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viernes, 30 de octubre de 2015

Pilar Morales, una voz cubana para Tete Montoliu


Para los amantes del jazz en la península ibérica, Tete Montoliu (Barcelona,1933-1997) es una figura cimera del género en su país, reconocido incluso fuera de sus fronteras, como uno de sus pianistas más originales y talentosos, con una vasta obra creativa y un impresionante catálogo de grabaciones. Poco se conoce y menos se pondera su vínculo iniciático con la llamada música latina, como si atesorar el acervo de nuestras sonoridades fuese algo sacrílego para un jazzista de su estatura.

Lo cierto es que Tete comenzó su vida profesional en 1954 tocando en la orquesta del venezolano Lorenzo González, quien había llegado a España dos años antes y logró después una carrera relativamente exitosa, al punto de que muchos veían entonces en él al sucesor de los triunfos del cubano Antonio Machín. Un año después se produciría otro hito importantísimo, en el camino de cercanías latinas de Montoliu, esta vez con Cuba: conocería a una cantante cubana que, casi acabada de llegar a Barcelona, parecía que conquistaba la aceptación de quienes la escuchaban.

Era Pilar Morales Corona, nacida en Marianao, La Habana, el 12 de octubre de 1931. La suya será una vida poco común en sí misma, pues no abundan en el arte historias similares de generosidad y renuncias para favorecer, en detrimento de la propia, una carrera ajena. En España, parece ser que muy pocos entre los amantes del jazz, conocen que en esa y otras etapas en la vida del gran Tete Montoliu, esta cubana ocupó un importante lugar.

Corría el año 1955 cuando Pilar Morales llegó a España. Era linda, muy joven, educada y fina, con una voz grave y peculiar, afinada y cálida. Al atravesar el océano, atrás quedaban años de intentos poco fructíferos por hacerse un lugar en el panorama artístico y musical de su isla natal. Había nacido en un hogar de músicos, pues su padre Evelio tenía su propio conjunto, con el que ensayaba en la casa donde Pilar afinó su oído y entonó sus primeras canciones. Su madre, Obdulia Corona Ochandarena, también cantaba, había sido alumna de Moisés Simons, el autor de El manisero, y en el recuerdo de Pilar se mantuvo vivo el dúo que hacía con Petrona, su tía materna.

En su infancia y adolescencia, Pilar tomó clases de música con un profesor que compartía el magisterio musical con el oficio de sastre. En una entrevista recordaba que nunca fue una niña que llorara por no querer ir a la escuela: le gustaba saber, aprender, tener cultura. Inició los estudios de bachillerato, pero no pudo terminarlos, pues muy pronto tuvo que empezar a trabajar. Lo hizo en las oficinas del Canal Vía Cuba, encargada de la construcción del hoy Túnel de la Bahía de La Habana.

Sin embargo, ella siempre tuvo claro que lo que quería era cantar. Y a los diecisiete años, en 1947, decide presentarse en un programa de aficionados en la emisora RHC Cadena Azul y gana un premio consistente en cien dólares y un mes de contrato. Pasa también una breve temporada de superación musical en la compañía de teatro Las Máscaras. Era el inicio de una carrera profesional, cuyos vericuetos y desenlace no podía entonces imaginar. Clasificada como cancionera romántica, después del triunfo en el certamen recibe una propuesta de la cantante Carmelina Pérez, de presentarse tres veces por semana en el programa de Radio Salas, donde la Pérez era figura central. Pilar se mantuvo mucho tiempo cantando en este programa, aunque lo hacía también en otros espacios radiales, incluyendo apariciones dentro de la programación de la emisora CMQ.

Pilar asegura que hizo algunas grabaciones, al estilo de las que se hacían por aquellos años en los estudios de las radioemisoras, pero, al parecer, casi ninguna ha sobrevivido, con la excepción de tres registros radiales que se han podido encontrar, y en los que acompañada del Conjunto de Orlando de la Rosa canta los boleros Nuestras vidas, Acuérdate y No te importe saber, de un gran valor no sólo por las escasas grabaciones de este importante pianista cubano, sino también por el excelente desempeño de la Morales, en plenitud de sus facultades vocales.


Pilar Morales nunca cantó desde las pistas de cabarets ni salones de baile, ni se presentó en espectáculos teatrales, tan habituales en aquellos años. Fueron la radio y la naciente televisión los que acogieron en otra faceta a la cantante. “Me presenté en el Sepia Café, espacio estelar de la cantante Olga Guillot, en el Canal 4. También en varios programas del circuito CMQ, como el de Bola de Nieve, los jueves en Radiocentro, y donde me presenté en dos ocasiones. Y con un contrato diferente, en otro programa con frecuencia mensual a base de órgano y voz, con el recordado Paquito Godino”, comentaría Pilar al periodista catalán Jordi Roura. Fue privilegiada al tener a una muy joven Enriqueta Almanza y al excelente Orlando de la Rosa como ocasionales pianistas acompañantes.

Escucho a Olga Ochandarena, prima de Pilar narrar con qué constancia y decisión Pilar se empeñó en abrirse paso en el panorama artístico de La Habana de los 50, sin que viera compensados tales esfuerzos. Ella cantaba boleros, justo en años en que eran contados y muy famosos los nombres de aquellas cantantes que capitalizaban el género, tanto a nivel discográfico, como escénico.

La década de 1950 llegaba a su medianía y ya se habían hecho muy populares en Cuba una serie de agrupaciones integradas por músicos españoles, quienes a golpe de pasodobles y gitanerías, se convirtieron en imprescindibles, estableciendo un patrón muy aceptado, casi ineludible, de contenidos musicales en los principales cabarets habaneros, frecuentados entre otros por integrantes de la populosa colonia española y sus descendientes, convertidos en industriales, hacendados, comerciantes que nutrían las clases media y alta de la sociedad.

Curiosamente, formaciones musicales como Los Chavales de España, la orquesta Solera de España, Los Churumbeles, y el conjunto vocal vasco Los Xey, entre otros, dejaron numerosas grabaciones en Cuba, pero son prácticamente desconocidos en el país ibérico, ya que sus triunfos se localizaron en este lado del océano, con la excepción de Los Xey, que sí eran ya famosos en la España de los 50. Del mismo modo, otros peninsulares ávidos de éxito comercial, se aventuraron a hacer el recorrido a la inversa, llevando a España desde Cuba a músicos, cantantes y bailarines, hasta compañías enteras, acrecentando el gusto de ciertos sectores de la población española por la música cubana.

Uno de ellos, de los más listos, era Jaime Camino, cuya trayectoria como líder de orquestas es difícil de rastrear en detalle, pero aun así, se sabe de sus múltiples viajes a Cuba, a Venezuela y a otros países de Suramérica, siempre al frente de una orquesta cuya formación se nutría de músicos de disímiles nacionalidades y sus integrantes, al parecer, variaban con frecuencia. Después de más de doce años haciendo estas giras, Camino decide formar una nueva orquesta con músicos de diferentes países, entre ellos un grupo importante de músicos cubanos.

En la citada entrevista con Jordi Roura, Pilar cuenta: "La pianista Enriqueta Almanza tenía la misión de formar para la orquesta, un trío de voces, y por supuesto, pensó en mí. Estuvimos ensayando las voces de manera independiente, de modo que no conocí a ninguno de los integrantes de la compañía hasta que nos vimos en el aeropuerto para viajar a Madrid el 8 de enero de 1955. Ya en esta ciudad comenzamos a ensayar, porque en Cuba se contrató y viajó sólo la mitad de la orquesta, pues el convenio era que la otra mitad debían ser músicos españoles. Para fijar y concretar esta orquesta tuvimos que iniciar los ensayos estando ya en Barcelona, en el Teatro Novedades".

Es que de Madrid habían viajado de inmediato a Barcelona, donde permanecen 45 días y empiezan a actuar con la orquesta al completo. Para Pilar Morales, su llegada a Barcelona, contratada por Jaime Camino junto a Enriqueta Almanza, quien ya era su gran amiga; Las Mulatas de Fuego; Salvador Lestapier, el as de la armónica; El Negrito Silva, y otros músicos cubanos, supuso un cambio drástico en cuanto al tipo de espectáculo donde debía trabajar, pues se trataba de presentaciones en salas de fiestas y bailes, muy diferente al público que estaba acostumbrada en sus años de cantante en Cuba.

Entre los músicos españoles que integraban la orquesta estaba Vicente Montoliu Meliá, el padre de Tete, que la dirigía, y cuentan que, donde quiera que se presentaba, Pilar era la verdadera sensación del espectáculo. Ella era la estrella y la orquesta el respaldo a sus canciones, boleros y otros géneros que entonces llamaban “caribeños”. Salen en gira por varios países de Europa y Pilar Morales llega a cantar en el Olympia de París.

Mientras, el joven y desconocido Tete Montoliu, de modo puntual, entre junio y septiembre de 1954, realizaba grabaciones en Holanda, con un llamado Latin Quartet, sin que su nombre apareciera en la carátula ni en los créditos de esos discos. Después, como pianista de la orquesta de Lorenzo González había participado en 1955 en la grabación para el sello Odeon de cuatro temas con esta formación, y que constituyen sus primeros registros fonográficos. Ya desde entonces, la libertad expresiva cercana al jazz caracterizaba el pianismo de Montoliu. Había iniciado, discretamente, la búsqueda de un estilo y un lugar en el panorama musical español.

Una noche, el joven pianista ciego decidió ir en busca de su padre a la Parrilla del Alcázar. Allí conoció a Pilar, escuchó su voz, la oyó cantar y años más tarde reconocería que se enamoró perdidamente de ella. “A partir de aquel día, todas las noches acababa casualmente en el Alcázar, ante la indiferencia de mi padre, que pensó que sería un ligue más”, confesaría el genial pianista a su biógrafo Miquel Jurado. La atracción fue mutua: Tete Montoliu y Pilar Morales se casaron en Barcelona, en la Iglesia de los Angeles, el 5 de abril de 1956. Transcurrido poco más de un año después de la llegada de Pilar a Barcelona, el pianista y su esposa de cálida voz, trabajaban en diversos night clubs, en paralelo al desarrollo de sus carreras respectivas, cada uno con su orquesta o sus músicos habituales.

Tocaban regularmente música latina en el Atelier Club, en la plaza Calvo Sotelo, cuando llega a Barcelona el célebre vibrafonista norteamericano Lionel Hampton. Tete y Pilar fueron, como público, a su concierto en el Windsor Palace, pero al concluír, el pianista catalán subió al escenario donde aún permanecía Hampton y comenzó a jazzear en una memorable descarga. Aquel 13 de marzo de 1956 cambiaría el curso de la carrera de Tete Montoliú y también la vida de Pilar Morales.

Montoliú contaría años más tarde: “Lionel Hampton me invitó a participar con su orquesta en una gira de tres semanas por Francia. Al finalizar, teníamos que viajar a los Estados Unidos, pero la mujer de Hampton, que además, era la que llevaba los asuntos de la orquesta, se opuso diciendo que en América no podía presentarse con un pianista blanco. Tuve que volver a Barcelona y seguir tocando en salas de fiesta como el Bikini de la Diagonal”. Meses después, Hampton se presenta en Madrid y aprovecha la ocasión para grabar su mítico disco Jazz Flamenco, en el que invitó a Tete a participar en tres temas en formato de quinteto (Lionel Hampton y su quinteto Flamenco Five), aunque su nombre no aparecerá en los créditos del disco ni en la edición española, ni en la norteamericana. Serían estos los primeros temas jazzísticos grabados por Montoliu.

