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viernes, 29 de enero de 2016

Freddy anda por las calles


“Hacía tiempo que algo no me conmovía así y comencé a sonreírme en alta voz, porque acababa de reconocer la canción, a reírme, a soltar carcajadas porque era Noche de ronda y pensé, Agustín (Lara) no has inventado nada, no has compuesto nada, esta mujer está inventando tu canción ahora: ven mañana y recógela y cópiala y ponla a tu nombre de nuevo: Noche de ronda está naciendo esta noche”.
Guillermo Cabrera Infante en Tres Tristes Tigres.

Nadie repara en su imagen actual. No figura en ninguna de las rutas formales que llevan a los turistas de manera empecinada a lugares diversos y recurrentes de la ciudad. No hay siquiera un aviso, una alerta, un llamado de atención, un anuncio… Acaso no se mantuvo en pie el farol debajo del cual seguía cantando cuando las puertas del bar, muy cerca del amanecer, comenzaban a cerrarse invitándola a abandonar el lugar. Pocos recuerdan que se trata de uno de esos sitios en la capital, que existieron para identificarse hasta la eternidad con una figura excelsa, famosa, o popular.

Desde hace décadas, convertido hoy en un inverosímil ente burocrático, la imagen del bar Celeste, en la esquina de Infanta y Humboldt, dejó de ser la misma de aquellos años, cuando ella llegaba y comenzaba a entonar con su voz andrógina un bolero, una canción, un standart de jazz hasta el cansancio, sin más acompañamiento que su angustioso desenfado, sólo a cambio de que unos tragos le permitieran abrir las compuertas para que saliera aquel torrente imparable de sentimientos.

Probablemente, nunca pretendió mucho más con su voz de contralto increíble, que cantar como confesión catártica a los trasnochadores que quisieran escucharle en aquel bar, convertido sin permiso de nadie en su refugio personal; o quizás cantar sólo para conjurar, desde la más auténtica humildad, los temores y los dolores que, parece ser, nunca la abandonaría, como luego alcanzara a adivinar con veracidad, pero sin demasiada información antecedente, Ela O’Farrill en su canción homenaje.

En 1959 aquel recinto se iba haciendo habitual para músicos, bailarines, cantantes, quienes lo frecuentaban al concluír los espectáculos donde trabajaban en los muchos clubes y cabarets que singularizaban la zona de El Vedado. Allí comían, bebían y descargaban… hasta que aquella mujer negra y descomunal, que hacía su abarcadora aparición pasadas las diez de la noche, se fue convirtiendo en la razón de la afluencia creciente de noctámbulos hacia la esquina atípica de Infanta y Humboldt. Su dueño, Enrique Fernández, nunca supo a cuánto ascendieron sus deudas, pero al parecer transó por considerarlas saldadas con aquel canto visceral y único de Freddy.

Desde que descubrí sus grabaciones, me dejo perseguir por esa imposible voz femenina cuando canta The Man I Love; me contagia la tristeza ostensible de su Noche de Ronda, y pienso cada vez en ella, en su destino triste y en su vida frugal y breve en demasía, con el consuelo probable de que, al menos, fue feliz en la transitoriedad de las ovaciones que noche a noche la despedían adorándola, desde el bar Celeste, hasta la candilejas del Casino de Capri.

Escuchando una y otra vez esas doce canciones, siempre conjeturo acerca de qué gran tesoro habría quedado en cintas magnetofónicas, si Freddy hubiera alcanzado a grabar todos los títulos que el anecdotario y la memoria ajena le adjudicaron como intérprete en aquellas noches: No te empeñes más; I love Paris, Stormy Weather, Anoche aprendí, Cada vez más, Nocturnal, Añorado encuentro, Yo tengo un pecado nuevo, Nosotros… Y me pregunto cómo pudo demostrar tal refinamiento y buen gusto al elegir de modo espontáneo lo que iba a cantar. Es indudable que su referente inicial tenía que ser únicamente lo que escuchaba a través de la radio, en medio de las labores que le aseguraban su frugal sustento.

