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domingo, 31 de julio de 2011

Cubanos clandestinos en La Habana


Por Iván García, La Habana

La Habana es una especie de ciudad prohibida para las personas de la Cuba profunda. Por el
Decreto 217, vigente desde el 22 de abril de 1997, residir en la capital del país es una trama complicada de gestiones burocráticas y horas de colas en oficinas de la administración central.Tienes que cumplir una gran cantidad de requisitos para que aprueben radicarte en la ciudad. Es un lío.

A no ser que seas un guantanamero, camagüeyano o santiaguero y ejerzas alguna función en una empresa estatal o dentro del Partido Comunista. Entonces se te abren las puertas de La Habana. Y los generosos recursos del Estado o del Partido te aseguran un inmueble de su vasta red de viviendas destinadas a esas situaciones.

En caso de que la visita a la capital sea fugaz, te alojan en un hotel tres estrellas, con barra abierta para comer y beber en tus ratos de ocio. Sin gastar un centavo de tu bolsillo.

Empresas que manejan divisas, como el turismo, aviación civil o telecomunicaciones, poseen casas a su disposición para albergar a especialistas, ingenieros o cuadros administrativos de otras provincias. O habitaciones en hoteles de calidad que deben pagar en moneda dura. Es la única manera legal de radicarse en La Habana con la venia de sus autoridades.

La otra es pasar unos días con familiares residentes en la capital, visitar el Zoológico de la avenida 26, tirarse fotos frente al Capitolio y recorrer el Barrio Chino o las playas del Este. Y sacar el boleto de vuelta al terruño.

De lo contrario, se te abre un expediente como ilegal. En pos de frenar el creciente éxodo de cubanos del interior del país, desesperados por la aguda situación económica y falta de futuro, desde hace catorce años existen controles y regulaciones que impiden radicarse en La Habana a los nacidos fuera de su territorio.

Son extranjeros en su propia patria. Con el Decreto 217, las instituciones del Estado pretendían darle una solución a la superpoblación de una ciudad que ya supera los dos millones y medio de habitantes, con una infraestructura del cuarto mundo y un déficit bestial de viviendas, agua y transporte público.

Se daba la paradoja que mientras intentaban detener la despavorida ola, sobre todo de jóvenes de las regiones orientales, que huían de sus poblados para tratar de vivir mejor, construían barracas con techos a dos aguas de fibrocemento, donde albergaban a constructores y candidatos a policía.

Y es que los habaneros no quieren ser policías. Ni laborar en el duro oficio de la construcción, mal pagado y con pésimas condiciones de trabajo. Por ello al gobierno no le quedó más remedio que contratar mano de obra en las provincias orientales por un período de dos a cinco años.

Pero los provincianos se las agencian para desprenderse del arique y la tierra y recalar en La Habana. Varios son los motivos. El principal, que a pesar de la crisis económica severa que afecta a Cuba hace 22 años, es en la capital donde corre el dinero y los productos y servicios se venden más caros.

También es un buen lugar para que las muchachas tomen el tren desde Bayamo o Manatí y se prostituyan en calles y bares de la ciudad. Abunda la clientela nacional y los turistas a la caza de carne fresca que paga el sexo a buen precio.

Por cierto, la jineteras del oriente de la isla son mal vistas por sus similares habaneras. Las prostitutas nacidas en la urbe, consideran que las orientales o ‘palestinas’, como les dicen, han devaluado la añeja profesión, por las bajas tarifas que cobran. Y las odian.

Los orientales que de manera clandestina llegan a La Habana hacen de todo. Desde pedalear durante 12 horas un bicitaxi, recoger desechos de aluminio o cartón, vender pacotilla textil, discos piratas, detergentes y aromatizantes en la calle Monte.

Quienes vienen a trabajar duro son dignos de admiración y respeto. Otros, malandrines violentos, quieren hacer dinero por la vía rápida. Y se convierten en expendedores de marihuana criolla. O proxenetas que se apean en la terminal de ferrocarriles con un harén de jineteras, azoradas con las luces, y las ponen a trabajar a destajo en ruinosas habitaciones, follando por 5 dólares la media hora.

Desde El Cobre o Manzanillo también hacen sus maletas gays y lesbianas, de pueblos donde no son bien vistos y se mantienen en el armario. Ya en la capital, enseguida se adaptan a la vida nocturna y disipada. Con tacones altos, travestidos, asisten a fiestas de gays o de ‘tuercas’(lesbianas), sin la mirada reprobatoria de familiares y amigos.

Suele ocurrir que en ocasiones los policías son paisanos de la misma provincia, pero esto no los conmueve. Los cazan y los montan de vuelta en el tren de la madrugada. En balde. Porque los clandestinos, al margen de su inclinación sexual, se las ingenian para burlar el cerco policial y los controles. Y regresan a La Habana. Es un asunto de supervivencia.

sábado, 30 de julio de 2011

Dossier de un carterista habanero


Por Iván García, La Habana

Adrián, 46 años, se considera uno los grandes carteristas de La Habana. Siempre tuvo buenas manos. Al principio todo comenzó como una travesura de niños. Cuando su padrastro estaba pasado de copas, él se entretenía en levantarle la billetera sin que lo notara. A los 15 años, ya era un carterista profesional.

Adrián es muy cotizado en el bajo mundo. Es un mito. Un modelo a seguir por los novatos en el oficio. Más conocido como Mostaza, Adrián tuvo buenos maestros. Aprendió con los mejores carteristas de la ciudad, que vivían en la barriada de Mantilla, en las afueras de la capital.

Salía con una gastada mochila al hombro, que le servía como parabán de las vistas indiscretas y se introducía en colas o aglomeraciones de personas a la hora de abordar los ómnibus. Operaba en pareja con una señora de 60 años, conocida como la Super Abuela.

“Ya está muerta, que Dios la tenga en la gloria. Era una señora negra, con dedos largos que parecían tenazas. Siempre cogíamos maraña (carteras) cuando la gente iba a subir a los camellos (ómnibus remolcados por un camión que ya no circulan). Hicimos muy buenos panes (fechorías)”, cuenta Mostaza una noche calurosa, sentado en el banco de un parque, a tiro de piedra del malecón.

“Un buen día de trabajo solíamos hacer entre 120 o 200 dólares, sin contar el dinero en moneda nacional. Laborábamos a destajo. Después de terminar la faena con la Super Abuela, me iba a alguna discoteca frecuentada por turistas, a cazar un gil (víctima). Terminaba la noche por la puerta ancha", recuerda mientras entrecierra los ojos.

A Mostaza le gusta contar sus hazañas. Su mejor credencial es no haber ido nunca a la cárcel. “Era tan hábil, que incluso robaba relojes de pulsera. Todo era muy fácil, pues en Cuba las colas y los tumultos son habituales. He hecho una pasta hurtando monederos y billeteras”, confiesa.

“Los buenos en esta profesión nos consideramos artistas. Si el punto (víctima) daba berro (sospechaba), le quitaba el pie del acelerador. Nunca forcé la jugada. Si podía lo jamaba (cartereaba) si no, iba a cazar otro gilipollas”.

Se considera un catedrático en la especialidad. Mira las aguas quietas del mar y alardea: “Estaba en el hall de la fama, pregunta en el ambiente, era uno de los mejores, quizás el número uno”.

Según Mostaza, nunca lo cogieron fuera de base ni le formaron un escándalo en la calle. “Los carteristas actuales son unos chapuceros. Para ser bueno en esto hay que ser un artista. No me he retirado todavía, pero de vez en cuando salgo a hacer de las mías. Cuando me ven, los demás choros (carteristas) se echan a un lado y dicen se le subió la mostaza”, y se ríe, dejando ver sus muelas de oro.

La noche avanza. Mostaza se despide. Camina como un gato entre las calles oscuras del Vedado. Una nueva faena le espera.

viernes, 29 de julio de 2011

La Habana, sede de carreras ilegales (y legales) de autos


Por Iván García, La Habana

Cuba tiene una tradición de competiciones automovilísticas de más de un siglo. La primera carrera se celebró en 1903, pero el rally más sonado tuvo lugar en La Habana en 1957. No por los récords, si no por haber sido secuestrado el más famoso participante, el corredor argentino Juan Manuel Fangio. Un secuestro político, realizado por seguidores de Fidel Castro.

Más recientemente, el 30 enero de 2011, pilotos de autos clásicos se prepararon para disputar una competencia oficial de velocidad en la Marina Hemingway, en las afueras de la capital, pero debido a desórdenes del público asistente quedó inconclusa. Puede que los participantes de la carrera que vamos a contar desconocieran tales antecedentes.

Lo cierto es que el lugar escogido para este rally ilegal parecía un set del filme Fast and Furious.
Ya de madrugada, la Autopista que corta en dos el villorrio de El Calvario, al sur de La Habana, se fue llenando de motos y coches repletos de pegatinas coloridas y fanáticos a las carreras de automóviles.

Cuatro coches policíacos Geely, de fabricación china, se emplazaron en lugares estratégicos para velar por el orden. Chicas vestidas con sayas muy cortas se rifaban a los conductores de los autos más espectaculares. Y no pocos curiosos, entre cerveza clara y música de reguetón subida de tono, hacían fuertes apuestas.

Esta Fórmula-1 a la cubana es ilegal. Aunque los asombrados choferes que transitaban por la Autopista bien podrían haber pensado que las carreras de autos entraban en el paquete de derogaciones aprobados por el VI Congreso del Partido Comunista, al ver la celosa protección policial. Incluso se cerró un tramo de la vía para evitar accidentes.

Las carreras clandestinas de coches o motos no son nuevas. Se vienen haciendo desde hace unos veinte años en tramos diversos de la Autopista Nacional, amplia y con buenas condiciones para correr velozmente. También en vías dentro de la propia ciudad, como las Avenidas 26 o 31.

En la competencia que tuvo lugar en las inmediaciones de El Calvario, la mayoría de los coches eran Lada, Fiat o BMW anticuados, pero con adaptaciones que les permitían alcanzar velocidades superiores a los 190 kilómetros por hora.

También hubo una lid de habilidades acrobáticas. Un tipo con una gorra azul de los Yankees de Nueva York, fue el ganador, al efectuar numerosos giros de 180 grados a gran velocidad.

Luego se emparejó el match de carreras a una distancia de 600 metros. Tras dos horas, uno de los 'patrocinadores' le regaló 10 pesos convertibles (12 dólares) a cada uno de los ocho policías que velaron por la tranquilidad de la prohibida competencia.

