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miércoles, 14 de mayo de 2014

Las vidas que se secaron en el agua de la frontera



Bajo el nombre de "inmigrantes" y apellido de "tragedia", en España hemos titulado portadas y se han abierto informativos. Algunas de sus caras han protagonizado vídeos. Pero su mirada ya no estaba viva, estaba perdida, vacía.

Los dos hijos de Ibrahim Keita vieron marchar a su padre de 26 años una vez finalizada la guerra civil de Costa de Marfil en 2011. Después del conflicto, aparecieron dificultades en una vida moderadamente acomodada. Todo se había complicado. "Quería cruzar para poder dar de comer a su familia", describen algunas de sus amistades. Llegó a Marruecos y se refugió en el bosque. El jueves 6 de febrero se lanzó al mar, quería bordear el espigón y alcanzar Ceuta. Pero nunca llegó.

Compartía bromas con Iker, nombre ficticio de su compañero de 'búnker' en el monte, quien tuvo suerte, logró esquivar las garras del mar y, aunque empapado, regresó a Tánger después de pasar por la comisaría de Tetuán.

Cuando volvió al bosque, Ibrahim ya no estaba, nota su ausencia. "Era muy, pero que muy buen cocinero", recuerda. Sus palabras nos acercan un poco más a él. "Solíamos escuchar juntos canciones de su país. Yo siempre escuchaba música de Costa de Marfil en mi móvil". Su mente regresa a aquel fatídico día: "Cuando vi su cuerpo en la orilla me quedé en shock".

Armand tenía 16 años y bailaba mucho. "Era un estupendo bailarín", describe uno de sus amigos. "Unos días antes del salto hicimos una fiesta. Todas las chicas comentaban lo bien que se movía". Dejó atrás Camerún pensando en Europa. Y pensando en ella ya había fracasado en otros intentos. "Nos deportaron juntos en un intento frustrado". Su vida también acabó en la frontera, entre sonidos de disparos, al lado del montón de piedras que separa Marruecos de una mitificada España.

Armand e Ibrahim son solo dos de las personas escondidas en las cifras. Pero también estaba Ousman Kenzo, Oumar Ben Sanda, Yves Martin Bilong, Daouda Dakole... Ninguno de ellos superaba los 26 años. Casi todos eran de Camerún. Los inmigrantes suelen dividirse en el bosque por nacionalidades y este intento de entrada, según explican, lo habían organizado los cameruneses.

Otra persona muy cercana nos aproxima a su mundo desde Tánger. No puede evitar mostrar su incomprensión hacia la violenta intervención de la Guardia Civil denunciada por los inmigrantes. No entiende lo que pudo ocurrir. Llega incluso a ponerse en la mente de los agentes: "Quizá, al ver tantos agarrados a su barca, se asustaron, no sé, es que no me explico cómo alguien puede hacer una cosa así". Nos ruega que mantengamos su anonimato, teme represalias. A través de una conversación por Skype nos lleva al 'gueto' camerunés en el bosque.

Son todos muy jóvenes y abundan los que sueñan ser futbolistas. En medio de la montaña, hay un claro que denominan 'campo de fútbol', donde juegan con cualquier bola de trapo. La mayoría tiene miedo al agua y no se atreve con el 'lampa lampa' (así llaman a la balsa con remo).

Aún en su difícil situación son alegres y bromistas, no falta el que grita "ayii, ayii" ("ven, ven" como dicen los policías marroquís cuando los ven). Les encanta cantar y divertirse. Pero, por otro lado, son muy conformistas y no hacen mucho por defender sus derechos o protestar, son lentos a la cólera o a la acción.

Y cantando se despidieron de los que se fueron. Como aparecía en un emotivo vídeo difundido por El País, los inmigrantes que sobrevivieron rodearon los cuerpos sin vida de sus compañeros y, entre sollozos, les homenajearon con música. Llegó su muerte y comenzó a sonar una sintonía parecida a la que tantas veces alegró sus vidas.

Pero de otros de los inmigrantes que se metieron en el agua y nunca regresaron, no sabemos nada. Ni tan siquiera esa mirada vacía. Según las organizaciones humanitarias que les asisten y los propios testimonios de los supervivientes, al menos cuatro personas continúan bajo el mar.

El pasado 8 de febrero "la corriente" trajo a aquel "hombre de entre 20 y 30 años", el primer cuerpo sin vida aparecido en aguas españolas. No podemos indagar nada de su vida, nadie esperó a que alguien lo hiciera. Solo conocemos datos referentes a su muerte: "Asfixia por inmersión sin signos de violencia", señaló el resultado de la autopsia. Y ahí acabó todo.

Dos días después de ser localizado, recibió supultura en el cementerio ceutí de Santa Catalina, donde entierran a los que no logran llegar a territorio español. Nadie sabe su nombre. Sin tiempo para activar un proceso de identificación, alguien preguntará por él, pero nadie le dará una respuesta.

Después apareció un segundo cuerpo sin vida en la playa española más próxima a Marruecos. Aún desconocemos si el procedimiento de identificación de del "11", correrá la misma suerte de aquel "hombre de entre 20 y 30 años" que se fue como al inicio dijimos: un número, llamado "inmigrante", con apellido de "tragedia".

Gabriela Sánchez
El Diario, 12 de febrero de 2014
Foto: Ousman Kenzo, uno de los inmigrantes fallecidos el 6 de febrero de 2014 en Ceuta, España. Tomada de El Diario.

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