Yara Borges
Testimonio tomado del libro Todo lo dieron por Cuba, de Mignon Medrano, Miami, 1995.
Fueron muchos los que en 1959 regresaron a la patria tras casi siete años de exilio, por el golpe de estado del 10 de marzo de 1952. Entre éstos, y sin trayectoria revolucionaria previa, se encontraba una joven rubia de ojos verdes de apenas 20 años. Regresaba con una gran determinación: ayudar da los desposeídos en general y a los niños en particular. Su nombre: Yara Borges.
En 1958 sus padres la habían enviado a Miami para que estudiara inglés y frenar un poco su obsesivo proyecto ONAN (Organización Nacional de Ayuda a los Necesitados). Su ambición era que el Estado le facilitara algunos terrenos o edificios y un par de unidades móviles médicas que el entonces presidente Batista había comprado en 1953 y nunca fueron utilizadas.
Su primer objetivo era acabar con el barrio marginal de Las Yaguas y propiciarles casitas habitables a los residentes e impartirles clases de alfabetización y de oficios, que los capacitasen para labrarse un porvenir. Las unidades móviles se internarían monte adentro, donde escaseaban los caminos vecinales y brindarle atención médica a los guajiros. También, facilitarles los medios que les permitieran vender sus cosechas en los pueblos, sin tener que depender de intermediarios inescrupulosos que los explotaban.
Ya en 1955, Yara había logrado una entrevista con Fulgencio Batista y su esposa Marta Fernández, quienes accedieron a entregarle las unidades móviles. Lamentablemente, ese logro se produjo mientras eran arrestados varios de sus compañeros universitarios, quienes pudieron alertarla de que ella también sería arrestada. Aunque Yara no estaba conspirando, consideró prudente salir para Miami en 1958.
Unos días después de su regreso a Cuba, el 4 de enero de 1959, Yara se entrevistó con su amigo Armando Fleites que había bajado de la Sierra del Escambray y durante cuatro horas se reunió con Camilo Cienfuegos en el hotel Habana Hilton, quien le arregló una cita con Fidel Castro para el 15 de enero, cuando éste hablaría ante el Club de Leones. Tal como le anticipó Camilo, Castro escuchó la propuesta de Yara con extraordinario interés.
-Yara, lo que tú quieres hacer es más grande que el Ministerio de Bienestar Social.
-Seguro, Fidel, pero el Ministerio de Bienestar Social es un aparato gubernamental, subvencionado, con empleados y burocracia y lo mío es voluntario. Todo el que trabaje aquí -ya yo he hablado con ingenieros, médicos, arquitectos- dona su tiempo sin ganar un 'quilo'. Porque de lo contrario, la entrega a los demás se convierte en un medio de vida y esto hace que el nivel de ayuda se rebaje y los intereses sean diferentes.
La conversación quedó interrumpida, pospuesta para continuarla en dos semanas en la Universidad de La Habana. Pero en ese corto período de tiempo, Yara comenzó a ver cosas de la revolución que no le gustaron. A título de 'revolucionarios', los barbudos que bajaron de la Sierra Maestra destrozaban cuanto encontraban a su paso, adueñándose de las casas y los automóviles de quienes salían al exilio. La gente iba al Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados, dirigido por Faustino Pérez, y cogía toda clase de artículos y equipos, sin saber siquiera para qué servían. Comían en un restaurante y le decían al camarero: 'Que pague la revolución'.
Yara se convirtió en vigilante y juez de esos desmanes. Al ministro Enrique Oltusky le pidió un carnet que la autorizara a ordenar el arresto de estos nuevos usurpadores. Debido a su inminente entrevista con Fidel Castro y por los contactos que tenía con viejos amigos, a Yara no le sería difícil la consecución de sus planes.
Encaminó sus pasos hacia la Casa de Maternidad y Beneficiencia, regida por monjas y que albergaba a huérfanos desde recién nacidos hasta los 18 años. El director y los directivos fueron destituidos y reemplazados por la viuda de Marcelo Salado, un mártir de la revolución. Pero a esta señora no le interesaban los niños ni su nuevo cargo. Así se lo hizo saber a Yara y acordaron que ella conservaría el título y Yara tendría carta blanca para hacer su trabajo voluntario. El desorden hecho ley.
