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lunes, 27 de enero de 2020

Los cantantes inflados del castrismo


La “infladera de globos” ha sido siempre una de las especialidades del castrismo. Lo mismo que inflaron a 20 mil la cifra de muertos por la dictadura de Batista y la cantidad de atentados contra Fidel Castro, inflan los resultados productivos, los sobrecumplimientos que solo se ven en el NTV, y el crecimiento de la economía y el PIB, calculado a su muy particular manera.

También han inflado la importancia y repercusión del arte y la cultura oficial para el mundo. Como si la humanidad no pudiese prescindir de Silvio, Kcho, Barnet, Retamar, Cándido Fabré, La Colmenita, los documentales de Santiago Álvarez y las décimas de Alexis Díaz Pimienta.

Con su manía de inflar, también han exagerado la calidad e importancia de los artistas e intelectuales extranjeros que visitan Cuba, para hacer ver que también entre los famosos, la revolución cuenta con camaradas solidarios que contribuyan a propagandizarla.

Han tenido que exagerar e inflar porque no son muchos los artistas de excelencia que han visitado a Cuba, y los que han venido, a Casa de las Américas, a los festivales de Varadero, del Nuevo Cine Latinoamericano, Jazz Plaza o la Feria del Habano, no han mostrado ni remotamente el entusiasmo por el castrismo de Antonio Gades y Danny Glover. Es más, muchos que fueron una vez solidarios –Serrat, Sabina, Ana Belén, Víctor Manuel, Fito Páez- luego se desilusionaron y hoy guardan una prudente y pudorosa distancia.

Hubo varios cantantes que en su país eran desconocidos o casi, pero que en Cuba fueron inflados por el aparato cultural castrista. El primero fue un colombiano, con boina y que tocaba el acordeón, al que Fidel Castro, allá por 1962, invitó a la tribuna durante una multitudinaria concentración contra la OEA. Estudiaba en la escuela de cuadros de la UJC que estaba en Bejucal.

He preguntado a varias personas cómo se llamaba, pero no saben. Sólo recuerdan su estribillo ante el complacido Máximo Líder: “Cuba sí, yanquis no…”. Después de redactado este trabajo, por internet supe que el colombiano se llamaba Alejandro Gómez Roa y en 2014 falleció en Bogotá. La agencia Prensa Latina le dedicó una nota.

Otra que vino a Cuba a hacer agit-prop, en 1967, al Encuentro de la Canción Protesta que auspició la Casa de las Américas, fue la norteamericana Barbara Dane. Aquí la auparon. Si en la Unión Soviética y Alemania Oriental presentaban al opaco Dean Reed como el Elvis Rojo, a la muy poco conocida Barbara Dane la promocionaron en Cuba cual si fuera más grande que Bob Dylan y Joan Baez juntos (a los que no ponían en la radio cubana, por muy progres que fueran) y mejor cantante de blues que la mismísima Bessie Smith.

Fascinada por la revolución, Bárbara Dane dejó aquí, estudiando en la Escuela Nacional de Arte a su hijo Pablo Menéndez, para que eludiera el servicio militar y no lo enviaran a Vietnam. Desde entonces, Pablo Menéndez vive en Cuba, donde creó una familia, fue guitarrista del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y dirige el grupo Mezcla.

La búlgara Venchy Siromajova se radicó en Cuba, donde además de incursionar en el canto lírico, compitió con sus compatriotas Yordanka Christova y Bisser Kirov, de la Orquesta Balkanton, interpretando aquello que decía: “Nunca, nunca, vida mía pienses eso…”

Otra radicada en Cuba fue la italiana Lucía Altieri. Aquí, además de cantar el Borriquito de Peret, esforzándose en vano por imitar a Rafaela Carrá, tuvo un negocio como diseñadora de ropas y consiguió pareja: Laronte un cantante discotequero, tan joven que podía ser descansadamente su hijo.

La italiana Lucía Altieri, quien desde 1989 opera en Cuba, reveló que tenía cerrado un acuerdo para la exportación a Italia de langostas y camarones cubanos, pero que el negocio se cayó “con los contenedores preparados”, por la aprobación del Título III. “Hay mucho miedo, pero tenemos que luchar contra él y enfrentar a Estados Unidos y su política”, sostuvo la empresaria. Lucía Altieri S:R:L aparece en este listado de extranjeros con empresas en Cuba. Parece que también negocia con el marabú-carbón vegetal.

La dominicana Sonia Silvestre fue asidua en Cuba a partir de su primer viaje, en 1974, invitada por Silvio Rodríguez. Se hizo muy popular, no con la canción política y los dúos que hizo con Sara González, sino con baladas muy cursis y sentimentalonas, como “la tarde está llorando y es por ti” y “aquel arañazo que me quedó en la cara”. Cuando murió, en 2014, fungía como consejera cultural de la embajada dominicana en La Habana.

Fue por Sonia Silvestre y el puertorriqueño Danny Rivera, otro asiduo en Cuba y simpatizante del castrismo, que los cubanos pudieron conocer las canciones de Roberto Carlos, que por entonces y vaya usted a saber por qué, estaba prohibido. Tan prohibido que el villareño José Valladares aprovechó la coyuntura para hacer pasar como de su autoría la canción Un millón de amigos.

Hablando de asiduos, no podemos dejar de mencionar al español Luis Gardey. En 1964 compitió para representar a España en el Festival de Eurovisión, pero no lo consiguió. Donde logró triunfar fue en Cuba, en el Festival de Varadero de 1970. En España no se escuchaba, pero en Cuba lo radiaban hasta el cansancio, cantando de qué color es el viento y aquello de la cinta en el pelo y el pantalón vaquero.

Hasta llegó a hacer un espantoso disco con la EGREM, en el que las orquestaciones trataban de parecerse al sonido Filadelfia. Todavía Luis Gardey viene a Cuba, donde tiene negocios desde hace años, y hasta canta, o se hace el que canta, en la TV. (Según este blog, Gardey "envejece bien en La Habana y según Prensa Latina, "elogia el turismo cubano".

