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lunes, 27 de noviembre de 2017

Marta Valdés recuerda a Freddy (I)


En atención a la sana curiosidad expresada recientemente en un comentario del amigo Fuillerat a esta columna en Cubadebate, me he tomado un par de días en destapar, pulir y ordenar como si fueran piezas de un rompecabezas, los recuerdos -siempre los mismos- que guardo de la malograda cantante cubana Freddy. A ellos les añado un resumen del testimonio que, con mucho cariño y extrema delicadeza, me ofreciera la compositora cubana Ela O’Farrill afortunadamente de visita en esta ciudad, acerca de la canción que ella le dedicó.

Ela vivía en el noveno piso del edificio de Infanta y Humboldt ubicado frente a lo que fue el bar Celeste, un sitio al que yo caracterizaría, más bien, como un café-bar, especie de paradero obligado al final de la noche para los músicos que, de regreso de sus actuaciones en los shows de los cabarets cercanos por aquel entonces a La Rampa, así como en la multitud de pequeños sitios donde era posible escuchar cada noche la buena y variada producción musical del momento, coincidían para reponer fuerzas con un buen sandwich y un café con leche mientras compartían las impresiones de esa jornada.

Fue allí donde comenzó a aparecer noche a noche, una mujer dotada de una poderosa voz de contralto, que se sentaba a cantar, por ejemplo, una versión al español de The Man I Love dando muestras de una musicalidad especial cuando intercalaba, entre frase y frase, unos tarareos equivalentes a los giros instrumentales que van armando los arreglos orquestales y que van funcionando como referencia a la armonía, elemento muy a tener en cuenta en este tipo de canciones conectadas con el repertorio de los hoy llamados “standards” norteamericanos (digamos, con el jazz). Alguien me dijo: “tienes que oír lo que hace con tu bolero No te empeñes más”. Salí a buscarla.

Ya me habían dicho que Freddy, a partir de las 10, cuando todavía los músicos no habían carenado en el bar Celeste, se sentaba un rato en una barra que estaba enfrente, en el cuchillo que hacen las calles de Infanta y San Francisco (¿o Espada?) y una noche, como a eso de las 10:30, me llegué al lugar y me di cuenta de que la tenía delante de mí. La escena se repitió bastantes veces a partir de ese momento.

Estábamos en 1959 -de eso estoy segura, a juzgar por la animación y el tráfico en la zona a esas horas y por la sensación de seguridad en las calles. Tal vez haya podido ocurrir este episodio a comienzos del 60, a juzgar con la libertad de que yo misma gozara, de salir a la calle ya entrada la noche sin que, por ello, se originara un conflicto en mi hogar (muchas veces me daba cita frente al St. John’s o el Habana Libre con Elena Burke y Manolo, su marido, dealer del Casino de ese hotel, quienes por aquellos años eran mis vecinos muy cercanos, para regresar con ellos al barrio una vez terminadas sus respectivas actividades, ya bien entrada la madrugada).

Desde que llegué al bar, una barra larga, abierta a la vista de la calle, identifiqué a aquella mujer gorda, sin otros afeites que no fueran la pulcritud y la sencillez de su atuendo y un olor suave a persona limpia. Seria, callada, delante tenía un trago de algo “a la roca” y una caja de cigarrillos Salem. Me le presenté y su respuesta fue cantarme mi bolero allí, a voz en cuello. Me aficioné a buscarla, no sólo por el placer que me producía su interpretación llena de creatividad donde ni un alpiste de la parte que había puesto yo como creadora, salía lesionado en letra o música.

Freddy me inspiraba admiración y respeto. Yo le pedía otra canción y otra y ella me complacía mientras miraba de reojo hacia la acera de enfrente. Tan pronto comenzaban a aterrizar los músicos en el Celeste, ella cruzaba y yo me iba hacia donde pudiera estar Elena para esperar a que la jornada se diera por terminada y regresáramos al barrio en el carro de Manolo, sabiendo que me perdía la tanda que, con toda seguridad, Freddy estaba ofreciendo en cualquier mesa del Celeste por el solo placer de saber que los elogios de quienes la estaban escuchando no eran cosa de juego: baste decir que uno de sus más fervientes admiradores era Guillermo Barreto (Barretico), el más exigente y quisquilloso de cuantos músicos allí se reunían.