La cerveza y un buen refrigerio estuvieron igualmente garantizados para los agentes del orden. En cuestión de minutos se desmontó el tinglado. Los coches policiales volvieron a lo suyo. Y los ganadores de las carreras partieron jubilosos y ebrios con algunas de las chicas que siempre están presentes en los sitios donde corre el dinero.

Foto: Getty Images. De la carrera el 30 de enero de 2011 en la Marina Hemingway, en las afueras de La Habana.

jueves, 28 de julio de 2011

El filme "7 días en La Habana" terminó su rodaje en Cuba

Por Tania Quintero, Lucerna

Las casas productoras Morena Films y Full House y la firma Havana Club S.A., en el mes de mayo finalizaron el rodaje de la cinta 7 días en La Habana, compuesta por siete cortometrajes dirigidos por Benicio del Toro, Pablo Trapero, Juan Carlos Tabío, Laurent Cantet, Elia Suleiman, Gaspar Noe y Julio Medem.

La coproducción hispano-francesa se había comenzado a rodar el 4 de marzo en la capital cubana. No se sabe bien cómo con tantas metrópolis que en el mundo desatan pasiones, siete realizadores de distintas nacionalidades se enamoraron de la otrora Villa de San Cristóbal, fundada el 16 de noviembre de 1519 por Diego Velázquez, y hoy bastante maltratada por una revolución que la abandonó a su suerte.

"Es una ciudad única y los habaneros son una gente muy especial", han dicho sus realizadores. Y adelantan que el filme será una fotografía de La Habana de 2011. "Un retrato contemporáneo de una ciudad ecléctica, joven y que mira hacia el futuro". Cada capítulo contará un día de la semana, a través de la vida cotidiana de sus personajes.

También, aseguran, 7 días en La Habana estará alejada de los tópicos turísticos, "pues pretende expresar el alma de la ciudad a través de sus barrios". Si han sabido captar su alma, en los diferentes cortos descubriremos las columnas de Alejo Carpentier; El Vedado que tanto amó Dulce María Loynaz o las calles que con su respiración asmática recorrió José Lezama Lima. Y por supuesto, su principal ícono, el Malecón.

Aguardamos por su estreno. En La Habana, por supuesto.

Foto: Alejandro González

miércoles, 27 de julio de 2011

Cuba, una simple denominación estatal


Por Laritza Diversent, La Habana

En la actualidad, el término república designa a los Estados cuya jefatura es responsabilidad de un presidente o figura similar, y no de un monarca. En este sentido es que la Constitución cubana utiliza el vocablo.

El artículo 1 sostiene que “Cuba es un Estado socialista de trabajadores independiente y soberano, organizado con todos y para el bien de todos como una república unitaria y democrática”.

¿Realmente somos una república democrática? El sistema republicano se basa en principios democráticos como la tripartición de poderes coordinados e independientes, en el sufragio universal, y la libertad. Ninguno se aplica al sistema político cubano. La doctrina sobre la que se organiza y funciona el Estado se opone a los mismos.

Según el artículo 68 de la Constitución, “los órganos del Estado se integran y desarrollan su actividad sobre la base de los principios de la democracia socialista”. El precepto establece reglas que introduce elementos del sistema republicano:

“Todos los órganos representativos de poder del Estado son electivos y renovables; los elegidos tienen el deber de rendir cuenta de su actuación y pueden ser revocados de sus cargos en cualquier momento”.

Sin embargo, la misma norma contiene cláusulas que anulan la posibilidad de límites y controles recíprocos al poder, propios del principio de la tripartición. Se afirman las bases para un sistema de subordinación que conduce a la centralización del poder: “las disposiciones de los órganos estatales superiores son obligatorios para los inferiores; los órganos estatales inferiores responden ante los superiores y le rinden cuenta de su gestión”.

¿Cuál es el órgano superior y de representación que está en la cima de la organización piramidal? La Asamblea Nacional (Parlamento) que es el órgano supremo del poder del Estado y el cual establece que el Consejo de Estado es quien representa a la Asamblea Nacional entre uno y otro período de se­siones. El Consejo de Estado, además, tiene la suprema representación del Estado cubano, a los fines nacionales e internacionales.

Pero al regular las atribuciones del Consejo de Estado, la Carta Magna no distingue cuáles ejercita a nombre del Estado y cuáles a nombre de la Asamblea Nacional. En la práctica, le da una situación jurídica de poder para actuar con gran libertad.

Esta doble representación se traduce en una concesión formal y real del poder a favor de este órgano. O sea, el Consejo de Estado no es vocero particular del Parlamento, sino el de toda la nación. Sin embargo, no es responsable ante el electorado, porque no ha sido elegido por el pueblo, tampoco depende de sus decisiones. La Asamblea Nacional es la que elige, de entre sus diputados, a los miembros del Consejo de Estado.

En Cuba no hay presidente de la República, pero sí jefe de Estado y de Gobierno, que es el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, cargo gubernamental característico de los sistemas republicanos. No obstante, no realiza elecciones populares para elegir a la máxima autoridad estatal.

El sufragio universal se fundamenta en la idea de que el pueblo que se halle bajo un gobierno determinado, debe contar con la posibilidad de elegir a sus dirigentes, y que los gobiernos deriven sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.

Si los ciudadanos no eligen directamente a quien los gobierna, ¿cómo pueden exigirle cuenta de sus gestiones al ejercer el gobierno, si ellos no fueron los que lo colocaron en el poder? ¿Cómo pueden revocar un mandato que ellos no otorgaron?

En Cuba, la figura del dirigente máximo es, a su vez, parlamentario y primer secretario del único partido político permitido. O sea, es una manifestación de la unidad de poder como principio de organización estatal contrario a la democracia republicana y una forma mantener con fuerza la unidad indivisible del poder del Estado.

La existencia de un solo partido con rango constitucional que dirige y basa su funcionamiento en el "centralismo democrático" (otro principio de organización estatal), supone la intervención de éste en el gobierno. Es decir, la reunión de sus dirigentes en el centro del poder público, robusteciendo un sistema fundado en el principio de autoridad.

Ese reconocimiento impone la vigencia del monopartidismo y la consiguiente institucionalización de la ideología comunista. Y se traduce en la prohibición del pluralismo político. Pueden existir otras organizaciones, pero éstas deben ser fieles a la doctrina marxista-leninista y tienen que ejecutar la política del Partido Comunista de Cuba (PCC).

De este modo, queda garantizado que todos los sectores sociales forman parte del mismo sistema político. Les facilita a los dirigentes “venderse” como representantes de todas las clases y capas de la población y, en la práctica, hacen innecesaria la existencia de otras organizaciones sociopolíticas. De hecho, los diputados nacionales a la Asamblea Nacional, quienes supuestamente son los representantes del pueblo, son miembros del Partido. Es lógico, pues, que el PCC no necesite participar en las elecciones.

Por último quisiera señalar que la existencia de una ley, como la Ley 88 de 1999 -conocida como 'ley mordaza'- que invoca la defensa del Estado Socialista y la independencia de Cuba, para sancionar a todo individuo que colabore con emisoras de radio o televisión, periódicos, revistas u otros medios extranjeros de difusión, dando su opinión acerca de la gestión del gobierno, viene a corroborar que los cubanos no disfrutamos de libertad para expresarnos.

En Cuba, ya se sabe, el poder se concentra y es ejercido por un número reducido de personas, entre los cuales se encuentran los miembros del Consejo de Estado y, sobre todo, su presidente. Un
grupo que, además, no tiene limitadas sus atribuciones por la ley.

Los postulados ideológicos del único partido político existente, instituyen principios autoritarios de gestión gubernamental. Sus mandatos no pueden someterse a fiscalización ni control democrático por parte de los gobernados, quienes tienen suprimidas sus libertades individuales, especialmente la de expresión y opinión.

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas también fue un Estado dictatorial de partido único, y durante sus casi noventa años de existencia, demostró que república y democracia no son equivalentes. Porque la república es la forma de Estado basada en el concepto de que la soberanía reside en el pueblo. En el pasado, y también en el presente, ese concepto ha servido para que algunos Estados cobijen regímenes antidemocráticos y totalitarios.

El sistema de gobierno nombrado por la Constitución de la República de Cuba no es el de una república democrática, como se autoproclama en el primer artículo. Es simplemente una denominación estatal.

martes, 26 de julio de 2011

Había una vez...


Por Juan Escandell, Miami

Cuando en 1953 Fidel Castro escribió su alegato y compromiso con el pueblo cubano La Historia me Absolverá, elogió con entusiasmo y como grandes virtudes ciudadanas -entre otras- que el pueblo podía “reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad”, pero una vez que se hizo con el poder, convirtió todas y cada una de esas virtudes en delitos, en actividades “contrarrevolucionarias” que solo mercenarios pagados y dirigidos por el “enemigo” podían reclamar, “delitos” que desde entonces hacen perder el empleo, ser difamado, perseguido, apedreado y enviado a la cárcel durante decenios.

58 años después, ese texto Castro puede volver a escribirlo hoy mismo acerca de una realidad mucho más absoluta y siniestra que entonces. Veamos un párrafo de ese alegato castrista:

“Os voy a referir una historia. Había una vez una República. Tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades; Presidente, Congreso, Tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada, y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos y en el pueblo palpitaba el entusiasmo. Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada, sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una mejora, un avance, y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro.”

Ese país admirable de libertades, leyes y esperanzas que había existido en el pasado y que Castro describía tan positivamente existió solo hasta 1952. Luego, primero con Batista y después con él mismo, esa situación se fue agravando día a día hasta hoy. Aquel elogiado país de entonces tiene aún menos libertades, sigue sin Congreso y sin satisfacer al pueblo, la opinión pública sigue acallada, sigue sin haber partidos políticos ni horas doctrinales de radio ni programas polémicos de televisión.

58 años después ese pueblo sigue deseando un cambio, una mejora, un avance, pero manifestarlo siquiera es un delito “contrarrevolucionario” que lleva a prisión. Una cosa sí ha cambiado: Ese pueblo que “había sufrido mucho” y que hoy sufre muchísimo más, ya no mira el pasado con verdadero terror.

Ahora es el presente, y aún más el lóbrego futuro que espera a sus hijos y nietos lo que le inspira terror. Pero, por suerte, siempre podrá recurrirse a los cuentos de hadas tal como hizo entonces Castro: “Os voy a referir una historia. Había una vez…”

Cubanet, 6 de junio de 2011

Foto: Cuartería o casa de vecindad en La Habana.

lunes, 25 de julio de 2011

Oeste habanero

Por Iván García, La Habana

Cargan con diversas armas blancas y a ratos hasta pistolas. Por suerte, aún no portan AK-47 o artefactos de grueso calibre. Pero desde ya, por su comportamiento violento, las pandillas juveniles son un auténtico peligro para la sociedad cubana.

