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martes, 17 de mayo de 2011

Periodista, nada más (V) - Lo "máximo" era todo lo del campo socialista


Por Tania Quintero

En una sola ocasión, en noviembre de 1984, a propósito de la clausura del Festival Internacional de Ballet, había asistido a una comelata palaciega. Me había “colado” Lissette Bustamente, entonces periodista estrella de la televisión cubana, muy cercana a Fidel Castro y su cuerpo de seguridad.

Nunca había visto tal cantidad de mesas, con tantas bandejas de comida, toda criolla, exquisita. La bebida también era abundante. Hubo quien, sin disimulo, se metió dentro del saco alguna botella de ron o de whisky o dentro de un mal disimulado nailito acotejó en un bolso o en el bolsillo, postas de carne de puerco frita y chicharrones. Los intelectuales y periodistas eran verdaderos especialistas en cargar para llevar a su casa. No les daba ninguna pena, fuera donde fuera.

El 5 de febrero de 1960 asistí a la primera recepción en mi vida. En el Palacio de Bellas Artes, Habana Vieja, montaron una exposición sobre la URSS y a la inauguración asistió el canciller soviético Anastas Mikoyan. Había tanto vodka como caviar. Probé las dos excelencias rusas y ninguna de las dos me gustó. El vodka quemaba más que el alcohol de 90 grados y el caviar me supo a aceite de hígado de bacalao. Mucho tiempo después me enteraría que el día de la inauguración, un grupo de estudiantes universitarios decidieron protestar por la presencia en Cuba de Mikoyan, a quien acusaban de estar detrás del feroz aplastamiento de las revueltas húngaras en 1956. El lugar escogido fue el Parque Central, a pocos metros de Bellas Artes. En 2010, al conmemorarse 50 años de aquella protesta, se hizo un documental, en varias partes puede verse en You Tube.

Como periodista oficial, asistí a numerosos convites de los 'camaradas' de la Europa del Este. Con los que más afinidad tuve fue con los alemanes de la RDA, país al que viajé en 1979, diez años antes de la caída del Muro de Berlín. Dos veces al año, los germanorientales organizaban conferencias de prensa a propósito de las ferias de Leipzig de primavera y otoño. Casi siempre íbamos los mismos periodistas y casi siempre la información era la misma.

A la entrada o a la salida daban una jabita de nailon con souvenirs y propaganda. En la larga mesa ponían cigarros, fósforos y bandejas con saladitos para 'picar' (comer), mientras el consejero comercial hablaba. Los bebedores de cerveza se ponían las botas. El lagarto (cerveza) era de primera. Y gratis.

Los checoslovacos también eran espléndidos. A mí me gustaba cubrir las actividades de la Casa de Cultura Checa, en 23 y O, La Rampa (hoy sede del Centro Internacional de Prensa, una dependencia del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba). A quienes no nos gustaba la cerveza -Pilsen, embotellada- podíamos tomar refresco de cola. Las salchichas eran ricas y grandes como las alemanas e igualmente servidas con catsup y mostaza. A veces las acompañaban con rebanadas de pan blanco de molde.

Los diplomáticos de la otrora Checoslovaquia solían hacer obsequios, casi siempre artesanías. El mantel de las celebraciones en mi casa era de aquella época.

En los años 70 y 80, cuando el dólar era ilegal y las shoppings (tiendas recaudadoras de divisas) no habían hecho su aparición en la vida cotidiana del cubano con sus privilegios y diferenciaciones, lo 'máximo' era todo lo proveniente de los hermanos del campo socialista. Desde Albania hasta Mongolia.

Entre 1971-72 laboré como mecanógrafa en el Comité Cubano de Solidaridad con Viet Nam, Cambodia y Laos. Lo presidía Melba Hernández, quien al lado de Haydée Santamaría había participado en el ataque al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953. El Comité radicaba en la calle I entre 15 y 17, Vedado.

La residencia pertenecía al ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos) y tiempo después albergó al Movimiento Cubano por la Paz, donde entre 1975 y 1976, trabajé con Juan Marinello, intelectual comunista a quien conocía desde niña -en la dedicatoria que me hizo de su libro Contemporáneos II escribió: “A Tania Quintero, con cariño heredado y conquistado”.

