Esta noticia me recordó que entre 1968 y 1970 viví en Nueva Gerona, capital de la entonces Isla de Pinos, hoy municipio especial Isla de la Juventud. La delegación del Ministerio de Justicia, donde trabajé, quedaba en el local donde hay un cartel que en la parte de abajo es rojo y azul y adentro se ve una persona en la foto de esa noticia.
El entonces ministro de Justicia, Alfredo Yabur, fue el responsable de que en Nueva Gerona, Isla de Pinos, por primera vez funcionara una delegación del Ministerio de Justicia (MINJUS). Para atenderla nombró a un abogado amigo suyo, Rafael García Himely, en ese momento mi esposo y padre de mis dos hijos, quien la abrió en 1967. Un año después, me trasladé a vivir a Nueva Gerona con Iván y Tamila, entonces de 3 y 4 años. En 1969 nos divorciamos, mis hijos volvieron a La Habana al cuidado de su abuela, mi madre, y yo regresé a Isla de Pinos, pues debido a la falta de mecanógrafas fiables y con experiencia, me habían contratado para trabajar un año en el comité municipal de la UJC.
Ese empleo lo acepté no por el salario (163 pesos), que era el mismo de cuando trabajé con mi ex esposo Rafael y la jueza Irene Alfonso, que era la presidenta del Tribunal Popular, si no porque en la UJC solo tecleaba cartas y mamotretos políticos, mientras que en la delegación del MINJUS tenía que mecanografiar extensos documentos jurídicos, algo bastante aburrido. Además, en la UJC repartían gratis mudas de ropa, las 'tos tenemos', llamadas así porque en esa época la usaba casi todos los cubanos, fueran dirigentes o trabajadores: pantalones de una dura mezclilla azul oscuro y camisas de mangas largas, de una tela gruesa de algodón que en distintos colores confeccionaban en la Textilera Ariguanabo de San Antonio de los Baños. También en la UJC daban ruedas enteras de cigarros suaves o fuertes. Todos los meses iba un fin de semana a La Habana a ver a mis hijos, por avión, en el 'patico', como le llamaban a los aviones soviéticos AN-24, con cinco vuelos diarios Nueva Gerona-Habana.
Además de llevarle dos o tres ruedas de cigarros fuertes a mi madre (desde los 12 años comenzó a fumar, aún viviendo con sus siete hermanos en la finca de sus padres Luis y Francisca en Tuinicuú, Sancti Spiritus y que no sé porque se llamaba Sebastopol), cuando iba a La Habana llevaba par de camisas para regalar: las habaneras les cortaban las mangas y algunas las bordaban. Cuando en 1969 mis hijos regresaron a la capital, hice en la Oficoda los traslados correspondientes de sus libretas de racionamiento, pero yo me quedé con mi libreta en Nueva Gerona porque en Isla de Pinos daban más alimentos. Lo único que nunca cogí fue el pollo, porque los daban vivos. Mensualmente no solo llevaba mi cuota de carne de res, arroz, etc., si no también productos que vendían por la libre, desde latas de jugos y conservas hasta pescado, camarones y langostas.
El primer secretario de la UJC municipal era Manuel Torres Muñiz, primo de Luis Orlando Domínguez Muñiz, primer secretario de la UJC nacional. En 1970 me propusieron laborar un mes como mecanógrafa en el campamento de la tercera Brigada Venceremos, compuesta por jóvenes izquierdosos de Estados Unidos. A mediados de septiembre de 1970 regresé definitivamente a La Habana. En nuestra casa de Romay, en El Cerro, no teníamos teléfono, yo daba los números de dos vecinas que vivían enfrente, el de la familia de Eloísa Pedroso y el de Rita Castro, una mulata que era sorda, pero no sé cómo oía el timbre del teléfono. Rita tuvo dos hijos con un americano que ya había fallecido. Vivía sola en la accesoria de un solar, su hija Violeta, mulata blanconaza, bonita y tiposa, se fue al principio de la llegada al poder de los barbudos. Su hijo Rodolfo era militar del Ministerio del Interior, lo destinaron a Isla de Pinos y allí se empató con Iraida, una pinera mayor que él, tuvieron un hijo, Rodolfito.
