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jueves, 14 de julio de 2016

Historia de un paria (IV y final)



En 2012, a Farah la invitaron unos turistas griegos al hotel Habana Libre para filmar una película pornográfica que luego se distribuiría en internet. Durante tres días de filmación, Farah visitaba el hotel en las madrugadas para penetrar a seis hombres y seis mujeres, todos juntos en una misma habitación.

Farah no es muy buena con los detalles, y hay que preguntarle treinta veces para que termine de hacer un cuento. Su coherencia existe solo dentro de su propia fantasía. Es difícil sacarle datos precisos, fechas exactas. Anécdotas estrictamente confiables. Como si su vida fuera una loca fábula, y no interesara realmente cuándo sucedió esto o aquello, o como si fuera demasiado excesivo para haber ocurrido en la vida real.

-Me pidieron hacerles sexo oral a todos, y uno de los días de filmación hicimos una pirámide, unos subidos arriba de los otros. No lo hice por prostitución. No me prostituyo como el resto de las travestis.

Los extravagantes griegos le pagaron alrededor de doscientos dólares.

En otra ocasión, la llevaron a las montañas de la Sierra Maestra, el escenario de la lucha armada contra Batista antes de 1959, para rodar otro filme pornográfico con tres chicas y dos hombres.

-Yo entraba a la orgía vestida de cabaretera.

Por lo demás (y como cada vez que cuenta algo) hay pocos detalles. En resumen: no conserva ni llegó a ver ninguna de esas películas. Pueden haber sucedido o no. En teoría, todas están colgadas en internet, y hay que pagar por verlas.

Las pertenencias más preciadas de Farah son sus pelucas, sus vestidos viejos y sus propias fotos: la huella documental de su carrera, que han ido dejando fotógrafos y periodistas extranjeros a través de los años: parando el transporte público, en una rara especie de glamour; encaramada en una cerca; dándole declaraciones a un micrófono de Telesur y saludando a su fanaticada en los carnavales de La Habana, que no son carnavales hasta que ella llega.

En otra foto, se ve a Farah agarrada de la mano de Mariela Castro, directora del CENESEX e hija del presidente, durante la primera Jornada contra la Homofobia en Cuba, en mayo de 2008.

-Mariela Castro esperó a que yo llegara para comenzar la marcha del Orgullo Gay. Me dijo: “Dale para que desfiles al lado mío”. Muy divina y fabulosa ella. Cuando se acabó la marcha, me dio un paquetico con cien dólares: “Aquí tienes tu regalo”.

Elio Medina tiene una teoría interesante. Y según esta teoría, a Farah la protege algo sobrenatural.

-No es normal que siga viva con todas las cosas que le han pasado, dice.

En cuestiones de fe, Farah sigue el patrón de la conveniencia. Si los Testigos de Jehová están haciendo donaciones, ella se convierte en seguidora de los Testigos de Jehová. Si los Adventistas del Séptimo Día le regalan un folleto que explica las evidencias históricas de que Jesús existió, puede que se haga seguidora suya. Si tiene la soga al cuello, le pide a Elio que interceda por ella ante Oggún o Elegguá y se encomienda entonces a las deidades de la religión yoruba.

En un mismo año le dieron dos puñaladas (fue en los 2000, pero no recuerda con exactitud la fecha y nadie cercano a ella la recuerda tampoco). La primera en una reyerta en un bar de la calle Águila, de donde salió con un punzón clavado en la barriga. Los cirujanos tuvieron que abrirla como un cerdo para comprobar que el arma no le había dañado ningún órgano.

La segunda puñalada tiene varias versiones. Según Farah, fue un tajo accidental, en otra reyerta de jóvenes homófobos que la habían emprendido a cuchilladas contra los homosexuales reunidos en el Parque de la Fraternidad. Según Elio Medina, estaba ella en el Barrio Chino, y la cortaron por interceder en una pelea. Según Isabel Pulido, el tajo se lo hizo un hombre con el que ella se había propasado.

Cualquiera que sea la real, todas las versiones terminan en la misma escena: Farah, con el filo de un machete hundido en el cuello. Farah engavetada en la morgue del hospital de emergencias de Carlos III. La dieron por muerta. En la funeraria de la calle Zanja, sus vecinos y amigos (nunca sus familiares), esperaban el cadáver con el local lleno de coronas hechas de empalagosos gladiolos, envueltas en bandas de papel que decían cosas como “Descansa en paz, Farah”.

