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miércoles, 3 de junio de 2015

Carta a Lino Frías


Siguaráyico y sonoro matancero Lino Frías:


Eso de que Dios hizo el mundo en seis días y al séptimo descansó, se lo mete un toro. Yo no trago. Es posible que pudiera hacer lo de las estrellas en un par de jornadas, con la desinteresada ayuda del Big Bang o como se llame, porque siempre ha demostrado su habilidad para la pirotecnia, pero ya lo otro es demasiado. Que le diera tiempo a fabricar el mar, los ríos, las presas, los embalses, el arroyo de la sierra, los glaciares, la gota fría, los pozos, los torrentes subterráneos, los pantanos, el efecto invernadero, la corriente del golfo y El Niño, es una tarea como de contingente.

Y luego, las plantas. Que le alcanzara el tiempo para sembrar, semillita a semillita, todas las variedades de este universo, y que todas tuvieran su estética, su utilidad, su color, su aroma, su espacio, su maceta, su cantero, su ciclo y su microclima, no lo pudo realizar ni Néstor Milí, y eso que bastantes especies incluyó en El yerberito moderno. O tal vez sí, y le puso tanto empeño a los animales y los vegetales que se vio apurado para entregar la obra en tiempo y forma, rayando en la fecha, apurado porque comenzaba el acto de clausura, y es por ello que el hombre le quedó como le quedó.

Lo cierto es que con los materiales empleados, el hombre le hubiera quedado hecho una mierda de todas maneras. Que eso sólo se le ocurre a una persona tan soberbia y prepotente, queriendo hacer todas las cosas Él mismo, sin ayuda de la Columna Juvenil del Centenario o del Ejército Juvenil del Trabajo o del Contingente Blas Roca. Uno que yo conozco, y que compite para homologarse con Él, siempre necesita el auxilio de otros descerebrados para concluir la tarea, que es deshacer todo lo que a Dios le costó elaborar. Porque por mucha saña, roña y mala digestión que se le ponga a la magna tarea, la historia ha demostrado que se necesitan más de 45 años para llevarla a buen puerto.

Ya en ese punto, viene entonces lo de echar a perder el resto de la cadena: transporte-economía interna. Y cuando piensas que ya lo descalabraste todo, y has puesto en extinción todo lo humanamente extinguible, un día te das cuenta de que todavía funciona La Sonora Matancera, aunque sea en la memoria de la gente, y te entra un desánimo tremendo, como lo demás fue inútil.

Así, mientras Dios seguía dándole toques a su chapucería, o se hacía el del pelo oxigenado cada vez que se le iba algo de las manos, usted se puso a tocar otra cosa, tal vez más útil y a mano -y con esto no comparo competencias, aptitudes, responsabilidades o poderes-, como el piano de la Sonora, allá por 1944, negros ambos, brillantes los dos. Y en ello hubo hasta un equilibrio, mire qué cosa.

En lo que el Supremo se ponía inclinado en su cantero celestial a hacer brotar el guaraná, el própolis -o propóleo- para que la gente se ocupara de sus giardias y dejara la bobería de la Batalla de Ideas, usted se ponía a revisar el santoral al dorso, pero el yoruba, que todo indica que le mostraba más confianza el tablero de Ifá que a las otras mojigangas. Asunto y elección personal, que no quiero que la Iglesia me excomulgue, aunque una raya más p'al tigre no duele a esta altura.

Mire que intento ser justo por pecadores, y no romper el equilibrio gástrico de este universo hecho con prisas de alguien no evaluado. Por eso creo que todo está más o menos en su sitio. Hasta lo malo. Porque si usted se pone a mirar, la misión del tigre, como depredador en jefe, es hacerle ver a uno lo sabroso que debe ser el venao por dentro, eso, en última instancia, digo yo, que cuando me da por sembrar pasiflora mental los martes no hay quien me detenga.

Usted sentado al mando de su instrumento -que tal vez inventó el otro, o sea Él, aunque yo nunca haya visto los diseños- y el Creador a golpe de coa o guataca, insuflándole vida al ginseng, para que los chinos y los coreanos suplieran la longitud del instrumento con la efectividad. Que un arcabuz no tiene que medir dos metros para ser mortal.