Esas canciones se escuchaban en el Celeste, de su propia voz, cualquier día de aquel tremendo 1959. Los astros se alinearon para que un día venturoso de ese año Marta Valdés reparara en aquella extraordinaria voz de contralto y asumiera como compromiso consigo misma convocar a todos los posibles e imposibles a escuchar y conocer a aquella revelación de voz grave, profunda. Acerca del papel que jugó la Valdés en el descubrimiento de Freddy y de lo mucho que hizo para intentar encauzar aquel talento natural y desbordante, no digo más, no podría hacerlo mejor que ella misma, así que recomiendo de modo absoluto, la lectura de Freddy la cantante, su invaluable testimonio en su libro Palabras.

También los astros favorecieron a Freddy para que el abogado y criminalista Carlos Manuel Palma, conocedor e influyente como pocos en el mundo del espectáculo, fundador y dueño de la popular revista Show y morador de un apartamento en los altos del bar Celeste, también descubriera su potencial genuino, y en un trance premonitorio se decidiera a escribir en su propia revista: “Del servicio doméstico surge una bolerista que ha de ser célebre. Se llama Freddy García y pesa nada menos que 220 libras. Su rostro parece una luna llena color sepia. ¡Pero cómo canta boleros esta voluminosa mujer! La escuchamos en el bar Celeste, junto a integrantes del Cuarteto “Los Riveros” y el bailarín Arnaldo Silva y nos quedamos estupefactos. Hizo una creación de “Cada vez más” de René Touzet. Siguió en sus interpretaciones, con un estilo tan original, tan único, tan distinto, que su poder creador nos permitió a todos vaticinarle un porvenir triunfal, un futuro sin inquietudes. Sus días en el servicio doméstico naturalmente que están contados, porque cuando cualquier empresa la lance habrá enseguida que programarla en televisión, en radio, la harán cantante favorita y las compañías disqueras se disputarán sus grabaciones".

Muchos comenzaron a recalar en el Celeste, atraídos por el canto de aquella sirena de voluminosa ternura, pues de algún modo, sabían que algo importante se estaba gestando allí. Pero, sin dudas, Humberto Anido, el mago descubridor que se estrenaba como productor del Casino de Capri, fue quien tomó los mayores riesgos, convencido de estar ante un diamante en bruto y de que su promoción a los escenarios sería “un escándalo mucho más grande de lo que se piensa”. Convenció a la empresa que gestionaba el cabaret, a través de su manager Marvin Krause, para incluírla en el próximo show que ya se ensayaba.

Así, ya oficialmente rebautizada como Freddy, con sólo 24 años, en septiembre de 1959 Fredesvinda (¿o Fredelina?) García haría su debut profesional en el espectáculo Pimienta y Sal, una producción del propio Anido con coreografías de Ceferino Barrios, y en los créditos principales la vedette Raquel Mata, Rolo Martínez, Isidro Cámara, Kary Russi, la pareja de bailes Mitsuko y Roberto y el Cuarteto de Faxas. Freddy tuvo la fortuna de montar las canciones que interpretaría bajo la guía de Rafael Somavilla, uno de los grandes pianistas, arreglistas y directores orquestales de Cuba, y quien entonces dirigía la orquesta del Casino de Capri. Suerte de angel guardián, Humberto Anido apostó sin reservas por aquella voz que no tenía el respaldo seguro de una belleza moldeada en la esbeltez de un cuerpo, o en un rostro fascinante. Freddy era un amasijo de potencia vocal, expresión palpable y sentimiento en estado puro, transmutado en una capacidad inusual de comunicación e inducción al éxtasis del disfrute. Los titulares de los principales medios subrayaban la conmoción que el fenómeno Freddy ocasionaba en el público del afamado cabaret. Comienzan a llamarle “la Ella Fitzgerald cubana”.