Al llegar al hospital con el cuello abierto, Farah sufre catalepsia (un padecimiento que la acompañará toda su vida) y que consiste en la pérdida temporal de los signos vitales, a un punto tal que los médicos asumen el fallecimiento del paciente.

Investigaciones científicas como la publicada en el British Journal of Medicine en 1876 definen a la catalepsia como un “episodio neurológico asociado a pacientes que sufren de esquizofrenia, histeria y hasta melancolía”. El relato de Edgar Allan Poe El entierro prematuro (The Premature Burial), reseña aparentes casos de catalepsia de personas que fueron enterradas vivas.

Engavetada en la morgue, Farah yacía con una etiqueta amarrada al dedo gordo del pie. La etiqueta decía Raúl Pulido Peñalver. Como la cordura de Farah existe fundamentalmente dentro de su propia imaginación, historias como esta hay que corroborarlas.

Elio Medina no deja mentir a su amiga:

-La funeraria estaba repleta de gente. Ella apareció con un vendaje en el cuello, con el suero en la mano y vestida con una bata de hospital. Cuando llegó, la gente empezó a gritar, a desmayarse.

Ella lo cuenta mucho mejor:

-La frialdad de las neveras me despertó. Armé una bulla tan grande que vinieron a sacarme. Se formó tremendo corre-corre. Me dijeron que en la funeraria de Zanja estaban esperando mi cadáver. Me tiré un trapo por arriba y me escapé. Salí a la calle y un muchacho me llevó en bicitaxi hasta la funeraria. Llegué y empecé a gritar: Yo no estoy muerta. ¿Qué cosa es esto? Arranqué las coronas de las paredes y las tiré para el piso. Después me volvieron a llevar para el hospital.

Algunos aseguran que el médico que la sacó de la morgue estuvo varios años bajo tratamiento siquiátrico.

Alguien que no haya vivido en La Habana podría pensar que el barrio ha asumido a Farah con naturalidad, que los vecinos son amables, que todo el mundo la quiere, y ciertamente Farah no hace más que salir del solar y todo el que se cruza con ella le grita frases que ella valora mucho como: ¡Eres la única!, ¡Estás espléndida hoy!

En cambio, alguien que conozca medianamente cómo funcionan las cosas en estos barrios, sabe que a Farah se le quiere, pero a cierta distancia, desde el otro lado de la acera, desde allá arriba en el balcón. Como se quiere a los leprosos, con ese indulgente cariño. Esa repugnante hipocresía. Los vecinos más cercanos, eso sí, perdonan sus excesos y la ayudan en la medida de lo posible para personas que ya tienen suficiente con el peso de sus propias miserias.

La última vez que Farah se cruzó con su padre, había ido al edificio de la calle San Nicolás a visitar algunos vecinos.

-Me dijo: ¿Tú qué haces aquí? Le respondí que él no era el dueño del edificio. Fue muy malo. Ahora está enfermo con problemas de la presión o del corazón. No sé. Paso por delante de él y es como si no existiera. Legalmente tengo derecho a esa casa, pero no quiero saber nada de ella.

-¿Qué harías si tu padre necesitara de ti en algún momento?

Farah mueve la cabeza para decir que NO, sin tener que abrir la boca.

-Cuando a mí me dieron las puñaladas y por poco me muero, él nunca fue a verme. Con él no tengo sentimientos.

El martes primero de marzo, al mediodía, suena el teléfono de Teresa, en la calle Lagunas del barrio San Leopoldo. Alguien descuelga.

-Hola Teresa, Farah me dio este número en caso de que necesitara localizarla. ¿Sería posible hablar con ella?

-Farah está ingresada desde el doce de enero en el Sanatorio del SIDA, en Santiago de las Vegas.

Martes, primero de marzo de 2016. Primera visita.

Farah quiere atentar contra su vida. Promete que esta noche la encontrarán muerta, con un cóctel de pastillas en el estómago.

Una enfermera (con ese condescendiente trato que aprenden a desarrollar en un sitio donde los pacientes están cruzados por la irreversible fatalidad), le dice a Farah en una indulgente broma que no se suicide hoy, que hoy es su guardia y no quiere complicaciones.

