Por Tania Quintero
La foto es de 1968, creo. A la izquierda, con pañuelo y rolos, mi tía Dulce Antúnez, primera esposa de Blas Roca y madre de mi primo Vladimiro Roca. Ella tiene cargada a mi hija Tamila. La del medio, con espejuelos, soy yo, con mi hijo Iván. A mi lado, mi mamá, Carmen Antúnez, fallecida en 2001 (mi tía Dulce murió en 1995). Estamos a la entrada de la casa donde entonces vivían mi tía y Blas, a un costado del Parque Zoológico, Nuevo Vedado.
Por estos días se ha escrito y se escribe sobre las cuatro décadas del Mayo francés y su repercusión en varios países, Cuba incluida. En ese año, además de llevar y recoger a mis hijos al círculo infantil, en guagua, por las noches trabajaba como maestra de antiguas domésticas y por el día estudiaba en el Instituto Superior Pedagógico José A. Varona, Miramar, carrera que finalmente no pude concluir debido a la prolongada enfermedad y muerte de mi padre y el traslado de mi esposo al frente de la delegación del Ministerio de Justicia en Nueva Gerona, Isla de Pinos.
Mi hija Tamila nació el 1 de agosto de 1964 e Iván el 15 de agosto de 1965, por lo cual les celebraba los cumpleaños juntos. Unos días después de haber cumplido mi hija cuatro años y mi hijo tres, exactamente el 23 de agosto de 1968, Fidel Castro enérgicamente defendió a la Unión Soviética, nación que tres días antes había invadido Checoslovaquia para aplastar lo que Castro calificó de una rebelión de contrarrevolucionarios, cuyo objetivo era llevar a Checoslovaquia "hacia el capitalismo" y depositarla "en los brazos del imperialismo.
A los líderes de aquella protesta los llamó "fascistas reaccionarios" y dijo que eran "agentes de Alemania del Este", acusación que entonces ni ahora la he encontrado muy clara, toda vez que en 1968, Alemania del Este o sea la República Democrática Alemana, supuestamente era aliada de su gobierno. La llamada Primavera de Praga había comenzado el 5 de enero de 1968 y ocho meses más tarde, en la noche 20 de agosto, finalizaría con la invasión de tropas de la URSS y sus aliados en el Pacto de Varsovia.
La foto es de 1968, creo. A la izquierda, con pañuelo y rolos, mi tía Dulce Antúnez, primera esposa de Blas Roca y madre de mi primo Vladimiro Roca. Ella tiene cargada a mi hija Tamila. La del medio, con espejuelos, soy yo, con mi hijo Iván. A mi lado, mi mamá, Carmen Antúnez, fallecida en 2001 (mi tía Dulce murió en 1995). Estamos a la entrada de la casa donde entonces vivían mi tía y Blas, a un costado del Parque Zoológico, Nuevo Vedado.
Por estos días se ha escrito y se escribe sobre las cuatro décadas del Mayo francés y su repercusión en varios países, Cuba incluida. En ese año, además de llevar y recoger a mis hijos al círculo infantil, en guagua, por las noches trabajaba como maestra de antiguas domésticas y por el día estudiaba en el Instituto Superior Pedagógico José A. Varona, Miramar, carrera que finalmente no pude concluir debido a la prolongada enfermedad y muerte de mi padre y el traslado de mi esposo al frente de la delegación del Ministerio de Justicia en Nueva Gerona, Isla de Pinos.
Mi hija Tamila nació el 1 de agosto de 1964 e Iván el 15 de agosto de 1965, por lo cual les celebraba los cumpleaños juntos. Unos días después de haber cumplido mi hija cuatro años y mi hijo tres, exactamente el 23 de agosto de 1968, Fidel Castro enérgicamente defendió a la Unión Soviética, nación que tres días antes había invadido Checoslovaquia para aplastar lo que Castro calificó de una rebelión de contrarrevolucionarios, cuyo objetivo era llevar a Checoslovaquia "hacia el capitalismo" y depositarla "en los brazos del imperialismo.