Entre tanto, Pilar Morales había iniciado con buen pie su camino en España. Además de sus éxitos con la orquesta de Montoliu padre, sus primeras grabaciones discográficas en la península las hizo también en 1956 junto a Tete Montoliu, en un formato bajo el nombre de Tete Montoliu y su Conjunto Tropical: se trataba de cuatro discos de 78 rpm con ocho temas que luego se reeditaron en dos discos extended play de 45 rpm con cuatro canciones cada uno. El Conjunto Tropical lo integraban, además, José Dib y Ramón Aragay en las trompetas; Eugenio Murgui en el saxo alto; Jorge Candela, en saxo tenor y voz; Mario Valero en la batería y Rafael Verdura en la percusión.

Pilar asumía regularmente los boleros, mientras que Jorge Candela se ocupaba de los ritmos más movidos. Para el sello Columbia, en Barcelona registran los temas: Ayer no viniste, Playa Escondida, Qué cosas…, qué cosas! y No me hagas cosquillitas. Luego, en febrero de 1957 Pilar y Tete entran nuevamente en estudio para grabar bajo el sello Phillips, los temas Abrázame así y Tan enamorada, Cha-cha-cha-Chabela, La mujer vespa y Te, chocolate o café, bajo el nombre de Pilar Morales con Tete Montoliú y su Conjunto, que serían ellos mismos además de Manolo Bolao en la guitarra, José Vives en el contrabajo y Ramón Farrán en la batería.

Las actuaciones en vivo de Tete Montoliú y Pilar Morales no se prolongaron por largo tiempo, pero quedaron estos registros fonográficos que constituyen un momento muy singular en la carrera de Pilar Morales y sobre todo, en la discografía del pianista catalán, al tratarse de parte de sus grabaciones iniciales y acercarlo a lo que podría considerarse un segmento ibérico temprano del latin jazz. En 1956 ya Pilar Morales es La Voz del Trópico y tiene también la posibilidad de realizar su debut cinematográfico –y único acercamiento al celuloide- al aceptar que su voz se dejara escuchar en el filme mexicano-español La herida luminosa dirigido por Tulio Demicheli, protagonizado por Arturo de Córdova y Amparo Rivelles, y rodado en locaciones de Cataluña.

No es difícil comprender que las carreras del pianista y la cantante se encontraban en un punto de despegue hacia un posible éxito, de diferente intensidad y gradación, pero despegue al fin. Justo en ese momento nadie podía predecir hasta donde llegarían. Tete Montoliú, por su parte, realizaría elogiosos performances con Lionel Hampton y en algunos festivales de jazz, que serían peldaños en su ascenso hacia la fama como uno de los pianistas de jazz más singulares en Europa. Pilar Morales, por su parte, había llegado al país ibérico en busca de trabajo y éxito como cantante y también de una vida próspera para sí y para los suyos que quedaron en la Isla. En ese camino experimentó la aceptación de un público que no era el suyo en cuanto a origen, y pudo atisbar las posibilidades que se le abrían como cantante dueña de un singular estilo y una atractiva voz.

Entre los hallazgos, también encontró el amor, y al parecer, éste condicionó sus decisiones inmediatas. No es desatinado pensar que debió verse ante la disyuntiva de entregarse de lleno a su carrera como cantante, o aceptar ciertos cánones sociales que, si bien no cancelaban sus sueños y expectativas, al menos las posponía de modo indefinido. Aunque quiero creer que, quizás, Pilar, con veintiséis años de edad, soñó que los dos podrían hacer posible sus carreras, si ambos se amaban. Sin embargo, coincidiremos en que, en plena década de los 50, España estaba muy lejos de ser un país avanzado en ideas de independencia femenina, más bien, las vidas de sus ciudadanos transcurría aún apegada a estereotipos muy estrictos y poco edificantes en cuanto al lugar de la mujer en la sociedad y sobre todo, dentro de la familia, a partir de la unión matrimonial.

Las costumbres suelen ser demasiado fuertes para removerlas a corto plazo y de este modo la propia condición de Pilar -inmigrante en tierra ajena-, la tradicional supeditación de la mujer respecto a la voluntad del hombre; la genialidad de Tete Montoliu como pianista, las posibilidades profesionales que se le abrían y su condición de invidente, terminaron imponiéndose, arropados por una relación inicialmente muy unida y amorosa, pero en la que, a mi juicio, a Pilar le tocó el mayor de los sacrificios: renunciar a sus sueños, a su carrera. Miquel Jurado, biógrafo de Montoliú, razonaba en una entrevista con Sebastián Iñigo: “Y sí, yo creo que Pilar Morales sacrificó por Tete su vida profesional, puesto que ella era una cantante de boleros con una voz sumamente profunda y muy potente, que pudo haber hecho grandes cosas en el mundo del bolero. Por tanto, siempre nos quedaremos sin saber si la voz de Pilar Morales podía haber explotado o no, pero ella escogió la familia, escogió a su compañero, y eso siempre tendremos que agradecérselo”.

Al parecer, los padres de Tete Montoliu vieron natural y por tanto, crearon las condiciones propicias para que Pilar Morales, la llamada Voz del Trópico, aquella que había asombrado a quienes la habían visto y escuchado en Barcelona, pudiera abandonar su carrera para apoyar la de su marido como persona imprescindible en su vida y convertirse, además, en un especie de 'road manager', que le acompañaría siempre y a todas partes, a todos los conciertos, ocupándose de todos los detalles prácticos de su carrera. Eran años en que el jazz era un género con una ínfima presencia en España, y concretamente en Barcelona. Y Tete Montoliu había decidido hacer jazz, lo que implicaba necesariamente plantearse vivir fuera de España.

Montoliu y Pilar se radican primero en Berlín y luego en Copenhague, donde “había una visión jazzística muy importante, y allí fue donde Tete comenzó a labrarse un nombre como gran músico, y donde tuvo la oportunidad de tocar con los más grandes, como Dexter Gordon, Roland Kirk, Ben Webster… con este último tuvo un cuarteto y grabó incluso varios discos.” En Copenhague, Pilar conoce a quien sería de por vida una de sus mejores amigas: la sueca Lena Solfors, entonces pareja de Gordon. Viajan a numerosos países y el 26 de junio de 1957 nace Nuria, la única hija de Tete Montoliú y de Pilar Morales, que, por decisión de sus abuelos paternos, quedaría a su cuidado, en aras de que la cubana continuara en el rol de persona insustituíble que se le había asignado en la vida y la carrera del pianista catalán.

Pilar continuaría aparcando sus sueños de cantar y hacer una carrera pensada y coherente. Intenta no dejar la canción. En junio de 1960 se presenta, junto al Dúo Dinámico, en el espectáculo de variedades Dinamic Carrousel, con una positiva repercusión mediática. Cuatro años después de aquellos registros comerciales que realizara en 1956 y 1957, graba ocho temas con un conjunto que dirigía el guitarrista Fernando Orteu. Se trataba, según Jordi Roura, de trabajos impuestos por la casa editorial que no fueron del agrado de Pilar y no tuvieron aceptación por parte del público, pues resultaban extemporáneos los aires latinos impostados de algunos arreglos en momentos de fuerte influencia de la canción italiana en España.

La información publicada por la discográfica SAEF destaca que los temas Presentimiento y Tus ojos grises obtuvieron el segundo y tercer lugares en el 3er. Festival de la Canción Mediterránea de 1961, un importante festival que desde 1959 organizaban Radio Nacional de España, Televisión Española y el Ayuntamiento de Barcelona. Entre los temas grabados, además, está el afro Frontera y otros de diverso género: Amor es mi canción, Brigitte Bardot, Sucu sucu, Oro negro, y Desde hoy. Según Roura, “con el tiempo, sorprende y resulta atractiva la combinación, pero solamente como rareza y como objeto de coleccionista”. Y asegura que Pilar nunca las cantó en público, ni se planteó hacerlo.

Sus últimos registros, Pilar los hizo en 1964 en Madrid, en condiciones precarias, al reencontrarse casualmente con el pianista cubano Alcibiades Agüero, quien la había acompañado en sus años de la radio en Cuba, y fueron los boleros Nuestras Vidas, Vieja luna y ¿De qué te quejas tú? aunque ya se aprecian cambios en el color y la potencia de su voz, los que serían irreversibles. Aun así, Pilar apreciaba estas grabaciones y remarcaba siempre el valor que le concedía, según testimonio de periodista Jordi Roura. Nunca más Pilar entraría en un estudio de grabación.

Tete Montoliu, en cambio, pudo realizar, gracias a su talento innegable, y a la gran dedicación y generosidad de la cubana, la carrera que merecía, conquistó el reconocimiento internacional y tiene hoy un sitio indiscutible en el panorama del jazz en el mundo de habla hispana. Pilar Morales no cantó nunca más para el gran público y sus anhelos de triunfar delante de un micrófono engrosaron el pasado perfecto de su vida. Y un día –veinticuatro años después de aquella noche en que escuchó por primera vez la voz de la cubana- a Tete Montoliu la fama o el tiempo o quien sabe qué, le cercenó el amor. Aunque el divorcio se formalizó años después, en 1993, los mismos prejuicios que le impusieron más de un deber inexplicable, le impedían ahora a Pilar rehacer su vida. Ya era tarde para volver a empezar.

Con cerca de cuarenta y nueve años, probablemente la constatación de esta realidad, la automutilación de su carrera profesional y la lejanía de su familia cubana pasaron factura a su autoestima y a su alegría. Aun así, dio a su vida otro sentido: su voz musical, cálida y pausada, tuvo otros destinos no menos meritorios, consciente como seguramente estuvo de todo lo que nunca más debería repetirse en su entorno inmediato y con sus seres más queridos: supo moldear con tino y dulzura, junto a su hija Nuria, la inteligencia, la independencia y la alegría contagiosa de esa persona que hoy es su nieto, el actor Jordi Blesa Montoliu, y apegarse, del modo que supo y pudo, a esta otra familia que se iba formando y de la que ha sido, a pesar de todo, uno de los troncos vitales imprescindibles.

Aunque muchos la recordarían como La Voz del Trópico, desde entonces Pilar rehusó cualquier acercamiento a los medios, a pesar del interés de algunos periodistas y directores de programas. Unicamente Jordi Roura tendría suerte al conseguir en junio de 2003 que aceptara conceder una corta entrevista, que salió al aire en su programa radial Noms propis (Nombres propios), en la edición dedicada a artistas cubanos residentes en Cataluña.

Tete Montoliu vino a La Habana a mediados de los 80 y tocó en el Festival Internacional Jazz Plaza invitado por Bobby Carcassés, su creador y entonces presidente del evento. Viajó sin Pilar, quien ya entonces no estaba más a su lado. Ella, sin embargo, lo hizo años después, en un viaje sorpresa que Nuria le regaló para que se reencontrara con su familia habanera, con su Malecón, y sus mejores recuerdos de los tiempos en que era la negra bella de Radio Salas, RHC Cadena Azul y CMQ. Nunca más ha vuelto, aunque sí llegaron sus boleros y canciones gracias al tributo del productor e investigador Jordi Pujol, al recopilar, en el CD Historia de un amor. Tete Montoliu y Pilar Morales, todas las grabaciones comerciales realizadas en España por Pilar, y también las que registrara el pianista con la orquesta de Lorenzo González, como homenaje a los dos músicos.

Cerca de cumplir sus 85 años, en su lucidez de niebla Pilar tiene cerca a su hija Nuria, a sus nietos Jordi (41 años) y Nuria (38), y a sus bisnietos Jalen (14) y Naia (12), todos mulatos catalanes, con sangre cubana. Hoy, La Habana debe ser para Pilar Morales, probablemente, un recuerdo brumoso, desdibujado, lejano. O quizás no. Quizás sea una sacudida estremecedora, algo más que una marca indeleble tatuada en el pensamiento de cada día, el lugar al que quiso volver, al que debió volver para cantar siempre, pero le sobró generosidad y, probablemente, le faltó decisión y autoestima para no mirar atrás, y hacerlo.

Sesenta años son muchos, demasiados para marcar la fecha de una partida, de una distancia, y lo único que queda, para Pilar Morales, es recordar desde esa neblina, el balance de lo que ha sido su vida. Quizás ese recuerdo le devuelva la tranquilidad de un deber cumplido por amor, o por el contrario, la amarga certeza de que nunca debió renunciar a sus boleros.


