Carmina Trueba
Testimonio tomado del libro Todo lo dieron por Cuba, de Mignon Medrano, Miami, 1995.
Nacida en Cuba, Carmina Trueba vive la Guerra Civil en España con su familia y regresa a su patria, donde su padre español era industrial y propietario de la fábrica de café Regil. Sus vivencias durante la Guerra Civil los alertó en 1959 contra el comunismo que como sombría amenaza se ceñía sobre Cuba.
Como la mayoría de los españoles trasplantados a la Isla y que se habían dedicado a enraizar familias y cosechar comercios e industrias, la familia Trueba se mantuvo alejada de involucraciones políticas. Carmina estaba recién casada, pero su esposo y su primo Domingo 'Mingo' Trueba, formaban parte de una red de espionaje respaldada por la CIA, al frente de la cual se encontraba Rogelio González Corzo. Francisco era su nombre de guerra.
Con frecuencia, Francisco llamaba a Carmina y le decía si lo podía invitar a comer arroz blanco con huevos y plátanos maduros fritos. La noche anterior a su arresto, Francisco había comido en casa de Carmina y al despedirlo, ella le preguntó qué pensaba de la revolución. Él le respondió que los americanos tenían una carta guardada y la sacarían cuando estimaran conveniente. "Mientras tanto, caeremos presos, nos moriremos de hambre o nos fusilarán", le dijo. Al día siguiente, 18 de marzo de 1961, arrestaron a Francisco, a Mingo y otros que serían juzgados en la Causa 152 de 1961. A todos los fusilaron.
"Desde que cayeron presos estuve pendiente de ellos, de las visitas a la prisión, llevarles jabas con comida. Cuando reclamé el cadáver de Mingo, también reclamé el de Francisco. Fue tan grande el shock que sufrí en el cementerio, enterrándolos, que allí mismo hice la promesa de no seguir viviendo ajena a lo que estaba pasando. Mi casa dejó de recibir visitas, como si tuviese una plaga contagiosa. Nos quedaron unos pocos y fieles amigos.
"Mi primer paso fue asilar a mi hermano Pedro y a mi marido en la Embajada de Venezuela, que era la casa de los Arcos, al lado de la Embajada de España y la casa de Honduras, que pertenecía a Venezuela y allí estuvieron hasta que embarcaron. Un cuñado mío continuó la labor de ellos hasta que escapó clandestinamente, yo lo llevé hasta la costa. Fue entonces que comencé a conspirar. Estaba obsesionada, no había piedra ni obstáculo insalvable para mí. Vivía con mis padres. Mi padre se negaba a salir de Cuba porque no había sido previsor y no tener medios para subsistir en el exterior sin ser una carga para la familia. Entonces caen presos mi primo Pepín y mi suegro. Aumentaban mis responsabilidades, mi suegra era una mujer ya mayor y era yo la que cargaba las dos jabas a la prisión.
"Después del fracaso de Playa Girón todo fue en picada. Desde la Embajada de España empecé a llevar las finanzas para ayudar a los presos. Desde Miami me enviaban el dinero y siguiendo una lista, se lo entregaba a los miembros del MRR, en algunos casos para pagar a los abogados en los juicios. Con mi cuñado comencé a trasladar aparatos transmisores de un lugar a otro, asilar perseguidos, sacar gente clandestinamente...
"Recuerdo que un día mi cuñado me encargó recoger un equipo de transmisión en el piso 11 del edificio López Serrano, a las siete de la noche. Dejé mi Mercedes al costado y al entrar al edificio llena de temor, veo un bar en la planta baja y decido tomar algo que me ayude a tener valor. Con paso firme me acerco a la barra y le pido un cogñac al cantinero. El hombre, sorprendido, me pregunta si lo quiero strike. Le dije que sí y me sirvió un Tres Copas. Me lo tomé de un sorbo, seguido de un vaso de agua. El cantinero se dio cuenta que no estaba acostumbrada a beber y me deseó que me fuera bien. Cumpliendo instrucciones, no subí directo al piso 11, me bajé en el 7 y luego subí al 11. Allí me esperaba la persona que me entregó la pesada bolsa y caminé, desnivelada por el peso, hasta el carro, donde me esperaba la persona que haría la entrega.
"Fuimos hasta Santos Suárez y pasadas las diez de la noche regresé a mi casa. A un señor lo asilamos a punta de pistola en la Embajada de Argentina, que era la casa de los Solís, frente al Carmelo. Adentro ya estaba Manolo Villamañán, quien me abrió la puerta, mientras yo pasaba de brazo con el tipo. Y digo a punta de pistola porque los que nos habían dejado en el lugar estaban vigilando, por si presentaba algún tropiezo. A este hombre no lo podían agarrar. Pasé allí la tarde y parte de la noche, como si estuviera haciendo una visita. Salí cuando la guardia había cambiado. Este hombre no olvida la fecha de su asilo y siempre se acuerda de llamarme. Esto me llega al alma, porque hay asilados por quienes muchos se jugaron la libertad y la vida y jamás han llamado a las personas que hicieron posible que se asilaran y pudieran salir sin problemas del país, ni siquiera para saber cómo están.