Paradójicamente, el aparato cultural del castrismo no supo aprovechar a artistas realmente valiosos. Como a la española Massiel, a quien enojaron las cámaras de Seguridad del Estado que la espiaban en el hotel en que se hospedaba; al recientemente fallecido cantautor argentino Alberto Cortés, que agravió a los gazmoños comisarios por musicalizar los versos de Martí; y a Sergio Endrigo, que al final de su carrera, comunista como era, hubiese necesitado ayuda de los camaradas cubanos.

Endrigo, fallecido en 2005, fue un cantautor italiano, ganador del festival de San Remo de 1968, y muy popular en Hispanoamérica en la segunda mitad de los 60. Actuó en Cuba en los festivales de Varadero de 1967 y 1970, y por última vez, en 1977. Lontano dagli occhi, Yo te quiero solo a ti Canzone per te, Teresa, La rosa blanca (con versos de José Martí), El arca de Noé, fueron muy populares, tanto interpretadas por él como en las versiones de otros cantantes, como el español Dyango con Lejos de mí, o La paloma, un poema de Rafael Alberti musicalizado por el argentino Carlos Guastavino y que apareció en 1969 en el primer disco en castellano de Joan Manuel Serrat, pero que había sido interpretada originalmente por Endrigo.

A fines de los años 70, cuando Endrigo fue echado a un lado por las casas disqueras (de su último disco solo se hicieron 1,500 copias y no tuvo promoción) no le hubiese venido mal que lo auparan en Cuba. Pero ya los comisarios lo habían olvidado y no reciprocaron su solidaridad.

Luis Cino
Cubanet, 1 de agosto de 2019.
Video: Década de 1980. Sonia Silvestre (República Dominicana 1952-2014) interpreta Somos mucho más que dos, versión musicalizada del poema homónimo de Mario Benedetti (Uruguay 1920-2009).

lunes, 20 de enero de 2020

En busca de las raíces


Empecé a interesarme en mis raíces desde niña. Después de terminar el 6to. grado, en el mes de julio, durante las vacaciones de verano, comencé a dibujar en una libreta cuadros sinópticos de las familias. Mi papá había fallecido cuando tenía yo cinco años, pero mi madre me proporcionó lo que pudo.

Poco antes de marcharme de Cuba, mi tía paterna menor, Mercedes, me informó en Caibarién dónde había nacido mi padre. En documentos de mi hermano Santiago, en Port Richey, obtuve el lugar de nacimiento de su esposa. Mi prima paterna Lílliam, en Miami, me informó el apellido paterno de la esposa de su hijo.

De mi abuela paterna tenía una fotografía de busto que mi padre conservaba en una cajita blanca con un escudo rojo y negro en la tapa. Después de haber nacido mi hijo Alberto Luis, en el libro Historia de familias cubanas del Conde de San Juan de Jaruco, encontré la línea paterna de mi abuela, Mercedes Hidalgo-Gato. También encontré una anécdota sobre un antepasado de ella del siglo XVIII en la Enciclopedia de Cuba por Guillermo Rubiera Rodríguez. De mi abuelo paterno sólo sabía que provenía de la provincia de Lugo. A nadie más en la familia parecía interesarle mucho la historia de nuestras raíces.

En julio de 1983 viajé con mi hijo a Lugo, Galicia, buscando información sobre mi abuelo, Juan Lage. Acudimos al arzobispado un par de veces, habiéndole escrito de antemano al vicario Don Arturo Veiga, que trató de ayudarme, pero no pudo buscar nada. Compré en esa ocasión un mapa de la provincia de Lugo, que tengo colgado en un marco en la pared, Lugo: 100 Años de vida local, por José Trapero Pardo; Las leyendas tradicionales gallegas por Leandro Carré Alvarellos, un llavero con el escudo de Galicia y medallas de la Virgen de los Ojos Grandes.

Escribí a geneálogos profesionales y acreditados en Provo y Syracuse, Utah y en Pontevedra, Galicia, y al Family History Center de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días en Miami. Gracias a la genealogista Mayra F. Sánchez-Johnson, en Taylorsville, Utah, supe la parroquia en que había nacido mi abuelo y recibí la partida de su matrimonio en Matanzas. Me hice socia de la Cuban Genealogical Society en Salt Lake City.

A sugerencia de Jorge R. Piñón Cervera, en Coconut Grove, de la Universidad de Miami, solicité del Archivo General Militar de Segovia y obtuve la historia del servicio de mi abuelo en la Subinspección General de Voluntarios del ejército de 1871 a 1888. Un amigo genealófilo, Filiberto J. Henderson Hernández, en Carolina, me proporcionó la dirección del Obispado y el Padre José María. Fernández Fernández, director del Archivo Diocesano en Mondoñedo, me envió su fe de bautismo y la partida de matrimonio de sus padres, mis bisabuelos, remontándome hasta 1801. Pedí la guía Visita Lugo y su Provincia, por Julio Giz Ramil, de la Editorial Everest en León.

Escribí a la Real Academia Galega de la Lengua en La Coruña interesándome por un diccionario gallego-castellano, sin resultado. Me dirigí a la Biblioteca Municipal de Jove y al Ayuntamiento del Municipio de Xove indagando sobre posibles familiares de mi abuelo todavía en el área, en vano. Recurrí al Consulado General de España en LeJeune Road en Coral Gables con una solicitud similar y el Cónsul General Santiago Cabanas, amablemente me envió fotocopia de las páginas del directorio telefónico correspondientes a la ciudad de Xove.

Le escribí a los 20 abonados de apellido Laje y Lage que aparecían en la guía, dos me contestaron negativamente, el gerente del hotel-restaurante de la cabecera llevaba el mismo apellido que mi tatarabuelo y su bisabuela el mismo que mi abuelo, 17 ignoraron mi carta, y el lunes 14 de noviembre de 2005 por la tarde, después de casi 24 años de búsqueda, recibí al fin respuesta de una muchacha en Vivero, diciéndome que había visitado a su abuelo y hablando creían que su tatarabuela era hermana de mi abuelo, que se había ido a Cuba con otro hermano. Era prima quinta mía, establecimos comunicación e intercambiamos fotografías de la familia, y me envió un disco compacto con sus padres, hijas, esposo, hermanos y tío-abuelo, su casa y el pueblo... y la casa en Reboyra en la que probablemente haya nacido mi bisabuelo a inicios del siglo XIX.