Rosa Marquetti Torres
Desmemoriados. Historias de la Música Cubana
4 de julio de 2015

Nota de la autora.- Este trabajo habría sido imposible sin la amorosa colaboración de Nuria Montoliu Morales y su hijo Jordi Blesa Montoliu. Gracias por el apoyo! Agradecimientos especiales al arquitecto José María Pérez, melómano admirador de Tete Montoliu y gran amigo que se enroló en esta investigación desde la idea misma, aportando datos, música y su tiempo. A mi colega Agnela Domínguez, de SGAE-Cataluña por su decisiva ayuda; a Jordi Roura, quien compartió conmigo con total desinterés lo mucho que ha atesorado sobre Pilar Morales y a la querida Lena Solfors, por tantos recuerdos entregados desde el cariño hacia Pilar. A mi querido James Rodríguez, a quien agradezco las rarezas que son las grabaciones radiales de Pilar en La Habana y al también querido Jaime Jaramillo, que aportó entusiasta la localización del filme La herida luminosa. A Georgina Almanza, actriz y amiga de Pilar, por su foto y su memoria, y a Olga Ochandarena, desde el barrio habanero de Colón, por la emoción y las vivencias.

Ver fotos y grabaciones de Pilar Morales en Desmemoriados.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Deconstruyendo al Chori (II y final)


A pesar del tiempo, desde 1930 El Chori se había mantenido como un fenómeno perdurable de interés constante en La Choricera, Los Tres Hermanos, El Niche, La Taberna de Pedro… La Playa de Marianao, con toda la retahíla de antros y espacios de nombres imposibles seguía siendo un lugar imprescindible para tomarle el pulso a la música cubana más popular, más auténtica. No pocos músicos que luego serían trascendentes, empezaron o pasaron por esos sitios.

La asiduidad de músicos cubanos y extranjeros a la cueva del Chori constataba su proverbial genialidad percusiva y escénica. No hacía falta que los principales diarios de la época insertaran anuncios ni crónicas: Radio Bemba -así los cubanos le decimos al pase de la noticia de boca en boca- se encargó, antes de que él mismo lo hiciera de puño y letra, de amasar con cariño y elogiosa complacencia el mito del Chori.

La leyenda se nutrió también del reto perenne que envolvía al Chori con otro buen timbalero: Marcelino Teherán dueño también de su pedacito de fama en otro precario espacio de la Playa de Marianao. Poco se sabe de Teherán, salvo tres datos brumosos: vivió un tiempo en Nueva York, fue tamborero de Estela y tocó con relativo éxito en el Cotton Club, en la época de Duke Ellington y Cab Calloway.

Teherán era punto fijo también de la Playa de Marianao y con historia contada suficientemente atrayente como para ser él mismo otro mito, pero a quien, al parecer, la gracia y el talento no le alcanzaron para tan siquiera igualarse o vencer la fama del Chori. La contienda se hizo permanente y duró hasta que en los sesenta aquellas dos manzanas de la Playa de Marianao pasaran a otra vida, y de ello dio fe Orlando Quiroga, al contar sobre el show del Chori en La Taberna de Pedro en 1961:

“Al lado, también el tam-tam frenético del caballeroso Teherán -su apellido, en realidad, es Terán- que brilló en Broadway en la época de Cab Calloway, cuando comenzaba a perfilarse el milagro de Ella Fitzgerald. Teherán, hoy, toca ante un público de gente elegante y gente sencilla en su primario Niche Club, sosteniendo la eterna, eterna guerra con El Chori, por el cetro del mejor timbalero de Cuba.”

Comenzaba 1959 y el primer día de enero al Chori le amaneció en su cueva playera, lo mismo que a su rival Teherán. Allí estuvieron sin que nadie los perturbara demasiado durante los primeros años de la década de los sesenta. Incluso en 1960, una de las primeras ediciones del Noticiero ICAIC Latinoamericano, dirigido por el gran documentalista Santiago Alvarez, le dedicó un reportaje de dos minutos aproximadamente, al timbalero mayor. Sin embargo, la historia de aquellos cabarets de mala muerte tenía ya fecha de caducidad.

En julio de 1963 se inició y concluyó lo que se dio en llamar 'el plan de saneamiento de la Playa de Marianao', emprendido con prisa, pero sin pausa por el entonces Instituto Nacional de la Industria Turística (INIT), y fue la causa de la desaparición de El Niche, La Taberna de Pedro y otros antros memorables en aquella zona de la diversión y la gozadera, junto a otros menos tolerables donde por décadas coexistieron en buena vecindad, músicos, bailarinas, vividores, friteros, proxenetas, traficantes, turistas y escritores, periodistas, poetas y pintores, y los más disímiles especímenes que esperaban que avanzara la noche sobre aquella zona agreste y sórdida anexa a la lujosa Quinta Avenida, para ser ellos mismos.

Como era previsible, los medios de prensa respaldaron la iniciativa sustentada por el gobierno. Lapidaria, la revista Cinema anunciaba: “El Niche y La Taberna de Pedro quedaron en la página dos: no reunían las apropiadas condiciones para ofrecer espectáculos decorosos. El Pennsylvania sigue viento en popa, ahora bajo administración del INIT".

Resultaba paradójico, porque una de las zonas más endemoniadamente turísticas de La Habana, hasta los inicios de la década de los sesenta, fue la Playa de Marianao con el Chori como portaestandarte. Como inexplicable contradiccion, al establishment burgués siempre le convino no tomar en serio a Silvano Shueg Hechevarría, era mucho mejor que fuese sólo El Chori, un showman a quien más valía tener por payaso que encomiar sus dotes musicales, encerrado en un bar marginal y sin perspectivas de dar el gran salto que le valiera ser reconocido no como un 'excéntrico musical' –título con un tufo demasiado evidente a subestimación-, sino como el gran percusionista que fue, desde el empirismo más visceral.

Pero la nueva clase en el poder tampoco aceptaba al Chori, no lo tomó en serio, se avergonzaba de personajes como él y de entornos como la Playa de Marianao, y preferiría optar por la táctica de tierra arrasada: tampoco el triunfo revolucionario le permitió disfrutar del reconocimiento al que era ya merecedor el gran rey del timbal, no desde una perspectiva de atracción turística, sino desde la constatación de su genialidad como músico y figura singular del espectáculo.

La mutilación de la Playa de Marianao ocurría a poco menos de dos años de aquellos intensos debates y el cisma que, entre la intelectualidad y sobre todo, entre los cineastas, motivó el documental PM, de los realizadores Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante. Para cualquier habanero, un día cualquiera de trabajo, estudio, entrega a la construcción y defensa de la nueva vida que comenzaba, podía terminar, para “despejar”, en los bares del puerto o de la Playa de Marianao. Eso fue lo que trataron de mostrar, en la línea del free cinema, los realizadores del controversial cortometraje. Pero la lectura fue otra y la historia, ya la sabemos.

El fin de la Playa de Marianao y el documental serían hechos inconexos si la figura del Chori no hubiese permeado a PM de la fuerza telúrica de su genio y sus timbales, como expresión de un mundo músico-visual que sugería, y lo que fue peor entonces: representaba un patrón de disfrute en exceso lúdico y banal para un país que virtualmente estaba en pie de guerra, inaceptable según el pensamiento de quienes decidieron el destino de aquel cortometraje, que ya no sería visto en las pantallas de nuestros cines.

Muchos años tuvieron que pasar para que yo pudiera saber qué cosa fue PM. Y, decantado por la inexorabilidad del tiempo, sentir al verlo que no comprendía por qué nunca pude, hasta ese día, ver al Chori, baquetas en ristre, en 35 mm. La presencia del Chori en PM no era gratuita: su imagen, el sonido de los múltiples artefactos que completaban cada vez de un modo diferente sus mágicos timbales, estaba enraizada no sólo en la perspectiva de realidad y gozadera de la noche habanera menos circunspecta –con relajo incluído-, sino también en el imaginario de intelectuales y artistas del más diverso signo de notabilidad, que siguieron desde 1930 la ruta hacia la Playa de Marianao, frecuentando desenfadados aquella zona.

Pero sobre todo, yendo a ver al Chori y legando después, desde diferentes ópticas y modos de expresión, el testimonio de aquella peculiar manera de aprehender la diversidad noctámbula en La Habana, y sobre todo, su relación de elogio y cercanía con ese músico inverosímil y auténtico.

Acerca del affaire PM, Alfredo Guevara reconocería años después: “No soy ajeno al mundo que recoge PM. Titón, Guillermo Cabrera Infante y yo, con Olga Andreu y alguna que otra vez con Villo Olivares estuvimos en El Chori, un cabaretucho de la playa que impregna con su experiencia el hilo conductor del documental; los bajos fondos, la embriaguez (y la mariguana), la música quejumbrosa que acompaña al alcohol y el abandono de sí mismo".

En su novela Calembour (1988) el escritor cubano César Leante, transfiere a la literatura lo que pudo ser la línea argumental de PM, narrada de modo resumido a través de uno de los personajes y donde es inevitable referirse al Chori:

"Un individuo vive en Regla y viene a divertirse a La Habana un sábado por la noche. Se toma una cerveza o un ron en algún bar de la Avenida del Puerto, se da una vuelta por el Prado y luego coge una guagua para venir a la playa de Marianao. Aquí se mete en el Coney Island, se pone a ver bailar junto a las parejas de Mi Bohío, juega al tiro al blanco y por fin viene aquí, al Chori, donde pasa el resto de la noche. Esta sería la secuencia más larga y la aprovecharía para filmar al Chori: tocando sus botellas, sus sartenes, sacando la lengua y tirándole trompetillas al público, en fin, trataría de captar todo el ambiente que hay aquí. La película terminaría con el individuo regresando a Regla en la lancha que se aleja por la bahía ya casi amaneciendo".

La narrativa cubana continuó siendo, en alguna medida, deudora del Chori, a la hora de representar el imaginario de la diversión y la originalidad musical más raigal, a través del que se expresaban ciertos sectores sociales, incluso alejados del mundo marginal. Casi cinco años después de su muerte, el inefable timbalero vuelve a aparecer en la novelística cubana, mencionado por Alejo Carpentier en La consagración de la primavera (1979):

“Pasaban los días en esta busca de mis raíces -harto olvidadas durante años- y siempre aplazaba la fecha de la inevitable visita a la Condesa, con la cual tenía que tratar, por lo demás, de cuestiones tocantes a mi economía. 'Mañana'. Siempre lo dejaba para mañana. Pero un día en que había dormido hasta más allá de la hora habitual, por haberme trasnochado en la Playa de Marianao, oyendo con Vera -entusiasmada por la novedad- la orquesta de Chori, fui devuelto al ineludible presente por una voz imperiosa que me alcanzaba tras de reiterados timbrazos telefónicos”.

El Chori se convirtió, para ciertos segmentos de esa narrativa, en un paradigma del divertimento, una especie de fenómeno sociológico portador de la identidad de una zona citadina, de un comportamiento. No pocos escritores a partir de la década de los sesenta decidieron tener al Chori en las páginas de sus cuentos y novelas: baste citar como muestra a Miguel Mejides (Las ciudades imperiales); Antonio Benítez Rojo (El escudo de hojas secas, A la gente le gusta el azul) y Abilio Estévez (Tuyo es el reino).

Tengo la impresión, no la certeza -y aquí invito al debate esclarecedor- de que el graffiti autógrafo del Chori, cuyo lema era “el artista que se anuncia solo” se hizo obsesión multiplicadora en el célebre personaje a partir del momento en que hicieron desaparecer, lo que para él era su medio natural: los bares y cabarets calificados de 'mala muerte' de la Playa de Marianao, esa zona enraizada para siempre en la historia musical y antropológica, en la fisonomía misma de La Habana del siglo XX.