"Un día me visita una mujer que ahora está en Estados Unidos, pero que estando presa empieza a trabajar para el G-2, siguiendo instrucciones de la CIA. Y en una de sus salidas de la cárcel me alerta: 'Carmina, tienes que irte'. Le respondo que no sé por qué me dice eso'. Pero ella insistía: 'Tienes que irte, cuando Mongo Grau te avise, tienes que irte. Te van a venir a buscar'. Cuando el recado de Mongo llegó a mi casa, mi madre pensó que era el G-2 y dijo que yo estaba en Miami. Desde hacía un mes yo estaba en casa de los Caldevila, en la Embajada de España. Había andado con buena suerte desde lo de Playa Girón en abril de 1961 hasta noviembre de 1963, cuando matan a Kennedy. Pero en diciembre le digo a los Caldevila que me gustaría pasar la Nochebuena con mamá y papá. Al anochecer del 24 me llevaron para mi casa, yo pensando que no tendría que volver a la embajada.
"Pero el 26, de pronto entraron a la casa catorce guardias e hicieron un registro minucioso, no encontraron nada, porque todo lo tenía en la embajada. Estuve incomunicada hasta el 11 de enero de 1964, en una galera de Villa Marista, con un catre y una lata vacía de chorizos para hacer mis necesidades. El aire acondicionado a punto de congelación y las luces cegadoras por todas partes no me dejaban pensar ni saber el día ni la hora. Contínuamente me llamaban a interrogatorios, yo negaba todas las acusaciones. Por fin, un día me dicen que me van a trasladar para Guanajay tan pronto firme una declaración, pero después de tantos días encerrada, no veía absolutamente nada y me negué a firmar sin leer. Y aunque me la leyeron, dije que solo firmaba si aclaraban que me la habían leído.
"Me llevaron para Guanajay, allí esperé la celebración del juicio en La Cabaña. Me pedían 30 años, pero me los dejaron en 20. El fiscal fue Flores Ibarra, el mismo de mi primo Mingo. En Guanajay tuve la suerte de caer en una galera al lado de Sarah del Toro y de Hortensia Baquero, acusada de ser agente de la CIA. Su hijo mayor era el presidente de los Jóvenes Comunistas y otros dos hijos la iban a visitar. El esposo, Jaime Crombet, también estaba preso, por no haber delatado a Hortensia. En enero prenden a Polita y Mongo Grau y en junio me mandan al G-2, donde me retienen un año y quince días, hasta mayo de 1966. Todo con el pretexto de involucrarme en la causa de los Grau. El 25 de octubre muere mamá, el día que yo más he sufrido durante toda mi prisión, pensando en cuánto me necesitó ella y en mi padre, que ahora se quedaba solo, con mis hermanos exiliados y yo presa.
"En el G-2 me gané el cielo. Durante ese año, pude servir de consuelo a todas las presas que allí llegaban. Fueran lancheras o contrarrevolucionarias, cada caso era una tragedia. Cuando murió mamá, pedí que me llevaran a la funeraria y al entierro, para acompañar a mi padre. Me llevaron entre escoltas con metralletas. Estaba el padre Miyares y pedí que me dejaran confesar y comulgar, de entrada se opusieron, pero al final me lo permitieron, casi a dos metros de ellos. Nosotros teníamos una capillita en el cementerio. A la izquiera habíamos enterrado a Mingo y a Francisco. También enterré allí a Lolín Correoso, una presa camagüeyana, compañera mía del colegio El Sagrado Corazón. Estando en la cárcel, primero la operaron de la vagina y luego del pecho. Murió de cáncer.
"Partía el alma ver a mi padre, un viejito solo, liquidado. En sus esfuerzos por llegar a mí cuando me detuvieron, conoció a un pintor español que había estado preso con Fidel Castro en México y éste se brindó para pedir que el G-2 revisara mi caso. Después que le leyeron mis cargos, me dijo: 'Tú no eres una niña, tu eres un terremoto'. Comenzó a abrumarme, para que aceptara el plan de reeducación y trabajo, para que pudiera regresar a casa y estar con mi padre. Pero llegó un momento que todo me daba igual: mi madre muerta, mi padre solo, mis hermanos fuera... Me daba lo mismo cumplir 20 años que me llevaran al paredón.
"Me tuvieron un año y medio sembrando caña y café en una granja antes de dejarme ir para cuidar a mi padre. Derramaba lágrimas sobre aquellas maticas de café caturra, que jamás crecieron ni dieron fruto. Con aquellas botas que me quedaban enormes y pesaban un quintal. Lloraba a toda hora. El director de Guanajay decía: 'Para algunas presas el plan de rehabilitación es suave, pero para María del Carmen Trueba es un parto con cuarentena'. Olimpia Cifuentes me ayudaba a cavar los surcos cuando terminaba con los de ella.
"De Guanajay me llevaron para Guanabacoa. En Guanabacoa nací yo y en Guanabacoa teníamos la fábrica de café Regil. Pero yo nunca había visitado la cárcel. Como era un penal para presos comunes, a la entrada había un letrero que decía Odia al delito, compadece al delincuente. Aunque lo que más quiero en el mundo es volver a Cuba, jamás volveré estando allí Fidel, Raúl, Flores Ibarra y Pardo Llada. Con ninguno de los cuatro tengo arreglo".
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