Encontré el escudo de armas del apellido en el Blasonario de la Consanguinidad Ibérica, por Vicente de Cadenas, 1980, Madrid, y por último mandé imprimir profesionalmente la genealogía, hasta donde había logrado investigarla, 68 páginas, escudo de armas en la portada azul marino, en Ozark, Missouri, en agosto de 2006, con mapas, escudos, signo y fotografías, y se la envié a miembros de la familia en Estados Unidos, España, Cuba y Argentina.

Me invitaron a visitarlos y me animé a viajar. Salí el miércoles 15 de julio de 2009 para España y estuve 26 días. Entré de regreso por la puerta de la casa el lunes 10 de agosto a las 5:35 de la tarde hora de Miami (11:35 de la noche hora de España). El viaje fue fantástico. Estuve 4 días en Barcelona. El hotel era superior. La prima segunda paterna política de mi hijo Alberto, Maruja Dolz Bondia (Vda. de Paco González), me invitó a comer, tenía 91 años y aún cocinaba, hizo merluza, y su hija Ana Mari se portó muy afectuosa. Rosario Martínez Pérez (Vda. de Pepe González) me llamó por teléfono, se comportó sorprendentemente histérica, tenía 86 años, interpretó que yo iba a Trives en Orense a ver a las hermanas del abuelo paterno para reclamar herencia, su hija Rosarito fue a verme al vestíbulo del hotel. Me arreglé las uñas en el hotel y me lavé la cabeza con shampoo de soya y el pelo me quedó muy bien.

El lunes 20 por la mañana, en el aeropuerto de Galicia estaban esperándome cuatro personas: la prima quinta María Isa Jr., armada de dos fotografías mías, la madre, Isabel Sr., el padre y el esposo. Les llevaba ocho pullovers, perfumes, un rosario, seis discos compactos, dos llaveros, barras de dulce de guayaba, pasta de mango y boniatillo, un libro y sellitos adhesivos.

Pasé parte de las tres semanas en Lugo, en casa de la prima cuarta Isabel I en Vicedo, al oeste de la ría, y parte en la de la prima quinta María Isa II en Cilleiro, al este, y el primo tercero Celso en Vilachá, en una punta al norte, y otra prima cuarta, Lola, que me invitó a comer, se portaron todos muy cariñosos. Isabel, la madre, era mariscadora (así le llaman en Galicia a las mujeres que se dedican a la pesca de almejas, berberechos y percebes, entre otros moluscos, Isabel pescaba almejas), y el marido, Germán, padre de María. Isa, albañil y en 1973 fabricó la casa donde viven.

Me pareció un viaje al pasado, como si todo hubiera sucedido ayer. El mayor, Celso, sobrino-nieto de mi abuelo, afectuoso, me dijo, "De tantos que se fueron tú eres la primera que regresa". Me conmovió, se me formó un nudo en la garganta y se me aguaron los ojos. Habían transcurrido más de catorce décadas. Ellos nos ven como pedazos de ellos que pertenecemos allí y nos les hemos ido del redil.

Germán construyó una fuente de piedra en el patio, y es muy consciente, considerado, cortés y atento. Tienen una gata, Chulita y un perro, Jasper. Cosechan papas, ciruelas, coles, lechuga, albaricoques, cebollas, ajos, tomates, habas, judías y avellanas. Crían puercos, conejos, gallinas y abejas. Isabel cultiva rosas, hortensias, margaritas, camelias. María Isa, la hija, trabaja en una guardería, y el marido, Xavier, es mecánico de barcos, un hermano, Francisco Xavier, trabaja en una fábrica de aluminio y el otro, Pablo, de guardajurado en una planta.

Mi primo tercero Celso vive con la sobrina, Lola, en la casa que fabricaron en 1949 en el mismo terreno en que había estado la casa en la que nació mi abuelo en 1834. Con Jaime, el marido de Lola, trabaja la tierra, y tienen una granja de vacas. Trabajan duro. Me llevaron a las ruinas de la iglesia en que bautizaron a mi abuelo en Portocelo, junto a la costa del Mar Cantábrico. El hermano, Francisco Xavier, analítico, receptivo y reservado, le tomó fotografías y me llevó a donde un vecino había colocado la fuente bautismal que se había llevado, en la que había sembrado rosas de mármol.

El hermano mayor de Celso, Segundo, había fallecido hacía dos años, se parecía a mi padre y me hubiera gustado mucho haberlo conocido, ya que era el que más interés había tenido en que yo fuera. Me dijeron que yo me parecía a Elena, que noté tenía una expresión triste. Celso contó que a su abuela, Josefa Rosalía, le gustaba leer y escribía con plumas de gaviota, y que su tío-abuelo José Benito había ido también a Cuba, pero había regresado enfermo de los pulmones y reclamado un estanco de tabaco. Me parecía como si mis antepasados hubieran cobrado vida y siglo y cuarto se hubiera desvanecido. Le tomé una fotografía al hórreo (construcción típica gallega donde se guardan maíz seco y otros cereales).

Saludan besándose en ambas mejillas. Tienen palabra, son cumplidores. La mayoría tiene ojos color avellana. María Isa, observadora, amable, era delgada, le gusta la plata, tiene un perro, Sándor. Isabel, la madre, bajita, fuerte, complaciente, se tiñe el pelo con rayitos y usa jeans con piedras, y teje a crochet. Las casas, de dos plantas, con pisos de baldosas de terrazzo y dos baños contemporáneos, son modernas, con lámparas y cortinas blancas, están limpias; tienen autos (europeos), tres televisores, satélite, cocinas eléctricas con superficies de vitro-cerámica lisas, refrigerador, lavadora, máquina lavaplatos, horno micro-ondas, congeladores, agua caliente, calefacción en invierno, teléfonos celulares, computadora, videocámara. Todas las comidas se comen en platos de loza. Conversan, tienen muy buen sentido del humor. Todos hablaban en gallego, les entendía una tercera parte.

