Fidel Castro y José Stalin, dos de los dictadores que más coincidieron en su política, sobre todo represiva y económica, eran verdaderos enfermos al culto de la personalidad, término descrito en 1956 por Nikita Jrushchov, cuando denunció al difunto Stalin en el XX Congreso del Partido Comunista.
A Stalin le gustaba reproducirse en cuadros y estatuas. Llegó a tener 151 en la estación de Moscú. A Fidel, aunque el 26 de marzo de 1962 expresara que era enemigo del culto a su persona, que no llevaría estrellas de general, ni permitiría estatuas, aparecía constantemente en la televisión, la radio y la prensa escrita, y a consecuencia de quienes aún practican devoción por él, esto continúa en los medios de comunicación y sus fotografías ampliadas se exponen en escuelas, oficinas, edificios.
Los que alimentan el culto a Fidel, en vez de poner en una balanza los garrafales errores que ha cometido, prefieren verlo por encima de los mortales en inteligencia y sabiduría, para no perder sus privilegios.
Fidel y Stalin son famosos por sus fracasos en proyectos muy similares, provocadores del hambre y la miseria de sus pueblos.
El georgiano realizó numerosos experimentos con los cítricos en la costa del Mar Negro, se empeñó en sembrar melones durante el rudo invierno moscovita y puso en práctica planes para alterar el ciclo vital de las plantas. Por orden suya, se sembraron inmensos cordones de cultivos en tierras inapropiadas, y en 1948, por iniciativa suya, en el Kremlin se aprobó un decreto que establecía transformar la naturaleza del país.
En Cuba, Fidel se empeñaba en desecar la Ciénaga de Zapata, en convertir las aguas de la bahía de La Habana en leche, en la zafra de los diez millones, en el cordón de La Habana y en las siembras de fresas, melocotones, o la producción de faisanes, de vacas enanas.
Hasta en gustos particulares coincidieron estos dos hombres que tanto daño le han hecho a sus pueblos. Si Stalin era fanático a Iván el Terrible, el zar más cruel de Rusia, Fidel lo es de Alejandro el Grande, gran rey macedonio que conquistó el mayor imperio del mundo antiguo y creó una reputación militar que ha tenido escasos parangones a lo largo de la historia.
Entre tantas coincidencias, también puede pensarse que un Nikita Kruschov en Cuba -tal vez sea el mismo Miguel Díaz-Canel-, en un congreso, le haga un balance a Fidel Castro, que le reconozca sus crímenes, la irracionalidad con que dirigió el país que tanto daño ha ocasionado a su economía, el caos en el que hoy están envueltos los cubanos. ¿Será eso posible?
Tania Díaz Castro
Cubanet, 23 de julio de 2013.
Ver también: La misteriosa muerte de Stalin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario