Me dediqué a arrastrar personas sensibles hacia los sitios donde se encontraba, siempre lista para abrir su voz poderosa y entonar su canto, quien una vez, respondiendo a mi curiosidad acerca del origen de su nombre, dijo llamarse Fredelina, Fredelina García (quizás por enmascarar ese Fredesvinda que luego aparece registrado en diversos escritos y que me encantaría comprobar si responde o no a su verdadera identidad). El asombro particular de cada una de las personas que guardó su imagen y -añadiéndole ingredientes a gusto- fabricó a su antojo, en los años por venir, una historia propia, ha convertido en una leyenda a quien en vida fuera Freddy, la cantante.
La vi alejarse con su buena compañía y subir ligerísima las escaleras. Durante un buen tiempo permaneció en su nuevo hogar. Luego supe que estuvo albergada en otras casas de amigos y, un buen día, me enteré de que ya comenzaba a tener oportunidades, que figuraría en el show del cabaret Capri bajo la dirección artística de Anido, un prestigioso hombre de espectáculos.
Para esa ocasión, mi amiga Ela O’Farrill fue invitada a componer una pieza que le serviría como tema de presentación a la cantante. Tal como dije al comienzo de esta secuencia, la compositora acababa de darse uno de esos salticos a La Habana con que solía alegrarnos. La tarde que fui a verla para que nos diéramos el abrazo de hasta luego, le pedí que me contara con pelos y señales cómo vino al mundo la hermosa canción que hemos estado disfrutando en el disco grabado por Freddy así como, más recientemente, en la espléndida versión de Haila.
Ela me cuenta que yo le había estado insistiendo para que cruzara cualquier nochecita al Celeste o a los alrededores en busca de la cantante y se diera gusto apreciando no sólo su timbre sino, a la vez, su musicalidad tan especial. Dice la amiga querida que ella se reía con mis amenazas de tirar una piedra desde la calle Humboldt apuntando a su ventana del 9º piso para obligarla a bajar.
El encuentro nunca se produjo. Eran tiempos en que ella actuaba en sitios de los alrededores y sus horarios coincidían con los de las improvisadas presentaciones de nuestra estrella naciente, así fuera frente por frente a la casa de la compositora. Pasó algún tiempo y estando ella en una descarga de amigos, Anido se encontraba presente y sacó a la conversación, a propósito del proyectado debut de Freddy en la pista del cabaret del Hotel Capri, su preocupación acerca del tratamiento escénico que requeriría esta cantante totalmente desconocida, a los efectos de satisfacer al público que frecuentaba este tipo de espectáculos .
En la reunión se encontraba también un norteamericano -según Anido, una especie de manager del cabaret o del hotel- quien, en medio de la conversación y luego de haber escuchado algunas referencias acerca de la compositora, se le acercó y le propuso crear una canción basada en la historia (pudiéramos decir a esas alturas la ya naciente leyenda) de aquella mujer. Ela cuenta que, mientras escuchaba a Anido y a este “señor alto y delgado”, se acordaba de mi ocurrencia. Les dijo que lo pensaría. Esa noche, de regreso a casa después de su actuación, abrió la ventana de su cuarto y lo que por ella entró no fue mi piedrecita sino la idea completa, de principio a fin, de la bella canción que corrió a anotar, a pulir y perfilar hasta dejarla tal como nos ha llegado.
Lo demás fue conocer a su heroína, enseñarle letra y música, darle la pieza -posiblemente a Rafael Somavilla, quien debe haber sido el director de la orquesta que acompañaba el show por aquel entonces– y luego a Humberto Suárez, arreglista y director musical del disco que, más tarde, se decidió grabar bajo el sello Puchito, quién sabe si pensando ya en el viaje próximo de la cantante a México, a juzgar por la inclusión en él de piezas como Noche de ronda, de Agustín Lara, Bésame mucho, de Consuelo Velázquez y La cita, de Gabriel Ruiz, enmarcadas en un estilo que no tenía puntos de contacto con el repertorio habitual de la cantante, inclinado de lleno a la canción y el bolero cubanos relacionados con el feeling, así como a versiones de canciones norteamericanas.
Las fechas probables en que ocurre esta parte de la historia pueden investigarse consultando los periódicos y revistas de la época. Avanzaba el año 60. A partir de agosto, la vida musical se volvió agitada, interesante, extremadamente viva para quienes éramos tan jóvenes así como para quienes no lo eran.
