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domingo, 12 de septiembre de 2010

El poder de un símbolo

Por Iván García

Fidel Castro pudiera convertirse en una marca registrada como Adidas, Nike o Coca Cola. Después de muerto, quizás su efigie tenga tres veces más gancho que la del guerrillero argentino Che Guevara. Los piqueteros antiglobalización repetirán sus frases con su figura tatuada en los bíceps, mientras lanzan adoquines contra un banco capitalista.
Ya los especialistas en publicidad y marketing se frotan las manos. Sacan cuentas de los millones de libros, camisetas, afiches, relojes y otras mercaderías que podrían vender con la imagen del barbudo.
Castro es para Cuba lo que Mao fue para China o Kim Il Sung en Corea del Norte. Ni siquiera Robespierre y Danton, figuras claves en la sublevación francesa de 1789, superarían el mito y la fascinación que alcanzaría el revolucionario cubano cuando Dios se lo lleve.
Olvídense de Lenin o Rosa Luxemburgo. El Comandante Único no sólo pasará a la historia por ser el líder de una escaramuza armada en montañas del oriente de la isla.
Nacido el 13 de agosto de 1926 en el villorrio de Birán, actual provincia de Holguín, abogado de profesión, Fidel Alejandro Castro Ruz será una leyenda. Nos guste o no. Por la sencilla razón que los seres humanos tenemos una predisposición sentimental a los tipos que se salen del libreto.
A un lado se dejarán los groseros errores en el manejo de sus funciones como estadista. Con el paso del tiempo, pocos recordarán que un día de octubre de 1962, en una carta le propuso a Nikita Kruschov que tomara la iniciativa y lanzara un misil nuclear hacia el territorio de Estados Unidos.
Puede que en la memoria se pierdan los nombres de los miles de fusilados a principios de la revolución. O los más de 20 mil encarcelados políticos durante sus casi 50 años de gobierno. O sus disparates a granel en economía.
Los nietos de los presos políticos de la primavera negra del 2003, donde quieran que residan, en Miami, Madrid, Málaga o La Habana, dentro de varios años se dejarán la barba y leerán sus extensos y apocalípticos discursos.
La vida es un manojo de contradicciones. El anciano que una mañana caliente de julio de 2010 nos dice impasible que la guerra atómica de Estados Unidos contra Irán es cuestión de horas y escribe una sarta de tonterías incendiarias, tras su desaparición será una marca registrada.
Quizás un buen sicólogo pueda explicar las razones humanas para adorar a personajes que en vida tuvieron una alta dosis de villanía.
Para algunos, sus ídolos son dioses. Para otros, guerreros al estilo de Alejandro Magno, Julio César o Napoleón. O guerrilleros de corta y clava de países atrasados y pequeños que desafiaron imperios. Hay quienes prefieren fetiches frívolos. Estrellas del cine, la música y los deportes.
El ser humano necesita héroes y mascotas como combustible emocional. Ciertos dictadores pasaron al olvido después de su muerte. Se me antoja que Fidel Castro no será uno de ellos. Cuánto quisiera equivocarme.

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