Por Frank Correa
El 20 de febrero de 2012 acaba de engrosar la lista de fechas históricas de Jaimanitas, poblado costero a 25 kilómetros al oeste del centro La Habana. Ese día falleció uno de sus personajes más emblemáticos: el Bola, creador del negocio de la venta de calandracas.
El Bola murió como vivió, sacando lombrices del fondo del río. Tenía 83 años y vivía solo en su casucha de la ribera izquierda del río Jaimanitas, en el Callejón de San Felipe, conocido también como 'el callejón de los perros'. A pesar de su avanzada edad, se mantenía activo, propiciándose el sustento con un comercio que él mismo ideó y que hoy cuenta con numerosos seguidores.
Muy conocido, desde Varadero hasta los confines de Pinar del Río, a este héroe de la lucha cotidiana en estos tiempos, se le veía todos los días con su careta y el snorkel, sumergido durante horas, arrancando de las rocas del fondo los tubos de coral que guardan la calandraca, una carnada muy codiciada por los pescadores del malecón habanero.
Ñico el Noble, Pascual el Fiñe, Joaquinito, Pepe, Macuto y otro centenar de jaimanitenses que hoy sobreviven y dan sustento a sus familias con la extracción y venta de calandraca, acompañaron al “maestro” hasta su última morada, en el Cementerio Colón, agradeciendo de esa forma sus enseñanzas en un oficio que ya constituye una tradición en el pueblo.
Al Bola la muerte lo sorprendió en el río, como debía ser, temprano en la mañana, aunque le dio tiempo de llegar a la orilla y ahí morir, con el fleje en una mano y varios tubos de calandracas en la otra. Sin embargo, el cadáver no fue levantado por la policía hasta el anochecer, cuando llegaron por fin los de Medicina Legal.
Según contó Ñico durante el velorio, “todo ese tiempo el Bola estuvo tirado como un perro en la orilla. Al mediodía comenzó a llover y los amigos lo tapamos con un saco de yute y cartones que encontramos en los alrededores del río. Por la boca le entraban y salían insectos, las lombrices comenzaron a comérselo mucho antes de que lo enterraran”.
Cuando la comitiva regresó de la necrópolis y se reunió en casa de Pejediente a rememorar el suceso, Ñico preguntó si existía alguna manera de avisarle al Sordo, a Chea y a Papín, que viven en Miami y eran discípulos del Bola en el negocio de la venta de calandracas. Y también a Picúa, que vive en Tampa, a Nelsito, radicado en Nueva Jersey, y a los jimaguas Sapito y Yoandrys, en Orlando, Florida.
Pero nadie supo contestar cómo hacerles llegar la noticia de la partida del hombre que inventó uno de los oficios autóctonos de Jaimanitas, un pueblo conocido y visitado diariamente por centenares de pescadores de todos los rincones de La Habana, en busca de calandracas, la mejor de todas las carnadas para la pesca de orilla.
Cubanet, 6 de marzo de 2012
Foto del río Jaimanitas tomada de esta web.
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