No olvidemos, sin embargo, algo esencial: ni siquiera pudo con El Chori, la contienda sempiterna que le planteaba su eterno rival Marcelino Teherán. Tampoco pudieron sacarlo de allí los ofrecimientos tentadores que, según reza la leyenda, le hizo Marlon Brando para que viajara al Norte en pos del vellocino de oro. Muchos menos, según dicen, los ruegos y bondades de su amigo Miguelito Valdés para que dejara los cabaretuchos y se convirtiera en una estrella del Sans Souci.

Sólo pudo lograrlo una ordenanza arrasadora en el epicentro de la gozadera barata. Se decidió que ya no más, y el mítico timbalero perdió su hábitat nocturno y tuvo irse con su timbal, sus botellas y demás cacharros, literalmente con su música a otra parte, aunque él mismo no supiera a dónde. Sólo así El Chori abandonó la Playa de Marianao. O más bien, la Playa abandonó al Chori a su suerte.

Me habría gustado encontrármelo por alguna calle de La Habana Vieja, o de Centro Habana, o incluso en ese Vedado que, quizás, no le gustaba mucho, pero al que necesariamente tuvo que ir cuando el mexicano Alfonso Arau, afincado en Cuba por esa época, lo invita a su recordado programa El Show de Arau, de gran popularidad a inicios de los 60. Todo indica que era la primera vez que El Chori entraba en un estudio de televisión, puede que incluso haya sido la primera vez que se acercara al flamante Radiocentro, y por supuesto, sería la primera vez que sus baquetas, sus ojos saltones y su lengua sobresaliente apareciera en la pantalla de un televisor.

El cronista Orlando Quiroga fue uno de los pocos -aunque quizás haya sido el único- que dio espacio al Chori por ese tiempo en La Habana noche tras noche, su sección en la revista Bohemia, y sin escatimar espacio también para Teherán,su eterno contrincante:

“Busque, por allí La Taberna de Pedro y El Niche Club. En la primera, erguido sobre su trono de madera, con un gran crucifijo de madera y un pañuelo en el cuello, está El Chori, el más grande timbalero de Cuba, sonando estruendosamente su batería, mientras una multitud homogénea baila sobre el piso de cemento, o cantando Frutas del Caney, con una voz cuyo poder no han vencido los años. Al lado, en El Niche, el rival del Chori: Teherán. Más moderno, pero menos genial; incapaz de sacarle la lengua a sus admiradores, como hace El Chori, Teherán tiene su público, y tiene a Yimba, último ejemplar de una raza de rumberas que desaparece".

Fue este su breve segmento de fama mediática en su propio país, donde figuras como Arau, periodistas como Orlando Quiroga, y los realizadores de PM aquilataban su talento histriónico y musical. Pero El Chori quedó, virtualmente, sin un lugar donde trabajar. Con comparaciones algo hiperbólicas, Quiroga llegó poco después, desde su sección en Bohemia, a llamar la atención sobre la situación de 'desempleo' en que habían dejado al Chori tras el cierre de los cabaretuchos de la Playa de Marianao:

“Aunque luzca insólito, El Chori, nuestro más grande timbalero, al que Brando, la Baker, Spencer Tracy y Martine Carol calificaron de 'genius' y fueron a ver hasta su cueva en La Taberna de Pedro, no se está presentando en La Habana de noche. El, que es de la raza de los Beny y las Rita, cuyos valores universales son, en cada partícula, cubanos hasta la médula, tiene que ser uno de los rostros que la gran ciudad de las Antillas muestre a sus visitantes.”

Sin los pequeños cabarets que llenaban aquellas dos manzanas de la Playa de Marianao, y con más de sesenta años en las costillas, lo que ocurrió con el mítico timbalero fue como un viaje a la semilla. El Chori, que en cuanto a su formato y repertorio siempre estuvo dentro del son y la rumba, en sí mismo había evolucionado y su estilo dicen que se había trasmutado, con todas las implicaciones, en algo indefinible y descargoso, donde la improvisación seguía marcando la esencia de su entrega. Comenzó a frecuentar los encuentros dominicales de viejos trovadores y soneros que se reunían en una herrería de la calle Santa Rosa 211 entre Infanta y Cruz del Padre, en la barriada del Cerro, animada por su dueño, Alfredo González Suazo, Sirique.

El Chori se hizo habitual de la famosa Peña de Sirique, a la que también acudían, ya como un alto al final del camino, un casi centenario Sindo Garay, y los ya ancianos Miguel Matamoros, Graciano Gómez, la actriz Blanquita Becerra, y muchos otros trovadores y soneros. Cuenta Lino Betancourt:

“Cuando Sirique fundó su peña en 1962 decidió formar un conjunto musical integrado por viejos soneros jubilados, que en otros tiempos fueron verdaderas estrellas en los sextetos o septetos que integraron. A ese peculiar conjunto lo llamó jocosamente Los Tutankamen, y su lema era: 'un maestro en cada instrumento y en conjunto un hogar de ancianos'. Lo dirigía el experimentado bongosero Manolo Pla, antiguo director del sexteto El botón de Rosa, y entre sus principales atracciones figuraba el percusionista Silvano Shueg Hechavarría, un verdadero showman, conocido por El Chori".

Sobre la voz del Chori, la trovadora Hilda Santana diría a Leonardo Padura:

“Era una voz gruesa, así, profunda, de este gordo, y hacía uno de los mejores segundos que he oído en mi vida, y yo he oído bastante. Y eso que cuando lo oí bien ya él estaba viejo. Y fue en los años 60, cuando nosotros coincidíamos mucho en la peña que tenía Sirique en su taller del Cerro, un lugar donde se reunían los mejores trovadores de Cuba. Hasta Sindo Garay iba. Allí conocí al Chori, lo oí cantar y lo vi tocar en un lugar que Sirique había preparado especialmente para él, con sus sartenes y botellas, y lo recuerdo como un hombre cómico, con un chiste siempre en la boca, aunque pensándolo bien, a veces se quedaba serio, pensativo, como si de pronto se pusiera muy triste".

La imagen del Chori, ahora espectador, pero con la misma gestualidad que lo caracterizó, quedó fijada en el documental La herrería de Sirique, realizado en 1966 por Héctor Veitíaque agradecemos al director cubano Héctor Veitía, y es el último de los cuatro momentos en la filmografía del famoso timbalero.

Ese mismo año, aparece en la revista Bohemia el reportaje Chori, firmado por Fernando G. Campoamor, después de franquear el acceso restringido que el inefable timbalero había puesto, a golpe de cerrojo, a su cuarto en el solar de la calle Egido, en el número 723. El periodista tuvo que valerse de Chinolope, para poder llegar hasta El Chori en su cuartucho de La Habana Vieja. Chinolope era su amigo, punto casi fijo en la Playa desde los años de gloria para el timbalero y hoy sabemos que muchas de sus mejores fotos fueron tomadas por ese chino sin edad. Es la obra de un artista que supo apresar gestualidad, instrumentos y genio de otro artista.

Otro gran fotógrafo cubano, Ernesto Fernández, captó al Chori a finales de los cincuenta en trance de pleno alcohol, y como si presintiera la cercanía inevitable del aburrimiento. Ya en los sesenta, Panchito, fotógrafo de la revista Bohemia, realizó tomas conocidas del timbalero. Ahora en los sesenta, el rostro del Chori parecía el espejo que devolvía las trazas de que sus mejores años ya eran pasado perfecto. Su historia la había escrito en aquellos antros de mala muerte con la genialidad convertida en golpes de baquetas sobre el timbal, en muecas y ocurrencias inimitables y versiones personalísimas y hasta teatrales de sones, rumbas y canciones trovadorescas, combinados siempre con los sonidos endiablados que era capaz de sacarle a cualquier objeto.

No supo, no quiso o no pudo salir de aquellos lugares, de aquel ambiente. No supo, no quiso o no pudo organizar su paso por este mundo, poner precio y validar su talento y carisma como seguro vitalicio. Quizás en esa libreta en la que escribía, nunca sabremos si como un diario o como unas memorias septuagenarias, estarían sus arrepentimientos o por el contrario, sus afanes de volver a vivir, si se pudiera, la misma vida. Nunca lo sabremos, porque el Chori partió sin avisar a nadie, sin nada, con las mano vacías, su Changó gobernando aquellas cuatro paredes del cuarto en el solar de Egido, y su vida gozada como quiso, pródiga en ciertas cosas, y mezquina al final, en que lo dejó morir en la más horrible de las soledades.

Al encontrar al occiso azulado y rígido como nunca estuvo, varios días después del deceso, en lo que menos pensó nadie fue en rescatar aquella caja grande de cartón que atesoraba, rebosante de recortes de viejos periódicos y revistas, y aquella libreta, cuidada con celo, escritura de remembranzas y obsesiones, que habrían sido testimonios invaluables para la posteridad de un mito que se resistía a morir.

Excitada, llena de sueños que se empecinaban en dejarse alcanzar a través de un camino de carencias de todo tipo, obligada a una vida signada por múltiples batallas en un decenio gris, La Habana ya nunca sería la misma después que el olor a fritanga, el vaho de alcohol y marihuana, el sudor de cuerpos recién salidos de contiendas sexuales, de rumba y son, desaparecieron de la Playa de Marianao, llevándose de un plumazo la vida irrepetible del Chori.

Silvano Schueg Hechavarría, El Chori, murió en La Habana, en 1974, sin que haya podido precisarse el día exacto de su partida. Al menos en dos obras musicales se le reconoce su autoría: los sones Hallaca de maíz y La Choricera.

Hasta donde se sabe, nunca grabó un disco: su genialidad no interesó a ninguna de las casas discográficas ni antes ni después, y sólo se conserva en estos cuatro momentos fílmicos su imagen y el sonido que supo sacar a cuanto elemento percusivo se le pusiera por delante.

Agradezco a mis amigos Iván Giroud, Jaime y Alba Jaramillo, Chinolope y José Galiño por su ayuda inestimable.

Rosa Marquetti Torres
Desmemoriados. Historiados de la Música Cubana
14 de mayo de 2015

Video inicial: Fragmento del documental PM dedicado al Chori. El documental completo, aquí.

Ver más fotos y datos en Desmemoriados.

lunes, 26 de octubre de 2015

Deconstruyendo al Chori (I)


Sobre la franja derecha de la Quinta Avenida en la Playa de Marianao -viniendo desde el centro de La Habana- pesa desde hace décadas una maldición que presiento será eterna. Los que lo vivieron cuentan que de aquel aire de guaracha perenne con olor a fritanga y aguardiente, ya no queda nada. La grisura se ha apoderado irremisiblemente de la Playa de Marianao. Ya no estará más El Chori.

Chori. Vida, pasión y muerte del más celebre timbalero cubano, libro que deberemos siempre agradecer al inmenso Leonardo Padura, fue quizás el aguijón que espoleó mi interés por este personaje, aunque me temo que la gran mayoría de los que se sienten seducidos por las historias que sobre él se cuentan –tengan sólo una referencia tangencial, cercana a la tradición oral, y nunca le hayan escuchado ni visto en acción, o quizás, ni siquiera un foto.

Al principio, lo único que sabía era que alguien con una inacabable tiza en mano tapizaba las paredes de la capital con una caligrafía sorprendente, impecable, mostrando su peculiar apelativo. Ahora no tengo dudas: como lo calificara el cronista y crítico Orlando Quiroga, El Chori fue, además, un precursor del automarketing o autopromoción. Casi todo lo que tenemos del Chori es lo que nuestra imaginación ha prefigurado a partir de una escasa información escrita y de referencias orales que nos han llegado, casi siempre como anticipo del mito.