A los líderes de aquella protesta los llamó "fascistas reaccionarios" y dijo que eran "agentes de Alemania del Este", acusación que entonces ni ahora la he encontrado muy clara, toda vez que en 1968, Alemania del Este o sea la República Democrática Alemana, supuestamente era aliada de su gobierno. La llamada Primavera de Praga había comenzado el 5 de enero de 1968 y ocho meses más tarde, en la noche 20 de agosto, finalizaría con la invasión de tropas de la URSS y sus aliados en el Pacto de Varsovia.
Cuando estos hechos ocurrieron, tenía 26 años y al igual que a muchos otros cubanos, lo sucedido me hizo pensar, sobre todo después de leer un folleto en español repartido por diplomáticos checoslovacos y que como pan caliente circuló por media ciudad. Clandestinamente, claro.
En 1967 habían matado al Che en Bolivia y por esa manía fidelista de nombrar los años, 1968 fue proclamado Año del Guerrillero Heroico. El Instituto del Libro publica el Diario del Che en Bolivia y Metafísica-Política, de Aristóteles. Viet Nam también estaba de moda y una serie de títulos fueron editados, entre ellos Niños de Viet Nam, de Félix Pita Rodríguez. En enero, la capital había sido sede de un congreso cultural, con la participación de más de 500 intelectuales y artistas, cubanos y extranjeros.
Menos "cultural" fue el informe que en enero de 1968, Raúl Castro leyó ante las cámaras de televisión. En él a los implicados en el proceso denominado "la microfracción" se les acusaba de ser "agentes de la CIA" y de llevar a cabo una campaña sistemática de calumnias y difamaciones contra el Partido Comunista de Cuba y en particupar contra los hermanos Castro Ruz.
La purga política había comenzado el 1 de octubre de 1967, con detenciones, juicios sumarios y elevadas condenas a mujeres y hombres militantes del Partido Socialista Popular, nombre que desde los años 30 identificaba a la organización marxista-leninista criolla. El supuesto "cabecilla", Aníbal Escalante Dellundé, fue sentenciado a 15 años de privación de libertad. A un numeroso grupo de exmilitantes del PSP se les impusieron penas de 3 a 12 años de prisión. Otros corrieron mejor suerte: fueron expulsados de sus trabajos y enviados a laborar en la agriculura.
Por su importancia, recomendamos leer Cuarenta años del proceso de la Microfracción.
En 1968 despediríamos a dos grandes: al músico y compositor Sindo Garay, y a la pintora y escultora Amelia Peláez. Hubo un gran estreno cinematográfico: Memorias del Subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea. Coincidiendo con la celebración de los Juegos Olímpicos en México, José Mssip realiza el documental Nuestra Olimpíada en La Habana. Se funda el Cine Club Universitario.
Las tétricas UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) dejan de existir. Mientras, en la radio suenan canciones de dos jóvenes irreverentes, de quienes se dice pasaron por aquellos campos de concentración camagüeyanos: Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
En 1967 habían matado al Che en Bolivia y por esa manía fidelista de nombrar los años, 1968 fue proclamado Año del Guerrillero Heroico. El Instituto del Libro publica el Diario del Che en Bolivia y Metafísica-Política, de Aristóteles. Viet Nam también estaba de moda y una serie de títulos fueron editados, entre ellos Niños de Viet Nam, de Félix Pita Rodríguez. En enero, la capital había sido sede de un congreso cultural, con la participación de más de 500 intelectuales y artistas, cubanos y extranjeros.
Menos "cultural" fue el informe que en enero de 1968, Raúl Castro leyó ante las cámaras de televisión. En él a los implicados en el proceso denominado "la microfracción" se les acusaba de ser "agentes de la CIA" y de llevar a cabo una campaña sistemática de calumnias y difamaciones contra el Partido Comunista de Cuba y en particupar contra los hermanos Castro Ruz.
La purga política había comenzado el 1 de octubre de 1967, con detenciones, juicios sumarios y elevadas condenas a mujeres y hombres militantes del Partido Socialista Popular, nombre que desde los años 30 identificaba a la organización marxista-leninista criolla. El supuesto "cabecilla", Aníbal Escalante Dellundé, fue sentenciado a 15 años de privación de libertad. A un numeroso grupo de exmilitantes del PSP se les impusieron penas de 3 a 12 años de prisión. Otros corrieron mejor suerte: fueron expulsados de sus trabajos y enviados a laborar en la agriculura.