Poco después, una noche, Yara recibe una llamada que cambiaría sus planes. El hermano de una amiga suya era oficial de carpeta sin mayores méritos y lo iban a fusilar en Matanzas por una vaga acusación. Yara y su amiga llegaron de madrugada a Matanzas y ya el fusilamiento se había consumado. Al salir, llegaba un camión con nuevos acusados y un joven, señalando a uno de los recién llegados, exclama: 'No era ése que fusilaron, éste fue el que mató a mi tío'. Cuando Yara y su desesperada amiga le dijeron al oficial de mando, el capitán Rojas, cómo había podido suceder tamaña injusticia, les respondió que ellos no podían perder tiempo en hacer averiguaciones.
Poco antes de la entrevista con Fidel en la universidad, tuvo lugar el juicio a Jesús Sosa Blanco y la sentencia a muerte por fusilamiento. Aquel circo romano pone fin a las esperanzas de Yara en la revolución. Su proximidad a los dirigentes y fácil acceso a los lugares donde estaban ocurriendo las cosas, la lleva a la realidad de que Fidel Castro es un mentiroso y la revolución es una farsa.
"Cuando Fidel va a la universidad, yo había matriculado Derecho y Medicina. Por esos días se estaban eligiendo a los presidentes de las facultades. Entonces traen a Rolando Cubela, muy gracioso, con su barbita larga y su bracito en cabestrillo, un perfecto niño bitongo. Ah, pero él era el que había sido designado por la revolución como presidente de la FEU (Federación Estudiantil Universitaria). En la universidad había un Maquiavelo, Mario Quevedo. Y un muchacho muy bueno llamado Alejandro, que iba a aspirar por la Facultad de Agronomía. Pedro Luis Boitel iba a aspirar de nuevo, también recuerdo a los hermanos Blanco, Alberto Müller y otros.
"Entonces empiezo a ver la manipulación de Quevedo, que captaba a los novatos para que apoyaran la presidencia de Cubela. De pronto, me entero de que quieren cambiar los estatutos universitarios y protesto, porque lo consideraba innecesario, pero Quevedo no dejaba verlos. Una noche, mi amigo Carlitos Casasús y yo nos colamos por una ventana de la imprenta y logramos hacernos de una copia, comprobando que "cualquier estudiante podrá ser expulsado si comete un acto que se considere inapropiado con estos estatutos". Comenzaron los ataques a los que no renunciaban, como Alejandro, a quien golpearon y lanzaron escalinata abajo. Al día siguiente vino Cubela a hacer un discurso, le arrebaté el micrófono y dije que no podían cambiar los estatutos y mil cosas más.
"Vuelvo a hablar con Fidel antes de las elecciones. Hablamos en el carro, dando vueltas por La Habana durante dos horas sin parar de hablar. Yo seguía con mi letanía, con mi programa de ayuda social. Pero en eso decido comentarle lo del fusilamiento del hermano de mi amiga en Matanzas y lo que me dijo el capitán Rojas. Su reacción fue hacer un gesto como el que espanta una mosca. Sin inmutarse, me preguntó qué me parecía Cubela para presidir la FEU y le contesté que desconocía cuáles eran sus méritos en la Sierra, pero la verdad es que parecía un niño bitongo. 'No tiene carisma ni sabe lo que está pasando en la universidad', le dije.
"Entonces me preguntó si yo querría ser presidenta en vez de Cubela, que le gustaba mi forma de decir las cosas. Le contesté que no me interesaba, que de haberme interesado, me hubiera postulado. Que lo que yo quería hacer era llevar adelante mi proyecto para tratar de que en Cuba no hubiera miseria y para que los viejos y los niños tuvieran un hogar digno. Me dijo que seguiríamos hablando y me bajé del auto en la universidad, no sin antes notar que Fidel Castro era la única persona que se tomaba una Coca-Cola sin respirar.