Relatos como éste, nos lo describen así: "El excéntrico Chori, de atuendo estrafalario, pañuelo colorado y cruz al cuello, montaba un show escalofriante con música sacada de botellas llenas de agua y sartenes y gritos selváticos (…) El rumbero se volvía rugiente león, tigre malabarista, leopardo escurridizo, creando con tambores y gritos una ilusión de jungla misteriosa, en medio de la escenografía bantú o carabalí, de güira y guano".

Hoy sabemos que era algo más que un excéntrico: era un percusionista con un sentido nato del ritmo e ingenio musical. En la libreta que mostró al periodista Fernando G. Campoamor un día de 1966, Silvano Shueg Hechavarría escribió de su propia mano y ortografía: "Nací el 6 de enero de 1900 en buelto en un pellejito en la calle Trinidad 56 entre Reloj y Calvario. Soy de Santiago de Cuba. Mi mamá Eloysa Hechavarría. Mi padre hijo reconocido Silvan S. France. Mi aguela Severiana Hechavarria. Mi aguelo Agustin Lebeque. Mi hermana por parte de padre Carmita Shueg".

Ya Chinolope -que sirvió de introductor y de fotógrafo inestimable para aquella única entrevista- lo sabía, pero ahora el mismísimo Chori se lo contaba a Campoamor, quien escribía: "A los veinte años comenzó con canciones, como los prosistas comienzan con versos. Y se apoderó del timbal como de un chivo. Corona y Sindo Garay lo conocieron entonces en su tierra caliente".

Llegó a La Habana en 1927, y sus primeros toques se escucharon en la academia de baile Marte y Belona, que se ubicaba en la confluencia de las calles Monte y Amistad, pero enseguida recaló en la Playa de Marianao, primero con Ernesto González en Los Tres Hermanos, donde dicen que “debutó con un concierto de botellas llenas de agua que dejó perplejos a los parroquianos.” Luego sería en La Choricera, El Pennsylvania, El Niche, El Paraíso, Rumba Palace, La Taberna de Pedro… conviviendo con chinchales variados y dicen que hasta con exitosos burdeles. Locales que en esos primeros años eran un amasijo de precarias construcciones de tablas de palma, maderas nada nobles, pisos de cemento pulido por los pies de los bailadores, y techos de guano, con olor a manteca refrita y sudor agridulce, que pronto comenzó a ser conocida por lo que sería después una denominación de origen: Las Fritas.

Desde sus inicios, la moral de una sociedad enferma estigmatizó al ala este de la Quinta Avenida, acusándola de lo mismo que seducía sin sosiego a los entes masculinos que la integraban. Y así, con tales componentes aderezados con una música sublime que se hacía cada vez más popular -el son- comenzó a dibujarse el mito y la historia de Las Fritas, la Playa de Marianao y, en el rol protagónico, su santo y seña: El Chori.

La referencia más antigua de El Chori que encuentro data de 1930 y está relacionada con tres grandes nombres de la poesía universal; que nos permite ubicarlo con un formato sonero en la Playa de Marianao ya en ese año. En los primeros meses de 1930, un joven poeta norteamericano Langston Hughes, desembarcaría en La Habana, para encontrarse con su amigo Nicolás Guillén. Con evidentes similitudes respecto a la obra creativa de su amigo cubano e idénticas motivaciones y orígenes raciales, pasó días fructíferos y felices en la capital.

“En Cuba se aplatanó enseguida -escribiría Nicolás Guillén-, y fuimos compañeros de algunas inocentes juergas nocturnas. Desde los primeros momentos simpatizó con los pequeños cabarets de los alrededores de la playa de Marianao, llamados Las Fritas. En uno de ellos oficiaba un cantante negro muy simpático, llamado El Chori, que hasta hace poco tiempo encontrábamos en La Habana, escribiendo su nombre en los lugares públicos; sólo ponía Chori, como queriendo recordar que su fin estaba próximo, o por lo menos no tan lejano como él quisiera.

"Langston se entusiasmaba con un espectáculo montado por El Chori, y el cual consistía en una especie de caricatura de un juzgado correccional; allí El Chori, que fungía como juez, celebraba un juicio cada noche con las más diversas infracciones, faltas y hasta delitos, y era interesante darse cuenta de que todo aquel aparato tan ingenuo, tan gracioso, estaba alimentado por un son, cuyo estribillo era: Se acabó la choricera/ Bongo camará/ Un chorizo solo queda/ Bongo camará. Recuerdo que una noche, estando con Hughes, me pidió que le prestara cinco pesos. Aunque me sorprendió la petición, le di el dinero, que era lo único que yo tenía encima. Langston tomó el billete y se lo pasó al Chori, con lo cual nos quedamos los dos sin un centavo".

Es muy relevante que sea, precisamente nuestro Poeta Nacional, quien aporte la constatación fehaciente, en calidad de fuente primaria, de la presencia del Chori en Las Fritas de la Playa de Marianao tan temprano como en los primeros meses de 1930 y del tipo de espectáculo que presentaba entonces, con elementos dramáticos de sainete cómico, además de la música.

Era viernes aquel 7 de marzo de aquel año y arribaba al puerto habanero, precedido ya de reconocimiento, un joven poeta y dramaturgo español que respondía al nombre de Federico García Lorca y que sería recibido por lo más granado de la intelectualidad citadina con todos los mimos y honores pertinentes, pero también por otra Habana, le abrió sus brazos para propiciarle, en ambientes de una seductora marginalidad, el descubrimiento de un disfrute hasta entonces desconocido. El son no había penetrado aún los espacios musicales en Estados Unidos, si bien había sido apreciado por ejecutivos de casas discográficas, como la Víctor, que se apresuraron a realizar los primeros registros sonoros, llevando a músicos cubanos, a grabar en sus estudios de Nueva York y haciendo lo mismo en La Habana, incluso con equipos portables de cierta rusticidad.

Justo por esos meses en que Antonio Machín (1903-1977) con la orquesta de Don Azpiazu asombra a la Gran Manzana con su versión de El Manisero, de Moisés Simons (1889-1945), y comenzaría la 'cuban fever' de esa década en tierras norteñas. Mucho menos conocido, era el son en España, aunque ya se hacía fuerte en ciertos espacios nocturnos que luego serían icónicos en París. Pero Lorca lo descubre, al parecer, al pisar tierra habanera. Es el musicólogo y crítico Adolfo Salazar, amigo del poeta y compañero de sus aventuras habaneras en aquella visita, quien narra ocho años después, el encuentro de Lorca con el son y la Playa de Marianao:

“Se había hecho amigo de los morenos de los sextetos y no había noche que la excursión no terminase en las “fritas” de Marianao. Primero escuchaba muy seriamente. Luego, con mucha timidez, rogaba a los soneros que tocasen éste o aquel son. Enseguida probaba las claves, y como había cogido el ritmo y no lo hacía mal, los morenos reían complacidos haciéndole grandes cumplimientos. Esto le encantaba: un momento después, Federico acompañaba a plena voz y quería ser él quien cantase las coplas”.

El investigador matancero Urbano Martínez Salazar, refiriéndose al encuentro de Lorca con el son, comentaba: “Esa música estaba -y entraba- por todas partes, desde los solares arrabaleros hasta los bares y cafetines modestos, donde trasnochaban intelectuales, marineros y gente humilde del pueblo. Sin embargo, su principal centro difusor se localizaba en las famosas “fritas”, conjunto de humildes y sencillos cabareses en los cuales el frescor de la nocturnidad se combinaba con la incitación de los juegos, los bailes y las variadas comidas. Los sones escenificados de El Chori -dueño de uno de los establecimientos montados allí- atrajeron público en demasía y fueron espectáculo sensacional y único durante varias décadas.”

Basándose también en testimonios de fuentes primarias, el escritor y editor Pío E. Serrano en su ensayo Lorca en Cuba escribiría: “Si en la zona portuaria Lorca descubrió la fuerza raigal y el encanto rítmico de la música popular cubana -entonces recién llegado a La Habana el son de Santiago de Cuba- fue en los bares marginados de la playa de Marianao donde Federico fue recibido como uno más entre los soneros negros y mulatos, sorprendidos por la gracia y la espontaneidad de aquel blanquito 'gallego' que, primero los escuchaba con seriedad y atención para, a continuación, tomar el ritmo con las claves y hacer coro con los enardecidos intérpretes, ebrios de ritmo y de ron.

"Sin duda, entre aquellos bares modestísimos y populares, donde mejor se sintió Federico fue en el bar del Chori -Silvano Shueg Hechevarría-, aquel mestizo enorme, santiaguero, de labios protuberantes y expresión inmutable, con un pañuelo rojo atado al cuello, poseedor de un inexplicable talento musical, capaz de extraer sorprendentes armonías de timbales, botellas, sartenes y bocinas. La autenticidad del espectáculo debió de estremecer a Federico".

Según la investigadora española Carmen Alemany, Nicolás Guillén afirmaba: "A Lorca le gustaba irse en las noches a las 'fritas', a los cafetines de Marianao, donde ya está el Chori, y allí se hizo amigo de treseros y bongoseros". Alemany, refiriéndose a Lorca, concede relevancia aún mayor al encontronazo con el son y esa inusitada preferencia del poeta andaluz: “Creemos que su contacto con los soneros o con los reyes de la rumba en las playas de Marianao y en los barrios populares de La Habana, como Jesús María, Paula o San Isidro, le ayudaron a completar su 'teoría del duende', como también le ayudaron los músicos negros del barrio de Harlem (en Nueva York) con el jazz".

Sin duda, la impronta del timbalero de Santiago de Cuba y su hábitat en la Playa de Marianao, que disfrutó junto a sus cicerones noctámbulos -que Pio Serrano identifica en el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón (1901-1992), el propio Salazar y el pintor mexicano Gabriel García Maroto (1889-1969-, quedó grabada en días de calor y euforia de un son que para Federico debió haberle bastado de pretexto salvador para dejarle anclado en tierra y no zarpar hacia la muerte.

Dos años después, en febrero de 1932 el célebre compositor norteamericano George Gershwin llegó a La Habana con un grupo de amigos. Se hospedaron en el hotel Almendares y según contó después, “disfrutó el ocio, tomó el sol y también trasnochó”. Ya entonces tenía un vivo interés en la música cubana: al decir de su biógrafo Howard Pollack, citando al Havana Post -diario capitalino editado en inglés-, éste fue el motivo primordial de su periplo: “El llamado sensual de las sirenas de la música cubana con sus viejos ritmos y seductoras melodías, ha conquistado a George Gershwin… y lo han llevado a La Habana en busca de nueva inspiración”.

Según asegura el músico y compositor cubano Bobby Collazo, "Gershwin se sintió tan atraído por la vida musical capitalina que visitó desde el Summer Casino hasta La Choricera, de la que se hizo asiduo en breves días. Eran los años del son y en los cafetines de la Playa de Marianao lo hacían sonar de lo lindo, y se hablaba ya de la locura que era El Chori ante los timbales".

Es muy probable que Collazo haya estado en lo cierto, a juzgar por la confesión que hace el célebre músico norteamericano en carta a su amigo el financista George Pallay -citada por Pollack- sobre sus vacaciones en Cuba aquel año: “Pasé dos semanas histéricas en La Habana, en las que, insomne, apenas dormí, pero la cantidad y calidad de la diversión que experimenté lo valían… Cuba resultó de lo más interesante para mí, especialmente por sus pequeñas orquestas de baile, que tocan los más intrincados ritmos de la manera más natural. Espero volver cada invierno, si esto es posible, pues justo ese clima cálido debe ser lo que necesita mi sistema para relajarse".

Al mencionar a las 'pequeñas orquestas de baile', Gershwin se refería a los sextetos de sones tan de moda entonces y obviamente, el sitio más popular para verles y escucharles, no eran las noches de gala del hotel Almendares, sino la Playa de Marianao. Estremecido aún por sus experiencias habaneras, meses más tarde Gershwin compone su pieza sinfónica Cuban Overture, en la que incluye fragmentos de los famosos Echale Salsita, de Ignacio Piñeiro, y El Manisero, de Moisés Simons, cuyas versiones más impactantes, probablemente escucharía en la Playa de Marianao, incluso con El Chori.

