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lunes, 11 de mayo de 2009

Historia Oficial



Por Iván García

Esta es la historia oficial. No hay otra. Elián era un pionero ejemplar; hacía soberbios dibujos con crayolas y despuntaba como un genio. Ahora, en su cautiverio de Miami, hasta en sueños extraña su pupitre escolar, las bicicletas y los coches tirados por caballos de su Cárdenas natal.

La madre, Elizabeth Brotón, era una militante del partido de primera línea, trabajadora intachable del turismo en Varadero y solamente bajo amenazas fue capaz de lanzarse al mar, obligada a punta de cuchillo por su marido actual, descrito por la prensa oficial como un hombre violento y sin escrúpulos.

El padre y ex esposo de Elizabeth, Juan Miguel González, también militante del partido, es casi perfecto. Las abuelas, según el gobierno, son dos heroínas a la altura de Mariana Grajales.

Del otro lado del Estrecho de la Florida, son malos todos los familiares que antes de producirse la tragedia, el 25 de noviembre, se llevaban como una gran familia. El tío-abuelo, Lázaro González, es un bandido que ama los dólares. Su hija, Marisleysis, prima del papá de Elián, es una lobezna sin hijos que quiere robarse a Eliancito.

Los otros, Ileana Ros-Lehtinen (llamada la loba en Cuba), la Fundación Nacional Cubano Americana y los que en Miami consideran que el niño debe quedarse en Estados Unidos, pertenecen a un clan de mafiosos sicilianos por cuyos poros mana un furibundo odio hacia la revolución cubana.

Esa es la historia oficial. La que diariamente venden a los cubanos desde que a principios de diciembre estalló el caso Elián. Todo en blanco y negro. Sin matices. Unos excesivamente malos y otros exageradamente buenos. Pero la gente en Cuba no es boba, y piensa.

La mayoría está convencida de que jurídicamente a Castro le asiste la razón y quieren que Elián vuelva a Cárdenas, para cuanto antes cerrar el extenso capítulo, que ya se les torna fastidioso. Saben que en Miami hay manipulaciones por personas que al raciocinio anteponen su odio a Castro y se han dado cuenta de que Bill Clinton es el presidente de esa nación.

Clinton, como la fiscal Janet Reno, quiere que Elián vuelva a Cuba. El Servicio de Inmigración está a favor del padre. Pero Estados Unidos es un país de leyes y los litigios suelen demorar: los tribunales en todo el mundo son lentos y burocráticos. Ahí está el caso de Pinochet en Londres.

Pero los que en Cuba sólo desayunan café y hacen una comida caliente al día intuyen que también el gobierno cubano manipula el asunto. Sí, ellos van a las manifestaciones y gritan consignas, mas saben que Castro es ducho en sacar partido de cualquier hecho cotidiano y utilizarlo en su política contra su enemigo jurado. Así, cien mil o más personas vituperan contra el imperio del mal, pero muchos van vestidos con ropa "Made in USA" o comprada con dólares enviados desde USA: más del 90 por ciento de los cubanos tiene a uno de los suyos viviendo en la sociedad imperialista.

La gente común y corriente quiere que Elián venga, pero no se cree ni la mitad de la historia oficial que el gobierno diseña para ellos, las "masas revolucionarias". Es precisamente ahí, en ese punto, donde los cubanos activan su mecanismo defensivo: la simulación. Esto ocurre desde hace 1959.

Castro ha desatado una oleada de nacionalismo y odio a los yanquis. La gente le sigue la corriente. Pero sólo en apariencias. Cuando regresan a su hogar, conectan el video comprado con dólares enviados por familiares residentes en Miami. Sustituyen los atosigantes espacios televisivos que reclaman el retorno de Elián por filmes norteamericanos de baja categoría, con tiroteos y choques de carros. Son los que gustan en la isla.

Los que no tienen video se van al cine, al parque, a la pelota o a jugar dominó y tomar ron. Rápidamente desconectan. Mañana, en la asamblea del partido o del sindicato, como papagayos repetirán la historia oficial. El dulce cuento de gente muy mala o demasiado buena que nadie se cree.

(Publicado en Cubanet el 4 de enero de 2000)

1 comentario:

  1. Al principio pensé que era un chiste. Después me dieron ganas de llorar.

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