Fue al teléfono de Rita al cual me llamaron el 27 de septiembre de 1970, para decirme que al día siguiente debía estar a una hora de la tarde que ahora no recuerdo, en tal punto en el exterior del Ministerio de Comunicaciones. Debía llevar puesto el pulóver anaranjado de la Brigada Venceremos. A los cubanos que trabajamos en esa Brigada nos situaron en la primera fila, delante de la tribuna. En eso veo venir a Fidel Castro con Manuel Piñeiro, alias Barbarroja, quienes empezaron a saludar a los cubanos presentes. A Piñeiro lo había conocido en el campamento de la Brigada Venceremos, por la presa El Abra, en las afueras de Gerona.
No sé en las dos anteriores Brigadas de Estados Unidos, pero en esa había unos cuantos oficiales de la inteligencia que se hacían pasar por 'cuadros de la UJC'. La oficina quedaba en un un amplio salón y en una mesa, en una esquina, siempre había agua fría, un termo de café, jugo de naranja y toronja y bocaditos de jamón y queso. Los segurosos no sólo iban a que les mecanografiara, también iban a tomar café o merendar. Por lo menos en tres ocasiones, Piñeiro visitó el lugar. La primea vez que me vio preguntó si yo era cubana, según él, yo parecía puertorriqueña.
Por eso el 28 de septiembre de 1970 cuando Manuel Piñeiro se acercó a mí dijo: "Fidel, parece puertorriqueña, pero es cubana". Fidel respondió: "No sé de dónde sacaste que parece puertorriqueña, porque se ve que es cubana". Era mi tercer encuentro con Fidel Castro. Fragmento del discurso que localicé en este sitio chileno, porque en el oficial, donde conservan todos sus discursos, no se pueden leer.
Nosotros queremos en esta noche expresar de una manera especial nuestro reconocimiento hacia la tercera brigada de jóvenes norteamericanos que han venido a trabajar a nuestro país (APLAUSOS). Tenemos aquí presente en este acto un contingente de algo más de 400 jóvenes procedentes de 25 estados de la Unión Norteamericana y también de Puerto Rico (APLAUSOS). Constituyen la tercera brigada de jóvenes norteamericanos que nos visita este año. Dos brigadas anteriores participaron en el corte de caña, y fueron brigadas millonarias.
Los compañeros que han trabajado con esta brigada han quedado con una magnífica impresión de su actitud ante el trabajo, de su autodisciplina y del sincero y profundo interés con que han estado haciendo su aporte de energía y de buena voluntad en favor del desarrollo de nuestro país. Y esta ha resultado ser también una brigada millonaria. Y ustedes dirán: “¿Pero cómo, si ya no hay zafra? ¿Cómo puede haber una brigada millonaria en Isla de Pinos, además, donde no hay caña?” Pues bien: fertilizaron 1 095 187 plantas de cítricos en un área de 570 caballerías (APLAUSOS). Y fertilizaron, además, 450 kilómetros de cortinas rompevientos en 28 799 horas de trabajo (APLAUSOS).
Recolectaron 5 389 quintales de limones en 16 518 horas de trabajo (APLAUSOS). Sembraron 21 681 matas de toronja, 3 903 de naranja y 6 832 de resiembra de naranja en 10 627 horas de trabajo. Esto representa un total de 13 caballerías sembradas nuevas (APLAUSOS), y 6 caballerías de resiembra. En aseguramiento de las siembras trabajaron 3 938 horas. En riego de posturas, en 32 903 posturas; descarga de posturas, 7 599. Relleno de huecos para siembra, 7 208. Además, en trabajo de construcción trabajaron 512 horas en la loma de Sierra de Caballos, que es para la antena de televisión en Isla de Pinos, y 960 horas en la construcción del círculo infantil de Gerona (APLAUSOS). Y aquí ustedes ven en concreto el esfuerzo realizado por estos jóvenes en un movimiento magnífico de gran contenido revolucionario e internacionalista (APLAUSOS), expresión de los sentimientos y de las reservas morales de lo mejor del pueblo de Estados Unidos (APLAUSOS).
Es esta ya la tercera brigada. Más de 1 500 jóvenes -si mal no recuerdo unos 2 000- han venido venciendo el bloqueo y los obstáculos de todo tipo y los riesgos de todo tipo. Porque hay que decir que a los imperialistas no les agrada absolutamente nada y se ponen histéricos al conocer de la presencia de estos jóvenes norteamericanos en nuestro país (APLAUSOS); jóvenes que se arriesgan a la ira de los imperialistas y a las consecuencias de este gesto revolucionario hacia nuestro pueblo, y que, desde luego, puede traducirse en los innumerables inconvenientes que los imperialistas crean para tratar de desalentar el movimiento progresista y el movimiento revolucionario en Estados Unidos. De ahí que nosotros expresemos con particular emoción nuestro reconocimiento y nuestro agradecimiento a estos jóvenes norteamericanos en este décimo aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución (APLAUSOS).