Los músicos norteamericanos venían con frecuencia a La Habana, y los cabarets de primera habían comenzado a contratar a algunos famosos, aunque concedo la mayor importancia al encuentro del Chori, en febrero de 1957, con un músico de fama mundial, con el que compartía el mismo instrumento y que, quizás como pocos, podía ponderar la real valía de Silvano Shueg como instrumentista: el famoso timbalero puertorriqueño Tito Puente (1923-2000), voz autorizada como pocas, quien en el recuento de su vida no ocultó la fascinación que le produjo estar en presencia del mítico timbalero cubano, ni las reiteradas ocasiones en que acudió a verle. Puente no vaciló en calificarlo como “lo nunca visto, lo mejor”.

En varios libros, Tito Puente y sus biógrafos hacen referencia al Chori, y en uno en particular, el propio músico dedica amplio espacio a narrar sus cuatro visitas a la Playa de Marianao para presenciar el show del Chori: “Como es natural, yo estaba interesado en ver tocar a timbaleros cubanos. Es gracioso, pero en Cuba, los timbaleros no hacen solos en los números musicales, éstos están reservados únicamente a los que tocan las tumbadoras y el bongó. Pero yo había oído hablar de aquel tipo, uno que le decían El Chori. Me habían dicho que era el mejor timbalero de Cuba”, contó Puente a la investigadora norteamericana Josephine Powell (1919-2007), cuando ésta lo entrevistó en 1998.

Ya antes, en 1995, había narrado a la Powell: “Solía ir a ver al Chori. Me habían dicho que era el mejor timbalero de Cuba. Miguelito Valdés me llevó la primera vez. Fuimos a La Playa, le llamaban Coney Island. Todos los turistas iban allá. La segunda vez fui con Luis Yáñez, el compositor cubano que era vicepresidente de la unión de compositores. La tercera vez fui a ver al Chori con Walfredo de los Reyes". Al respecto, Walfredo comenta: "Era fenomenal, a veces, en el ritmo, no repartía, solamente marcaba el ritmo de la rumbera, y era simplemente perfecto, genial. Tito Puente me decía: !Oye eso!, era una sola nota, pero la ponía donde era, ahí está la belleza de lo cubano, en la perfección de la clave y el tiempo, en ese oficio que es aprendido y casi nato".

Tito Puente sigue contando: "Y volví, la cuarta vez, con Marcelino, otro timbalero. Conocía a Marcelino porque él había sido tamborero con Estela y René. Nos conocimos en New York. Marcelino tocaba también en La Playa. Fui cuatro veces. La primera vez, cuando me llevó Miguelito, estuvimos en una especie de balcón y El Chori estaba borracho y me hizo una mueca cuando Miguelito me presentó. Quise agarrarlo, pero ellos me pararon. Tiempo después, cuando volví con Marcelino, El Chori estuvo genial esa noche: nunca vi nada igual. Los cubanos tenían un montón de timbaleros y tocadores de tumbadoras, pero El Chori era el mejor. Le decían 'El marca', que quería decir que era él quien marcaba a la rumbera, para que los siguiera y a su alrededor todos se movían. Es lo que hacía la bailarina. Como hacía Estela, la reina.

“Pero aquel club era muy pequeño, muy estrecho, del tamaño de la salita de una casa, pero allí iban todos. Todos los bailarines, los músicos, los percusionistas, los turistas, los grandes bailarines y los grandes drummers. El club estaba afuera y tenía pequeñas mesas con velas. Era pequeño, y el piso tenía hoyos, pero cuando el show comenzaba y el Chori empezaba a tocar, reinaba el silencio. Chori acompañaba a la rumbera, una gorda grande, y la seguía por completo. Alguien me dijo que la rumbera era su mujer. Entonces, vi aquella cruz que llevaba colgada al cuello aquel tipo grande, con una cadena de oro. Le ofrecí un poco de dinero, pero dijo que no. Así que Marcelino le hizo una apuesta. Yo contra él. Se quitó el reloj grande y lo puso sobre la mesa. Marcelino dijo: 'Deja que este muchacho se siente a tocar. Me dijo que no. Pero él se quejó, se quitó el reloj. 'Apuesto esto!', dijo y me subió. Era un trío, creo. Con una trompeta. Tocaron para mí, así que yo también tenía que hacer lo mío. Marcelino había apostado por mí, pero sólo fue un voto, porque no sólo me hizo la marca, sino que también me hizo esos redobles. Eso era algo diferente. Toqué realmente bien, con mucha técnica. Y gané el reloj.

Recuerda Marcelino: "Hicimos una apuesta sencilla: Chori tenía que darle un número determinado de golpes al timbal y a una llanta de neumático que tenía, y Tito haría lo mismo según lo acordado. Entonces, si Chori perdía, perdería el reloj. Si, por otro lado, Chori era el que ganaba la apuesta, sería quien perdería todo el dinero que tenía en el bolsillo, y que ya para entonces lo había colocado sobre la mesa. Tengo que decirte que aquel cubano grande, sudoroso, negro, lo que hizo con los timbales fue algo endemoniado. El número era muy largo. Contuve la respiración todo el tiempo. Y cuando El Chori terminó, yo estaba absolutamente exhausto. Luego se sucedieron los turnos de cada uno para tocar, y un breve descanso cada vez. Fue pura resistencia. El Chori estaba empapado de sudor, y yo también. Y cuando él golpeó todas esas botellas, aquello sonó como una verdadera banda, como una orquesta. Te digo, yo nunca vi nada igual en mi vida. Y cerrando la anécdota con todas esas loas hacia El Chori, Tito Puente concluyó sorpresivamente: Bueno, fui yo quien gané la apuesta, y eso fue lo más destacado de mi viaje".

Que un músico de su mismo instrumento, con una inmensa fama como Tito Puente, en las postrimerías de su vida reconociera la importancia que tuvo para él la interacción con El Chori, sería más que suficiente para rechazar que se reduzca al mítico timbalero cubano a la figura de un mero excéntrico musical… y nada más. Puente sabía de lo que hablaba y de lo que se nutría. Hoy, a más de sesenta años de aquel encuentro,, valdría la pena preguntarse si la gestualidad que caracterizó el desempeño escénico posterior del gran Tito Puente -los malabares con las baquetas, la lengua afuera, los movimientos de los ojos, el histrionismo y algunos trucos- no tuvo su génesis en aquella Playa de Marianao, donde un Chori ebrio, irreverente y genial, le dejó para siempre una huella didáctica e imborrable.

La celebridades extranjeras que fueron a conocerle en plena acción desde la década de los años 30 del pasado siglo XX es quizás lo más conocido de su historia y es, en esencia, la levadura que fue acrecentando la leyenda del Chori: Ava Gardner y Toña La Negra, María Félix y Agustín Lara, Gary Cooper, Lucho Gatica, Josephine Baker, Linda Darnell, Imperio Argentina, y hasta Tennessee Williams.

Todo parece indicar que fue Cab Calloway el primer jazzman que actuó en La Habana. Vino contratado por el cabaret Montmartre en 1949 y se presentó también en teatros capitalinos. Fue tal el éxito que regresó de nuevo al año siguiente, pero esta vez firmado para Tropicana. El bajista Sabino Peñalver tocó con el Chori, inicialmente, por los años 40, en El Ranchito y en otros sitios y contó a Leonardo Padura, que una vez apareció Cab Calloway y se sentó muy junto a la tarima donde tocaba el timbalero: “Y estaba embobado con la música del Chori, que también tenía una voz tremenda. Y de pronto empieza Chori con sus monerías y le agarra con dos dedos así, como si fuera una tenaza, la nariz a Cab Calloway y seguía tocando con la otra mano, y Cab Calloway sin poder zafarse de los dedos del Chori. Y bueno, pa’ que contarte, se acabó la amistad del Chori y Cab Calloway. Qué Choricera ese!.”

Marlon Brando (1924-2004), de quien dicen que ya desde Nueva York, le gustaba tocar tumbadora, llegó a La Habana sólo por tres días en marzo de 1956, y si no hubiera sido por la deliciosa crónica escrita para la revista Carteles por G. Caín, titulada Marlon Brando, un amigo, no nos habríamos enterado de mucho más de su visita. Guillermo Cabrera Infante -semioculto tras aquel G. Caín con cierto sabor a malevolencia- en ua pieza periodística de memorable frescura, deja constancia, entre otras muchas impresiones y hechos casuales, reales y otros al parecer ficticios, del modo en que el afamado actor se enroló en una excursión a los bajos fondos de la Playa de Marianao para ver tocar al Chori. Dicen que eso fue en su segunda noche habanera, con su amigo Clemente 'Sungo' Carrera, pelotero cubano de Grandes Ligas, como lugarteniente y cómplice.

Dicen que Brando cumplió su sueño de tocar con el Chori en La Choricera, ante el asombro receloso del cubano, que no veía en el actor alguien capaz de medirse con él. Como la estrella era Brando, el final no podía ser otro: una salida estrepitosa y rápida, abandonando el lugar, presumiblemente al ser reconocido y sentir que el tibio escozor de la fama, a veces molesta. Pero en todo caso, a la otra estrella, El Chori, Caín le hizo, quizás sin saberlo, el gran favor de inmortalizarlo, con aquel escrito. El Chori, como Freddy, la gorda-mito, inmortalizada como La Estrella en las novelas de Cabrera Infante, sería también un alma viviente de la mitología citadina del escritor, que en su caso le hacía abandonar los sitios del Vedado omnipresente en su obra narrativa para regodearse en la decadente Playa de Marianao. A él volvería años más tarde, una y otra vez, en páginas de memoria sobre una Habana que permanecía intacta en su recuerdo y que como nadie supo describir y universalizar.

Ya en cuenta regresiva, Marlon Brando escribiría Las canciones que mi madre me cantó, sus memorias, en las cuales dedica un espacio importante a su breve estancia en La Habana, en busca de unas tumbadoras, y las peripecias que incluyeron el encuentro con El Chori.

La concurrencia de directores, actores y técnicos cinematográficos extranjeros a la Playa de Marianao, motivó a su vez que un segmento del show del Chori fuese incluido en dos filmes extranjeros rodados en Cuba en la década del cincuenta. En la primera mitad de 1954 se rueda en La Habana durante siete semanas el filme mexicano Un extraño en la escalera del director argentino Tulio Demicheli (1914-1992) con Arturo de Córdova (1908-1973) y Silvia Pinal en los roles principales. Filmada enteramente en locaciones habaneras, el encuentro con El Chori debió haber sido impactante para que el equipo de realización decidiera incluirlo como un momento musical en la cinta.


Algo similar le ocurrió al actor norteamericano Errol Flynn (1909-1959) cuando llegó a La Habana, en mayo de 1956 junto al equipo de realización del filme The Big Boodle, titulada La pandilla del soborno en español, I falsari di Cuba en italiano y Jagd durch Havanna en alemán. Dirigido por Richard Wilson, fue rodado íntegramente en locaciones habaneras y Flynn asume uno de los papeles protagónicos junto a Rossana Rory (Italia 1927) y el mexicano Pedro Armendáriz (1912-1963), y con apariciones de Guillermo Álvarez Guedes (1927-2013) Aurora Pita, Velia Martínez (1920-1993) Carlos Mas y Josefina Henríquez (trágicamente fallecida en 1992), entre otros actores cubanos.

Quizás otros cineastas extranjeros de visita en Cuba, acudieron a ver al Chori, pero, al menos sabemos que el gran guionista italiano Cesare Zavattini (1902-1989), dejó constancia escrita de aquel encuentro. Lo trajo a La Habana la celebración en 1953 de la primera Semana de Cine Italiano en la capital, en pleno auge del neorrealismo, y a la que asistió en compañía de las actrices Mónica Belli y Silvana Mangano (1930-1989), entonces una rutilante estrella, adorada por los cubanos por el cuerpo exhibido en su filme Arroz amargo, al punto de inspirar a Pérez Prado quien a un mambo le puso Silvana Mangano. Raro título para un tema musical.