En su columna en el diario Revolución, la compositora Marta Valdés, complacida de su hallazgo, llamaba también la atención de los lectores, suscribiendo el éxito que estaba conquistando la nueva revelación: “No podemos contentarnos con valorar el suyo como uno más de los números que componen la nueva producción del Capri. Hay que dar crédito a la increíble Freddy como voz y como realidad en la pista. Por primera vez en mucho tiempo, una figura -y nuestra- ha puesto de pie al público de un cabaret, levantando aplausos de teatro.” Aunque su popularidad en ese momento se limitaba a los que frecuentaban estos sitios -que no eran, ni con mucho, la mayoría- , pero comenzaban a correr la voz.

Carlos M. Palma, en su afán de destacar los valores de la cantante y el impacto que ya causaba a pocos meses de su aparición en el mundo del espectáculo, la declara Mujer del Año en el recuento anual realizado por la revista Show al finalizar 1959. La producción Pimienta y Sal continuó triunfante en la cartelera del Casino de Capri, aunque en enero de 1960, a casi cuatro meses de su estreno, Anido decidió renovar el elenco, pero a los únicos que mantuvo fue a Rolo Martínez y a Freddy, quien ya arrasaba con sus personalísimas versiones de El hombre que yo amé, y Noche de Ronda, acompañada por una orquesta también renovada, ahora dirigida por otra grande y olvidada batuta: Rafael Ortega.

En abril, el escenario del Capri exhibía una nueva producción de Anido: Ajiaco a la francesa, donde también la diva de la voz grave centraba un elenco de estrellas: los cantantes Manolo Torriente, Luis Donald, Raúl D’Mesa; la vedette Nelly Castell, el Cuarteto Rendón, Teresita Ferrán, y los bailarines Clarita Castillo y Néstor Vichot. Freddy impactaba cada noche con sus personalísimas recreaciones de Stormy Weather (Harold Arlen y Ted Koehler), I Love Paris (Cole Porter) y Anoche aprendí (René Touzet). Tanta fama nocturna llevó también a Freddy a las pantallas de la televisión cubana, donde hizo su aparición en el programa Jueves de Partagás, del Canal 6, se dice que compartiendo cartel con Benny Moré y Celia Cruz. El popular programa Casino de la Alegría -en horario estelar- la presentaría el 16 de marzo de ese mismo año, junto Alba Marina, Los Rivero, la Orquesta Sensación y al cantante panameño Tony Moro, quien era popular en La Habana por aquellos días. Por desgracia, los kinescopios de esos programas parece que no sobrevivieron para llegar a nuestros días y confirmar estas afirmaciones.

En abril del 60, la carrera de Freddy llegaba a otro momento lógico: Jesús Goris, dueño del sello Puchito, la contrata para grabar un vinilo de larga duración (LP), con el respaldo de la orquesta de Humberto Suárez, que serían, en definitiva, las únicas grabaciones que quedarían de la cantante del bar Celeste. Como era usual entonces, a la salida del LP le antecedieron algunos discos de 45 rpm, que recogían siempre los temas de mayor impacto en el momento. En el caso de Freddy, consta que, al menos, fueron editados en formato de 45 rpm los temas El hombe que yo amé (The Man I Love) y Noche de Ronda (Puchito 521) y Bésame mucho (Consuelo Velázquez) y Tengo (Marta Valdés) (Puchito 522), aunque probablemente hubo otros. La revista Bohemia anunciaba, en su edición del 24 de abril de 1960, la salida al mercado del LP-556 del sello Puchito bajo el título Freddy, con un penoso diseño de carátula, que en nada hacía justicia a la riqueza musical que contenía.