Mi cuarto y último encuentro con Fidel Castro fue el 12 de mayo de 1986, cuando me citó a su despacho, lo narro en mi libro Periodista, nada más, que pueden leer en mi blog. Pero el primer y segundo encuentro, en 1960 y 1961, lo conté en el tercer capítulo de mi libro:
La primera vez que hablé con Fidel fue en diciembre de 1960, en la tribuna de un acto de recibimiento a maestros voluntarios en Ciudad Libertad, antiguo campamento militar de Columbia.
-Fidel, dice Lalo Carrasco que nunca le pagaste los libros de marxismo que te llevaste fiados.
-¿Y Lalo todavía se acuerda de eso?, me respondió.
Lalo Carrasco, viejo comunista como mi padre y mi familia materna, había tenido una librería en Carlos III y Marqués González. Entre 1959 y 1961 trabajé como mecanógrafa y bibliotecaria en las oficinas del comité nacional del PSP, y la librería de Lalo quedaba enfrente. A menudo hablaba con Lalo. Siempre decía: “¡Qué descarado es ese Fidel, se llevó los libros y nunca me los pagó!”. No sé si antes de morir Lalo, el comandante le pagó lo que le debía. (A una librería que durante un tiempo hubo a la entrada del hotel Habana Libre, a la derecha, le pusieron Lalo Carrasco. Cada vez que entraba, me acordaba de la anécdota de los libros de marxismo. Lalo era un tipo campechano y mi padre se llevaba bien con él, igual que con su mujer, una de las hermanas Restano cuyo nombre he olvidado).
Mi segundo encuentro con Fidel Castro se produjo un domingo del mes de febrero de 1961, poco antes de sumarme al tercer y último contingente de maestros voluntarios, en la Sierra Maestra. Fue en La Raquelita, finca ubicada en El Cacahual, otrora propiedad de Luis Conte Agüero, famoso periodista y político antes de 1959. La finca había sido expropiada y entregada a Blas Roca, secretario general del Partido Socialista Popular, para que allí pudiera trabajar y descansar con tranquilidad. Mi padre había sido guardaespaldas de Blas más de veinte años. Además, Roca era el esposo de mi tía Dulce Antúnez, hermana de mi madre. Por si no bastara, Blas Roca en 1961 era mi jefe en las oficinas del PSP.
Ese domingo, Blas y los principales líderes del comunismo nacional se habían reunido secretamente con Fidel Castro. Si mal no recuerdo, se encontraban Aníbal Escalante, Joaquín Ordoqui, Carlos Rafael Rodríguez, Manolo Luzardo, Lázaro Peña, Flavio Bravo y Severo Aguirre. Aunque el rumbo socialista de la revolución no se hizo público hasta el 16 de abril de 1961, ya la cosa estaba ideológicamente amarrada. El slogan de “la Revolución es más verde que las palmas” no era más que eso, una consigna (en sus inicios se pensó que el proceso revolucionario tendría un carácter estrictamente nacionalista, con participación protagónica de la pujante burguesía cubana). Lo realmente cierto era lo que la gente decía: "Es como un melón, verde por fuera y roja por dentro".
En una pausa de la reunión de Fidel con los mandamases comunistas, mi tía Dulce me llevó al secreto encuentro. Se celebraba en una especie de bohío circular sin paredes y el techo de guano no permitía demasiada visibilidad. Me presentó al “máximo líder”:
-Fidel, ésta es mi sobrina Tania. Dentro de poco se irá a la Sierra Maestra, a un curso de maestros voluntarios, pero nadie en la familia cree que va a aguantar, porque mira qué flaquita es (tenía 18 años y pesaba cerca de 100 libras) y es muy mona (melindrosa) para comer.
Fidel se puso en pie. Dirigiéndose a mi tía, afirmó:
-No se preocupen. Aquello allá es muy sano. En las montañas hasta el aire engorda.
Y mirándome me dijo:
-Te vas a acordar de mí, porque cuando regreses no te van a conocer.
Y así fue. Luego de tres meses en el campamento La Magdalena, Minas del Frío, y después de subir tres veces al Pico Turquino -el más elevado de Cuba, con 1.974 metros de altura- cuando regresé a La Habana había dejado de ser flaquita. Pesaba 130 libras.
Tania Quintero
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