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lunes, 21 de marzo de 2016

Martirio, la dama de las gafas oscuras


Que se sepa, María Isabel Quiñones (Huelva, 1954), alias Martirio, es una buena anfitriona. El periodista recuerda visitas a mansiones de superestrellas donde debió implorar un simple vaso de agua. Pero Martirio ha preparado una delicada merienda: té, café y los mejores pasteles de Belém que se pueden encontrar en Madrid. Como todos los cantantes que viajan mucho, Martirio se ha convertido en una verdadera gourmet, con especialidad en dulces.

“Vivo sola, así que me permito caprichos”, explica. Su piso madrileño funciona como una especie de Casa de Contratación de las Indias: un punto esencial del tráfico de canciones entre dos continentes. Aquí recalan los mejores discos que se hacen en España y en América Latina, que Martirio alienta y promociona en las dos direcciones. Por ejemplo, hoy explica que Feeling Marta, de la cubana Gema Corredera, está entre lo mejor de 2015. “Son los boleros filin de mi admirada Marta Valdés”.

Puede que Martirio está haciendo más por la hispanidad (musical) que muchas instituciones de nombres rimbombantes. Aquí prepara minuciosamente Cantes rodados, el programa quincenal que se escucha a través de Radio Gladys Palmera. “Eso me conecta con mis padres: ellos trabajaban en el cuadro de actores de la radio. En los años cincuenta y sesenta, la gente no estaba esclavizada por las pantallas; si tenían inquietudes artísticas, se juntaban con otras personas y montaban lo que fuera, obras de teatro o zarzuelas. Por amor al arte, nunca mejor dicho”.

Déjenme meter aquí la cuña publicitaria: a ella no se le da bien la autopromoción. Universal ha publicado 30 años, un estuche panorámico de los que, ay, ya no se hacen: 30 canciones de diversas discográficas más un espléndido documental en DVD de José Sánchez-Montes, y cuya presentación estaba prevista para el 28 de enero en el Circo Price de Madrid, con invitados como Kiko Veneno, Javier Ruibal y Miguel Poveda. Se me ocurre que el estuche retrata perfectamente los 30 años de carrera de la Martirio artista, pero en la sombra queda Maribel Quiñones.

Lo que sabemos de la joven Maribel sugiere el perfil de una mujer apasionada: “Me casé con 19 años y tuve a Raúl (Rodríguez, hoy celebrado guitarrista). Dejé la Universidad y me lancé a trabajar de auxiliar en una clínica. Sentía un impulso creativo muy grande, había estudiado guitarra, pero no tenía dedos ágiles. Y terminé en Jarcha, un grupo esencialmente coral”.

Junto al repertorio andalucista, Jarcha también reflejaba las ansias políticas del posfranquismo, en canciones como Libertad sin ira. Para Maribel, fue un verdadero aprendizaje: “Jarcha actuaba ante públicos grandes, pero todos trabajábamos en el montaje, el circuito era muy primitivo. Aparte, aprendí a musicar poemas, a actualizar canciones populares”.

Y entonces apareció Kiko Veneno. En 1977 había publicado el primer disco de Veneno, pero nadie lo entendió. Padre de familia con necesidades urgentes, Kiko se retiró a Conil de la Frontera, donde llevaba un bar en la playa: “No era un chiringuito cualquiera, allí se hacía música y yo me sentí entusiasmada. Imagínate que estás de veraneo y descubres que quien te sirve la cervecita es algo así como el Bob Dylan andaluz. Kiko tenía nuevas canciones, las que salieron en Seré mecánico por ti, y necesitaba una corista para su grupo”.

Maribel asegura que ha sido muy afortunada: siempre ha encontrado colaboradores para llevar adelante sus visiones. “Yo intentaba convencer a Kiko de que teníamos un tesoro muy grande en la copla, que se podía aproximar al rock. Él estaba más por el flamenco, pero terminó probando. Primero, hicimos Estoy mala, una adaptación de Quintero, León y Quiroga; luego, nos atrevimos con canciones totalmente nuevas. Yo estaba arrebatada, sentía una creatividad que salía en canciones o en vestimentas o en lo que fuera necesario”.

El personaje de Martirio era revolucionario: alguien que se situaba en la vida anodina de tantas amas de casa, pero que manifestaba su insatisfacción, a un paso de la rebelión. “Si lo cuentas así, parece que estaba premeditado, y allí no había nada de marketing. Inicialmente, lo que hacía era jugar: salir en un grupo de rock, pero con mantillas y peinetas alucinantes. Aunque iba travestida de folclórica, el mensaje era muy real. ¿Es que las maris no tienen sentimientos? Resulta que sí. En mis conciertos se jartan de reír y llorar. Luego me dicen: ‘Lo que tú has cantado yo lo he vivido’. Me callo pero pienso: ‘Igual yo lo viví antes’. He sufrido mucho por amor, pero también sé lo que es gozar”.