Silvana viajó acompañada de su esposo, el productor Dino de Laurentis (1949-1988). Pero a decir verdad, los cubanos se sintieron decepcionados al ver su delgada figura, muy distante de las curvas que le admiraron en Arroz amargo. En una escena de Mambo, cinta de Robert Rossen (1954), con ella y Vittorio Gassman (1922-2000) y Raf Vallone (1949-1988) en los roles principales, la Mangano 'baila mambo'. Ya en 1951, había 'cantado y bailado' El negro zumbón en Anna, película de Alberto Lattuada (1914-2005), donde de nuevo compartió protagonismo con Gassman y Vallone. Originalmente escrita en español, El negro zumbón fue compuesta por los italianos F. Giordano y Armando Trovaioli. En el filme, Silvana Mangano dobla la voz de Flo Sandon, nombre artístico de Mammola Sandon (Italia 1924-2006). Entre las versiones de El negro zumbón más conocidas se encuentran las de Pérez Prado y la de la estadounidense Abbe Lane acompañada por la orquesta de Xavier Cugat.

De ese viaje a la Isla, la revista italiana Cinema Nuovo publicó un artículo de Zavattini con sus impresiones y que sería reproducido bajo el título de Zabattini y Cuba (sic) por la revista cubana Nuestro Tiempo, órgano de la sociedad homónima, a la que pertenecían algunos de los que recibieron a Zavattini en La Habana, entre ellos Alfredo Guevara. Además de sus impresiones sobre los encuentros con los jóvenes de la Sociedad Nuestro Tiempo, sobre la vida en la ciudad y sobre ella misma; su sensible reacción ante los grandes contrastes encontrados en la capital cubana y la constatación de la existencia de zonas de pobreza extrema, el cineasta italiano escribiría:

“Dos cosas muy bellas en Cuba fueron los encuentros con Clelia Bellochio y con Panebianco. Mi querida Clelia pinta retratos de cubanos y ahorra un poco de dinero como una hormiga para comprarse un hotelito en la isla de Giglio, y envejecer bien, y juntos fuimos al Chori, un negro que toca el jazz de una manera inspirada.” Curiosa clasificación la que hace Zavattini del género o estilo del Chori, quien probablemente, a esas alturas ya improvisaba más allá del son, y muy cercano a la libertad que sólo podía ofrecer el jazz. Ya para entonces, el lugar donde reinaba El Chori había perdido su razón social y comercial, y era conocido por el apelativo de su figura estrella, el mayor 'gancho' que podía tener para atraer a la variada clientela.

Durante la década de los 50, no amainó la peregrinación de famosos a la Playa de Marianao en busca del Chori. Tampoco de escritores, poetas, periodistas… Guillermo Cabrera Infante regresaría al Chori más de una vez, ahora sin su amigo Brando, y me atrevería a asegurar que como ningún otro narrador y novelista dotó a Silvano Shueg Hechavarría de un lugar singular, como personaje de persistente presencia, en sus cuentos y novelas y en la narrativa cubana. Este aspecto de la obra de Cabrera Infante y de la asimilación reiterada del impacto citadino de la historia del Chori, merecen una aproximación más detallada y profunda.

Baste por ahora sólo una muestra: sería G. Caín quien iría con otro amigo, Tomás Gutiérrez Alea, Titón, a ver el espectáculo del genial timbalero, y de ello, y de la similitud por los apodos en la que reparaba el cronista, quedaría constancia en su novela La Habana para un infante difunto:

"De allí transporté a Titón en la alfombra mecánica de una guagua al barrio de San Isidro, a la misma calle San Isidro (que debía serme familiar por razones que olvido), a mostrarle una casa de dos pisos donde había un letrero grande que anunciaba: “Academia de Rumba.” Titón admitió ignorar hasta ese momento que la rumba se podía enseñar como una asignatura. Pero le dije, ¿no se enseña el ballet, esa rumba conpas en vez de pasillos, tiesa, que sustituye la gracia por la gravedad? Además, agregué, hay varias asignaturas en el curriculum: Rumba Columbia, de ritual para iniciados, Rumba Abierta (para toda la compañía) y Rumba de Salón. Pero no pude por menos imaginar qué diría Platón de esa akademia de rhumba, helenizado el nombre para que lo comprendiera mejor la sombra del filósofo de anchas espaldas que tenía en común con muchos músicos negros habaneros el ser conocido por su apodo: Chori, Chano Pozo".

De aquí, probablemente, surgiría la motivación para que Titón insertara imágenes del Chori en una de las ediciones de Cine Revista que dirigió en 1957, aunque por alguna razón decidió no conservar el sonido original, sino sonorizarlo con una versión ajena de Son de la Loma, según nos explicó el experto José Galiño Martínez.

Antes, en Tres Tristes Tigres, Cabrera Infante señalaba al Chori, como uno de los sitios de frecuente concurrencia con sus amigas y amigos, además de categorizarlo, como lo consideraba: “¿A dónde llevarla? Eran más de las tres. Estaban abiertos muchos sitios, ¿cuál era el apropiado para esta niña rica? ¿Uno miserable, pero sofisticado como El Chori?".

Rosa Marquetti Torres
Desmemoriados. Historias de la Música Cubana
14 de mayo de 2015

Video inicial: El Chori, en una escena de The Big Boodle, de1956. En primer plano, Errol Flynn y Rossana Rory.

Ver más fotos y datos en Desmemoriados.

domingo, 25 de octubre de 2015



Rubén Blades (Ciudad de Panamá, 1948) se sienta frente a tres periodistas como si estuviera ante una corte que le va a examinar de una asignatura de la que es un maestro. Tranquilo, serio y con la mirada astuta del que se las sabe todas. Sus compañeros de rodaje le tildan de 'sabio'. Y de lo que no conoce, pregunta, investiga, aprende.

Poco a poco va desgranando detalles de su trabajo en Fear The Walking Dead (http://cultura.elpais.com/cultura/2015/08/02/television/1438531287_319548.html), donde interpreta a Daniel Salazar, un refugiado de El Salvador que vive en Los Ángeles en el momento en el que se desata un apocalipsis zombi. "Mi personaje es un superviviente. Nuestras reacciones están establecidas por exigencias morales. Cuando estás en una emergencia, todas esas exigencias desaparecen".

Está a gusto y sabe cómo captar la atención de los reporteros. Durante una hora, sentado frente a una mesa en un set de rodaje a las afueras de Vancouver, donde graba la serie, la conversación acaba dirigiéndose hacia los amigos ausentes, como García Márquez o Paco de Lucía, y hacia sus otras pasiones: música (no solo salsa), literatura, política o su colección de más de 15 mil cómics.

Neal Adams, "uno de los mayores creadores de cómic", le puso su nombre a un villano de una entrega de Batman y, pese a haber sido ministro de Panamá, haber grabado más de una treintena de discos con artistas tan dispares como Gustavo Dudamel, Bob Dylan o Sting (https://www.youtube.com/watch?v=pi3a6rzk5iY), haber participado en películas con Robert Redford o Jack Nicholson y estar ahora inmerso en una de las sagas televisivas más reconocidas de la cultura popular, esa aparición mínima, el hecho de que un personaje clásico de los tebeos como Batman cite su nombre en una conversación, es de las cosas que más satisfacción le ha dado.

"Me compré una decena de ejemplares, estamos hablando de Batman, lo mejor de lo mejor", dice. Blades, aunque su nombre debería pronunciarse Bleids, ya que el apellido viene de un abuelo inglés ("es tarde para arreglarlo", dice), no hace más que recibir elogios de sus compañeros de reparto. Dicen que es una leyenda, una enciclopedia y que tiene mucho talento. El músico ríe y pone ejemplos para desmontar esas loas.

"Una vez me invitaron a tocar en Nueva Orleáns y el título del concierto era Leyendas Vivientes del Jazz. Les escribí de vuelta, les di las gracias, pero les dije que solo estaba cualificado con una parte…¡viviente! Solo dicen que soy una enciclopedia porque leo mucho. Junto a mi cama tengo dos montañas de libros. Ahora estoy con Borges, que no mucha gente sabe que también era un poeta. Así que leo uno de sus poemas y luego escribo uno yo basado en el suyo o hago una reinterpretación. A veces lo mezclo con lo que he escrito. "Sé más de lo que sé. Puede que conozca cosas que son totalmente inútiles, pero oye, ¡no me importa!", reconoce Blades.

El artista acaba de publicar un disco, Son de Panamá (entre otros números, canta el bolero Me recordarás (https://www.youtube.com/watch?v=mcyfJK3YnnA), del cubano Frank Domínguez), pero anuncia que prepara otros cinco a la vez.

"Ahora tengo el tiempo para hacerlo. Según envejeces, descubres que tienes más pasado que futuro, tienes que empezar a organizar tu tiempo. No puedes decir, lo haré mañana. Llegas a una edad en la que tus amigos comienzan a morirse". Blades lo dice y lo siente profundamente por su amigo Paco de Lucía. "Iba a grabar un disco con él, que en paz descanse, y murió de pronto. Su fallecimiento me golpeó de forma muy dura, porque mi recuerdo de Paco es de estar con él en Puerto Rico, hablando toda la noche, con su hijo y su mujer, feliz, con la banda. Ese álbum no tuvo lugar y, con Paco en mi cabeza, pienso que quiero hacer todos los discos que pueda ahora y después ya tendré tiempo para hacer otras cosas".

Blades dice haberse organizado, pero sin tener manager. "He hecho muchas cosas, algunas raras, así que prefiero no tenerlo. Es un problema, pero me da el placer de vivir". El cantante lo ejemplifica con dos de las cosas que le han tenido ocupado en la última década.

insertar video de Rubén Blades en Maestra vida: https://www.youtube.com/watch?v=xviSoU7keJY

Entre 2004 y 2009 fue ministro de turismo de Panamá (anteriormente se había presentado a presidente en 1994, cuando quedó en tercer lugar con el 20% de los votos). "Estuve cinco años en el Gobierno. ¿Qué hace un manager ahí? Estoy al cargo de 444 personas, ¿qué va a decirme? Pues lo que va a decir es 'no hagas eso porque entonces no voy a conseguir mi 10%, lo que tienes que hacer es cantar y hacer películas". También recuerda que fue a la facultad de derecho de Harvard, donde se licenció. "¿Crees que un manager va a decir 'estudia y pierde dos años más'?".

Algunos medios panameños publicaron a principios de año que Blades se iba a volver a presentar a la presidencia en 2019. El artista dice que lo está pensando, pero que de momento solo prefiere concentrarse en pensar y proponer "un nuevo enfoque, un nuevo paradigma para la administración pública. Lo importante es la credibilidad, que cuento con un poco, y saber cuánta gente estaría interesada en cambiar la constitución y las leyes. La gente quiere la tortilla, pero que no se rompan los huevos", dice.

De momento le espera el posible éxito que Fear The Walking Dead le pueda proporcionar. Él está curado de espanto, pero igual le quitará más tiempo de acabar colecciones de cómics o de volver a la carretera a presentar su nueva música. Cualquier cosa será bienvenida para ser más sabio y seguir vivo.

insertar video de Rubén Blades en Como lo canto yo: https://www.youtube.com/watch?v=wsv4DPsz2PI

Álvaro P. Ruiz de Elvira

El País, 5 de agosto de 2015

Video final: Rubén Blades con la Spanish Harlem Orchestra en la edición de 2004 del Heineken Jazzaldia o Festival de Jazz de San Sebastián (https://es.wikipedia.org/wiki/Festival_de_Jazz_de_San_Sebasti%C3%A1n), que desde 1966 se celebra en el País Vasco, España.

