¿Intentó la Unión Soviética dar un golpe de estado al gobierno revolucionario cubano? Tal vez no uno sino dos.
La historia comienza con el Partido Socialista Popular (PSP), que era el PC de Cuba al triunfo de la Revolución. De una membresía heroica, disciplinada y virtuosa, con varios militantes cuyos nombres merecen ser recordados, fue una organización que -anclada a su acatamiento a la URSS- nunca logró anotarse un punto de nivel histórico.
Cuando su propio fundador, Mella, realizó la huelga de hambre en la cárcel, el partido lo sancionó por usar un método de lucha no marxista; sin tener en cuenta que el suceso por lo menos provocó que ese otro gran pingú, Villena, acuñara el mejor mote posible para el dictador: el Asno con Garras.
En 1933 los comunistas al principio se opusieron a la insurrección popular que derrocó a Machado. Más tarde le llevaron la contraria al Gobierno de los Cien Días y a su ministro del interior Guiteras, socialista por cuenta propia. En 1938 -siempre atendiendo a los designios de Moscú- los del PSP hacen alianza con Batista, que desde su más tierna infancia había sido un redomado hijo de la gran puta y en cuyo prontuario ya exhibía orgulloso la muerte de Guiteras.
En 1953 al mismísimo Quientusabe, por asaltar el Moncada, llegan a tildarlo de aventurero golpista, y eso que había sido en cumplimiento de una orden de José Martí. Por suerte luego se produce un paulatino acercamiento de los comunistas al M-26-7, aunque es solo en febrero del 58 que el partido decide alzar a varios de sus militantes.
1959. Triunfa la Revolución. A partir de cierto momento, el PSP comienza a ubicar a los suyos en posiciones claves, incluso en los cuerpos armados, relegando a probados combatientes bajo el pretexto de que estos no poseían un alto nivel político; en otras palabras: porque no eran marxistas. Jorge Ricardo Masetti, gente del Ché y fundador de Prensa Latina, renuncia en abril del 61 a la dirección de esa agencia, debido en primer lugar a su afán por participar en la lucha armada, pero además resentido por las componendas estalinistas. Al que luego desaparecería en la selva argentina intentando crear un foco guerrillero, los prosoviéticos difícilmente le perdonaban faltas como tener de corresponsal en Nueva York, a un tal Gabriel García Márquez, que aunque no escribía mal no era un hombre de partido.
En julio de 1961 las tres principales agrupaciones que habían luchado contra la tiranía (M-26-7, PSP y Directorio Revolucionario) se unen en las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), a la cual algunos miembros del PSP encabezados por su secretario de organización, Aníbal Escalante, pretenden imponer el estalinismo. Más materialistas que Marx llegan a censurar a un mártir, José Antonio Echeverría, cuando en el mismo acto de conmemoración a su muerte, al leer su testamento político, omiten dos oraciones con el fin de brincarse una referencia a Dios. En inmediata respuesta a la afrenta, un caballo enfurecido toma el podio y les propina un cocotazo público que hasta a mí me dolió, y yo no había nacido. Era 13 de marzo de 1962.
Dos semanas más tarde, ahora en comparecencia televisiva, el máximo líder vuelve a la carga. Tal como acostumbraba, antes de hablar entrega su pistola, se sienta, acomoda los micrófonos y coloca los huevos sobre la mesa. Su exposición contra los que denominó “sectaristas” es tan contundente, que del tiro Escalante sale con el rabo entre las patas hacia la meca de su religión, la Unión Soviética, donde permanecería dos años. Si ese largo viaje lo hizo pensando que eso no se iba a quedar así, tenía razón.
Hacia el mismo país y, si cabe, con mayor premura, sale pitando también el embajador ruso Serguei Kudriavtzev, agente KGB que en sus ratos libres se dedicaba a satisfacer su afición por la diplomacia. Cuentan que sin que le dieran tiempo a hacer las maletas, una poderosa tropa cubana lo levantó en peso y lo montó en un avión, no se sabe si un IL-18 o un TU-104, pero de que iba pálido, iba pálido.
Luego del regreso de Aníbal, el gobierno lo pone a dirigir alguna granja que a nadie le importaba. En el año 1965 finalmente se constituye el PCC, hijo del Partido Unido de la Revolución Socialista (PURSC) y nieto de las ORI. Algunos exintegrantes del PSP, de nuevo nucleados por el inquieto protagonista de esta historia, han retomado la aspiración de dominar la política del país.
Y llega el 28 de enero de 1968, uno de esos raros días en que vale la pena leerse las nacionales del Granma: hay explote. La versión oficial es dada en forma de varios documentos aparecidos en ese periódico. Comienza anunciándose que el comité central (CC) hubo de reunirse durante tres jornadas para analizar las actividades “contra el Partido y la Revolución” de Aníbal Escalante y compañía, ahora bautizados como los “microfraccionarios”. En la mañana siguiente aparece un informe leído por el Chino ante el CC. Luego se publica la intervención de Carlos Rafael Rodríguez, y más tarde le corresponde el turno al fiscal del consejo de guerra.
