Apoltronado en una butaca de cuero en el lobby del hotel Saratoga, justo en el corazón de La Habana, Arthur, periodista free lancer de Massachusetts, observa atento la bóveda acristalada que cubre parte del salón y lentamente bebe una cerveza Heineken.
De fondo, un pianista con más oficio que talento, intenta tocar con decencia el tema del filme Casablanca. Varios huéspedes navegan por internet y beben mojitos a granel.
Arthur, especialista en autos, se siente en una nube. En un español impecable y ajeno a los precios de infarto del restaurante, dice que le encanta La Habana. “Mi abuelo trabajó para la empresa ATT en los años 50. En mi casa se hablaba de Cuba como si fuera un cuento de hadas. Ayer caminé por las calles de la ciudad. Es cierto que hay muchas edificaciones ruinosas y la urbe está sucia y tiene mala pinta. Las conexiones a internet son demasiado lentas y el servicio hotelero es de regular a malo. Pero la gente con la que hablé es de cinco estrellas. La Habana es una ciudad distinta. Hasta las comidas saben diferentes”.
El reportero estadounidense quiere escribir una historia sobre el club cubano de Harley Davidson y tantea la posibilidad de comprar un Dodge Desoto de 1950 en buen estado técnico. “Era el automóvil que usaba mi abuelo en La Habana”.
Turistas como Arthur son el prototipo de turistas que están visitando la Isla. A pocos les interesan si los derechos políticos de los cubanos son coartados o no por el régimen.
Ni siquiera les llama la atención que dos hermanos gobiernen desde hace casi seis décadas. Lo suyo es disfrutar de la playa, comprar Habanos, fotografiar coches viejos y aprender a bailar salsa.
Por supuesto, los hay más sórdidos. Como algunos vejetes canadienses o españoles, que pagan un puñado de dólares por acostarse con una adolescente menor de quince años.
En un bar de la bulliciosa calle Obispo, donde los usuarios tienen que hablar a gritos, debido a la música que toca un cuarteto sonero y el escándalo de un grupo de británicos ebrios, que en una pantalla plana siguen un partido del Chelsea, dos italianos en camiseta y bermuda pactan con un proxeneta el precio final de un par de chicas.
El tipo va pasando las fotos en su móvil inteligente y los turistas asienten. En cualquier discoteca, bar o en el malecón, es muy simple y barato ligar jineteras de cuerpos esculturales.
Junior, un chulo del barrio marginal de Colón, asegura que su negocio está en alza. “El 70% de los turistas viaja a Cuba a cuadrar ‘jevitas’ o ‘pingueros’. Tengo catálogos de niñas que son verdaderos ‘mangos’ (ricura). Los precios fluctúan según el momento y la calidad de la 'pieza': entre 40 y 70 dólares. Si los americanos vienen en manada, las tarifas de las jineteras se elevarán. El gobierno no posee infraestructura suficiente para ofrecer un servicio de primera a los turistas, pero te puedo asegurar que las putas no van a faltar”.
También existen visitantes como el peruano Jean Carlos. Con una boina verde olivo calada hasta las orejas, recorre museos para empaparse de la historia de la revolución y espera viajar a Santa Clara, 300 kilómetros al este de la capital, a conocer el mausoleo del Che Guevara.
Erasmo, empleado de un hotel habanero, afirma que “son minoría los turistas interesados por nuestras condiciones de vida y nuestro extravagante sistema. Lo que más abunda son matrimonios de jubilados a quienes solo les interesa tomar sol y bañarse en el mar. Pero no faltan los puteros incorregibles, que nos ven como una Tailandia del Caribe. También te encuentras con personajes en busca de negocios serios o aventureros que prefieren las ilegalidades. Y están los nostálgicos, que todavía piensan que Cuba es un faro de rebeldía y recorren sitios de propaganda revolucionaria o pagan cien dólares por montarse en una limusina que utilizó el comandante”.
Sergi, catalán, ha visitado la Isla una docena de veces. “Me cuesta definir qué es la marca Cuba. ¿Grandes bolsones de pobreza? Puede ser, aunque nunca al nivel de Bombay o Rio de Janeiro. ¿Ron, tabacos y mulatas? Creo que es mito publicitario. El ron de Guatemala o Nicaragua ahora mismo es mucho mejor que el cubano. Y el tabaco dominicano me parece superior. Hay mulatas que están para chuparse los dedos, pero también las encuentras en Venezuela o Brasil, a precios equivalentes. En un tiempo, la marca España era su equipo de fútbol. Ahora es el jamón y la crisis económica. Me parece que la marca indeleble de Cuba es Fidel Castro".
Y mientras bebe un daiquirí con ron blanco en el Sloppy Joe's, añade: "Es que en ninguna sociedad de la era moderna dos hermanos han gobernado por tanto tiempo”. Puede que lleve razón.
Iván García
Foto: Tomada de Share America.
Que triste todo................
ResponderEliminarSenora tania:usted dice que turistas como este son los que visitan Cuba que no les importa nada relacionado con la situacion de Cuba yyyyy?????????????????????????? Y SI NO LE IMPORTA A LOS CUBANOS QUE ESTAN DENTRO DE CUBA Y MCHO MENOS A LOS QUE SE HAN IDO COMO USTED Y COMO YO !!!!En mi opinion la yaga duele cuando sale en la boca de cada quien y si no les importa a los cubanos REQUETE MUCHISIMO MENOS A NINGUN TURISTA.
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