En los últimos tiempos, de tarde en tarde, algún que otro intelectual proveniente de la sociedad civil emergente incursiona con sus criterios en el tema de la historia y actualidad de la problemática racial en Cuba. Y en sus argumentaciones dejan claro cuántas lagunas y tabúes aún existen a la hora de abordar las relaciones interraciales en nuestra nación.
El 21 de diciembre 2012 el diario digital Cubanet publicó valoraciones al respecto en un artículo titulado Claroscuros cubanos, firmado por los destacados líderes opositores y ex prisioneros políticos René Gómez Manzano y Félix Antonio Bonne Carcassés. En el artículo derrochan un rosario de trasnochados clisés argumentales e incongruentes referencias históricas, además de cuestionar la ejecutoria de una joven y prestigiosa institución de la sociedad civil independiente. Ese texto me obliga a realizar algunas aclaraciones.
Los autores inician sus valoraciones repitiendo el manido argumento de que las guerras de independencia acercaron y hermanaron a los cubanos de todas las razas, hacen referencia a los generales negros del Ejército Libertador y, en coincidencia con lo planteado últimamente por varios académicos oficialistas, responsabilizan a la intervención y ocupación norteamericana (1899-1902) con la reafirmación del racismo en la Isla.
Los autores recuerdan que “como expresó con elocuencia José Martí, combatiendo por Cuba volaron juntas hacia el cielo las almas de los blancos y de los negros (...) Nuestros aliados y vecinos trajeron e implementaron la política que aplicaban en su propio país a las relaciones interétnicas” (...) Lo anterior, a su vez, contribuyó a exacerbar en cierta medida el racismo, que la epopeya de la lucha independentista había comenzado a difuminar”.
Pierden de vista los colegas que lo que sucedió en realidad durante las guerras de independencia fue la reafirmación del nunca reconocido protagonismo de los africanos y sus descendientes en la conformación y desarrollo de la sociedad cubana. Yo no sé cómo les habrá ido a las almas por el cielo, pero en la realidad terrenal, este período de nuestra historia distó mucho de ser lo que refleja la poética frase, puesto que en aquel contexto, junto a esa reafirmación del protagonismo afrodescendiente, se manifestó de manera repetida y elocuente el racismo visceral no solo de los ricos hacendados occidentales, sino de importantes próceres independentistas.
Los destacados historiadores Ada Ferrer y Francisco Pérez Guzmán, por solo citar dos ejemplos, han dado cuenta en sus investigaciones de las injusticias y desigualdades sufridas por los cubanos negros en la manigua redentora. No debemos olvidar que el mismísimo Antonio Maceo y varios de los miembros de su heroica familia, fueron víctimas del racismo descarnado de sus hermanos de lucha.
La historia marca con huella indeleble además, el patrón de la diferencia y la desventaja, cuando los caudillos y hacendados blancos nacieron a la guerra como generales, rango que por cierto muy pocos pudieron hacer valer en el campo de batalla, mientras los combatientes negros y mestizos ganaron sus glorias e investiduras grado a grado, herida a herida.
Nunca nos hemos preguntado ¿cuál hubiera sido el destino de la Guerra grande y de Cuba si en el momento clave de la contienda, las tituladas almas gemelas, en lugar de expulsar a Antonio Maceo de la región militar del Camagüey hubieran abierto los campos de batalla a las curtidas tropas orientales encabezadas por los valerosos oficiales afrodescendientes, capaces con su empuje de unir las tropas mambisas a las grandes masas de esclavos deseosos de libertad que en la llanura Habana-Matanzas garantizaban la riqueza de la metrópoli?
Resulta mucho más fácil para los analistas y académicos oficialistas o demócratas, culpar a los norteamericanos del racismo, que reconocer honestamente cómo esa casta de hombres criollos blancos que tomó el poder económico, intelectual y cultural desde que España gobernaba Cuba, impuso su hegemonía excluyente y discriminatoria sobre afrodescendientes, mujeres, campesinos y homosexuales. Ese supremacismo racista y machista ha trascendido los tiempos y los discursos ideológicos y se ha manifestado de forma análoga en la manigua redentora, en la república de progresistas constituciones o en la auto titulada revolución de los humildes.
Baste señalar que medio siglo de poder no le alcanza a los gobernantes cubanos para reconocer a José Antonio Aponte como el verdadero precursor de la independencia de Cuba y América, mientras prodigan los más altos honores al matrimonio Teurbe Tolón, creadores de la hoy bandera nacional, a pesar de sus posiciones abiertamente anexionistas.
Al abordar el complejo tema de las relaciones interraciales en la república y los sucesos alrededor de la existencia y masacre del Partido Independiente de Color (PIC), los autores hacen gala de profundo desconocimiento de la esencia y los detalles de episodios trascendentales de nuestra historia.