Viven de asaltar a chicos y chicas a la salida de centros nocturnos. También suelen desvalijar a adultos bohemios o pasados de tragos en altas horas de la madrugada.

Tienen varios modus operandi. Y sitios escogidos. Un camino oscuro al fondo de la Universidad habanera, colindante con el hospital Calixto García, es uno de ellos. Tramos del Bosque de La Habana o calles solitarias aledañas a la discoteca Macumba, en La Lisa, son otros de sus preferidos.

Los fines de semana otean el panorama para cazar a sus futuras víctimas por los alrededores del salón La Tropical, donde acuden bailadores a mover la cintura al ritmo de la timba o el reguetón. Si un turista extranjero se pone a tiro, tampoco está mal. Cuando asaltan a un forastero el botín puede ser ropa de marca, unas zapatillas Nike, un Iphone, un ordenador portátil, moneda dura y hasta una camiseta de Messi.

Su 'armamento' lo conforman machetines recortados, navajas, punzones, revólveres gringos de los tiempos del oeste y, una variante criolla de pistola casera, confeccionada con un inyector y un percutor de arma de fuego.

Todos son jóvenes, en edades comprendidas entre 17 y 25 años, con antecedentes penales, familias disfuncionales y sin el más mínimo deseo de estudiar o trabajar. Este tipo de pandillas no es usual en La Habana. Pero existen. No tienen la violencia de las ‘maras’ salvadoreñas ni la crueldad de un sicario mexicano, aunque en su haber cargan algún que otro muerto.

La violencia en La Habana no llega a grados alarmantes como en Caracas o Río de Janeiro. Pero va en aumento. Es habitual ver a adolescentes y jóvenes portar armas blancas cuando acuden a bailes populares o discotecas nocturnas.

La música grosera y pendenciera de grupos de reguetón como el Chacal, Micha o el Insurrecto, les acelera la testosterona y los pone a punto de caramelo. Y cuando termina la fiesta montan su espectáculo personal de intimidación.

La violencia en un sector nada despreciable de la juventud habanera no solo se muestra a golpe de navaja. Es casi un estilo de vida. Suelen golpear a sus novias o familiares cercanos. Hablan una jerga agresiva y entrecortada, que únicamente entienden los marginales de arrabal.

En sus genes llevan una fuerte cultura del odio. Por muchas causas: la despreocupación de la sociedad, ser los más pobres y vivir en hogares que son verdaderos infiernos.

Se han acostumbrado a resolver los litigios mediante la fuerza. Y con violencia consiguen lo que desean y no tienen. Un grave problema, pendiente de resolver por las autoridades cubanas, quienes no han sabido darle una respuesta.

Pero no solamente es un asunto policial. También social. Estas pandillas pueden multiplicarse en el futuro al compás de una crisis económica estacionaria que hace 22 años gravita sobre Cuba. La mayoría, además, pertenece a la raza negra.

Video: Realizado por Hablemos Press, agencia de periodismo independiente radicada en La Habana. Al no encontrar fotos ni videos sobre el 'modus operandi' de las pandillas juveniles, decidimos poner imágenes del 'modus operandi' de la policía cubana, que sin compasión emplea la violencia contra ciudadanos desarmados, en particular contra las mujeres. Entre la violencia de la gente y la violencia de la policía, ya podemos imaginar el futuro que aguarda a los cubanos, si siguen esperando a que por obra del espíritu santo, cambie la actual situación y Cuba se pueda transformar en una sociedad desarrollada y, sobre todo, civilizada (Tania Quintero).

domingo, 24 de julio de 2011

Gracias, Amy, por tu voz y tus canciones


Por Yania Betancourt García, desde Lucerna

No hubo una cálida despedida ni un último concierto inolvidable para una gran diva con una gran voz.

Pero a la gente le quedará su voz única y auténtica y su manera de cantar, y también, infelizmente, su loca vida.

La prensa últimamente nada más hablaba de ella bebida o drogada. ¿Fue ella otra victima de la fama? Posiblemente sí.

Al final lo que vale es lo que dejó: una música indiscutible y el despertar de ritmos muertos del soul y el jazz.

La primera vez que escuché una canción de Amy Winehouse fue en 2007, cuando cursaba el séptimo grado. Y nunca pensé que gracias a esa canción yo pudiera descubrir mi voz y mi interés por la música afroamericana.

Herr Pfister, mi maestro de música fue quien tuvo la idea de proponerme que interpretara esa canción tan polémica de Amy que es Rehab. Él pensaba que mi voz era -y es- parecida a la de ella. Desde ese momento empecé a interesarme por las canciones de Amy Winehouse y también empezaron a poner Rehab en los chats suizos.

Recuerdo que cuando mi madre, Tamila, por primera vez vio a la Winehouse cantando en un video, dijo que parecía una "cubana de barrio" y que era una blanca con voz de negra.

Para mí, lo importante en un artista es que sepa expresar sus propios sentimientos con sus propias canciones: al final, quien la interpreta es esa persona y el público tiene que sentirse motivado al escucharla. Era una de las cosas que más me gustaba de Amy, y también que ella escribía canciones de temas que le estaban pasando en su vida en esos momentos.

Por eso Rehab me gustaba tanto. En esa canción habla de que no quiere que la internen en un centro de rehabilitación pues su padre dice que ella está bien. Pero eso cambió con los años. Amy estaba cada vez peor y la gente ya no veía en ella una cantante extraordinaria, sino una alcohólica y una drogadicta, siempre metida en problemas.

Otras de sus mejores canciones son Back to Black y You Know That I'm Not Good, que muestran que Amy era humana y tenía problemas consigo misma. Hay quienes creen que Back to Black trata de la muerte de un amigo o un conocido, pero los que dominan el inglés saben que en esa canción habla de su corazón 'muerto', por culpa de su novio, que la dejó. En otras, lo defiende a él y se pone de su parte, como en Some Unholy War.

Para mí todas las canciones del CD Back to Black son una joya. Y muy especiales, porque les da esos toques de jazz, blues y soul. Ya se espera su album póstumo, con canciones inéditas de una mujer desaliñada, pero irrepetible.

Tuvo el mismo destino que esos cantantes que fueron prisioneros del alcohol y las drogas. Ahora pertenece al trágico 'Club de los 27', junto a Janis Joplin, Jimi Hendrix, Jim Morrison, Kurt Cobain y Brian Jones.

Deseo que Amy sea más recordada por lo bueno que hizo por la música que por haber vendido su alma al diablo. Su voz se apagó, pero siempre será recordada por millones de personas en todo el mundo. Estoy deseosa por escuchar esas más de 30 canciones que su discográfica tiene grabadas. Aunque cuando las escuche, van a tener otro significado para mí.

¡Descansa en paz, Amy Jade Winehouse!

Cuba: crece la pasión por juegos de apuesta


Por Iván García, La Habana

Norberto, 69 años, suele vivir al filo de la navaja. Es dueño de un banco clandestino de lotería, conocido en Cuba como la ‘bolita’. La primera vez que reunió cien mil pesos (4,200 dólares) hizo una fiesta con amiguetes y putas, aún comentada en el barrio.

Después ha sido más cauto. Guarda los paquetes de 100 billetes minuciosamente envueltos en un enorme closet que cubre toda la pared de su cuarto. “Llevo en este negocio más de 30 años. Nunca le he trabajado al Estado. Cuando era joven derrochaba la plata. Ahora atiendo mejor a mi familia y ahorro para una probable emergencia. En este ‘bisne’ (negocio) hay que tener siempre dinero guardado. Hay días de perder hasta 200 mil pesos (8400 dólares)”, cuenta Norberto.

La ilegal lotería cubana no tiene una fecha precisa de comienzo. Según Norberto, después que Fidel Castro en 1959 aboliera las apuestas y los juegos de la suerte, comenzaron a surgir pequeños 'bancos de bolitas'. “Un amigo de mi padre tuvo un 'banco' en los años 60. Y vivía a lo grande. Ese hombre fue un modelo para mí. En 1978 decidí abrir uno. Fue posible gracias al dinero que nos dejó un pariente que residía en la Florida que por esa fecha visitaba La Habana, cuando aquellos viajes a la isla de la comunidad cubano-americana a la isla”.

La lotería nacional siempre fue pasión en Cuba. Antes de 1959 era legal, y en cada esquina vendían billetes de lotería. Tanto la gente de la Cuba profunda como entre personas humildes de la ciudad, con frecuencia se jugaban lo poco que tenían, para ver si la suerte les cambiaba y pescaban un premio gordo.

El Estado controlaba la lotería. Y no era raros los casos de corrupción entre funcionarios gubernamentales. A ratos el dinero se usaba para pagar las famosas “botellas”. A los pocos meses de su arribo a La Habana, el 8 de enero del 59, el comandante barbudo inició su cruzada contra todo tipo de juego.

Los casinos fueron asaltados por turbas enardecidas que con hachas y bates de béisbol destrozaron mesas de billar y máquinas tragaperras. El judío Meyer Lanski, hombre de confianza de Lucky Luciano, al frente de varios casinos habaneros tuvo que hacer sus maletas.

Pero Castro no sólo fue a por los casinos. También por decreto prohibió la lotería nacional, las peleas de gallos y otras variantes de juegos por apuestas.

En ese tiempo, Norberto era un lampiño miliciano que estaba acuartelado en una base militar en las afueras de La Habana y hacía caminatas de 62 kilómetros. “Eran los días de la Crisis de Octubre. Ya por esa época, en los ratos libre, mientras la amenaza nuclear flotaba sobre nuestras cabezas, jugábamos cubilete y cartas por dinero”, rememora.

A pesar de severas sanciones penales- entre 5 y 7 años, todavía vigentes- hacia aquellas personas que pillaran jugando por dinero, la gente seguía probando fortuna. La 'bolita' es otro deporte nacional en Cuba, junto con el béisbol, el sexo o beber ron.

Mientras bebe un vaso de jugo de piña, Norberto explica el entramado de un 'banco de bolita'. “Para empezar el negocio se necesitan entre 200 mil y medio millón de pesos (8 mil y 20 mil dólares), ahora hay gran cantidad de personas que apuestan. Comparado con los años 70 y 80 se han triplicado los jugadores. Existe una impunidad relativa. La policía se ha relajado y mira para otro lado. Cuando existe algún problema, uno deja caer un billete por debajo de la mesa y las cosas siguen su curso. También es fundamental contratar varios 'listeros', una persona que sea un mago con los números”.