Eran las fiestas del Mar, por la Virgen del Carmen, con procesión en el puerto de Cilleiro, las de Santa Ana, las de San Esteban en Vicedo, otras en Viveiro, había ferias con kioscos y aparatos de diversiones, actuaban orquestas. Todo se celebra comiendo. Comen en tiendas bajo toldos en el patio, una docena de familiares a la mesa. Sentí celos de no haber formado siempre parte integral de la vida cotidiana de aquella familia unida. Hicieron paella, caldo gallego, empanada, almejas, gambón, centollas, rape, verdel, crisonado, congrio, xouba, besugo, merluza, bonito, boi de Francia, pollo, rollos de pescado, jamón, bifstecs, carne asada, carne con papas, tarta de almendras y de crema catalana, brazo gitano, membrillo. Elaboran licor de melocotón. Comen más papas (patacas) que arroz.

Lola tiene dos varones, de los cuales el mayor habla mucho y el menor muy poco, María Isa dos hijas. La mayor, Yesmina, espiritual e idealista, estaba estudiando historia del arte en la Universidad de Santiago de Compostela, vive en una residencia y pintaba al óleo. Las mujeres manejan autómoviles, una vecina mayor montaba motocicleta y llevaba casco, otra admiraba a Sylvester Stallone, usan denim, muchachitas tocan la gaita. Los viejos bailan. Se duchan todos los días. Las lavadoras son más modernas que las norteamericanas.

No se habla de "baldear", ni se "trapea", ni exprimen una frazada, como las cubanas que se han quedado estancadas en los años 20 y no conciben cocinar sin el consabido sofrito. Esperaba encontrar gente rústica detenida en 1938, pero la más rústica era yo, una cubanoamericana residente en Estados Unidos hace más de medio siglo. La imagen de aquellos gallegos bodegueros de Cuba en la década de 1940, con alpargatas y mal olor en los pies que dormían sobre sacos de judías en la trastienda de la bodega pasó a la historia.

Tomé 86 fotografías. Isabel me regaló un marquito con la Virgen del Carmen, unos panty para mi nieta Alicia y un pomo de miel de su colmena, María Isa un tapete bordado por ella en punto de cruz, Celso un delantal y una bolsa con una receta para preparar pulpo; un hermano, Pablo, de 33 años, muy noble, confiado y comunicativo (el único fumador), el libro El secreto de Rhonda Byrne, que el técnico de aire acondicionado me había recomendado y el otro, Francisco Xavier, me puso videos sobre la guerra civil española. Vi la Puerta de Carlos V.

Pude cambiar los cheques de viajero en un solo lugar, la Caixa d’Estalvis i Pensions, el cambio estaba a 1.447 dólares. Fui dos veces a una farmacia en la que me tomaron la presión arterial, compré un billete de la lotería. Tomé valeriana. Mandé hacerle copias a una fotografía sepia, ampliándola un poco, de mi abuelo Juan en Cuba de pie junto a una butaca de mimbre, de alrededor de 1866 que Celso conservaba. Compré un diccionario gallego-castellano de Editorial Galaxia en Vigo, le encontré unas roscas de colores en pirámide a Alicia, compré un bolígrafo de madera tallada para mi hijo Alberto Luis, un zapatico de loza azul, un llavero con el escudo azul de Galicia, una medalla, unos escudos-parches, unos imanes y dos tarjetas, y mandé reponerle el espejo a un vanity que Alberto padre me había regalado por Navidades en New York en 1967.

El dueño de una tienda había nacido en Guanabo. Tenía intenciones de invitar a toda la familia a comer en el restaurante Boavista, en Casanova. A María Isa II le pareció buena idea para la semana del 3 al 8 de agosto, pero Isabel I no quería que incurriera en ese gasto tan grande. Al fin no se pudo reunir a todos los familiares un mismo día. No tuve oportunidad de ir a saludar al director del Archivo Diocesano en Mondoñedo, a 60 kilómetros.

Tengo el segundo dedo del pie más largo que el gordo, mi padre decía que eso era característica de su familia. Les pregunté, y el primo quinto Pablo lo tiene y la familia consideraba que era un defecto genético. La prima quinta MaríaIsa opinó que cometían "atrocidades", tíos casándose con sobrinas y cosa por el estilo y no sabía cómo no habían surgido anormalidades en los hijos, y yo saqué a relucir el dedo.

Fue una experiencia incomparable. Siento como si hubiera cerrado el círculo, envuelto el paquete, que he encontrado mi concavidad sobre la Tierra. Llovía a menudo, estaba nublado, había neblina, había que dormir con manta, el viernes 7 tuve que taparme con dos frazadas. Me había levantado el lunes a las 5:30 de la mañana hora de allí, así es que estuve 25 horas despierta. No cogí catarro, ni me dio indigestión ni tuve irregularidades. Pero aumenté 4 libras (1.8 Kilo) y en el avión los pies se me hincharon como botijas.

Quedé en enviarle pomada Tegrin a Pablo, que tiene psoriasis en los antebrazos. El martes llevé las cuatros cámaras a revelar, mandé repetir algunas fotografías y le compré gelatina Psoriasin de Alva para Pablo, ya que me encontré con que descontinuaron la pomada Tegrin, que era tan efectiva, Reedco ya no la fabrica.

Coloqué la fotografía de mi abuelo en un cuadrito doble ovalado de cerezo con la de mi abuela María Mercedes. Puse las 86 fotografías en un albumcito morado que compré. El jueves les envié 18 fotos a la prima cuarta con el tubo de Psoriasin para el hijo; 18 a la prima quinta con un mapa del condado Dade para la hija; 16 al primo tercero con una postal de agradecimiento por las atenciones; 4 a una de las primas segundas políticas de Alberto, Maruja en Barcelona y 3 a Rosarito, la hija de la otra.

Hay todavía algunos datos que me eluden, como el nombre de la aldea de origen de un antepasado paterno, la iglesia de bautizo de mi padre y las fe de bautismo de mis bisabuelos maternos. Lo que le ataría el lazo a la cinta.

