Manuela Calvo
Testimonio tomado del libro Todo lo dieron por Cuba, de Mignon Medrano, Miami, 1995.
Fundadora del Movimiento Demócrata Cristiano en 1959 y coordinadora nacional del Movimiento Femenino por la Democracia Cristiana, Manuel Calvo, mujer de aspecto gentil, pero de fuerte temple, concentró sus esfuerzos en escribir y repartir proclamas mimeografiadas, relacionadas con la ley de la patria potestad y encontrar casas para esconder a muchachos perseguidos, transportarlos, buscarles asilo en embajadas y sacarlos de Cuba.
'Juana', nombre con el cual Manuela era conocida dentro de su movimiento, fue arrestada por primera vez como presunta cómplice en la fuga de varios jóvenes, seguidores del comandante Huber Matos en la Sierra Maestra que estaban cumpliendo prisión en el Castillo del Morro. Cuando Matos fue apresado y acusado de 'traidor a la revolución', esos jóvenes también fueron detenidos. El padre Testé, párroco de la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en El Cerro, pidió permiso para visitarlos y ofrecerles confesión, mientras se preparaba la fuga. Cuando ésta se produce, Manuela esconde a varios temporalmente. En ese primer arresto, a Manuela no pueden probarle nada.
"Una vez cumplida esa labor, por toda la Isla me dediqué a organizar el movimiento femenino y a escribir y distribuir el boletín. El Dr. José Ignacio Rasco fue uno de los fundadores de la Democracia Cristiana y en el Diario La Marina publicó unas declaraciones. Después Rasco salió al exilio, la Democracia Cristiana pasó a la clandestinidad. Yo seguí haciendo y distribuyendo proclamas en las iglesias, que una y otra vez eran copiadas, para un efecto multiplicador. En esas actividades estaba yo cuando el 7 de septiembre de 1960 me detuvieron en el aeropuerto de Santiago de Cuba. En ese viaje conocí a Jorge Mas Canosa, entonces tenía 17 años. Jorge salió clandestino de Cuba, si lo cogen, lo hubieran fusilado. En ese viaje a Santiago, paré en el domicilio de la familia de Pepín Fernández Badur y cuando estaba sentada en el aeropuerto, acompañada por el abogado Dr. Ulises Calzado, quien también regresaba a La Habana, un militar me dice: 'Venga conmigo, tengo una orden de registro, no sabemos por qué usted está aquí'.
"Agarré mi maletín en el que solo llevaba una muda de ropa y le contesté: 'Ah, pues se lo digo, acabo de venir de El Cobre en un carro de alquiler'. Ripostó: 'Pero el día de la Caridad es mañana y no hoy'. A lo que yo respondí: 'Sí, es verdad, es mañana, pero no me meto en el molote que va a haber ahí. Solo vine a cumplir una promesa y ya me voy'. Me registró y al no encontrar nada, me dejó ir. Al pasar junto al Dr. Calzado entre dientes le dije: 'No te sientes junto a mí en el avión'. En el aeropuerto de La Habana me esperaba Pepín Fernández Badur, al verlo le dije: 'No me sigas, me voy por otro camino'. Trabajábamos de esa forma, para no compremeter a nadie.
"El 13 de octubre de 1960, a las doce de la noche, tocaron a la puerta de mi casa, con ese toque especial, temido y esperado. Estaba divorciada y vivía con mi hija de 18 años y mi madre. Cuando abrí la puerta, me dijeron: 'Nos tiene que acompañar, tenemos que hacerle unas preguntas, enseguida regresa'. Yo pensé 'veremos', pero dije: 'Está bien, y cuál es la razón?'. 'Es tan solo una investigación, unas preguntas que le queremos hacer', fue la respuesta.
