiempo a comer, y me apuraba un puñado de cereal "puffed wheat" de Kellogg’s, seco de la caja antes de salir para las clases. La Academia me quedaba a seis cuadras de casa. Allí una muchacha joven alta, sencilla, me repasaba problemas de ese tipo. Me leí el libro Lecciones de ingreso a la Escuela Profesional de Comercio de La Habana de Roberto Aguilar y Flores. Me pasé un fin de semana en la cama, haciendo mapas de la isla de Cuba para el examen de Geografía. No estudié nada de Cívica.
Volví a presentarme en 1959 a los exámenes de ingreso, que consistían en Matemáticas, Gramática, Historia, Geografía, Cívica, Rudimentos de Comercio e Inglés y debía realizarlos en el espacio de dos semanas. En el de Gramática preguntaron el grado superlativo absoluto y relativo del adjetivo dulce. En el de Cívica, hicieron una pregunta sobre la forma más simple de organización de la sociedad cuya respuesta, me enteré después, era la horda y yo no supe contestar, pero a pesar de ello quedé en segundo lugar del escalafón.
Comencé a asistir a las clases en la Escuela Profesional de Comercio en Ayestarán 175 esquina a Néstor Sardiñas, en el Ensanche de Almendares, el martes 8 de diciembre de 1959, para obtener el título de Contador Mercantil.
De Esther Tato Borja, la profesora de inglés, aprendí que el pronombre "it" no tiene forma de pronombre posesivo, sólo adjetivo y refresqué que shall es la conjugación en 1ra. persona del verbo will y will lo es de shall. Joven, baja de estatura, tenía voz ronca y era hija de Esther Borja Lima. No ponía disciplina y, cuando los alumnos se le desenfrenaban, decía, "Se acabó la clase, y la materia va a examen".
Yo no quería estar allí en primer lugar y una noche en que los muchachos se habían puesto a cantar "Abba dabba dabba said the monkey to the chimp", me enfurecí y me fui de la clase para demostrarles falta de respeto. Ella me había prestado el libro The Ugly American de Eugene Burdick y William Lederer de la biblioteca de la Ruston Academy, en que había estudiado y trabajaba, yo no había terminado todavía de leerlo, pero en la próxima clase se lo llevé y ella me dijo amablemente que, si no lo había terminado todavía, me quedara con él hasta que lo terminara.
Me acuerdo de la de profesora de Composición, Dra. Margarita del Valle, anticuada, por el pelo teñido color yodo. Leímos Cecilia Valdés, estudiamos la frase en el capítulo 2 "un sí es no es", me recomendó salicilato de metilo para la bursitis, muy eficaz. M. Lorenzo, el de Caligrafía, de pelo rizado, con el método Palmer, era quisquilloso; se empeñó en que me quitara unos pulsos que yo llevaba desde que tenía 11 años y no cedí.
Recuerdo que el primer profesor de Teneduría que tuvimos, de apellido compuesto que no recuerdo, no sé si sería José M. Fernández Roig, llevaba guayabera y tenía algún problema con ella (no me acuerdo ya si estaba sucia, sudada, arrugada, le quedaba estrecha, encogida, se le quedaba abierta o se le veía la camiseta), pero un compañero me insistía años más tarde en que iba borracho y se metía a tomar en el bar La Maravilla que quedaba enfrente, en Ayestarán y 19 de Mayo, pero no recuerdo eso ni remotamente.
Al próximo de Teneduría, creo que se llamaba Venancio Fernández Seivane, joven, lo recuerdo más, porque tuve que hacerle preguntas fuera de clase sobre el estado constructivo, y nos ayudaba mucho. A la de Mecanografía, parece que la Dra. Laura Pradas, le dio por que me cortara las uñas y tampoco accedí, a mí se me metían automáticamente entre las teclas y no me estorbaban para nada. Tengo una idea de que el de Aritmética Comercial, cuyo nombre parece ser A. Alonso Bt., tenía el tipo poco cepillado, no parecía un profesor de segunda enseñanza. Otra de inglés, no recuerdo si sería la Dra. M.E. Selva R., me descalificó un adverbio después del verbo en una composición.
Las firmas en las notas tienen la misma letra Palmer casi igual. Por ellas descifro más o menos que un profesor de teneduría fue C. Aguilar o Aguilés, hubo otro Valdés. El de Prácticas de Oficina fue A. Carvajal Campo o Camps; no teníamos máquinas de oficina en que practicar la teoría. No recuerdo a ninguno de ellos. El de Estudio de Productos fue E. Gondar. El de Principios Económicos, parece que un R. Canosa, explicaba la economía socialista, ponderaba la distribución china de las utilidades y yo me sospechaba que no creía en lo que estaba predicando. Necesitábamos un mínimo de asistencia para poder examinarnos.
No recuerdo si el presidente de la asociación de alumnos se llamaba Manolo Rivero. El empleado de la conserjería se llamaba Gilberto. Guillermo Colado trabajaba en el aeropuerto y tenía acné. Guillermo Burguet Pérez trabajaba en la Compañía de Teléfonos, vivía en la calle Humboldt. Eladio López Caballero trabajaba en una firma de contadores creo que Abreu y Rambau en la Calle 23, fui con él y su hermana menor Elba a Soroa en septiembre. Emilio León siempre llevaba traje, usaba espejuelos, vivía en San Ignacio. Belén se fue a trabajar de maestra a Ceiba del Agua. Enrique era delgado y entusiasta. El Colegio de Contadores Graduados de la Escuela Profesional de Comercio de La Habana estaba en Avenida Maceo No.19 entre Prado y Cárcel.
Zilia L. Laje
Foto: Calles Ayestarán y Néstor Sardiñas, a la derecha, la que una vez fuera sede de la Escuela Profesional de Comercio de La Habana. Tomada de un fotorreportaje publicado por Juan Suárez en Havana Times.
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