Marta Valdés, tras el seudónimo de M. Elevé, escribiría desde su columna en el diario Revolución, para anunciarlo a los cuatro vientos: “El LP de Fredy ya salió”. En reseña con este título, la Valdés no dudó en exponer sinceramente lo que pensaba sobre el disco, el tratamiento dado a las extraordinarias condiciones interpretativas de Freddy y sus posibilidades aún sin revelar para el gran público:

“Estimamos que para ser un primer intento de sacar esta voz a la calle, el disco se ha concebido con dignidad, se nota en la elección del material el deseo de llegar a todos los gustos –tal vez con demasiada tendencia a caer en lo que pudiéramos llamar “clásicos” de la canción latina. Puede que esto, y la inclusión de melodías americanas con letras en español- de las cuales la única cuya presencia el disco está justificada, por haber sido durante mucho tiempo repertorio de Freddy es El hombre que yo amé, sea un acierto en cuanto a las posibilidades comerciales. Como tal, lo aceptamos, es un primer LP. Pero Freddy tiene una cosa 'suya' y hay que tender a desarrollarla, con un repertorio característico de ella. Por ejemplo: más justificada que Bésame mucho, habría resultado incluír Nocturnal, Cada vez más, Añorado encuentro o Yo tengo un pecado nuevo, números en los cuales esta cancionera logra una creación desde hace mucho tiempo. Y llegamos al punto preciso: lo que por una parte -como decíamos- puede resultar beneficioso a la intérprete, resulta perjudicial en el sentido de que ha tenido que atarse a las exigencias de un repertorio que no puede serle cómodo (conocemos bien su estilo) y a ciertos aspectos de los arreglos que la fuerzan en cuanto a interpretación”.

Hay, necesariamente, que coincidir con Marta Valdés cuando lamenta lo inadecuado de las orquestaciones, distantes de la altura que demandaba la entrega íntima y visceral de Freddy en cada canción, y añora piezas más acertadas en la selección de los temas, que acusa una presencia intencionada de boleros de compositores mexicanos, quizás en previsión de una posible incursión de la cantante por aquel país. Años después, convertida ya Freddy en mito incontestable, muchas han sido las valoraciones coincidentes con este criterio, y se destacan en particular las de estudiosos como el Dr. Cristóbal Díaz Ayala, desde Puerto Rico y Jairo Grijalba desde Colombia.

Mientras tanto, Freddy continuaría su nueva vida de cantante, sobre todo desde la pista del Casino de Capri. Durante los carnavales de 1960, formaría parte de un show presentado por la cerveza Cristal en una de las tarimas creadas para realizar bailables y presentar espectáculos durante los festejos. En ese show, la cantante compartió cartel con el cuarteto Los Rivero, Rolando Laserie, la pareja de bailes Anisia y Rolando, Pototo y Filomeno, Las Mulatas de Fuego, Merceditas Valdés y El Jilguero.

Resulta curiosa la coincidencia en el surgimiento y esplendor de dos fenómenos fugaces, pero míticos en la música cubana: Freddy y La Lupe; ambas con orígenes humildísimos, imagen escénica poco común y cualidades vocales extraordinarias, aunque de estilos completamente diferentes. La revolución popular que instaló una nueva realidad político-social en el país al amanecer de 1959 intentaba remover con rapidez estamentos clasistas y prejuicios sociales y raciales de toda índole, y aunque en 1960 todavía convivía con estos intentos reivindicativos una buena parte de la estructura social precedente, a ningún portero de ningún bar o cabaret se le habría ocurrido cerrarle el paso a alguien como Freddy. Por eso pudo hacer del bar Celeste el entorno ideal para su canto. Por eso nadie pudo impedir que Anido la presentara como una verdadera estrella en la pista del Casino de Capri.

Una buena parte de la joven intelectualidad habanera -poetas, escritores, periodistas, actores, actrices, bailarines-, contribuyó sobremanera a llamar la atención sobre la valía de estas dos cantantes y a que ambas conquistaran un amplio reconocimiento. Era tal la popularidad de estas dos anti-divas en el sentido estricto del término, que cuentan que los empresarios que regenteaban el Casino de Capri y el Club La Red llegaron a un acuerdo para que no coincidieran los horarios de presentación de Freddy, en el primero, y la Lupe, en el segundo.