Zilia L. Laje
Foto: Con las dos primas Isabel, yo en el medio, con la gatica Chulita, ante la fuente de piedra en el patio de la casa en Vicedo, municipio de la provincia de Lugo, Galicia, España.

lunes, 13 de enero de 2020

De la genealogía


Compilar una genealogía es una tarea larga y lenta.

Teniendo apenas once años, comencé a preguntarle a mi mamá sobre mis tíos. Mis abuelos paternos habían muerto antes de que mis padres se casaran; pero ella me proporcionó lo que sabía. Mi tío materno mayor, Ismael, había ido anotando datos de la familia Bello celosamente en una libreta, y me los facilitó. Una prima cuarta materna, Renée, me ofreció información sobre mi bisabuelo materno, Riquelme.

Cuando me casé, una tía paterna política menor, la Madre María Asunción, me envió de Pontevedra los lugares de nacimiento de todos sus hermanos, Domínguez. En Genealogías habaneras, de Rafael Nieto Cortadellas, encontré al abuelo paterno de mi abuela materna, Hortensia, mi tatarabuelo, y por medio de la genealogista Mayra F. Sánchez-Johnson, en Taylorsville, Utah, obtuve la partida de su matrimonio en 1834 con mi tatarabuela.

En Historia de familias cubanas, de Francisco X. de Santa Cruz y Mallén, en la biblioteca pública del Condado encontré al bisabuelo materno de mi abuela materna. Encontré datos biográficos de un antepasado de mi abuela materna en Cuba en la mano de Esteban Roldán Oliarte y datos sobre otro en Economía y Sociedad de Leví Marrero y Artiles. Le debo los nombres de los esposos e hijos de mis primos segundos, los hijos de mi primo materno Ismael en Cuba, a una prima materna, Beba. Mi primo materno Chicky, en New York, me brindó los nombres de los esposos e hijos de sus hijos, mis primos segundos.

Encuentro investigar nuestras raíces fascinante, pero es una labor agotadora que nunca se termina.

Investigando la genealogía, me tropecé con una coincidencia sorprendente: Expuesto en términos sencillos, mi quinto abuelo paterno Gregorio Hidalgo-Gato y Vergara y mi quinta abuela materna María Micaela Fernández de Zaldívar y Ximénez eran concuños. Hé aquí cómo eso ocurrió:

El hermano menor de mi quinto abuelo paterno Gregorio, Nicolás José Hidalgo-Gato y Vergara, dos de once hijos de José Matías Hidalgo-Gato y Salazar y de Leonor de Vergara y Córdova, se casó en febrero de 1734 en la Catedral de La Habana con la hermana menor de mi quinta abuela materna María Micaela, Eugenia Fernández de Zaldívar y Ximénez, hijas ellas de Francisco Fernández de Zaldívar y Trimiño, de la casa de los condes de Zaldívar, y de Ana Apolonia Ximénez y Borroto. Gregorio Hidalgo-Gato y Vergara se había casado en febrero de 1733 con Ana María Rodríguez-Morejón y González de Alverja, mi quinta abuela paterna. María Micaela Fernández de Zaldívar y Ximénez estaba casada en noviembre de 1721 con José Armenteros-y-Guzmán y Sotolongo, Capitán de Caballos de la Plaza de La Habana, mi quinto abuelo materno.

Pero mi abuela paterna, María Mercedes Hidalgo-Gato y Flores, y mi abuela materna, María Hortensia Riquelme Roca, ambas naturales de La Habana en el siglo XIX, nunca se conocieron. Cómo se entrelazan las vidas de las personas a través de las generaciones.

Hay otras coincidencias curiosas: las esposas de mi tío materno mayor, Ismael Daniel, se apodaban Chicha y Cheché, ambas de pelo castaño claro y ojos verdes, y las dos suegras, Caridad Arias y Mary Rooney, eran ciegas.

Las esposas de los hijos de mi primo materno Ismael Francisco, en Cuba, se llaman ambas Lourdes, López y Cabrera. Las segundas esposas de los hijos de mis dos primos en Estados Unidos, Chicky y Lílliam (que no se conocen), norteamericanas, las dos se llaman Barbara, Gilbert y Shayeb.

En Estados Unidos, Mi primo Chicky, en Estados Unidos, y mi primo segundo Roberto Fausto, en Cuba, tienen dos hijas nombradas Karen. Dos tíos políticos maternos, Julio y Paco, tenían hermanas nombradas Aurora.

Las esposas de dos primos maternos, Ismael y Heriberto, tenían hermanas nombradas Hilda Hernández. Mi prima paterna Isolina Delgado se casó, consecutivamente, con dos hermanos, Luis y Guillermo Penelas Lage.

El bisabuelo paterno de mi hijo, Francisco Domínguez Núñez, se casó con dos hermanas, Matilde y Dula González Fernández. Segundo, mi primo tercero paterno, al quedar viudo se casó con una sobrina de su esposa, Toñita.

Hay todavía algunos datos que me eluden, como el nombre de la aldea de origen de un antepasado paterno, la iglesia de bautizo de mi padre y las fé de bautismo de mis bisabuelos maternos.

Mucho mas enredado y no tan curioso, pero me pareció aún lo suficientemente interesante, que José Armenteros-y-Guzmán y Sotolongo, hijo de Graciana Sotolongo y Calvo de la Puerta, mi sexta abuela materna, se casó en 1721 con María Micaela Fernández de Zaldívar y Ximénez en la parroquia de San Matías de Río Blanco del Norte, en el término municipal de Consolación del Norte, en la provincia de Pinar del Río.

Las hermanas Sotolongo y Olivera, de la calle Primelles, en el reparto Las Cañas, en El Cerro, eran naturales del barrio de San Antonio de Río Blanco del Norte, en el término municipal de Jaruco, en la provincia de La Habana. En 1808 se edifició la iglesia de San Antonio of Río Blanco del Norte en terrenos que cedió Antonio García, tomando el nombre de la población de San Matías de Río Blanco del Norte, a cuatro kilómetros, a la orilla este del río Jaruco cerca del ingenio Río Blanco. ¿Confuso? Sin duda.

