Por Alejandro Tur Valladares
Una de las experiencias humanas que nos infunde más respeto es la muerte. Tal vez por ello, la mayoría se toma muy en serio dejar en buenos términos su tránsito al reino de Hades.
Y aunque la modernidad haya acabado con supersticiosas prácticas mortuorias, como aquélla de colocar una moneda debajo de la lengua del difunto, para pagarle al viejo barquero Caronte su viaje hasta el mundo de los muertos, a través del lago Estigia, al menos seguimos empeñados en recrear, por medio de imágenes, íconos u objetos, muchas de aquellas leyendas que describen la “vida” después de la muerte.
Ahora bien, asistir a la muerte de un cementerio no es algo que se aprecie todos los días.
La moribunda necrópolis a que me refiero está enclavada en el lado noroeste de la ciudad de Cienfuegos, justo en el corazón de Reina, barrio del que ha adoptado el nombre. Su inauguración se remonta al año 1839, veinte años después de fundada la villa Fernandina de Jagua, hoy ciudad de Cienfuegos.
Ciento setenta y tres años después, la erosión causada por los elementos de la naturaleza, la depredación e insensibilidad del hombre, y la falta de mantenimiento, tienen en estado de agonía a una de las joyas culturales más importantes de la provincia.
Tiempos hubo en que se pensó que la suerte del cementerio cambiaría, fundamentalmente allá por los años 80, pues, gracias a la gestión de un pequeño grupo de intelectuales locales, fue nombrado Monumento Nacional. Sin embargo, ni eso lo ayudó.
Durante la primera etapa posterior al nombramiento, el gobierno destinó cierta cantidad de recursos para el remozamiento del vetusto lugar. Pero la morosidad en la realización de las obras, el desvío de los recursos, el paso de algún que otro ciclón, la falta de presupuesto, la focalización de los funcionarios hacía asuntos que consideraron de mayor importancia, resultaron en décadas perdidas, durante las cuales hemos visto como el recinto ha ido cambiando su aspecto, hasta parecer una ciudad bombardeada.
Mármoles de lápidas, bóvedas y panteones partidos casi en su totalidad, tumbas hundidas o anegadas en agua, rejas oxidadas en un grado muy avanzado… El rico tesoro escultórico, orgullo justificado del lugar, se encuentra en peligro de extinción.
Por doquiera se ven ángeles con alas rotas, desmembrados o decapitados. Ni siquiera la famosa escultura La Bella Durmiente ha escapado del general deterioro, y ya han debido retocarle partes de su estilizado cuerpo, por los daños sufridos.
El cuadro que hoy se observa es el mismo al que asistí cinco años atrás, cuando visité por vez primera el lugar. Entonces ya había dado comienzo la reparación de la Capilla, y eran repelladas algunas de las paredes donde se encuentran los nichos. Parece como si el tiempo no hubiese transcurrido: al revisitar el lugar, me encuentro con que los trabajos de remodelación están en el mismo punto de ejecución en que los dejé.
Este cementerio es muy viejo, quizás uno de los más antiguos de Cuba, de los que aún existen. Su tesoro escultórico se está perdiendo. Aquí yacen los restos de los hijos ilustres que fundaron la ciudad y sirvieron en su sostenimiento y posterior desarrollo.
En un lugar no precisado de sus terrenos yacen los restos de insignes revolucionarios de las contiendas libertarias de 1868 y1895, entre ellos, el general de brigada Henry Reeves (El inglesito), el general Higinio Esquerra Rodríguez, el presbítero Francisco Esquembre Guzmán, fusilado por bendecir una bandera cubana de los insurrectos, o el teniente José Acebedo Quintana, español que peleó en las filas cubanas.
Tal vez sea preciso promover una campaña nacional que permita educar a las actuales generaciones en el amor y respeto por su historia, e involucrar a todos los cubanos de bien en el rescate de lugares como éste. Yo no tengo poder real, ni solución alguna, ni riquezas que donar. Solo me queda el consuelo de aportar unas líneas, a manera de SOS, con la esperanza de que otros se me unan:
“SALVEMOS AL CEMENTERIO DE REINA, QUE SE NOS MUERE”.
Cubanet, 6 de marzo de 2012
Foto: Alejandro Tur Valladares
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