Era un negrón chévere y mundano que en vez de llevar una mujer del brazo, como establecen las leyes estrictas del machismo latinoamericano, se hacía acompañar siempre por su guitarra. Era afinado y ronco, ni siquiera el ron blanco que bebía en breves cataratas le quitó esa ronquera.
Se le conocía en Cuba y en México como El King, una leyenda en guayabera que le daba un poco de melancolía a la vida irreal de la noche y la bohemia.
Se llamaba José Antonio Méndez (La Habana 1927-1989) y fue uno de los fundadores del filin, un tipo jovial y generoso que escribió La gloria eres tú, Novia mía, Quiéreme y verás y Si me comprendieras para que los enamorados tuvieran versos en la emoción y en el olvido.
José Antonio Méndez estaba en todas las tertulias del callejón habanero de Hammel, cerca del Malecón, donde se inventó esa manera de cantar.
Así veía el filin: "Uno podía tener la voz ronca, pero si enviaba un mensaje o decía algo ya tenía filin. De inmediato el término feeling o filin, porque lo españolizamos, pasó a denominar todo lo bueno, lo moderno. Y es que nosotros buscábamos la espontaneidad, romper la monotonía. Para nosotros filin era tener algo propio, un sello, una onda del tiempo y del gusto, del buen gusto de la época".
Raúl Rivero
El Mundo, 5 de noviembre de 2013.
Video: Además de Si me comprendieras, entre las canciones más conocidas de José Antonio Méndez García, algunas interpretadas por cantantes cubanos y extranjeros, se encuentran: La gloria eres tú, Novia mía, Por nuestra cobardía, Ese sentimiento que se llama amor, Me faltabas tú, Tú, mi adoración, Quiéreme y verás, Cemento, ladrillo y arena, Ayer la vi llorar, Mi mejor canción, Háblame de frente, No crees en mi amor, Por qué dudas, Decídete, mi amor, Soy tan feliz, Por mi ceguedad, El ocaso de la vida, Sufre más, La última la traigo yo y Qué jelengue.
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Nota.- En los años 60 tuve la dicha de escuchar cantar en vivo a César Portillo de la Luz y a José Antonio Méndez. A César en El Gato Tuerto y a José Antonio en El Pico Blanco. Años después, en los 80, trabajé en el ICRT y cuando tenía turnos de edición que terminaban a las 12 de la noche, mientras esperaba la ruta 2 en 25 y O, escuchaba a José Antonio cantando desde El Pico Blanco, bar situado en la azotea del hotel St John's, casi al doblar de la parada. Han pasado más de dos décadas, pero aún me duele recordar la forma en que murió: iba a atravesar la peligrosa esquina de 23 y L, detrás del Habana Libre, cuando un ómnibus de la ruta 10 (al igual que los choferes de la 2, los de la 10 a esa hora de la madrugada conducían a exceso de velocidad), lo atropelló mortalmente y lo lanzó contra unos contenedores de basura que habían en el lugar. Con tan solo 62 años, un compositor y un músico de su talla no merecía haber perdido la vida, por uno de los tantos 'asesinos del volante' que hay en Cuba y en otros países. Su amigo César Portillo de la Luz vivió mucho más: murió el 4 de mayo de 2013, a punto de cumplir 90 años. Cuando me enteré, escribí una nota que salió publicada en Diario de las Américas el 6 de mayo, la titularon "Se apaga la luz de César Portillo de la Luz". El miércoles 29 de enero reproduciré esa nota en el blog, con su título original y adaptada al formato digital (Tania Quintero).
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