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viernes, 21 de marzo de 2014

La obra de las arquitectas cubanas (III y final)



El Decreto Ley 3174 del 13 de diciembre de 1933 creó el Colegio Nacional de Arquitectos así como las delegaciones provinciales, y marcó el inicio del desarrollo de la profesión en el interior del país. A partir de la segunda mitad de los años 40 encontramos arquitectas en las provincias.

Entre las provincias más destacadas se encuentra Santiago de Cuba, donde ejercían Ermina Luisa Odoardo Jahkel (Buenos Aires, 8 de noviembre de 1923), graduada como arquitecta en la Universidad de La Habana en 1946. María Margarita Egaña Fernández (La Habana, 14 de diciembre de 1921- Puerto Rico, 1975), graduada en 1947. Norma del Mazo Almeida (La Habana, 17 de mayo de 1929), graduada en 1954, y Rosa América Más Espinosa (San Luis, Oriente 27 de abril de 1914-Miami, 28 de enero de 1999), graduada en 1950.

Estas arquitectas construyeron residencias y otras obras en Santiago de Cuba, y en el caso de Rosa América, también dos residencias en La Habana: en el Casino Deportivo, la residencia de Melgarejo (1957), y la de Nicanor del Campo en Altahabana, caracterizadas por el uso de tejas y techos con una fuerte inclinación.

En 1951, en la provincia de Santa Clara, el cargo de Arquitecto Municipal, lo ocupaba una mujer, un acontecimiento excepcional para la época y que evidencia el respeto ganado por las mujeres en el plano profesional. Se trataba de Acelia María del Carmen Callón Reina (Placetas, 10 de abril de 1923). Terminó el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza del Vedado en 1942 y ese mismo año ingresó en la Universidad de La Habana, donde se graduó como arquitecta en 1949 con el ejercicio "Un grupo residencial".

Entre 1959 y 1960, Callón Reina fue la secretaria del Colegio Provincial de Arquitectos de Las Villas, única mujer que desempeñó esta responsabilidad durante la República. En Camagüey estaba Elena A. Ramos Ledón, quien en 1944-50 construyó el Casino Español de Florida.

Durante el período estudiado, hubo varios matrimonios entre profesionales de la construcción que trabajaron de forma individual, se unieron ocasionalmente o constituyeron firmas importantes. De estas parejas, por la sistematicidad y la excelencia de su trabajo, se destacaron Gabriela Menéndez García, de la firma Arroyo Menéndez y Margot del Pozo Seiglie, primero de la firma Pizarro-Lanz del Pozo y después Lanz Pozo.

Gabriela Josefina Menéndez García (La Habana, 17 de marzo de 1917-Washington, 10 de julio de 2008), pertenecía a una familia acomodada. Entre 1935 y 1937, estudió en el Ruston Academy de La Habana y en el College of Mount Saint Vincent de Nueva York. Fue admitida para estudiar en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Columbia, pero se matriculó en el curso 1936-1937 de la Universidad de La Habana. Sus resultados académicos a lo largo de su carrera fueron muy buenos y en 1941 se graduó como arquitecta con el ejercicio "Proyecto para un club en la playa Herradura".

En 1942, Gabriela Menéndez se casó con su compañero de curso Nicolás Arroyo Márquez y juntos fundaron la firma Arroyo Menéndez, una de las más prestigiosas de la República. En las obras su nombre siempre aparecía junto al de su esposo, y era reconocida como una mujer inteligente que llevaba el trabajo del estudio, sobre todo cuando Arroyo pasó a ser presidente de la Junta de Planificación en 1955 y después Ministro de Obras Públicas.

En 1946, Gabriela proyectó el primer edificio dúplex de la firma, situado en Espada esquina a Infanta, donde a través del revestimiento con teselas se incorpora el color en fachada como un elemento protagónico. En 1958, junto a los arquitectos José Luis Sert y Mario Romañach y la colaboración de la arquitecta Mercedes Díaz, proyectó el Palacio Presidencial de las Palmas, en La Habana del Este, una de las obras más importantes del Plan Piloto para La Habana, proyectado por José Luis Sert en los años 50 y cuyo objetivo era convertir a Cuba en centro turístico del Caribe. En la obra puede apreciarse la simbiosis entre los elementos del racionalismo europeo y la arquitectura cubana que tenía en cuenta el aire, la luz y la naturaleza, a través de las transparencias y los patios, entre otros elementos.

