“Suiza, un club cada vez más excluyente” rezaba el crédito del telediario trasmitido la noche del 24 de septiembre de 2006 por el Canal Internacional de TVE. Por esos días, otros medios españoles e internacionales destacaron las palabras “racistas y xenófobos” y “un domingo negro”. Por qué? Porque el 68 por ciento de los suizos en referéndum celebrado ese día, dijo SÍ a leyes que a partir del 1 de enero de 2008 endurecerían la política helvética en materia de inmigración y asilo.
Fue la novena ocasión, desde 1984, en que la Ley de Asilo era enmendada, luego de haber sido sometida a votación nacional. En cinco de las nueve veces, los suizos han decidido endurecerla -incluído el resultado del 24 de septiembre de 2006.
Ojalá que en cada nación de Europa y del mundo, los ciudadanos sean los que decidan acerca de la marcha y el comportamiento de las leyes y los problemas de su país y de sus comunidades. A favor del NO, o sea, contra el endurecimiento de las leyes de inmigración y asilo estaba la izquierda, que en ONGs, sindicatos y sectores de la iglesia, la intelectualidad y el periodismo tiene sus mayores representantes.
El tema no me es ajeno: desde hace cinco años y medio vivo en Suiza como refugiada política. A pesar de haber recibido esa condición ya en La Habana, de haber viajado en un vuelo pagado por el gobierno suizo y de haber entrado legalmente al país, con mi pasaporte en la mano, desde mi llegada, el 26 de noviembre de 2003 hasta el 1 de marzo de 2004, tuve que convivir con africanos, árabes, musulmanes, asiáticos y exeuropeos del este en centros para solicitantes de asilo de dos cantones, Thurgau y Lucerna.
Fue una experiencia dura, pero muy provechosa para mí como periodista: además de permitirme tener vivencias de primera mano, pude constatar que “no todo lo que brilla es oro”. Individuos, a veces familias enteras, que eran dejados en las fronteras o dentro del mismo país por mafiosos y traficantes de personas. La mayor parte de las veces llegaban sin documentación o con documentos falsos, en ocasiones conseguidos ya estando en Suiza con inescrupulosos de su misma nacionalidad dedicados a vender historias y papeles falsificados.
Muchos venían de haber intentado quedarse en España, Francia, Alemania, y ésos eran los más mentirosos: adulteraban todo, desde su verdadero nombre y edad, hasta el lugar de nacimiento, obligando constantemente a las autoridades a utilizar médicos, psicólogos y especialistas en etnias, lenguas y dialectos. Casi siempre decían que venían de zonas en conflicto, porque sabían que era mas difícil de investigar y tenían mas posibilidades de ser aceptados.
Había de todo, como en botica. Casos verdaderamente dolorosos y reales, pero también mujeres que se dedicaban a ejercer solapadamente la prostitución y hombres dedicados a la venta de drogas. Matrimonios de buena posición, que lo que buscaban era poder criar a sus hijos en paz y buenos colegios. Personas de países ahora divididos y subdivididos que no se podían ver y por cualquier motivo protagonizaban violentas peleas.
Simpatizantes de regímenes totalitarios en Asia, África y Medio Oriente que preferían mantenerse lejos y al margen, y también perseguidos políticos y religiosos en esos mismos países. Mujeres africanas huyendo de la ablación y turcas y musulmanas amenazadas de muerte por sus familias si se negaban a casarse con el hombre que les habían seleccionado.
De los cientos de mujeres y hombres conocidos en tres meses y una semana, los verdaderamente perseguidos eran los menos: la mayoría andaba en busca de una vida mejor o huyendo de la justicia en su país o en otro. No siempre esas personas gozaban de credibilidad y respeto: independientemente de no saberse a ciencia cierta quiénes eran, hacían toda clase de cambalache, desde no pagar en el ómnibus hasta dedicarse al trapicheo en el mercado negro.
También había ladrones, como el ruso que el primer día de mi llegada al primer centro, en Kreuzlingen, me robó la billetera con todo el “capital” traído de Cuba: 50 dólares y la tarjeta de ETECSA que utlicé para desde el aeropuerto de La Habana hablar con mi hijo y familiares.
Pese a ese comportamiento erróneo, marginal y delincuencial en ocasiones, a todos, las autoridades suizas les ofrecían un trato digno: los acogían en centros para solicitantes de asilo, les entregaban una cantidad mensual de dinero para comer y además de ropa y atencion médica, a los niños en edad escolar los enviaban a la escuela.
A menudo veo por el Canal Internacional de TVE el trato ofrecido a los africanos que por cientos llegan a España y puedo constatar la diferencia: en Suiza tratan muchísimo mejor a todos los extranjeros, sean legales o ilegales.
Suiza no va a cerrarle las puertas a los refugiados, solo les exigirá que en 48 horas muestren un pasaporte o un carnet de identidad legítimos y digan la verdad de su situación. Argentinos y chilenos que vinieron en época de dictaduras militares en sus países, todavía viven en Suiza, al igual que vietnamitas de cuando los “boats people”. Y, por supuesto, bosnios, serbios, croatas, albanokosovares, macedonios, montenegrinos, de cuando la guerra de los balcanes.
En toda la Confederación Helvética radican grupos étnicos, religiosos y políticos de Sri Lanka, Pakistán, India, Indonesia,Tailandia, Nepal, China, Tibet, Irán… En el pasado, miles de italianos, portugueses y españoles, legalmente vinieron a Suiza a trabajar y casi todos decidieron quedarse. Y de eso precisamente se trata: de que a Suiza venga gente honesta y dispuesta a trabajar y respetar la legalidad del país que les acoge.
Mi visión de la realidad no terminó cuando salí de los centros para solicitantes de asilo. La sigo constatando a diario, porque vivo en una calle y una barriada donde residen inmigrantes procedentes de cincuenta nacionalidades distintas.
Publicado en el blog Desde La Habana el 1 de agosto de 2009.
Foto: Una de las muchas familias tamiles que residen en Lucerna y en toda Suiza.
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