A finales de septiembre Freddy sale a cumplir su primer contrato internacional con el empresario Hugo Romani, que la lleva a presentarse en Venezuela, en programas de Radio Caracas, en Coney Island y en el cabaret Pasapoga, junto a otros artistas cubanos en el espectáculo Carnaval Carioca, producido por el coreógrafo cubano Gustavo Roig, y donde, sin dudas, fue también la sensación del momento. De su paso por Caracas y la favorable reacción que motivó, da fe la reseña que el 22 de octubre de 1960 publicara el cronista venezolano Bernardo Viera Trejo en la revista Elite, de Caracas: “Desde hace una semana Freddy estremece a los venezolanos con su estilo limpio, original, purísimo. Por la noche, la pista del night club donde trabaja se llena con su cuerpo y el night club todo se llena con su voz redonda y sonora que se parece a ninguna. Freddy es aplaudida una vez. Y otra. Y otra más. Y canta diez y doce canciones cada noche. Entonces nadie ve el tronco de mujerota: todos ven su voz, su pureza, la ternura de sus expresiones. Una vez más, la ley de la compensación".

En octubre del mismo año ya Anido pensaba en ella para su próxima producción -Serenata Mulata-, pero no hubo una tercera vez para la anti-diva en el Casino de Capri. Freddy no regresaría a La Habana: en febrero de 1961 ya está con su manager personal Néstor Baguer, en México, como parte de un espectáculo con figuras del cabaret Tropicana, bajo la dirección de Rodney y con Julio Gutiérrez a cargo de los arreglos y la dirección musical. Se presentan inicialmente en el Teatro Lírico, pero pasan de inmediato a un sitio de mayor categoría: el cabaret Señorial, aunque al parecer, Freddy no duró mucho tiempo en este elenco, donde surgieron problemas económicos con los contratantes mexicanos, a juzgar por informaciones enviadas por Rodney a la prensa cubana.

Algunas fuentes indican que la cantante habría estado preparando o quizás grabando su segundo disco en México, bajo la producción musical de Julio Gutiérrez, pero es Marta Valdés quien nos ofrece la única prueba hallada hasta ahora de que tal hecho pudo haberse concretado o estar muy cerca de hacerse realidad: “Debe haber sido a finales de febrero o comienzos de marzo de 1961 cuando alguien puso en mis manos una carta de Julio Gutiérrez, fechada el 19 de febrero, que he conservado con verdadero celo. En ella se refiere al estreno exitoso de la producción, la noche anterior, así como al proyecto suyo y de Freddy de incluír mi canción Tú no sospechas, 'que a ella y a mí me gusta mucho' en el nuevo long-playing de la cantante que comenzaría a grabarse a la semana siguiente en aquella ciudad. Fue la última noticia que tuve acerca de ella. Si el disco se grabó, con qué sello pudo haber sido, si algunos fragmentos de la grabación yacen en un almacén de cintas magnetofónicas de México por no haber resultado interesantes para los discósofos de entonces, es un misterio". Misterio que en 54 años no ha podido ser resuelto.

Rodney, Julio Gutiérrez y los integrantes del espectáculo de Tropicana abandonan México y ponen rumbo a Miami, pero Freddy está breve tiempo en esa ciudad. Sin muchos más datos, ni otras fuentes de información, que lo publicado por Carlos Manuel Palma en su revista Show, se sabe que la compañía lidereada por Rodney “se desintegró en México, al fracasar Carlos Amador con un espectáculo importado de La Habana, le entregaron al excoreógrafo de Tropicana las riendas del cabaret El Señorial, pero con material humano de cubanos que ya estaban radicados en el país. Así las cosas, los artistas que en su origen había llevado Rodney en su compañía, quedaron varados en Miami, disgregándose el nutrido grupo tomando cada uno rumbos diferentes. Freddy no tuvo medios de defenderse en Miami, viéndose en la necesidad de dirigirse a Puerto Rico".