Gabriela Menéndez, junto con su esposo Nicolás Arroyo, pertenecieron al grupo de jóvenes arquitectos entre los que encontraban Emilio del Junco, Eugenio Batista, Eduardo Montoulieu Jr, Max y Enrique Borges Recio, entre otros, que se vincularon al movimiento de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna. A partir de los años 40, este grupo emprendió la renovación de nuestra arquitectura expresada en el uso de códigos del movimiento moderno y la recreación de elementos espacio-funcionales de arquitectura colonial cubana, búsqueda que en los años 50 consolidó una arquitectura nacional dentro de la modernidad.

Precisamente dentro de estas búsquedas, a partir de 1946 encontramos viviendas individuales y colectivas hechas por la prestigiosa firma Arroyo Menéndez, como la residencia de G y 13, Vedado, y la de 5ta. Avenida y 12, Miramar, y el edificio de oficinas y viviendas del matrimonio Menéndez y Arroyo, en 84 y 5ta. Avenida (1948), Miramar. En fecha muy temprana, esta obra incorporó el brise-soleil a nuestra arquitectura.

Pero es sobre todo, en los años 50, que la firma Arroyo Menéndez construyó una serie de obras importantes dentro de la temática de la vivienda individual y colectiva, como el edificio de apartamentos de Calzada y16, Vedado (1951), que presenta cuatro niveles, garaje en basamento, ladrillo a vista y comercio en planta baja. En 1952, las residencias de 5ta. Avenida y 54, Miramar, con un solo nivel y planta en L, y la residencia de 19 entre 4 y 6, Vedado, con dos niveles y ladrillo a vista.

En todas estas obras hay un uso de códigos racionalistas y la adecuación al clima a partir de los materiales, los amplios aleros y las transparencias. En sus obras es una constante la presencia del jardín, el que podía ser más o menos amplio, en dependencia del lote y de las regulaciones urbanas del lugar.

Otras obras realizadas por la firma Arroyo Menéndez fueron el cine Ambassador, en Miramar; la Ruston Academy, en el reparto Biltmore (1956), mención en el concurso del Colegio Provincial de Arquitectos de La Habana; el Hospital Central de La Lisa, de la Organización Nacional de Rehabilitación de Inválidos (1956) y los hospitales y dispensario de la ONRI y de la ONDI (1957), hoy hospitales Nacional Enrique Cabrera y William Soler. Además, el Teatro Nacional en el entorno de la Plaza Cívica (hoy Plaza de la Revolución), concluido después de 1959, obra que destaca por su modernidad, belleza y funcionalidad dentro de la arquitectura de los 50. La firma Arroyo Menéndez fue una de las más competentes y prestigiosas del período republicano.

Margarita Enma del Pozo y Seiglie, más conocida como Margot del Pozo, nació en La Habana el 22 de septiembre de 1920. Hizo el bachillerato en ciencias y letras en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana y en el curso 1939-1940 comenzó estudios de arquitectura en la Universidad de La Habana. Obtuvo buenas notas y tres premios ordinarios. En 1946 se graduó con el ejercicio "Edificio para la Unión de Linotipistas". Pasó a trabajar como proyectista en Obras Públicas, cargo que ocuparía hasta 1952.

En 1945 se casó con su compañero de estudios, José Vicente Lanz (La Habana, 25 de marzo de 1919-8 de febrero de 2008). En 1948 se asociaron a Luis Pizarro y formaron la firma Pizarro-Lanz del Pozo y en 1951 fundaron su propia firma, Lanz Pozo, en la cual desarrollaron una extensa labor que abarca más de cien obras. Antes de 1959 priman las viviendas unifamiliares y colectivas construidas en diversos barrios de La Habana, Varadero y Camagüey y donde está presente una búsqueda técnica, formal y espacial de la que son ejemplos la residencia de la Calle 30 entre Avenida Kohly y Calle14, Alturas del Vedado, con dos niveles distribuidos en un terreno desigual, techo plano, garaje en basamento y ladrillo a vista; y la de la Avenida de Santa Catalina, Santos Suárez, también con garaje en basamento, solución generalizada en la época. En el Vedado, los edificios de apartamentos de 15 y 18; de 18 entre 15 y 13; de O y 27 (1951), y el de 21 y N (1949), este último con garaje en basamento y pent-house.

En Centro Habana, los edificios de Campanario entre Zanja y Dragones, y el de Soledad entre Neptuno y San Miguel. En Varadero, dos lujosas residencias construidas en 1958, que integraron en su diseño arquitectura y naturaleza a partir de una combinación original de materiales modernos y tradicionales, el uso del color y las transparencias. También construyeron el edificio de oficinas de Avenida del Bosque entre Avenida Zoológico y 36, Alturas del Vedado, la clínica Asclepios, en Paseo y 17, Vedado, y el Club Bancario Nacional, en Santa María del Mar.

