Comparada con María Callas y con todas las grandes artistas de su tiempo, cantaba en seis idiomas desde una canción napolitana, un corrido mexicano, cualquier pieza de latinoamericana y una guaracha cubana.
Llenó a Cuba de gloria y de buena música, fue una cancionera prodigiosa y una figura que vivió siempre en la cima del arte, con un renombre que sólo se podía equiparar al de Olga Guillot o Celia Cruz. De su país la borraron definitivamente porque vivía en el exilio desde 1962. El 24 de junio murió en Cape Coral, Florida, a los 88 años de edad. Sí. Murió Xiomara Alfaro.
Se le conocía como el Ruiseñor o la Alondra de la canción, pasó sus últimos años cantando canciones religiosas y entregada a Dios, pero en la década de los 50 era una de las voces más sonoras, queridas y apreciadas de Cuba, una soprano que cantaba boleros y era estrella en todos los cabarets, en la radio y la televisión. Se fue de su país enseguida que llegó la debacle, pero siguió su trabajo con igual maestría por Europa y Estados Unidos.
Es cierto que ahora ha muerto, pero nadie que ame de verdad la música criolla puede olvidar su versión inigualable de Siboney, y su manera que cantar piezas fundamentales del repertorio cubano y latinoamericano como El manisero, Amor de mi bohío, Obsesión, Niebla de riachuelo, Cenizas, Cuando ya no me quieras, No me importa lo que pienses, Noche de ronda, Moliendo café y Lamento borincano, entre otras muchas.
Xiomara Alfaron editó 30 discos, algunos con Bebo Valdés y Ernesto Duarte. Trabajó en el cine en la película italiana Mambo, junto a Silvana Mangano y Vitorio Gassman así como en el filme mexicano Yambao al lado de Ninón Sevilla.
La legendaria cantante, que recorrió el mundo con sus canciones y manera especial de actuar, era una mujer honesta y discreta, según recuerdan sus allegados. Una señora entregada a sus discos y a sus presentaciones que acudía a un relato sencillo, sin adornos, para explicar el origen de su descomunal carrera.
“Nunca pensé ser artista, quería ser enfermera, hacer tantas cosas, pero Dios quiso darme la voz para ganarme el pan de cada día. Conocía a un muchacho que era bailarín, Alexandre. Él me escuchaba cantar en mi casa y siempre me decía que yo debía dedicarme al canto.” Y se dedicó.
Las dictaduras creen que eliminan a los artistas con un borrador y que después imponen su olvido con la muerte. Tenemos razones para no creer en censuras ni en olvidos obligatorios. Y menos en la muerte. Basta que un solo cubano ponga esta noche en su tocadiscos una pieza, Siboney por ejemplo, y entre a cantarlo Xiomara Alfaro.
Raúl Rivero
Blog de la FNCA, 27 de junio de 2018.Foto: Cortesía de Gema Castenedo y Arthur Leoné.
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