De tan comunes, han dejado de ser noticia en un país contínuamente vigilado y controlado. Un ritual sin humo ni aguardiente para los santos. Por lo regular con los mismos protagonistas: policías, ciudadanos de a pie -sobre todo jóvenes y negros- y conductores de vehículos privados o estatales. A cualquier hora y en cualquier sitio de Cuba. Tres muchachones esperan a la sombra mientras el policía verifica sus carnets de identidad.
El ómnibus se aleja y ellos continúan tranquilos, aguardando el resultado de la verificación. Si es positiva, podrán continuar su camino. Si no, tendrán que esperar que los recoja un patrullero y los lleve a la unidad policial más cercana, para aclarar un supuesto status delictivo.
No muy lejos de un control, otro. Esta vez un patrullero ha ordenado parar al chofer de un vehículo estatal. En este caso, no sólo tendrá que esperar a que por la planta verifiquen sus antecedentes penales, sino dejar que registren la camioneta, por si lleva mercancía prohibida o no pueda justificar su transportación.
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