Margot del Pozo y su esposo permanecieron en Cuba después del triunfo de la revolución de 1959, y juntos proyectaron obras especiales y experimentales a lo largo del país para el desarrollo y la producción agropecuaria, encargadas por el gobierno, como el plan Niña Bonita y el Triángulo Lechero de Bayamo. Además, proyectos de viviendas para el Instituto Nacional de la Vivienda. Entre los años 70 y 80 realizaron los hoteles Tritón y Neptuno, en Monte Barreto, Miramar, la remodelación del Palacio de la Revolución para oficinas del Comité Central del Partido y del hotel Comodoro, entre otras obras. Margot del Pozo, como Vicente Lanz, son un ejemplo de consagración en la profesión de arquitecto.

En Cuba, las mujeres no ingresaron en la Universidad para hacer estudios de arquitectura hasta los años 20 del siglo XX, pero esta presencia fue ascendente a partir de los años 30. En esto influyó la Revolución del 33, que a pesar de sus limitaciones abrió una etapa diferente en la vida republicana, contribuyendo a fortalecer los preceptos de un pensamiento democrático.

Además, la independencia económica de la mujer pasaba por sus derechos a la educación y el creciente interés femenino por la arquitectura no estaba ajeno a su doble carácter técnico y artístico. En ese contexto, comenzaron a destacarse un grupo de arquitectas por su labor dentro del Colegio de Arquitectos, en las diferentes dependencias del Ministerio de Obras Públicas y por su labor constructiva individual.

En los años 40 creció considerablemente el número de mujeres no solo en las aulas universitarias, sino en la actividad directiva de los Colegios de Arquitectos y en el quehacer constructivo, fundamentalmente de la capital, donde a fines de la década del 50 se concentraba el 91,46 % de estas profesionales.

Un quehacer que se caracterizó por obras de códigos modernos de proyección internacional imbricados con una reinterpretación de elementos formales y espaciales de la arquitectura colonial cubana y que dieron como resultado una arquitectura de una alta calidad técnica y de significativos valores estéticos y funcionales.

Alcanzar estos lauros no fue tarea fácil, pues tuvieron que competir con los hombres, quienes no solo eran la mayoría de los profesionales sino que por ser hombres, ganaban de forma más rápida la confianza del comitente. Las cubanas destacaron a base de talento, incluso teniendo en cuenta que en ocasiones en una misma familia, había varios miembros que eran arquitectos o ingenieros civiles, y también matrimonios en que ambos cónyuges eran profesionales de la construcción.

El gran número de viviendas hechas en los principales repartos para sectores medios y altos de la burguesía evidencian que en la década de los años 50, las arquitectas habían alcanzado un reconocimiento, no solo por el hecho de haber conseguido una clientela pudiente, sino además porque desde 1949 era una práctica frecuente la divulgación de sus obras en la revista Arquitectura, publicación que solo divulgaba obras sobresalientes por su calidad constructiva, valores estéticos y modernidad.

Estas obras aparecían, bien en anuncios de productos relacionados con la construcción o como objeto específico de análisis crítico que incluía fotos, planos y explicaciones de los proyectos. Toda la obra de las arquitectas del período republicano, se caracterizaba por su belleza, funcionalidad y modernidad. Este resultado del talento y del trabajo profesional de las mujeres, no se ha reflejado en los estudios hechos sobre la arquitectura y el urbanismo de la República. De ahí la importancia de sacar a la luz un legado que no solo conforma la imagen de la ciudad, sino que forma parte de nuestra identidad nacional.

Florencia Peñate Díaz
Profesora de la Facultad de Arquitectura, CUJAE, y de la Cátedra Regional UNESCO de Ciencias de la Conservación de los Bienes Culturales para América Latina y el Caribe. Dirige el proyecto Diccionario de Arquitectos Cubanos. Secretaria del Consejo de Redacción de la revista Arquitectura y Urbanismo. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba.
Publicado en Arquitectura y Urbanismo en septiembre-diciembre de 2012 con el título "La obra de las arquitectas cubanas de la República entre los años 40 y fines de los 50 del siglo XX".
Foto: Club Bancario Nacional, actual Hotel Atlántico, playa de Santa María del Mar, en las afueras de La Habana. De la firma Lanz Pozo, creada por el matrimonio Vicente Lanz y Margot del Pozo.

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