Cuando Iliana Lavastida, periodista del Diario las Américas, se enteró que yo había trabajado en Bohemia, me preguntó si había conocido a su padre, ex tipógrafo en los talleres donde se imprimía la revista más vieja de Cuba, fundada el 10 de mayo de 1908. Le pedí que me enviara una foto. Grande fue mi alegría al descubrir que le había conocido y tratado. Y le conté a Iliana que muchas veces coincidí con él en el comedor, donde almorzábamos periodistas, empleados, obreros y técnicos. No sé cómo era el ambiente en Bohemia antes de 1959, pero en la Bohemia que yo conocí y publiqué durante veinte años (1974-1994), los que trabajaban en las oficinas y redacciones tenían excelentes relaciones con todo el personal, incluido el de Verde Olivo, que quedaba en el mismo edificio, pero en la planta baja (fue por esa época que conocí a un joven con uniforme del servicio militar que se iniciaba en el periodismo, se llamaba Eliseo Alberto de Diego García Marruz, pero le decíamos Lichy). También, por supuesto, con quienes laboraban en los talleres donde se imprimían Bohemia y Verde Olivo, como Jorge Andrés Lavastida Álvarez, el padre de Iliana, fallecido en Miami hace hoy un año. A él dedico esta canción, que era la preferida de mi padre, y este arreglo floral (Tania Quintero).
Tania, no sabes lo que significa para mí poder hablar con alguien que hubiera conocido a mi padre en sus años de plenitud. Seguro que en algún momento de los que fui a Bohemia debo haberte visto, pues primero lo hacía con él cuando era pequeña, y después cuando estudié periodismo. Estuve un tiempo haciendo mis prácticas docentes allí. Hugo Ríos, Manuel González Bello y Enrique Capetillo (los dos últimos ya fallecidos) fueron los periodistas que me asignaron para las prácticas, eso fue en 1984, en el primer año de la carrera.
Con mi padre siempre tuve una relación muy cercana. Él vino para Estados Unidos en 1988. Después de 38 años de matrimonio, mis padres se divorciaron, algo que él nunca superó. Cuando obtuvo la ciudadanía estadounidense, comenzó a reclamarnos a todos y así nos fuimos reuniendo nuevamente con él, hasta que la secuelas de un derrame cerebral que le dio el 31 de agosto de 2013, terminaron con su vida el 5 de junio de 2014.
Mi padre nació el 10 de noviembre de 1925, en la calle Independencia del reparto Vista Hermosa, ciudad de Camagüey. Aseguraba que recordaba un episodio de cuando tenía solo un año, cuando el ciclón de 1926 arrasó la isla. Contaba que un torrente de agua lo había arrastrado y mientras su cuerpo rodaba calle abajo, una mujer con un fuerte olor a tabaco lo recogió y salvó la vida. Deben habérselo contado y se aprendió la anécdota.
Mi abuela, su madre, se llamaba Pastora Lavastida Álvarez y tuvo once hijos. Eran 'hijos naturales' como entonces decían a los hijos de madres solteras. Los tuvo con un hombre de linaje de la raza blanca con el cual no se casó. Pero como era una mulata orgullosa y 'rebencúa', a todos les puso sus apellidos. Yo también soy Lavastida, un apellido que me enorgullece: me parece muy valiente de su parte no haber mendigado un apellido para sus hijos.
Mi abuela murió cuando yo tenía 2 años, no la recuerdo, pero mi padre decía que era extremadamente recta con la disciplina de sus hijos. Los hijos le decían Pastora y la trataban de usted. Los varones estudiaron oficios, mi padre y uno de sus hermanos se hicieron tipógrafos. A las hembras no las quería en la calle y por eso aprendieron a bordar y coser. Para mantenerlos a todos, ella cocinaba por encargo, lavaba, planchaba y muchas veces cortaba caña. Era una brava.
Como los varones estudiaron en colegios católicos, mi padre llegó a ser monaguillo. En el coro de la iglesia llegó a ser solista cuando cantaban el Ave María de Schubert y. Mi padre hizo el bachillerato en una escuela de cadetes y ahí aprendió a tocar el saxofón. Le gustaba la música, la disfrutaba, le encantaba que en la casa se oyera música, pero no sabía bailar. Lo que sí sabía era encandilar a las mujeres. A los 19 años tuvo su primer hijo con una muchacha y después que nació Jorge Tomás, que es mi hermano mayor, la madre se lo entregó a mi abuela y a una de mis tías, ellas fueron quienes lo criaron.
A los 24 años se volvió a casar y nació mi segundo hermano, Hugo Mariano. Después de separarse de la madre de Hugo, ingresó en la policía. Ya era oficial cuando conoció a mi madre. Comenzaron una relación en la que al principio ella puso más interés que él, pero terminaron enamorándose y nacimos nosotros: Jorge Andrés fue el primero, siete años más tarde nací yo, Iliana de la Caridad, y finalmente Pastora Lourdes, mi hermana más pequeña.