Desde que en 2009 la diagnosticaron como positiva al VIH, nunca había necesitado más que un par de dosis diarias de Nevirapina, Lamivudina y Tenofovir, para seguir bailando en la calle y luchando los pesos.

El epidemiólogo que la atiende desde hace ocho años, el doctor Rolando Valdez Cruz, se impresiona de las pocas recaídas que ha tenido su paciente respecto a la vida que lleva, y a la que debería llevar quien sufre de una retrovirosis crónica.

-Se ha mantenido compensada por años y, sin embargo, sus rutinas tanto de vida como de alimentación no son las adecuadas. Ella sale a la calle y se salta los turnos de desayuno, almuerzo o comida. Los pacientes con esta condición deberían tener al menos seis comidas al día y no andar trasnochando, porque todo esto puede inmunodeprimirlos.

Teresa, que lleva más de diez años asomándose al balcón para saber si Farah tiene qué comer, cuenta: "A veces se pone a llorar. Dice que está enferma, que se siente decaída. Pero resulta que se ha pasado el día sin desayunar ni almorzar ni merendar. El dinero que hace no lo gasta en alimentarse. Lo gasta en ropa, en una peluca. En boberías".

Elio Medina expresa: "Con el VIH ella no se cuida. No toma los medicamentos a su hora, no se alimenta bien. Con una cajita de comida de una cafetería ya se conforma.

Farah evita hablar del asunto. Para ella, mientras menos piense en eso, tanto mejor. En 2009 se sometió a los exámenes después de una larga temporada sin subir de peso, padeciendo de frecuentes vómitos, fiebres y cuadros diarreicos. Desde el diagnóstico, muchos le achacan una presunta indiferencia ante la enfermedad.

La primera vez de Farah en el Sanatorio de Los Cocos es precisamente en una etapa de escasez. Cuando las cuotas de comida son demasiado magras para pacientes que necesitan una alimentación reforzada. Cuando la gestión interna y la administración fallan en sus tareas esenciales.

-Llegué aquí con doce cuc (pesos convertibles) de mi lucha, pero ya no tengo un quilo. La comida es un sancocho y he tenido que gastarlo todo comiendo pan y refresco en una cafetería particular que hay allá afuera. No me puedo quedar mucho tiempo aquí, porque mi vida es otra cosa. Esto no tiene nada que ver conmigo y yo necesito salir a luchar mi dinero.

La prolongada estancia de Farah en el Sanatorio, sin embargo, se debe más a su mala cabeza que a su condición de salud. Ingresó voluntariamente para hacerse un chequeo más o menos rutinario. La ubicaron en una habitación compartida con un paciente de veintiséis años cundido de sarna noruega y casi cuarenta diluciones (dil) de sífilis. Farah se enamoró del paciente, se enredó con él, se contagió de sífilis. Y lo que pudo haber sido una visita de rutina al médico se convirtió en una estancia de casi tres meses bajo observación e inyecciones de penicilina.

-Empecé a tener una fiebre muy alta y a convulsionar. Sabía que algo no estaba bien. Menos mal que empezaron a ponerme el tratamiento rápido. Él no me habló claro. Pero a un gustazo, un trancazo. ¿No es verdad?

-¿Y lo dejaste?

-No. Seguimos juntos. Ayer se lo llevaron a un pabellón de aislamiento, y como no me dejaban verlo planté con los médicos. Fui a visitarlo y, ¿sabes lo que me dijo?: “Tú me gustas mucho, pero yo todavía no estoy enamorado de ti”.

Farah luce más descuidada que nunca. No usa maquillaje. Excepto en los momentos en los que habla del muchacho, se ve mustia y acorralada, con el rostro constantemente cruzado por expresiones de escepticismo. En el cuarto en que la ubicaron pasa el día observando sus propias fotos, que trajo de su casa y colgó en las paredes. El resto del tiempo se le va conversando con otros pacientes o mirando en un televisor pequeño la novela mexicana Barreras de Amor.