Leer también: La sangre cubana de Rubén Blades (http://taniaquintero.blogspot.ch/2015/05/la-sangre-cubana-de-ruben-blades.html).

viernes, 23 de octubre de 2015

Rubén Blades, un sabio muy ocupado


Rubén Blades (Ciudad de Panamá, 1948) se sienta frente a tres periodistas como si estuviera ante una corte que le va a examinar de una asignatura de la que es un maestro. Tranquilo, serio y con la mirada astuta del que se las sabe todas. Sus compañeros de rodaje le tildan de 'sabio'. Y de lo que no conoce, pregunta, investiga, aprende.

Poco a poco va desgranando detalles de su trabajo en Fear The Walking Dead, donde interpreta a Daniel Salazar, un refugiado de El Salvador que vive en Los Ángeles en el momento en el que se desata un apocalipsis zombi. "Mi personaje es un superviviente. Nuestras reacciones están establecidas por exigencias morales. Cuando estás en una emergencia, todas esas exigencias desaparecen".

Está a gusto y sabe cómo captar la atención de los reporteros. Durante una hora, sentado frente a una mesa en un set de rodaje a las afueras de Vancouver, donde graba la serie, la conversación acaba dirigiéndose hacia los amigos ausentes, como García Márquez o Paco de Lucía, y hacia sus otras pasiones: música (no solo salsa), literatura, política o su colección de más de 15 mil cómics.

Neal Adams, "uno de los mayores creadores de cómic", le puso su nombre a un villano de una entrega de Batman y, pese a haber sido ministro de Panamá, haber grabado más de una treintena de discos con artistas tan dispares como Gustavo Dudamel, Bob Dylan o Sting, haber participado en películas con Robert Redford o Jack Nicholson y estar ahora inmerso en una de las sagas televisivas más reconocidas de la cultura popular, esa aparición mínima, el hecho de que un personaje clásico de los tebeos como Batman cite su nombre en una conversación, es de las cosas que más satisfacción le ha dado.

"Me compré una decena de ejemplares, estamos hablando de Batman, lo mejor de lo mejor", dice. Blades, aunque su nombre debería pronunciarse Bleids, ya que el apellido viene de un abuelo inglés ("es tarde para arreglarlo", dice), no hace más que recibir elogios de sus compañeros de reparto. Dicen que es una leyenda, una enciclopedia y que tiene mucho talento. El músico ríe y pone ejemplos para desmontar esas loas.

"Una vez me invitaron a tocar en Nueva Orleáns y el título del concierto era Leyendas Vivientes del Jazz. Les escribí de vuelta, les di las gracias, pero les dije que solo estaba cualificado con una parte…¡viviente! Solo dicen que soy una enciclopedia porque leo mucho. Junto a mi cama tengo dos montañas de libros. Ahora estoy con Borges, que no mucha gente sabe que también era un poeta. Así que leo uno de sus poemas y luego escribo uno yo basado en el suyo o hago una reinterpretación. A veces lo mezclo con lo que he escrito. "Sé más de lo que sé. Puede que conozca cosas que son totalmente inútiles, pero oye, ¡no me importa!", reconoce Blades.

El artista acaba de publicar un disco, Son de Panamá (entre otros números, canta el bolero Me recordarás, del cubano Frank Domínguez), pero anuncia que prepara otros cinco a la vez.

"Ahora tengo el tiempo para hacerlo. Según envejeces, descubres que tienes más pasado que futuro, tienes que empezar a organizar tu tiempo. No puedes decir, lo haré mañana. Llegas a una edad en la que tus amigos comienzan a morirse". Blades lo dice y lo siente profundamente por su amigo Paco de Lucía. "Iba a grabar un disco con él, que en paz descanse, y murió de pronto. Su fallecimiento me golpeó de forma muy dura, porque mi recuerdo de Paco es de estar con él en Puerto Rico, hablando toda la noche, con su hijo y su mujer, feliz, con la banda. Ese álbum no tuvo lugar y, con Paco en mi cabeza, pienso que quiero hacer todos los discos que pueda ahora y después ya tendré tiempo para hacer otras cosas".

Blades dice haberse organizado, pero sin tener manager. "He hecho muchas cosas, algunas raras, así que prefiero no tenerlo. Es un problema, pero me da el placer de vivir". El cantante lo ejemplifica con dos de las cosas que le han tenido ocupado en la última década.


Entre 2004 y 2009 fue ministro de turismo de Panamá (anteriormente se había presentado a presidente en 1994, cuando quedó en tercer lugar con el 20% de los votos). "Estuve cinco años en el Gobierno. ¿Qué hace un manager ahí? Estoy al cargo de 444 personas, ¿qué va a decirme? Pues lo que va a decir es 'no hagas eso porque entonces no voy a conseguir mi 10%, lo que tienes que hacer es cantar y hacer películas". También recuerda que fue a la facultad de derecho de Harvard, donde se licenció. "¿Crees que un manager va a decir 'estudia y pierde dos años más'?".

Algunos medios panameños publicaron a principios de año que Blades se iba a volver a presentar a la presidencia en 2019. El artista dice que lo está pensando, pero que de momento solo prefiere concentrarse en pensar y proponer "un nuevo enfoque, un nuevo paradigma para la administración pública. Lo importante es la credibilidad, que cuento con un poco, y saber cuánta gente estaría interesada en cambiar la constitución y las leyes. La gente quiere la tortilla, pero que no se rompan los huevos", dice.

De momento le espera el posible éxito que Fear The Walking Dead le pueda proporcionar. Él está curado de espanto, pero igual le quitará más tiempo de acabar colecciones de cómics o de volver a la carretera a presentar su nueva música. Cualquier cosa será bienvenida para ser más sabio y seguir vivo.


Álvaro P. Ruiz de Elvira

El País, 5 de agosto de 2015

Video final: Rubén Blades con la Spanish Harlem Orchestra en la edición de 2004 del Heineken Jazzaldia o Festival de Jazz de San Sebastián, que desde 1966 se celebra en el País Vasco, España.

miércoles, 21 de octubre de 2015

La Negra en París


En el invierno de 1979, Mercedes Sosa era la artista más popular de Argentina. Sus canciones eran himnos de libertad que desafiaban los cañones de la dictadura militar que gobernaba.

Por eso, la muchacha de Tucumán que revolucionó la música en América Latina, La Negra para los que la querían, fue obligada a salir al exilio y a vivir en París en un apartamento alquilado en el que le escribía a sus amigos y a personajes desconocidos para sentirse acompañada y dejar de ser por unos minutos la mujer más sola del mundo.

El gobierno argentino le había enviado, en 1975, un mensaje con olor a pólvora en el que le daba tres días para que saliera del país. Ella aguantó tres años amparada por algunos viejos compañeros, uno de ellos armado con una pistola calibre 22, con los que compartía el miedo diario y la aventura de salir a un escenario a dejar un mensaje social en una nación controlada por un grupo de gorilas.

Mercedes Sosa recordó después aquel proceso: "Los militares no querían que yo cantara, querían que me fuera, era una molestia para ellos. Y entonces decían que era trotskista, y yo no tenía conocimiento del trotskismo. Me acuerdo de que cantaba una canción de Tejada Gómez que decía: De este país no se va nadie/ no se va nadie. Y yo luché por no irme". El episodio que decidió que la artista viajara a Europa para ponerse a salvo se desarrolló en octubre de 1978 en la ciudad de La Plata.

Mercedes Sosa daba un recital en un enorme almacén y los uniformados interrumpieron la función, la arrestaron a ella y la cachearon en pleno escenario. A los hombres y mujeres del público, unas 350 personas, los pusieron en fila para identificarlos y los llevaron a todos a la misma comisaria donde estaba la cantora a la que, para demostrarle que había delinquido, la hicieron a escuchar hasta el amanecer las canciones que cantó y que estaban prohibidas por los generales.

Después de esa noche, comenzó a preparar su viaje. En febrero del año siguiente salió para Europa. Pasó algún tiempo en Madrid con unos amigos y desde aquí alquiló el apartamento de París en el que fue a parar porque, como comentó con ironía en una entrevista, "parece que para ser exiliado hay que ser exiliado en París".

Ésta debe de ser, por sus testimonio personales y los de sus amigos de la época, la etapa más difícil de Mercedes Sosa fuera de Argentina. Más tarde regresó a Madrid y así alternó sus estancias en la capital francesa con España y con sus largas giras por países de Europa y de América. Hasta que pudo volver a su patria después de un exilio que, según confesó, "me hizo llorar para siempre".

La cantora escribió que, a su llegada a Europa, estaba atolondrada y llena de angustia y que se instaló en París "donde no se habla el castellano, donde todo es mucho más difícil. Yo hacía las cosas mal, iba buscando lo más difícil… No sabía qué hacer, lloraba en las calles. Mientras actuaba con éxito en todas partes, iba y venía. Compré un apartamento muy grande y muy lindo en Madrid. No terminaba de hacer pie. Los aplausos y las ovaciones no alcanzaban para sacarme del desconsuelo de la lejanía".

Por otra parte, dijo, la distancia de su tierra le provocaba "problemas mentales, empezaba a cambiar la voz. Sobre todo, no podía cantar Alfonsina y el mar". Fue un golpe fuerte y así lo dejó dicho: "Pensé que al volver a mi tierra querida me curaría, pero el mal estaba muy dentro de mí. Ha sido una cosa gravísima. Mi vida en el exilio ha sido realmente dura. Mi hijo no pudo acompañarme. Mi madre estaba en Tucumán. Tuve que quedarme sola".

A pesar de las tormentas personales, el tiempo que la cantora vivió en Europa le sirvió para redoblar sus funciones en el extranjero y afianzar su nombre como figura de la canción folclórica latinoamericana. Las piezas que los militares prohibían se hicieron famosas en todo el mundo. Así es que con el tono de La Negra comenzaron escucharse en cualquier sitio del planeta canciones como Gracias a la vida, Como la cigarra, Zampa para no morir, La maza, Todo cambia, Canción con todos, Calle angosta, Duerme negrito y Al jardín de la República.


En medio de su angustia privada del exilio crecía la leyenda de quien sería reconocida después como La voz de América.

Horacio Molina, el universal cantante de tangos, vivió en el apartamento parisino de Mercedes Sosa y compartió con ella su destierro tanto en la capital francesa como en Madrid. La recuerda, triste, desolada, abrasada por un desamparo que afectaba a todos los exiliados, pero que en ella "estaba como en carne viva".

Los tres años de exilio le dieron a la artista una manera especial de mirar el reloj y los almanaques porque asegura que vivió horas de cien o doscientos minutos y días de cien o doscientas horas.

Mercedes Sosa le contó al escritor Martín Caparrós, ya sosegada y libre en Buenos Aires, una las gestiones más delirantes que hizo en las últimas semanas de su vida de desterrada:

"Cuando quise volver, en 1982, estaba en París y fui a consultar a una bruja que tenía el péndulo ése para ver el futuro. Y la bruja me dijo que no tenía que volver, que me quedara. ¡Pero qué le iba a hacer caso a la bruja ésa, si yo lo único que quería era volverme para acá! Estaba desesperada".


Raúl Rivero
El Mundo, 20 de agosto de 2015

Videos: Solo le pido a Dios es de León Gieco (Argentina, 1951); Todo cambia, de Julio Numhauser (Chile, 1940), y Gracias a la vida, de Violeta Parra (Chile 1917-1967), número del cual Omara Portuondo hizo una excelente versión.

Escuchar también: Como la cigarra, de María Elena Walsh (Argentina 1930-2011); Alfonsina y el mar, de Ariel Ramírez, fallecido en 2010; La maza, de Silvio Rodríguez, que así la interpretaba en 1984; Años, de Pablo Milanés, en un formidable dúo con el autor, y Yo vengo a ofrecer mi corazón, de Fito Páez, aquí por Fito y Pablo Milanés, cuya voz le permite cantar con cualquier intérprete.