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miércoles, 20 de enero de 2016

Un microbrigadista llamado Pomar



Hola, Tania:

Interesante la biografía de Ángel Moya Acosta, pero más interesante todavía es el detalle de que lo hayan mandado a cumplir sentencia a Guantánamo. Quiere decir que no era espía. No obstante, sobre todo en su caso, un joven de la calle sin maldad política como Zapata Tamayo, la filia retroprogre combinada con la influencia corruptora del entorno disidencial, puede haber hecho los usuales estragos en su integridad moral. Tal vez no, pero es evidente que su mujer ha sucumbido al andancio endémico...

Por cierto, entre 1977 y 1980 trabajé como microbrigadista en la ECOA 8 de Alamar, donde me gané el actual apartamento de mis hijos en la Zona 13 con el sudor de mi frente y, sobre todo, la astucia de mi frente para evitar las diez horas diarias de lunes a sábado. Aproximadamente al año de laborar a pie de obra como mezclero, "inventé mi maquinaria": el oasis caliente, pero salvador de la impermeabilización de techos.

En ese giro, bajo la dirección de mi jefe oriental Manfugás, viejo chévere que ya tenía su apartamento y se desquitaba del rigor disciplinario haciendo lo que le daba la gana (lo suyo era dirigir las operaciones en calidad de técnico), asumí el mando de la caldera de alquitrán. Nunca me quemé porque preferí el calor del traje a correr riesgos respetando las normas de protección al pie de la letra.

O sea, lucía como un samurai con armadura, mandil, guantes y careta. Oficio peligroso debido al peligro de explosión o quemadura de tercer grado con chapapote en la azotea pero, aparte de la brisa y vista del mar lejos de los ojos de los inspectores, ofrecía ventajas de lo más apreciables:

(1) Cuando no faltaban los bloques de papel alquitranado, faltaban los rollos de folio de aluminio o, en su defecto, la gravilla o los escobillones para untar el chapapote caliente.O bien, el combustible para la caldera. Incluso los cinco ayudantes por haber sido enviada la brigada a otras labores.

(2) El trabajo completo duraba normalmente unos 5 días, tras los cuales Manfugás solicitaba el camión para el traslado de la caldera y la grúa Cato para bajarla de la azotea terminada y subirla a la siguiente, solía suceder lo siguiente: cuando aparecía el camión, no llegaba la grúa. O viceversa. No siendo rara la ausencia de ambos.

(3) Cuando algún chaparrón mojaba el techo, había que esperar a que se volviera a secar. Entretanto, transcurrían los días conmigo holgazaneando o traduciendo a destajo para el Instituo Cubano del Libro (en el apartamento del quinto piso donde se guardaban los materiales, que cuando se terciaba también usaba clandestinamente a guisa de posada) y el jefe esperando tranquilamente en su casa a que yo fuese a avisarle.

(4) Puesto en cada edificio el personal de la brigada en cuestión --cuyo jefe se esmeraba en tratarnos a cuerpo de rey con tal de evitar futuras goteras-- pertenecía al sindicato de tabacaleros, matarifes, hoteleros, destiladores, transportistas, etc, resulta que una semana comparíamos almuerzo para turistas con ellos; la otra nos obsequiaban con sendos gruesos mazos de habanos selectos; la sigueinte con un paquete de picadillo del matadero de Luyanó, la de más arriba con un par de botellas de ron, y así sucesivamente. Y lo mejor eran los "conectos" de largo plazo con los tabaqueros -después algunos me seguían localizando para venderme puros torcidos a mano a precio de socios- y sobre todo los hoteleros: trabé fructífera amistad, por ejemplo, con uno de los maîtres del Hotel Nacional, que me colaba de contrabando por una noche en alguna habitación vacante.

(5) En ese vacilón estaba cuando, de golpe y porrazo, a tenor del Sistema de Dirección y Planificación de la Economía del CAME, entró en vigor aquella ley o decreto que establecía el pago de primas por condiciones anormales de trabajo.Tres de ellas nos correspondían. De modo que, al final de cada mes, junto con los magros 163 pesos devengados como traductor en el MINBAS, recibía otro con similar cantidad por concepto de peligrosidad, nocividad y altura. No me venía nada mal la paga adicional: junto con el sueldo básico y los honorarios de las traduciones a destajo para el Instituto Cubano del Libro, redondeaban una bonita suma.

En fin, como solíamos bromear el viejo Manfugás y yo, ésas eran "las ventajas del socialismo". Menudeaban también los momentos jocosos. Como este, para cerrar con broche yoruba este relato sobre las microbrigadas de Máximo Andión: a fin de que el chapapote estuviese a punto de cochura, el Abicú debía estar en su puesto de trabajo en la azotea una hora antes del inicio de la jornada. Pues, bien, resulta que unos días más tarde estaba previsto celebrar la temible asamblea de reparto de viviendas, en la que los microbrigadistas no tenían nada seguro porque siempre sobraban necesitados y faltaban apartamentos.