Zilia L. Laje
Foto: Blasonario de la Consanguinidad Ibérica, 1980, libro donde encontré el escudo de armas del apellido.

lunes, 6 de enero de 2020

El caso Elián, veinte años después


Ningún acontecimiento ha logrado sacudir la historia compartida entre Cuba y Miami en los últimos 20 años como el caso de Elián González Brotons. Con el paso del tiempo, que es verdadero juez de cualquier episodio humano, me reafirmo en la certeza de que los sucesos que rodearon este conflicto tripartito entre La Habana-Washington-Miami fueron un terremoto que generó más cambios en términos de estrategias políticas, comportamientos sociales y pertenencias culturales de los que hoy todavía podemos aquilatar en profundidad.

Hablo en primera persona sobre este tema, pues me tocó estar en el epicentro de la disputa legal y familiar desde el mismo día del hallazgo del niño náufrago, de cinco años, flotando sobre un neumático a tres millas de la costa, en las cercanías de Fort Lauderdale. No se sabía aún su nombre ni mayores detalles de lo sucedido cuando tuve que cerrar el primer reporte sobre el dramático naufragio de la embarcación procedente de Cárdenas, Matanzas, pero la mirada de Elián, fija, perdida, desconcertada, era en sí una huella indeleble de dolor.

Era el 25 de noviembre de 1999 y mi guardia periodística del Thanksgiving Day (Día de Acción de Gracias) se extendió por muchas horas más de las previstas. Comenzaba a perfilarse así un drama que durante 216 días estremeció el sur de la Florida y acaparó la atención mundial en medio de una enconada disputa de reclamos legales y políticos. El diluvio nos empapó a todos y los medios de comunicación -aun sin la impronta de las redes sociales- vivieron también jornadas de esquizofrenia y tirantez.

La tragedia de Elián -y enfatizo la definición con toda intencionalidad- fue un parteaguas en la vida de la comunidad exiliada, que también trajo interrogantes de identidad para los cubanoamericanos y transformó la visión en las relaciones con el régimen cubano desde los altos círculos políticos de Washington. El caso desató una aguda polarización entre los cubanos exiliados sobre el destino del menor, y a la vez tensas discrepancias sobre la política y los asuntos legales de Estados Unidos en relación con Cuba.

Fue también la última clarinada de movilizaciones masivas de Fidel Castro en torno a una causa que convertiría en obsesión hasta el retorno de Elián a Cuba. Es curioso que la muerte de Fidel Castro, el 25 de noviembre de 2016, coincidiera 17 años después con la fecha de la llegada de Elián a Miami.

Por esas concurrencias del azar, la llegada de Elián González a Miami trastrocó por siete meses mi trayectoria profesional. De pronto me vi inmerso en una tormenta informativa que demandó esfuerzos adicionales de tenacidad, paciencia y energía para coberturas en calles, tribunales y la propia casa donde permanecía Elián en La Pequeña Habana. Nunca había recibido tantas llamadas telefónicas de medios estadounidenses como el 6 de diciembre de 1999, cuando el fotorreportero Carlos M. Guerrero (ya fallecido) y yo fuimos los únicos periodistas presentes en el sexto cumpleaños que celebró Elián en un salón del A.D. Barnes Park, en el suroeste de Miami.

Elián aparecería luego en tres ocasiones -entre enero y mayo de 2000- en la portada de la revista Time, récord para un tema o una figura cubana. Su nombre escaló hasta las enciclopedias y su historia despertó devoción en credos religiosos de distintas denominaciones alrededor del mundo. Tuvo una moneda conmemorativa de plata de alta calidad, diseñada por el artista ruso Alexander Shagin, y hasta una millonaria cuenta bancaria para su educación y su futuro en Estados Unidos. Una mujer suicida de Oklahoma llegó a cambiar su testamento para dejarle la mitad de su herencia de 500 mil dólares en beneficio de los familiares de Elián en Miami. La suerte del niño náufrago había rendido al mundo.

En el atardecer del 28 de junio de 2000, cuando el avión que lo regresó con su padre a La Habana aterrizó en el Aeropuerto Internacional José Martí, se iniciaba la segunda temporada de esta saga cubana que tiene aún mucho por desentrañar y sacar a la luz. Aunque parezca definitivamente concluida, la historia de Elián tiene todavía varios capítulos por escribir. Veinte años después de la fatídica travesía que terminó con la muerte de su madre, Elizabeth Brotons y otros diez inmigrantes cubanos, a continuación, algunos apuntes guardados durante la cobertura del caso y revisados con la perspectiva de que los archivos suelen ejercer un magisterio infalible.

El rescate de Elián de las aguas cercanas a la Florida emergió como un gesto humanitario en una fecha de profundo significado familiar en Estados Unidos, el Día de Acción de Gracias. El trauma de ver desaparecer ante sus ojos a su madre y su padrastro fue aliviado con la acogida de una familia que le dio cariño desde el primer día: sus tíos abuelos Caridad, Lázaro y Delfín González, y su prima Marisleysis.

Se habían producido contactos entre los familiares de Miami y el padre de Elián, Juan Miguel González Quintana, mientras el niño estaba en el hospital para saber si era alérgico a algún medicamento o tenía otra limitación. Incluso una cuenta telefónica de Lázaro González registraba una llamada previa de Juan Miguel, supuestamente anunciándoles que Elián había salido en una embarcación rumbo a Florida y pidiéndoles que lo cuidaran.

Pero para el 29 de noviembre ya habían aflorado ciertas fricciones. Cuba exigió la devolución del niño a petición del padre, mientras la familia de Miami consideró que Juan Miguel estaba siendo presionado por el gobierno, por lo que trataría de garantizarle a Elián "un futuro de bien en este país libre". Se abría así la primera batalla por la custodia legal del menor. En una nota de portada para El Nuevo Herald, escribí ese día: "Elián González podría convertirse en una nueva manzana de la discordia entre el gobierno castrista y los cubanos de la diáspora". Creo que no me equivoqué.