Actualmente en Cuba hay más de veinte mil pacientes vivos diagnosticados con el virus del SIDA, y más de tres mil fallecidos. En el Sanatorio de Santiago de las Vegas, el más grande de los tres que quedan en la Isla (los dos restantes se localizan en las provincias de Sancti Spíritus y Holguín), casi todos los internos están bajo tratamientos que no pueden recibir en hospitales comunes, o se quedaron a vegetar ahí por falta de una casa a donde regresar o de familiares que quieran responder por ellos.

Farah no tiene una familia que cuide de ella. Lleva más de dos meses ingresada y ninguno de sus hermanos ha hecho una sola llamada telefónica. Pero Farah sí tiene una casa. Más que una casa, tiene una carrera. Ella no llegó hasta aquí en la vida para tener un vulgar fin en semejante olvidado hospital. Ella es una artista y tiene un público, y ese público está en la calle. Ese público debe extrañarla.

Viernes, once de marzo de 2016. Segunda visita.

Farah recibió una llamada de Teresa y tuvo que salir de pase el fin de semana anterior, de sábado a martes. Amed, uno de sus ex, conservaba la llave de la casa y, al enterarse de que ella estaba ingresada en el Sanatorio, se tomó la libertad de alquilarla a un grupo de homosexuales que tuvieron por unos días el barrio revuelto.

-Cuando llegué a la casa aquello era un prostíbulo. Amed tenía metidos allí a una pila de homosexuales, que hacían el sexo el día entero y gritaban. Un vecino fue a llamarles la atención, y lo amenazaron con tirarle agua hirviendo. Al final llamamos a la policía y los pudimos sacar.

Farah evacuó sus pocos efectos personales y los guardó con los vecinos porque Amed, a falta de algo valioso que robarse, le había vendido dos maniquíes que ella tenía de adorno en la sala. Después de ponerle un candado a la puerta y clausurarla con un par de listones de madera, ingresó nuevamente en el Sanatorio el martes ocho.

De vuelta al encierro y a la depresión. Mientras estuvo de pase, conoció a otro muchacho en la Habana Vieja.

-Tengo mucha suerte con los hombres. El fin de semana barrí. Me encontré con tremendo mulato y él me pidió mi dirección. Le dije que estaba presa, y había salido de pase. “Estoy presa porque agredí a un tipo y le metí un cuchillo”, le dije. Tú sabes que yo soy ocurrente.

En un pequeño paseo por el Sanatorio, les informa a varios pacientes con los que ha hecho empatía que vinieron a verla de la calle. "La que es dura, es dura", les dice.

Martes, quince de marzo de 2016. Tercera visita.

Hastiada de nuevo. Asegura que su vida es en la calle, bailando. Que está harta, que ya terminaron de ponerle la penicilina y la sífilis cedió.

-Llené dos maletines con todas mis cosas y me voy hoy mismo por la noche. A mi pareja me lo llevo para mi casa. Nos vamos juntos de este lugar horrible.

Una semana después de tenerlo viviendo en la casa, el veinteañero que la contagió de sífilis en el Sanatorio comienza a rechazar las caricias de Farah. En este punto de su vida, tan cansada de mendigar cariño, no insiste. Se harta de él, le recoge los bártulos y lo echa a la calle.

-A fin de cuentas me puedo dar el lujo de escoger, porque la artista soy yo.

En marzo de 2016 las principales fobias de Farah siguen siendo las alturas y la soledad. Tuvo un perro llamado Miseria, un perro fiel que murió bajo las ruedas de algún camión. Miseria fue sustituido por Canelo, igual de famélico, porque Farah quiere tenerlos de compañía, pero raramente les da un plato de comida.

-Tienen que aprender a luchar en la calle. Si yo lo hago, cómo no lo van a hacer ellos.

En marzo de 2016 Farah pesa cincuenta kilos repartidos en un cuerpo que sobrepasa el metro ochenta. Flaca y larga como un palo de escoba. Arácnida. Un lunar falso tatuado entre las cejas.

En la boca, solo dos dientes son suyos: dos cascos medio prietos aferrados a la mandíbula de abajo. En la de arriba, las piezas alineadas y falsas de una prótesis. En su fantasía de glamour y estrellato, una diva con solo dos dientes no deja de ser una diva.

Jorge Carrasco
El estornudo, 25 de abril de 2015.
Foto de Farah hecha por Almudena Toral.

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