Es usual que un 'banco' de calibre tenga entre 4 y 10 'listeros'. Cada uno, como promedio, recoge apuestas que van desde los 400 a los1,000 pesos (18 o 40 dólares). El 'listero' o colector es el tipo que revisa las listas y observa si hay demasiado dinero apostado en determinado número. En esos casos, suele hacer lo que en el argot local se conoce como ‘botar números’. Es decir, traspasarlo a otro 'banco'. Una manera de prevenir fuertes pérdidas de dinero.

Un 'banco' suele pagar entre 80 y 90 pesos si aciertas un número fijo; 25 o 30 por los corridos, y entre 800 y 1,000 pesos por los ‘parlés’, o sea, por acertar dos números. Se juega del uno al cien. Y se premian los tres primeros números. Uno fijo y dos corridos. Aunque también la gente suele apostar fuertes sumas de dinero a los terminales. Los resultados se siguen por la lotería de Miami, a través de la antena por cable, que es ilegal.

Casi todos los banqueros tienen una de esas antenas, para ver en vivo cuándo cantan los números. “Hay bancos de lotería, como el mío, que están haciendo dos tiros diarios. Uno por la tarde y otro en la noche. Esto redunda en más dinero”, dice Norberto.

Pero si de juego se trata no sólo la lotería deja buenos beneficios. Claro, un 'banco de bolita' próspero, como el de Norberto, deja tan buenas ganancias que permite tener dos casas amuebladas a todo trapo y sus hijos tienen viejos coches americanos de los años 50, tan bien conservados que parecen recién salido de los talleres de Detroit.

En Cuba no solamente se apuesta a la 'bolita'. También se hacen apuestas en 'burles' o casinos ilegales, que como flores brotan por la ciudad y dejan gran cantidad de plata a sus dueños. Al sur de La Habana, en un barrio pobre y de calles a medio asfaltar, radica el mejor 'burle' capitalino.

Funcionan en casas particulares. Suelen tener entre dos y cuatro mesas donde se juega longana (una especie de dominó), naipes y silot, un juego de dados que han puesto de moda los miles de orientales asentados en La Habana.

Uno de esos casinos clandestinos es el de Rolando. Allí se juega trío, una variante del póquer estadounidense con 36 barajas. Tres cartas bocarriba, dos en la manos y tres posibilidades de tomar cartas. Son seis los jugadores y para sentarse en la mesa se necesita un mínimo cinco mil pesos (220 dólares). Un 'dealer' reparte las cartas para evitar trampas. “Llevo casi un año a 'tanque' (local) lleno. Un día malo gano no menos de 8 mil pesos (350 dólares). Además vendo comida y merienda”, confiesa Rolando.

Conozca el perfil de un ‘burliche’ (jugador). Por lo general son personas que viven de negocios en el mercado negro, marginales de arrabal, funcionarios y gerentes corruptos. Acostumbran a permanecer doce horas o más jugando trío o tirando dados. A veces toda la noche. Al día siguiente de nuevo a la rutina. Es su estilo de vida.

No muy lejos de la casa de Rolando hay una valla de gallos. Los fines de semanas se pone caliente. Llega gente de barrios lejanos. E incluso de otras provincias. Los rumores en Cuba tienen piernas ágiles. Y cuando un fanático se entera de una valla donde corre el dinero, sin pensarlo dos veces la visita, aunque le quede lejos de su domicilio.

El negocio de los gallos es casi una industria. Funciona a todo vapor y con eficiencia. Desde los preparadores y vendedores de gallos de lidia hasta los dueños de las ilegales vallas.

Oscar, un gordo que viste de forma estrafalaria y lleva en el cuello varias cadenas de oro, es dueño de una de estas vallas. Es domingo y el cielo está encapotado, pero eso no impide la afluencia de público. Oscar da instrucciones a dos socios, dedicados a cobrar la entrada de jugadores y curiosos. Por 30 pesos (poco más de un dólar) y si no tiene pinta de policía encubierto, usted puede sentarse en una grada rudimentaria a mirar el cartel.

Cuando arrancan las peleas sube la adrenalina de los jugadores. Las apuestas crecen como la espuma. A la derecha, un tipo con aspecto lombrosiano, a toda voz lanza una oferta: “Mil 'monedas' al gallo negro”. Y enseguida recibe contestación de un mulato musculoso. Cada 'moneda' equivale a cinco pesos cubanos (0,25 centavos de dólar).

Tranquilamente, en unas horas, estos jugadores se apuestan el salario de cinco años de un medico. Cuando llega la pelea de lujo, entre dos gallos invictos, la gente pierde el control y se arremolina junto a la valla. Ya para entonces las apuestas andan por los 30 mil pesos. Los gallos sostienen un enconado duelo. Sale victorioso uno de color marrón. Los ganadores están que se salen. Los derrotados, cabizbajos y resabiosos, comentan la pelea.

Pero Oscar, el dueño de la valla, todavía no cierra el negocio. Durante unas cuatro horas, la gente continúa jugando silot en un tablero largo de madera y tomando cerveza clara y ron añejo. El tipo es un lince para hacer plata.

Otras de las opciones para quienes gustan de jugar y apostar, son las peleas de perros y las carreras de autos y motos. Quizás con menos seguidores, pero también corre dinero. Y mucho.

En autopistas y vías en las afueras de La Habana, algunas noches se organizan carreras ilegales de autos y motos. También exhibiciones de habilidades. En un santiamén llega el promotor de la carrera, que con antelación citó a los competidores y apostadores para el lugar, y situó vigías para que den la voz de alarma en caso de que aparezca la policía.

A veces los vigías son los propios policías. “Esta vez le pagué 20 pesos convertibles (22 dólares) a cada uno de los cuatro patrulleros que gestioné para que me cuiden el evento. Porque a veces hay que cerrar tramos de la vía, para evitar accidentes”, señala Hilario, al frente de la carrera.

Como en la película Rápido y Furiosos, los arrebatados por los deportes de velocidad aparecen por arte de magia con una decena de vehículos adaptados para correr. Antes comienzan las exhibiciones. En ellas, los conductores ponen a prueba su talento, ya sea parando de costado y en marcha el coche en dos ruedas o haciendo giros de 360 grados a gran velocidad.

Cuando arrancan las carreras, programadas a mil metros, los apostadores, curiosos y jineteras se apiñan junto a los coches. El ganador de cada carrera se embolsilla entre 200 y 500 dólares. Y si quiere juerga, al final de la competencia, se cuelga del brazo dos puticas risueñas para que hagan un cuadro lésbico por 50 dólares.

La policía se marcha complacida luego que Hilario les paga. Sólo las marcas de los neumáticos en el asfalto delatan que horas antes los motores rugieron.

El más brutal de todos estos juegos prohibidos son las peleas de perros. Pero como dan dinero, la gente involucrada deja un lado los escrúpulos. En el sótano de una casona al oeste de La Habana, una vez al mes, dueños de perros inmensos que meten miedo, se ponen de acuerdo para hacer sus apuestas.

Donato, un señor canoso con pinta de tipo importante, es preparador de perros para peleas. “Lo mismo entreno un doberman, un rottweiler que un pastor alemán. Es un trabajo arduo y costoso. Se necesita una buena suma para darles comida de calidad y comprar medicamentos. Un perro bien preparado para combatir es una máquina mortífera”, dice Donato minutos antes de una pelea.

Y no exagera. Las peleas de canes asustan. Las dentelladas de un perro se llevan de cuajo la mitad del rostro de su adversario. Y la gente que apuesta se apasiona con la matanza. Ya en ese momento las apuestan superan los 800 dólares. Y prometen subir en la pelea final, que según Reinaldo, dueño de la casa, anuncia que son dos animales que no han sido derrotados en 14 combates.

La pasión por el juego crece en la isla. Unos prefieren apostar un puñado de dinero en el 'banco de bolita' de Norberto y rezan, para intentar ganar unos cuantos miles de pesos que le ayuden a reparar sus desvencijadas casas o celebrar los quince de su hija. Otros prefieren peleas de gallos y perros. Los combates violentos y la sangre los pone en su salsa y con la adrenalina por las nubes. Cuba, da para todo.

Foto: Pelea rústica de gallos en Bayamo, en la provincia cubana de Granma.

sábado, 23 de julio de 2011

SOS por la Manzana de Gómez


Por Moisés Leonardo Rodríguez, La Habana

El emblemático edificio habanero conocido como la Manzana de Gómez está en tal estado de abandono que, según muchos, si no se restaura pronto pudiera ser irrecuperable.

La planta baja del histórico centro comercial, el primero del país, que data del siglo XX y ocupa toda una manzana, cruzada en diagonal de esquina a esquina por pasillos interiores, está totalmente ocupada por diferentes comercios, como zapaterías, ferreterías, quincallas, tiendas de efectos electrodomésticos, ropa, artesanía, cafeterías, dulcerías, todos los cuales ofrecen sus servicios solamente en moneda convertible.

Al hermoso edificio se la han caído balcones, hay huecos sonde hubo ventanas que nunca fueron remplazadas, o cartones tapando algunos de ellos y la fachada está cubierta de mugre.

Un incendio en la segunda planta fue el último golpe recibido por la destartalada construcción de cinco pisos, cuyos elevadores llevan más de diez años sin funcionar según afirmó uno de los custodios, que pidió no ser identificado.

Los pisos superiores, en su casi totalidad destinados a escuelas, de oficios, idiomas, secundaria básica y facultad obrero-campesina, continúan siendo utilizados a pesar del mal estado del inmueble.