Después de tratar con compañías que insistían en manipular sus ideas, Martirio encontró al productor de sus sueños: Mario Pacheco, que sacó su primer disco (1986) en su propio sello, Nuevos Medios, y eso facilitó que luego saltara a una multinacional. “Mario era un entusiasta. Me llevaba a Francia y allí no entendían mis letras, pero flipaban con mi imagen; salía en portadas, como representante de una España sin complejos. En realidad, yo era muy tímida, pero me ponía aquella ropa y, zas, como si me dieran superpoderes”.

Los años desfilan mientras damos cuenta de la merienda. Pasamos fugaz revista a sus trabajos en cine, teatro y televisión, acelerando hacia su siguiente salto mortal. “Me encerré con el pianista Chano Domínguez en su garaje de El Puerto de Santa María. Llevaba tiempo con un runrún en la cabeza: la sospecha de que las mejores coplas eran el equivalente a los standards de Cole Porter, de Gershwin. Hicimos la prueba y las coplas empezaron a tomar formas esplendorosas. Muchas en jazz, algunas en blues, aquella en plan kabarett berlinés. Conservo recuerdos vivísimos de aquellos días: hacía muchísimo frío, solo teníamos una estufa de butano, pero no podíamos dejarlo. Ahí también apareció el productor providencial, Borja Casani, que nos sacó el disco-libro en El Europeo”.

Luego llegó el (re)descubrimiento de América. Como todos los que crecieron en la España anterior a los Beatles, Maribel había interiorizado tangos, boleros, rancheras, “lo que sonaba en la radio, los discos que había en las casas. Otro asunto era demostrar que aquello se podía personalizar. El genio de los flamencos fue demostrar que esas canciones sudamericanas, como se decía entonces, eran adaptables por rumba o por bulerías. Cuando empecé a viajar a América, me traje cantidad de discos. Fui distinguiendo a los principales autores, vi que tenían un repertorio que era aún mejor que el que conocíamos aquí. Y me decidí a cantarlas, pero en lento, sin forzarlas”.

Esos viajes fueron transformadores. “Allí no puedes ir con aires de conquistador, vas a aprender. En cada país, yo hago al menos una canción suya. Y lo aceptan si ven que hay cariño, respeto, profundidad, trabajo. Aparte, siempre he cantado para las mujeres…, bueno, y para los hombres sensibles. En América descubrí una tradición de compositoras de primera línea: Marta Valdés, Consuelo Velázquez, María Grever, Chabuca Granda. Por no hablar de las intérpretes: Soledad Bravo, Mercedes Sosa, mi querida Chavela Vargas. Para mí, América es hembra y canta con el corazón”.

Para los que tengan memoria corta conviene recordar que esto ocurría años antes de que El Cigala publicara su Lágrimas negras. En este viaje a la semilla cubana fue fundamental conocer a Compay Segundo. Que no era exactamente el viejito bondadoso de leyenda: “No, Compay tenía su punto de orgullo, de orgullo legítimo. Era exigente y no toleraba tonterías. Fue emocionante que aceptara cantar conmigo y que luego me llevara como invitada a muchos lugares, incluyendo el Olympia de París. Como hombre, tenía peligro. Con 90 años, todavía se ofrecía a toda mujer que se le ponía por delante”.

Reflexiona Martirio que siempre ha conectado bien con los veteranos. “Cuando comencé con el repertorio americano, me llamaban los autores, me invitaban a visitarlos cuando pasaba por su país, se sentían agradecidísimos de que rescatara unas canciones que entonces no estaban de moda. Fíjate, les encantaban tanto los arreglos como mis trajes”. Martirio se siente totalmente responsable de su look: “Ahora puedo recurrir a Elena Benarroch y a otras diseñadoras, pero me sigue encantando dibujar mis modelos, entrar en las tiendas a buscar telas, todo eso. En realidad, no he dejado de ser una curranta”.

E insiste en detallar las maravillas de los músicos, técnicos, artesanos que la han acompañado en estos 30 años: “Los equipos de trabajo se montan de dos maneras: poniendo dinero encima de la mesa o haciendo amistades. Yo estoy muy satisfecha de haber formado una familia extensa, donde todos nos entendemos. Viajamos juntos, comemos juntos, nos alojamos en los mismos hoteles. En la vida tienes que ir con amor, sin dar cuartel al rencor”.

Hay un favorito, es cierto. A Martirio le resplandece la cara cuando habla de su hijo Raúl, Raúl Rodríguez. “Actúa conmigo desde 1994, pero de forma intermitente, ha mantenido sus propios proyectos, desde Caraoscura a Son de la Frontera. Está haciendo unas investigaciones muy profundas sobre las músicas ibéricas y la relación con el Caribe. De momento, ya ha metido el tres cubano entre los instrumentos flamencos. En marzo se va a Nueva York para hacer conciertos mano a mano con Jackson Browne. Aquí igual no se entera nadie, pero va a ser un músico muy importante”.

Diego A.Manrique
El País, 22 de enero de 2016.

Video: Si te contara, bolero del cubano Félix Reina. Una de las doce canciones del disco Martirio Primavera en Nueva York (Calle 54 Records, 2006).

Ver: Actuación de Martirio, en La Habana en mayo de 2004. También leer La Folclórica pop-punk.

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