"Llegamos al G-2, en Quinta y 14, Miramar y me tiraron como un fardo. No me llamaron en todo el día siguiente. En la noche comenzaban los interrogatorios, bajos luces y más luces, con un frío inaguantable, a punto de congelación. Viene uno y te pregunta y vienen otro y otro, todos acosándote de preguntas y tú negándolo todo... A los tres días de estar en el G-2, durante un interrogatorio quitaron el frío y escuché unas pisadas que pasaban y tuve una corazonada de que era ella, mi hija. Entonces vino un tipo llamado Casanova y me dijo: 'A su hija la tenemos al lado y dice que usted está conspirando', a lo que yo contesto: 'Mire, ella no puede decirle eso, porque yo no estoy con el gobierno, pero no estoy conspirando'. Y nos enfrascamos en una discusión.
"Quinta y 14 era la típica residencia de Miramar, con el garage separado y cuartos para la servidumbre. En los altos mantenían detenidas a las mujeres y en los bajos a los hombres. En ambos pisos se oían toda clase de gritos, angustiosos lamentos y golpes en las paredes, para desestabilizarnos. Allí llevaron a mi hija y cuando nos reunimos me dijo: 'Mima, me han vuelto loca, pero yo no sabía nada de lo que me preguntaban'. Ésa era mi tranquilidad, siempre la mantuve al margen. A los tres días la soltaron y le dijeron: 'Váyase a cuidar a su abuela'.
"Llevaba doce días en el G-2 cuando agarran a Nancy Ibargollin, una joven que cumplió allí los 18 años y a quien no lograron sacarle una palabra, fue una tumba. Nancy cantaba muy bonito y para acallar su angustia, se ponía a cantar. Entonces 'Furry' (Abelardo Colomé Ibarra), que en esa época estaba de jefe del G-2, le mandó a decir que si cantaba, la iba a meter en el calabozo. Las persianas ésas que tenían las ventanas en Cuba las habían clavado, pero algunas no cerraban bien y por ahí veíamos a los hombres y mujeres que traían. Aquello era un desfile constante, día y noche. Así vimos cuando trajeron a Jesús Carreras y a William Morgan, posteriormente fusilados.
"Sin celebrarme juicio, me llevan para la cárcel de Guanabacoa y luego para la de Guanajay, pero me devuelven porque no nos habían enjuiciado. Mi hija insistió en que tuviera un abogado, el Dr. Carro, pero ni siquiera lo dejaron hablar. Olvidé su nombre, pero el nombre que no olvido es el del fiscal Armando Torres Santrail, un abogado negro, alto, creo que después lo enviaron como embajador a un país africano. El presidente del tribunal era Pelayo Fernández Rubio. Le decían Pelayito Paredón. El juicio duró un día entero, nos juzgaron a dos mujeres y a trece hombres, quince en total. Nos vejaron, nos insultaron y nos dijeron horrores. A una parte de los hombres los condenaron a 25 años, al resto a 9 y a las dos mujeres a 6 años de prisión.
"A las dos mujeres nos llevan para Guanabacoa. Era el Día de las Madres, en mayo de 1961, y fue el día de las mangueras y los golpes. Todavía con las madres y los hijos de las presas de visita, nos entraron a manguerazos y chorros de agua tan fuertes que nos hacían rodar por el piso. Nos llamaron por una lista y a chorros de agua nos metieron en guaguas colegiales y nos llevaron castigadas para Guanajay, pero allí se formó la debacle. Éramos unas 25, entre ellas Beba Canaval, Clarivel Hernández, Nancy Ibargollin, Zeida Cuesta, Minín Hernández, Hilda Pelegrín, Estrella de Oro, Berta Portillo, Violeta Blanco y la americana Geraldine Chapman.