Según esa publicación, allí es acogida en el hogar del músico y compositor Bobby Collazo, en Santurce, en la calle Figueroa No. 656. Para muchos artistas cubanos, son meses de incertidumbres y decisiones dramáticas y hasta definitivas, en términos de vida. Según Carlos M. Palma, citando a Bobby Collazo, Freddy había dejado a su pequeña hija de 9 años al cuidado de una amiga nombrada María Sánchez, que residía en la calle San Gregorio, en el barrio habanero de El Pilar, en El Cerro. Diversas e intensas debieron ser las emociones y sentimientos que violentaron por esos años la vida de Freddy, desde que su talento nato la catapultó, de la cocina de la residencia de la familia Bengochea, al escenario del Casino de Capri, y después a triunfar en otros países.

Su corazón soportó demasiado, además del sobrepeso, las emociones enfrentadas de una alegría inmensa y frecuentes tristezas, y a pesar de que la noche anterior fue de jolgorio en una de las tertulias que animaba Collazo en su casa, le sobrevino un sorpresivo infarto y la vida abandonó su cuerpo el 31 de julio del propio 1961. La cantante boricua Myrta Silva, quien había vivido muchos años en Cuba y fue para siempre una de las voces más trascendentes de las muchas que pasaron por La Sonora Matancera, se empeñó en ayudar para que Freddy, en su final, tuviera la dignidad que merecía, decisión que apoyaron muchos artistas cubanos que entonces se encontraban en Puerto Rico.

No creo que exista en la música cubana un mito como el de Freddy, quien en escasos dieciocho meses y un puñado de doce canciones precariamente orquestadas se instaló en el imaginario musical de un país de un modo tan persistente, que su imagen y su voz se resisten a abandonarla. Su disco long playing es de esas piezas que, a pesar de su imperfección, han clasificado por años como objeto de culto para legiones de melómanos y ha mantenido esta cualidad a través del relevo en los formatos de consumo musical, desde el vinilo, al CD y luego al download y el streaming. La vida breve no le alcanzó para conquistar y disfrutar la fama, eso vino después, cuando redescubierta en esas canciones no ha parado de hacerse escuchar. Su huella marcó a hombres y mujeres de más de una generación, que la siguieron y veneraron desde el asombro todo el tiempo que les fue posible, que fue muy poco.

Uno de ellos, el eminente escritor Guillermo Cabrera Infante () fue también de los primeros en descubrirla y experimentar el impacto de su inmensidad corporal y de la ternura de aquella voz de contralto excepcional. Quizás sin proponérselo, Cabrera Infante aseguró la inmortalidad de Freddy en su novela Tres Tristes Tigres. La historia de “La Estrella Rodríguez” retrata con ingenio y dosis habituales de ironía en la literatura de su autor, la relación del fotógrafo Códac con aquella inconcebible voz, con una fuerza y un brillo de tal relevancia dentro de la narrativa de la obra, que en sí misma adquiere independencia, al punto conquistar, treinta años después, su propio camino reviviendo en la publicación de Ella cantaba boleros como historia independiente en su catálogo autoral.

Para suerte de Fredesvinda (¿o Fredelina?) García, su despegue, ascenso, triunfo y paso a la eternidad del mito llegaron casi al mismo tiempo, poco más de 50 años atrás. La imposibilidad de seguir en detalle el rastro de su vida anterior al éxito, la ausencia de datos precisos sobre su últimos días lejos de todo lo que quiso y de los que la quisieron, han alimentado la leyenda. Pero, ¡atentos! Freddy aún camina por ahí, desanda ciudades vestida de otras voces tremendas, talentos naturales también como gemas sin pulir, en cuerpos y rostros muy distantes de ser complacientes con la estética parcializada y ajena que día a día se nos trata de imponer como premisa para el triunfo.

