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sábado, 14 de mayo de 2011

Periodista, nada más (II) - Fidel Castro no deja hablar


Por Tania Quintero

Cuando salí del Palacio de la Revolución me fui a pie hasta casa de unos amigos que vivían a menos de dos kilómetros, por el Parque La Normal, en el Cerro. Ellos fueron los primeros en conocer de esa entrevista. Chomy me había pedido discreción, pero pensé que personas de mi absoluta confianza debían saberlo.

Cuando llegué, estaban viendo el NTV (el Noticiero Nacional de Televisión salía dos veces al día, pero su emisión estelar era a las 8 de la noche, y muchos hogares en Cuba a esa hora suelen tener puesto el NTV: los noticieros constituyen una de las principales herramientas de propaganda del régimen). Apagaron el televisor y cuando les dije que venía de hablar con Fidel Castro creían que les estaba corriendo una 'máquina' (broma).

Estas amistades conocían muy bien mi historial de “conflictiva”. Ellos, como mi padre y mi familia materna provenían del Partido Socialista Popular (PSP). Eran viejos comunistas, bastante críticos con el 'socialismo fidelista'. Decían: “No fue por esta mierda que nosotros luchamos”.

-¿Tú hablando con Fidel Castro?

-Pues sí. Vengo de hablar con el mismísimo comandante en jefe.

Hicieron silencio. La incredulidad no desaparecía de sus rostros. Comencé mi relato.

“Resulta que a una brasileña amiga mía le cortaron la mochila en una guagua. Había venido a un evento sobre la enseñanza artística. Y el día antes del incidente había aparecido una entrevista con ella en Juventud Rebelde. Hasta ese momento, ella y varias colegas se sentían felices, de veras creían que éramos la patria del 'hombre nuevo'. Lo más traumático fue descubrir que había sido uno de los alumnos (de secundaria, por la descripción del uniforme) que estaba detrás de ella en la guagua. Cuando esa noche las visité en el Hotel Tritón se echaron a llorar. De la tristeza de saber que también en Cuba había niños 'malandros' como en Brasil.

“Les pedí la mochila picada. A la mañana siguiente, bien temprano, me senté ante la máquina de escribir y le hice una carta al ministro del Interior, José Abrantes (uno de los hombres más fieles y cercanos a Fidel Castro, después del caso Ochoa, en 1989, fue detenido y en 1991 moriría de un “infarto” en la prisión de Guanajay). Aproveché y le mencioné a Abrantes casos de delincuencia sufridos por otros brasileños y de los cuales había sido testigo. Entregué personalmente el sobre en la recepción del Ministerio del Interior. El militar que la recibió a lo mejor pensó que se trataba de un regalo, por lo abultado de la correspondencia, pero dentro contenía la mochila cortada. Por cierto, ¡tremendo trabajo me costó encontrar un sobre grande para meterla!

“Eso había ocurrido en febrero de 1986. Lejos estaba de imaginar que el gobierno se estaba preparando para renovar la policía: pensaban que así podrían combatir más eficazmente el delito y posibilitar el desarrollo turístico".

-¿Y qué pasó con tu carta? ¿Abrantes te mandó a buscar?, quiso saber uno de mis amigos.

-No, no me dio respuesta.

“Y le quité el plug (me desentendí). En su oficina, Chomy me mostró el original de la carta. Abrantes se la había mandado a Fidel. En el margen superior izquierdo, con un plumón negro, Fidel había escrito que yo era una persona muy valiente y quería conocerme. Chomy me mostró lo que Fidel escribió, para que lo leyera, sin tocarlo. Entonces fue cuando me di cuenta del motivo de la citación.

“Ustedes saben -continué contando a mis amigos- que yo a todo el mundo le mando cartas haciendo críticas o por situaciones negativas, pero a Chomyle había estado mandando algunos materiales interesantes, como un reportaje aparecido en la revista Manchete sobre la spirulina. Y pensé que sería para agradecerme eso o cualquier otra vaina”.

El martes 12 de mayo de 1986 había ido al Palacio de la Revolución sin previamente conocer el motivo de la cita. Quien ha conversado con Fidel Castro sabe que él apenas deja hablar a sus interlocutores.

De su buró trajo un montón de papeles. Los estaba leyendo. Versaban sobre próximas medidas relacionadas con la reorganización de la PNR (Policía Nacional Revolucionaria). Me habló de su interés por todo lo vinculado a la policía y el turismo.

Fidel Castro pertenece al tipo de personas que cuando tiene algo rondándole la cabeza, prioriza tanto el asunto, que todo lo demás es relegado a segundo o tercer plano. Un psiquiatra a lo mejor lo clasificaría como obsesivo-compulsivo.

Mientras hablaba, me ponía una mano en el hombro. Estábamos frente a frente y los demás un poco alejados. Pepín y Chomy más distantes, cercanos a su buró, y Sed Pérez cerca de mí. En un momento, por otra puerta -no por la que Chomy y yo entramos- un escolta pidió permiso y entró. Traía un pequeño radio portátil. Era para que el comandante oyera el final de la pelea de un boxeador cubano en no sé cuál campeonato. Una interrupción breve.

Mañana: Las lomas que me engordaron.

1 comentario:

  1. Querida Tania, lo de la mano en el hombro, y la uña encajada, lo viví yo durante un Festival de Cine. Yo estaba trabajando con los jurados de guión, y con Michel Legrand. Tal como lo cuentas. Me gustó mucho el prólogo de RR. Y los dos primeros capítulos lo dejan a uno con las ganas de más.

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