"A la semana de estar en Guanajay quitaron a la directora Leila Vázquez. Nombraron a una señora de color, María Argüelles, comunista por convicción y convencida de que nosotras estábamos equivocadas. Le explicábamos que ese sistema no servía y en esa lucha pasamos mucho tiempo. Nada cambiaba. Nos quitaban las visitas y las cartas, nos hacían requisas y se llevaban lo poquito que dejaban pasar: azúcar, gofio, leche condensada y, a veces, carne asada que picoteaban para revisarla y nos llegaba hecho un asco. Hubo una fuga de siete presas políticas, cuando un pabellón se quedó sin llave y le pusieron un candado con una cadena, la cadena se partió y se pudo abrir. Caía uno de esos aguaceros que no permite ver ni a dos metros y se fugaron Nancy Ibargollin, Hilda Pelegrín, Raquel Romero, Dora Victoria Reyes Gómez, María Antonieta López y Vivian de Castro. Milagros Bermúdez tuvo que quedarse quieta en el suelo, pegada al muro, porque en ese momento escampó y la posta recomenzó su recorrido. Cuando descubrieron la fuga, empezaron a desmochar cuanta mata había en el penal y nosotras a cantar: 'Ahí no están, no las busquen en las matas que ya se fueron".
"Cuando nos trasladaron de la cárcel de Baracoa a la de Guanajay, nos despidieron haciendo burlas de que en Guanajay no llovería, en respuesta a nuestros rosarios y oraciones en el patio. A culatazos y empujones nos montaron en dos camiones hasta Santiago de Cuba. Cuando pasamos por Guantánamo gritamos que éramos presas políticas y el pueblo entero salió a la calle. Nos escoltaron 'caballitos' de la policía en motocicletas, pero nosotras no paramos de gritar 'Somos presas políticas', 'Hay que tumbar este gobierno', 'Fidel Castro, asesino', 'Abajo el comunismo'. La gente se amotinaba en las esquinas. Nos llevaron hasta el aeropuerto de Santiago y de allí viajamos hasta el aeropuerto militar de las FAR, para no entrar a La Habana por el aeropuerto de Rancho Boyeros.
"Del aeropuerto militar nos llevaron para Guanajay, hacinadas en el piso de un camión, cubiertas con la misma loneta. Cuando llegamos a Guanajay, colocaron el camión bien pegado a la reja del pabellón y empezaron a bajarnos a pescozones. Nos dieron golpes y gaznatones de todo tipo. La pobre Reina Peñate se cayó al bajarse y ya en el piso le dieron patadas. Así, a golpes, nos metieron en las celdas, cada una tenía tres colombinas sucias y rotas, sostenidas una sobre la otra. Había una con un hueco tan grande, que la de abajo apenas podía moverse, por si la de arriba le caía encima. Allí pasamos tres meses, sin visita, sin ver el sol. El único alimento era un panecito duro y un pozuelito de agua de frijoles que nos daba a las 3 de la tarde, hasta el próximo día a la misma hora.
"La salud de algunas no resistió, se desamayaban y hubo que inyectarlas. A los tres meses me sacaron de la galera, pero tuvieron que llevarme directo a la enfermería y ponerme un suero, no me podía levantar. Ahí empecé con pérdida de memoria y las migrañas que sigo padeciendo. Las presas comunes pudieron disfrutar de la capillita del reclusorio donde un sacerdote iba a celebrar misa, pero cuando llegamos nosotras, las políticas, la desmantelaron y en su lugar pusieron un taller de confecciones, al que nos obligaron a ir a trabajar cuando terminó el castigo.
"Allí hacíamos uniformes para el ejército y, de paso, hacíamos horrores. Como yo no entendía la máquina de coser Merrow, me pusieron a cortar y si me tocaba la talla 38, la convertía en 32. Las que trabajaban en el huerto se achicharraban al sol, dando pico y guataca, pero cuando podían, también hacían diabluras... Saboteaban las siembras, se robaban frutas y verduras y nos las llevaban escondidas entre los muslos. 'La valija diplomática' le decíamos a la original forma de traernos esos productos".
De espanto la odisea de Manuela Calvo, pero más impresionante es su dignidad.
ResponderEliminarGracias querida Tania.
Libertad y Vida!