De Teresita Fernández, mi queridísima y entrañable amiga, tengo muy bellos recuerdos, pero el más significativo de todos es aquel de nuestro primer encuentro en un escenario y que ella conservó fresco en su memoria, tal como yo en la mía.
Para entonces, ya había puesto a un lado, la música, el drums (la batería), y trabajaba como maestro de ceremonias para el Departamento Provincial de Divulgación de Cultura, paralelamente con mi trabajo básico en la emisora radial de Pinar del Río.
Recuerdo ahora mismo, como si hubiera sido ayer, aquella fría noche de diciembre de 1969 cuando se efectuó en el teatro Pedro Zaydén (o cine Riesgo), de Pinar del Río. una velada homenaje a Jacobo González Rubalcaba (Sagua la Grande, 1895-1960), organizada por la Dirección Provincial de Cultura, en reconocimiento a su aporte al desarrollo musical en el occidente del país.
Presentes y actuando en el escenario, entre otros, estaban sus hijos José Antonio (Ñico), Tony, Zoila, profesora de piano y Guillermo, con sus tres descendientes William, Jesús y el benjamín de todos, con seis años en su debut en un escenario: Gonzalo Julio González Fonseca, al frente de un set de drums en miniatura, todos con el respaldo musical de la Orquesta Metropolitana, que por mucho tiempo dirigió Ñico Rubalcaba y a la cual también presté mis servicios como baterista por algún tiempo.
También participaron artistas ya reconocidos nacionalmente, de los cuales recuerdo a Teresita Herrera, quien en esa época tenía un hit número uno en la isla, compuesto por su entonces esposo, Ricardo García Perdomo, y que se titulaba Ser.
Y finalmente, para cerrar el espectáculo, el plato fuerte de la noche, desde el restaurante Monseigneur, en O y 21, Vedado, donde cada noche actuaba Bola de Nieve, nos llegaba, guitarra en mano, Teresita Fernández.
Hasta ese instante, el homenaje marchó sobre ruedas engrasadas, sólo había que remover del escenario instrumentos y lo que fueran elementos escenográficos, pues a petición de la intérprete, todo tenía que estar totalmente oscuro, cortinas negras y en el medio, una silla alta, dos micrófonos y nada más. A mi lado, estaba ella vestida totalmente de negro, guitarra en mano, esperando que la presentara en off ad libitum.
Dije entonces: “Y ahora, como colofón de este hermoso homenaje a Jacobo González Rubalcaba, una actuación muy especial, con una artista excepcional. Ante ustedes, la Juglar de Cuba, Teresita Herrera… que también admira mucho a… ¡¡¡Teresitaaaa Fernándeeezzz!!!” (Ovación).
Sentí entonces su mano derecha en mi cabeza, como queriendo despeinar mi pelo engominado, y una sonrisa espléndida en su rostro, enrumbando hacia el medio del escenario. Yo quería que la tierra se abriera y me tragara en ese instante y durante toda su actuación. Al concluirla y después de mis palabras de despedida, me paré frente a ella para ofrecer mis disculpas y no me dejó decir una sola palabra, puso su dedo índice en la boca y “Shhh… ¡¡¡Eso le pasa a cualquiera, mi niño, y me premió con un abrazo, fuerte, largo…
La noche era aún joven y el frío calaba hasta los huesos…”Lo que me hace falta ahora es ¡un ron!”, dijo ella. Tal vez aquella botella de ron Caney carta blanca y aun virgen que tenía en mi casa, estaba predestinada para esta ocasión inesperada. Caminamos, acompañados por Sergito (Puente) y Yoly (Martínez Malo) hasta mi casa, para el brindis en la amplia sala de Medrano No. 20.
Eran las doce y media de la noche, cuando se abrió la puerta del primer cuarto y salió una joven señora -mi esposa Titica- con un niño de algo más de un mes de nacido, mi hijo Jaimito, a darle su toma de leche. Acto seguido, como impulsada por un resorte, Teresita, le quitó el niño a la madre de sus brazos y regresó a su asiento para terminar de darle el pomo de leche… Lo puso en su hombro y terminó el ritual de sacarle los gases… Sergito y Yoly la acompañaron hasta su hotel y ya el frío había dejado de atormentarnos.
Una tarde de junio de 1988, salía de los estudios de Radio Ciudad de la Habana en el momento que entraba Teresita Fernández. Detrás de mí, venía mi hijo Jaimito. Después del consabido abrazo le dije: “Tere, ¿te acuerdas de aquella noche del homenaje a Rubalcaba en Pinar del Río?”
Instantáneamente dijo: “¡Ay niño, cómo no me voy a acordar !…si despues fuimos para tu casa, abriste una botella de Caney, le dí el biberón a tu hijo, le saqué los gases y me vomitó…!” (Risas). Volteó entonces la cabeza… miro a Jaimito con un signo de interrogación en la mirada: “¡¡¡Noooo!!!”, dijo ella, y lo abrazó con la misma ternura y amor con que 19 años antes lo había acunado en sus brazos.
De la amistad y la admiración que me unió a Teresita, quiero recordar estas anécdotas simples de la vida, porque la sencillez es el mejor tributo a la grandeza de esta mujer inovidable.
En este lunes 11 de noviembre, al conocer la muerte de Teresita, convergen en mí dos sensaciones: la tristeza y la alegría. Triste, porque tengo que aceptar ineluctablemente la partida de Teresita hacia ese viaje del cual no se regresa. Alegre, porque es grande el privilegio de haber tenido entre nosotros y haber compartido con esta criatura enviada de Dios, maestra de escuela, cristiana y martiana de pura cepa.
Jaime Almirall-Suárez*
Café Fuerte, 12 de noviembre de 2013.
* Durante 32 años trabajó como locutor, productor, editor, escritor y director en la radio cubana, once de ellos en la emisora Radio Progreso, donde fundó y condujo el popular programa Esto no tiene nombre. Reside en Miami desde 1993.
Video: Tin tin, la lluvia cayó, una de las numerosas canciones infantiles compuestas a lo largo de su carrera por Teresita Fernández.
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