Por ejemplo, confunden los avances y espacios sociales alcanzados por los cubanos negros con enorme esfuerzo con el concepto de integración racial, llaman “altibajos” a las exclusiones e injusticias que sufrieron los afrodescendientes una vez instaurada la república, al ser convertidos en ciudadanos de tercera y cuarta categoría los que más sangre y sacrificio aportaron al logro de la independencia.
En cuanto al PIC los autores afirman: “A la luz de esa verdad, la táctica de crear un movimiento integrado por negros y mulatos, y centrado en las reivindicaciones que éstos pudieran tener en tanto que tales, sólo puede ser calificada como torpe y obtusa, y constituye una enseñanza que debe ser tomada en cuenta para que no sea repetida”.
Un siglo después del genocidio de miembros del PIC y ciudadanos inocentes que por cierto, en su momento, ningún alma gemela sobreviviente de la guerra de independencia se dignó a condenar en más de mes y medio de matanza, los autores no se han enterado que el PIC contaba en sus filas con cubanos de todos los colores de piel y que su programa político contaba con demandas y propuestas para todos los cubanos sin distinción.
Desconocen los autores que ese programa político del PIC es reconocido por ser el más progresista de su época y contentivo de muchas reivindicaciones expuestas tres décadas antes de la Constitución del 40 y cuatro del llamado programa del Moncada. Muchas de las propuestas del mencionado programa político fueron adoptadas por partidos progresistas del continente muchos años después y hoy conservan total vigencia en la estratificada y desigual sociedad cubana.
El gobierno cubano se abstiene de reconocer y difundir la propuesta política del PIC porque estaría obligado a admitir que cuarenta años antes que Fidel Castro los Independientes de Color señalaron los principales problemas sociales del país, además de poner atención a las desventajas e injusticias que sufrían los afrodescendientes, tema del cual el máximo líder no dice una palabra en su alegato “La historia me absolverá”.
Los autores, al hacer referencia a la enmienda Morúa -que prohibía la existencia de partidos de una sola raza-, utilizada como pretexto para ilegalizar y diezmar al PIC, pierden de vista que tal vez el verdadero error de los líderes del PIC -quienes fácilmente podían haber desarmado la argumentación de la enmienda colocando en posiciones visibles a los miembros blancos del partido- fue confiar demasiado en el presidente José Miguel Gómez, quien era por cierto su compañero y correligionario de mil batallas militares y políticas.
A todas luces, en el corazón del presidente Gómez -otra alma gemela y traidora- más que la lealtad a los hermanos de lucha, con los que podía haber negociado, pesó el temor que infundía a esa casta hegemónica, que excluía no solo a los cubanos negros, el mérito histórico, el prestigio y las potencialidades políticas de los líderes del PIC que por cierto los autores no parecen conocer.
“La historia de Cuba tiene que ser veraz y crítica… No es irreverencia decir la verdad. Si los reformistas (1862-1868) y los autonomistas (1878-1895) fueron racistas, ¿por qué no escribirlo? Si la revolución de 1868 no liquidó el trabajo forzado hasta 1871, ¿por qué decir que Céspedes decretó en la Damajagua la abolición de la esclavitud? Si muchos próceres del 68, como Céspedes, Agramonte, Cisneros Betancourt, etc., se manifestaron por la incorporación de Cuba a los Estados Unidos, en los primeros tiempos de la revolución, ¿por qué afirmar que la revolución del 68 era un movimiento que buscaba desde el mismo 10 de octubre, la independencia absoluta como meta única y exclusiva? /…/ Este libro denuncia la tradición aristocrática, negrera y anexionista, pero también existe una tradición popular, igualitaria y anti anexionista, que es la que debe servir de ejemplo a las generaciones actuales. Es la tradición revolucionaria de Martí, Gómez y Maceo. En el ideario de esos muertos deben abrevar los que hoy, como ellos ayer buscan para la patria un porvenir de justicia social de igualdad, y de absoluta independencia”.
Esas ideas, vertidas por Raúl Cepero Bonilla en el prólogo del libro “Azúcar y abolición” allá por 1959 y que conservan total vigencia, tocan a fondo uno de los principales vicios y carencias que padecemos a la hora de redimensionar la mentalidad y la estructura de la Cuba que debe ser. Desde la sociedad civil independiente debemos demostrar la capacidad de despojarnos de los tabúes y esquemas que tanto han lastrado a favor de mezquinos intereses la percepción de nosotros mismos.
Comenzar a dejar de ver a los cubanos afrodescendientes solo como víctimas, culpables o beneficiarios eventuales del paternalismo de ese inveterado supremacismo hegemonista para acercarnos de manera consecuente y equilibrada a la verdad histórica ya plenamente demostrada, puede y debe ser una contribución capital a la construcción de la por tanto tiempo soñada Cuba de la igualdad y la justicia, para las almas en el cielo y para los cuerpos en la tierra.
Leonardo Calvo Cárdenas
Magnífico.
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