Por Cubanet, 7 de febrero de 2011


Postal de 1925 donde se ve la Manzana de Gómez y la Plaza de Albear. Al fondo, el Parque Central y el Hotel Inglaterra. Además de un gran centro comercial, en la Manzana de Gómez funcionaban despachos comerciales y gabinetes de abogados, entre otras oficinas. Fue construida por José Gómez Mena, acaudalado hombre de negocios cubanos descendiente de españoles. Le rodean cuatro de las calles más céntricas de La Habana: Neptuno, San Rafael, Zulueta y Monserrate (TQ).

viernes, 22 de julio de 2011

Lichi, con fuerza de huracán vas a salir adelante

Eliseo Alberto. (Lichi)

A mi amigo Eliseo Alberto, más conocido por Lichi, le han transplantado un riñón, en México. Está reportado de grave, pero estable. Claro que Lichi se va a recuperar. Y seguirá haciendo lo que mejor sabe: escribir. El 9 de enero de 2006, cuando llevaba dos años en Suiza, recibí un correo suyo, del cual reproduzco un extracto:


Tania querida:

qué bueno saber de ti, después de tanto tiempo. Te recuerdo con muchísimo cariño, desde los tiempos tuyos de Bohemia y los míos de Verde Olivo: siempre que nos cruzábamos en la escaleras te detenías a elogiar algún texto mío, y a mí me llenaba de emoción escucharte, créeme. Te paso mi correo personal, para estar en contacto.

Te quiero. Y te admiro. Un beso, Lichi

Un año después, el 18 de enero de 2007, este otro correo:

Querida Tania

Te envío en caliente algo que escribí, gracias a ti.
Saldrá publicado en mi columna de los jueves, en
Milenio, un importante periódico de acá, de México. Si
lo quieres difundir, no lo hagas hasta mañana.

Un abrazo, Eliseo

Y en word, adjuntaba Un hombre llamado Miguelito, dedicado a Miguel Valdés Tamayo, disidente que unos días antes había fallecido en La Habana. Todavía no yo tenía un blog, por eso se lo reenvié a Raúl Rivero, con copia a Pablo Díaz y Michel Suárez, en ese momento realizadores de Cubaencuentro. Pueden leerlo en Milenio.

A continuación, Con fuerza de huracán, un texto redactado en La Habana, en septiembre de 1997, cuando escribía como periodista independiente en la agencia Cuba Press.

No recuerdo bien si fue a fines de los 70 o a principios de los 80 la primera vez que vi a Lichi, pero sé que vestía de militar. Entonces era periodista de Verde Olivo, órgano de las fuerzas armadas que quedaba en los bajos de la revista Bohemia, en San Pedro y Boyeros, cerca de la Plaza de la Revolución.

Venía de almorzar en el comedor de los obreros gráficos cuando una colega se fijó en él, alto y guapo. Alguien dijo: "Ése es el marido de Charín (Rosario Suárez), la bailarina del ballet." Mucho después, supe que era el hijo del poeta Eliseo Diego y de Bella, la hermana de Fina García Marruz, la esposa de Cintio Vitier, hermano de Rapi (Constante) y de Fefé (Josefina), y primo de Sergio y José María Vitier, músicos a los cuales más de una vez entrevisté, sobre todo a Sergio, cuando estuvo casado con mi tocaya Tania.


Con aquel 'pedigree', Lichi hubiera podido darse lija, ser pesado y elitista. Nada de eso. Era sencillo, compartidor, buenagente. Nunca se le subieron los humos a la cabeza. Mi relación más cercana con Lichi fue cuando él ocupó el cargo de jefe de prensa e información del ICAIC, durante la época de los Festivales Internacionales del Nuevo Cine Latinoamericano. Yo pertenecía a los servicios informativos de la televisión cubana y a la oficina de Lichi correspondía darnos las acreditaciones.

Desde que en el primer número de Encuentro (la revista que tres veces al año Jesús Díaz publicaba en Madrid), apareció un adelanto de Informe contra mí mismo (Alfaguara, México, 1997), presentí que Lichi se había desgarrado para escribirlo.


Madera se sabía que tenía, pero no esa capacidad de automutilación. El libro puede parecer demasiado local para algunos y un poco anormal para otros, por su estructura. Para mí, sinceramente, es una obra cubanísima, hecha por un cubano para cubanos de las dos orillas, y que puede ser entendida por el más variopinto ciudadano del planeta, salvando expresiones idiomáticas y pequeñeces isleñas.

Pero el gran disfrute de su lectura es para los cubanos de adentro. Ésos que no nos hemos ido a ninguna parte y nos quedamos con las jabas y la libreta, los pesos y los 'fulas', las bicicletas y los 'camellos', la frustración y la esperanza.


Y con la estrecha posibilidad de escoger entre el mar o la arena, las balsas o los aviones, el Cabo de San Antonio o la Punta de Maisí. El hurto o el robo, el 'bisne' o el 'invento' (que es lo mismo), la 'shopping' o los timbiriches, particulares o estatales. La 'sopa de gallo' (agua con azúcar prieta), el café 'cubita' (de exportación), los siete huevos al mes y las dos merluzas quincenales. El picadillo de soya o el auténtico, del diplomercado, el veintiúnico pan, pequeño y gomoso, de cinco centavos o el de flauta de a dólar. La cárcel o el exilio. El desesperado presente o el futuro incierto.

En esta mescolanza de socialismo con capitalismo, de aseres con señores, de combatientes con reclusos, de civiles con militares, de dirigentes con gerentes, de babalaos con testigos de Jehová, de ateos con católicos y de compañeros con disidentes, es donde a mi juicio el libro de Lichi se vacila más. Lo más emocionante es que si te cogen leyéndolo, te puedes buscar un rollo gordo como el de ciertas películas prohibidas por la censura oficial.

Por lo demás, en esta Habana tuya y mía, Lichi, en esta Víbora nuestra (resido en la barriada de tus sueños familiares), el cuartico está igualito como tu lo dejaste: sin agua, apuntalado y oscuro, sin poder comprar velas (la linterna es un lujo). Sólo con el mechón de luz brillante: ¿te acuerdas de aquella conga que decía que prendan, prendan, el mechón?


En alguna parte de tu informe se dice: "Lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo". Por supuesto, sin bombas.


Mientras, aguardamos en la oscuridad (en el Monseñor todavía hay un piano). Cuentan que por la madrugada un negrito dientuzo y amanerado recorre el lugar. Le decían Bola de Nieve (Ernesto Lecuona le puso el seudónimo) y vivía por Infanta y Manglar, frente al Brindis Bar que ya no es bar ni tiene nada para brindar. Pero sigue ahí, de pie, como nosotros. Como Elena Burke cuando descargaba en el Scherezada, y César Portillo de la Luz todas las noches cantaba "quiero, recordar las horas de los días felices que vivimos ayer..." Era el Gato Tuerto, que tu conociste en los 70 y yo en los 60.

Naci nueve años antes que tu, Lichi, y tu generación -hoy desperdigada por medio mundo- hace cualquier cosa para sobrevivir, igual que muchos aquí, en esta isla vigilada que a ustedes les aguijonea los sentidos y a nosotros el corazón. Porque la tenemos entera, mañana, tarde, y noche, con todos sus defectos y virtudes, pero sin ustedes, periodistas y escritores, poetas y pintores, músicos y bailarines, fotógrafos y diseñadores, catedráticos e investigadores, cineastas y editores.

Dijo Martí que "la Patria es de todos", pero por proclamar esa verdad en un documento contestario, una mujer y tres hombres están detenidos en Villa Marista, sabe Dios hasta cuándo. Entonces, ya que tu puedes, escribe con fuerza de huracán. (Hasta aquí mi escrito de 1997).


Y con la misma fuerza de los ciclones que por esta época del año baten las costas de México y a veces también las de Cuba, vas a recobrar tu salud y salir adelante, querido Eliseo Alberto.

Tania Quintero

Cuba: Lo que mal empieza...


Por Arnaldo Ramos Lauzurique, La Habana

El año 2011 comenzó mal. En la sesión de diciembre de la Asamblea Nacional del Poder Popular se anunció un crecimiento del 3,1% del Producto Interno Bruto (PIB), inferior al promedio planificado para el quinquenio, del 5,1%.

La segunda mala noticia de envergadura la dio Raúl Castro al clausurar el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, cuando informó que el plan del año tendría que ser ajustado en cuanto terminara el Congreso.

Según Castro, ese ajuste lo motivaba, que se habían incrementado los precios de las importaciones en más de 800 millones de dólares y que "las adversas condiciones imperantes en el mercado internacional se expresan, entre otras, en las restricciones para el acceso de Cuba a fuentes de financiamiento".

Efectivamente, se informó que se había previsto un incremento de los precios de los alimentos del 5% con relación a 2010 y este fue -sin embargo- de un 25%, para un aumento de 308 millones de dólares, solo en ese renglón.

Al margen del mal cálculo, resalta el hecho de que la economía del país se está conduciendo sin las adecuadas reservas, mientras que se destinan cuantiosos recursos para la preparación ante una guerra que nunca llega, para la cual, según dijo Raúl Castro en su discurso de clausura: “Se elevaron las reservas materiales de todo tipo, con mayor escalonamiento y protección”.

A lo anterior se suma, que todas las migajas que el régimen ofrece a la población, como serían las ventas de gas licuado para cocinar, los materiales de construcción para las viviendas o los productos que se eliminan de la libreta de racionamiento, se ofertan sin los llamados subsidios.

Tan pronto se comience a suministrar a la población los 1,600 millones de dólares que actualmente importa, sin subsidios, ello le significará un gasto de unos 40,000 millones de pesos en moneda nacional, que añadiéndoles solamente el cobro de la factura eléctrica al costo internacional del combustible para producirla, elevaría su gasto total a unos 60,000 millones de pesos, sin contar otros muchas erogaciones imprescindibles. Es de señalar que los ingresos totales de la población fueron en 2009 de solo 41,406 millones de pesos.

Es imposible eliminar los pretendidos subsidios, a los que se hace referencia, sin erradicar los otros, los que obligatoriamente concede la población al Estado a través de sus bajos salarios y los altos precios de productos y servicios, recogidos en el impuesto de circulación.

A lo anterior se suma que el macarrónico texto dado a conocer por la Comisión 5 del Congreso ofrece más dudas que esperanzas sobre la posibilidad de una amplia apertura en la compraventa de viviendas, ya que menciona una confusa flexibilización al kafkiano método de las permutas, cuando la población lo que esperaba era su eliminación. Además de que no se explicitan otras formas de traspaso de propiedad, como es la herencia. La verdadera flexibilización en esta materia, como en todas las demás, es que las personas puedan hacer con su propiedad lo que estimen conveniente.

Pero la peor noticia no es precisamente económica, aunque tendrá adversas consecuencias de todo tipo, y es que tendremos a los “históricos” con Raúl Castro al frente y su ayatolá en la sombra, al menos por 10 años más, tratando de perfeccionar la demolición de la nación.