Mi tiempo se repartía entre algunas responsabilidades que acepté, mis colaboraciones escribiendo sobre espectáculos en el periódico Revolución, una moderada vida como intérprete y una atención creciente al reclamo de figuras que, como Doris de la Torre y Omara Portuondo, al iniciar por todo lo alto sus carreras discográficas, incluían en ellas versiones insuperables de canciones mías. Freddy no se quedó atrás y, para mi gloria, dejó registrada en la placa que conocemos como el único disco suyo de que tengamos noticias, Tengo.
A partir del mes de agosto de 1960 la vida me regaló la oportunidad de iniciar y llevar hasta lo más hondo una amistad con el compositor Julio Gutiérrez. Al calor de nuestras labores en la recién creada Sociedad Cubana de Autores Musicales -él como presidente y yo figurando, junto a Ignacio Piñeiro y Sergio Francia, entre los tres vicepresidentes de la entidad- el año 1961 puso mar por medio entre nosotros dos cuando el entrañable amigo marchó a México como director musical y arreglista de una producción de cabaret encabezada por el gran coreógrafo Rodney, en la cual Freddy figuraba como atracción.
Debe haber sido a finales de febrero o comienzos de marzo de 1961 cuando alguien puso en mis manos una carta de Julio Gutiérrez, fechada el 19 de febrero, que he conservado con verdadero celo. En ella se refiere al estreno exitoso de la producción, la noche anterior así como al proyecto de suyo y de Freddy de incluir mi canción Tú no sospechas “que a ella y a mí (sic) me gusta mucho” en un nuevo Long Playing de la cantante que comenzaría a grabarse a la semana siguiente en aquella ciudad.
Fue la última noticia que tuve acerca de ella. Si el disco se grabó, con qué sello pudo haber sido, si algunos fragmentos de la grabación yacen en un almacén de cintas magnetofónicas en México por no haber resultado interesantes para los discósofos de entonces, es un misterio. Julio no regresó a Cuba. He leído que Freddy pasó a Puerto Rico y los diccionarios dicen que murió el 31 de julio de ese mismo año en San Juan. La carta venía acompañada de un recorte de prensa con la propaganda del show a que hace referencia mi amigo. Yo lo despedacé en un arranque de rabia porque no pude soportar el carácter ofensivo con que se permitían anunciar a la cantante aludiendo a su peso corporal y no a su arte.
Un par de cosas para terminar: he estado repasando los comentarios recibidos y no acierto a localizar uno donde alguien se refiere al poder unificador que tiene la música cubana. Es curioso que algo casi exacto, casi con las mismas palabras, afirma Julio Gutiérrez en los primeros párrafos de esa carta que me ha hecho sentirlo vivo y cercano cada vez que he tenido el valor de releerla. Dicen que la casualidad no existe. Yo veo las coincidencias entre lo que afirman el lector y el compositor separadas por medio siglo y pienso eso mismo que ambos sostienen y añado aquello que Harold no se cansaba de repetir y que lo explica todo: “la música es un misterio”.
Ha sido un regalo para mí encontrar, donde no lo esperaba, personas nacidas, crecidas o maduradas a lo largo de este medio siglo lleno de saltos mortales para nuestra memoria musical y sentirlas nadando en amor hacia quienes han protagonizado una historia que, a fin de cuentas, siempre saldrá a flote porque tiene como tierra firme y escenario único al alma cubana.
Cubadebate, octubre de 2010.
Video inicial: Freddy, dibujada por el caricaturista Arístides Pumariega, interpreta Tengo, de Marta Valdés, bolero del cual ha hecho una excelente versión la cantante cubana Gema Corredera.
Nota de Tania Quintero.- Al igual que en el caso del bolero No te empeñes más, de Marta Valdés, en You Tube ni en internet no se localiza Tú no sospechas, de la misma autora, en la voz Freddy. Sí, por suerte, tres interpretaciones magistrales: del siempre recordado Bola de Nieve; por Orlando Vallejo, uno de los mejores boleristas cubanos, en esta ocasión acompañado por la orquesta del maestro Bebo Valdés, y y del hoy casi olvidado Pacho Alonso.
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