De repente, todo se precipitó hacia las aguas de la política. Una foto tomada a Juan Miguel en su casa en Cárdenas, con una foto del Che Guevara de fondo, avivó las pasiones. Los congresistas cubanoamericanos y líderes de organizaciones como la Fundación Nacional Cubanoamericana arroparon el caso. Fidel Castro proclamó que el niño estaba secuestrado y lanzó una cruzada nacional para recuperarlo.

El caso humanitario se había politizado. La lección invariable -para hoy y para las generaciones de cubanos que nos sucederán- que la politización de los asuntos familiares acaba por destruir las posibilidades de entendimiento y terminan imponiéndose la irracionalidad y el oportunismo.

La comunidad exiliada respaldó la permanencia de Elián en Estados Unidos, para evitar que Fidel Castro convirtiera al niño en trofeo de guerra. La Secretaria de Justicia, Janet Reno, rechazó la custodia temporal otorgada en una corte de distrito a los familiares de Elián y ordenó la devolución del menor a su padre el 14 de enero de 2000.

Lo que vino después fue el atrincheramiento de las partes y una batalla campal entre el gobierno cubano y los exiliados. A estas alturas de politización y diatribas, Elián estaba atrapado entre el fuego cruzado y ninguna salida parecía enteramente beneficiosa para el menor. Ya sabemos en lo que se ha convertido Elián dentro de Cuba, triste marioneta de la propaganda castrista, pero no sé si su permanencia en Miami hubiera posibilitado desatarlo de las órbitas y los compromisos políticos que gravitaron sobre su caso. Es una interrogante para la que no tengo una respuesta definitiva al cabo de veinte años.

El 5 de diciembre de 1999, Fidel Castro se reunió con el padre y los abuelos de Elián en las oficinas del Consejo de Estado en La Habana. Ese día, tras la conversación, el gobernante comprendió que no iba a tener obstáculos para echar a andar una batalla con todos los ingredientes de triunfo a su favor. La situación era perfecta. Los familiares en Cuba eran personas simples, dúctiles y fácilmente manipulables para tales fines.

El reclamo de la devolución de "un niño secuestrado" se convertiría en dardos punzantes contra el exilio de Miami, que enfrentaría el dilema de negar los derecho de paternidad. Esto empeoraría las tensiones de poderosos sectores del exilio con la administración de Bill Clinton, que a su vez no podía hacer otra cosa que defender el retorno de Elián con su padre. Estados Unidos tenía en esos momentos unos 65 reclamos familiares por secuestros de niños estadounidenses en otros países, de manera que no podía justificar la permanencia de Elián en Miami si su padre insistía en regresarlo con él a su domicilio en Cuba.

No había manera de perder con semejante ecuación ganadora. Clinton pidió a su abogado y viejo amigo Gregory Craig que interviniera en la solución del caso. Lo único que estaba en cuestionamiento ante la opinión pública era la razón por la que el padre de Elián no había venido a rescatarlo. Craig se fue a La Habana y convenció a Fidel Castro de que la presencia de Juan Miguel en Estados Unidos era clave para ganar la custodia de Elián ante los tribunales. El 6 de abril de 2000, Juan Miguel, su esposa e hijo menor arribaron a Washington. A partir de ese momento el regreso de Elián era una cuestión de tiempo.

Las decisiones legales apuntaban a la entrega de Elián a su padre. Una veintena de abogados pulsaba con el gobierno federal para reclamar el derecho del menor a tener su día en corte y ventilar la petición de sus familiares exiliados. La familia de Miami se había mostrado renuente a entregar el niño a las autoridades del Servicio de Inmigración. En ese escenario de crispación, el entonces alcalde de Miami-Dade, Alex Penelas, realizó una comparecencia pública, rodeado de una veintena de alcaldes municipales, para declarar que los cuerpos locales de policía no cooperarían con los agentes de inmigración para sacar al niño de Miami.

Fue un momento de definición, porque Penelas perdió la confianza del gobierno federal y vio esfumarse la posibilidad de compartir la boleta a la candidatura presidencial por el Partido Demócrata junto a Al Gore. Las críticas a Penelas llovieron desde las altas esferas gubernamentales y los medios nacionales. Hoy su decisión es vista como precursora de las llamadas "ciudades santuario", pero en aquel momento resultó una alarma para las autoridades federales.

Eso explicará una determinación posterior de Washington a la hora de ordenar el operativo armado para sacar a Elián del hogar familiar de Miami. Ni el alcalde Joe Carollo ni ninguno de los representantes cubanoamericanos de la ciudad de Miami, fueron avisados previamente del ataque de las fuerzas federales a la Pequeña Habana, lo cual sí se le comunicó horas antes al jefe de la Policía, William O'Brien, con la indicación de no reportarlo a su superior. Penelas, que aún mantiene que su decisión fue la adecuada, aspira a retomar la alcaldía del condado en 2020.

El litigio legal en torno a Elián había entrado en una encrucijada, con un creciente desgaste emocional para los familiares de Miami. El 19 de abril de 2000, el Tribunal de Apelaciones de Atlanta dictaminó que el menor debía permanecer en Estados Unidos hasta que se agotara el proceso legal del caso, lo que provocó un estallido de euforia en los alrededores de la vivienda de los González. Pero el dictamen judicial fue solo un respiro ilusorio para los partidarios de dejar a Elián en predios miamenses.

El equipo legal de los familiares sabía que debía buscar una salida decorosa ante el desenlace inevitable que presagiaban los tribunales, y justamente se había logrado llegar a un entendimiento con los González reconociendo el derecho del padre a la custodia del niño. Era Semana Santa y para el viernes 21 de abril, las negociaciones estaban en un punto de cierre, con un acuerdo para la reunificación familiar voluntaria.