Tomado de la web Martha Beatriz Roque Info

Foto: Ketari. Rústica manera que han encontrado los habaneros para permutar por su cuenta, pegando anuncios a un árbol en el Paseo del Prado, antaño uno de los sitios más hermosos y emblemáticos de La Habana.

jueves, 21 de julio de 2011

Cuba no es país para viejos, sobre todo si son negros


Por Iván García, La Habana

Ser viejo en Cuba es un problema. Vea usted, si una familia joven debe hacer milagros para llevar tres platos a la mesa, comprar ropa a sus hijos y ver de dónde rayos sacan dinero para reparar su choza, imagine usted lo duro que puede ser para un anciano. Sobre todo si es negro.

La calidad de vida de los abuelos cubanos hace rato va en retroceso. Son los más perjudicados por esa guerra sin tronar de cañones que dura ya 22 años, pomposamente llamado ‘período especial’. Los nuevos ajuste fiscales para sanear las finanzas ha golpeado fuerte a los de la tercera edad. Y seguirá golpeándolos. El General Raúl Castro pretende dar otra vuelta a la tuerca. Promete echar abajo antiguos subsidios y tirar al cesto la añeja cartilla de racionamiento.

Los más afectados ante las nuevas medidas son los viejos. En 2006 el gobierno decretó un aumento del dinero cobrado por concepto de jubilación. Como promedio, un retirado recibe entre 186 y 300 pesos (8 y 13 dólares) En la práctica, esa cantidad es poca cosa. El aumento de precios de algunos alimentos y el alza de la tarifa eléctrica, entre otros, de una mordida devora la raquítica subida de las pensiones.

Pregúntele a Julia, 82 años, anciana negra, demacrada y muy delgada, si la plata de su jubilación le alcanza para llevar una existencia digna. Le responderá con una mueca patética.

Desde que se levanta, al filo de la madrugada, su vida es dura. “Compro 100 periódicos diarios en un estanquillo. Luego los revendo a peso. Como no siempre los vendo todos, también vendo cigarrillos sueltos o cucuruchos de maní. Si ese día tengo suerte, puedo almorzar y cenar. Pero generalmente sólo me alcanza para cenar. No tengo hijos y mi familia está igual o peor que yo. Ser vieja y negra es una maldición”, señala al caer la noche en una céntrica avenida habanera.

No se sabe oficialmente la cantidad de ancianos que en la isla viven prácticamente en la indigencia. Cuba es una nación donde las cifras y estadísticas sólo las conocen los mandamases. Pero lo que usted observa en las calles asusta.

La mayoría de las personas que hurgan en contenedores de basura, recogen desechos de aluminio o venden cualquier trasto inservible en una esquina, sobrepasan los 60 años.

Ya no asombra ver en los portales a un viejo ebrio con alcohol casero durmiendo sobre cartones. O a una anciana abandonada rogando una limosna. Y no se vislumbra una solución gubernamental para este sector de la ciudadanía.

Según datos ofrecidos por la prensa oficial, la población en la isla envejece inexorablemente. Para el 2025 habrá casi dos veces más ancianos mayores de 60 años que niños en edades comprendidas de 0 a 10 años.

El sistema de pensiones que garantice una vejez tranquila y segura está en quiebra. La mayoría de los viejos que andan por la ciudad a la caza de dinero y alimentos, son personas humildes que una vez trabajaron por la ‘construcción del socialismo’. Los hay como Juan, 79 años, quien en las montañas del Escambray persiguió grupos de alzados contra Castro. También peleó como reservista en Angola.

Desde hace años pernocta en la calle. Duerme donde le coja la noche. Un portal, funeraria o escalera de algún edificio. “Mi familia hace rato se desentendió de mí. El Estado igual. Lo que me ofrecieron fue una plaza de sereno en una escuela. Trabajo en días alternos. He perdido la visión de un ojo. Huí del asilo de ancianos, es mejor estar muerto que residir en un hospicio. Malos tratos y pésima comida. Lo único que deseo es que Dios venga rápido y me lleve”, apunta Juan mientras en una fonda estatal come una ración de arroz blanco, frijoles negros y un trozo de pescado hervido repleto de espinas.

Los asilos de ancianos en Cuba suelen ser precarios. Son edificaciones deprimentes donde la gente pasa y mira hacia otro lado. En la calle San Miguel, casi esquina Acosta, municipio Diez de Octubre, hay uno de ellos.

En invierno da grima ver a un atajo de viejecillos vestidos con gabanes de los años 50 para amortiguar el frío. Balanceándose frenéticamente en un sillón pidiendo cigarros y dinero a los transeúntes. En verano sudan y apestan. Se lo pasan jugando dominó en el portal del asilo y viendo la tele. Comen poco y mal. Hablan con nostalgia del pasado, cuando eran jóvenes y fuertes. El deseo de muchos es morirse cuanto antes.

La mayoría de estos ancianos son negros. Los más pobres entre los pobres de Cuba son descendientes de africanos. Los que peor viven. Los que engrosan las galeras de las prisiones.

Y cuando llegan a la tercera edad, los infiernos chiquitos donde crecieron, su escasa preparación y el entorno familiar violento les pasa factura. Llega la locura y la limosna. Se refugian en el alcohol. O prefieren suicidarse. Decididamente, Cuba no es país para viejos. Sobre todo si son negros.

miércoles, 20 de julio de 2011

Los miserables viejos cubanos


Por Marta Santos, La Habana

El doctor Eugenio Selman-Housein tiene una frase para cebar su orgullo. "Cuba tiene más centenarios que Japón".

A poco más de cien metros del Hotel Nacional, donde el exmédico de cabecera de Fidel Castro certifica la estadística en el noveno Encuentro internacional de Longevidad Satisfactoria, un anciano sin piernas, recostado en la fachada del cine La Rampa, alza los brazos implorando una limosna. La mayoría ni depara en su gesto. Otros lo miran, pero siguen de largo. En media hora, sólo una señora ha colocado algún dinero en el regazo del lisiado. Está a punto de anochecer. ¿Cenará?

Según Selman-Housein, de 81 años, descendiente de emigrantes libaneses, la receta para llegar a la longevidad comienza por tener motivación, abdicar de una vida licenciosa -no fumar como prioridad- y "tener una alimentación sana, rica en frutas y vegetales", además de practicar ejercicios físicos y entregarse a la cultura.

Con una población de 11,2 millones de habitantes, en Cuba se contabilizan actualmente 1551 personas que rebasan la edad centenaria, lo que coloca al archipiélago por encima de otro, asiático, que es Japón.

Aunque ignorada por el libro Guinness de récords, Juana de la Candelaria Rodríguez, la Candulia para parientes y vecinos, sería la mujer más vieja del mundo. De acuerdo con su acta de nacimiento suma 126 años y vive en el poblado de Campechuela, a poco menos de 900 kilómetros al este de La Habana.

La esperanza de vida en Cuba es una de las más altas de la región. Se ubica en unos 78 años. En el caso de los hombres 76 y en las mujeres 80. La población cubana, que como tendencia remite en términos absolutos, ya acumula casi dos millones de personas con más de 65 años. En tan solo quince años, la ancianidad tocará los casi tres millones, lo que representaría más de un cuarto de la población. Un país de viejos se instala en el horizonte y los sistemas asistenciales no dan abasto. Esta es la paradoja. A la par que engordan las estadísticas de longevidad, otro tanto ocurre con los desamparados que la prensa oficial, en su gramática particular, llama deambulantes.

Suelen ser apestosos, enajenados, pícaros, solemnes, taimados, honestos y persistentes en una ciudad donde extender la mano en busca de una moneda ya no es más un acto conmovedor, sino una pose que para muchos no pasa de la colección de estampas cotidianas.

¿Estadísticas? Diario de Cuba indagó en algunas instituciones. Nadie responde. "Llame otro día", dicen. Si se pregunta por las biografías de estos seres, apenas sabrán responder sobre sus destinos. Balbucean, desvarían, cuentan vidas que distan de ser las suyas. En su mayoría, sobreviven sin amparo familiar, algunos se han fugado de centros asistenciales, otros, con magros recursos financieros, consiguen el milagro de despertar al día siguiente en un portal cualquiera.

Alcohólicos y dementes, sobrios y racionales, todos son trapecistas en la delgada línea entre la vida y la muerte. "¿Cuando fue la última vez que visitó a un médico?" "Quien se acuerda. A mí me cura el sol", responde uno de ellos.

Ya no revenden cigarrillos, ni sobres de café, ni tubos de pasta dentífrica. Tales artículos, presuntamente subsidiados, el gobierno los ha sustraído de la cartilla de racionamiento, colocándolos en el mercado liberado. Como pueden, estos desamparados se adaptan a los nuevos tiempos y cambian las tácticas. Se mueven dentro del mapa del dinero, no de la piedad. Las iglesias son cosa del pasado. Las tiendas en dividas son ahora el escenario más prometedor. También los restoranes y las cafeterías.

La señora E. sólo solicita comprar diez centavos convertibles. Es respetuosa y viste como una anciana atendida. En su mano derecha empuña dos pesos de papel y reclama a los clientes de la tienda en divisas de edificio Focsa un cambio caritativo. Tiene éxito. En esta mañana soleada de verano, alguien le ha entregado los diez centavos, pero no ha aceptado el cambio.

"Gracias, que Dios le de salud", agradece. Da unos pasos. Acomoda su esqueleto. Se parapeta en una de las puertas del mercado y limpia sus antiguos lentes de miope con la punta de la saya. Espera por otro candidato. Sus tenis de lona, alguna vez negros y ahora rotos en la punta -bautizados como chupameao porque se rajan por la suela- ofrecen un código de pobreza que contrasta con su gentil petitorio.

"El Moro", por su parte, no ha tenido igual fortuna. Apostado en una esquina de los almacenes de Carlos III, nadie le hace caso. Mastica aire. Su cara es tan grasienta como su saco de color churre. En el turbión del público que entra y sale, es posible confundirlo con esas estatuas humanas, limosneros postmodernos, que pueden verse en la franja colonial de La Habana atrapando la piadosa curiosidad de los turistas.

La pestilencia del "Moro" lo expulsa de tal imaginario. No extiende la mano, ni maraquea una latica en su regazo. Es difícil saber su condición de mendicante. Alguien lo tomaría por alcohólico. Una cauta dignidad lo mantiene retenido en una zona de dudas. Nadie lo mira y él tampoco mira a nadie. Termina por marcharse del lugar. Pasos cortos. Volverá mañana.

"Por mi mano derecha, que está rota hace diez años", clama una anciana en una esquina de la avenida 23, muy cerca del mar. Por cinco pesos, echa las cartas. "Adivino lo que pasará a cada cual", profetiza. Una estampa de San Lázaro y un perro sin pedigrí la acompañan en sus andanzas. Viste de hombre y unas gafas oscuras impiden ver su mirada.