Por su importancia, recomendamos leer Cuarenta años del proceso de la Microfracción.
En 1968 despediríamos a dos grandes: al músico y compositor Sindo Garay, y a la pintora y escultora Amelia Peláez. Hubo un gran estreno cinematográfico: Memorias del Subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea. Coincidiendo con la celebración de los Juegos Olímpicos en México, José Mssip realiza el documental Nuestra Olimpíada en La Habana. Se funda el Cine Club Universitario.
Las tétricas UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) dejan de existir. Mientras, en la radio suenan canciones de dos jóvenes irreverentes, de quienes se dice pasaron por aquellos campos de concentración camagüeyanos: Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
Es época de máxima alerta y represión contra "toda manifestación de diversionismo ideológico": pelo largo en los hombres, pantalones de pata ancha, oyentes de jazz y rock por la onda corta y seguidores de los Beatles. Es el año en que Fidel Castro determina dar un nuevo machetazo y acabar con los negocios privados que aún quedaban: bares, cafetines, bodegas, fondas, cantinas, puestos de chinos y timbiriches de café, guarapo, fritas, chicharrones...
Es cuando Leopoldo, hijo de mis vecinos gallegos, quien tenía una bodega cerca del Estadio del Cerro, decide irse del país. Junto con Leopoldo y su familia se va también su hermano Manolito con su esposa y dos hijos. Todos se asientan en Estados Unidos, donde la vida les da la oportunidad que no tuvieron en su patria. Desconozco la cifra exacta, pero entre 1968 y 1970, cientos de expequeños propietarios nacidos o nacionalizados en Cuba, ellos solos o con los suyos, decidieron abandonar el barco del comandante.
Desde 1962, en la Isla se habían implantado dos libretas de racionamiento: una de abastecimientos (alimentos) y otra de productos industriales (ropa y calzado, entre otros). Y si más o menos la gente había podido ir tirando, era gracias a la existencia de comercios particulares: con cuarenta centavos te podías comer un pan con tortilla y tomarte un batido de platanito.
A partir del 68 todo se volvió mucho más difícil, especialmente para las amas de casa, madres y abuelas. Los contactos con familiares y amigos en el extranjero estaban prohibidos. Era casi un delito, al estar ellos oficialmente catalogados de "traidores y desertores" (el esposo de una amiga perdió la militancia del partido porque su madre, residente en Estados Unidos, le mandó media docena de calzoncillos y él lo aceptó sin informar ni haber pedido autorización a su núcleo). De afuera, si acaso, lo que algún viajero procedente del campo socialista te trajera o vendiera o lo que con un marino mercante pudieras conseguir, aunque éstos solían traer artículos un tanto "extravagantes" para la situación, como pañuelos de cabeza de nailon y gafas para el sol. Hasta que los descubrieron, parientes de Miami en cartas y postales incluían cuchillas de afeitar, cadenitas, cositas livianas.
Vestir y calzar a un niño era un verdadero dolor de cabeza -todavía hoy lo sigue siendo. Por suerte, en el 68 aún quedaban costureras, a quienes le llevabas un vestido tuyo, ella lo descosía y de ahí sacaba una batica o dos camisitas. Las que sabían tejer a crochet eran muy solicitadas, porque tejían medias para niños, más baratas si le llevabas el hilo, más caras si ella lo tenía que poner (a mis hijos, cuando les quitaba los zapatos en los pies les quedaba incrustado el tejido, menos molesto si las medias habían sido confeccionadas con hilo de coser y más molesto si el hilo empleado era el utilizado para el crochet, más grueso).
Es cuando Leopoldo, hijo de mis vecinos gallegos, quien tenía una bodega cerca del Estadio del Cerro, decide irse del país. Junto con Leopoldo y su familia se va también su hermano Manolito con su esposa y dos hijos. Todos se asientan en Estados Unidos, donde la vida les da la oportunidad que no tuvieron en su patria. Desconozco la cifra exacta, pero entre 1968 y 1970, cientos de expequeños propietarios nacidos o nacionalizados en Cuba, ellos solos o con los suyos, decidieron abandonar el barco del comandante.