Esas anti-divas postmodernas cantan asombrando calles que trasmutan en escenarios improvisados, teatros y sitios de la noche que se dejan estremecer por su virtuosismo empírico o académico, complaciendo a entendidos y a advenedizos, pero que son invisibles a los ojos de los empresarios cubanos del mundo musical. Tienen que venir de mucho más lejos quienes las descubren, seguros de que el riesgo mayor sería no escuchar y atender su canto virtuoso. El ideal globalizado y castrante de la imagen es sordo al talento de “La Estrella” que inmortalizó Cabrera Infante, pero no lo dude: Freddy aún camina por las calles, cantando lo mismo El Manisero que Night and Day con su voz poderosa, desenfadada, casi retadora, haciendo caso omiso a la estética de moda, porque lo que importa es cantar, siempre cantar, estremecer con su cálida ternura de diosa desbordada, y sin dudas, aunque la ignoren, el talento terminará por imponerse.

Freddy debió nacer, en 1935, y aunque la mayoría de las fuentes consultadas fijan su nacimiento en la provincia de Camagüey, la propia cantante, en entrevista realizada en Radio Progreso y publicada luego en la revista Pizarra Verde (agosto de 1960) dice: "Nací en el Cerro". Falleció en Puerto Rico, el 31 de julio de 1961, con sólo 26 años.

Después de escribir este trabajo, tuve acceso al sitio www.ancestry.com y ahí pude acceder al Registro Civil de Puerto Rico. En él hallé y consulté el Certificado de Defunción emitido por el Departamento de Salud del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, que por una serie de coincidencias se puede asegurar que está referido a nuestra Freddy.

El documento aporta datos de importancia sobre la cantante, si se tiene en cuenta que hasta ahora, al parecer, no ha sido localizado ningún documento que los proporcione: su nombre verdadero se indica como FREDELINA GARCIA. Según el mismo documento, nació en La Habana el 11 de noviembre de 1934 y sus padres fueron Justo García y Manuela Herrera, ambos de La Habana, Cuba. Consigna como su oficio "TEATRO". La hora del fallecimiento se indica a las 4pm y las causas del deceso, insuficiencia cardíaca congestiva, hipertensión y obesidad.

El documento también indica que hacía un mes que residía en Puerto Rico, que fue atendida en el Hospital de Mujeres de Santurce y su cadáver fue enterrado en el Cementerio de la Capital. Se consigna como Informante a Eugenio M. Portilla, y en la casilla "Relación con el fallecido" se indica "FUND/DIR" (probablemente Director de Funeraria, que debió ser, según el mismo documento, el Puerto Rico Memorial, de Santurce. El Certificado de Defunción está fechado un día después de su fallecimiento, el 1 de agosto de 1961, con el número 1131, registro 64. Aquí pueden ver una copia fascimilar:



GRABACIONES
  • LP Puchito 521 FREDDY. LA VOZ DEL SENTIMIENTO (Re-ediciones: USA como Adria P-50. En formato CD Antilla-50; USA Melodie 79599.2 en Francia en 1995; Big World en 1995; Música del Sol MSCD-7201 en 1998; en descarga digital en iTunes bajo el sello Antilla Records, etc).
  • The Man I Love (George Gershwin)
  • Tengo (Marta Valdés)
  • La cita (Gabriel Ruiz)
  • Noche y día (Cole Porter)
  • Vivamos hoy (Wilfredo Riquelme)
  • Freddy (Ela O'Farrill)
  • Noche de ronda (Agustín Lara)
  • Tengo que decirte (Rafael Pedraza)
  • Debí llorar (Piloto y Vera)
  • Sombras y más sombras (Humberto Suárez)
  • Gracias, mi amor (Jesús Faneity)
  • Bésame mucho (Consuelo Velázquez)
Un agradecimiento especial a Marta Valdés.

Rosa Marquetti
Desmemoriados. Historias de la música cubana
9 de noviembre de 2015.

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