Quince años después de haberse dado a conocer con El mundo silencioso (Premio David 2001, Ediciones Unión, 2002), Iván Darias Alfonso (Placetas, 1971) ha entregado a la imprenta su segunda colección de cuentos: Viejos retratos de La Habana (Chiado Editorial, España/ América Latina, 2017, 143 páginas). En ella ha reunido seis narraciones escritas en Europa. Cinco las redactó en Londres y la otra en Viena, ciudad donde en la actualidad reside.
A excepción de uno de los cuentos, el titulado Rosary Gardens, cuya acción tiene lugar en la capital británica, todos los demás se ambientan en la Cuba de hoy. Sus protagonistas son personas mayores a las que les ha tocado, como se apunta en la contraportada, “convivir con épocas convulsas, de cambios, de optimismo colectivo, de proyectos masivos que nunca progresaron y de decepción propia de una sociedad que sobrevive con grandes interrogantes, pasada ya la euforia revolucionaria”. Los textos que integran el libro se atienen además a una regla, y es que las historias que se cuenta en las narraciones ocurren a lo largo de un día.
Aparte de ser muy pertinente por la escasa presencia que tienen en la narrativa cubana que hoy se escribe, el hecho de que Darias Alfonso decidiese escoger a ancianos como personajes centrales de los cuentos constituye todo un acierto. Son personas que han vivido todo el período revolucionario y que ya en la última curva del camino, se han dado cuenta de que su existencia empeoraba en la medida en que la revolución acumulaba años. Alrededor de ellos todo ha cambiado y en muchos casos, para peor.
Conocieron los esplendores de la Cuba del pasado, que contrasta con la actual. Diva, la protagonista del primer cuento, recuerda que “ni siquiera La Habana era limitada entonces, autor por aquí, autor allá y ella se mareaba alegremente con el aroma de la gasolina, un olor no tan nauseabundo como el de ahora, el de esa mezcla de combustible con la que ruedan los automóviles en la ciudad”. Están además las calles perforadas y llenas de basura y escombros, la gente que corre espantada, el calor del que no es posible escapar, las calles y esquinas que le cuesta reconocer y el ruido, “el rugido de esos monstruos salidos de la ingeniería inventiva criolla que pasan a velocidades asesinas y que son el mayor enemigo de su cara, de sus facciones limpias”.
Darias Alfonso opta por la sencillez para contar lo complejo. En sus cuentos, la materia anecdótica no posee mucho peso. Desarrolla unos argumentos escuetos que, sin embargo, tienen muchos pliegues. “La mujer de al lado” se centra en la preocupación de Nélida por su vecina Otilia, que languidece en algún rincón de su hogar. Vive recluida, “como si su casona se hubiera transformado de golpe en un convento”. Casi ni habla y solo sale al patio algunas veces a sentarse junto a la areca y fumarse uno o dos cigarros. A través de la narración, vamos enterándonos de que esa mujer mayor, hoy demacrada y frágil, dedicó buena parte de su existencia a la revolución.
Al comenzar cada día, dejaba a los hijos con la abuela y se consagraba a cumplir tareas. Regresaba por la noche, agotada y feliz, y con el ánimo de recomenzar su rutina al día siguiente. En su ciego fanatismo, arruinó muchas vidas y les segó la carrera universitaria a unos cuantos jóvenes, por el simple hecho de ser religiosos. Pero en cierto momento la destituyeron y dejó de ser temible y poderosa. Su hijo mayor murió en Angola y los otros dos “se pasaron al bando de los traidores”. Viven en Estados Unidos y no la llaman ni le escriben. ¡Pobre mujer!, piensa Nélida. Y recuerda las palabras de la madre de Otilia, “cuando le aseguró que el único mal que había hecho su hija había sido creer en 'esto': ella lo dio todo por la revolución y mire usted cómo le han pagado”.
Humberto Beltrán, el personaje principal de “Un hombre solo”, vive en Centro Habana. Pero a pesar de lo que el título induce a pensar, comparte la casa con su hijo Hugo y con Joel, su pareja. El día a lo largo del cual se desarrolla la acción, Hugo ha decidido que se acabaron las bandejas llevadas al cuarto: si su padre quiere comer, tendrá que sentarse a la mesa. El anciano tiene que convivir con los dos jóvenes, quienes no le dirigen la palabra.
En realidad, fue él quien dejó de hablar a su hijo el día que, muerta y enterrada su esposa Lucía, trajo a Joel a la casa. “En otro tiempo los hubiera sacado a patadas, y a su Hugo lo habría arrastrado por todo Basarrate hasta Infanta y de ahí al malecón, como la vez que lo sorprendió jugando con tres niñas de su escuela y lo llevó por una oreja hasta la casa. Si no logró enderezarlo a golpes fue porque Lucía y la maestra le advirtieron que otra paliza similar equivaldría a una denuncia y Humberto no soportaba enfrentarse a la policía, sobre todo si se creían con el derecho de mangonear a los demás amparados por el uniforme”.
En la Cuba de hoy, los personajes de estos cuentos son el sector más vulnerable de la población. Por su edad, no tendría sentido que emigrasen a otro país. Tampoco pueden dedicarse a alguna de las actividades que realmente son lucrativas. Muchos de ellos sobreviven a duras penas, como Luz Divina, una de las protagonistas de “Luz y Esperanza”. Si no fuera por la red de amistades solitarias que las ayudan, ella y su hermana se hubieran extinguido sin asistencia, “porque Luz sabe que si dependiera de la otra estarían alimentándose ya de las flores del jardín”.
Desde hace cuatro meses las dos buscan una joya que fue propiedad de su abuela, con la ilusión de poder venderla. Es un collar de brillantes y esmeraldas que la señora lució el día de su boda, y con el cual aparece en la foto publicada en la revista Social. Luz fue profesora de música y piensa que, si nunca logran encontrar la salación de la familia, aún le quedan los instrumentos. “En tal caso venderé algunas guitarras, alguien tiene que quedar en este país con el ánimo de aprender a tocarlas. No todos servirán para bongoseros”.
Darias Alfonso ha escrito un libro de cuentos que no defrauda. Sus personajes tienen una conmovedora calidez humana. Y a pesar de que trata un tema como el de vejez, él sabe resumir el dolor con parquedad y no carga emotivamente las tintas. Asimismo, y aunque en esencia las narraciones tratan historias que tienen lugar dentro del ámbito hogareño, su autor perfila con naturalidad aspectos sociales y políticos.
Eso da a los textos una complejidad condensada, pero a la vez, limpia de todo artificio. Son cuentos redactados además con una gran pulcritud estilística y con una prosa clara y eficaz. Este último adjetivo, aclaro, se debe entender como facilidad de acceso para el lector, pero sin que ello implique falta de elaboración en el lenguaje. Esa conjunción de méritos hace de Viejos retratos de La Habana un libro muy significativo y recomendable.
Carlos Espinosa Domínguez
Cubaencuentro, 1 de septiembre de 2017.
Foto: Portada de Viejos retratos de La Habana, segundo libro de cuentos de Iván Darias Alfonso. Tomada de Cubaencuentro.
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