Ambas partes habían ya intercambiado borradores para un acuerdo, negociado con la intervención por vía telefónica de Janet Reno. El acuerdo estipulaba que el niño se entregaría al padre y que por un tiempo ambos grupos familiares se establecerían en dos viviendas colindantes en el área de Tallahassee, la capital del estado de Florida, para asegurar un traspaso sin desgarramientos emocionales sicológicos para el menor. La noche final de las negociaciones, con Reno al teléfono, estaban en la casa de la Pequeña Habana los abogados Kendall Coffey y Manny Díaz, y los líderes comunitarios Carlos de la Cruz y Carlos Saladrigas, y el jurista y mediador designado, Aaron Podhurst, integrante de la Asociación de Abogados Litigantes de Estados Unidos.

A las 4 de la madrugada del sábado 22 de abril, Reno dijo sorpresivamente que ella no podía seguir negociando. La negociación de buena fe se había interrumpido. Minutos después, un operativo federal de hombres armados con ametralladoras y gas pimienta irrumpieron en la vivienda destrozando la puerta principal y le arrancaron a Elián de los brazos de Donato Dalrymple, el pescador que lo había rescatado en el mar.

El desenlace violento con fuerza excesiva desbordó la ira popular en las calles. Reno, fallecida en 2016, se llevó el secreto a la tumba sobre los pormenores de su decisión. Su nombre queda también asociado a la historia a la masacre de Waco, Texas, en 1993. La orden de asaltar la vivienda de los González y sacar a Elián a punta de pistola estuvo en manos de Bill Clinton, que tal vez pueda explicar todavía las razones de fuerza mayor que determinaron ese desenlace innecesario. Pero todo apunta a que los contactos de alto nivel que sostenía la Casa Blanca con Fidel Castro y Ricardo Alarcón a través del abogado Gregory Craig, según consta en documentación desclasificada, fueron determinantes para no acceder a la transferencia pacífica del menor a su padre.

La foto de Alan Díaz, fallecido en 2018, con el agente apuntando su arma a un Elián aterrorizado, es el testimonio de un desatino que el gobierno de Clinton no pudo ocultar al mundo.

Cuando pienso en la saga de Elián González, regreso siempre a un nombre demasiado olvidado y vilipendiado en esta hecatombe familiar que es también una parábola inequívoca del drama cubano de los últimos 60 años.

Elizabeth Brotons Rodríguez, una madre de 30 años que se lanzó a una aventura marítima para darle una mejor vida a su hijo, es la víctima mayor de este caso. En sus recuerdos de aquellos minutos aciagos en alta mar, Elián recuerda los esfuerzos de su mamá por salvarlo cuando la embarcación zozobró, hasta verla perderse en la inmensidad de las aguas. Su cadáver no estuvo entre los siete rescatados y sepultados en Miami, y su lecho final tal vez fueran las aguas turbulentas de Fort Lauderdale, a pocas millas de la costa floridana.

Creo que su memoria no ha sido suficientemente respetada. El primer agravio imperdonable corresponde al gobierno cubano y, particularmente a Fidel Castro, artífice de un editorial en seis partes y 33 páginas, publicado en el diario Granma el 8 de febrero del 2000. El artículo se titula Conducida por la amenaza y la violencia a la tragedia y pretende ser una reivindicación de Brotons, pero termina siendo una pieza denigratoria de su persona, poniendo a la luz cuestiones médicas de su intimidad que no hubieran tenido cabida en otro lugar del mundo.

Han pasado dos décadas y todavía no puedo salir de la indignación cuando releo esta pieza que clasifica para la historia de la infamia del periodismo nacional. Resulta un hecho insólito, generado solo por la malignidad de una cruzada política, que este artículo incluya fragmentos del resumen de historia clínica de la consulta de riesgo genético de Juan Miguel y Elizabeth, archivada en el Hospital Gineco-Obstétrico Ramón González Coro de La Habana.

No hay justificación para que un gobierno determine hacer uso del expediente médico de una persona fallecida, aunque cuente con la muy reprobable "autorización del padre y los abuelos de Elián". El artículo hace el conteo de siete embarazos fallidos de Elizabeth, para llegar a una vergonzosa conclusión propagandística que solo pudo salir de la cabeza de Fidel Castro: "La obra esmerada de la Revolución Cubana en la atención a la maternidad y la infancia hizo posible el milagro de que Elián viniera al mundo. No fueron médicos de un hospital norteamericano los que la alentaron y la atendieron esmeradamente. En aquel país, las familias modestas no pueden pagar esos costosos servicios, calculados en decenas de miles de dólares, que en Cuba son absolutamente gratuitos".

Tal vez en una Cuba futura, las organizaciones de una prensa de servicio público se pronuncien por un desagravio ante este acto mezquino del uso de la comunicación para fines políticos. Tampoco nunca pude entender que en su precipitado viaje a Miami para encontrarse con Elián, en enero de 2000, Raquel Rodríguez, la madre de Elizabeth Brotons, no tuviera espacio siquiera para, de alguna manera, rendir homenaje a su hija desaparecida.

No quiero juzgar a Raquel, que ya ha partido de este mundo, porque su paso por Miami estuvo marcado por presiones de todo tipo, desde un fallido operativo de la inteligencia cubana para llevarse a Elián hasta un olvidable incidente con la abuela paterna, Mariela Quintana, tocando y preguntándole al menor si el pene le había crecido. Hubo luego revelaciones de la monja Jeanne O'Laughlin, mediadora y anfitriona de la visita, de que Raquel hizo un aparte con ella para confesarle que deseaba quedarse en Estados Unidos.

De cualquier forma, el olvido en torno a la madre de Elián es un capítulo triste en la desmemoria cubana de nuestros días. Elizabeth Brotons fue realmente el móvil de esta historia. Equivocada o no, acertada o no en sus pasiones y decisiones, se arriesgó en una travesía para escapar de una realidad que le resultaba insostenible.

Si se dejó arrastrar por su nuevo marido o decidió seguirle por amor, no quiso que quedara atrás su más preciada creación: el hijo al que le dio la vida, le trató de procurar un futuro mejor y hasta sus últimas energías iba a proteger, salvándolo de la muerte. Elián le debe todo a ella: la existencia y esta desgarradora historia de sobrevida, porfías y tormentas políticas, devenida símbolo del sufrimiento cubano.

Wilfredo Cancio Isla
Cibercuba, 25 de noviembre de 2019.
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