Google
 

viernes, 19 de octubre de 2018

Costura y chocolate



En 1958, los estudiantes de los niveles superiores declararon una huelga general. Duró un año. Junto con otros alumnos de la Escuela Profesional de Comercio de La Habana, me sumé a la huelga.

Durante mis estudios primarios, había asistido a una escuela gratuita de inglés y al terminar, por mis buenas notas, fui seleccionada para formarme como profesora de inglés en los Estados Unidos. Pero rechacé la beca.

Tenía 16 años y no me apetecía irme a estudiar a Estados Unidos ni a ningún otro país. Me sentía muy a gusto en Cuba. Mi padre se molestó. Aunque era comunista, quería que hubiera aceptado la beca.

En esa época, los militantes del Partido Socialista Popular no tenían esa fobia hacia los americanos. Pertenecía a una familia pobre y la oportunidad de estudiar gratuitamente en los Estados Unidos mi padre la veía como eso, una oportunidad.

En mi caso, el hecho de haber sido hija única nunca fue un atenuante. En 1958 mi padre estuvo de acuerdo con que me sumara a la huelga estudiantil, pero me dijo: "Nananina, no te vas a quedar un año en la casa sin hacer nada, oyendo radio y leyendo".

Y habló con su hermana Cuca, modista de alta costura, quien en su casa de 21 entre E y F, Vedado, daba clases por el método de María Teresa Bello. Y todo el año 1958 me lo pasé aprendiendo a coser con mi tía Cuca.

Las clases de corte y costura eran tres veces por semana. Mi padre solo me podía dar 0,20 centavos para ir y venir en guagua. El pasaje valía 0,06 centavos y con dos centavos más podía sacar una transferencia (boleto para continuar viaje en otra ruta).

A cuadra y media de mi casa, en San Joaquín y Monte, había una parada donde me servían dos rutas hacia el Vedado: la 10, que llegaba hasta el Cementerio de Colón y paraba en 23 y F, o el M-7, un autobús de la marca Leyland que por su color blanco los habaneros le decían "la enfermera".

Más cerca de la casa, en Monte y Fernandina, podía coger la 2, que también llegaba hasta el cementerio, y unas cuadras más abajo, en la calle Cristina, me servía la ruta 9, que iba desde Luyanó hasta Buenavista, en Marianao. La heladería Coppelia no existía: en el lugar quedaba el hospital Reina Mercedes. Enfrente estaban construyendo el Havana Hilton (actual Habana Libre).

Una vez al mes, cuando salía la revista Vanidades, iba y venía a pie. Con los 20 centavos ahorrados me compraba la revista, que eso costaba. Desde mi casa, a dos cuadras de la Esquina de Tejas, hasta la de mi tía Cuba, en 21 y F, habrían tres o cuatro kilómetros, distancia "normal" en aquellos tiempos. Además de zapatos cómodos, las calles y aceras invitaban a caminar, no como ahora, con tantos baches y huecos.

A mi padre nunca le gustó verme ociosa. Cuando llegaban las vacaciones, como no teníamos dinero para ir a la playa ni a pasear a ninguna parte, pagaba un peso al mes para que asistiera a la "escuelita de las maestricas".

Así les decían los vecinos a dos buenas maestras, solteronas, a tres puertas de nuestro edificio, en Romay entre Monte y Zequeira. A mí me encantaba, porque no había que usar uniforme.

Ese tipo de escuelitas veraniegas existían por toda la isla. Muchos maestros aprovechaban el receso escolar para embolsillarse 20 o 30 pesos mensuales, dando clases durante los tres meses que duraban las vacaciones de verano.

Pero lo que más me gustaba eran las Semanas del Niño, una vez al año. Nos llevaban a visitar fábricas cercanas y nos regalaban o brindaban lo que allí se producía. En mi barrio, El Pilar, íbamos a Sabatés, una de las principales firmas productoras de detergente y jabón; a la embotelladora Canada Dry y a la fábrica de confituras La Estrella.

Nuestro periplo infantil terminaba en La Española, ya desaparecida, en Infanta y Estévez. Han pasado más de sesenta años y aún recuerdo el delicioso olor a cocoa. Entonces, cualquier cubano podía prepararse una taza de leche de vaca con una tabletica rayada de chocolate La Española.

Tania Quintero

Foto: Quienes no sabían coser, en cualquiera de las tiendas Ten Cents que habían en La Habana, por muy poco dinero se podía comprar un molde o patrón Simplicity, como el de la foto, tomada de Chantilly Dreams.

No hay comentarios:

Publicar un comentario