Los cubanos de mi generación hallamos el modo de sacar provecho de algunas de las numerosas prohibiciones que nos impuso el régimen castrista en los años 60 y 70. Pudimos disfrutar de las obras de los mejores directores de cine de esa época (Fellini, Antonioni, Passolini, Wadja, Kurosawa, Truffaut, Godard) que preferían exhibir los comisarios del ICAIC con tal de que no viéramos películas norteamericanas.
Y cuando después del Primer Congreso de Educación y Cultura, en 1971, los mandamases quisieron sustituir “la decadente música pop capitalista” por la música latinoamericana, preferentemente la canción política o “comprometida”, descubrimos la música brasileña.
Cuando por la radio ya no pasaban ni siquiera las canciones de los intérpretes y grupos pop españoles con que los mandamases habían sustituido la música inglesa y norteamericana, lo mejor que se podía escuchar y lo que más tenía que ver con nuestro gusto y nuestro oído, entre tanta quena y charango, milongas y chamamés, y canciones-panfletos de Alí Primera y Daniel Viglietti, era la música brasileña.
Entonces, la música en Brasil estaba en un momento muy interesante. A finales de los años 60, luego de la fiebre mundial por el bossa nova que desató Tom Jobin y su Garota de Ipanema, el Movimiento Tropicalista, iniciado por los cantautores Caetano Veloso y Gilberto Gil, redefinía la música popular en ese país.
En 1968, Caetano Veloso, Gal Costa, María Bethania y Nara Leao se unieron al grupo de rock Os Mutantes para grabar Tropicalia: ou panis et circense, un disco deslumbrante que, por sus tintes psicodélicos y su repercusión, es considerado el equivalente brasileño del Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band.
El Tropicalismo aportó arreglos elaborados con influencias rockeras y canciones con textos poéticos que muchas veces confrontaban abiertamente a la dictadura militar, como en los casos de Opinión, de Nara Leao, o de la famosa Prohibido prohibir, de Caetano Veloso, quien tuvo que exiliarse en Inglaterra entre 1969 y 1972.
En Cuba, a inicios de los 70, empezaron a escucharse cantantes brasileños que hoy son de culto para muchos de nosotros: Chico Buarque, Caetano Veloso, María Bethania, Gal Costa, Elis Regina, Simone y Milton Nascimento.
Pero los comisarios, siempre celosos de lo que nos permitían escuchar, selectivamente ideológicos, nos escamotearon a otros intérpretes brasileños de la época que no eran de su agrado por no ser lo suficientemente de izquierda o por ser demasiado melenudos y hippies, como los Novos Baianos, Secos e Molhados y otras bandas de rock de cuya existencia no nos dejaron enterarnos.
Y qué decir de Roberto Carlos, O Rei, que, en su momento de mayor popularidad, a mediados de los 70, fue prohibido en Cuba solo por el hecho de haber actuado en Chile unos años después de la instauración de la dictadura militar de Pinochet.
La música brasileña influiría notablemente en Cuba, particularmente en los jazzistas y cantantes de la Nueva Trova, que la preferían con creces antes que la aburrida melancolía de la música andina. Esa influencia sería la predominante entre los cantautores cubanos hasta que en los años 80 irrumpió el rock argentino de Fito Páez y Charly García, que marcó a la llamada generación de los Novísimos.
Los cubanos siempre nos la arreglamos para sacar provecho hasta de las prohibiciones. Porque no me negarán que haber descubierto la música brasileña es una dicha.
Luis Cino
Cubanet, 21 de agosto de 2020.
Video del Canal Biscoito Fino, subido a You Tube el 27.10.2013.
Leer también: Las cinco partes de Brasil en mi vida, testimonio inédito de Tania Quintero: Primera, Segunda, Tercera, Cuarta y Quinta y final.
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