Y en el balance de cada uno a su oficio, a usted le daba por glorificar a Dios a su manera más cercana y natural, que eran los orishas. Y si Dios tenía que llamarse Orula, pues que se llamara como le saliera del mondongo mientras fuera eficaz. En eso se basa el respeto del que le hablaba con lo de ser justo. A mí qué rayos me importa que el que abra las puertas sea Minerva, Krishna, Elegguá o Heriberto Mendiondo, si uno puede entrar y salir como Pedro por su casa, y no le cae comején. Y en caso de que le caiga comején, ya habrá alguna razón histórica, económica, científica o biológica para que el pobre bichito viva de merendarse el artilugio, y en el mercado natural del mundo habrá algún remedio para contrarrestar su efecto. Como la bardana, que no mata termitas pero quita el acné, con lo cual se avanza hacia la felicidad.

Usted acoplándose a aquellos gloriosos guerreros de La Sonora, en la competencia por el tumbao, que iba a ponerse dura cantidad en esos años mágicos, sin prisas, con la cabeza bien acoplada a su apellido, sin sobresalir demasiado en el tejido de apoyo para que Bienvenido Granda se luciera detrás del mostacho, como luego lo harían, por orden de aparición, El Jefe Daniel Santos, Myrta Silva y Celia, que fueron, lo que en cualquier oficoda municipal que se respete, los "músicos de plantilla" del conjunto, con el amenísimo apoyo de Caíto y Rogelio.

Usted en lo suyo, que era poner bueno el ambiente, en lo que el Otro pasaba de la extinción de los dinosaurios -ocupación harto engorrosa-al desarrollo y cuidado del huerto mundial, para que la spirulina fuera un suplemento alimenticio; la uña de gato se usara en la medicina peruana como antivírico e inmunoestimulante; la pilosela, llamada también nomeolvides, que lo mismo les servía a los novios para guanajadas sentimentales como para orinar de manera alegre y saludable, soltando impurezas y residuos de mal amor, con sus propiedades diuréticas, así, paso a paso, hasta que le llegó el turno a la siguaraya o Trichilia havanensis Jacq, y la caña se puso a tres trozos, porque ahí mismitico se empataron usted y Dios, cada uno por una punta del matojo.

Qué cosa más grande, caballero. Qué coincidencia más energúmena. Quién le iba a decir que un arbusto iba a ponerle en órbita mundianal, en el mismo team del Todos Estrellas de quienes han quedado en este mundo vinculados a una planta o bejuco: Moisés, de pirómano con la zarza (desde entonces quedó la guarachita ecuménica esa de "Caminito de Zarza, caminito del medio..."); Noé en la carpintería general; Julio César con la ramita de olivo en el cuero cabezudo; Johnny Apple, desperdigando por todo el territorio norteño el material para la sidra; el hijo de Guillermo Tell atrabancado a un roble (¿habría ceibas en Suiza?); Newton debajo de un manzano; Panchón Majagua en San Nicolás del Peladero; Caupolicán cargando un tronco de algo parecido al fresno -no está muy claro si era un fresno de mano o un fresno de emergencia-; los Tres Reyes Magos, con el incienso y la mirra (y el grito de los pastores de Belén: "Mirra quiénes vienen por ahí, cará"); Judas colgándose de una guásima cerca del jardín de Gethsemaní (¿no había ceibas allí tampoco? ¡Qué miseria!); Hernán Cortéz llorando a moco tendido bajo un groseyero -grosero engroseyado- que en azteca suena como cuauhzumbinzontlenilichimilco o ihzimatilztle, con lo cual es mejor decir que era un groseyero, porque me la juego a que no había ceibas tampoco; Armando Manzanero, José Luis Perales, la Orquesta Almendra, Sócrates, con la cicuta poco digestiva, y el vegetal Bartolo, con su divertido platanal sonoro.