Desde 1962, en la Isla se habían implantado dos libretas de racionamiento: una de abastecimientos (alimentos) y otra de productos industriales (ropa y calzado, entre otros). Y si más o menos la gente había podido ir tirando, era gracias a la existencia de comercios particulares: con cuarenta centavos te podías comer un pan con tortilla y tomarte un batido de platanito.
A partir del 68 todo se volvió mucho más difícil, especialmente para las amas de casa, madres y abuelas. Los contactos con familiares y amigos en el extranjero estaban prohibidos. Era casi un delito, al estar ellos oficialmente catalogados de "traidores y desertores" (el esposo de una amiga perdió la militancia del partido porque su madre, residente en Estados Unidos, le mandó media docena de calzoncillos y él lo aceptó sin informar ni haber pedido autorización a su núcleo). De afuera, si acaso, lo que algún viajero procedente del campo socialista te trajera o vendiera o lo que con un marino mercante pudieras conseguir, aunque éstos solían traer artículos un tanto "extravagantes" para la situación, como pañuelos de cabeza de nailon y gafas para el sol. Hasta que los descubrieron, parientes de Miami en cartas y postales incluían cuchillas de afeitar, cadenitas, cositas livianas.
Vestir y calzar a un niño era un verdadero dolor de cabeza -todavía hoy lo sigue siendo. Por suerte, en el 68 aún quedaban costureras, a quienes le llevabas un vestido tuyo, ella lo descosía y de ahí sacaba una batica o dos camisitas. Las que sabían tejer a crochet eran muy solicitadas, porque tejían medias para niños, más baratas si le llevabas el hilo, más caras si ella lo tenía que poner (a mis hijos, cuando les quitaba los zapatos en los pies les quedaba incrustado el tejido, menos molesto si las medias habían sido confeccionadas con hilo de coser y más molesto si el hilo empleado era el utilizado para el crochet, más grueso).
Paralelamente a la escasez y demás vicisitudes cotidianas, la grisura se fue imponiendo en la cultura y la vida toda. Si en Nueva York el fenómeno de la salsa comenzaba a perfilarse, en La Habana lo que con buenos ojos se veía y aplaudía era otro fenómeno, el de la canción protesta. Por ello, un espectáculo con plumas y lentejuelas, como el ofrecido por la vedette Rosita Fornés en el mes de junio en el teatro Amadeo Roldán era una excepción en aquel políticamente correcto 1968 cubano.
(Versión modificada de Habana 68, publicado en www.penultimosdias.com el 21 de mayo de 2008)
(Versión modificada de Habana 68, publicado en www.penultimosdias.com el 21 de mayo de 2008)
Gracias Tania por este doloroso corrido por 1968, parece fue el año que todo se fue a pique.
ResponderEliminarSilvio Rodríguez Domínguez nunca estuvo en la UMAP, quien diga lo contrario sencillamente es un mentiroso(sa). Pablo Milanés sí, y fue Miriam Acevedo, quien por aquella época tenía influencia con algunos "pinchos", la que pudo liberarlo de susodicho escarnio. Más claramente: Pablo se escapó de la UMAP y se le apareció a Miriam en El Gato Tuerto, donde ella en los años 60 hacía sus inigualables "performances". Lo que acabo de decirte es salido de la boca de la mismísima Miriam Acevedo en una entrevista para Radio Martí que tuve la suerte de escuchar, aún estando en la isla. Miriam reside en Italia desde hace muchos años. La gran recogida de la UMAP en La Habana fue en abril de 1967. Yo presencié parte de aquella rebambaramba en el mezzanine de Radiocentro, a unos pocos pasos de la entrada del restaurant Mandarín. Me había acabado de casar con la madre de mi primer hijo y estaba de luna miel en el Hilton, devenido "Habana, Libre?".
ResponderEliminarEn esa época en que existía la UMAP conocí a la actriz Miriam Acevedo, entonces ya estaba divorciada del periodista Oscar Hurtado. Y puedo decirte, porque fui testigo, que varias veces vi a Pablo Milanés hablando con Miriam, en el apartamento donde ella vivía, en 15 y Línea, Vedado.
ResponderEliminarMi padre y madre fueron victimas de la represion en 1968. Los dos estuvieron encarcelados en el proceso de la microfraccion y yo con solo 12 anos recuerdo el miedo que todos teniamos y hasta la familia desaparecio, no querian problemas. bien triste lo vivido
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