Mi padre leía mucho, de él aprendí la afición por los libros y heredé las obras completas de José Martí. Le gustaba la historia, leer biografías. Era aficionado al cine, las películas de acción y las aventuras eran sus preferidas. También le gustaba ver partidos de béisbol por televisión. Cuando mi hermana y yo éramos adolescentes, había discusiones en la casa pues con un solo televisor, si trasmitían la pelota, no teníamos chance de ver otra cosa.
Mi padre se sentía orgulloso de ser mestizo. Fue una de las enseñanzas que mi abuela trasmitió a sus once hijos: sentirse orgullosos de su mestizaje. Como buena mulata que siempre fue, les decía que nunca permitieran que dijeran que eran blancos, aunque algunos salieron con la piel clara de su padre. No era lo normal en una época donde había muchos prejuicios raciales, sobre todo en Camagüey.
¿Por qué mi padre se quedó en Cuba después de 1959 mientras todos los hermanos se fueron a Estados Unidos?
La razón por la que mi padre decidió quedarse fue que mi hermano mayor por parte de madre estaba en edad del servicio militar, no lo dejaban salir y mi madre sin él no viajaba. Ya para entonces había nacido el más pequeño de los varones de mi casa, Jorge Andrés, el primer hijo en común de mis padres, y decidieron quedarse. En 1959 mi padre estuvo arrestado por haber sido policía, pero como dice mi madre que lo único que él hizo de uniformado fue tener mujeres, nadie presentó cargos contra él y quedó en libertad.
Por ese afán de lectura que tenía, estudió la doctrina del socialismo. Muchos de esos libros se quedaron en mi casa de La Habana cuando hace once años me fui de Cuba. Mi padre se integró al proceso revolucionario y ayudó a fundar imprentas de la Juventud Comunista en diversas localidades del país, entre ellas la de Isla de Pinos, donde durante un tiempo vivió y trabajó. Eso no impidió que alguna vez le dijeran que había sido 'soldado de Batista'.
Después del nacimiento de mi hermana y mío, a pesar de que su familia en Estados Unidos les pedían que se fueran, mis padres dejaron a un lado la idea de irse. Su mayor interés era que sus hijos estudiaran. Sin embargo, un hecho marcó su vida para siempre y sirvió de motivo para que decidiera retomar la idea de abandonar Cuba.
Entrada ya la década de 1980, a pesar de 38 años de relaciones, mi madre no quiso soportar más los amoríos extramatrimoniales de mi padre. Ella vivía el conflicto de tener al lado a un hombre atractivo al que quería mantener porque amaba intensamente, y tener que sobrellevar o perdonarle sus infidelidades. Hasta que un buen día, cuando se sacudió del encierro de la casa y empezó a trabajar, decidió presentar el divorcio.
Nunca olvidaré el día que le llegó el aviso por correo, de que estaba citado para una demanda de divorcio. Mi padre se echó a llorar. Pensaba que mi madre le había perdonado por haber sido mujeriego, no creyó que ella fuera capaz de divorciarse y dejarlo definitivamente. Eso fue en 1986 y a partir de ahí comenzó a pedirle a sus hermanos que lo reclamaran. El 10 de diciembre de 1988 viajó de visita a Estados Unidos y no regresó.
Tenía 64 años cuando llegó a Miami. Se dedicó a trabajar sin descanso, para podernos ayudar y siempre con la idea fija de irnos reclamando a todos. Así lo hizo. Primero viajaron los varones, hasta ese hermano que tengo por parte de madre, que no era hijo suyo, pero él lo crió. Los hermanos varones invitaron a mi madre, después me fui yo, la última en irse fue mi hermana más pequeña, que llegó en diciembre de 2013 y ya encontró a papá en silla de ruedas.
El primer derrame cerebral le dio el 31 de agosto de 2013. Batalló mucho por recuperarse, tenía ganas de vivir. Luchamos por él, pero al final sus fuerzas se agotaron y el 5 de junio de 2014 a las 12.17 se nos fue.
A pesar de haber tenido un carácter que algunos no llegaron a comprender, puedo asegurar que mi padre fue un hombre con el corazón más grande y noble que he conocido. No porque ya no esté con nosotros lo digo, tuve muchas pruebas de ello. Pocas veces decía a las personas te quiero, pero por su familia se entregó en cuerpo y alma.
El otro día, al terminar la jornada laboral, en la redacción del periódico conversábamos sobre las cosas que suceden en la vida y a las que uno tiene que resignarse. La muerte de mi padre ha sido una dura prueba para mí, la más difícil vivida en mis casi 50 años. Mi padre y yo éramos muy afines. Pero aquí estoy, tratando de hacer las cosas como a él le hubieran gustado. Siento que así honro su memoria.
Iliana Lavastida
Todo lo que dice es cierto yo conoci a ese gran hombre y aunque muy poco hablamos para tan largo tiempo que nos conocimos si se que amaba a su familia con profundo amor
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