A partir de ahí fue usted "Lino el de la Siguaraya". Celia hizo su versión y quedó preciosa, pero luego vino el Bárbaro del Ritmo, el Beny de toda la vida, y realizó algo definitivo, bestial, aplastante, perrísssssimo, inobjetable, inimitable, y la mata que "no se puéeee tumbáaaaaaa" creció, se anchuvo, se desplegubo inmensa, vitalísima, marcando como para Himno Nacional. Su Siguaraya, que originalmente tenía como titular a Shangó, se repartió entre todos los cubanos, y allí donde suenen sus primeros compases, a los naturales de isla tan desolada y hermosa, se nos pone la raíz de punta.

Porque usted no se quedó en el kabiosile sencillito, en la coba a los santos, como ya había hecho en Baila Yemayá. En esa Siguaraya metió quimbiza, quimba y cuarta, bajando la teoría del iceberg que defendía Ernest Hemingway (tal vez mirando cómo se le aguaba el trago), callando más de lo que se dice cuando dice: "En mi Cuba nace una mataaaaa/ que sin pedmiso no se pué tumba.// No se pué tumbáaaaa aaaaeeeeeh (grito guerrero y cerril que enfatiza el carácter de la planta y la divinidad de su savia)… podque son orisha".

Y ahí está lo que decía que la especie tenía a Shangó de dueño. Luego viene la parte entre misteriosa y didáctica, que es para mí un golpe genial, con lo de su ubicación geográfica, precisa y científica: "Esa mata nace en el monte/ esa mata tiene podéeeee/ esa mata éeeeeeeeee.....Siguaraya", y remata con un estribillo simple, conciso, categórico, que parece una disposición del Consejo de Estado: "Siguaraya, qué va, qué va/ sin pedmiso, no pué tumbáaaaa". Precioso.

Lo que no dijo, o no cabía en los cuatro compases sabrosos, espesos y hechiceros de su obra cumbre son las propiedades de la planta, que ciertamente inspira respeto con tanto orisha trepado en ella. La siguaraya, como se conoce en Cuba, o Trichilia havanensis Jacq, que es como le dicen en el resto de América los que no mueren en el intento, vive, como ya se sabe, en el monte, y he ahí la primera confusión que sembró usted con la canción, pues en la Isla eso de "monte" tiene diferentes significados. Urbanísticamente, "monte" es todo aquello que no está prefabricado con los módulos del sistema Girón-15, que suele tener roña y aspereza, o todo lo que no se está cayendo a pedazos, o no tiene filtraciones. Claro que es más sencillo decir "lo verde", pero tras la dolarización el término trae confusiones añadidas.

El "monte", que siempre ha tenido connotación mítica -ver a Lydia Cabrera-, puede ser un verbo, usado de igual manera pero no en el mismo tono, por el chofer del camello y el policía que te sube en la fiana. También es, en ocasiones, una metáfora, que puede significar "complicación" o "asunto dudoso", como cuando alguien dice: "no te monte en esa baltabia, yénica".

Y también se entiende como estado del carácter: montar berro, montar encabronamiento, montar santo, que es como se designa a la apropiación indebida del local corporal por deidad o difunto. Y cómo no va a ser en Cubita la bella, "monte" tiene carácter político, porque en su acepción vegetal es "selva", "conjunto boscoso", "refugio de la naturaleza", y ahí van a parar rebeldes o bandidos, dependiendo del bando que hable. Con excepción de los dignos mambises, que siempre se fueron "a la manigua", generalizando así la parte cubana del suelo insular.

Mas, pasemos por alto esa nimiedad. La siguaraya se reconoce fácilmente por su follaje abundante, y unas flores blanco verdosas que suelen abrirse de enero a marzo -lo cual contradice al Maestro con aquello de "en junio como en enero"-, y tienen un néctar tan intenso que desaguacata a las abejas. Abeja que estira la nariz y siente el aroma de la siguaraya, se le tira encima como Juan que se mata. Y nada dijo tampoco de las propiedades medicinales del arbolito, uno de los más completos. Por ejemplo, sus hojas son geniales para baños contra el reumatismo, y en cocimiento se emplea para enfermedades cutáneas -y no quiero que entre esas enfermedades me estén mezclando la sarna, que se quita con jabón y otro tipo de cosas.