Muy cerca del campamento de esta anciana —un muro bajo la sombra de un balcón con macetas— el doctor Selman-Hosein afirma que "Cuba es el país ideal para vivir 120 años", porque "el cubano es el único gobierno que se preocupa en primera instancia por el pueblo". El auditorio lo aplaude.

Diario de Cuba, 8 de junio de 2011

martes, 19 de julio de 2011

"Era la única forma de deshacerse de él"


Por Tim Mansel, Santo Domingo

Antonio Imbert Barrera tiene 90 años. Es un hombre corpulento con el pelo muy corto que incluso se puso su uniforme militar para recibirme. Oficialmente es un héroe nacional porque hace 50 años fue uno de los hombres que emboscó y mató al gobernante dominicano.

Su esposa, Giralda, lo lleva a la sala y él se dirige lentamente hacia una pequeña silla mecedora. Giralda le enciende un cigarrillo al tiempo que él me pregunta: "¿Qué quieres saber?".

Era tarde en la noche cuando Trujillo fue asesinado en un tiroteo en la carretera que conduce de la capital, llamada entonces Ciudad Trujillo, a San Cristóbal, donde el ex líder militar tenía una joven amante.

El drama lo aborda el escritor peruano ganador del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en su novela "La Fiesta del Chivo", que fue publicada en el año 2000.

Imbert y otros tres conspiradores estaban esperando en su automóvil a que pasara el Chevrolet con chófer en el que viajaba Trujillo. Dos vehículos con otros tres hombres armados estaban apostados más adelante en la carretera.

A sus 90 años, la memoria de Imbert no es lo que era. Pero sí se acuerda de haber perseguido el automóvil de Trujillo y también recuerda los primeros disparos. Lo que también recuerda bien es el momento en que el chófer de Trujillo redujo la velocidad y decidió atravesar su vehículo para bloquearle el camino. "Luego comenzamos a disparar".

Trujillo y su conductor se defendieron. Imbert narra cómo eventualmente él y uno de los otros se bajaron del coche para acercarse a su objetivo."Trujillo estaba herido, pero todavía podía caminar, así que le disparé de nuevo", cuenta.

El cadáver del gobernante, conocido simplemente como "El Jefe", quedó tendido sobre la carretera. "Luego lo pusimos en el coche y se lo llevaron". Cincuenta años más tarde, me pregunto si Imbert todavía se enorgullece de haber sido uno de los que disparó.

"Claro", responde. "Nadie me dijo que fuera a matar a Trujillo. La única manera de deshacerse de él era matarlo", asegura. El general Imbert -obtuvo ese rango militar más tarde para que pudiera recibir una pensión del Estado- no es el único en sacar esta conclusión.

"Si yo fuera dominicano, que gracias a Dios no lo soy, estaría en favor de la destrucción de Trujillo como el primer paso necesario para la salvación de mi país y, de hecho, lo consideraría como mi deber cristiano", escribió Henry Dearborn -el jefe de facto de la oficina de la CIA en República Dominicana- en una carta a sus superiores del Departamento de Estado en octubre de 1960.

"Si recuerdan a Drácula, recordarán que era necesario clavar una estaca en su corazón para evitar la continuación de sus crímenes. Creo que la muerte súbita sería más humana que la solución del nuncio, que una vez me dijo que pensaba que debía rezar para que Trujillo tuviera una enfermedad larga y persistente", continuaba la misiva.

Rafael Leonidas Trujillo había tomado el poder en 1930. Se trataba de un poder absoluto que no admitía oposición. Los que se atrevieron a oponerse fueron encarcelados, torturados y asesinados. A menudo, sus cuerpos desaparecían y se decía que eran utilizados para alimentar a los tiburones.

"Tengo que comparar su régimen con el de Stalin o con el actual gobierno en Corea del Norte", señala el historiador dominicano y ex embajador en Washington Bernardo Vega.

En 1937, Trujillo ordenó la masacre de varios miles de haitianos en un intento por realizar una "limpieza étnica" y luego a regañadientes pagó una indemnización. Además, cambió el nombre de la capital a Ciudad Trujillo, así como el de la montaña más alta del país, a la cual denominó Pico Trujillo. Coleccionó medallas y títulos, expropió propiedades y negocios para sí mismo y su familia.

Durante esa época, mantuvo relaciones cordiales con Estados Unidos. Una fotografía tomada en 1955 lo muestra sonriente con el entonces vicepresidente Richard Nixon. Sin embargo, la relación se agrió y, en 1960, Estados Unidos cerró su embajada y retiró a su embajador. La gota que colmó el vaso había sido un intento de asesinato patrocinado por Trujillo contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt.

El presidente Dwight Eisenhower ya había aprobado un plan de contingencia para eliminar a Trujillo si un sucesor adecuado podía ser inducido a tomar el relevo.En ese caso, el único material de apoyo proporcionado por Estados Unidos a los conspiradores eran tres carabinas M1 -que habían quedado en el consulado estadounidense tras la retirada del personal de la embajada- que fueron entregadas con la aprobación de la CIA.

El nuevo gobierno de Kennedy retiró su apoyo formal al atentado contra la vida de Trujillo en el último minuto.

La fracasada invasión de Cuba en Bahía de Cochinos había tenido lugar sólo tres semanas antes y Kennedy estaba preocupado de que un vacío de poder en la vecina República Dominicana pudiera ser llenado por otro Castro. "La Guerra Fría se había trasladado al Caribe", explica Bernardo Vega.

El complot para matar a Trujillo fue un desastre. A los pocos días casi todos los involucrados en la conspiración habían sido detenidos, junto con los miembros de sus familias. Fueron encarcelados, torturados y en muchos casos, asesinados.

Pero todos ellos son recordados como héroes. Una placa cerca del lugar donde Trujillo murió conmemora el sacrificio de estos hombres y se refiere a la muerte del ex gobernante militar no como un "asesinato" sino como "ajusticiamiento".

"Nosotros los dominicanos reaccionamos muy negativamente cuando a los que mataron a Trujillo los llaman asesinos", dice Bernardo Vega. "El ajusticiamiento es una forma de darle un giro positivo, decir que era algo bueno", aclara.

Antonio Imbert le debe su supervivencia a la valentía del cónsul italiano en Santo Domingo, quien le permitió esconderse en su casa durante seis meses. Él fue el único de los siete hombres que, tras participar en el tiroteo, sobrevivió el año 1961. Dos de ellos murieron tras resistirse a ser detenidos.

A los otros cuatro los sacaron de la cárcel y les dispararon en un acto de venganza personal ordenado por Ramfis, el hijo mayor de Trujillo. Imbert aún conserva una de las carabinas M1 estadounidenses, pero no me permite verlas. "Ese tipo de cosas no se muestran", justifica.

Pero sí me deja ver el sombrero que utilizó para disfrazarse en los agitados días después del ataque, mientras caminaba por las calles de la capital en busca de refugio.

Imbert cuenta una historia de cómo tomó un autobús público y el conductor lo reconoció, pero no aceptó que pagara nada por respeto a lo que había hecho.

Su esposa trae el par de zapatos marrones que calzaba la noche que le disparó a Trujillo. Son sorprendentemente pequeños -talla 37 y medio- y están visiblemente desgastados. "Nunca han sido reparados", confiesa su esposa. "Él se los pone cada 30 de mayo y, a veces, los lleva durante varios días".

BBC, 29 de mayo de 2011

Foto: Listín Diario. Antonio Imbert en su hogar.

lunes, 18 de julio de 2011

La aventura del primer "paparazzo"


Por Bárbara Celis, Nueva York

La privacidad es un concepto ajeno y extraño al universo de un paparazzo. Será por eso que a Ron Galella no le importa dejar la puerta de su casa abierta, con una nota que dice: "No te puedo recibir todavía. Entra y date una vuelta". Es lo último que uno se imaginaría al llegar a la entrada de la espectacular mansión en la que reside este fotógrafo de 80 años, considerado el padre de los paparazzi.

Las columnas de escayola frente al voluptuoso jardín, imitando a la americana a las griegas, junto a las copias kitsch de estatuas de putti (querubines) a ambos lados de la escalera principal y los indescriptibles conejitos de cerámica junto a la puerta, inducirían a pensar que una empleada ilegal mexicana saldría a recibir al visitante, como ocurre en la mayoría de las casas de esta rica y ostentosa zona de Nueva Jersey.

Pero no; en su lugar, al abrir la puerta, lo primero con lo que tropiezan los ojos es con los rostros imperecederos de Elizabeth Taylor, Sophia Loren, Paul Newman, Marlon Brando, Barbra Streisand, Andy Warhol y Jackie Onassis. Iconos irreemplazables de una era dorada de la cultura pop estadounidense y que Galella contribuyó a forjar a golpe de instantáneas robadas.

Denunciado dos veces por Jackie Onassis, apaleado por un grupo de matones a las órdenes de Richard Burton y objeto de un puñetazo hiriente lanzado por Marlon Brando, hoy sus fotografías forman parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York, y las estrellas que antaño le repudiaban acuden a sus exposiciones. Una selección de sus mejores instantáneas podrá verse en Madrid en la próxima edición de PhotoEspaña, en una exposición patrocinada por Loewe.

Docenas de imágenes, en blanco y negro, en color y en múltiples tamaños, reciben al visitante en casa de Galella. Rostros que ríen, cautivan, sorprenden o enamoran, tal y como a él le gustaba inmortalizar a las celebridades. Porque si hay algo que este neoyorquino nacido en el Bronx nunca toleró es que las estrellas no brillaran en sus fotos. "Pueden decir de mí muchas cosas, pero mi trabajo ha contribuido a engrandecerlas. A mí me gusta la belleza, ¡soy italiano, es parte de nuestro código genético! Me gusta ser positivo, colocarlas en un pedestal. No como a los paparazzi de ahora, que buscan la barriga o la celulitis. Hoy las revistas están dominadas por la vulgaridad. Lindsay Lohan, Britney Spears, Paris Hilton... no tienen talento ni clase. Aparecen demasiado en las revistas y no se lo merecen".