Hete aquí que, sentado ya de cara al litoral en el pretil para fumarme el primer habano de la mañana mientras se caldeaba la caldera, a lo lejos veo acercarse entre los matorrales, más de media hora antes del campanazo, a un asere mestizo, enjuto como un güin con su mano de Orula y su amasijo de collares de santería aomando por el cuello de la camisa. Venía "sigiliao", ojeando a diestra y siniestra, delante y detrás, abajo y arriba, para cerciorarse de que no había pitirres en el alambre. Instintivamente, me incliné hacia el lado contrario para no proyectar siluetas detatoras con el sol tan bajo en el horizonte. De pronto, ¡ehhh, qué estará haciendo Lázarito encorvado con tanto misterio en esa esquina del edificio?

Criado durante años en Cárdenas por mi abuela materna, en cuya casa había un cuarto entero para los altares yorubas, no tardé mucho en descifrar sus intenciones. En efecto, tomando de nuevo las mismas precauciones de la llegada, Lazarito avanzó liviano hasta el siguiente canto y repitió el ritual. Habiéndolo seguido por arriba, esta vez pillé bien lo ya maliado: con la mano derecha extrajo de uno de los bolsillos traseros una bolsita azul, zafó la atadura, se vertió el polvoriento contenido sobre la palma abierta de la mano derecha, infló el pecho de paloma, se inclinó para tomar impulso y, con la máxima fuerza de sus pulmones de fumador empedernido, sopló aquel polvo mágico contra el segundo ángulo.

Completada la cuarta maniobra, se alejaba del sitio frotándose las manos cuando un grito desde lo alto ("¡Vaya, Lazaribio...!") se le clavó entre los omóplatos, dejándolo tieso y lívido como un difunto en rigor mortis. Contuve el aliento y la risa hasta que, con los ojos desorbitados de espanto giró como pudo sobre sus talones y divisó allá arriba al militante del Partido que era mi Alter Ego:

-"¡Despreocúpate, consorte, que ahora sí no hay quien te tumbe el gao!" Y solté una carcajada tan larga y estruendosa que todavía debe de estar resonando en aquel paraje. Despavorido, el pobre aprendiz de brujo subió a trancos la escalera y, en menos de lo que yo tardé en descontorsionarme, levantó la tapa de acceso a la azotea y casi se arodilla ante el guasón:

-¡Por su madrecita sa-santa, Po-pomar (era medio gago y fañoso, pero un tipo de rompe y raja)... Y perdone Uuusté (todavía no me tuteaba) que se la mencione... ¡Pe-pe-pero si Usted se va de lengua, por la pura le juro (levanta el índice en señal de advertencia), co-coño que yo lo coso a Usté mismo a pu-puñaladas...!

Ya el horno de la caldera ardía sobre la azotea del próximo edificio en la Siberia alamareña cuando, al verlo acercarse al edificio desde la carretera, supe por el mero modo de caminar, sobre todo por el gesto de la mano derecha alzada con un pequeño objeto brillante entre índice y pulgar, que Lázaro y su familia al fin eran felices. Me traía dos preciosa cajas selladas de charutos Sancho Panza, cada uno con sus correspondientes vitolas: "Del buti, de exportación", exclamó. "Coño, ya hacia rato que me lo sospechaba: ¡además de gusano, ladrón!"

Resumiendo, fue una velada feliz y bulliciosa con lechón asado y rumba de cajón. Espléndido como soy, correspondí al gesto asistiendo a la inauración dominical del flamante apartamento prefabricado con un caja de cerveza Hatuey y dos botellas de ron Añejo 7 Años. Y no me despedí tambaleante en el umbral sin antes sacar del maletín de las maravillas uno de cuatro relucientes llavines de cuatro pines, provenientes del almacén de la ECOA 8, para asegurar la puerta de la nueva morada de mi amigo como manda el Hermes criollo...

-Ah, sí... -trato de ponerme serio porque tampoco era para menos. Conque además de insinuar que soy un chivato, me amenazas de muerte. Pues no faltaba más....

-No, no, pe-perdone el a-caloramiento. Ahora ve-veo --empieza calmarse-- que Usté es u-un hombre y los hombres co-como Usté no chivatean. Lo que pasa es que ya yo voy para cinco años en esta lu-lucha.Como Usté bien sabe, en el primer reeeparto hace dos años me, me fui en blanco. Mire, yo no soy más que un pobre pa-padre de familia inculto, yyyy ya lle-llevo cinco años en esta lucha.

-Sí, sí, ya me aprendí ese cuento memoria: "con mujer, tres hijos chiquitos y una suegra inválida en un cuartucho de solar pegado a los inodoros" y demás calamidades. Sin contar la querida, claro, a la que no hay que mantener, pero sí estimular de vez en cuando. Lo único que te sobran son los tabacos: si me sobornas con humo como a tu Elegguá, te juro que seré una tumba...

Jorge A. Pomar
Colonia, 26 de mayo de 2010.

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