Los vietnamitas eran respetados por los cubanos. Por lo de David luchando contra Goliath. Cuando Estados Unidos desató la guerra en la Península Indochina, ya en la isla la bandera del antimperialismo flameaba en el Morro. En la isla, la gente se sentía orgullosa de ser una sardina peleando en medio del Mar Caribe contra un tiburón (Estados Unidos).
A todos los asiáticos, los cubanos les dicen “chinos”. A los de Viet Nam, Cambodia y Laos, cariñosamente les decían “chinitos”. Con los norcoreanos la empatía no era igual. Andaban vestidos con aquellos safaris grisáceos y sellitos de Kim Il Sung en la solapa. Eran pesados. Pero su pesadez no les impedía estar también en el cambalache.

En eso no se diferenciaban del resto de los ciudadanos del CAME (el Consejo de Ayuda Mutua Económica era para los expaíses comunistas de Europa del Este lo que hoy es -o intenta ser- el Mercosur para Sudamérica y aunque Cuba geográficamente pertenecía a otro continente, el rumbo socialista de su revolución primó para su inclusión en el CAME). Los seguidores del 'gran líder' de Pyongyang revendían toda clase de mercancías.

Rusos, polacos, búlgaros, húngaros, alemanes, checos y los vietnamitas, entre otros, compraban con 'certificados' -especie de tarjetas de crédito- en tiendas exclusivas para técnicos extranjeros y a las cuales tenían acceso también latinoamericanos, caribeños y africanos residentes en el país. En los bajos del Focsa, el edificio más alto de Cuba, con 36 pisos, había varias de esas tiendas. Como una gran cantidad de extranjeros residían en el Focsa, eso facilitaba el mercado negro.

Un amigo mío se hizo socio de un “chinito coreano”, residente en su mismo piso del Focsa. El asiático compartía apartamento con un grupo dedicado a los proyectos de construcción del... ¡Metro de La Habana! Por mediación de este norcoreano mi amigo conseguía cakes de chocolate que luego vendía en pedazos. Si secreta era la misión de ellos en la isla, más clandestina era la involucración en el vulgar negocio. Pero quienes más fama tenían de merolicas (revendedoras) eran las rusas y las búlgaras.

Al margen de la bandera y la geografía, a los periodistas nos gustaba cubrir cualquier invitación diplomática. La comida era buena y abundante. Nunca en una recepción o coctel del Viet Nam de Ho Chi Minh o de la Corea de Kim Il Sung comía carne, por temor a que fuera de perro. En la embajada de Cambodia una vez probé calamares deshidratados y fritos. Eran sabrosos, pero no tanto como las salchichas alemanas.

Las actividades chéveres de verdad eran las cubanas. Cuando Lucy Villegas dirigió el Parque Lenin (un enorme parque de diversiones en las afueras de La Habana) ponía mesas con platos tradicionales cubanos. Nisia Agüero, directora del Fondo de Bienes Culturales, solía brindar frutas de estación, en variadas formas y vistosas presentaciones.

En una sola ocasión estuve en El Laguito, lugar de recepciones antes de existir el Palacio de las Convenciones y hasta que finalmente decidieran hacerlas en los salones del Palacio de la Revolución, a unos pasos del despacho de Fidel Castro, el mismo donde estuve el 12 de mayo de 1986.

Mañana: Soy periodista a la vieja usanza.

Foto: glezgayol, Photobucket. El Focsa, situado en la esquina de 17 y M, Vedado, fue inaugurado en 1956. A partir de los 60, casi todos los apartamentos fueron convertidos en albergues para técnicos y estudiantes extranjeros, quienes terminaron destrozándolos. En 2006, el Focsa pudo celebrar remodelado su cincuentenario.

3 comentarios:

  1. Noooooo, el caviar no sabe a aceite de hígado de bacalao!!! Les habrán dando otra cosa, pero jamás el caviar sabe así. Jajajajajaja.
    Excelente.

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  2. Zoé, puedo asegurarte que era caviar cien por ciento ruso, y del bueno. Nunca más intenté probarlo, tampoco me gusta el salmón. Parece que mi paladar se adaptó demasiado a la carne de puerco, los tamales y los tostones, jejeje!

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  3. A mí también el caviar me ha sabido siempre a aceite de hígado de bacalao. Me gusta la langosta, los camarones, las gambas, las veneras o vieiras, la trucha, el arenque, el pargo, hasta las anchoas, pero el caviar no.

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