"Nombran a Elena Mederos ministra de Bienestar Social. Ella era una buenísima persona y con una gran noción organizativa, pero no la indicada para enfrentarse a las emergencias que había que resolver inmediatamente sobre el terreno, con el guajiro en el campo o haciéndole frente a la dura realidad en las cuarterías. Me avisan de la crisis en Torrens, el Centro de Rehabilitación para Menores. El director se había ido y dejado a 600 muchachos solos. Tuve noticias de que en la Escuela de Derecho estaban impartiendo un cursillo sobre rehabilitación de menores, un tema del que yo no tenía conocimiento y me matriculé. En esos días quitan a Elena Mederos como ministra de Bienestar Social y nombran a Raquel Pérez, la esposa de Pedro Miret.
"Se hacía difícil conspirar. Los cubanos tenemos el problema de que cuando nos proponen unirnos a algo que ya está funcionando, nos lanzamos a organizar algo nuevo. Cuando existía un plan muy bien preparado para quemar las carrozas durante los carnavales, por ejemplo, un grupito estaba poniendo una petaquita incendiaria en la misma esquina y echaba a perder todos aquellos meses de trabajo. Por eso mi labor era la de de unir ciertos grupos, para evitar conflictos y también para evitar que la gente se fuera de Cuba.
"A mí me agarran el 10 de marzo de 1961, por la delación de una muchacha que estando dentro de un grupo, vio mi nombre en una lista. Mirta Álvarez era uno de sus nombres. Un caso más de falta de evidencia, pero te endilgaban cualquier cosa para justificarse: atentar contra Fidel Castro, conspirar contra los poderes del Estado, cualquier cosa. En mi juicio, con otros 26 encausados, el abogado defensor alegó en mi favor algo que había oido por Radio Swan y ahí mismo le pusieron 500 dólares de multa y un mes de suspensión, por escuchar la radio extranjera.
"Todo era tan absurdo que daría risa si no fuera tan trágico. Queriendo implicar a Olga González y a su hermano jimagua, los dos delgados y trigueños, el acusador señaló al muchacho y a Milagros Bermúdez, de piel blanca y ojos verdes, que nada tenía que ver con ese asunto. En otro momento, pedían paredón para dos jóvenes, a uno por poner una bomba y a un taxista por transportar armas, y este acusador 'estrella' señaló como taxista a uno que no sabía manejar. Fueron tantos los errores, que el propio fiscal Fernando Flores le dijo: 'Mire, compañero, mejor salga y refrésquese un poco y vuelva a entrar'.
"En la cárcel llegas a tal grado de hermandad que sientes más el dolor ajeno que el propio. En América Libre llevaron a una señora divorciada de un hombre integrado al gobierno. Tenían dos hijas, una de 7 y otra de 11 años. A la mayor le habían extirpado un riñón cuando era bebita y además era diabética. A él le dieron la custodia de las dos niñas, pero ya estaba casado de nuevo y no le interesaban las niñas. Una Nochebuena, a la niña diabética le dio un pedazo de turrón y la pequeña cayó en un coma diabético. La angustiada madre le suplicó al director que la dejara salir para ver a su hijita. El director le dijo que la llevarían a verla si dejaba de estar plantada y pasaba a rehabilitarse.
"Nunca olvidaré la cara de aquella mujer, el rostro lleno de dolor de madre, de humillación y de vergüenza cuando nos dijo que había aceptado rehabilitarse. Aceptar reeducarse, nosotras le decíamos 'virarse la camisa', porque al virar al revés la camisa de mezclilla, quedaba para afuera el tono claro de las rehabilitadas. Pasaban las horas y ella esperaba, con la camisa ya virada, mientras por las mejillas le corrían las lágrimas. Estábamos sentadas bajo una mata de mangos, esperando que viniera la carcelera y cuando ésta vino, le preguntó si le había dicho al director que ella estaba esperando que la llevaran a ver a su hijita. La carcelera contestó: 'Sí, me dijo que te llevarían, pero no te dijo cuándo'. La niña murió al día siguiente".
Zoé Valdés is a Cuban writer. She studied at the Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, but did not graduate. Wikipedia
ResponderEliminarBorn: May 2, 1959 (age 55), Havana, Cuba
en los brazo del che guevara