Cada vez que podía hacerlo, me llegaba al bar de Infanta, me le sentaba al lado y, al poco rato, le pedía que cantara algo. Ella me complacía y, por supuesto, invariablemente incluía, entre las dos o tres piezas que cantaba, el bolero mío -No te empeñes más- que debió haber aprendido de la radio o la victrola en su primera y, por aquel entonces, única versión grabada en la voz de Fernando Álvarez con arreglo orquestal de Bebo Valdés.

Una de las piezas -siempre las mismas- de este rompecabezas que armo y desarmo cada vez que viene al caso el tema de Freddy, se refiere a la noche en que, al filo de las doce, cuando más inspirada se hallaba ella entonando algo con su poderosa voz, un vecino de los alrededores emitió a todo meter ese sonido digno de figurar en cualquier crucigrama cuyas tres letras, metidas entre signos de admiración, resumen el más despiadado 'cálleselaboca' en su ordinario “¡Sió!”.

Ella, sin alterarse, terminó de cantar la canción, pagó su cuenta y, con la misma, cruzó la calle y se puso a cantar debajo del poste que estaba en la esquina del bar Celeste. Yo me paré a mirarla y me sentí como el ser privilegiado que presenciaba una escena de ésas que sirven como portada a los Long-playings e imaginé el suyo y a ella famosa. Y en eso se me fue la mente un buen rato.

Dije Long-playings y me doy cuenta de que, en esta era de los MP y los CD, muchas de aquellas personas que no pasen de 40 años no tendrán idea del significado de ese término aterrizado, de pronto, aquí.

En aquel tiempo, circulaban entre nosotros tres tipos de discos: uno pequeño con una pieza grabada por cada lado, que era el que funcionaba en las victrolas de bares, bodegas y demás establecimientos; uno algo más grande, al que se denominaba “extended play” y la jerga popular identificaba como “extended”, con dos piezas por cada cara, y uno de doce pulgadas de diámetro que contenía doce piezas repartidas entre ambos lados al que en términos formales se denominaba “disco de larga duración” y comúnmente aceptábamos, tal como aparecían sus siglas o su denominación estampadas en él, como “long playing” o, sencillamente, “lon-pléi” y que, a partir de los 60, cuando comenzó a resultar pecaminoso emplear palabras americanas, pasó a tener una desabrida denominación derivada de la sigla LD, es decir, “ele-dé” (algo similar le pasó al feeling cuando se le hizo la cirugía plástica que lo enmascaró bajo el término filin). El “extended” giraba a la velocidad de 45 revoluciones por minuto, de manera que los cubanos nos referíamos a él como “un disco de 45” mientras que el más pequeño y el más grande giraban a 33 revoluciones y nos referíamos a ellos, respectivamente, como “un disco pequeño” o “un long-playing”.

Pues bien, queridos amigos: aquella imagen de mujer cantando a la luz de un farol de la calle Infanta, me hizo soñar con un disco que sólo existió en mi imaginación particular, un disco que no estaría regido por las exigencias de mercado alguno, donde el repertorio de primera que -en honor a las leyes del contraste- ella había ido configurando posiblemente (son imaginaciones mías también) bajo la influencia de la programación radial que escuchaba en el transcurso de las horas de dedicación a las labores domésticas que le servían para ganarse la vida. Ese disco -pensaba yo– pasaría a ser el mejor testimonio de su paso por el arte.

Posiblemente esa necesidad de compartirlo todo para poder degustar mejor lo bueno (tan preciosamente resumida por Pablo Milanés en una de sus canciones) sea uno de los rasgos que caracterizan a las personas que, al decir de los más grandes de entonces, tienen o no tienen feeling.

Cubadebate, septiembre de 2010.

Foto: Tomada del post Freddy o Fredesvinda García Valdés, publicado en diciembre de 2012 en el blog Habanero 2000.

Nota de Tania Quintero.- Es una lástima que de la interpretación que hizo Freddy del bolero No te empeñes más, de Marta Valdés, hoy en You Tube ni en internet se pueda escuchar. Como es uno de los grandes boleros cubanos de todos los tiempos, les propongo escucharlo también en las voces de Pablo Milanés, Beatriz Márquez, Cheo Feliciano y Paulo FG.

Escuchar: Radio.documental Ella cantaba boleros.

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