¿En qué andaban los tales microfraccionarios? Parece que es demasiado pronto para conocer toda la información. Entre los que comparecieron en el CC se encontraba nuestro máximo líder, pero su discurso –del que se sabe duró, como mínimo, 11 horas– continúa siendo secreto. Mes y pico después, el 13 de marzo, él mismo se encargó de admitir que algunos de estos hechos, específicamente los que “tienen que ver con las relaciones entre Estados”, permanecerían ocultos hasta nuevo aviso. Más abajo, en noble afán por consolar a los curiosos, añadía “esperamos, sin embargo, que no transcurran 150 años sin que alguien pueda tener la oportunidad de leer algunos de esos documentos”. Así pues, estamos en tiempo. De todas maneras ninguno de los tres estados implícitamente aludidos existe en la actualidad. Estos serían -y ya se verá por qué lo sugiero- la URSS, Checoslovaquia y la RDA.
Si nos guiamos por lo que sí fue publicado, la Microfracción se oponía a nuestra independencia de Moscú. Dicha autonomía consistía, entre otras cosas, en esporádicos reproches de Quientusabe a los países del campo socialista, por ejemplo a causa del apoyo de estas naciones a los gobiernos “oligarcas” de Chile y de Brasil. La amistad entre La Habana y los soviéticos no marchaba bien desde que al final de la Crisis de Octubre, estos habían transado con los yanquis dejándonos colgando de la brocha.
Los microfraccionarios -al igual que los rusos- estaban en contra de la ayuda cubana a movimientos armados en América Latina, y naturalmente, veían en el Ché a uno de sus principales adversarios. Se lamentaban, además, de que el signo predominante en la Revolución fuera, según ellos, “pequeño burgués”, dado el origen de sus líderes. En lo referido a política interior, eran partidarios de los estímulos materiales en detrimento de los morales. Por último, la Microfracción manejaba un reproche bastante singular hacia el gobierno y era que este intentaba distanciarse de la URSS para aliarse con… ¡Francia!
Siendo estas las críticas y pretensiones de los microfraccionarios ¿cuáles fueron, entretanto, sus actos? ¿Eran en realidad conspiradores? En algo andaban. Algunas de sus diligencias las hacían a la cara y otras a escondidas. Imprimieron su documentico bobo proveniente de PCs latinoamericanos desafectos al PC cubano, e intentaron reclutar a exmilitantes del PSP, miembros del partido, e incluso a integrantes del comité central.
Claramente estaban jugando, no ya con la cadena sino con el propio mono, tan susceptible en estos lares. Eran los años en que Cuba se alistaba para la famosa zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar de 1970, concebida para apuntalar la heterodoxa “vía cubana” de construcción simultánea del socialismo y el comunismo. De acuerdo con Aníbal Escalante, el incumplimiento de esa imposible meta azucarera, nos conduciría a un descalabro económico del cual solo lograríamos recuperarnos entrando por completo en la órbita rusa. Algunos microfraccionarios llegaron a elucubrar el pérfido plan –que no sé si realizaron– de sugerirle a la URSS que propiciara ese desastre mediante un recorte de suministros a la isla. Fue notorio también que buscaron la forma de hacerle saber a los líderes soviéticos, la disposición anibalista de servirles como cabeza de playa en Cuba.
Mas, hasta donde se sabe, la principal táctica de la Microfracción parece haber consistido en hablar mierda. Se citaban en la granja de Aníbal, se tomaban unos rones, se jamaban unos puerquitos con tostones y yuca, y parece que en una de esas alguno pegó un tarro. Pero lo que más se hacía allí, insisto, era hablar basura. Criticaban al gobierno y ensalzaban a Escalante. Luego era que si Mao, que si la dialéctica… Y así esperaban de manera más bien cómoda, la ocurrencia de esa grave crisis que forzaría a nuestros gobernantes a rectificar su línea, ceder el poder, o al menos compartirlo con los microfraccionarios.
Leyendo los papiros oficiales de la época, llama la atención del lector moderno cómo nadie se toma mucho trabajo en tirar cada una de las actividades imputadas, contra un código penal mediante el cual acusar de tal o más cual delito concreto. El propio fiscal de guerra, sin mencionar ningún artículo o ley, invirtió unas 7 mil palabras cargadas hacia lo politiquideológico, es decir tabacosas, dirigidas en lo fundamental a mostrar su inconformidad con las ideas anibalistas. Para luego, como quien de pronto recuerda haber dejado algo en la candela, concluir apresurado que: “la actividad desplegada se enmarca dentro de lo tipificado en los artículos 128-135 (A)-157 del Código de Defensa Social tal y como fue modificado por la Ley 425 de 1959, así como en el Artículo 11 de esta Ley”. Punto.
Fueron tiempos en que hablar porquería era lo suficientemente grave como para no tener que profundizar en determinados tecnicismos. Sin ir más lejos, no habían pasado dos meses cuando comienza la “Ofensiva Revolucionaria” del 68. Esa vez el máximo líder la emprende contra los pequeños negocios privados, y uno de sus argumentos más recurridos es precisamente la “baja integración política” de los propietarios. Fue aquel nublado día de marzo en que preguntó “¿vamos a hacer socialismo o vamos a hacer timbiriches?”, mientras la multitud reunida frente a la escalinata lo aplaudía a rabiar. Esos aplausos legitimaban tales dislates.
Julito, El estornudo, 31 de agosto de 2016.
Foto: Aníbal Escalante (sentado con espejuelos) revisa con Vicente Martínez, entonces jefe de redación del periódico Hoy, la edición correspondiente al 1 de mayo de 1945. Esta foto fue tomada del blog Moscú Sevillano, pero la foto original fue hecha por el fotógrafo Ed Clark para la revista Life.
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