Un cocimiento de corteza de siguaraya es un batazo para el catarro de vejiga, y no quiero explicar en qué consiste porque me da una sensación entre risa y asco. Si el cocimiento se elabora con la raíz, la albuminuria va abajo enseguida, porque es más efectivo que el romerillo. ¿Y qué me dice del jugo de su fruto diluido en alcohol al 40 por ciento? Eso sí es de premio Nobel, porque baja ipso facto inflamaciones artríticas y elimina dolores reumáticos, o, como le pasó a un amigo mío, si se degusta, en vez de usarlo para fricciones, te crees Celina González con un par de buches, en rara transmutación espiritual de loas a Shangó. En lugar de fricciones, es útil para ficciones.

En fin, que no sé a quién se le ocurrió poner la palma real en el escudo dándole de lado a la otra, más completa, más útil, más necesaria, con esa carga adicional de fe con las "cosa y los elemento", siá cará. Aunque debo decirle que con su canción le regaló armas a ése que se quiere parecer en título, atribuciones y omnisciencia a Dios. La siguaraya se generalizó -y está demostrado que en la Isla lo general es a veces un asunto muy, pero que muy particular de quien le hablo- y ya no se pué tumbá nada, ni tocar, ni desear, ni describirla oral o gráficamente, porque trae una candela que no vea.

La Sonora, con usted a bordo, dejó aquel monte y fue a pisar asfalto en otro lugar. Y gracias a esa idea sus días fueron tan dulces que se murió de azúcar en la sangre. No hay que olvidar que Celia la anunciaba constantemente.

La otra mala interpretación de su canto, más estrecha, eso sí, aunque no hay que olvidar que en nuestro país todo es cada vez más estrecho y de la Florida, es un simple artículo que le sonó usted a su Siguaraya, cuando dice, al principio, que "hay una mata", como singularizando lo vegetal, realidad triste y ecológica, porque aquellos muchachones que le pasaron buldózer a la tierra no dejaron sombra fuera del control estatal. Una mata, una sola. Un despueble forestal que da grima, como si el agujero de la capa de ozono tuviera su epicentro precisamente allí, entre Maisí y el cabo de San Antonio.

Aunque eso tiene solución. No sé si al final será una siguaraya o un groseyero iztimatiztle. Pero en este mismo momento, unos pequeños infantes -y no de marina- por allá por Moa o Cauto El Paso, tal vez cerca del Hanabanilla, o en los mogotes pinareños, están depositando en el fértil suelo, con sus manitas diminutas, la semilla de ese árbol de donde colgaremos a gente poco vegetal, como Randy Alonso o compañía atención.

Y será un árbol muy útil. Más medicinal que la siguaraya.

Desde la otra orisha del mundo, Ramón

Ramón Fernández Larrea*

Cubaencuentro, 21 de junio de 2004

* Poeta, escritor y humorista cubano (Bayamo, 1958). En 1989 obtuvo el Premio Nacional de Radio y Televisión Caracol, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Entre 1988 y 1991, aún en Cuba, realizó El programa de Ramón, trasmitido por Radio Ciudad de La Habana y con el cual obtuvo el Premio Nacional de Radio Joven. Se exilió en Canarias y finalmente se asentó en Barcelona, donde realizó desde 1999 programas radiales para la emisora barcelonense Radio Gladys Palmera, de la que fue fundador. Uno de estos programas fue Memoria de La Habana. Ha colaborado en diversos documentales de cine escribiendo textos y guiones, así como haciéndose cargo de la banda sonora de la película cubana Guantanamera. Actualmente reside en Miami.

Entre otros, ha publicado los siguientes libros: Kabiosiles. Los músicos de Cuba (Lingkua, Barcelona, 2006); Nunca canté en Broadway (Lingkua, 2005); Cantar del tigre ciego (Arlequín-Libros del arrayán, Guadalajara, México, 2001); Terneros que nunca mueran de rodillas (Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, España, 1998); El libro de los salmos feroces (Ediciones Extramuros, La Habana, Cuba, 1995); Manual de pasión (Universidad de Guadalajara, México, 1993); El libro de las instrucciones (Colección Ciclos, UNEAC, La Habana, Cuba, 1991); Poemas para ponerse en la cabeza (Editora Abril, La Habana, Cuba, 1989) y El pasado del cielo (Ediciones Unión, La Habana, 1987).

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