Son las palabras de un hombre que llegó a ser tan famoso como los protagonistas de sus fotografías y que aparece por fin, tras permitir que la periodista merodee libremente por su casa durante media hora, apoyándose sobre un bastón que marca ahora su ritmo de vida. "He pasado muchas horas de pie, esperando. Y ahora lo pago. Tengo varices, me han tenido que cambiar las dos rodillas... Ya no puedo corretear como antes. Pero he tenido una vida fabulosa". Al llegar al salón, presidido por su retrato más querido, una imagen de Jackie Onassis tomada desde un taxi en la que aparece con la melena al viento y una semisonrisa que hace que se refiera a ella como "mi Mona Lisa", el fotógrafo inquiere, orgulloso: "¿Te gusta mi galería?".

En ella hay imágenes míticas, como la de Robert Redford con sus gafas de espejo junto a un coche, Richard Burton fumando amenazador, Steve McQueen bebiendo café en el set de Papillon, Mick Jagger sonriendo en la puerta de su casa, y ese sinfín de personajes públicos que entre los años sesenta y los ochenta fueron colonizando las revistas de un país que se entregó a idolatrar a sus famosos, alimentando un oficio, el de Galella, sin el que no podría entenderse la obsesión actual por las celebridades.

"No te equivoques. Soy diferente a los paparazzi actuales. Yo trabajaba solo. Cuando perseguía a Jackie, yo era el único que lo hacía. Cuando me enteraba de que Robert Redford estaba cenando en un restaurante, el único que le esperaba era yo. Me dijo: 'Ron, ¿cómo es posible que llegues siempre antes que yo?'. A mí muchas estrellas me llamaban por mi nombre, y eso es un orgullo". ¿Y le gustaba incluso cuando le insultaban? "No, querida, cuando no les gustas no utilizan tu nombre. Sam Shepard, Sean Penn, Richard Burton... ellos siempre me imprecaban con palabras horribles. Pero creo que llegaron a apreciar mi talento. Burton hizo que me dieran una paliza en México y años después, cuando se divorció de Elizabeth Taylor, me llamó para que fuera el fotógrafo oficial de su boda con Sally Hay. ¡Creo que se sentía culpable!".

"Las figuras públicas no tienen derecho a la privacidad. Ganan demasiado dinero, es el precio que les toca pagar. La gente quiere saber qué hacen. Solo el interior de sus casas es sagrado", dice. Respecto a sus compañeros de profesión, Galella es implacable: "Hoy están todos en el negocio por dinero. Para mí lo importante era conseguir la foto y reflejar un momento de espontaneidad. Y después llegar a casa y ver cómo la foto tomaba vida en el laboratorio. Si además conseguía venderla, estupendo, pero lo importante era atrapar un instante".

Claro que para quienes estaban al otro lado de su cámara, la perspectiva solía ser muy diferente. Sin quererlo, quienes más lucharon contra él le convirtieron en una celebridad. "Mi fama se la debo, sin duda, a Jackie". Sus dedos grandes y rollizos se mueven en el aire mientras habla con la expresividad que marca su gen italiano y, pese a sus dificultades para caminar, se levanta para traer uno a uno los nueve libros de fotografía que ha editado y con los que va ilustrando su vida, unida a la de sus fotos. Le gusta jugar a ser estrella: sin esperar a que uno se lo pida, dedica todos los libros.

Galella cita el 24 de septiembre de 1969, cuando disparó una fotografía de Jackie Onassis con su hijo John mientras paseaban en bicicleta por Central Park. Así comenzó la odisea legal de la viuda de Kennedy contra él. "Me arrestaron, y yo la denuncié. Nunca pensé que ella contraatacaría. El juez no nos dio la razón a ninguno. Yo seguí obsesionado con ella, le hice más de 200 fotografías, más que nadie. Dos años más tarde la volví a denunciar por no permitirme trabajar libremente, y ella volvió a contraatacar. Me llevó a juicio por acoso e invasión de privacidad. Mintió en el estrado, pero ganó y consiguió que me prohibieran acercarme a menos de 45 metros de ella y de sus hijos".

El juicio llegó hasta la portada de Life, lo que catapultó a Galella a un nuevo universo. A partir de ahí, el fotógrafo que perseguía incansablemente a las estrellas comenzó a ser una de ellas. El hombre que en 1969 fue capaz de dejarse encerrar durante dos días en un almacén en Londres para tomar fotos sin ser visto de la pareja entonces de moda, Elizabeth Taylor y Richard Burton (solo cobró por ellas 400 dólares), pasó a convertirse en objeto de reportajes y entrevistas, y su fama se multiplicó.

Eso no solo hizo subir su caché, sino que, en plena explosión de la música disco, Galella consiguió que se le abrieran las puertas de lugares rebosantes de celebridades como la discoteca Studio 54. Y algunos artistas de la época, como Andy Warhol, comenzaron a profesar su admiración por él. "Warhol me trataba siempre muy bien. Me dijo varias veces que yo era su fotógrafo favorito". Y aunque la modestia no sea una de sus virtudes, Galella es agradecido: tiene un salón dedicado expresamente a Warhol, y allí exhibe múltiples fotografías del primer neoyorquino que transformó la fama en un talento en sí mismo.

Asegura que su pasión de paparazzo está unida a su pasión por las mujeres bonitas. Y aunque su oficio nunca le abrió el corazón de ninguna, el verdadero amor le llegó desde el otro lado de la cámara. Galella se casó hace 30 años con Betty Galella, una periodista que le compraba fotos para un diario de Washington. "Le pedí matrimonio a los cinco minutos de conocerla".

Claro que viendo su almacén, donde atesora literalmente más de tres millones de imágenes, uno pensaría que las mujeres de su vida fueron Jackie Onassis y Elizabeth Taylor. Allí se amontonan cajas y cajas con sus nombres. "Jackie ni siquiera concedía entrevistas, pero al hacerle fotos incluso conseguía que me hablara. 'Destroza su cámara', le dijo a su guardaespaldas -una frase que se ha convertido en el título de un documental sobre Galella premiado en el Festival de Sundance 2010-. En ese sentido, ella era perfecta y auténtica. No como las estrellas de ahora, que se quejan de los paparazzi y luego venden la exclusiva del nacimiento de sus hijos a las revistas. Hipócritas".

"Me enamoré de este trabajo mientras estaba en la Fuerza Aérea durante la guerra de Corea. Al terminar, me apunté a una escuela de arte y me saqué el título de fotoperiodista. Un día me colé en el estreno de una película y retraté a 50 actores. No hice nada con las fotos, pero descubrí mi vocación. También me gusta la interpretación: lo que más me divierte es interpretar a Galella, un hombre real", cuenta. Su debilidad por los focos la ha dejado clara varias veces, como aquel día que, tras recibir un puñetazo de Marlon Brando, se presentó en una rueda de prensa del actor con un casco de rugby en la cabeza, que hoy reposa junto a su cámara a la entrada de su casa.

Como las verdaderas estrellas, a las que siempre se acusa de extravagantes, Galella también tiene curiosas debilidades. "Nunca tuvimos hijos, pero sí muchos conejos. Son suaves, más limpios que los gatos y tranquilos". Su pasión por ellos está sellada en su jardín, donde conejos en cerámica a modo de gnomos, en diferentes posturas y colores, rodean a un santo en un cementerio conejil donde están enterradas sus mascotas. "Nunca tuvimos hijos, así que los conejos han sido como nuestros hijos. Aunque pensándolo bien, mis verdaderos hijos son mis libros de fotos. Nunca pensé que mis instantáneas acabaran en un museo".

El País Semanal, 29 de mayo de 2011


Foto: Time. Ron Galella persiguiendo a Jacqueline Onassis por la Madison Avenue de Nueva York, en 1971. La viuda de John F. Kennedy fue una de las obsesiones del Rey de los Paparazzi.

domingo, 17 de julio de 2011

Amor y secretos de guerra


Por Raúl Rivero, Madrid

Le debo al cineasta Orlando Jiménez Leal la primera noticia de la novela La mujer del coronel (Alfaguara). Una noche, hace ya muchos meses, me dijo en Madrid que Carlos Alberto Montaner (La Habana, 1943) le iba a poner el punto final a una historia compleja de suspense, amores y desamores, traiciones y aventuras de unos personajes cubanos que se movían por el mundo.

A mí no me sorprendió el recado, y creo que no cogió fuera de lugar a quienes conocen sus novelas anteriores -Perromundo (1972) y 1898: La trama (1987)- porque esos libros le habían dejado las puertas abiertas a un narrador capaz, sensible, con gran dominio de la palabra. Estaba obligado a volver.

Creo que con esta obra de Montaner, que comienza a tener resonancias en los círculos literarios y en los medios de prensa de España y del continente americano, se cae otra vez de la mata -esta vez con un zambombazo mayor- la realidad de que la buena literatura la determina el talento de un hombre y no la geografía donde vive, o donde le han obligado a vivir.

En el caso de Cuba, en particular, con tanta gente empeñada en descalificar, abolir y desaparecer a los autores exiliados y a que pierdan legitimidad por lejanía, La mujer del coronel desplaza por varias zonas del planeta -en el corazón, los sueños, la frustraciones y los acosos de los personajes- más fantasmas de la realidad del país que los que puedan habitar en un relato que se ha comenzado a escribir sin libertad esta noche en una casa de Sibanicú, Jagüey o Jovellanos.

Eso, a pesar de que Montaner está en el exilio desde los 18 años. O por eso mismo, y porque sus compromisos personales y su relación afectiva con la isla donde nació no la pueden quebrar dos timbres, la intolerancia y unas leyes redactadas con odios y rencores.

El libro entra directamente en las relaciones de la señora Nuria, una mujer madura, sensual, inquieta, con vocación de exploradora (una tembana de película, en el lenguaje coloquial), con su marido, el coronel Arturo Gómez y el trabajo de control de los servicios secretos cubanos para preservar la integridad moral de las esposas de los oficiales.

Por ahí está el centro de una historia que, sin embargo, hace entradas en otros temas, distribuye otros retratos. Además, con todo el humor y el erotismo que deslumbran y emocionan al lector, puede ser una novela desoladora.

La mujer del coronel le ha devuelto a la literatura cubana y de Hispanoamérica la palabra de un escritor que, durante muchos años, ya fuera a dormir a Madrid, a Miami, a Lima o Buenos Aires, debía de tener unos segundos del tránsito al sueño para pensar en un relato o una gran novela. Así va a seguir.

Eso es lo que se espera y lo que él quiere. Se lo dijo en una conversación a su amigo el escritor y periodista Armando de Armas: «Mi primera vocación es la de escritor. La política para mí es una expresión del deber cívico más que un proyecto de vida. Nada me hace más feliz que escribir».

El Mundo, 18 de junio de 2011